Nunca me pude olvidar de ver a mi madre corriéndose

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El juego entre un hombre y una mujer nunca es inocente, aunque ese juego sea entre una madre y su hijo…, hasta ese punto llegaron Rosa y Daniel. Le tenía colmado se sensaciones libidinosas, sugerentes indumentaria, poses… no pudo más que abrazarla desde atrás y pegar su cuerpo contra el suyo en una mezcla de amor y lascivia, susurrándole al oído… “Un día de estos te voy a follar mamá”. Era Junio, y tras unas intensas semanas de dedicación a estudiar confinado en casa, Daniel lo consiguió. Dos años le había costado al chico aprobar aquella maldita asignatura de Automática Aplicada, y cuando vio el aprobado en el tablón de la facultad, saltó de alegría. Los compañeros le felicitaron y quedaron para ir a tomar unas cervezas, no solo para celebrar el fin de curso exitoso, sino por el fin del confinamiento por el coronavirus Covid-19, el cual provoco la ausencia de clases presenciales y rebajó los estándares de evaluación…todo ayudo al esperado aprobado. Ese año pasaría limpio a 3º de carrera. Daniel llamó a Rosa, su madre, y se lo contó. Rosa casi llora de alegría. Sabía lo que había sufrido Daniel con aquella asignatura y la pandemia le ayudó

– Te espero en casa para darte un fuerte abrazo.

– Mamá, voy llegaré un poco más tarde, voy a tomar unas birras para celebrarlo.

– Disfruta, mi amor. Al fin tendrás un verano tranquilo.

– Síiii. Mi primer verano sin pendientes para septiembre ¡No me lo puedo creer!

Colgó y se fue a divertir con los amigotes. Después de un par de cervezas, decidió volver a casa. Sentía la necesidad de compartir su alegría con su madre más que con sus compañeros, necesitaba vivirlo con quien tanto lo apoyó en las incontables tardes de estudio. Así que se despidió de su gente y se marchó a casa. Cuando llegó, no encontró a su madre en el salón. Fue a la cocina y tampoco estaba allí. Oyó un ruido en las habitaciones, y hacia esa dirección se encaminó. El ruido provenía de la habitación de sus padres. La puerta estaba entornada. Se acercó, cauteloso, e identificó el ruido. Eran gemidos, suaves gemidos, de su madre. Su mente empezó a trabajar como loca. Se imaginó qué sería, y estuvo a punto de darse la vuelta, pero la curiosidad pudo más. Con cuidado apoyó la mano en la puerta y la abrió sin hacer ruido. Lo que vio jamás lo olvidaría. Su madre, acostada sobre la cama, con las piernas abiertas, las bragas colgando de uno de los tobillos. Una mano frotando los labios de su coño, que brillaba lleno de jugos. La otra mano, pellizcando uno de sus pezones, que coronaba una enorme teta.

Miró su cara, rota por el placer. Los ojos fuertemente cerrados. El labio inferior mordido, la espalda subiendo y bajando al ritmo de los espasmos que recorrían su cuerpo. Rosa, ajena a todo, sentía como el orgasmo nacía en el interior de su ser y se abría paso, para estallar por todo su cuerpo. Su espalda se arqueó. Todos sus músculos se tensaron y por unos segundos el universo no existía. Sólo ella y el placer. Daniel miraba como hipnotizado a su madre, corriéndose delante de él. Vio como de su coño salían grandes cantidades de flujo como si de una manguera se tratase, mojando aún más los dedos que frotaban y frotaban. En el culmen del placer, Rosa no respiraba. Tampoco Daniel, cuyos ojos iban de la cara de su madre a su coño. Un coño oval moreno partido por una raja franqueada por carnosos labios vaginales. Un coño cuidado con depilación brasileña, un coño maduro compuesto de una forma muy sugestiva… un coño a la moderna queriendo ser siempre joven tal y como se sentía su dueña, de esos que para comértelos tienes que abrirlo con los dedos, apartar los carnosos labios antes de descubrir su sonrosado interior. De esos de aroma intenso, embriagador. Rosa volvió a respirar. Su cuerpo se relajó, aunque sufrió un par de espasmos más. Su cara, antes crispara, era ahora todo paz. Una leve sonrisa se dibujaba en sus labios. Sus ojos, ahora suavemente cerrados. Hasta que los abrió para descubrir a su hijo mirándola desde la puerta de su habitación. Por unos instantes creyó que soñaba. Se quedó quieta, hasta que se dio cuenta de cómo estaba. Dio un grito y se tapó con la bata posada al lado.

