En el penal de los lamentos no pude evitar castigar a dos alumnas que se portaron mal, les di el castigo que merecían
– Buenos días señor juez, cuánto tiempo sin verle.
El director del colegio saludó cortésmente al juez pero se mostraba muy inquieto y preocupado. Aquello no era una visita de cortesía pues, si no, el juez no hubiera venido acompañado por cuatro policías uniformados ni estaría ese furgón policial en el patio.
– Buenos días, señor director, dijo muy serio el juez. Ante todo, déjeme que le vuelva a agradecer lo que hizo usted por mi sobrina Rebeca y agradezca de mi parte a la profesora que no la denunciara por el robo.
– Nada, nada, no se preocupe por eso. Por cierto ¿cómo está Rebeca?
– Está muy bien, pero a la vista de lo sucedido creimos conveniente cambiarla de colegio.
– Lo comprendo. Entonces ¿a qué debo su visita?
– Pues en principio no tiene que ver con Rebeca aunque, después de lo que he averiguado, me explico mejor lo que le ocurrió aquí.
El director enarcó las cejas.
– Creame que no le entiendo señor juez.
– Me refiero a las malas compañias señor director
El juez hablaba con mucha seriedad y enfado.
– Dígame, dijo sin más ceremonia ¿se encuentran en el colegio en este momento estas dos alumnas?.
– Sí, claro,…. Hanna y Patricia,…. son dos internas y de hecho eran las compañeras de habitación de su sobrina.
– Ya lo sé. Las dos son mayores de edad ¿no es cierto?
– Sí, pero…
– He venido a detenerlas
– ¿Cómo?…. ¿a qué viene esto?…. ¿Qué, qué delito han cometido?
El director estaba indignado pensando que era un atropello de la policía irrumpir en su colegio de esa manera.
– Espere, espere señor director, no se sulfure. Sepa que no tengo por qué darle esta información que le voy a mostrar ahora y que me las podría llevar de aquí igualmente. Sin embargo, en consideración a usted y a su institución le voy a enseñar unas imágenes en su ordenador para que lo entienda.
El juez le pasó una memoria de ordenador en la que ambos pudieron ver algunas de las imágenes extraídas del teléfono móvil de Rebeca. Hábilmente el juez había quitado las imágenes en las que salía la propia Rebeca y sólo había dejado aquéllas en las que aparecían las otras dos muchachas.
A medida que el director del colegio fue pasando las fotos se fue horrorizando por momentos de lo que veía. Incluso había algunos videos cortos cuyo contenido era inequívoco.
– Aclareme un punto señor director, da la sensación de que estas imágenes están tomadas en las habitaciones de las internas, ¿es cierto?
– Así es señor juez, desgraciadamente es así. Ahora entiendo lo que me decía. De verdad que me averguenzo de que estas cosas hayan ocurrido en este colegio, pero yo le aseguro que lo desconocía completamente, así como creo que lo desconocía el claustro de profesores.
– No se disculpe, le creo señor director.
– No sé que decir, además lo que me muestra en esas imágenes es un delito muy grave ¿me equivoco?.
– No, no se equivoca, esa es la razón de la detención.
– Dios mío, si lo hubiera sabido a tiempo…..
– Es tarde para lamentarse, señor director, lo hecho hecho está, pero ahora es nuestra obligación actuar y limpiar su institución de esta carroña. Llame a uno de los conserjes y que indiquen a mis hombres cuál es la habitación de esas dos alumnas. Ellos realizarán un registro y recogerán sus cosas para analizarlas en la prisión. Ah y después haga venir a esas desvergonzadas aquí.
Tras unos minutos un conserje llegó acompañado de Hanna y Patricia, las dos chicas vinieron vestidas con sus uniformes del colegio idénticos a aquel con el que Rebeca había ido al despacho del alcaide. Las dos venían muy azoradas al ver a los policías.
– Señor director, ¿nos ha mandado llamar?.
– Sí, dijo el director muy enfadado. En lugar de invitarlas a sentarse las dejó ahí de pie.
Hanna y Patricia eran dos chicas de la edad de Rebeca, es decir, habían cumplido los 18 hacía poco tiempo. Patricia era muy morena y delgada con cuerpo de adolescente. Tenía unos enormes ojos oscuros que resaltaban su belleza y llevaba el pelo intensamente negro en dos coletas.
Hanna estaba algo más desarrollada que su amiga pues los senos se le adivinaban bajo la blusa del colegio, era de pelo castaño y rivalizaba en belleza con Rebeca pues tenía curvas de chica mayor.
– Este señor es un juez, saludadle con respeto.
– Hola buenos días, ¿cómo está? ya le conocemos, es el tío de Rebeca.
– Bien, dijo el juez secamente, antes que nada quiero que me deis vuestros teléfonos móviles.
Las muchachas se miraron entre sí dudando.
– Vamos, ¿no le habéis oído?
Ante la tajante orden del director las chicas obedecieron y le entregaron sus móviles sin entender por qué.
– Muy bien, estos teléfonos quedan desde ahora confiscados por la autoridad.
– Pero, pero, ¿por qué? ¿qué hemos hecho?
– Señor director, muéstreles las imágenes
– ¿Lo cree usted conveniente?
– Lo creo necesario, enséñeselas.
Entonces el director le dio la vuelta a la pantalla del ordenador y ellas pudieron verlo todo.
Las dos jóvencitas se llevaron entonces las manos a la boca y ahogaron un grito de terror al ver que habían sido cogidas in flagranti.
Efectivamente las fotos se fueron sucediendo y las aterrorizadas muchachas se vieron a sí mismas en imágenes muy comprometedoras, las dos desnudas y realizando actos lésbicos y sadomasoquistas.
– ¿Acaso no sabiáis que las relaciones lésbicas están penadas por la ley?
– De tres a cinco años de reclusión mayor, dijo el juez con un rictus de sadismo.
Las dos chicas estaban muertas de miedo.
– No es sólo lesbianismo, observad, en esos videos salis realizando los actos más depravados que pueden realizar dos muchachas entre sí: cunnilingus, beso negro,….sadomasoquismo. Como vuestro juez os juzgaré y condenaré a la pena máxima de cinco años o incluso más con todos los agravantes. ¿Tenéis algo que decir?
Las dos muchachas enmudecieron corridas de vergüenza y se quedaron mirando al suelo. Con esas imágenes a la vista no había defensa posible, sabían que habían hecho mal y ahora les tocaba pagar por ello. Además en sus propios móviles se encontraban muchas más pruebas de su pecado y ahora estaban en poder de la ley.
– ¿No decís nada? Ya veo, no podéis ¡guardias!
Al llamado del juez entraron los cuatro guardias que ya habían realizado el registro y habían metido las cosas de las dos muchachas en unas bolsas de plástico
– Ponedles las esposas.
– ¿Qué va a hacer con ellas?, dijo preocupado el director.
– Las llevo al Penal de los Lamentos, allí serán interrogadas y cuando confiesen sus culpas serán juzgadas y condenadas.
– ¿El.. el Penal de los Lamentos?, preguntó Patricia en un hilo de voz.
Al oir eso las dos jóvenes miraron angustiadas al juez y sintieron que los esfínteres se les aflojaban de miedo. Era lógico pues Rebeca ya les había contado las cosas que les hacían a las prisioneras en esa prisión.
Ya estaban los guardias por esposarlas cuando el director del colegio intervino.
– Señor juez veo que las va a sacar de aquí esposadas, ¿puedo pedirle un favor?
– Adelante.
– Ya es bastante humillante para el colegio que estas dos depravadas hayan realizado tales actos dentro de sus sagrados muros. Ahora van a salir de aquí detenidas nada menos que con el uniforme del colegio que es para nosotros como un símbolo. ¿Podrían quitárselo y llevar otras ropas?.
