El plan de los muchachos resulta a las mil maravillas y tienen ocasión de ver a sus madres enlazadas en un tórrido abrazo lésbico
El plan de los muchachos resulta a las mil maravillas y tienen ocasión de ver a sus madres enlazadas en un tórrido abrazo lésbico que disparará la señal para comenzar a follar a ambas sin tregua hasta descargarse varias veces en ellas dejándolas agotadas por los orgasmos.
Terminé la segunda parte de mi relato, cuando me encontraba abrazado al cuerpo chorreante de semen de mi madre, que aún se encontraba encima de Juan.
Éste último, parecía encontrarse en el paraíso, y no tenía fuerzas para articular palabra, solamente se limitaba a mirar al rostro de mi madre, y cuando parecía que lo hacía para evitar que alguna gota del semen de mi hermano, que todavía cubría su boca y cara, resbalase sobre él, sonrió y acercó sus labios a los de la mujer que tanto placer le había proporcionado, y la besó, en principio tiernamente y después con ardor.
Cuando por fin separaron sus labios, Juan dijo.
– Gracias señora, no podré agradecerle jamás lo que ha hecho por mí. – No tienes nada que agradecerme Juan, ya que me has pagado muy bien lo que yo halla hecho por ti, con tu polla me has hecho gozar como una loca, aunque… tengo que reconocer que mis hijos también han ayudado algo. Y guiñando un ojo a Juan, se tocó el culo y la cara, como si quisiera comprobar, que el semen de sus hijos todavía la cubrían. Mi madre por fin se levantó, se miró un poco y dijo:
– ¡Vaya como me habéis puesto!, ¡me habéis bañado en leche!, voy a tener que bañarme. – Efectivamente mi madre, se dirigió con pasos lentos como si se encontrara agotada hacia el baño, quedándonos los tres a solas en la habitación, aprovechando para vestirnos. – ¡Vaya madre que tenéis!, ¡qué suerte!. – Sí, Juan, ya lo sabíamos, no hace falta que nos lo digas. – Ya hacía años que yo me masturbaba pensando en ella, pero el placer que me ha dado ha sido muy superior a mis mejores sueños. – Yo no sé lo que tú has gozado, pero yo cuando se la metí en su estrecho culo, creí morir de gusto. – ¡Pues no os podéis imaginar el gusto que me dio a mí correrme en su cara, y comprobar que no se apartaba!. – ¡Qué envidia me dais!, ojalá yo pudiera gozar con mi madre como vosotros con la vuestra. – No hace falta que lo digas, ya que mientras yo le daba por el culo, pude observar que mientras te follabas a mi madre, de vez en cuando tu mirada se desviaba al vestido que tú te habías traído de la tuya, ¡seguro que imaginabas que te estabas follando a la tuya!. – Tengo que reconocer que sí, no me avergüenzo de ello, y menos en vuestra presencia, ya que al veros tan felices, me convenzo de que efectivamente no hay nada malo en ello. Mientras los tres hablábamos de este tema, apareció mi madre recién bañada, aún con el pelo mojado, y se sonrió al vernos a los tres charlando tan tranquilamente, pero lo que más la alegró, fue comprobar que nuestras miradas se posaron en ella con cariño y casi orgullo, ya que se encontraba espléndida, sobre todo con el vestido corto que se había puesto, que mostraban sus hermosas piernas.
– ¡Qué guapa estás mamá!. – Gracias hijos. – Señora, cuanto más la miro, más increíble me parece haber podido poseerla. – Gracias Juan, pero… me ha parecido escuchar mientras me bañaba, que tú pareces tener los mismos deseos que mis hijos, y que también te atrae la idea de hacer el amor a tu madre. – Es verdad, hasta hoy no lo había descubierto, ya que siempre me había masturbado pensando en usted, pero tengo que reconocer que mientras le hacía el amor, alguna vez me vino a la mente mi propia madre. – Pero Juan, ¿alguna vez te has insinuado con ella?. – ¡Jamás!, es más, sólo de pensarlo me tiemblan las piernas. – Juan, tengo que decirte que a tu madre la conozco desde hace muchos años, incluso llegamos a ir al colegio juntas. No quiero contar muchas cosas ya que pertenecen al pasado y no quiero equivocarme, pero… tal vez podamos hacer algo. – ¿A qué se refiere?. – Juan, vamos a hacer una cosa, dile a tu madre y a tu hermano que se vengan esta noche a cenar con nosotros, ya que tu padre trabaja hasta muy tarde, y dile que yo estoy deseando recordar viejos tiempos con ella, y que podemos pasar una velada agradable. Efectivamente, Juan se fue a su casa a decirle a su madre que estaban invitados a cenar en nuestra casa, momento en que aprovechamos mi hermano y yo para interrogarla sobre lo que pretendía.
