Papá me folla y no quiero, ni puedo resistirme

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Mi papito quedó solo cuando mi madre se separó de él. Yo ya estaba en la universidad aunque fui testigo de sus peleas por años. Así que cuando la noticia me llegó, en parte me sentí aliviada, porque vivir así no es vivir. Ahora me tocaba consolarle, pues mi mamá se marchó con otro hombre a un país extranjero. De modo que decidí cambiar mi universidad y volver a casa para estar con él.

Estaba yo ya terminando mis estudios de psicología, cuando volví y en una de las asignaturas estábamos estudiando la atracción genética, algo que me inquietaba y me llamaba poderosamente la atracción. Así que comencé a investigar y descubrí miles de relatos incestuosos, de madres con hijos o hijas con padres, con abuelas con tías y con hermanos y hermanas. Yo era hija única así que esta última parte no la entendía. Pero cuando leía algo relacionado con hijas malas que se jalaban la minga de sus padres pensaba: ¡qué guarras! Y por dentro me mojaba toda.

Así que por casa comencé a vestir más ligera de ropa, no es que buscase nada, pero me hacia sentir sensual aunque creo que a mi papito le hacía sentir incómodo. De modo que no era raro que viese una película con un top en tirantes y una faldita corta, que cuando levantaba la pierna para ponerme cómoda mostrase mis braguitas de encaje allí abajo. Él me reprendía y yo le decía que estábamos en casa y mientras veíamos la película, únicamente iluminados por la gran pantalla que teníamos en el salón yo, secretamente a veces me masturbaba sin que él lo notara.

Deslizaba mis dedos bajo mis muslos, pero no por entre mis piernas, sino por un lado, con las rodillas flexionadas, apoyados mis talones sobre el sofá donde estaba sentada. Introducía mis dedos bajo el elástico de mis braguitas y rozaba la zona del perineo, ese trocito de piel entre el ano y la vagina que a mí me ponía a mil cuando traviesa, me rozaba mi hoyito lindo allí abajo y luego bajaba y rozaba a continuación mi agujerito virgen, me refiero a mi culito. Pues yo ya no era virgen, había follado de vez en cuando en la universidad, nada serio, simplemente sexo por gozar, en fiestas donde me llegaba a emborrachar.

Y así me deleitaba, tocando mi sexo secretamente sentada al lado de mi papito, viendo una película a veces caliente, mientras yo me calentaba a mi misma allí abajo.

—Papito, tienes que buscarte una mujer –le decía yo.

—Bueno ya te tengo a ti cariño –respondía él.

—¡Ay ya papito, pero no es bueno que estés solo! Debes enamorarte y disfrutar de la vida –le sugería.

—Pero yo estoy bien así hijita, para qué quiero otra mujer ya tuve una –se quejaba él.

—¿Pero no sientes deseos? –le preguntaba yo.

—Claro hija, el deseo siempre está ahí, pero hay otras formas de complacerse, ¿sabes?

—¡Claro que sé papito! Pero no es lo mismo que estar con alguien, ¿no?

—Bueno sí, llevas razón estar con alguien es siempre distinto. Pero bueno hija, cuando no se puede uno también se vale para autocomplacerse, ¿no? ¿Tú no lo haces?

—¡Claro papito! Yo también lo hago –admitía yo por entonces—.

—¿Y tienes algún amigo? –se interesó.

—Lo tuve, aunque aquí no —tengo que hacer nuevas amistades admití—, pero mientras tanto te tengo a ti.

—¡Claro hijita y yo a ti! –sentenció mi papito y acercándose me besó en las mejillas, sorprendiéndome, pues yo tenía mi mano acariciando mi surco y casi podía oler mi sexo y me dio mucha vergüenza de que él lo notase.

Los días pasaron y hete aquí que un día en el súper, una vecina nos saludó. Se llamaba Cecilia y era muy simpática y gruesa. Vi que mi padre se le quedaba mirando descaradamente las tetas, y con disimulo se tocaba el paquete y me sonreí por verlo excitarse así. Cecilia era un ama de casa que estaba viuda y se acababa de mudar a nuestro bloque así que la saludamos y platicamos por unos minutos. De forma que le vi tan interesado que la invité yo misma a pasarse una noche y cenar juntos.

Mi papito me reprendió tras despedirnos, pues Ceci admitió que le encantaría cenar juntos. Pero yo repliqué que entonces no le hubiese mirado las tetas de aquella manera y él se puso tan colorado que hasta me preguntó si había sido demasiado descarado.