El juez dudó un momento.
– Por supuesto, señor director, no hay problema.
– Vamos, quitaos ahora mismo el uniforme, dijo el director, ya no tenéis derecho a llevarlo ni a que os vean con él.
Las chicas no sabían qué hacer.
– Vamos, ¿no habéis oído?, quitaoslo.
– ¿Aquí? ¿delante de todos?
– Por supuesto, no podemos arriesgarnos a que os escapéis.
– Pero, pero, es que no llevamos nada debajo.
El director se quedó con la boca abierta.
– Furcias, ¿de modo que vais por ahí sin ropa interior?
Ellas negaron rojas de vergüenza.
– ¡Qué quiere señor director!, es una muestra más de lo putas que son.
– Me da igual, que se queden en pelotas delante de sus guardias. Vamos quitáoslo todo.
– Pero, pero…
– ¿No me habéis oído? Si no os lo quitáis vosotras mismas os lo arrancarán ellos.
Las chicas no necesitaron más órdenes, en el fondo eran tan putas o más que Rebeca y no menos masoquistas, quizá algo más cobardes, eso sí. Sin embargo, ahora ya no podían hacer nada así que se desnudaron delante de esos hombres sin ejercer mucha resistencia.
Los guardias las miraban anhelantes, no todos los días veían a dos colegialas tan guapas desnudarse en su presencia. Las chicas se fueron quitando blusa, falda y medias y pronto se quedaron totalmente desnudas delante de todos esos sádicos.
– Era cierto, serán guarras, dijo el juez, no llevan ropa interior.
– ¿Por qué vais así sin bragas y sin sostén?, dijo el director indignado.
Las chicas estaban tan avergonzadas que intentaban tapar su desnudez con los brazos.
– Vamos contestad.
– Nos…. nos gusta…. tocarnos en los baños….. y la ropa interior molesta.
– Sucias, o sea que también hacéis guarradas durante el día …..espero que os encierren en ese penal muchos años.
– Vamos guardias, esposales las manos a la espalda, dijo el juez muy excitado de verlas desnudas.
Los guardias lo hicieron de mil amores, y para más seguridad las esposaron con dos juegos de esposas a cada una, uno en las muñecas y otros en los codos.
Les estaban poniendo las esposas cuando el director lo vio
– ¿Qué, qué es eso que llevan ahí?, y ¿esos tatuajes?
Para su sorpresa, cuando las muchachas dejaron de usar sus brazos para taparse esos hombres pudieron ver perfectamente que las dos colegialas llevaban sendos tapones anales, de esos de cristales de colores, rojo Hanna y verde Patricia. Además las dos tenían tatuada la ingle en letras paqueñas.
“Zorra masoquista”, leyó el director en la ingle de Patricia.
“Puta anal” ponía en la de Hanna
– ¿Qué es esto?, dijo el juez, ¿qué clase de depravadas hay en su escuela?
– Comprenderá señor juez que no nos dedicamos a inspeccionar las intimidades de nuestras alumnas, es obvio que desconocía esto.
– Perdone señor director no he podido evitarlo. Zorras, ¿es que no tenéis vergüenza?
Las dos muchachas mantenían la mirada baja totalmente avergonzadas sin embargo, al ver que todos esos hombres estaban empalmados al verlas desnudas, ellas mismas estaban calientes y cachondas como revelaban claramente sus pezones empitonados.
– Señor juez, dijo el director compungido, me siento culpable y responsable de esto. Hace años desterramos de este colegio la costumbre de castigar con unos azotes el mal comportamiento de nuestras alumnas y ahora veo que no debimos hacerlo. Ahora le pido que antes de que se las lleve a la prisión me permita castigar a estas dos pecadoras como se merecen, así al menos no me sentiré tan mal conmigo mismo.
– Está bien señor director hágalo.