– ¡Ah! ¡Por dios, Daniel! El grito de su madre sacó a Daniel de su embobamiento. Se miraron a los ojos. Ambos con terror.

– Lo… yo… lo siento… mamá.

Cerró la puerta de golpe y corrió a su cuarto, con el corazón latiéndole en el pecho. Entró y cerró también su puerta. Había visto a su madre masturbarse. La había visto correrse delante de él. En ese momento fue consciente de que tenía la polla dura. Le dolía, aprisionada en los pantalones. Se bajó la cremallera, se sacó la dura estaca y la agarró con una mano. Bastaron dos golpes de muñeca para que se corriera a borbotones manchando el suelo del cuarto. En su mente, aquel oscuro y prohibido coño. Cuando se calmó un poco, se echó a reír. Generalmente son las madres las que pillan a sus hijos cascándose alguna paja, y no a la inversa. Mientras Daniel reía en su habitación, Rosa lloraba en la suya. Estaba muerta de vergüenza. Notaba su cara roja, mojada por las lágrimas… Jamás podría volver a mirar a su hijo. Y jamás olvidaría su expresión cuando la miraba. Sus ojos clavados en su coño. Su boca ligeramente abierta, casi a punto de babear. Se maldijo a si misma por haber sido tan descuidada. Debería haber cerrado la puerta con llave. ¿Pero acaso no le había dicho Daniel que se iba a celebrar lo del aprobado con sus amigos? ¿Por qué había vuelto tan pronto? Se dio la vuelta, enterró su cara en la almohada y continuó llorando. Daniel limpió el suelo y se fue al salón a esperar a su madre. Después de todo, era un día feliz. Quería abrazarla y que lo felicitara por el aprobado. Pero su madre no salía de su cuarto. A los veinte minutos, no pudo más y se acercó. Toco en la cerrada puerta.

– Mamá, ¿Estás bien?

– Sí, contestó, seca.

– ¿Puedo pasar?

– No, déjame, por favor.Estuvo tentado de abrir, pero respetó el deseo de su madre.

– No pasa nada, mamá. Fue sólo… un accidente.

– Daniel, por favor, estoy muy avergonzada por lo de antes.

– Pero mamá. ¿Por qué te pillara haciéndote un dedito? Pero si es lo más natural del mundo, mujer.

Las palabras de su hijo, lejos de aliviarla, la avergonzaron aún más… – Por favor, déjame, dijo, al borde, nuevamente, del llanto.

– Está bien. Pero no puedes estar ahí encerrada para siempre. Tendrás que salir. Yo… yo sólo quería compartir contigo mi aprobado… por eso me vine antes de la fiesta. Se dio la vuelta y volvió al salón. A los pocos segundos oyó la puerta de su madre y luego, la vio aparecer. No lo miraba. Miraba al suelo. Daniel se levantó y se dirigió a ella. – Me dijiste que cuando llegara a casa me darías un fuerte abrazo. Rosa dio un paso hacia él y lo abrazó. Daniel notó la tensión en el cuerpo de su madre. Lo abrazó, pero como deseando no tocarlo. Daniel sí que la rodeó con sus brazos, con fuerza. – ¡Mamá! Que he aprobado, coño. Que he aprobado.

Era cierto. Su hijo había aprobado. Por un segundo se olvidó de lo que había pasado y lo abrazó con fuerza… – Felicidades, mi amor. Ya te dije que lo conseguirías.

Sus miradas se cruzaron. Ambos sonreían, hasta que rosa desvió la mirada hacia el suelo. No podía soportar mirarle a esos ojos, ojos que le había visto su parte más íntima, expuesta. Con suavidad, deshizo el abrazo.

– Soy tan feliz, mamá. Este verano me lo voy a pasar haciendo el ganso todo el día. Ya era hora, coño.

– Daniel, no hables así.

– ¿Así? ¿Cómo así?

– Diciendo esas… palabras mal sonantes.

Él se quedó un poco sorprendido. No es que hablase con muchos tacos, pero más de un ‘coño’ soltaba de vez en cuando y hasta ahora su madre nunca le había recriminado por ello. Entonces, comprendió.

– ¿Te refieres a… coño? ¿Es porque vi tu…?

– Daniel, por favor, jamás vuelvas a mencionar eso. Ya estoy bastante avergonzada.

– No pasa nada, mamá. De verdad.

– Sí, sí pasa. Un hijo no debería pillar a su madre haciéndose una paja, viviendo con su padre y durmiendo con este todas las noches… no es algo normal ¿no crees?

Daniel se dio cuenta de que su madre estaba a punto de llorar. Así que intentó zanjar el asunto.

