Pase de curso y mi mamá me da un premio muy especial

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Aquel día de julio era muy especial para un Juan de dieciocho años.

Dudando del resultado de su último examen había acudido a la Universidad para ver sus últimas notas y … ¡había aprobado la única asignatura que le faltaba! ¡Había aprobado todas y podía pasar al siguiente curso! Todos sus esfuerzos a lo largo de todo el curso habían sido recompensados y ahora era el momento de celebrarlo con sus amigos, especialmente con Manu, su mejor amigo, un año mayor que él y en un curso superior al suyo, que le había ayudado a aprobar.

Tomaron con unos colegas un par de cervezas en una tasca y, cuando todos ya se retiraban, Manu fue el último en acompañarle, ya que su casa pillaba de camino a la de Juan y le propuso tomar la última en el bar de Pepe, que estaba frente a la casa de este último.

Como hacía bastante calor, se sentaron a una mesa que había bajo la sombra de unos árboles y allí Pepe les sacó una botella de vino dulce para celebrarlo. “Un vino pero que muy especial” en palabras de Pepe, lo que dio a entender que tenía bastante más de lo que parecía. También Manu se sacó unos porros y, entre vino y porro se fueron poco a poco colocando, sobre todo Juan que no estaba acostumbrado a fumar porros y a mezclarlos con alcohol.

La excitante visión de una jovencita en minifalda dirigió la conversación a las mujeres, a lo buenas que estaban y a los polvos que las echarían.

Fue Manu el que sacó el tema de Rosa, la madre de Juan, y lo buena que estaba.

La que sí está buena es tu madre, tío. A esa sí que la haría yo un buen favor.
Colocado como estaba Juan de alcohol, porros y algo más, le siguió, lejos de enfadarse, entre risas, el rollo a su amigo como si no hablara de su madre, sino de otra mujer:

¡Tú lo que quieres es follártela, cabrón!
Pues claro, tío, ¿a qué otro favor me podía referir? ¿A tocarla solo las tetas y el culo? No, rotundamente no. Unos buenos polvos es lo que se merece la buenorra de tu madre.
Entre las risas de los dos amigos, Manu continuó entusiasmado, en voz alta, sino a gritos, sin importarle que todo lo que decía se escuchaba desde las mesas próximas:

¡Qué buena está, tío! ¡Qué cuerpo tiene, con esas tetas, ese culo, esas piernas, ese … ese … ese todo! Pero … ¿te has fijado en el culo que tiene? Si está para comérselo a bocados, a darle de azotes sin parar durante horas. Y ¿sus tetas? ¡Vaya tetas que tiene tu madre, tío! Están para sobarlas, para exprimirlas hasta sacarlas toda la leche, pero ¿qué digo, tío? La leche me la sacaría ella, me sacaría toda mi leche entre sus dos tetazas. ¡Vaya pedazo de cubanas que me haría entre esas dos ubres! Pero antes me las comería, me la comería las tetas. Tú, sí que has tenido suerte, tío, que la has mamado las tetas durante años, ¿durante cuantos año, tío? Yo en tu lugar la estaría toda mi vida comiendo las tetas, las tetas y el culo.
¡Joder, tronco, cómo me estás poniendo! ¡Me estás poniendo verraco verraco, pero que muy verraco! ¡Me va a reventar la polla de tanto escucharte haciéndote pajotas sobre las tetas y el culo de mi madre!
Eso es lo que quisiera, tío, hacerme unas buenas pajotas con las ubres y el culo de tu santa. Ya me imagino mi rabo empitonado rasca-rasca entre las tetazas y entre los cachetes del culazo de tu mamacita, y soltando litros y litros de leche a presión, sepultándola toda desde la cabeza a los pies en interminables cascadas de esperma.
¡Joder, tronco, yo me la follaba así, en un pis-pas, sin perder el tiempo con sus tetas y con su culo, directamente a su coño peludo, y, zasca, hasta el fondo, hasta meter toda la polla y las pelotas perdidas dentro!
¡No te me adelantes, tío, que mis pajotas en sus ubres y en su culo son solamente el principio! ¡Que todos sus agujeros serán míos! ¡Mete-saca-mete-saca hasta el infinito y más allá! ¡No solo es que la fuera a matar a polvos sino que no dejaría de follármela aunque estuviera muerta y enterrada!
Pepe, el dueño del bar, que, sirviendo las mesas, había estado escuchando todo con un empalme de caballo, les dijo, riéndose, y señalando con una mano:

