Papá me pidió que me hiciera cargo de mi hermana, que velara por ella y que no la desamparara; eso era lo lógico aunque yo nunca cayera en la cuenta de que sucedería
Relato de sexo en México. Soy originario de un pueblito muy pequeño de México, toda mi infancia se desarrolló en él sin mayores acontecimientos que los chismes de los amigos.
Al paso del tiempo se fue despertando en mi la necesidad de conocer mundo y salir de ahí, situación que se dio a partir del inicio de mi preparatoria en la que tuve que viajar solo a estudiar a una gran ciudad. Mi vida siguió su rumbo y me recibí, estudie maestría y recién termine mi doctorado. Establecí mi residencia al norte del país por necesidades profesionales y no me puedo quejar, me va bastante bien.
Cierto día mi hermana Rosario me avisó que mi padre se encontraba grave en casa y que no quería viajar a un hospital por temor a morir en él, lejos de su casa. Mi madre hacia 7 años había fallecido y sin más hermanos, Rosario ahora de 23 años, soltera y muy abnegada, era el único apoyo de papá, sin embargo, ella tímida, insegura y solitaria, solo dedicaba sus días a convertir la casa de mis padres en un lugar muy bello y apacible, lleno de pájaros, flores y mil detalles. No sabía mucho de ella, ni siquiera sabía si tenía novio, amigos o cosas que hacer fuera de casa.
La veía en las fiestas familiares, algunas vacaciones y hablaba con ella ocasionalmente pero desconocía mucho de ella. Es una mujer normal, 1.75 de estatura (toda mi familia es muy alta), pelo azabache (negro oscuro) corto, ojos verdes y piel muy blanca. Últimamente vestía algo moderna gracias al mundo de ropa que le enviaba, los perfumes y accesorios. Todos estos objetos eran seleccionados por las empleadas de mostrador de los diferentes lugares a los que iba y en ocasiones por mí, también le enviaba ropa interior sencilla y otras veces provocativa, está ultima solo para apenarla y tener elementos para bromearle.
Ese día que recibí el mensaje, arregle quien me supliera en el trabajo, ropa y otros asuntos, compré boletos y salí a casa de mi padre. Al llegar después de un agotador viaje, hablé con el doctor y supe con dolor que solo era cuestión de esperar un poco de tiempo. Si papá se internaba en un hospital tampoco había nada que hacer, sus riñones ya prácticamente no funcionaban y se negaba a la diálisis. Acompañe a papá, converse largo con él y me sentí feliz de estar a su lado. Mi hermana nos dejaba solos, nos atendía y siempre sonreía tristemente.
Poco antes de su muerte, papá me pidió que me hiciera cargo de mi hermana, que velara por ella y que no la desamparara; eso era lo lógico aunque yo nunca cayera en la cuenta de que sucedería. Acepté y papá murió tranquilo, dos días después.
Rosario estaba muy nerviosa, callada y solitaria, no tenía amigas (salvo algunas conocidas), parientes (excepto yo), ni siquiera vida social o propia. Nunca había salido lejos de casa y no tenía carrera ni oficio, solo primaria. Era muy dependiente en todos los sentidos, un ser indefenso que mis padres sobreprotegieron y consintieron siempre.
Al caer en cuenta de esta situación, reflexione mucho sobre ella, no podía llevarla a vivir conmigo, mi vida era muy metódica, organizada y solitaria. Seguía soltero a mis 40 años pero con bastante experiencia en mujeres, resultado de mis largos noviazgos y amistades. En resumen era imposible incorporarla a mi rutina.
Hable con ella al respecto, le ofrecí enviarle una suma mensual para sus gastos de la casa y verla en los tiempos libres, le ofrecí ponerle un negocio con la idea de distraerla más que de ganar dinero pero todo fue inútil. Lloraba largo rato, se sentaba en un rincón sin hacer ruido, me miraba con una mezcla de amor, temor y reproche e hizo mi estancia muy incómoda. Pasaron los días y mi regreso era necesario, así que ya con cierta molestia, le ordené que se organizara para comenzar una nueva vida sola y que contará conmigo solo de ser necesario. Económicamente estaba bien, papá le dejo 2 casas y 2 locales comerciales de renta, así como algo de efectivo en el banco local, que además de lo que yo le enviaría, creo que viviría mejor que yo.
Volví a casa y continué con mi rutina, ella hablaba casi a diario lo que empezó a molestarme pero ante su pequeño mundo y gran soledad lo entendí. Pasaron los meses y se volvió una situación irritante, difícil e incómoda para mí. Debía decirle como hacer todo, calmarla, explicarle porque no podía vivir conmigo y muchas cosas más.
Para no alargar la historia, después de casi un año accedí muy molesto a que viniera a vivir conmigo bajo muy duras condiciones y a prueba. Dejamos a un pariente lejano de albacea de las propiedades de papá y transferimos el dinero a una cuenta a nombre de ella, en un banco más grande con sucursal en esta ciudad.
Fui por ella al aeropuerto y la traje a casa, no sin antes invitarla a comer en un restaurante italiano. Al llegar se sentó tímidamente en la sala y repasamos las condiciones de su estancia, le enseñe su cuarto, la casa y la cocina, los teléfonos de emergencia, donde podía localizarme (solo en caso de muerte) y demás menesteres.
La vida de nosotros comenzó a cambiar. No se interesaba en ninguna actividad fuera de la casa, no quería hacer amigos, salía a cualquier lado solo conmigo, con nadie más. Al paso del tiempo abandone la idea de que socializará y viviera su propia vida, Rosario era ahora dependiente directa de mí, en todos los sentidos.
Cierto día fuimos de compras a un gran centro comercial buscando ropa, me sugirió camisas, pantalones y zapatos lo que fue nuevo para mí, al fin alguien que me quería sinceramente me escogía ropa a su gusto. Llegó su turno y escogí algo de ropa para ella, aunque no estaba seguro de que se viera bien pero lo curioso llegó cuando al pasar por una tienda de ropa interior me dijo:
– Luis, escógeme algo de ropa interior, no me gusta tratar con las empleadas que son bastante molestas.
– Rosario, como te voy a escoger tu sostén o pantaletas, soy tu hermano, al menos intenta hacerlo tu sola.
– No, escógemelo tú, acuérdate que no es la primera vez, finge que no estoy aquí y que me las vas a enviar.
– Es tiempo de aclararte que nunca fui yo quien las escogía, era una empleada, solo lo hacía para bromearte al respecto.
– No importa, escoge tú y yo estaré de acuerdo.
– Esta bien, ¿qué tipo de ropa quieres?
– La que sea estará bien.
Pensé vengarme y lo hice, mientras ella observaba los aparadores de las tiendas de un lado, entre y recorrí un poco la tienda. Me empezaron a rodar recuerdos agradables ciertas prendas y sonreí, recordé mi venganza y busque con cuidado.
Seleccione sin ayuda por primera vez, ropa muy atrevida, bikinis muy trasparentes blancos y rojos (mis favoritos), la talla no era problema ya que desde hacía años la sabía, algunas tangas, medias y ligueros muy sensuales, sostenes delicados y varios conjuntos babydole trasparentes y sensuales, ninguna futura esposa hubiera escogido mejor para su luna de miel. Feliz con mi travesura, me encamine a la caja satisfecho con mi fechoría.
Después del susto por el precio, decidí que valía la pena.
– Listo, ya podemos irnos.
– Te dije que sería fácil, ya ves casi no te tardaste.
– Una cosa si te digo, después de la pena que pase ahí dentro, te vas a poner todo lo que te compre, ¿de acuerdo?
– Sí no te preocupes, siempre me gustó todo lo que me mandabas, aunque algunas prendas eran medio atrevidas.
Continuamos paseando toda la tarde, le compre un delicioso perfume que me recordaba una ex y algunas tonterías femeninas para la casa, curiosamente todas tenían florecitas.
Ella era otra persona, se le veía feliz, segura y muy animada.
Al llegar a la casa cenamos algo ligero y se retiró a su habitación. Yo excitado por la travesura, fingí ver la TV sin encontrar nada que me gustara de la programación, así que me instalé en un canal de documentales de guerra (mi favorito).
Espere en vano ya que nunca salió del cuarto por lo que fui a ducharme y me dormí satisfecho.
Temprano el domingo, me puse unos pans y fui a la cocina en busca de algo que comer, ahí estaba Rosario, entretenida con algo que cocinaba. Sin preguntarme me sirvió unos chilaquiles Sanborn”s y un jugo de naranja.
– Y bien, que te pareció la ropa, ¿te gusto?
Yo disfrutaba el momento, era tenso pero agradable.
– No sé si lo hiciste adrede pero es lo más vulgar que he visto
– Te dije que escogieras tu pero no me hiciste caso.
– ¿En quién pensabas cuando escogiste todo eso, ehhh?
Solté la carcajada y ella me miró con gesto molesto pero escondiendo una cómica sonrisa.
– Y pensar que te lo vas a tener que poner, promesas son promesas.
– Por desgracia tienes razón, lo prometí y lo cumpliré.
Se retiro a su habitación y yo permanecí devorando mis alimentos con una sonrisa de triunfo en el rostro. Después de todo era agradable tener una hermana que molestar.
Al poco tiempo, salió de su cuarto y volvió a la cocina, al mirarla note que se había vestido para salir.
– Vaya, piensas salir algún sitio sola eh, ya era tiempo.
– Nada de eso, si té fijas bien podrás ver que cumplí mi palabra.
Al mirar con más cuidado observe que tenía razón, de su blusa blanca sin mangas, se trasparentaba un sostén de encaje blanco que le compré recién, sus senos se dibujaban muy voluminosos por lo reprimidos del sostén.
– ¿Qué opinas?
Me quede mudo. Ahora ella parecía ser la que se divirtiera.
– Deja me doy vuelta para que veas el resto.
Al girar coquetamente y con las manos en su cintura, me mostró una falda ligeramente arriba de las rodillas, blanca e igualmente trasparente que dibujaba en su trasero un bikini blanco que apenas cubría la tercera parte de sus nalgas. Observando la dimensión de su culo me sorprendí al notar lo bien formado que estaba, redondito y resaltado por su pequeña cintura, brincaba provocativo. También observe que las nalgas casi devoraban la pequeña prenda. Me quede helado pero peor aún muy excitado.
Después de un momento que se me hizo pequeñísimo, giro nuevamente con coquetería, camino de izquierda a derecha y regresó.
– ¿Qué te parece, como se me ven?
– Nunca te había visto así.
– ¿Pero como se me ven?
– Por lo poco que alcance a ver, bien.
– Pues gracias por el cumplido hermanito.
Me pare y fui a ver la TV, mientras ella recogió, lavo platos y hacía no sé que cosas.
Yo miraba la TV sin verla, pensaba en lo que había visto, una mujerona de 40 años, con un busto elegante y suculento, una cintura de quinceañera, un culo firme y redondo y una gracia sin par. Además mientras me fingía yo mismo ver TV, miraba de reojo a mi hermana ataviada en la cocina. Tenía unas piernas con unos muslos torneados, unas pantorrillas ligeramente hinchadas y un porte elegante en todo su conjunto.
Trate de olvidar aquellos pensamientos de mi hermana, después de todo no era malo admirar aquel cuerpo increíble, pero saber que se trataba de mi hermana, me excitaba como nunca había pasado antes. Prácticamente nunca había pensado tanto en ella como en esta media hora, dominaba mi mente pero de una forma diferente. Nunca pensé que aquellas prendas resaltaran tanto las zonas para las que fueron diseñadas.
El siguiente fin de semana llegó, yo seguía pensando en su cuerpo aunque un poco más frío. Después de mucho trabajo comencé a verla normal, después de todo era mi hermana. El sábado volví al ataque, quería venganza.
– Rosario, aún no me has dicho si te gustaron las otras prendas que te compré.
– ¿Cuáles?
– La ropa de dormir.
– No estoy muy acostumbrada aún, pues nunca la había usado, pero me la pongo de vez en cuando.
– Y ¿te gusta?
– Me causa bochorno pero cumplo mi promesa.
– Y las tangas, ¿te gustaron?
– Ahora mismo traigo una puesta, es algo incómoda, me siento desnuda pero muy diferente. ¿Quieres verla?
– Guarde silencio por la sorpresa.
– ¿Que si quieres verla?
– Me da un poco de pena, le dije derrotado.
– ¿Porqué?, Me gusta modelarte, contigo me siento segura y además halagada.
– Sus palabras inocentes me remordieron la conciencia.
– Bueno, ¿quieres que te la muestre o no?
– Esta bien, pero hazlo despacio para observarla porque casi no se va a ver.
– Es cierto, con este pantalón no la verás, deja me cambio.
Al poco tiempo regreso despacio, con el mismo pantalón.
– Luis.
– ¿Qué ocurre?
– No tengo ninguna prenda que permita que veas la tanga, es muy pequeña.
– Esta bien, no importa, seguro te verás preciosa.
– Mientes porque eres mi hermano y quieres hacerme sentir bien.
– No, de verás, tu bikini se veía fabuloso pero tu tanga, se debe ver mucho mejor.
– Espera aquí, no te muevas, déjame ver que se me ocurre.
Corrió hacia su cuarto y tardó una media hora en regresar. Llevaba un short de elástico color gris de una tela tipo pans.
– Observa con cuidado, a ver si lo detectas.
Ella parecía preocupada por tratar de que la prenda se viera, más que en pensar con morbo en el hecho de que con sus poses me mostraban todo su culo y bastante cerca.
– ¿La ves?, mira aquí esta el hilo dental.
– No la veo, pero está bien.
– No deberás, la traigo puesta, es la roja.
En ese momento agachó su cabeza hacia delante y empujó su culo hacia mí, estaba a unos 30 centímetros. Su blusa sin mangas rosa se levantó por la postura y observe desnuda parte de su columna, apreciando mejor ahora el contorno de su torneado culo.
– ¿No se ve?
– No, pero…….
– Esta bien, me apena hacerlo pero será rápido, pon atención.
Dicho eso, regresó a su posición vertical, miro hacia el frente, y de espaldas a mí, retrocedió un poco acercándose de nuevo a 30 cms y para mi sorpresa, tomo el short por el elástico y se lo bajo rápido apenas debajo de sus nalgas.
– ¿Lo ves Luis?
– Sí, es el rojo.
En ese momento aprecie desnudo prácticamente el culo de mi hermana, duro, sin estrías, paradito por la postura e incluso detecte un pequeño lunar ligeramente arriba de la mitad de la nalga derecha. Fue muy rápido, no pude detectar nada más.
– Bueno, para que veas que no te engaño, que sé cumplir mi promesa.
Dicho esto, se subió el short, sonrío y se fue a su habitación.
Fue entonces que noté la gran erección que yo tenía, gracias a Dios ella no lo notó por su preocupación porque yo viera la prenda.
Paso el fin de semana de manera normal. Es seguro que ella en ningún momento pensó con morbo en mi. Simplemente quería confirmarle a su hermano que cumplía su promesa.
Yo seguía inquieto toda la semana siguiente, en el trabajo, comiendo con mis amigos, solo y aún en casa con ella. Llegue a la conclusión de que ciertamente ella era una niña de 40 en cuestiones de malicia, encerrada en casa y sin amigos poco sabía del sexo.
Una tarde durante la cena, le pregunte para esperar su reacción:
– Rosario, como es que tienes un lunar en la nalga derecha y yo no lo tengo, ¿de quién lo heredaste?
– No lo sé, yo no lo he visto.
Se paró, fue al baño y regreso pronto.
– Es cierto, no lo había visto por la posición, ¿tu no lo tienes?
– No,
– Quien sabe si será de papá o de mamá.
– Y en la otra nalga, ¿no lo tienes?, me preguntó curiosa.
– No sé, no he revisado.
– Pues revísate.
– Me paré, baje lentamente mi short pero no pude ver.
– A ver, déjame mirar a mí.
Sin darme tiempo, me giró y quede de espaldas a ella, bajo un poco mi short y con su mano sobó mi nalga buscando el lunar. Sentí una electricidad increíble, ella seguía atenta a su tarea.
– ¿Puedo revisar la otra?
– Esta bien.
Subió el short y lo bajo en la nalga derecha, la acarició de igual manera.
Mi excitación fue enorme, de reojo, veía a mi hermana agachada y sentada en el filo del sillón, mirando mi nalga y acariciándola. Su tacto era intenso para mí, estábamos rebasando el limite de lo prohibido y nuestra confianza de hermanos se hacía mayor. No pude evitar una enorme erección del otro lado que mi hermana no percibía.
De pronto, subió lentamente el short y se incorporó.
– Es verdad, tu no lo tienes. Será de algún otro familiar.
– Tal vez.
Ella se quedó pensativa un rato, mientras yo recuperaba el aire y desaparecía la erección para poder volverme a ella.
– Tú eres el mayor, ¿estás seguro de que eres mi hermano?, ¿no seré adoptiva y nunca lo supimos?
– Olvídalo, tienes la cara de mamá y yo los de ella.
– Es cierto, pero ¿cómo estar seguros?
– Tenemos el mismo tipo de sangre.
– Sí pero no será una coincidencia. A ver, ¿tienes algún otro lunar?
– No me he fijado.
– Búscate.
Y empezó la búsqueda, nada en la cara parecido a un lunar, el cuello y los brazos.
– Creo que no.
– Búscate en el pecho.
– Pero traigo playera.
– Quítatela.
Así lo hice, mientras buscaba ella se acercó, y busco con la mirada.
– Aquí está tienes uno justo a un lado de la tetilla, ¿lo ves?
– Sí ya lo veo.
En eso ella se volteó, me dio la espalda, se subió la blusa hasta el pecho y creo que desplazó su sostén un poco para revisar su pezón izquierdo.
– Sí aquí esta. Vaya si somos hermanos.
– Es igual al mío, esta en la misma posición. Ahora yo preguntaba sin morbo, con más intriga por la situación del lunar. Mientras ella buscaba yo me veía mi lunar, apenas un punto oscuro en mi piel blanca.
– Creo que sí, es el mismo.
Entonces regrese a la misma situación morbosa de antes y le pregunte:
– Estas segura de que es igual, ¿verdad?
– Casi, no estoy segura.
– ¿Puedo ver?
– Me da pena, esta justo a un lado de mi pezón,
– Esta bien, no te apenes.
Ella volteó de reojo sin dejarme ver nada pero aún con sus manos en su seno. Me miro directamente a los ojos y me dijo:
– Te dejare ver pero solo un momento.
– No es necesario, confío en ti.
– No, esta bien, eres mi hermano.
Se volteó y mi sorpresa fue grande. Tenía el seno izquierdo descubierto, con la mano derecha sujetaba el sostén hacia arriba y la blusa arremangada, con la mano derecha sostenía en peso todo su seno desnudo y carnoso. El otro seno estaba cubierto.
– No lo veo.
Se acercó un poco y ella también volteo a mirar su seno.
– Mira aquí justo a un lado.
Note sin que ella me viera que su pezón crecía y se hinchaba, evidentemente se estaba excitando, las hormonas hacían su trabajo.
Con más temor que ganas moví mi mano derecha y toque la aureola de su pezón, ella dio un pequeño respingo sin quitar la vista del pezón.
– Lo ves, ahí está.
– Es verdad, creo que sí es igual, puedo tocarlo.
– Si adelante.
Antes de terminar de preguntar si lo podía tocar, ya estaba tocando su aureola. Ella estaba hipnotizada por el momento. Toque a un lado sobre el lunar, su piel era tersa. Acaricie el lunar con un dedo, rozando delicadamente su aureola, ella seguía muda y atenta, sin pensarlo, retire su mano de debajo de su seno, lo cargue yo, con la otra mano baje el sostén y lo cubrí, baje su blusa y ante la mirada tierna de ella le dí un beso en la frente, me volví y fui a la sala.
Sin tardar ella se acercó, se sentó junto a mi lado derecho y se acostó en el gran sillón recostando su cabeza en mi muslo. Yo estaba algo tenso y erecto, por lo que la acomode hacia la orilla y acaricie sus mejillas.
Ella recostada me miraba sonriendo mientras la acariciaba.
– Eres muy bueno, y yo penando que no me querías antes.
– Como no te voy a querer, eres mi única familia.
– Yo también te quiero.
– Luis.
– ¿Qué?
– ¿Tienes tu pene levantado?
La pregunta me sorprendió, pero era cierto, se notaba horriblemente.
– Sí, un poco.
– Creo que está bien levantado. Me dijo dándose vuelta para mirarlo bien pero con la barbilla sobre mi pierna.
– ¿Porqué esta tan levantado? ¿Es por tocar mi seno?
– Creo que sí.
– ¿Te duele?
– Un poco.
– ¿Es porque esta apretado?
– Sí.
– ¿Porqué no lo sacas?
– No es correcto, me daría pena.
– Yo te mostré mi seno porque confio en ti, puedes hacerlo también, confía en mi.
– Aún así me da pena contigo.
– No te preocupes, debe dolerte mucho.
– Esta bien, lo voy a sacar.
Baje el elástico del pans y dejé ver mi boxer, ella seguía la acción sin perder detalle, tome de igual forma el boxer y lo baje despacio, mi pene se atoró un poco pero de inmediato surgió solemne como un estandarte. Estaba rojo y en su punta tenía unas gotitas de líquido.
– Es hermoso, muy grande, muy duro. ¿Así se pone solo con tocar mis senos?
– Si, del mismo modo que tus senos deben de hincharse un poco y crecer los pezones.
– ¿Me crecieron los pezones cuando tocaste?
– Sí.
– ¿Y por qué no los tengo parados como tu pene esta ahora?
– Porque ya no los toque.
– Mira, descúbrete los senos y notarás
como sin tocarlos van creciendo los pezones.
Sin pensarlo, se levantó y se colocó frente a mí de pie y se levanto la blusa, el sostén derecho y liberó su seno. Poco a poco notaba como se excitaba su pezón.
– Es cierto, esta creciendo pero no como tu pene.
– Tócalo y verás como crece.
Sujetó con 3 dedos su pezón y lo acaricio en círculos, de inmediato el pezón se fue inflamando y creció.
– Me gusta verlo parado, es hermoso.
– Ya lo creo que es hermoso.
Ella acariciaba su pezón y yo ligeramente me estimulaba el pene, era un momento muy excitante.
– ¿Lo hago bien?
– Sí, ¿cómo te sientes?
– Un poco rara ¿y tu?
– Más excitado que antes.
– ¿Por qué?
– Porque me gusta verte como te tocas.
– A mí también, me gusta ver tu pene duro.
– Te propongo algo, si estás de acuerdo.
– ¿Qué?
– Yo te toco y tu me tocas, así sentiremos aún más excitación.
– OK.
Cambiamos y primero mi mano toco su seno, era suave, carnoso, nuevo y muy blanco. Ella aún no me tocaba, creo que sentía pena. Yo tocaba ahora su pezón y lo jalaba un poco, ella manifestaba un poco de dolor pero se veía que disfrutaba más aún mi mano que la suya.
Ella miraba mi pene con seriedad pero no se movía. Con mi mano izquierda sujete su mano, la guié hasta mi pene y la acomode alrededor del tronco y ella lo apretó. La deje libre. Ella solo lo sujetaba, así que le indique nuevamente con mi mano que subiera y bajara. Poco a poco agarró el ritmo. Estábamos mudos pero fascinados el uno por el otro.
– Esta muy caliente, ¿es normal?
– Sí, ¿te gusta acariciarlo?
– Sí, nunca antes había visto un pene, menos tocarlo.
Seguimos a un ritmo bajo, yo acariciando su seno, ella mi pene. Comencé a subirle la otra copa del sostén y libere su otro seno, ahora tomaba de la mano ambos pezones y sobaba con mayor soltura. Ella se hincó y fue más cómodo para ambos.
Paso un largo y delicioso momento.
– Me gusta sentirme así Luis, ¿es eso malo?
– No lo creo, yo disfruto igual que tu.
– Me refiero a tocarnos, recuerda que somos hermanos.
– ¿Té molesta tocarme el pene?
– No.
– ¿Te gusta?
– Mucho, me excita.
– Igual me sucede a mí al tocar tus senos, me fascinan, entonces creo que no es nada malo.
– Luis.
– ¿Qué?
– ¿Puedo tocar tus huevos?
– Toca todo lo que desees, solo hazlo con suavidad.
– Creo que no es correcto.
– ¿Lo harías si yo chupo un poco tus pezones?
– Si, pero es un poco incomodo.
– Mira, tú tocas un momento y luego yo mamo un poco de tus pechos.
– OK.
Comenzó tocando tímidamente mis huevos y mi pene, jugaba con gran atención, yo disfrutaba cada estirada, cada caricia. De pronto se levanto y dijo:
– Ahora te toca ti.
La jale despacio hacia mí, provocando que quedará sentada con las piernas abiertas sobre mi pene. Ella traía al igual que yo pans, así que solo sentiría mi paquete.
– ¿No te hago daño?
– No, así sentiremos un poco los dos.
Mientras yo chupaba sus pezones, mordisqueaba sus pechos, ella se movía sintiendo un poco mi pene.
– ¿Te gusta Rosario?
– Sí, me siento muy feliz.
– ¿Por qué?
– Porque ahora sé que tu también me quieres y estoy segura que si somos hermanos.
– ¿Te gusta que mame tus pechos?
– Sí, ojalá lo hicieras siempre.
– ¿Quisieras chupar mi pene?
– No, no estaría bien.
No insistí, seguimos un largo rato y la sentí estremecerse. Nos detuvimos y solo nos acurrucamos, no había nada que decir.
Pasaron un par de días, yo estaba siempre listo y excitado, ella tímida y evasiva.
– ¿Te sientes bien?
– Extraña solamente.
– ¿Por qué?
– Leí en un libro que lo que hacemos se llama incesto y que es ilegal. Podrían llevarte a la cárcel o a mí, yo no lo soportaría.
– Nada de eso, solo curioseamos nuestros cuerpos un poco, además no hay ninguna ley que nos dé cárcel por tocarnos.
– ¿Estas seguro?
– Completamente, recuerda que soy abogado.
– Además, ¿nadie lo sabe verdad?
– Solo tu y yo.
Pasamos el resto de la tarde más tranquilos, vimos TV, salimos al patio un rato, e hicim
os varias cosas por separado en la casa. Como a las 8.30 de la noche, hice de cenar unos huevos y fui a buscarla para convidarle. Toque a su cuarto y le pedí que viniera a cenar. Ella salió al poco tiempo y me alcanzó en la mesa.
– Estaba pensando en el día que nos tocamos.
– ¿Estás bien?, si te sientes mal nunca lo volveremos a hacer, te lo prometo.
– Gracias, creo que es lo mejor.
Cenamos y yo entristecí, pasaron los días y me resistí a cualquier mal pensamiento, al grado que sin darme cuenta me volví un poco frío y evasivo. Rosario, nada tonta, lo detectó y parecía preocupada.
– ¿Té pasa algo Luis?, ya no eres el de antes.
– No hermanita, es solo que me siento culpable contigo.
– No tienes porque, me gustó que me tocaras y tocarte, ahora estoy segura de que no hicimos nada malo, solo era curiosidad.
– ¿Me perdonas?
– Solo si me perdonas tú a mí.
Pasaron los días y volvió la normalidad, la rutina. Para mejorar comencé a salir con Diana, una buena amiga que me procuraba y paseamos, cenamos y nos divertimos.
Rosario seguía al frente de la casa, me mimaba mucho pero seguíamos distanciados.
Cierto día invite a Diana a casa a cenar y pareció hacer buena amistad con Rosario, yo estaba más tranquilo. Ellas platicaban y discutían de flores, pájaros y ropa. La noche pasó rápido y fui a llevar a Diana a su casa.
– Tu hermana me cayó muy bien.
– Creo que tu también le agradaste.
– ¿Lo crees?
– Creo que sí, ella es tímida y casi no sale de casa, mucho menos habla con nadie.
– Se ve de lo más agradable.
– Gracias.
Nos despedimos y regrese a casa. Rosario ya había recogido todo, brillaba la mesa y la cocina. De pronto la vi dormida junto a la TV y me acerque a ella. La cargue con cuidado y la lleve a su cama, le quite las pantuflas y la abrigue con la cobija. Al apagar la luz de su lamparita “de flor” me sorprendió.
– Luis.
– Duérmete, mañana hablamos.
– ¿Quiero preguntarte algo íntimo?
– Pregúntame.
– A ella, ¿la tocas algunas veces?
– ¿Creo que sí?
– ¿La has tocado o no?
– Sí un par de veces.
– ¿Y te gustó?
– No tanto como a ti, ahora duérmete.
– Gracias.
