Odio a mi hermana desde pequeños, pero se puso demasiado buena y sobre todas las cosas muy cachonda y deseable
Ainhoa está molesta. Siempre ha tenido su cuarto para ella sola pero ahora, las circunstancias familiares han cambiado y tendrá que compartirla con el inútil de su hermano pequeño.
L: No es mi culpa que la yaya esté enferma.
A: Me da igual. Esta es mi habitación y aquí mando yo.
L: Pero deja algo de espacio para mis cosas. !Que no me dejas traer nada!
A: Tú no tienes que acomodarte demasiado, que esto será temporal.
Leo no lo lleva nada bien. Su abuela ha tenido una recaída enfermiza y, por el momento, no puede vivir sola. La vieja le ha usurpado el cuarto y el chico, acogido hostilmente por su hermana, se siente completamente desubicado.
L: Al menos deberíamos de haber hecho un sorteo Ainhoa.
A: Papá y mamá comprenden que para mí sería más difícil. Tengo más cosas.
L: No. Solo es porque yo soy el pequeño.
A: No. Es porque yo soy la preferida. A ti nadie te quiere porque eres adoptado.
A veces desearía serlo. No soporta compartir lazos sanguíneos con esa ramera despiadada y tampoco está muy satisfecho con el trato que recibe de sus padres. Está en una edad difícil, llena de inseguridades, cambios, expectativas… Leo nunca ha sido popular; ni en el colegio, ni en el instituto; pero es ahora cuando sus carencias toman más relieve.
L: ¿Por qué no dejas el móvil de una vez?. No puedo dormir.
A: Shhht. ¿Qué te he dicho? Te aguantas.
L: Pues al menos no te rías.
Es casi media noche y mañana toca madrugar. Leo nunca ha tenido el sueño fácil y en esta, su primera noche en tierra enemiga, todavía le costará más. En circunstancias normales suele hacerse unas cuantas pajas pero, en el escenario actual, esta es una alternativa descartada.
Se siente despreciable al desear la muerte de su propia abuela pero es que… quien sabe cuánto tiempo podría prolongarse este despropósito.
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Sentado en las gradas, cobijado en la sombra que proyectan los vestidores, Leo goza en solitario de los últimos minutos de recreo matinal. El silencio que siempre le acompaña se ve profanado por la llegada de Raúl, con sus peculiares pasos obesos. Es el único engendro más desdichado que él en la jerarquía de su clase. No en vano, concentra muchos de los defectos propios de un nerd: sobrepeso, gafas, mala pronunciación, baja estatura, las pecas propias de un pelirrojo, rizos aberrantes… Sacar buenas notas no le ayuda a obtener el más mínimo respeto de sus compañeros.
R: ¿Quién gana?
L: No sé. No miro el partido. Solo miro a las chicas.
R: Lo zé, lo zé. Pero una coza no quita la otra.
L: Carla está buena. Me pone.
R: Hablando de tiaz buenaz. Tu hermana eztá que cruje.
L: ¿Pero qué dices? Estás enfermo.
R: Tienen un perfil en Faze. Ella y zuz amigaz.
L: Ya lo sé. Todo el mundo tiene un perfil.
R: Noooo. Me refiero a un perfil oculto. Un perfil de guarronaz.
L: ¿De qué hablas? ¿Ella y quién más?
R: Todaz tienen un perfil perzonal. Laz de zu pandilla ze apellidan Jagger.
L: ¿Amanda Jagguer? ¿Monica Jagguer? ¿Isabel Jagguer?… ¿Ainhoa Jagguer?
R: Zí. Ez zu alter ego. Me enterado de cazualidad. Ya te contaré. Zalen fotoz muy cachondaz de todaz, zobre todo de tu hermana. Vamoz a claze que llegamoz tarde.
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Después de clase, Ainhoa siempre se queda un buen rato con sus amigas en el parque, al lado del instituto. Los chicos suelen organizar partidos improvisados de futbol. En cambio, las chicas permanecen en su ubicación habitual, dándole a la sinhueso, como de costumbre.
Amanda: Mírale. Rompe con todo. No sabes qué envidia me das Ainhoa.
Mónica: Ya te digo. Quien pillara a ese jamelgo.
Ainhoa: Está claro que la chica más guapa del insti merece estar con el mejor chico.
Isabel: ¿No me lo cambias por mi Víctor? Me tiene harta ya.
Mónica: !Otro más! ¿Cuánto van ya? ¿Seis a cero? !Somantapalos!.
Ainhoa: El quinto de mi novio ¿Eh?
Isabel: Bueno. Eso es porque Oscar no para de darle buenos pases.
Amanda: ¿Y qué me dices de las paradas de mi chico? !Que no pasa ni una!
Ha faltado poco. Mientras la conversación cambia de rumbo, Ainhoa siente como la tentación de hablar más de la cuenta se disipa. Quisiera contarles a sus amigas lo de su novio, pero entonces, su envidia se tornaría mofa y su trono en el club de las más guapas se vería en tela de juicio.
Rafa es gay; o eso o tiene grabes problemas de disfunción eréctil. Él nunca lo ha admitido pero, después de unos meses de relación, todavía es hora de que se le ponga dura. Sus argumentos son variados. El estrés por la separación de sus padres, los exámenes, los anabolizantes del gimnasio.
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Leo se ha hecho una cuenta falsa para infiltrarse e indagar en el pernicioso perfil de su hermana. Quiere tener acceso a todas las desvergonzadas fotos que habiten en su muro. Ella no ha tardado en aceptar a Tomás Valiente; un apuesto joven que juega en el filial del equipo de Fuerte Castillo. Ni siquiera ha tenido que mediar palabra con ella. Esa zorra es tan exhibicionista que colecciona casi cinco mil seguidores babosos.
Por la tarde, sentado en el sofá del comedor, el chico usa la tablet para inspeccionar, una por una, todas las imágenes que ha logrado encontrar. Su idea inicial era la de buscar material con el que extorsionar a su hermana frente a la autoridad paterna, pero a estas alturas… Está palote como nunca.
Los malos sentimientos que alberga por ella nunca le habían permitido mirarla con esos ojos, pero sus calenturientas hormonas adolescentes no atienden a razones y su química cerebral está que arde.
Cada una de esas imágenes roza la censura. Ainhoa tiene bien aprendidas las normas de esa red social. Esos límites resultan estériles a la hora de contener su descaro y no le impiden lucir su sensualidad en cada poses.
>> «No lo puedo creer. !Pero que tetas tiene!. No puede ser. Eso tiene que ser Photoshop. ¿Y ese culazo?…»
Apenas unos pocos tocamientos superficiales son suficientes para que Leo se corra inesperadamente, sin siquiera liberar su miembro: Sorpresa, desahogo, enajenación, vergüenza, arrepentimiento… No esperaba desbordarse así. No tiene el más mínimo control sobre su propio cuerpo. Ese esperma no solo ha manchado su ropa, también ha manchado su orgullo.
-¿Estás bien Alberto?- pregunta la abuela desde su discreta presencia.
>> «!!Dios!! !Ni siquiera me acordaba de que estaba ahí!»
-Soy… Leo yaya- con condicionad pronuncia, recuperándose de su derroche testicular.
Esa vieja no habla, no se mueve y la mayor parte del tiempo está dormida. Hace un rato se había quedado frita mirando el trepidante capítulo de la señora Flecher y Leo, sumido en su propia lujuria incestuosa, había olvidado por completo que no estaba solo. Avergonzado, intenta calibrar la notoriedad de su orgasmo.
Puede que esa anciana se haya despertado con ese tímido gemido incontenible pero, en el peor de los casos, puede ser que llevara minutos observándole y que haya sabido interpretar sus tendenciosas posturas y consiguientes tocamientos. Aunque sus manos no se hayan adentrado por debajo de su ropa, cualquier persona mínimamente lúcida hubiera podido interpretar lo que le ocurría a ese chico.
Un disparo suena desde el televisor llamando la atención de la abuela, que ya no devuelve la mirada hacia su nieto. Leo se siente aliviado aunque no tiene nada claro el hermetismo de su discreción. Cautelosamente, se levanta y abandona el salón en busca de ropa de repuesto. Se encierra en el lavabo y procede a remediar ese estropicio biológico.
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Los Duarte llevan casi toda la vida viviendo en ese piso de la zona sur de Fuerte Castillo. Son gente humilde que ha sabido abrirse paso en la vida con esfuerzo y trabajo duro.
Alberto es el cabeza de familia. Tiene tres trabajos: una tienda de pizzas, una agencia de traslados y una serie de subcontrataciones para el ayuntamiento. Es un hombre rudo, pero tiene un lado afable que solo ve la luz cuando llega a casa. Tiene algo de sobrepeso, barba, gafas y algunos problemas de espalda de tanto cargar muebles de un sitio a otro. Suele vestir camisas de cuadros y ropa de corte bastante clásico. Como mucho se pone unos tejanos para sus tareas más tediosas.
Mary siempre ha asumido el rol de complementar a su marido en los temas laborales y nunca ha permitido que nadie la ningunee por ello. Lleva la contabilidad de sus empresas y, lo que es más importante, se encarga de todas las tareas del hogar. También tiene algunos kilos de más pero esas cosas no le quitan el sueño. Le preocupan más sus hijos: están en una etapa difícil.