– Olvidado. Por mí jamás pasó lo que pasó.

– Gracias. Voy a… preparar la comida.

Pero sí que pasó. Esa noche, en su cama, Daniel recordó todo lo que vio. Recordó las tetas de su madre, grandes y algo caídas bambolearse al ritmo de la paja que se hacía. Y sobre todo, recordó aquel oscuro coño abultado…enrome y brillante por los jugos de placer. Los gemidos ahogados. El rostro de placer en el orgasmo. Y mientras lo recordaba, su mano subía y bajaba a lo largo de su polla, hasta que entre contracciones, se corrió, llenando su pecho de largos goterones de caliente y espeso semen. Después, reposando su placer, se dio cuenta que había gozado pensando en su madre. Aunque a veces la había mirado, nunca había pensado realmente en ella como mujer, o sí, no lo tenía nada claro ya. Pero ahora, al haberla visto masturbarse, no se la quitaba de la cabeza. Aunque los dos lo intentaron, las cosas ya no fueron como antes. Rosa no podía mirar a la cara a su hijo. El recuerdo no se le borraba. Y Daniel no se sacaba de la cabeza aquella imagen. Su madre abierta de piernas y corriéndose. Todas sus fantasías masturbatorias, a partir de ese día, era con esa imagen. Pero eso eran sólo fantasías. No le gustaba como la relación con su madre se había resentido en los días posteriores. La notaba fría con él, distante. Intentó hablar con ella, pero siempre le decía lo mismo, que lo olvidara todo. Pero ella no olvidaba. Cada vez que intentaba mirarle a los ojos, recordaba la mirada de aquel día. Las cosas fueron a peor, hasta que un día, estando los dos solos, viendo la tele en el salón, Daniel decidió que todo tenía que acabar ya.

– Mamá, esto no puede seguir así.

– Te he dicho mil veces que no hay nada de qué hablar, Daniel, dijo Rosa, sin mirarlo.

– Coño, mamá. Ya está bien. Sí, te vi haciéndote una paja. ¿Y qué? Todos nos hacemos pajas ¡¿O acaso piensas que yo creo que mi madre no se corre follando?!

– Daniel, por el amor de dios. Déjalo ya ¡Y no hables así de tu madre!

– No, ya me cansé. Ya no me miras, no me hablas.

– Es que… me muero de vergüenza de pensar como estabas ahí parado viéndome.

Rosa fue a levantarse, para irse a su cuarto… – No. No te muevas, joder. Quédate quieta. Hablemos. El tono imperativo de su hijo la sorprendió. Se quedó quieta y se atrevió a mirarlo. Daniel se dio cuenta de lo sorprendida que se quedó su madre.

– Que te viera haciéndote… haciendo eso no cambia en nada mi opinión de ti, mintió rebozándose… – Tal vez la culpa fuera mía por quedarme allí y no darme media vuelta.

– Son cosas que un hijo no debería ver hacer a su madre, dijo bajado la mirada.

– Pero las vi, y no hay nada que podamos hacer. Bueno, sí, hay una cosa.

– ¿Cual? Preguntó, levantando la vista.

– Que veas tú lo mismo.

– ¿QUEEE?

– Que veas cómo me hago una paja. Estaríamos empatados

– Estás loco.

Sin más, Daniel se bajó la bragueta y se sacó la polla, aún no dura del todo. Su madre se quedó mirándolo, congelada, sin palabras. No se podía creer lo que estaba pasando. La mano de Daniel empezó a subir y bajar a lo largo del grueso tronco, y en pocos segundos la polla estaba en todo su esplendor, bien dura… en un acto reflejo se extrajo también los huevos por fuera para estar más cómodo y que estos se movieran al ritmo del vaivén…, eran dos bolas compactas dentro del escroto pegado a la base del cipote como una colmena de avispas. Miraba a su madre a los ojos, pero ella los tenía clavados en la polla. Rosa se quedó petrificada al ver el pollón del hijo, “creo que no podría cerrar la mano a su alrededor ni cubrirla con ambas manos…eso no es herencia de su padre”, pensaba la garante madre.

– ¿Ves? Es sólo una paja. Una simple paja. No pasa nada.

Durante un minuto más, Daniel siguió moviendo la mano, gimiendo de placer. La manera en que su madre lo miraba lo excitaba. Se colocó mejor y disfrutó de la masturbación. Ella le miró a los ojos.

– Ya está bien… Eres… eres un…

– ¿Un qué?

– Para ya, por favor. Deja de… tocarte.