– Vamos furcias, dijo entonces el director con los ojos inyectados en sangre, ¡a mi mesa!. Antes que nada la limpió de papeles con un rápido movimiento de su brazo y cogiendo una cajita de chinchetas las echó sobre la mesa distribuyéndolas bien por la tabla.
Las dos jóvenes vieron todas esas chinchetas y comprendieron en qué iba a consistir su castigo.
– Inclinaos y apoyad el pecho ahí, vamos.
Las dos se miraron e increíblemente obedecieron sin chistar de manera que cuando decenas de chinchetas se les clavaron en las tetas y en el vientre las muchachas gimieron de dolor, especialmente Hanna que las tenía mucho más grandes. No obstante las chicas aguantaron el tormento y permanecieron con el torso pegado a la mesa y el culo en pompa.
El director cogió entonces una regla de madera larga y le ofreció otra al alcaide pero antes de darles los veinte reglazos preceptivos en el culo dijo.
– No quiero escándalos, es conveniente amordazarlas.
– Bien, utilicemos esos tapones de colores.
– Buena idea. Y entonces el alcaide y el director se pusieron a sacerles los tapones anales.
Estos eran un poco más grande de lo que parecían de modo que las dos zorras gimieron de dolor cuando se los sacaron a presión aunque sus jóvenes esfínteres se cerraron signo de que ambas eran aún vírgenes por el culo.
Ya se disponía el director a amordazarlas con los tapones anales cuando el juez quiso ser un poco más perverso.
– Así no, señor director, que cada una saboree el tapón de la otra.
– Sí ja, ja, tiene usted razón.
Así Hanna fue amordazada con el tapón anal que había llevado todo el día Patricia y viceversa. Los dos hombres las amordazaron entre risas con cinta aislante y armados de sendas reglas de madera se dispusieron a darles los reglazos en el trasero.
Las dos chicas tenían unos culos redondos, tersos y suaves, Hanna un poco más redondo y lleno y Patricia más como una niña con mofletes breves y sin gota de grasa. El director se ocupó del de Hanna y el alcaide del de Patricia.
– UNO
– PLLAAAAASS: MMMMMHHH
– DOS
– PLAAAASS. MMMMMHHH
– TRES………
Las dos chicas recibieron los veinte reglazos gritando como posesas, pero gracias a los tapones nadie fuera del despacho del director pudo oir sus gritos.
Los dos hombres golpearon con todas sus ganas, excitados por los gritos de las chicas y la visión de esos traseros tersos y redondos contra los que la madera golpeaba con chasquidos secos y sonoros. A medidas que les daban, las nalgas se les fueron poniendo rojas y luego moradas.
– Además llevan depiladas sus verguenzas como las putas,….. toma zorra, toma.
– Es para lamerse mejor el sexo, señor director, deles fuerte, se lo merecen.
Al final del castigo las jóvenes tenían los mofletes del culo totalmente amoratados y la cara llena de lágrimas.
Ya estaban para mandarles que se incorporaran cuando el director se dio cuenta de algo más.
– Señor alcaide, dijo separando las nalgas del culo de Hanna, es increible, obsérvele la raja, está brillante de sus propios jugos y esa gota blanquecina y pastosa……
– Tranquilícese señor director, es normal, ¿ve? Esta otra está igual, dijo el alcaide pasándole el dedo por el sexo a Patricia y mostrándole el flujo vaginal. Están cachondas perdidas, en el fondo les ha gustado lo que les hemos hecho.
– ¿Qué dice usted? ¿no les oye cómo han gritado?
– Pues eso mismo, es que son dos zorras masoquistas, les gusta que les hagamos estas cosas, ya veremos si les gusta tanto lo que les van a hacer los verdugos en el penal.
– Me deja usted anonadado, dijo el director sin darse cuenta que tenía una erección de caballo.