Salí de la habitación bastante desconcertado pero más tranquilo. En la mañana, desperté muy temprano, era sabadito alegre. Me puse un short y salí al patio, vi que el césped estaba algo largo así que fui a la bodega por la podadora. Le di un poco de mantenimiento, la cargue con gasolina y tras unos jalones, arrancó con fuerte ruido, la empuje y comencé a podar.
Al cabo de unos minutos Rosario me llamó golpeando un vidrio de la ventana con algún objeto, no le preste atención, seguí absorto en mi trabajo y de espaldas a la casa. De pronto sentí una mano en mi hombro, apagué la máquina y voltee a ver que quería.
– ¿Por qué cortas el pasto tan temprano?, me despertaste.
– Lo siento, no me di cuenta de la hora.
– ¿Quieres desayunar algo?
– Nada gracias.
– Entonces me voy a bañar, después te aviso para desayunar juntos.
– Esta bien, mientras termino aquí.
Al voltearse y caminar de regreso a la casa, note que la larga camisa rosa, que usaba para dormir estaba subida de atrás, mostrándome sus bellas nalgas apenas cubiertas por un bikinito rojo.
Cautivado por aquel recuerdo, termine mi trabajo y me disponía a recoger el césped cortado con la rejilla. En eso veo a Rosario en la puerta del vidrio corredizo, envuelta en una breve toalla.
– ¿Qué sucede?
– No lo sé, el agua esta helada.
– Debe ser el calentador, enseguida lo arreglo.
Me dirigí a revisar el aparato y note de inmediato que se había apagado el piloto. Le pedí que me trajera unos cerillos y algo de papel, mientras yo cambiaba el tanque de gas.
– Aquí están los cerillos pero no hay papel.
– Esta debajo del asador, pásame el más viejo y amarillo que veas.
Dicho esto, camino envuelta en su toalla rosa hasta el asador a unos dos metros de mí.
– ¿Dónde dices que está?
– Abajo, dentro de la bolsa de plástico negro.
– Ah, ya los encontré.
En eso, al agacharse, me brindo una vista hermosa de su culo, completamente desnudo, y como su postura era tot
almente en escuadra (90 grados) denote ligeramente un hermoso paisaje.
Me puse a mil, sin embargo continué mi faena. Encendí el calentador y ella regresó al baño. Termine de recoger, solo faltaba un poco de barrer aquí y allá y listo.
Entre a la casa, me quite la camisa y todo sudado me senté en el sofá. Encendí la tele y ella salió del baño, me regalo una larga sonrisa y se perdió en su cuarto.
Poco después de la comida, nos sentamos a ver TV, ella se sentó en la alfombra justo delante de mí, así que tome sus hombros y los masaje con gusto. Ella disfrutaba del masaje y de pronto preguntó:
– Recuerdas lo que me preguntaste aquel día.
– ¿Cuál día?
– El que nos tocamos.
– No, ¿qué te pregunte?
– Que ¿si quería chupar tu pene?
– A sí lo recuerdo, dijiste que no y esta bien, lo comprendo.
– Te mentí, me moría de ganas de probarlo pero me dio mucha vergüenza.
– No tiene porque, yo chupe tus senos.
– Sí pero los pechos de la mujer están hechos para eso, para dar leche y que los chupen, y el pene del hombre no, ese sirve solo para el sexo.
– Yo te lo ofrecí para que probaras y no tuvieras curiosidad, no para tener sexo contigo, eres mi hermana ¿lo recuerdas?.
– No lo había pensado así. ¿Diana te lo ha chupado?
– No, hasta hoy ninguna mujer lo ha hecho, no me gusta.
– Y ¿por qué me lo ofreces a mí?
– Es diferente, es algo muy íntimo y tú eres mi hermana, no confío en nadie más.
– Si quisiera chuparlo en este momento, ¿me dejarías hacerlo?
– No, debo asearme un poco, estoy todo sudado.
– No importa, yo lo aseare solo déjame traer agua, unas toallas y un poco de jabón.
Sin darme tiempo de nada, se levantó y corrió hacia la cocina, regresando con un traste de agua, unas servilletas y un pequeño jabón de adorno.
– Déjame encargarme, quedará reluciente.
– No es necesario, déjame bañarme y volveré.
– No, soy tu hermana y quiero hacerlo.
Después de acomodarse frente a mí y de rodillas, bajó mi short para lo cual yo me levante un poco y salió mi pene ya algo duro, lo sujeto e inicio a lavarlo con sumo cuidado. Poco a poco el pene creció y creció, comenzó a cambiar de color a un rojo intenso.
– Creo que está listo, ahora quiero probarlo.
Se inclino un poco y lo tocó con la nariz, abriendo su boca lo chupo ligeramente por un lado, luego por el otro, daba unos lengüetazos por todos lados. De pronto se puso enfrente y observó con atención la cabeza.
– Tienes unas gotitas, ¿es semen?
– No, es líquido para lubricar que sale por la excitación.
– ¿Puedo probarlo?
– Chupalo despacio, como si fuera una paleta.
Lo sujeto y tímidamente toco con su lengua aquellas gotas ya más abundantes, se retiro un poco para saborearlo y regresó, se introdujo toda la cabeza en su boca y comenzó a chupar. Sujete suavemente su cabeza, indicándole que subiera y bajara para hacer más profunda su mamada. Ella entendió de inmediato y comenzó a darme una mamada como nunca la había disfrutado.
Pasaron varios minutos y sentía venirme, trate de retirarla un poco pero sin éxito, estaba mamando frenéticamente.
– Sepárate Rosario, voy a venirme. Ella seguía pegada en su faena.
– Voy a aventar mi leche, quítate o te la tragarás.
No hizo caso, de pronto con fuerte espasmo vacío toda mi leche atragantando a Rosario, ella no dejaba de succionar y pasar mi semen, termine y ella seguía, limpiaba todo vestigio de semen.
– Que rico sabe Luis, nunca pensé que me gustara la leche y menos tuya.
– Quiero tomarla todos los días si no te importa.
– Claro hermanita con una sola condición.
– Claro, ¿cuál?