– Ummmm mamá… vi cómo te corrías. Vi como tu coño se estremecía y mojaba tus dedos con tus jugos. Vi tu cuerpo tensarse por el placer… ahora sé mucho más de ti de lo que he sabido durante estos 19 años ¡Ahora sé que eres mujer antes que madre!

– Daniel… por favor… para… para, no digas barbaridades ¡Y guárdate esa polla!

– No… Tienes que verlo, mamá. Tienes que ver cómo me corro. Así… agggg estaremos en paz. Aceleró el ritmo de la paja hasta que se empezó a estremecer. – Ummm mamá… mamá… Rosa no contestó. Miraba la mano se Daniel subir y bajar a lo largo de aquella polla. No lo sabía, pero la miraba igual que él le miraba el coño aquel día. – Ya… ya… me corro… ahhhhh

Como a cámara lenta, Rosa vio como de la polla empezaban a saltar chorros, el primer chorro de semen describió un arco enorme, el segundo fue más grueso y cayó con una parábola de menos envergadura… caían sobre el pecho de Daniel, sobre su camiseta. Lo oía gemir. Lo veía tensarse. Fue un largo e intenso orgasmo. Cuando terminó, Daniel se quedó con una sonrisa en los labios, los ojos cerrados. Soltó la polla, que aún tenía pequeños espasmo.

Rosa la miraba, aún hipnotizada… – Ahora sí estamos en paz, mamá.

Levantó la vista y miró directamente a los ojos de su hijo. Aún no podía creerse lo que había pasado. Su propio hijo se había hecho una paja delante de ella tan alegremente como si fuera un acto heroico… “propio de un machito adolescente” interiorizó sin lograr expresárselo, y no por ganas. Ahora estaba, tumbado en el sofá, con la camiseta llena de semen, la polla aún palpitante saliendo por su bragueta y una sonrisa en la cara. Y ella, en vez de pararlo, en vez de haberse ido, se quedó allí, mirando. Hasta que al fin tuvo las fuerzas para ponerse de pie.

– Eres… eres un pervertido sin pudor ni respeto por las formas… ni por tu madre….

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Daniel ni se inmutó. Se quedó mirándola, con aquella sonrisa en los labios. Miró como su madre se daba la vuelta, pero tuvo tiempo de ver como sus pezones se marcaban claramente. Lo que no vio era como su madre cerraba los ojos al darle la espalda. Como suspiraba. Como sentía un tremendo calor entre las piernas. La vio alejarse y encerrarse en su cuarto. Se miró. Y se sorprendió de haber sido capaz de hacerlo. Reconoció que le encantó que su madre lo mirara. Y sintió un escalofrío a saber que ella se había puesto cachonda. Se dijo que seguramente había ido a su cuarto a hacerse una paja, pensando en él. En su polla. Se sintió muy bien. Se quitó la manchada camiseta y la dejó en el cesto de la ropa sucia. Pero Rosa no se estaba haciendo una paja. Estaba en la cama, llorando. Había llamado pervertido a su hijo, pero era ella la que fue sorprendida masturbándose. Era ella la que se quedó mirando como su hijo se corría. Y era ella la que sentía su coño palpitar, sus pezones dolerle bajo la blusa. Era ella la que deseaba meter su mano dentro de las bragas y frotarse hasta correrse una y otra vez. No lo hizo. La culpa era más fuerte. Se quedó en su dormitorio hasta que llegó su marido y no tuvo más remedio que salir. Si antes no podía mirar a Daniel a la cara, ahora, menos. Daniel se dio cuenta. Su plan no había salido como él esperaba. En vez de volver a unirlos, como antes, los separó aún más. Y le enseñó otra cosa. Que su voluntad había sido más fuerte que la de ella, y eso le gustaba. Quería volver a ver en su madre esa mirada. Quería más. Y lo iba a conseguir. Mientras cenaban, la miraba. Ella intentaba disimular, hacer como que todo era normal, pero cada vez que sus miradas se cruzaban fugazmente, él le sonreía, y ella sentía un escalofrío. La dejó tranquila un par de días, sin hacer más referencias al asunto, dándole confianza. Ella seguía igual, pero ya no le importaba. En su cabeza se formaban ideas, fantasías. Un día después, estaban de nuevo solos, dio su próximo movimiento. Rosa en la cocina, y Daniel fue para allí. Se sentó en una silla y miró a su madre obrar. Ella le daba la espalda y él le miraba el amplio y tentador culazo. ¿Cómo no se había fijado antes en el culo de su madre?

– Hola mamá, ¿Cómo estás?

– Bien.

– ¿Bien? Pensé que ahora que estamos ‘empatados’ te sentirías mejor.

– Daniel, por favor. Déjalo ya.

– No puedo, mamá. No dejo de pensar en ti. Desde que te vi haciéndote aquella estupenda paja no me quito tu coño de la cabeza. Cuando te dejé y fui a mi cuarto me hice yo también una buena paja y me corrí enseguida.

– Daniel, no sigas. Esto no puede ser. Por el amor de Dios. Soy tu madre.

– Sí, lo sé. Pero tu coño me tiene obsesionado. Tan oscuro y carnoso, tan… salvaje de labios enormes. Si supieras las veces que me la he cascado desde entonces.

Rosa se quedó quieta. Los dedos le temblaban. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo acabar con aquello? No había a nadie con quien hablar. Y Daniel no parecía dispuesto a dejarlo. Lentamente, se dio la vuelta, encarando a su hijo. Todo iba a terminar en ese momento. Le exigiría que la respetase. Que jamás volviera a hablarle así. Y que si no lo dejaba, hablaría con su padre. Pero cuando miró, Daniel tenía la tremenda polla en la mano que subía lentamente a los largo del duro tronco retirando pausadamente el prepucio para dejarla totalmente descapullada. Con la boca abierta, paralizada, miró la cara de Daniel. Éste sonreía sabiéndose el macho alfa ganador…, y en verdad comenzaba a tener la guerra ganada.

– ¿Qué… qué haces? ¿Estás loco?

– ¿Qué hago? Pues me hago una paja, mamá. Estoy muy cachondo. Y en vez de irme al baño a pelármela, me pone más hacerlo aquí. Me excita que me mires.

– Daniel… esto no está bien. Soy tu madre. Para.

Debería de haberse acercado a él y cruzarle la cara de un tortazo. Al menos, debería haberse ido. Pero se quedó allí, mirando como su hijo se tocaba la polla delante de ella.

– Mmmm, es sólo una pajita, mamá. Ya me hice una para ti ayer, y no pasó nada ¿No? Rosa no contestó. Siguió mirando la mano subir y bajar a lo largo de la polla. Sintió calor en sus mejillas, en su entrepierna. Y notó como los pezones se le endurecían quedando empitonados. – ¿Por qué no te haces tú también un dedito, mamá? Me encantaría volver a ver ese precioso coño tuyo.

Lo miró, abriendo los ojos. Estaba loco, eso estaba claro pensó ella… – ¡No, por Dios…!

– Mamá, ya lo he visto. Ya vi tus tetas. Vi tu cara de placer mientras te corrías. ¿No quieres correrte otra vez? Podríamos corrernos a la vez. ¿O es que no te pone cachonda mirarme la polla?

– No… Eres un…

– ¿Un qué? Tú eres una mentirosa. Desde que aquí veo como se te marcan los pezones. Deben de estar duritos como piedras. Seguro que ya tienes el coño mojado. ¿Tienes el coño mojado, mamá?

Lo tenía más que mojado. Lo sentía empapando las bragas. Pero no dijo nada. Se quedó mirando como Daniel aceleraba al movimiento de su mano, como entrecerraba los ojos por el placer que sentía.

– Agggg estoy casi a punto de correrme, mamá. Enséñame el coño, por favor. Es precioso, oscuro, gordo y tan exuberante… tan excitante ¡Vamos mamá no seas mala!

– Para Daniel… para ya… por… favor.

– Ummm no mamá… no…

– Esto es… horrible… para… no… me hagas esto.

Daniel dio un par de sacudidas más y llegó al punto sin retorno. El orgasmo nació y ya nada lo pararía. Se soltó la polla, que quedó mirando al techo, palpitando. Tensándose, la engañó.

– Está bien… mamá… ya… pa… ro.

Rosa pensó que Daniel había entrado en razón. Pero de repente, su polla dio un brinco sola y un largo y espeso chorro de semen salió disparado, cayendo luego sobre los pantalones. Otro espasmo y otro chorro salió disparado. Rosa no miraba la cara de intenso placer de su hijo al correrse sin tocarse. No podía apartar los ojos de aquella preciosa polla, que parecía un ser vivo. Se tensaba y escupía. Caía un poco, se volvía a tensar y volvía e lanzar más leche espesa y blanquecina. Fueron cinco o seis latigazos, cinco o seis manguerazos. Con el último espasmo, más débil, un reguerito de leche bajó desde la punta de polla hasta los huevos.

– Ummmm vaya… corrida, mamá. Me he puesto perdido, otra vez, le dijo, sonriendo.

Rosa no podía articular palabra. Estaba a punto de correrse. Sabía que si se movía los más mínimo, el más mínimo roce de sus bragas, la haría correrse delante de Daniel. Así que se quedó quieta, mirando la polla que tenía aún pequeños espasmos. Cuando por fin pudo reaccionar, sin decir una palabra, se marchó a su cuarto, cerró la puerta, apoyó la espalda contra ella, cerró con fuerza los muslos y estalló, cerrando con fuerza la boca para no gritar. Se quedó sin fuerza y lentamente fue cayendo hasta quedar sentada en el suelo.

Tocaron a su puerta. Se sobresaltó… – ¿Estás bien, mamá?

– Sí. Déjame.

– ¿No te estarás haciendo una pajita, verdad? No es justo. Déjame verlo.

– DANIEL!!! Déjalo ya.

– Está bien, está bien, dijo, alejándose.

Pero no estaba dispuesto a dejarlo. Quería más. Mucho más. Por ese día, la dejó tranquila. Se cambió de ropa y se fue a jugar un rato al ordenador. Durante la cena, Rosa estuvo a punto de hablar con su marido. Contarle todo lo que estaba pasando. ¿Pero cómo explicaría que había visto a su hijo masturbarse delante de ella dos veces y que no había hecho nada? Decidió callar. Daniel se aburriría y todo se olvidaría. Lo miró. Sus miradas se encontraron. Él le sonrió y Rosa comprendió que su hijo no se aburriría. Aun así, calló. Sus temores se confirmaron al día siguiente. En cuando su marido se fue, estaba sentada en su cama y apareció Daniel en su dormitorio. Su mirada fue fugazmente a su bragueta. Tenía la polla dura, formando un bulto en el pantalón de pijama. Él se dio cuenta donde miraba ella.

– Sí, mamá. Tengo la polla dura todas la mañanas. Pensando en ti. ¡Algo tendremos que hacer al respecto! Le susurró al oído a expensas de las atenciones de su padre.

– ¿Cuándo va a terminar esto, Daniel? Susurró con inquina al crápula de su hijo

Sin contestar, Daniel se bajó el pantalón y la polla saltó, libre, tiesa. Se la agarró y empezó una nueva paja. Estaba de pie. Se acercó a su madre y se sentó a su lado. Mirándola a los ojos, empezó a suspirar…desde el ventanal se veía como su padre se alejaba en el SUV blanco.

– Ummmm que rico, mamá. Cómo me gusta que me mires mientras me toco. ¿Y a ti? Te gusta, ¿Verdad? Te gusta mirarme mientras me toco la polla.

Rosa no dijo nada, Daniel estaba desmadrado y no sabía cómo parar toda aquella testosterona…, buen si lo sabía, por que como mujer experimentada, la testosterona solo se combate con feromonas y dejando que el macho descargue dentro de una. Sus pezones contestaron por ella, como dos pitones contra su blusa. Juntó los muslos, sintiendo como su piel se erizaba solo de pensar en sentir aquella verga recia dentro de su vagina desatendida.

– ¿Estás caliente, mamá? No lo niegues. Sé que estás cachonda. Te delatan tus pezones. Tus labios. El rubor de tus mejillas. Dímelo. Dime que estás cachonda.

– Daniel… no… No me hagas esto.

– No te hago nada. No te estoy tocando. Me toco yo solo. Aggg recordando ese precioso coñito tuyo, tan moreno, tan mojadito. Porque seguro que ahora lo tienes mojadito, ¿Verdad?

Rosa se calló, mordiéndose el labio inferior, mirando como de la punta de la polla de su hijo manaba un líquido transparente, reflejo de su gran excitación.

– Venga. Dime la verdad, mamá. ¿Estás cachonda? ¿Tienes el coño rezumando juguitos? DÍMELO, dímelo, dímelooo.

Ella no pudo más, y un apenas audible ‘sí’, salido de sus labios.

– ¿Qué? No te oigo. ¿Qué has dicho?

– Que sí malnacido… ¡¿Con qué derecho me haces esto?!

– ¿Que sí qué?

– Que sí estoy… cachonda joder…

– Ummm lo sabía… ¿Y el coño? ¿Cómo tienes el coño?

– Excitado. Mojado…Caliente como una perra.

– Enséñamelo mamá. Enséñame tu precioso coño.

– No… eso no.

– ¿Por qué no? Ya lo he visto. Necesito volver a verlo.

– No.

Daniel estaba cada vez más caliente. Bajaba el ritmo de la paja para no correrse aún.

