Obsesionada con su polla

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Acostumbrados a experiencias inolvidables nuestras tres últimas aventuras (podéis verlas a través del perfil) en el ambiente liberal nos habían sabido a poco, especialmente a mi mujer. Nuestro sexo a solas era estupendo, como siempre, pero estaba claro que R quería sacarse la espinita.

– ¿Y si volvemos a quedar con J? – me dijo estando los dos desnudos en la cama tras una sesión intensa de sexo.

J era el semental con el que más había disfrutado y con el que más lejos se había atrevido a llegar habiendo repetido con él varias veces. Un poco más joven que nosotros tenía mucho en común con mi mujer. Además era educado y amable y se gastaba un buen rabo que volvía loca a mi esposa. Era lógico que pensase en él para nuestro siguiente encuentro.

Accedí. Quedamos con él pero en esta ocasión en un local que todavía no conocíamos, fuera de nuestra ciudad. Mi esposa se había preparado especialmente para que esa noche fuese inolvidable. Llevaba un vestido plateado que se ajustaba a su cuerpo y que J devoró con los ojos en cuanto la vio. El establecimiento tenía dos plantas. En una estaba la zona de bar con taburetes altos en la barra y unos sofás, y separada por una tela otra zona de sofás en penumbra y una zona de cuarto oscuro. En una segunda planta había aseos, vestuarios, una habitación que se podía cerrar y un espacio abierto con un tatami y un columpio.

Mientras tomábamos nuestras consumiciones de pie junto a la barra estuvimos charlando evitando por nuestro lado dar demasiados detalles de nuestra vida personal, como hacíamos siempre. Al cabo de un rato decidimos seguir la conversación sentados cómodamente en los sofás en la zona de penumbra, que parecía más íntima. Los sofás eran amplios así que los tres cabíamos sentados perfectamente, con mi esposa en medio de los dos. Sin embargo entre la música y la semioscuridad fui perdiendo el hilo de la conversación que acabó siendo únicamente entre ellos dos. Yo aproveché para mirar a mi alrededor donde había varias parejas en los sofás, algunas de las mujeres ligeras de ropa.

Vi que en el sofá justo enfrente de nosotros estaba una pareja. Él totalmente vestido, ella sólo con lencería. Hablaban y al cabo de un rato vi cómo ella se arrodillaba en el suelo entre sus piernas de espaldas a mí. Me dio la impresión que le estaba abriendo la bragueta. Poco después la impresión quedó confirmada cuando la mujer empezó a subir y bajar la cabeza en lo que claramente parecía una mamada. Me dio un morbo enorme ver aquella felación en directo. Estando en locales liberales ya había asistido presencialmente a relaciones sexuales, pero esto era distinto. Era como si el hecho de que no estuviesen completamente desnudos le otorgase un extra de perversión al acto.

Con la polla dura me volví hacia mi esposa y nuestro invitado. No sé cuánto tiempo llevaba observando a aquella pareja pero R y J ya no estaban hablando. Él la acariciaba por encima de la ropa, inclinado sobre ella, y la besaba en los labios. Mi mujer le correspondía y él pasó a besar su cuello, a acariciar su hombro y a bajar la manga de su vestido para tocar sus tetas, sacárselas de las copas del sujetador y besarlas.

Excitado extendí mi mano y acaricié los muslos de mi esposa por debajo de los pliegues de su falda. R abrió los ojos para mirarme con ese brillo de lujuria que tiene cuando está realmente cachonda. Me sonrió sin decir nada y sin perder el tiempo y reclinada como estaba en el sofá su mano palpó el pantalón de J hasta encontrar su polla. Sin mirar y con una habilidad que no le conocía desabotonó el pantalón y extrajo la polla de su encierro empezando a masturbarla. El hombre gemía semiechado en el sofá con la polla cada vez más dura mientras mi mujer se la meneaba delante de cualquiera que pudiera verlo.

“No se atreverá”, pensé cada vez más excitado. Mi esposa dejó de menearle la polla y se inclinó sobre ella para llevársela a la boca. Los gemidos de J aumentaron mientras mi mujer se la comía a pelo con glotonería totalmente desatada. Yo seguía acariciando su muslo mecánicamente, absorto en el espectáculo que R estaba dando los dos allí vestidos, sólo una polla fuera de un pantalón, una mano que la sujeta y unos labios que la chupan. Nunca me había sentido tan excitado como en aquel momento.