¡Pues por ahí va, chavales! Llamadla para que se tome unas copas con vosotros y vuestros sueños se harán realidad.
Efectivamente Rosa, la madre de Juan, caminaba por la calle camino de su casa, sin haberse fijado que en una mesa próxima estaba su hijo y su mejor amigo. Caminaba alegre por disfrutar de un día tan soleado, con su ligero vestido de color rosa, sin mangas y con una falda corta que la llegaba por encima de las rodillas.

¡Coño, es verdad, es ella! ¡Llámala, tío, llámala y que se siente con nosotros!
Dijo Manu, viendo a la madre de Juan, y éste se levantó como un resorte y se lanzó, haciendo eses, hacia donde caminaba su madre:

¡Mamá, mamá!
¡Ay, qué susto me has dado! No te había visto, hijo, pero esas voces que has dado … Pero ¿qué haces aquí? Te veo muy contento, ¿no estarás bebiendo?
He aprobado, mamá. He aprobado todas las materias.
¡Qué bien, hijo, qué alegría! Abrázame y dame un beso, hijo.
Y eso hicieron, se dieron un par de besos emocionados, pero mientras Rosa se los daba en la mejilla, su hijo, drogado, se los daba en la boca, metiéndola incluso la lengua en la boca, mientras que, al abrazarla, la agarraba con sus manos por las nalgas.

Notando la fuerte erección que tenía su hijo y cómo apretaba su verga erecta en el vientre de la mujer, logró la madre separarse de su hijo, exclamando avergonzada y con el rostro rojo como un tomate:

¡Pe … pero hijo … ¿Có … cómo estás?
¡Contento, mamá, muy contento!
También apareció Manu, el amigo de Juan, que también dio a un beso a Rosa, al tiempo que la tocaba una teta, y la decía:

¡Venga, doña Rosa, tómese un vinito con nosotros para celebrarlo!
Titubeó la madre pero, ante la insistencia también de su hijo, cedió.

¡Venga, mamá, tomate un vino con nosotros! ¡Que he aprobado todo el curso!
Pensó la madre que, por una vez que aprueba su hijo, no iba ella a no celebrarlo. Supuso además que los sobes de su hijo y del amigo de éste habían sido sin mala intención, simplemente había sido un accidente sin importancia, fruto de su euforia por haber aprobado y del alcohol que habían ingerido, pero que ni siquiera se habían dado cuenta.

Se sentó con ellos en una silla que estaba libre, fijándose, tanto los dos jóvenes como los paisanos de las otras mesas, en los torneados muslos de la mujer que habían quedado al descubierto al subírsele la falda.

Dándose cuenta Rosa hacia donde dirigían todos las miradas, avergonzada, se colocó rápido la falda, y, al momento, Pepe la trajo una gran copa vacía que llenó enseguida de vino hasta arriba.

Chocaron las copas muy alegres y vaciaron las bebidas. Incluso Rosa, para no defraudar a su hijo y por la vergüenza que sentía, se obligó a beberla hasta no dejar una gota.

Le supo muy dulce a la mujer, demasiado dulce quizá, pero muy bueno, tan deliciosamente frío ante tanto calor como hacía y la sed que ella traía.

Se la volvieron a llenar la copa a pesar de que la insistencia de ella para que no lo hicieran. Sabía que no estaba acostumbrada al alcohol y se la subía muy rápido a la cabeza, haciendo que perdiera el control.

Volvieron otra vez a beber los dos jóvenes y, aunque ella no quería hacerlo otra vez, la llevó su hijo la copa a los labios y la obligó a beber, hasta dejar vacía la copa, aunque gran parte del líquido se derramó sobre la pechera del vestido que llevaba y dentro del escote, directamente en las tetas, perdiéndose entre ellas.

Viendo lo mojado que tenía el vestido y las tetas, la mujer intentó secárselo con unas servilletas de papel, pero, tanto su hijo como el amigo de éste, se adelantaron y, con la excusa de secarla, la sobaron las tetas, ante la sorpresa primero y vergüenza después de la madre.

