Nunca me imaginé que trabajaría como acompañante, gracias a eso obtuve mi primera experiencia sexual con una madura

Valorar

Esto ocurrió cuando yo tenía 20 años de edad. Por entonces, yo era un chaval prácticamente inexperto, en todos los aspectos…. y también en el sexual.

La cosa es que llevaba varios meses buscando empleo. Estaba tan desesperado que publiqué muchos anuncios en varios tablones de supermercados. En unos me ofrecía como informático a domicilio, en otros como camarero, en otros como fotógrafo principiante, incluso llegué a ofrecerme como paseador de perros. En pocas palabras, me ofrecía para »cualquier cosa».

A los días, recibí una llamada de un matrimonio. El hombre, Pepe, de 78 años, con Alzheimer. La mujer, Belén, de 69 años. Requerían de una persona, preferiblemente un chico joven, para que acompañara al señor en sus paseos matutinos, dos horas diarias, de lunes a sábado.

Ellos sólo tenían una hija que por motivos laborales vivía en Inglaterra. La veían dos o tres veces al año. Me dijeron que querían a un chico joven, puesto que Pepe deseaba que sus vecinos pensaran que se trataba de un nieto, y no de un empleado.

Al día siguiente, quedamos para conocernos, conversar y ver si era posible concretar la contratación. Por fortuna, tuvimos química y llegamos a un acuerdo. Yo quedé muy contento. No era un trabajo soñado a tiempo completo, sin embargo, el dinero ganado en esas horas me iba a servir para ayudar en casa y comprar mis caprichos.

Pepe, por desgracia, no estaba muy bien de salud. Sufría de ataques de pánico, amnesia anterógrada, depresión y otros achaques propios de su enfermedad. Belén también tenía sus cosas, pero no se encontraba tan mal como su marido. Debido a esto, era ella quién se encargaba de ejercer de cabeza del hogar.

A todo esto, hubo algo que llamó poderosamente mi atención: el cuerpo de la señora Belén. Si bien no vestía de forma provocativa, ella se conservaba muy bien a pesar de su edad. Es cierto que tenía algunos kilos de más, y no era difícil advertir una curvilínea figura, un culo y unas caderas que probablemente oscilaban entre los 115 – 125 cm de circunferencia. Si nos referimos a etiquetas, GILF y BBW eran dos que le podían haber quedado muy bien. Pero de rostro y, sobre todo, de actitud, lucía muchos años más joven de lo que era. Era una señora muy jovial.

Inicié mis labores, y todo transcurrió con normalidad durante algunos meses. Salía de paseo con Pepé, y cuando acababan las dos horas volvíamos puntualmente a su casa. Ahí siempre estaba Belén, esperándolo, como fiel esposa.

En todo este tiempo me comporté de forma correcta. Pero no quité nunca el ojo de Belén. Ella se comportaba como toda una señora, no obstante, había algo en ella que me atraía, aunque por temor a perder mi trabajo jamás hice o dije algo inapropiado. Siempre que podía, le echaba alguna que otra mirada furtiva.

Por desgracia, tiempo después, Pepe empeoró, y finalmente falleció. Yo perdí mi trabajo, o eso creí. Al mes de haber fallecido Pepe recibí una llamada: era Belén. Quería conversar conmigo. En persona.

Quedé intrigado. Fantaseaba con la idea de que me dijera que le hacía falta un macho que la consolara, pero no, no se trataba de eso. Fui a su casa al día siguiente y me comentó que se sentía sola, que quería salir a caminar por las mañanas, que la casa se le hacía muy grande, y que en la única persona que pensó fue en mí, dado que ya nos conocíamos y »había confianza».

En resumen, me ofrecía trabajar como acompañante, otra vez. Acepté sin pensarlo. Necesitaba el dinero. Además, ella me caía muy bien.

Salimos el primer día, temprano por la mañana, caminamos cerca de dos horas y todo estuvo dentro de lo normal. Conversamos de su marido y rememoramos algunos sucesos de su vida. Fue una bonita mañana, sin duda.

Sin embargo, al segundo día ya no pudimos seguir con el plan previsto. Cuando llegué a su casa, Belén me comentó que no iba a poder salir, ya que había despertado muy adolorida de las piernas, que tenía muchas agujetas. Todo tenía sentido. Ella llevaba una vida sedentaria, y la caminata del día anterior le había afectado sobremanera.