– Bueno, basta de cuentos, dijo entonces el juez, llevémoslas a la prisión, tengo prisa por empezar a interrogarlas.
– Señor juez, ¿las vamos a llevar así?, dijo un guardia.
– No claro, busca entre sus cosas y saca cualquier trapo que las tape lo suficiente.
Efectivamente uno de los guardias se puso a hurgar en las bolsas y sacó dos shorts raídos de tela vaquera una camiseta vieja y los tops de dos bikinis
– Con eso es suficiente, estas putas no necesitan más.
Los propios guardias les pusieron esos breves trapos y ni siquiera se molestaron en atarles los pantaloncitos de manera que los negros pelos del monte de venus de Patricia asomaban perfectamente visibles por fuera. Además el top que llevaba Hanna debía ser de Patricia pues resultaba demasiado pequeño para sus abultados senos. El guardia que se lo puso se dio cuenta perfectamente pero se lo dejó puesto igualmente, además ni siquiera se molestó en quitarle todas las chinchetas que tenía clavadas en los pechos, sólo le quitó las que se veían fuera de la tela del top.
– Vamos, llevaoslas así, dijo el juez, no se merecen más remilgos.
Y tras decir esto cada pareja de guardias cogió a las chicas y se las llevó por el pasillo del colegio.
Antes de despedirse, el director le dio la mano al juez.
– Muchas gracias, señor juez por limpiar el colegio. Quisiera pedirle otro favor.
– Dígame.
– Si me lo permite me gustaría visitar el Penal de los Lamentos y ver con mis propios ojos cómo castigan a esas dos pecadoras.
– Por supuesto, señor director, incluso podrá administrarles usted mismo el castigo, ya le avisaré.
Lógicamente la presencia de la policía en el colegio había despertado una gran expectación y todas las alumnas salieron de sus clases para ver qué pasaba. Eso hizo que Hanna y Patricia tuvieran que desfilar esposadas, amordazadas y semidesnudas delante de centenares de compañeras desde el despacho del director hasta el furgón policial.
Esa fue una experiencia extremadamente humillante pero también muy excitante para las dos colegialas pues en el largo trayecto vieron cómo sus compañeras se reían de ellas. Algunas las llamaron putas y les hicieron gestos obscenos, otras cuchicheban de su aspecto. Algunas incluso hicieron gestos con las manos huecas al ver los pechos de Hanna presionados por ese breve top que amenazaba con estallar y se mondaban de risa de verla así. Por su parte Hanna tenía el rostro enrojecido pero no podía evitar que sus pezones se erizaran con esas chinchetas clavadas.
Patricia no lo pasaba tampoco muy bien ante las otras chicas. Los shorts que le habían puesto debían ser de Hanna pues al caminar tenía que hacer verdaderos malabarismos para que no se le deslizaran culo abajo. Cuando llegó al furgón la chica ya enseñaba la mitad superior de la raja de su trasero a unas desternilladas colegialas.
– Adiós señor juez, le dijo el director del colegio. Le aseguro que a partir de ahora vigilaremos mejor la moral de nuestras alumnas.
– Así lo espero, adiós.
Los guardias metieron a las dos detenidas en la parte trasera del furgón mientras el juez se sentaba junto al conductor. El furgón arrancó y al de poco trayecto el juez sacó el móvil.
– Sí, ¿el penal?, oyeron los que estaban en la parte de atrás. Sí, avisa al alcaide que llevo dos detenidas, que agilicen los trámites de ingreso, ah y que me reserven una cámara de tortura para ellas.
Las dos chicas se miraron angustiadas mientras los guardias sonreían con sadismo.
– Que vayan cuatro verdugos a recogerlas a la recepción y que las preparen para una sesión de tortura de cinco o seis horas, de todos modos luego iré a torturarlas yo mismo…., de acuerdo.
De repente uno de los guardias dio un codazo a otro señalando a Hanna, pues ésta se había meado en sus pantaloncitos.
(continuará)