– Está bien. Pero… al menos… tócate. Rosa lo miró, con los ojos abiertos. – Hazte una paja, como yo. Mira como me corro y yo miraré como tú te corres. Será fantástico compartir una corrida juntos. Deseaba tanto sentir placer. Pero su mente aún se resistía, luchaba. Daniel vio sus dudas, su lucha interior. Supo que solo le faltaba un empujoncito más… – Mamá, por favor… lo necesito. Necesito verte gozar, tu carita de placer. Hazlo ya, o me correré yo solo… Agggg… mamá… hazlo. HAZLO!

Su mano se movió sola. Se metió por debajo de su pantaloncito, por debajo de su braga, y sus dedos acariciaron su encharcado coño.

– ¡Aggggg mmm!

– Sí, sí, eso es. Así. Tócate. Mira mi polla, que está a punto de correrse ¡Disfrútala!

Daniel hubiese deseado verlo. Ver los dedos acariciar aquel coño moreno. Pero ver el bulto que formaba la mano de su madre debajo del pantalón de pijama, ver como se movía, oírla gemir, y sobre todo, ver otra vez aquella expresión de placer en su cara, era casi igual. Su orgasmo se desató y todo su cuerpo se tensó.

– Mamá… me… corrooo mira como me… corroooo

Esta vez no se corrió solo. En cuanto Rosa vio el primer chorro de leche salir disparado con fuerza en dirección a ella, estalló notando el impacto calado del semen de su hijo sobre sus tetas y barriga sobre el pijama, también le impregno el escote el segundo chorro. Al unísono los dos cuerpos se tensaban gozando de aquel intenso placer que recorría sus cuerpos. El coño de la mujer se estremecía a la vez que la polla eyaculaba sobre ella…, ambos sexos soltando jugos de placer. No pareciera que le hubiese disgustado que aquel semental la rociase de esperma, todo al contrario, le excito y la enredó de morbo. Después, se quedaron lacios, sin fuerzas. Las respiraciones agitadas. Se miraron a los ojos. Daniel sonrió. Y Rosa, después de varios días, también sonrió.

– La próxima vez mejor nos desnudamos, que no hago más que manchar la ropa.

– Sí, será lo mejor, porque mira como me has dejado a mí también…me ahorrarás mucho trabajo de lavadora, añadió su madre. – Tu polla parece una manga eyaculando.

Daniel se dijo que había ganado. Ella no dijo que no habría próxima vez, que todo había sido un error. Nada. Sólo se quedó mirándole, con la mano aún dentro de las bragas.

– Voy a cambiarme y te aconsejo que tú también lo hagas, dijo Daniel saliendo del cuarto.

Dejó la ropa manchada en la lavadora, mientras su madre se quedaba en la cama embadurnada aún. Lo oyó gritarle que se iba a dar una vuelta con los amigos y luego, la puerta principal cerrarse. La mano de Rosa continuaba en donde la había dejado. Su coño continuaba mojado. Se recostó en la cama y se masturbó otra vez, lentamente, cerrando los ojos y saboreando el semen de su hijo…rechupeteaba el dedo y hasta lo mamaba en plena ensoñación. En su mente sólo había una cosa… La polla de Daniel. Aquella preciosa polla, dura, desafiante, corriéndose en ingentes cantidades de lefa espesa. Revivía una y otra vez el momento en que Daniel había dejado de pajearse y de repente su polla empezó a correrse sola. Aquellos espasmos, como se movía, escupiendo toda aquella ingente cantidad de leche. Se corrió, gritando, sabiéndose sola en la casa… después, le entró el remordimiento de lo que había hecho.

Era algo que se suponía que no debía pasar entre madre e hijo. A su cabeza acudieron toda clase acusaciones, de culpas. Pero también de escusas. Recordó, sin saber porqué, que Clinton se había escudado en que lo de la Lewinsky no había sido sexo. Y se dijo que lo suyo tampoco. Sólo era masturbación. No se habían tocado el uno al otro. Sólo se habían mirado. Así sería siempre. Si volvía a pasar, y sabía que volvería a pasar, sólo se mirarían. Eso no era sexo. Y pasó. A diario. En cuanto estaban solos, Daniel empezaba a tocarse. Se miraban. Como había dicho, ahora se quitaba la camisa que llevara y se bajaba o quitaba los pantalones. Rosa no. Ella sólo metía una mano por dentro de sus bragas y se frotaba. Aguantaba hasta que notaba como Daniel se tensaba y entonces se corría mirando como la polla escupía leche en grandes y potentes chorros, que caían sobre el pecho y los muslos del muchacho, pero de pronto vio el chorro acercase hacia ella bañándola de esperma, como a cámara lenta el ojo de su glande escupía lefa quedando la imagen del chorro en parada infinita alcanzado el orgasmo. Se quedó traspuesta sobre la cama oliendo a sexo. En los siguientes días Daniel continuó insistiendo siempre con lo mismo… “que le enseñara el coño, que se moría de ganas de volver a verlo”. Rosa se negaba. Decía que estaba bien así. Que así podían seguir haciéndolo. El chico con 19 años podía pasar por un crío de 5 con sus incansables y monótonas peticiones…sabía que tarde o temprano el muro caería a fuerza de pequeños empujones, solo era cuestión de persistencia.