Empezó a quejarse por no poder salir. Le dije que no se preocupara, que me podía quedar a acompañarla, y que iba a ser un placer conversar con ella. Me lo agradeció y retomamos la conversación del día anterior…. sin embargo, ella seguía quejándose de los dolores en las piernas.

¿Piernas? ¿Dolor? Mi mente lujuriosa vio una oportunidad.

Tragué profundo, agarré valor y con firmeza le dije:

– Doña Belén, yo tengo un curso de masaje deportivo. Si usted quiere….

Me interrumpió de inmediato.

– ¿De verdad sabes dar masajes? ¡Es justo lo que necesito!

– Sí, obtuve el curso hace algunos años.

Estaba mintiendo. No tenía ningún curso de nada y en mi vida le había dado un masaje a alguien. Sin embargo, llevaba mucho tiempo fantaseando con ella, y esa era la oportunidad perfecta para ponerle las manos encima por primera vez, aunque por los momentos tuviera que conformarme con sus tobillos.

Se sentó en su sofá preferido, se levantó un poco el vestido. Yo me senté en el suelo y empecé a darle los »masajes» en la parte inferior de las piernas. No obstante, la posición me resultaba muy incómoda y al paso de los minutos se tornó dolorosa para mí. Ella lo notó.

@Seiscientos Cuarenta

– ¿Estás cómodo ahí? No te veo bien.

– Para ser sincero, no, pero no se preocupe, lo importante es que usted se encuentre bien y que le guste el masaje.

– El masaje me está gustando, sin embargo, no quiero que te rompas la espalda por estar en una posición incómoda. ¿Cómo me pongo para que estés más cómoda?

Vislumbré otra oportunidad. Pensé unos segundos en unas palabras para parecer profesional, y no un bribón.

– Doña Belén, de acuerdo a lo que me enseñaron, estos masajes se aplican de forma correcta cuando el paciente está en postura decúbito prono… vamos…. en pocas palabras, boca abajo, en una camilla.

– Yo no tengo camilla, pero cama sí… dijo, sonriendo.

Sospeché que se avecinaba algo grande, por lo que empecé a ponerme nervioso… y excitado.

– Eeeeh, pues no sé, lo importante es que usted esté cómoda.

– Vale, vamos a mi habitación. Me tumbaré en la cama y ahí me das el masaje. Además, creo que tengo un aceite que podría servirnos

Se tumbó boca abajo en su cama, no sin antes darme el aceite. Se levantó el vestido que llevaba, casi uno o dos centímetros por encima de las rodillas. La palidez de su piel y la celulitis de sus gruesas piernas me terminaron de poner el miembro como un asta.

Estábamos en la misma cama, completamente solos. La situación me dio mucho morbo.

– ¿Estoy bien así? Espero no te dé asco esta vieja decrépita.

– No diga tonterías, doña Belén. Usted es muy guapa y se conserva estupendamente.

Y añadí

– Para mí será un placer.

Nunca mejor dicho.

Rocié sus piernas con el aceite y empecé a hacer el intento de masaje en sus tobillos y gemelos.

– Uuuh, ¡cómo me duele, madre mía! Pero sigue, no te detengas.

Seguí frotando, pero me daba miedo ir arriba de las rodillas, por lo que me quedé varios minutos en sus tobillos.

– Creo que de los tobillos ya estoy bien. ¿Puedes masajearme un poco más arriba, por favor? Me duele mucho, especialmente en la parte interior de los muslos.

– Eeeeeh, vale, vale, doña Belén, pero… pero….

– ¿Pero qué?

– ¿Puede mover un poco las piernas y subirse un pelín más el vestido? Es que así no puedo, le dije, intentando no mostrarme nervioso ni excitado, cuando en realidad sí lo estaba.

– Desde esta posición no puedo saber cómo quieres que me ponga, chaval. Tú tranquilo, pon el vestido donde no te estorbe, y muéveme las piernas hacia donde lo estimes conveniente.

– Vale, vale… le dije.

Respiré profundo, cogí valor, le subí el vestido casi a la altura de los glúteos, y le separé un poco las piernas,  como quien abre una tijera, con la intención de llegar a la parte interna de sus muslos.