Mi mujer cesó su felación y se apartó de él. Vi aquel pollón durísimo. Ella me miró con ojos vidriosos de excitación y me dio un beso con lengua, esa misma lengua que hasta un momento antes había estado trabajando la polla de aquel tipo.

– ¿Nos vamos al reservado? – nos preguntó mi esposa.

Aceptamos, fuimos a la habitación y la cerramos. Tanto J como yo empezamos a desnudarnos pero nuestro invitado pidió a mi mujer que se dejase puesto sólo el vestido. Ella accedió y mientras ella le comía la polla de nuevo yo le quité el sujetador como pude. Cuando lo conseguí R se echó en la cama y mientras yo le quitaba las braguitas ella seguía comiéndole la polla y los huevos con ganas. No tardó mucho él en ponerla a cuatro patas todavía con el vestido puesto, levantarle la falda, ponerse un preservativo y follársela. Mi mujer gemía de gusto al volver a sentir dentro de ella aquel pollón. En esa posición follaron a un ritmo muy alto un buen rato.

– ¡Vaya culo que tienes! – le decía J mientras lo apretaba, amasaba y azotaba de vez en cuando.

Los sonidos sexuales dentro de la habitación empezaron a ser acompañados por gemidos fuera de ella. Imaginé que una o más parejas estaban follando en el espacio abierto que había fuera.

Mi mujer se corrió ruidosamente y su amante bajó el ritmo y la acarició.

– R tiene ganas de que la folles en una postura en la que se la follaba un antiguo novio – le dije a J.

Era verdad, mi esposa me había confesado que un ex-novio se la follaba en una posición que conmigo no podía conseguir porque no estaba lo suficientemente dotado. Pero que con J sí.

R me miró todavía con el vestido puesto y con la cara roja.

– ¿Qué posición es? – preguntó J con curiosidad.

– Yo me echaba boca abajo, totalmente estirada con las piernas juntas, y él se colocaba encima de mí y me penetraba en esa posición – confesó un poco avergonzada.

J no dijo nada más y R tampoco disfrutando todavía de los últimos coletazos del orgasmo. Cuando se recuperó un poco mi mujer se volvió hacia él, empezó a besar su cuerpo y terminó sacándose las tetas del vestido y haciéndole una cubana.

– ¿Te acuerdas de la primera vez que me hiciste una cubana? – le preguntó J.

– Sí, claro que sí – contestó mi esposa.

Como si ese breve intercambio hubiese incrementado su calentura mi mujer le hizo echarse en la cama y otra vez desatada empezó a comerle de nuevo la polla a pelo.

– A R le gusta mucho tu polla. Me lo ha dicho muchas veces – le dije a J.

– ¿Es eso verdad? – le preguntó.

– Sí, me encanta – respondió mi mujer con la boca llena de aquel pollón.

– Venga, dile por qué te gusta tanto – animé a mi esposa.

– Porque es muy grande – contestó sacándosela por un momento de la boca y volviéndola a meter a continuación.

Al escuchar esto J cogió a mi mujer del pelo y la empujó obligándola a meterse todavía más polla en su boca. A esas alturas estaba tan encendida que de repente se apartó, se quitó el vestido por completo y tras colocarle otro preservativo empezó a cabalgarlo ya totalmente desnuda. Así estuvieron un buen rato hasta que él se incorporó, la echó boca arriba y se la folló en estilo misionero. Unos minutos más tarde cambiaron de postura y la puso otra vez a cuatro patas y volvió a follarla pero esta vez la fue obligando a echarse completamente, juntando sus piernas. Cuando estaba completamente estirada en la cama, la cogió de las muñecas llevándolas a su espalda y tirándola del pelo la folló duramente en esa postura cumpliendo el deseo de mi mujer de que se la follase como lo hacía aquel antiguo novio. Así se volvió a correr mi mujer entre alaridos.