– Que después de tomar mi leche, me dejes tomar la tuya.
– Pero si no tengo leche aún.
– Es verdad, entonces solo déjame chupar tus pechos.
– De acuerdo.
Esa noche me mamó unas 3 veces más y yo me dí gusto con sus pechos.
Al día siguiente en la mañana me levanté solo con mi bata de baño y fui a tomar algo de agua, en eso estaba cuando Rosario pasa rumbo al baño y dice
– ¡Buenos días¡
– ¿Cómo amaneciste?
– Bien hermanito ¿y tu?
– Sedie
nto, ¿me podrías dar un poco de leche?
Sonrió y se acercó a mi envuelta por su camisola rosa.
– ¿De cuál leche quieres?
– Tuya
– Espera un poco, no traigo nada debajo
– No importa, solo quiero tu leche.
La acerco un poco y me hinco, levanto su camisa y observó un monte negro y peludo, con cabellos brillantes rodeado por un ombliguito sensual y unas piernas magnificas. Ella estaba un poco nerviosa pero subí rápido hasta sus pechos. Los chupe deliciosamente mientras la sujetaba tiernamente de su cintura. Ella acariciaba mi cabellera mirando hacia arriba. Me devore sus pechos deliciosos, entonces acaricie sus nalgas sin recibir ningún reproche, las apreté y masaje varios minutos, así me dirigí con la derecha hacia ese monte espeso.
Llegue sin resistencia, acaricie el pelaje, los estire un poco y sentí su separación, me jalo hacia arriba y dijo
– Es mi turno de almorzar hermanito, déjame comerte ese enorme chorizo.
– OK.
No importaba nada, ella mamaba como frenética, movía la cabeza hacia delante y atrás y chupaba duro, me exprimió en pocos minutos, bebió toda mi leche y se levanto satisfecha.
Después de varias semanas, la intensidad de aquellos encuentros disminuyó, no me permitía nada fuera de sus pechos.
– Que tienes Luis, ¿té molesta algo?
– Sí, mira la casa, esta tirada, el jardín descuidado, tu cuarto desecho y tu muy descuidada. Cuando regrese no quiero ver esto así, ¿entendiste?
– Sí, pero..
– Sin peros, si algo no esta en su lugar te las verás conmigo.
– Pero no te enojes…
– No quiero pretextos.
Al minuto me arrepentí, pero me sostuve y salí a trabajar. Regrese tarde pues me tome un café en un restaurante para calmarme y meditar. Al llegar la casa estaba como espejo, se percibía en penumbra unas ligeras flamillas de velas, eran aromáticas, olía delicioso. La cena era de lujo, pavo, puré y algo de espagueti, ciertamente era una excelente cocinera.
Ella estaba sentada en la mesa, llevaba un vestido discreto y elegante, negro con arreglos brillosos y dorados, un escote modesto pero torneando la forma de sus senos y su pelo desarreglado pero hermoso. Quede de una pieza.
– Hola hermanito, no quiero que te enojes, seré obediente y buena. Haré lo que tu me pidas, pero no te enojes conmigo, pégame si te moleste pero no te enojes.
– Discúlpame, fui muy tonto, es solo que no me gusta ver la casa y a ti tan descuidados, discúlpame por estar molesto.
– No la culpa es mía, te propongo un trato.
– ¿De qué se trata?
– Cenamos juntos y sin pelear y al terminar, como hacía papá con nosotros cuando hacíamos travesuras, me das unas nalgadas y listo.
– Pero papá nunca te golpeó, además yo no soy papá.
– Es verdad, pero a ti sí yo lo vi en varias ocasiones. Se que no eres papá pero te quiero mucho y quiero ser una chica obediente.
– Esta bien cenemos.
La cena fue agradable, no discutimos, reímos y platicamos de todo. Al terminar me senté en el sofá exhausto, encendí la TV y en ese momento se acercó Rosario.
– Nada de tele, primero mi castigo.
– Rosario, yo no pue….
Sin darme tiempo de proseguir se levanto el vestido, bajo su bikini rojo y se acostó boca abajo en mis piernas. Me quede serio.
– Por favor hermanito, pégame por ser mala.
– No puedo no soy papá.
– Pégame por favor.
– Podría lastimarte y no quiero.
– Prometo que si me pegas seré aún mejor.
Sin muchas ganas le di una nalgada un poco fuerte, su glúteo enrojeció y ella gritó.
– Listo, ya esta.
– No, pégame como te lo hacía papá, recuerda que fui mala.
Le di varias nalgadas y ella gritaba. Con una mano separé un poco sus nalgas y observe mientras la nalgueaba su hermoso y rozado ano, seguí pegándole aunque más despacio, su culo era como un tomate, le dí unas nalgadas más y termine.
– Listo, eso será suficiente.
– Sí, seré más buena. ¿Podrías ahora sóbarme un poco?, es que me duele mucho.
Comencé a sobar su hermoso culo y notaba como ella permanecía quieta, separe sus nalgas y acaricie su ano rozándolo con mi dedo, ella solo temblaba, lo hice por uno o dos minutos y de pronto se movió un poco hacia delante levantando un po
co más su culo.
– Aún me duele, puedes sobarme más abajito, please.
Baje mi mano y llegue a una zona llena de bellos, los masaje, los jale y seguí un poco más allá. Sentí de pronto un olor a sexo que me dominaba, sentí la humedad de su vagina ante mis dedos curiosos, roce y roce aquellos labios, Rosario se movía muy despacio, disfrutaba mucho. Introduje un poco mis dedos y tope sorprendido, ¡mi hermana era virgen!.
Seguí masajeando sus labios pero sin entrar profundo, ella comenzaba a gemir levemente.
– ¿Quieres que siga sobando o esta bien?
– Sigue, sigue, no te detengas, no hables, castígame.