Logró quitarse las manos de los dos jóvenes que observaron lascivos cómo el escote del vestido se había abierto todavía más, mostrando incluso parte de las negras y grandes areolas y de los sonrosados y abultados pezones de Rosa.

¡Lástima que llevara ella un pequeño sostén que no permitiera verla las tetas en todo su esplendor!
Pensaron los dos jóvenes, así como los paisanos de las mesas próximas que no se habían perdido ni un solo detalle.

La ofreció Manu el porro que estaban fumando y ella, aunque se negó en un principio, acabó cogiendo el pitillo, ante la insistencia de éste y de su hijo, y echó un par de profundas caladas, aunque acabó tosiendo con el rostro encarnado.

Sus tetas brincaban y brincaban lujuriosas en cada tos que daba ante la hipnotizada mirada de todos, amenazando con salirse por el cada vez más abierto escote del vestido.

Una vez hubo acabado de toser, se levantó de la silla para marcharse, pero estaba tan mareada que a punto estuvo de caerse, a no ser por el amigo de su hijo que, sujetándola con las dos manos en las nalgas sobre el vestido, la estabilizó.

¡Me … me voy … me voy a casa … que tengo que hacer la comida!
Se excusó la madre aunque su hijo enseguida se lo recordó:

Pero mamá, que hoy no viene papá a comer. ¡Quédate un poco más con nosotros, que acabas de llegar! ¡Y además he aprobado y me debes un regalo!
Me … me voy. Lo siento, hijo, es que estoy … un poco mareada. Mejor me voy a casa. Me echó un ratito y estoy bien.
No se preocupe, doña Rosa, que nosotros la acompañamos a la cama.
La dijo un sonriente Manu, muy solícito.

Los paisanos de las mesas de al lado así como el dueño del bar escuchaban atentos la conversación y soltaron grandes risotadas al escuchar al joven que acompañaría a la mujer a la cama. Juan, sin saber exactamente de qué reían, también él se carcajeó.

No … no hace falta. Llegó bien. No quiero molestaros.
No es molestia, doña Rosa, es un auténtico placer llevarla a la cama.
Que sí, mamá, no te preocupes, que vamos contigo.
Confirmó Juan, dejando encima de la mesa un par de billetes para pagar las consumiciones. Al fin y al cabo había sido él el que aprobó la última asignatura y, por tanto, el que debía invitar.

Se levantaron los tres de la mesa, abriendo la mujer la comitiva, seguida a corta distancia por los dos jóvenes que no dejaban de mirarla el culo.

Entre el alcohol, los porros y la droga que contenía el vino de Pepe, Juan estaba como flotando en una nube, como si estuviera en un sueño muy surrealista y placentero, confundiendo la realidad con la fantasía, de forma que ya no veía a Rosa como a su madre, sino como una mujer a la que había que aprovecharse sexualmente.

Les desearon, entre risas, suerte los paisanos de las otras mesas, y el dueño del bar incluso les dijo a los dos en voz baja:

¡Esta cae seguro, no desaprovechéis la ocasión!
Mientras Manu no respondía, fija su mirada en el culo de la mujer, Juan sonreía bobaliconamente, agradeciendo las palmadas irónicas que recibía en la espalda de los paisanos y de las muestras de apoyo, obviando las carcajadas sarcásticas:

¡Gracias, gracias, seguro que sí. Ya os contaré!
Iba delante Rosa, tambaleante, aunque fue Manu el que se adelantó, cogiendo la llave del portal de la mano de la mujer, y abrió la puerta sin dejar de tocarla el culo, ante la turbación de ella, que no estaba muy segura de lo que la sucedía.

Subiendo en el ascensor, los dos jóvenes, aprovechando que eran más altos que Rosa, no dejaron de mirarla muy sonrientes las tetas, cuyo nacimiento podía verse en el amplio escote del vestido que llevaba.

Mientras Juan sonreía bobaliconamente, la sonrisa de Manu era forzada, calculada. No estaba prácticamente colocado y sabía lo que quería: follarse a la madre de su amigo.