Debido a esto, le vi finalmente las bragas. Desde ese ángulo, percibí que eran de color blanco, ajustadas. Vi que sobresalían los pliegues de sus inmensas nalgas, nalgas que llevaba mucho tiempo imaginando, y que finalmente estaban a escasos cm de mis manos.

A todo esto, mi pene estaba como una roca, y sentía mi ropa interior humedecida por el líquido preseminal.

Empecé a frotarle la parte interna de sus inmensos muslos, tal y como ella me lo había pedido. Seguí concentrado con el »masaje», no quitando de vista mis ojos de los pliegues de las nalgas que sobresalían de su braga. Sin embargo, a los minutos noté que ella no se movía.

Me asusté.

– Doña Belén, doña Belén, ¿se encuentra bien?

– Ahm, sí, sí, es que me estaba quedando dormida. Eres un experto masajista, y me siento divinamente. ¿Puedes seguir? ¿No estás cansado?

– No, para nada, tranquila, es un placer.

Por supuesto que era un placer para mí.

Seguí con el »masaje». Al poco tiempo, aparentemente se estaba volviendo a quedar dormida.

– Doña Belén… dije, casi susurrando.

No me respondió.

Parecía que sí, que estaba dormida. La sensatez desapareció, y la lujuria se apoderó de mi ser. Me dije »es ahora o nunca». Seguí masajéandola con una mano, mientras con la otra, muy lentamente, le subí aún más el vestido. Ella parecía no enterarse debido a su estado adormitado… o eso creía yo.

Logré subirle el vestido casi a la altura de las caderas. Tenía en mi campo visual prácticamente todo su culazo, con las piernas muy entreabiertas. Yo me había encargado de movérselas de manera lenta en los minutos anteriores.

Para mi algarabía, descubrí que su braga era en realidad una del tipo culotte, muy grande, pero con muchas partes transparentes.

Dejé el vestido casi a la altura de sus caderas, y continué masajeando.

Ella aún parecía dormida.

»Al diablo todo», pensé. Le puse mis manos en su culazo, y empecé a manosearlo con parsimonia. No quería que se despertara. Con el movimiento de mis dos manos provocaba que las nalgas bailaran y »temblaran» como gelatina. Vi que seguía dormida. Puse una mano en cada nalga, hice movimientos circulares en cada una, e intentaba separarlas más y más. Gracias a este balanceo logré verle el ojete del culo y una parte de sus labios vaginales a través de la braga semitransparente. Esa vista fue colosal para mí. Me sentía en las puertas del paraíso.

Como vi que seguía dormía, acerqué mi cara a su culo con el fin de percibir el olor del ojete como el de su coño.. y… madre mía, sólo se me ocurrió una definición: olía a sexo. Era algo inexplicable.

Estaba tan excitado con ese aroma y con estar tan cerca de su coño que me corrí en el acto, sin siquiera tocarme.

Me revisé por debajo del pantalón, me reacomodé la polla con la mano izquierda, mientras seguía masajeándola con la derecha. Como era de esperarse, en mi mano izquierda quedaron restos de semen, y sin pensarlo aproveché para untárselos en las piernas.

Después de esto, entré en razón. Estaba muy nervioso. Era evidente que había cometido una gran imprudencia, fruto de una ciega lujuria. Le tapé el culo de inmediato.

– Doña Belén, doña Belén… despierte… disculpe, tengo que irme.

Después de llamarla un par de veces más respondió:

– ¿Ya? ¿Tan pronto? ¿Vienes mañana? Disculpa. Me quedé dormida. Qué lástima que tengas que irte. Me estaba gustando el masaje.

– Sí, claro, por supuesto. A la hora de siempre aquí estaré.

Me fui, y ahí quedó Belén, acostada en su cama, con restos de semen en sus piernas. Sabía que había cometido una imprudencia, y trataba de tranquilizarme a mí mismo pensando en el hecho de que ella no se había dado cuenta.

Volví al día siguiente a casa de Belén.

Ella me recibió de manera normal. Eso me tranquilizó. Parecía que no se había enterado de lo sucedido.

Estaba a punto de preguntarle dónde íbamos a ir, cuando me dijo que hoy también se sentía indispuesta, que no iba a salir, y por favor le diera otro masaje, si no era mucha molestia.