Ainhoa y Leo nunca se llevaron demasiado bien, pero últimamente están que trinan y la inoportuna llegada de la abuela no ha hecho más que empeorar las cosas. Todo les parece injusto. No paran de pedir y protestar por cualquier cosa y no hacen más que poner malas caras y hacerse las víctimas; pero en fin: es ley de vida. Es la edad del pavo.
En cuando su solicitud sea aprobada, podrán ingresar a Remedios en una residencia para ancianos y las cosas en casa serán algo más llevaderas.
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El final de curso está a la vuelta de la esquina y los chicos pronto podrán disfrutar de unas merecidas vacaciones. Leo no. El tendrá que repasar para la reválida de setiembre. Es una calamidad estudiantil. Jamás presta atención y nunca hace los deberes. Lo único que se le da bien es la educación física, aunque su manejo del balón deja mucho que desear.
Llegada la hora de cenar, el chico deja de fingir que estudia y se dispone a saciar su apetito. Se apresura a poner la mesa él solo, pues no tiene ganas de discutir a quien le toca. Siempre pierde esas discusiones con su hermana. Por mucha razón que lleve, esa sabandija siempre termina por salirse con la suya.
Alberto: Ainhoa deja el móvil. Ya sabes que en la mesa no se puede.
Ainhoa: Ay papá, déjame. No seas tan pesado.
Alberto: No quiero tener que levantarme a quitártelo. Me oyes cariño.
Mari: ¿Que se cuenta Rafa? ¿Todavía estáis tan enamorados?
La chica mira a su madre con una expresión inerte de apatía. No piensa contestar a eso. Se termina la su salchicha untada en puré de patatas mientras coge el mando y cambia de canal.
-¿Y tú que miras?- le pregunta violentamente a su hermano.
-Nada- contesta él un poco intimidado.
-Pues deja de mirarme de una vez. Que hacer rato que me haces sentir rara-
El chico intenta actuar con disimulo pero sus interrogantes le inquietan demasiado.
L: Ainhoa, ¿Tú conoces alguien que sepa mucho de Photoshop?
A: Pues… no sé. Lo normal. Creo que el que más sabe es tu amigo zanahorio.
L: Entonces ¿Nunca te han retocado en una foto?
Leo lleva puesta una máscara de frialdad pero sus palabras traen cierta carga malévola. Su hermana le mira incrédula. No alcanza a comprender si ese tono trae consigo alguna amenaza, alguna insinuación inapropiada o simplemente es una ocurrencia anecdótica.
-Claro que no. Soy perfecta. No necesito la más mínima mejora- responde altiva.
-Buenobuenbueno. El teléfono que te regalé por tu cumpleaños tiene parte de mérito en las fotos que os sacáis- dice papá con un tono desenfadado.
-¿Es que habéis visto muchas fotos de Ainhoa?- certificando sus malas intenciones.
-!Ay Ainhoa!- exclama mamá -!Estate quieta con el mando!-
La chica está nerviosa por la deriva de esa conversación y expresaba su inquietud cambiando frenéticamente de canal. El reproche de su madre le ha hecho soltar el mando como si quemara, dejando sintonizado el programa más aburrido del peor canal.
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Ainhoa se despierta por los gemidos de Leo. Se incorpora disgustada cargando sus cuerdas vocales con un grito de resentimiento pero se detiene. Esta vez no es como las otras. No son sus irritantes ronquidos. No es el sonido de esa destartalada cama. Esta vez es algo mucho más inquietante.
El chico parece estar teniendo una pesadilla pero sus gimoteos no están asustados. Pronuncia el nombre de su hermana de un modo demasiado sugerente. La luz de la luna llena se cuela por la ventana, iluminando sutilmente esa estampa indecente. Ainhoa se sobrecoge al contemplar cómo esas finas sábanas azules se deforman bochornosamente por el brote de una protuberancia.
Una delatadora mancha oscura no tarda en aparecer en la cúspide de ese vergonzoso volcán celeste. Con el pulso algo acelerado, la chica se tumba y simula su somnolencia, consciente de que una emoción tan intensa puede despertar a cualquiera.
>> «No, otra vez no. ¿Pero qué? Noo. Nooooh. Eso sí que nooh»
Leo se va alarmando a medida que toma conciencia de lo que acaba de ocurrir. No solo ha tenido otro de sus accidentes nocturnos, sino que encima estaba soñando con su propia hermana mientras duerme en su habitación. Tras unos instantes de quietud, escucha la profunda respiración de Ainhoa que, aunque fingida, logra convencerle de su inconsciencia. Con sumo cuidado, se levanta para remediar su pringosa situación.
La fraternal testigo se ríe en silencio, entreabriendo sus ojos, mientras observa como el pequeño de la casa respeta como nunca el silencio de la noche.
Esta historia tiene mucho más recorrido y ya está disponible.