—Mucho no papito, lo suficiente para babearle en las tetas, pero sólo un poquito –dije yo maliciosamente.

Y la cena llegó y yo le ayudé a prepararla, nada del otro mundo, unas tapas: algún fiambre cortado, huevos duros, algo de ensalada, algo dulce y algo salado, un poco de queso con mi el y todo sencillo pero bien dispuesto en la mesa. Cecilia se sentó frente a mi padre, me aseguré de que así fuese para que él tuviese una buena vista de sus tetas y su generoso escote y no entre medias, como la loncha del bocadillo, departiendo en el combate.

Ceci nos contó muy animada que estaba haciendo nuevos amigos y amigas en la ciudad, y que le encantaría salir una noche a bailar, invitando a mi padre, que ni bailaba ni na, pero él aceptó algo que me sorprendió. Tomamos vino, y así me sentí mareada, mientras me preguntaba si sólo sería yo. Cecilia preguntó por el baño, así que me levanté y yo misma la acompañé.

Un poco recatada se extrañó de que me quedase mirando mientras charlábamos.

—¿Te gusta mi padre? –le pregunté a boca jarro.

—¿Cómo dices? –preguntó haciéndose la loca.

—¿Qué si te gusta? Está solo sabes, le hace bien tener compañía.

—¡Claro chica yo también estoy sola! –dijo ella sonriendo mientras su pis caía a la taza.

—Creo que haríais buena pareja –le solté de manera no muy indirecta.

—¡Oye, eres un poco lanzada! ¿No? –dijo ella un poco sorprendida por mi actitud.

—¡Perdona que sea tan atrevida! –dije yo mientras pasaba a ocupar la taza cuando ella se levantaba y su sexo se secaba delante de mí.

Admito que tenía una buena raja, grande y hermosa, depilada y curiosa. Entonces nos cruzamos y mientras ella se lavaba las manos descubrí su interés por ver mi panocha, cuando bajé mis braguitas, pues de reojo aprovechando el espejo se quedó mirándome con descaro. ¿Así que te va la carne y también el pescado? –me pregunté para mis adentros.

—¡Eres una chica muy guapa! –me dijo retocándose los labios mientras mi pis horadaba el agua calmada de la taza.

—¡Gracias! Tú también eres mona, le gustas a mi padre de eso no hay duda –dije yo siguiendo con mi tema.

—¿Tú crees? –dijo ella mostrándose insegura.

—Claro chica, tienes unas buenas tetas y eso tira mucho –dije yo sin tapujos.

—En eso tienes razón, tetas y culo son mi sello particular –dijo ella sintiéndose orgullosa de sus atributos.

Entonces al levantarme me sequé mi chochito frente a aquella mujer que de vez en cuando me echaba alguna mirada de soslayo pero que no pasaba desapercibida para mí. Tiré la bola de papel con la que me sequé y subiéndome sensualmente las braguitas me deleité con las miradas lascivas que Cecilia me lanzaba.

—¡Ciertamente eres una chica muy bonita! –me dijo de nuevo la mujer.

—¡Ciertamente tú también! Quien sabe, si complaces a mi padre esta noche, tal vez podríamos ser amigas, ¿no crees?

—¿Acaso es una proposición lo que me haces? –preguntó nuestra invitada.

Acercándome a ella me lavé las manos.

—No te propongo nada que tú no quieras hacer, si lo haces hazlo con gusto y por él, es mi padre y le quiero mucho.

—No te preocupes chiquilla, me cae bien y si lo hago lo haré con gusto y por mí también –me dijo guiñándome un ojo.

De modo que al volver, mi padre se extrañó por nuestra tardanza. Así que pusimos algunas excusas y no dijimos nada de nuestro pacto encubierto. A partir de ahí en los postres, Cecilia se puso más provocativa y sensual. Algo que casi incomodó a mi padre a causa de mi presencia. De modo que no tardé mucho en retirarme a mi cuarto con la excusa de que estaba mareada. Pero por supuesto que no me acosté, me quedé al acecho a ver si nuestra invitada cumplía su pacto y a mi padre complacía.

¡Y por supuesto que cumplió! Ésta le ofreció tomar nata de sus tetas y mi padre aceptó. Ahí fue la mecha que prendió la llama, ella se sacó sus enormes tetas y mi padre se comió todo el bote de nata. Luego se sacó su polla dura y con nata en la boca se la metió. Cecilia chupaba mucho y bien y mi padre tuvo que detenerla para no irse en su boca succionadora, tremenda boca que me excitó cómo se lo hacía a él y mientras tanto yo me masturbaba en la penumbra del pasillo, pues ellos, para estar más íntimos apagaron las luces.

No tardó en ponerse en cuatro y de esta manera mi padre la cubrió como un buen macho. La folló a culadas, provocando sonoras palmadas y quejidos y gemidos de la hembra servil, que se dejaba follar a placer y mi padre no tardó mucho en regalarle un buen orgasmo tras la cena, regado con su leche, cuando este la sacó, ¡y por su gran culo esparció su semilla!

Y yo allí mirando, con mi mano en el culo y otra en mi sexo, penetrándome por ambos lados sintiendo que me derretía de placer viendo a los amates follar sin mesura, sin tapujos y sin premura.

La follada no fue muy larga, pero eso es así, cuando es grande el deseo, son grandes las ganas y el placer viene a raudales y el orgasmo no se demora. Por eso no tardaron en correrse ambos, para luego quedar sentados respirando aliviados con el placer cumplido, por eso ya no quedaba más que hacer. Así que Cecilia cogió su bolso, se arregló su vestido y mi padre la acompañó a la puerta. Donde ambos se dieron un caliente beso uniendo sus calientes bocas mientras yo, espiaba entre las sombras.

Entonces decidí salir de entre las sombras, dándole un susto a mi papito.

—¡Oh papito, cuánto me ha gustado veros follar así! –dije con descaro.

—¡Pero hija! ¿Has estado mirando todo el rato?

—¡Sí papito, admito que he sido una chica mala! Me ha encantado como te la has follado –dije sonriendo descarada.

—¿Si? –dijo él sin comprender aún.

—¡Sí, qué energía y con qué ganas le dabas esas culadas!

—Bueno hija, yo me siento avergonzado.

—Pues no lo sientas y ahora es mi turno –le confesé acercándome y arrodillándome ante él.

—¡Pero qué dices! –dijo él dando un paso atrás.

—Tranquilo papito, sé que has sido un campeón y que probablemente te cuete empalmarte de nuevo, pero yo soy insistente y conseguiré una nueva erección, ¡déjame y verás!

Así que con descaro cogí su cinto y comencé a desabrocharlo.

—¡No hija no! –dijo él acorralado de espaldas ante la puerta donde antes despidió a Cecilia.

—¡Sí papito, tú déjame a mí!

Cuando entró en mi boca estaba morcillona, aún sabía a semen y alguna gota que guardaba en su escroto me deleitó mi boca con su sabor dulce y saldado. ¡La chupé con pasión y mi boquita poco a poco consiguió su recuperación! Ya la sentía dura, dura en mi boca y chupando mientras me iba calentando por abajo.

A punto de caramelo me levanté y poniéndome de culito le hice ver que no llevaba bragas, cogiendo su mano y poniéndola en mi rajita le hice ver lo mojada que estaba.

—¡Vamos, vamos! –le grité.

No hizo falta más, me ensartó allí mismo, de pie. De espaldas a él y él de espaldas a la puerta. Follamos en el recibidor de casa, caliente follada donde fui ensartada por su larga polla y disfruté como una loca, entregándome a la lujuria y el placer. Gruñendo, gimiendo, jadeando y jodiendo. Me corrí como una perra, sintiendo su verga bien dura y dentro de mí. Más él no terminó dentro, tuvo que sacarla y cuando yo ya me había corrido se la meneó con ganas hasta que sentí sus chorros entre mis muslos, salir de atrás y pasar debajo de mí, impactándome alguno y sintiendo cómo su leche resbalaba por mi piel, caliente y viscosa, dulce y salada, ¡hum, qué explosión de placer!

Aquella noche mi padre complació a dos hembras y no sería la última vez que lo hiciera, más incluso si cabe, ya se puede imaginar el lector lo que ocurrió, pues Cecilia demostró apetencia tanto por la carne como por el pescado. Sí ya sé que es escandaloso, que una hija se folle a su padre, pero si es con gran placer y disfrute, ¡qué coño importa! Y hubo noches aún más calientes, donde el placer corrió como el vino, por entre las piernas de Cecilia y las mías, con mi padre chupándonos el chumino…