Rosa, a la que la droga que había ingerido también la hacía estar como flotando en un delicioso sueño, les sonreía estúpidamente, aunque lo único que dijo fue:

¡Uff, qué mareada estoy y qué calor hace! ¿Vosotros no tenéis calor?
Ya lo creo, doña Rosa, pero es que lleva usted demasiada ropa. Si quiere se la quitamos para que esté mejor.
Al escucharlo la mujer empezó a reírse, provocando que los dos jóvenes se rieran con ella. El volumen de las carcajadas fue en aumento, convirtiéndose en risas nerviosas, hasta que Manu dejó de reírse y se quitó el polo que llevaba, quedándose con el torso desnudo, para exclamar a continuación:

Yo ahora sí que estoy mejor. Debería hacer lo mismo, doña Rosa, y tendrá menos calor.
Asombrada la mujer le echó una ojeada al pecho, ruborizándose y soltó una risita, entre divertida y excitada, siendo su hijo el que, viendo el éxito que había tenido su amigo, le imitó y también se quitó el polo quedándose también desnudo de cintura para arriba.

Ves, mamá. Yo también estoy ahora mejor. ¿Por qué no haces tú lo mismo? ¿Quieres que te quite yo la ropa?
Pero ¿qué dices, hijo? ¡Deja, deja!
Exclamó divertida, entre risitas, alejando a manotazos las manos de su hijo que se encaminaban a sus tetas.

Estáis muy juguetones los dos, ¿eh? ¿Qué es lo que buscáis?
Preguntó sonriendo Rosa,

¡Follarte, mamacita!
Fue la respuesta que pensó Manu pero que no dijo en voz alta.

En ese momento llegó el ascensor al piso donde vivían y la mujer salió la primera, recibiendo un fuerte y sonoro azote en las nalgas por parte de su hijo y provocando que emitiera un breve y agudo chillido, fruto no solo de la sorpresa sino también de excitación sexual.

Otra vez fue Manu el que abrió la puerta de la vivienda, sobándola de nuevo el culo con la otra mano.

Esta vez Rosa, quitándose los zapatos y quedándose descalza, echó, riéndose, una breve carrerita por el pasillo de su vivienda.

Los ojos de los dos jóvenes, sorprendidos por la carrera, se clavaron en el culo de ella y cómo lo balanceaba lascivamente al correr.

Fue Juan el primero que echó también a correr tras su madre, chillando “¡Que te cojo, mamá, que te cojo!”, mientras Manu empujaba con sus pies los zapatos de Rosa al interior de la vivienda y cerraba la puerta de la calle con cerrojo, acompañando a madre e hijo en su carrera.

Se detuvo Rosa en el salón y Juan, que iba detrás, la soltó en un momento el vestido y el sostén por detrás, antes de que la mujer reaccionara, y, cuando lo hizo fue tan torpe, que no pudo evitarlo y chilló histérica:

¡Ay, ay, no, no! ¿Qué haces? ¡Que soy tu madre!
Pero ya era tarde. Aprovechando la sorpresa, el joven la bajó por detrás el vestido y el sostén, sin encontrar resistencia, dejándola las tetas al aire. Y mientras se agachaba para quitarla el vestido por los pies, tiró de las bragas de ella, bajándoselas también.

Con la ropa en el suelo a sus pies, Rosa, completamente desnuda, titubeó asombrada unos instantes antes de agacharse rápido para coger sus prendas, pero un fuerte azote de su hijo en una de sus nalgas la hizo trastabillar hacia delante, alejándola de sus ropas, que recogió Juan, sonriendo como si estuviera ganando en un divertido juego, y arrojándola hacia el pasillo lejos de ella.

Su mirada fue primero a su madre que, con el rostro colorado de vergüenza, se volvió, con una sonrisa entre avergonzada y lasciva, hacia su hijo y hacia su amigo, cubriéndose con una mano su entrepierna y sus tetas con el otro brazo. Luego siguió la mirada de su madre hacia su amigo que, inmóvil como un depredador presto a atacar a su presa, observaba atentamente a Rosa con los ojos y la boca muy abiertos.