No me lo podía creer. En mi interior, casi saltaba de la emoción.

»Dame un momento, por favor. Iré a organizar mi habitación. Tengo un desastre y me da vergüenza que veas. Cuando esté lista te llamo para que vayas. Quédate aquí, sólo será un momento». Me dijo.

Me parecía raro, pero asentí.

A los pocos minutos escuché su llamado:

– ¡Veeeen!

Entré a la habitación. Me quedé de piedra… y mi pene también.

Belén estaba tumbada boca abajo, sin vestido, sin sujetador y solo con una braga, pero esta no era del tipo culotte, sino una más pequeña que dejaba al descubierto su inmenso pandero.

– Do… doña Belén, ¿pero qué hace? No es necesario que esté tan descubierta. Cúbrase, por favor.

– Anda, no te hagas el idiota, ya sé que ayer me manoseaste el culo, te corriste y me untaste semen en mis piernas. ¿Crees que soy una inmadura? Es cierto que hace muchos años no percibía el aroma del semen, pero es inconfundible e imposible de olvidar.

– Disculpe… doña Belén… yo… yo….

– No te disculpes. Que sepas que me encantó. Hace tanto tiempo que no me tocaba un hombre, y ayer me sentí en las nubes. Por un momento me hiciste olvidar a mi querido Pepe. Y lo del semen fue la cereza del pastel. Me encantó que te corrieras. ¿Te gusto? ¿Te gusta esta vieja decrépita?

Era hora de ser sincero.

– Doña Belén, usted no es ninguna vieja decrépita. No diga eso. He sentido atracción sexual por usted desde la primera vez que la vi. Es usted una dama hermosa.

– Oh, eres tan respetuoso, pero dejemos de hablar. Tú me debes un masaje, y lo quiero igual o mejor que el de ayer.

– Vale, como usted diga, doña Belén.

Empecé a manosearla enérgicamente. No podía creer que ese culazo y esas piernas estuvieran a mi entera disposición. No podía más y me saqué la polla. Con una mano le tocaba las piernas y el culazo, y con la otra me masturbaba.

– Creo que necesitas ayuda.

Giró su cabeza. Cogió con su mano derecha mi polla, y empezó a manipular mi endurecido falo.

Me sentía en el paraíso. Sin embargo, la inexperiencia hizo acto de presencia: me corrí ipso facto.

– Aaaay, cuánto semen, qué delicia, hacía tanto tiempo que no tenía en mis manos un manjar como este. ¿Me dejas tragármelo?

– Como usted desee, doña Belén.

De inmediato se llevó mi jugosa polla a su boca, y empezó a chupármela salvajemente.

A pesar de haber eyaculado instantes antes, yo seguía excitado y ella se veía como una desquiciada. Era evidente que había despertado a una bestia de su letargo.

Pero su poderosa succión era demasiado para mí.

Doña Belén, deténgase, no puedo más, estoy al borde del colapso. Deme un minuto de respiro, por favor.

– Disculpa, mi niño, me he dejado llevar por la emoción. Ve al baño o a la cocina, si quieres, y tómate algo. Yo te espero aquí.

Fui al baño, me lavé como pude y me revisé la polla. La tenía enrojecida. Suspiré. No me podía creer lo que pasaba.

No sabía qué hacer. Pero no era el momento de quedarme agazapado y esperar. Decidí salir y volver donde Belén, y ahí estaba, de nuevo tumbada boca abajo en la cama, ¡esta vez totalmente desnuda!

La visión de su voluminoso y curvilíneo cuerpo desnudo me la volvió a poner dura. ¿Y el ardor y enrojecimiento? Ni me acordé.

Sabía que estaba ante una oportunidad única. Eso tenía que grabarlo. Busqué mi móvil e hice varias fotografías.

– ¿Qué haces? ¿Por qué tardas tanto? Me dijo Belén.

– Estoy inmortalizando este momento. No se mueva, por favor.

– No seas tonto, no te quedes ahí parado. Ven, hazme sentir mujer otra vez.

– Espere, no se mueva. Un segundo más…. por favor

– Anda, olvídate de lo que estás haciendo. Ven. Fóllame.

Y eso hice.

Deja una respuesta 0

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *