Pepe disfruta como mucho con sus primos, se deja hacer absolutamente de todo y esta dispuesto a hacer lo que sea con tal de conseguir placer
Érase una vez que se era, un chico llamado Juan José. Juan José a sus dieciocho años era un chico bastante atractivo, delgado, ni alto ni bajo, moreno pero lo que más llamaba la atención de él eran sus grandes ojos marrones y su sonrisa, su contagiosa sonrisa.
Juan José era de un pueblo de Badajoz aunque desde que tenía catorce años estudiaba BUP (para que los más jóvenes me entiendan, el antiguo bachiller) en un internado de la capital del país. Concretamente aquel año, cursaba COU, el último curso del ciclo.
Aquella navidad, como todas, nuestro protagonista dejaba Madrid y volvía al pueblo con su familia.
Pepe, pues así era como lo llamaba los que conocían, echaba mucho de menos a los suyos. A su madre, a la cual nunca había dicho todo la que quería(más que a nada en el mundo) ;a su hermano Juan, seis años mayor que él; a su hermana Gertrudis, la que siempre había sido otra madre para él, a pesar de llevarle sólo once años… Y por último estaba su padre, su respetado padre, de niño nunca había sido su hijo predilecto, pero desde que a los catorce años sucedió el “acontecimiento terrible por el cual se descubrió su verdadera tendencia sexual, a su padre le costaba trabajo mirarlo a la cara y no sentir vergüenza.
Por eso y aunque nuestro joven protagonista añoraba mucho a los suyos, convivir con la loza de la culpa con la que su padre cargaba en su presencia, se le hacía interminable y para evitar la compañía de su progenitor en la medida de lo posible, pasaba las horas fuera de casa visitando a amigos, conocidos y familiares.
Aquella tarde de sábado había comido en compañía de sus primos y su tíos del pueblo de al lado, quienes eran como su segunda familia. Pepe no podía evitar querer a aquellos parientes suyos como a sus padres y hermanos.
Su tío Paco, el cual pese a ser tan bruto como su padre, nunca mostró en sus ojos una migaja de reproche por su tendencia sexual, al contrario le ofreció un apoyo silencioso que Pepe siempre valoró en su justa medida.
Su tía Enriqueta, hermana de su padre, la cual siempre le mostró su sincero afecto y de no ser por ella, que medió ante su padre, su madre nunca habría ido a visitarlo alguna vez que otra al internado.
Su primo Francisquito, el hermano de sus años que nunca tuvo (bueno, él ahora quería que le llamaran Francisco aunque para Pepe siempre sería Francisquito), su compañero de juegos y cómplice en la infancia.
Luego estaba Matildita, su prima gordita. Ella también había perdido los “itas” y gustaba de que la llamaran Matilde, y ya no era gordita….sino gorda, muy gorda. Aun así, ella se creía una especie de mujer diez… Era el único miembro de la familia que miraba por encima del hombre a nuestro protagonista y en silencio le criticaba su “anormalidad” y es que siempre está la excepción que confirma la regla.
Por último estaban sus primos gemelos: Ernesto y Fernando. Dos hermosas gotas de agua que a pesar de acercarse a la treintena seguían conservando, y muy bien, su juvenil belleza. Por lo que le contaba su madre salían a la rama paterna, pues el tío Paco, según ella, en sus años mozos era un rubio que quitaba el hipo.
Fuera como fuera, el atractivo de aquellos dos hombres era más que palpable y Pepe tuvo que hacer esfuerzos durante la comida para no quedarse embobado mirándolos.
A pesar de la diferencia de edad (diez años), la admiración del muchachito por sus dos primos gemelos era evidente. Por eso, cuando oyó que estos, se iban de caza al día siguiente se auto invito a ir con ellos. En principio sus primos le pusieron pegas disfrazadas con excusas de “esportubien”, “sitevasaaburrir”… Al final Pepe y su eterna sonrisa se los consiguió meter en el bolsillo y los gemelos, muy a su pesar, no tuvieron más remedio que llevárselo a cazar con ellos.
Bueno, y se preguntareis, ¿qué interés tenía nuestro protagonista en ir con sus primos de caza? Os lo explicare brevemente: De niño, de muy niño, Pepe pilló, en más de una ocasión, a sus dos primos teniendo relaciones homosexuales incestuosas. Ellos, desconocedores de aquello al cien por cien, no sabían que lo que su joven primo iba buscando era volver a verlos en aquella excitante situación, porque por mucho historia de ir de caza que los gemelos argumentaran para sus habituales salidas; Pepe sospechaba que aquellos dos a lo que iban, era a lo que iban. No hace falta que dé más datos ¿no?
A la mañana siguiente los dos hermanos y su avispado primo fueron a la casa de campo, desde donde partirían hacia el coto de caza privado cercano. Una vez allí, lo primero que hicieron fue encender la chimenea, Pepe se ofreció a ayudar a su primo Ernesto que es el que estaba haciendo dicha labor mientras que su hermano cargaba los artilugios de caza en el 4×4.
Mientras encendían el fuego, Pepe no pudo evitar observar detenidamente a su primo, era un tío bastante atractivo, de piel clara, cabello rubio, ojos azules y unos labios carnosos que estaban pidiendo a grito que los besara. Ernesto era poseedor de unos brazos fuertes y rudos, producto del trabajo agrícola. Pero si excitante eran sus brazos, más lo eran sus encalladas y peludas manos.
Pepe, por aquel entonces, todavía no había tenido una relación sexual plena y aunque era buen conocedor de sus preferencias nunca había tenido el valor necesario para propiciar un primer encuentro.
Si algo bueno tiene el estar fuera del armario, es que los que te conocen saben del píe que cojeas y si quieren propiciar algo, solo tienen que insinuarlo levemente. Qué Pepe era homosexual era “vox populi” y sus primos sabían a ciencia cierta a qué atenerse con él, así que actuaron en consecuencia…
Cuando su primo Fernando, volvió supuestamente de cargar el coche, sacó la ropa de caza de él y de su hermano(A Pepe le habían prestado un anorak verde). Esperó que el fuego prendiera la madera y al calor de éste, comenzó a cambiarse. Primero se quitó un abrigo marrón de lana, el cual dobló y colocó sobre una mesa cercana, al desprenderse de la camisa de cuadros rojos y verdes que llevaba puesta, ante los ojos de Pepe se mostró un bien formado tórax al que sólo cubría una delgada camiseta de tirantes. Los brazos de Fernando al igual que los de Ernesto, eran fuertes y bien formados (es lo que tiene ser gemelos…). En el instante que el pecho de su primo quedó desnudo ante sus ojos, Pepe no pudo reprimir un suspiro, resultado de lo mucho que le estaba gustando la visión que tenía ante sus ojos.
Todavía no había terminado Fernando de desnudarse, cuando su hermano Ernesto se puso frente a él y se sumergió en el mismo ritual en el cual estaba inmerso su hermano. No pasaron ni dos minutos y Pepe ya tenía el corazón que se le iba a salir por la boca de la emoción. Sabía que sus primos eran apetecibles pero ver en calzoncillos el uno al frente del otro, era más de lo que podía soportar, sintió que el pulso se le aceleraba como nunca antes lo había hecho.
Fue deleitando la mirada en sus primos de arriba abajo, tenían unos pies grandes, unas piernas robustas y peludas y en sus slips se dejaba ver un tremendo bulto. Pepe no quiso ser mal pensado pero daba la sensación de que ambos tenían la verga erecta. Pepe levantó la mirada y buscó la de sus primos y aunque no era muy conocedor todavía de las muestras de deseo en los demás, a nuestro joven protagonista le pareció que en los ojos de los dos hombres se pintaba la lujuria.
Pepe al ver como Ernesto se tocaba el paquete de manera atrevida, sintió un poco de vergüenza y, hay que decirlo, un poquito de miedo. Pero eso no le importó a su “pilinga” que empezó a crecer dentro de su ropa interior como si tuviera vida propia.
Su primo Fernando, en un gesto de descaro, paso los dedos sobre su miembro marcando con la débil tela la forma de este, bajo el fino algodón se insinuaba un pene largo y delgado. Pepe no podía creer que esto le estuviera pasando a él. Estaba tan asombrado que sus enormes ojos marrones parecían querer salirse de sus cuencas.
Levantó la mirada y se encontró, con que Fernando, sin darle tiempo a pensar en nada, se mordía levemente el labio inferior en un gesto de total lascivia y con un total descaro se cogió el erecto príapo, señalando con sus dedos sobre la delgada tela el tamaño y forma de este, como comprobó que Pepe no despegaba sus ojos del inhiesto miembro sacó su falo de debajo del blanco slip y blandiéndolo, cual sable, le dijo a su primo en un tono netamente sensual:
—¿Te gusta? Pues hay dos iguales para ti. —No había terminado Fernando de decir esto cuando su hermano desnudó su pene, el cual ya estaba tieso como una vara.
Pepe estaba al borde de un ataque cardíaco. Hasta ahora sus relaciones sexuales se habían limitado a los furtivos encuentros en el “sótano” del internado, donde a lo más que había llegado era a mamársela a algún que otro compañero, los cuales alcanzaron el placer más pronto que tarde. Pero como aquel oscuro lugar era como las Vegas, y lo que pasaba en el sótano se quedaba en el sótano, nunca disfrutó del momento pues la culpa se blandía sobre él cual espada de Damocles.
Por eso lo que estaba pasando ahora le superaba y de lejos, que sus primos le atraían no había lugar a duda ninguno, que tenía ganas de acariciar sus fornidos cuerpos centímetro a centímetro, tampoco. Pero esto no estaba en sus planes, el venía a mirar sin ser visto, a disfrutar viendo como otros lo hacían. Y es que Pepe desde muy pequeño, siempre fue bastante voyeur.
Pero si algo tenía nuestro protagonista es que era valiente y no se intimidaba ante nada. Y si sus primos le habían retado a jugar con sus herramientas sexuales; él se armaría de valor y lo haría.
Avanzó hacia los dos rudos machos que tenía ante sí; una vez estuvo a su lado, alargó sus manos hacia ellos; una para cada uno. Posó suavemente las yemas de sus dedos sobre sus tórax, una sensación de bienestar le invadió, y si en algún momento pensó que aquello no era lo correcto, se dijo para sí que algo que te hace sentir tan bien no podía ser malo. Además, pasará lo que pasará, sus primos se comportarían mejor con él que los bestias del internado.
Aunque temblaba como un flan, sus manos empezaron a acariciar los recios pechos, primero muy tímidamente pero a la vez que fue tomando confianza, de un modo que mezclaba la sensualidad con la inocencia. Observó tiernamente a sus atractivos primos, ellos le devolvieron la mirada como pidiéndole algo. Pepe desconocedor de su petición, siguió acariciando sus robustos tórax. Cuando sus manos llegaron al unísono a las erectas vergas, su primo Fernando posó sus labios sobre los suyos robándole aquello que él no daba: un beso.
En el momento en que los labios de Fernando se unieron con los el joven Pepe, el jovencito creyó tocar el cielo, fue sentirla lengua de su primo jugando con la suya y la bestia dentro de sus calzoncillos vibró y silenciosamente pedía que la sacaran a pasear.
No se había recuperado del cumulo de sensaciones nuevas que fue para él beso de Fernando, cuando su otro primo tiro de su cabeza y le hundió la lengua en su boca. Ernesto demostró ser más apasionado que su hermano a la hora de besar pues nuestro joven protagonista nunca había disfrutado tanto de un beso. Nunca lo habían tocado como lo estaba haciendo su primo ahora: de una manera ruda, pero a la vez sensual y tierna.
Las manos de Pepe, a pesar de los trajines de los besos; no se habían despegado de los dos rígidos mástiles de carne, los agarraba fuertemente como si pensara que al soltarlos perdería la oportunidad de seguir disfrutando de ellos.
Por eso cuando Fernando apartó su pene, él lo buscó con la mirada pues temía haber hecho algo mal. Pero la causa era otra bien distinta: su primo se colocó a su espalda y comenzó a restregar su pene entre sus cubiertas nalgas. A nuestro protagonista se le vino de repente el recuerdo del acontecimiento terrible, pero con esa capacidad de Pepe para pasar página, se auto convenció rápidamente de lo distinto que era una cosa de otra. Fue borrar el oscuro pensamiento y el muchacho abrió la puerta del placer; un placer que nunca antes había podido disfrutar. Miró a sus primos, cerró los ojos y se dijo: “No hay dos personas mejores para hacer esto.”
Fernando fue desnudando muy despacio al chavalote, intentando interrumpir mínimamente el apasionado y prolongado beso. A la vez que desvestía a Pepe, su primo le daba besos en el cuello; acercando su pecho a su espalda, su abdomen a los lumbares de Pepe, su pene… al culo del chaval. El muchacho se estremecía de placer, nunca nadie antes lo había tratado tan dulcemente, nunca nadie antes había elevado sus sentidos de aquel modo…
Su primo se agachó tras él y tiro hacia abajo de sus pantalones, se puso a besar sus nalgas por encima de su prenda íntima, Pepe rebosaba de placer y sus gemidos así lo evidenciaban. Por eso cuando Fernando lo desnudó por completo, y abriendo sus cachas con las manos hundió su lengua en su ano, Pepe no pudo evitar un grito de satisfacción pues el calor de la rasposa lengua en su agujero fue mayor placer del que podía soportar.
Mientras Fernando le besaba el culo, su primo Ernesto, le invitaba a que le mordiera las tetillas, sus pezones eran grandes y redondos, con un color de tono parecido al morado y por la excitación del momento estaban endurecidos y tiesos. La boca del muchacho los lamió como si de un dulce manjar se tratara.
Hubo un momento en que su lengua no chupaba las tetillas únicamente, sino que preso de la pasión del momento se paseaba por todo el tórax de Ernesto y sin intención alguna la boca del joven quedo frente al vigoroso mástil de carne, sin dudarlo, se lo metió en la boca.
Aunque su experiencia hasta el momento con el sexo oral había sido nefasta, desde un primer momento como si se tratara de un instinto primario en él, supo dar el placer que aquella caliente verga se merecía. Si el muchacho albergaba alguna duda sobre como lo estaba haciendo, las palabras de agradecimiento de su primo hicieron que las borrará de su mente.
Los tres hombres eran como un engranaje bien sincronizado, la boca de Fernando se trabajaba el ano de Pepe mientras este a su vez lo hacía con el alargado falo de Ernesto.
Hubo un momento en el que nuestro protagonista se sacó la dulce estaca de su boca, la contempló detalladamente y aunque en los últimos meses había visto bastantes vergas ya, la que tenía entre sus manos le pareció hermosísima; no era tan gruesa como larga y recta, pero lo que más llamó la atención de Pepe fue la gran cantidad de piel que cubría su glande. Se dejó llevar por la emoción y pasó su lengua entre los pliegues de piel y la cabeza del pene. Un profundo gemido escapó de los labios de su primo….
Una áspera lengua empapando su ano de caliente saliva y el sabor amargo, y a la vez salado, de un pene en su boca, era algo distinto a todo lo que había sentido hasta ahora. Por eso, al sentir cómo un rasposo dedo hurgó en su ano, intentando introducirse en su esfínter y aunque su primera reacción fue dar un pequeño respingo, se relajó y permitió que éste entrara en su interior. Era ampliamente conocedor de que sus primos lo querían y que nunca le harían daño.
El dedo, a los pocos segundos, entraba y salía del pequeño agujero con bastante comodidad, proporcionando a Pepe un placer desconocido hasta el momento.
—Ernesto, esto está a punto de caramelo —Dijo Fernando, como si lo que acababa de hacer formara parte de un elaborado ritual.
Y como si de un protocolo altamente estudiado se tratara, su primo apartó su erguido pene de la boca de Pepe y buscó algo en el bolsillo del anorak, una vez lo encontró, se lo dio misteriosamente a su hermano, como si lo que le pasaba fuera algo ilegal o lo de que avergonzarse.
Ernesto volvió a ofrecer su alargado falo a Pepe para que lo siguiera chupando. La boca del chico se hacía cada vez más a su tamaño y su lengua se paseaba sobre ella como si no hubiera hecho otra cosa en toda la vida. Al sentir en su ano un líquido frio Pepe se estremeció, a continuación el dedo que había horadado sus entrañas volvió a penetrar en ellas; esta vez y gracias a la sustancia pegajosa con más facilidad. ¡Qué distinto era lo que le estaba haciendo su primo a lo del “acontecimiento terrible”! El muchachito se relajó felizmente y permitió con ello, una mejor entrada al encallado apéndice.
—Llevabas razón Fernando, el primito no quería cazar zorzales, el primito lo que quería era otra clase de pájaros… — Dijo su primo Ernesto con un sarcasmo inhabitual en él —Lo que no sé es como sabía que a nosotros nos iba estas cosas.
—De pequeño os vi haciéndolo una vez en mi casa… —Dijo Pepe sacándose momentáneamente la herramienta de su primo de la boca.—Si vine fue con la intención de veros haciéndolo de nuevo… Pero esto de participar, ¡no me lo esperaba!
—Y qué… ¿no te está gustando?—El que así hablaba era su primo Fernando, que seguía dilatando el estrecho agujero con sus dedos.
—No al contrario… ¡Me está encantando!—Al decir esto Pepe mostró la mejor de sus sonrisas.
—Pues sigue disfrutando que esto no ha hecho más que empezar, primito.
Pepe siguió relajando su esfínter, a la vez que se volvió a meter la verga de su primo Ernesto entre los labios. Aquel trozo de carne inhiesta rebosaba líquido pre seminal por doquier, al muchacho no le desagradó su sabor y lo saboreó golosamente, gota a gota.
Cuando Fernando lo creyó oportuno cambió su dedo por su pene, al cual había vestido para la ocasión con un traje de látex. Sentir aquel vigoroso miembro llamando a la entrada de sus entrañas trajo algún que otro mal recuerdo a la memoria de Pepe pero aunque aquel templo había sido profanado, no es lo mismo que llamen a la puerta, a que ésta sea derribada.
Al principio Pepe percibió un leve dolor pero una vez la verga se acomodó en el interior de su esfínter, una sensación diferente a todas las que había sentido hasta el momento, envolvió placenteramente su ser por completo.
Su primo fue delicado al principio preguntándole en todo momento si le hacía daño. Pepe se quejaba de manera apagada a la vez que le pedía que no la sacara, que aunque le molestaba un poco, era tanto lo que estaba gozando que merecía la pena…
Cuando Fernando escuchó esto, empujó sus caderas hasta introducir su falo por completo en el interior de su primito. El joven pegó un leve respingo y un gritito casi inaudible escapó de sus labios. El leve quejido fue apagado por un prolongado beso de su primo Ernesto, quien lo sostenía sobre él para que el muchacho no se cayera de bruces, preso de la emoción y de los salvajes empujones que le estaba propinando su hermano gemelo.
El joven Pepe estaba disfrutando de lo lindo pues mientras abrazaba y besaba a uno de sus primos, el otro lo penetraba de una manera tan delicada como salvaje y lo que más le excitaba de todo era que, al ser sus primos casi idénticos; tenía la maravillosa sensación de que una misma persona le estaba haciendo doblemente el amor.
Por eso cuando Fernando le pidió a su hermano que ocupara su lugar, al muchachito no le importó para nada, tanto monta, monta tanto Ernesto como Fernando…. Lo que si le produjo un poco de insatisfacción, fue que su primo Fernando no ocupara el lugar de su hermano.
Ernesto pidió a Pepe que se apoyara contra la pared, una vez lo hizo colocó su pene a las puertas de su ano y empujó pues después del buen trabajo que su hermano había realizado, el orificio estaba lo suficientemente dilatado para que su falo entrara casi de golpe y casi en su totalidad. A Ernesto se le veía menos curtido en estas labores que a Fernando y a pesar de que el tamaño de su herramienta sexual era casi idéntico, el uso que hacía de esta desmerecía bastante si se comparaba con la de su hermano.
La causa de esto, aunque algo sospechaba ya Pepe por los recuerdos de su niñez, no era otra que el rol que Ernesto adoptaba al hacer el acto sexual con su hermano era el de pasivo. Hecho que pudo constatar al sentir un mayor empuje por parte de Ernesto, la potencia de sus envites respondía a que su gemelo lo estaba sodomizando.
Dirigidos por los movimientos de caderas de Fernando, los tres cuerpos se movían en sincronía. A pesar de que era la primera vez que Pepe caía en las redes del sexo compartido, parecía que había nacido para aquello pues su entrega y dedicación no podía ser más completa. Todo su ser se plegaba a los deseos de los dos hombres que tenía con él. ¿Cuántas veces había consumado el sexo en solitario pensando en lo que veía siendo niño? ¿Cuántas veces soñó con participar de sus juegos? Si la felicidad tenía cabida en la vida de Pepe, sabía que cosas como las que estaban viviendo eran una muestra de ello.
A Pepe le hubiera gustado tener un espejo a mano y ver como a la vez que su primo Ernesto lo empalaba éste era sodomizado por su hermano. De vez en cuando, Volvía la cabeza para ver sus rostros y estos estaban repletos de una desenfrenada lujuria, la cual moría, cual alud de placer, en la parte baja de la espalda del muchacho.
Tras minutos de desenfrenado traqueteo aquel improvisado tren detuvo la marcha, la voz de su primo Fernando indicando que había llegado al éxtasis fue el freno de la vigorosa travesía, unos pocos segundos después, Ernesto llegaba estrepitosamente a la estación del placer.
Tras unos minutos de merecido descanso los gemelos comprobaron que su primito no había culminado el juego sexual; se miraron y con una descarada complicidad se agacharon ante su primo. Ernesto se introdujo el duro miembro del joven en la boca, mientras su hermano daba unos pequeños lametones sobre el escroto de éste. Mimado por la boca de los dos fornidos hombres, Pepe culmino aquella sesión sexual impregnando la cara de sus primos de unos merecidos trallazos de semen, y es que la opera no acaba hasta que canta la gorda.
Tras esto los tres hombres se abrazaron y unieron sus lenguas en un beso a tres que ninguno de ellos llegaría a olvidar por muchos años que pasaran.
Y cuenta la gente del lugar que Pepe siempre que volvía al pueblo iba a cazar con sus primos. Era tal el gusto que demostraba por aquel deporte que su hermano Juan lo comenzó a llamar cariñosamente “el cazador”.
Ni que decir tiene que sus primos y él aunque pocas veces cazaran perdices… el tiempo que duró aquello fueron muy, pero que muy felices.
Y colorín, colorado este cuento se ha acabado.
FIN
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