Le resultó muy extraña la mirada que Manu dedicaba a su madre. Le dio hasta miedo ya que nunca le había visto así, parecía otra persona, incluso una fiera salvaje, con esa expresión marcadamente lasciva reflejada en su rostro.

Un rápido movimiento de Rosa le llamó la atención y, al dirigirla la mirada, la observó corriendo completamente desnuda por el salón camino del pasillo de la vivienda. Balanceaba sus amplias caderas y sus macizas nalgas alejándose de ellos, pero una veloz figura fue más rápido que ella. Era su amigo que, corriendo, la había adelantado por un camino más corto, interponiéndose entre ella y el pasillo que quería tomar para huir.

Con un rápido y ágil regate la mujer, chillando entre risotadas, no se dejó coger por Manu, colocándose detrás del sofá que había en medio del salón, de forma que el mueble estuviera en medio, entre Manu y ella.

Manu observaba lascivo el voluptuoso cuerpo de Rosa, y cómo bamboleaba lúbrica las enormes y erguidas tetazas en cada movimiento que hacía. Cada amago del joven para ir hacia alguna parte de la mesa provocaba una inmediata reacción de la mujer en sentido contrario, intentando huir.

El joven, al estar frente a Rosa, se fijaba, no solo en las redondas tetazas de ésta, sino también que una fina franja de vello púbico apenas cubría la vulva de la mujer, haciéndola todavía más deseable. Sin embargo, Juan, situándose detrás de su madre, se fijaba en el culo de ésta, y cómo mantenía en tensión sus glúteos y sus piernas, tensando los músculos al moverse.

Sorprendentemente todos sonreían. También Rosa y Manu se divertían del excitante juego. No como Juan que observaba, divertido y en cierta forma inocente, una lasciva versión del pilla-pilla, sino que su amigo y su madre eran más que simples observadores, eran parte activa del juego. Manu quería pillarla, follársela, y Rosa que no la pillara, que no se la follara, o, al menos eso parecía, pero ¿realmente la mujer no quería que se la follara el joven amigo de su hijo?

Sin poder resistirlo, Juan la propinó un buen azote a su madre en una nalga, provocando que ésta chillara, más de sorpresa que de dolor, haciendo que se girara brevemente para mirar a su hijo y recordarle:

¡Que soy tu madre!
Pero el joven, soltando una carcajada, respondió con “¡Vaya culo que tienes, mami!” y con otro fuerte azote en la misma nalga, para, a continuación, sujetarla por detrás por las tetas, tirando de ella hacia atrás, y animar a su amigo:

¡A por ella, Manu!
En un segundo Manu se bajó el pantalón y el calzón, quitándoselos, quedándose totalmente desnudo y listo para follarse a la mujer, pero Juan, juguetón, viendo cómo su amigo saltaba por encima del sofá hacia ellos, soltó a su madre que, después de echar una breve ojeada al cipote erecto y congestionado del joven, echó a correr chillando divertida por el pasillo.

A escasos pasos la siguió Manu, corriendo tras ella, y detrás Juan, siguiendo divertido a ambos. Observó cómo el culo respingón de su madre con su dueña desaparecían por la puerta del dormitorio conyugal y su amigo tras ellos.

Rosa se subió ágil a la cama, corriendo desnuda sobre ella, para saltar al otro lado del mueble, pero, cuando quería salir por la ventana del dormitorio a la terraza y ya estaba encaramada a ella, Manu la cogió por detrás, por las caderas primero, reteniendo su precipitada marcha, bajándola del hueco de la ventana al suelo. Luego subió sus manos y la cogió, también por detrás, pero esta vez por las tetas y, presionando su cuerpo en la espalda de ella, la obligó a apoyarse inclinada dentro del hueco de la ventana. Gimiendo por el esfuerzo y por la excitación que sentía, sintió Rosa cómo la sujetaban por las tetas mientras el cipote duro del joven se apoyaba y restregaba sobre sus nalgas e incluso entre ellas, queriendo ansioso penetrarla por el primer agujero que encontrara.

A un par de pasos detrás de ellos Juan observaba lúbrico y sonriente cómo su amigo quería montar a su madre, ambos completamente desnudos, y, si no estuviera Manu pegado al culo de Rosa, el joven la hubiera propinado más azotes, ya que estaba deseando probar ese culo.

Un rápido requiebro de la mujer logró desplazar el miembro de Manu fuera de su culo, pero éste, frustrado de no poder penetrarla, tiró de Rosa, alejándola de la ventana y, volteándola hacia él, la atrajo. Colocando sus dos manos sobre las nalgas de ella, una sobre cada nalga, presionó con su duro y erecto cipote en el bajo vientre de Rosa y la besó en la boca, intentando meterla la lengua, pero Rosa, girando la cabeza, lo evitó.

Nuevamente frustrado, el joven tiró de ella hacia la cama, y, después de un breve forcejeo, la arrojó bocarriba sobre el lecho, tumbándose bocabajo sobre ella, entre sus piernas abiertas, sujetándola con sus manos por las muñecas, inmovilizándola.

Forcejearon, intentado soltarse una y follársela el otro. Restregando su congestionada verga por la entrepierna de la mujer, entre los ya empapados labios vaginales de ella, buscó el joven la entrada a la vagina de Rosa, ante los suspiros, soplidos y gemidos de ambos, y, cuando lo encontró, se la fue metiendo poco a poco mientras la escuchaba decir de forma entrecortada:

¡Ay … ay … no …no … por favor … no!
Cuando la metió todo el cipote dentro, hasta que sus cojones chocaron con el perineo de ella, Rosa ya dejó de hablar y, abrazando con sus piernas la cintura del joven, empezó a suspirar, a suspirar y a gemir, mientras Manu, mediante movimientos de sus caderas, se la iba follando a un ritmo cada vez mayor.

Mientras Manu se la follaba, Juan que estaba observando cómo se follaban a su madre, se desnudó también, dispuesto también a incorporarse a la orgía. Pero, al darse cuenta por un momento que era a su madre a quien su amigo se estaba follando, dejó de sonreír y una extraña expresión, más bien seria cubrió su rostro. Se sentía en cierta forma engañado, como estafado. A pesar de lo que había hablado con Manu, de haber desnudado, azotado y sobado a su madre y de verla correr desnuda perseguida por su amigo, también desnudo y erecto, no pensaba que el juego fuera a acabar así, que su mejor amigo se follara a su madre.

Pero enseguida lo olvidó, olvidó que era a su madre a la que se estaban follando, al fijarse en las hermosas y torneadas piernas de Rosa, en sus musculosos muslos y gemelos y en sus pequeños y bien formados pies, cuyos dedos apuntaban extendidos al techo.

Las embestidas de Manu eran cada vez más fuertes, más rápidas, así como los gemidos y suspiros de la mujer que se convirtieron en chillidos de placer. ¡Estaba tenido la mujer un orgasmo, un potente orgasmo!

Juan contemplaba todo en silencio, de pie al lado de la cama, sobándose la polla erecta y congestionada pero con cuidado de no eyacular. Tampoco se atrevía a intervenir, a interrumpir a su amigo mientras se follaba a su madre.

De pronto Manu aminoró el ritmo y se detuvo, emitiendo una especie de gruñido, alcanzando también él un largo y rico éxtasis.

Estuvo unos segundos tumbado bocarriba encima de Rosa, casi un minuto, gozando ambos de su clímax, con los ojos cerrados y respirando profundamente. La mujer, después del orgasmo, se relajó y, dejando de abrazar con sus piernas la cintura del joven, las colocó sobre la cama, descansando. Incorporándose el joven, la sobó durante unos segundos las tetas y la desmontó, no sin antes dar un beso a cada pezón.

Manu, totalmente desnudo y con su verga colgando morcillona goteando esperma, se acercó sonriente a un Juan que le miraba temeroso y, dándole una palmada en la espalda, le dijo sonriente:

Te toca a ti, tío. Espabila, coño, y aprovecha que quizá no tengas muchas oportunidades.
No quería Manu que fuera él el único que se follara a la mujer, quería que su amigo también se la follara, que fuera no solo testigo del polvo sino también participe, por si se presentara algún problema, como que se considerara el polvo como violación, y así al habérsela follado también el hijo, podía quedar todo oculto.