Tras esto R se acordó de mí y buscó mi polla para compensarme, metiéndosela en la boca inclinada sobre mí. J aprovechó para situarse detrás de ella y volver a follarla a cuatro patas con tanta fuerza que al poco mi mujer era incapaz de mantener mi polla en su boca y empezó otra vez a gemir muy alto. Los empellones eran tan fuertes que acabó echada encima de mí corriéndose de nuevo con el pollón de J dentro de ella. Nuestro invitado todavía no se había corrido.

Descansamos un rato y charlamos, sobre todo ellos, porque como ya dije comparten temas comunes y yo me sentí un poco aburrido mientras escuchaba la sinfonía de gemidos que seguía fuera de la habitación. Quien fuese que estuviese fuera también lo estaba disfrutando mucho. Finalmente J salió de la habitación para ir al aseo. Por primera vez desde que entramos en el local mi mujer y yo estábamos solos. Ella se acercó a mí y volvió a comerme la polla. La mamada duró lo que tardó J en volver a la habitación, encontrarla de nuevo a cuatro patas, y follársela otra vez por detrás, otra vez con tanta fuerza que tuvo que dejar mi polla para concentrarse en su placer corriéndose ruidosamente tirada encima de mí. Los dos acabaron echados, él boca arriba y ella reposando su cabeza en su pecho mientras permitía que J jugara con sus pechos y ella le acariciaba con la mano. Era como si estuviesen solos disfrutando del momento post-coito aunque de los tres que allí estábamos sólo ella se hubiese corrido y varias veces.

Despertando de su ensoñación mi mujer se dirigió hacia mí que estaba sentado apoyado en la pared, observándolos.

– Ahora me voy a dedicar a ti – me dijo mi esposa montándome.

Nos besamos y mientras ella subía y bajaba clavada en mi polla yo acariciaba sus pechos con suavidad. Ella gemía con los ojos cerrados y su amante nos miraba en silencio.

– J, ven y métele la polla en la boca – le dije.

Sentí una fuerte contracción en el coño de mi mujer y un gemido más fuerte saliendo de ella cuando escuchó estas palabras. Sin responder nuestro invitado se puso a nuestro lado de pie y ella se lanzó sobre su rabo que rápidamente se puso durísimo. Mientras no paraba de botar sobre mi polla mi mujer se dedicó a trabajar con todo esmero aquel pollón que tanto placer le había dado. Utilizando la boca, la lengua, una mano, las dos, manos y boca a la vez, lametones a su polla y sus huevos, miradas de puta viciosa… todo lo estaba contemplando en primer plano. Mi excitación se desbordó.

– ¡Me corro! – exclamé.

Desde que habíamos empezado en el ambiente liberal habíamos tomado por costumbre que llegado ese punto mi mujer se salía de mí, bajaba hasta mi polla y se la metía en la boca, y era allí donde me corría, tragándose mi semen continuación. Por primera vez no fue así. R se limitó a sacar la polla de su interior mientras seguía comiéndose a pelo aquel pollón ignorándome totalmente. Mi corrida acabó encima de mi vientre. Fue un sentimiento extraño. Por un lado me excitaba muchísimo pensar hasta qué punto estaba entregada al sexo con aquel tío para haber pasado de mí así. Por otro ese misma idea me enfadaba. Pero no dije nada.

Ellos siguieron un rato más así, él de pie, ella de rodillas mamándosela. Yo echado junto a ellos viéndolo todo en primer plano.

– ¿Puedo correrme encima de ti? – le pidió J. No era la primera vez que se corría en el cuerpo o en la cara de mi mujer.

– Sí – le contestó sin preguntarme -, ¿dónde quieres correrte?

– En tu cara – contestó J.

Y en esa misma postura, él de pie y ella de rodillas, mi esposa recibió en su cara, cuello y tetas la corrida de J. La velada había terminado. Después de aquello nos aseamos, nos vestimos y nos fuimos a tomar una copa en la zona del bar, despidiéndonos después. Volviendo a casa mi mujer me contó lo mucho que había disfrutado y me dijo que quería volver a quedar con él. La noche no había tenido nada que ver con las anteriores.

Accedí. Y al llegar a casa volví a follarla.