Nunca me había animado por el dolor que se siente, pero ese día por fin perdí mi virginidad anal y la verdad es que me encanto

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Ocurrió a mis diecisiete años. Esa semana, cada vez que entraba a ducharme, me recostaba en el suelo y luego, con mi dedo corazón (el mismo que te sirve para ofender a una persona en la calle) me lo introducía suavemente por mi ano. Naturalmente mi culito reaccionaba y apretaba mi dedo.

No era la primera vez que lo intentaba. En realidad me estaba preparando para el sábado, fecha acordada con mi novio para me introdujera su hermoso pene en mi culito. El deseo y la ansiedad vibraban en todo mi cuerpo, así que esas sesiones bajo el agua tibia de la ducha me fueron liberando del nerviosismo inicial y estimulando mi deseo.

Habíamos planeado aquello desde hacía dos semanas, así que estudiamos bien el tema a través de páginas de Internet. Mi novio compró incluso un gel anal para evitar el dolor durante la penetración. Yo estuve fantaseando todo ese tiempo, buscando imágenes pornográficas que alimentaran mi imaginación.

Y el día llegó. Sus padres salieron de la ciudad esa mañana, tal como siempre lo hacían, para visitar la finca de la familia. Yo llegue al apartamento a eso de las ocho de la mañana. Y para suavizar la emoción nos tomamos un par de copas de cervezas.

En ese momento, me levante la falda y mi novio levantó un poco la tela de la tanga, más precisamente en la zona de mi culito. Entonces aplicó el gel anal, que se antojó un poco frío. Luego fuimos a su cuarto donde apasionadamente iniciamos los clásicos rituales de amor, aun sin desvestirnos.

La idea era no tener sexo vaginal previamente, de modo que su pene pudiera mantenerse bien erecto. Luego nos colocamos de pie y nos desnudamos, aunque cuando iba a quitarme mi tanga, él se abalanzó sobre mí para colmar de besos mi espalda.

Así que la tanga descendió para quedar prisionera entre mis tobillos y el suelo. Ni siquiera me moleste en retirarla. Durante todo el tiempo de mi primera experiencia anal estuvimos de pie. Ya habían pasado más de veinte minutos para que el gel anal hiciera efecto, así que él decidió clavar su pene por mi culito suavemente.

Como inicialmente mi ano no quería ceder, el dejó que una gota gorda de saliva cayera en medio de mis nalgas. Estimuló unos minutos mi culito con su dedo meñique hasta que ambos consideramos que ya era el momento. Su verga gorda se introdujo suavemente y empezó a realizar toda la tarea.

Al cabo de dos minutos seguía sin experimentar cualquier tipo de placer.

—Métela más a fondo, más a fondo—le dije en medio de mi inocencia, creyendo que el autentico placer estaría más adentro.

El me hizo caso y experimente profundamente el dolor, sentía que me reventaba por dentro y mi culito se negaba a responder a la tranquilidad y a la paz que había logrado durante mis sesiones bajo la ducha: cuando mi dedo corazón había logrado entrar y salir frenéticamente mientras me proporcionaba placer.

Así continuamos un par de minutos hasta que no pude resistir más.

—Para, para—le dije.

Mi novio se detuvo, pero no retiró su magnífica polla, sino que la dejó introducida, tal como lo sugería una página web. Estuvimos así unos diez minutos. Durante ese tiempo, yo puse mi mano derecha sobre su hombro izquierdo, de modo que pude ver su cara sin voltearme por completo. Nos dimos varios besos apasionados y deliciosos.

Fue entonces cuando él decidió usar su mano derecha para ubicarla frente a mi panocha. Empezó a masajearme mi clítoris, suave y delicadamente. Esto me obligó a relajarme aun más de lo que habían logrado ya lo besos. Continuó frotando su dedos sobre mi vagina hasta que empecé a tener el presentimiento de que un orgasmo podría presentarse en el momento menos pensado.

Con mi mano derecha, di entonces una palmada en la nalga de mi novio, incitándole a que continuáramos con el sexo anal. Y él, de manera amable empezó a penetrarme de nuevo.

A medida que el continuaba estimulando mi vagina con su mano y coordinaba la penetración anal, yo comencé finalmente a experimentar placer. Mi culito cedió y ahora me sentía más relajada. La emoción llevó a que él me penetrara con mayor intensidad.

Y entonces, tras tanta frotación por parte de mi novio, yo llegué a mi orgasmo vaginal, lo que curiosamente hizo que un mundo de sensaciones se proyectará a lo largo de todo mi recto. “¡Por fin!” grite. En medio de la emoción, mi pierna izquierda se desplazó de tal forma, que la tanga ubicada en mis talones se estiró hasta reventarse.

En ese momento me volví a girar para darle un besito en la boca de mi hombre.

Creo que medio minuto más tarde él alcanzó su punto máximo, pero fiel a lo que habíamos pactado durante esa semana, retiró su verga a tiempo para eyacular sobre mi espalda. Sentí como el chorro de semen caliente me salpicaba las nalgas, para luego descender a lo largo de mis piernas, hasta llegar al suelo.

En ese momento me fije en la tanga destrozada. Aquella imagen de mi tanga rota y en el suelo aun estimula mis fantasías.

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