Al escuchar esa palabra “castígame”, me anime y recorrí todo su culo, sus piernas, su vagina, todo. Regrese al ano y coloque un poco de saliva junto a él, introduje un dedo solo un poco y ella apretó, seguí metiendo y sacando mi dedo, ella apretaba. Recordé traer un bolígrafo en mi camisa, era gordo y largo, redondeado de las puntas, así que lo tome y lo acerque. Ella sintió en su ano lo frío del metal, solo respingo un poco, introduje el bolígrafo y seguí, ella lo disfrutaba, su ano se fue dilatando y creció, también crecieron sus gemidos y sus movimientos de culo.
Ayudándola con mis manos, la levante y la acomode de perrito en el sofá, ella sostenía el vestido levantado y su culo disponible, la cabeza la metió sobre los cojines inclinándose un poco más. Me puse de pie y le dije.
– Rosario te has portado muy mal, tengo que castigarte.
– Sí hermanito, dime y obedeceré, pégame y obedeceré.
Me baje los pantalones sin que ella lo percibiera, saque mi verga que estaba a mil y la acerque a su ano, la lubrique acariciando su vagina y presione un poco sobre el ojete.
Ella se asustó, se arrojo para adelante y trato de huir, la sostuve un poco pero se libero, corrió a mi cuarto por ser el más próximo y llegue antes de que pudiera cerrar, la vencí y corrió al closet, me desnude, abrí y ella salió llorando.
– Hermanito, ¿qué me vas a hacer?, no quiero, pídeme lo que quieras, tócame pero no eso, por favor.
– Dijiste que obedecerías.
– Pero eso no, eso es incesto.
– ¿Quieres vivir aquí?
– Sí pero….
– Entonces sobre la cama y en cuatro patas, obedece.
Lentamente obedeció sollozando un poco, me acerque y acaricie su vagina, lubrique su ano y empuje un poco, ella estaba tensa, la cabeza entró, lo demás fue esperar un poco. Mientras ella estaba inmóvil, yo disfrutaba el espectáculo, aún con el vestido pero sin su bikini, yo observaba descubierto su enorme culo para mi solito, acariciaba su vagina y ella solo estaba alerta.
Entonces comencé a meterla poco a poco, escapaban unos pequeños gases, hasta que conseguí chocar mis huevos con su culo, estaba ensartada hasta adentro, su culo era mío.
– ¿Te dolió hermanita?
– Un poco.
– ¿Te gusta sentirme dentro?
– No.
– ¿Por qué?
– Porque eres mi hermano.
– ¿Quisieras que fuera alguien más?
– No.
– ¿Entonces?
– Pensé que solo querías jugar un poco y tocar, no esto, me dueeee………..lllllleeee.
Comencé a bombear poco a poco, mis huevos chocaban con su culo, era hermosa la vista, se escuchaba el chasquido húmedo del bombeo, ella solo pujaba. Estuve mete y saca como un loco, masajeaba su culo, era mío, su primer penetración anal total, su cola era toda mía. Me vine dentro de ella, ella solo lanzó un pujido, observe que al sacar mi pene, chorreaba su ano una pequeña mezcla de semen con sangre. Creo que la irrite un poco por lo estrecho que estaba y lo violento de las acometidas.
– ¿Ya terminaste?
– Sí, ¿te dolió mucho?
– Solo un poco.
– ¿Me dejarás después cogerte por el culo?
– No lo sé, si tu quieres pero con una condición.
– Seguro, ¿cuál?
– Que cortes a Diana y cualquier otra chica.
– ¿Por qué?
– Si voy a ser tu mujer, quiero ser la única, solo me cogerás a mí, a nadie más.
– ¿Mi mujer?, eres mi hermana.
– Ahora también soy tu mujer para bien o para mal, me cojeras cuando desees y yo te mamaré cuando se me antoje, ¿estamos?
– Estamos, per…..
– Nada de peros, soy tuya y tu mío, como si estuviéramos casados ¿OK?
– Si pero mis amigos, te conocen.
– Busc
aremos con calma y nos mudaremos a otra ciudad, ahí seremos esposos.
– Esta bien, pero una cosa.
– ¿Qué?
– ¿Me dejas metertela de nuevo por el culo?
– Aún me duele.
– Solo una vez.
– Esta bien, metemela pero esta vez rápido, cojéeme como si me estuvieras violando, rápido y brutalmente, siempre quise ser violada por ti.
Sus palabras me excitaron mucho, la tome del pelo, le ordene que se desnudara, le arranque el sostén y la empuje hacia la almohada, le dí unas nalgadas que pusieron rojo su culo, la levante y la puse contra la pared, levante un poco su culo y lubrique mi verga con su vagina pero sin entrar, aún era virgen.
Empuje sobre su ano aún dilatado y entre sin mayor problema, ella se movía a los lados, fingía querer escapar y yo la sometía, la doble hacia delante y la embestía con violencia, ella gritaba, me senté en el borde de la silla y ella sobre de mí, acomode mi verga en su ano y la metí, ahora ella era quien cabalgaba mirándome directamente a los ojos.
– ¿Te gusta por el culo?
– Comienza a gustarme hermanito. Aún no soy muy buena, solo dame tiempo.
– ¿Qué te gustaría que te hiciera?
– Que me des unas nalgadas y dos bofetadas para que me ordenes que te mame.
– ¿Porque quieres que te pegue?
– Porque quiero que me violes, me golpes, me rompas el culo, me arranques la ropa y me hagas sentir feliz.
Y así fue, unas veces tierno y seductor, otras violento y agresivo.
Fuera de la casa era la mujer más feliz y sumisa, elegante y seria, recatada y madura, pero en nuestra casa era dominante, sensual y cada vez más profesional.
Nuestra vida continua, yo tengo 44 y ella solo 27, hacemos de todo juntos y creo que ahora yo soy quien depende de ella. Cambiamos de ciudad, iniciamos una nueva vida, es hermosa, sexy, caliente, obediente y mi hermana, solo puedo decir que soy muy feliz.