Dudando qué hacer, Juan se puso en marcha más por el deseo de no defraudar a su amigo que el de disfrutar de su madre. Intentando no pensar si era o no correcto lo que iba a hacer, se acercó a Rosa, que yacía bocarriba sobre la cama, con los brazos sobre el colchón apuntando a la cabecera de la cama, con los ojos cerrados y las piernas abiertas, mostrando su coño recién follado rezumando esperma.

Se puso entre las piernas de su madre, y escuchó de nuevo a su amigo, ahora animándole:

¡Animo, campeón, que es toda tuya!,
Al ver lo difícil que era poder follársela así, con el coño tan pegado al colchón, dudó cómo hacerlo pero Manu la levantó las piernas y se las puso sobre el pecho de su amigo, de forma que la vulva de ella quedaba más levantada y fácil de penetrar. Y así hizo, Juan, que se sentía en deuda con su amigo por haberle ayudado a aprobar los exámenes, no quería defraudarle, así que cogió su pene erecto con la mano, dirigiéndolo hacia la bien abierta entrada a la vagina, y la penetró poco a poco, escuchando cómo su madre suspiraba y gemía nuevamente, pero sin abrir los ojos, solo disfrutando fuera quien fuese el que ahora se la follase.

Sujetándola por las nalgas, una mano sobre cada nalga, puso una pierna doblada sobre el colchón y comenzó, mediante movimientos de cadera, glúteos y piernas, a follársela. ¡Adelante-atrás-adelante-atrás!

En cada embestida las tetas de Rosa se bamboleaban desordenadas, haciendo que gimiera y suspirara de placer, provocando que Juan se excitara cada vez más.

Agarrando fuertemente Rosa con sus manos la colcha de la cama, se retorcía de placer, mordisqueándose los labios y restregando su jugosa lengua sonrosada por todo el contorno de su boca, pero sin abrir en ningún momento sus ojos para ver quién era el que se la follaba. ¡Estaba tan colocada, con su mente tan embotada por las drogas, que no la importaba en ese momento el quien, solo la importaba el placer que sentía!

Observando las tetas y el rostro arrebatado de su madre, Juan se fue excitando cada vez más, olvidando sus resquemores iniciales, y aumentando cada vez más la velocidad y la fuerza de sus acometidas.

Manu, a su lado, también contemplaba entusiasmado las enormes y redondas tetas de la mujer y cómo danzaban en cada embestida. Sin poder contenerse, se puso de rodillas sobre la cama y la sobó las tetas a placer e incluso agachándose, la lamió los senos y se los mamó como si fuera un hambriento bebé en busca de leche.

¡Un enorme placer le fue llegando a Juan desde dentro y le explotó en su miembro, inundando el coño de Rosa, que chilló lujuriosa al sentirse empapada de lefa, corriéndose también!

Detuvo Juan sus embestidas, gozando del polvo, y escuchó los aplausos entusiasmados de su amigo que se incorporaba de la cama:

¡Bravo, tío! ¡Te has portado como todo un hombre!
En ningún momento la mujer abrió los ojos, aunque su rostro sonriente reflejada una enorme satisfacción por el placer que sentía. Solo quería disfrutar de unos ricos orgasmos y lo estaba consiguiendo.

Todavía bajo los efectos de las drogas, Juan sonrió orgulloso y Manu, deseando volver a montarla, apartó ansioso a su amigo y, poniendo un almohadón al lado de las caderas de Rosa, la volteó, colocándola bocabajo sobre el colchón con el culo en pompa.

Todos los ojos se fijaron en las redondas y prietas nalgas de la mujer, sin una pizca de celulitis o mancha. Fue Manu el primero que empezó a sobarla los glúteos, era como si amasara pan, además de alternar sobes con azotes. Se incorporó también Juan con sobes y nalgadas. Cada uno se dedicaba a una de las nalgas de Rosa, compitiendo entre ellos, y haciendo que la mujer se despertara y no dejara de chillar en voz baja. Las nalgas de ella estaban cada vez más coloradas, casi de color carmesí, de tanto fustigarlas.

Dejando los sobes y azotes, Manu, se colocó entre las piernas de Rosa, tomó su verga erecta con una mano y la dirigió hacia la vulva hinchada y repleta de esperma, penetrándola de nuevo.