– Venga mamá. Que ya te lo he visto, y tú me ves a mí la polla en todo su esplendor.

– Que no, Daniel. No insistas.

– Jooo, al menos abre bien las piernas, para que vea como te tocas por debajo de las bragas.

– Ummm, no seas pesado… y córrete ya.

– ¿Te gusta ver cómo me corro?

– Ummm, sí, me gusta ¡Como tú dijiste, soy mujer antes que madre! ¡Me gustan las pollas! Y velas eyacular me pone muy cachonda…. ¡La tuya es preciosa!

– Gracias mamá, a mí también me gusta verte correr. Pero sería mejor aún si viera ese precioso coñito tuyo soltar jugos ¡Me encantaría ver cómo te tocas el clítoris!

A los pocos segundos, los dos se corrían entre espasmos y suspiros de placer. Las negativas no hacían que Daniel dejara de insistir. A los pocos días, consiguió que su madre, al fin, abriera bien sus piernas. Ahora sólo la fina tela de las bragas impedía que pudiese ver los dedos recorrer la mojada hendidura, clavarse en el coño y mojarse con los jugos. Cuando las bragas eran de satén, se veía perfectamente la mancha de humedad.

– Ummmm mamá, hoy estás bien mojadita. Tienes las bragas mojadas. ¿Estás muy cachonda? Te has corrido como te mereces, pero aun puedes hacer mucho más por mí.

– Aggggg, sí, estoy muy cachonda nene, respondió, metiendo la mano por dentro de las bragas y pasándose dos dedos a la largo de la raja, hasta llegar a su clítoris.

– ¿Por qué mamá? ¿Tenías ganas de verme la polla?

– Sí, claro que sí. Es una polla preciosa…, con la curva, grosor y dureza que me gusta.

Era verdad. Pero no toda la verdad. Ese día estaba especialmente cachonda porque por la mañana su marido se la había follado antes de irse a trabajar y, como casi siempre, él se corrió antes de que ella lo hiciese… un polvo rápido antes de irse a trabajas, dejándola sobre la cama, ardiendo con más ganas de verga. Si en ese momento tras la marcha de su esposo, su hijo hubiese entrado en la habitación, no hubiera puesto impedimento a que se la follase a pelo hasta que la dejase bien satisfecha…, pero eso no ocurrió. Se levantó de su cama en busca del aseo, pero en realidad su mente esperaba una oportunidad de entrar en el cuarto de su hijo, la puerta entornada le solicitó que la empujase y así lo hizo, se encontró a Dani despatarrado, se subió en la cama como una gata y le sobó la polla sobre los calzoncillos…, el chico despertó con una sonrisa. No dudó en engarfiar el elástico del bóxer y despojarlo de la prenda, aquella polla semi inconsciente empezó a tomar vida en las manos expertas de Rosa, se la meneaba con suavidad adquiriendo cada vez mayor rigidez. Le abrió las piernas para situar su culo entre ellas franqueado por las rodillas de su hijo y sin más dilación se empezó a tocar el coño apartando a un lado las bragas. Frente a frente ambos sexos excitados eran tratados como se merecía…ella necesitaba una compensación, abierta de piernas, se hacía una paja mirando como su hijo se meneaba la polla. Con el coño lleno aún de la leche marital frotaba con fruición en duras pasadas sobre el clítoris, gimiendo cada vez más fuerte…, miraba a su hijo como blandía su estaca bajando y subiendo el prepucio, era demasiado y no pudo aguantar a que Daniel llegase a correrse…estalló en un fuerte orgasmo que mojó aún más las bragas. Después de la fabulosa corrida, seguía caliente. Daniel lo notó, y lo aprovechó. Consiguió que ella se tocara las tetas con la otra mano, sobre la blusa, se pellizcara los pezones. Era como aquel día en que la pilló, solo que ahora estaba vestida y en la silla de la cocina. Sin embargo, la imagen era igual de caliente. Cuando él se corrió, Rosa volvió a correrse, con él.

Se miraron, sonriendo y respirando agitadamente… – Enséñamelo.

– Eres un pesado.

– Enséñame el coño, sé que lo estás deseando tanto como yo.

CONTINÚA….