Cogiéndola por las caderas, empezó a cabalgarla, cada vez más rápido, propinándola sonoros azotes en las nalgas, como si estuviera domando a una yegua salvaje.

Tanto la lúbrica cabalgada como los lascivos azotes despertaron a Rosa definitivamente de su placentera somnolencia, propiciando que chillara cada vez más alto en cada azote, y, colocándose a cuatro patas, comenzó también ella a moverse adelante y atrás, adelante y atrás, participando activamente en el polvo que la estaban echando.

Crujía la cama en cada embestida del joven, chocando además con la pared una y otra vez, descascarillándola.

Juan, al lado de la cama, a pesar de que acababa de correrse, estaba cada vez más excitado viendo cómo su madre se comportaba ahora como una auténtica puta experta en follar.

De tan reciente que tenía el anterior polvo que había echado, esta vez tardó más en correrse Manu y, cuando lo hizo, no fue un quedo rugido como antes, sino un grito de placer, aguantando con la polla dentro durante casi un minuto.

Desmontándola, la dio un par de fuertes azotes en las nalgas, y comentó, dirigiéndose a Juan:

¡Vaya yegua más puta tienes en casa, chaval!
Y al ver la fuerte erección que tenía su amigo le dijo:

¡Que te coma ese pedazo de polla, chaval!
Cogiendo a Manu primero por las caderas y luego por los hombros, hizo a Rosa sentarse en el borde de la cama, sin que ésta opusiera ni la más mínima resistencia.

Estaba la mujer tan colocada que no sabía que los polvos que la estaban echando eran reales, que no formaban parte de ningún sueño porno en el que satisfacía sus más inconfesables deseos, así que miró a Manu con una expresión extraña y con una sonrisa bobalicona en el rostro.

¡Ven, acércate, tío! ¡No seas tímido!
Ordenó Manu a su amigo y éste se acercó a su madre que, al verse aproximarse, no se fijó en su rostro, no se dio cuenta que era su hijo, sino que solo se fijó en su miembro erecto, mientras su coño rezumaba una espesa lefa blanquecina que no solo manchaba su entrepierna sino también el interior de sus muslos, así como las sábanas de la cama y el suelo.

Le recibió Rosa abriéndose más de piernas, para que Juan se pusiera entre ellas y, cogiéndole la verga erecta y congestionada, se la llevó a la boca y comenzó dándole una ligera chupada a la punta como probándola, pero tanto debió gustarla que mediante grandes lametones con su carnosa y sonrosada lengua recorrió la totalidad del cipote, desde a punta hasta los cojones, lamiéndole incluso las pelotas y el perineo. Luego recorriendo con su lengua y con sus labios el camino en sentido ascendente, alcanzó de nuevo la punta del capullo y se lo metió en la boca, acariciándolo con sus voluptuosos y brillantes, hasta metérselo casi en su totalidad en la boca. Subiendo y bajando sus labios, una y otra vez, arriba y abajo, arriba y abajo, fue masturbando lentamente a su hijo y éste sin poder aguantar más se corrió a lo bestia dentro de la boca de su madre, haciendo que ésta tragara bastante cantidad de esperma antes de sacarse el rabo de su boca. Atragantándose, escupió al suelo, pero aun así se levantó y caminando, haciendo eses, tan rápido como pudo, se metió al baño y vomitó en el inodoro, no solo esperma, sino también gran cantidad del vino que había bebido.

Fue en ese momento cuando Manu mirando a su amigo le dijo:

Creo que la fiesta ya ha terminado. Me voy y será mejor que tú hagas lo mismo.
Y saliendo del dormitorio, recogió su ropa y se vistió. Juan le imitó dejando a su madre vomitando todavía en el baño.

Salieron los dos juntos de la vivienda, cerrando la puerta tras ellos.

Ya en la calle Manu le dijo a Juan:

¿Te invitó a casa a comer? Mi madre ya habrá preparado la comida.
¿Estarán tu padre y tus hermanos?
No, no. Solo estará mi madre. ¡Vente y nos lo pasaremos bien con ella!
Y eso hicieron los dos amigos, de una casa a la otra, de una madre a la otra, hasta la noche.

Fue una magnífica celebración por aprobar un curso de la Universidad que recordaron siempre.

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