– ¿Para qué los has invitado a cenar?. – Quiero ayudar a Juan a conseguir sus objetivos?. – Pero… ¿cómo?. – A Rosa, su madre, ya os he dicho que la conozco desde hace muchos años, y sé de qué pié cojea, a ella nunca le gustaron los hombres, realmente lo que le gustan son las mujeres, eso sí es una reprimida y si se casó, fue solamente para guardar las apariencias y para poder tener hijos. – ¿Y cómo sabes tú esas cosas?. – Porque sé que se encuentra enamorada de mí, cuando éramos niñas, aprovechando que era algo mayor que yo, algunas veces me proponía jugar a “los novios”, el juego consistía, aunque muy inocentemente, en que ella se ponía encima de mí, -las dos vestidas- y comenzaba a frotarse conmigo y hacer los gestos que cualquier pareja de novios hicieran en realidad, en fin que me besaba, y movía sus caderas como si me estuviera follando, chocando y frotándose nuestros coños, hasta que nos corríamos, sobre todo ella que parecía disfrutar como una loca. – Luego nuestras vidas se separaron, y no volví a verla hasta que “casualmente”, vino a ser nuestra vecina, yo nunca he dicho nada, pero conozco en su mirada que me desea con locura. Es más, de no haber surgido el placer que vosotros me proporcionáis, seguramente habría caído en sus brazos tarde o temprano. – Mamá, no pretenderás acostarte con ella para convencerla de que haga el amor con su hijo. – No, Alberto, esa no es mi intención, si quiere hacerlo con su hijo, será porque ella quiera y lo desee, simplemente quiero deciros que vosotros habéis despertado todo mi instinto sexual, y si me acuesto con ella será simplemente porque me está apeteciendo, y si vosotros podéis presenciarlo más placer me provoca. -Dicho esto nos miró como si buscara nuestra aprobación.- – Mamá, el simple hecho de imaginarte abrazada a la madre de Juan, nos está poniendo cachondos. – Ya lo veo hijos míos.- Lo dijo mirando nuestros abultados pantalones. Por fin a la hora de cenar, llegaron a nuestra casa, Rosa, la cual de cuerpo era más o menos como mi madre, tendría unos 46 años de edad, era morena y su pecho, aunque grande era algo más pequeño que el de la mía. Venía vestida con un vestido corto ceñido a su hermoso cuerpo, cosa que a nosotros no nos extrañó, sobre todo al saber lo que anteriormente nos había contado mi madre.
Junto a ella vinieron un sonriente Juan, y su hermano Antonio, su cara se encontraba cubierta de unas gafas que le daban un aspecto infantil.
Rosa apenas podía evitar mirar a mi madre con ojos de deseo, y bastante trabajo tenía con esto para darse cuenta de que sus propios hijos hacían lo mismo, -seguramente Juan, no había podido evitar contar a su hermano lo que le había sucedido anteriormente, y Antonio la miraba como si quisiera ver todos los detalles del hermoso cuerpo que había desvirgado a su hermano.
Por fin mi madre puso la cena en una mesa redonda del comedor, sentándose ella junto a Rosa, y nosotros cuatro alrededor. Comenzamos a charlar de temas intranscendentes, a pesar de que nuestras miradas se cruzaban de una manera que podrían hacer arder el aire que respirábamos.
El mantel que cubría la mesa colgaba holgadamente sobre nuestras piernas, y aprovechando esto Rosa de vez en cuando hacía todo lo posible para, como si se tratara inocentemente, acariciar las piernas de mi madre, la cual se daba perfectamente cuenta de que esas caricias no eran tan “inocentes”.
Ella pareció darse cuenta de que había llegado la hora de pasar a “la acción”, y como el que habla del tiempo que hace, dijo.
– Rosa, te acuerdas cuando éramos niñas a las cosas que jugábamos. – Sí, Ana, pero no lo vayas a contar aquí. -Lo dijo medio turbada, medio sonriendo, con sonrisa cómplice, pero pensando que jamás mi madre iba a contar lo del juego de “los novios”, y mucho menos delante de nosotros cuatro. – Sí, Rosa, nos divertíamos mucho jugando, por cierto… ¿le has contado a tus hijos cuando jugábamos a “los novios”.
Rosa casi se cae de la silla al escuchar esto, y apenas podía articular palabra para responder.
– No, no, ;cómo iba a contar eso?. – Tranquila Rosa, si eran juegos inocentes, no hay nada malo en ello, yo sí se lo he contado a los míos. – ¿Qué tu le has contado qué?. Y nos miró a Luis y a mí, como si quisiera adivinar que pensábamos nosotros de ella al conocer que en su juventud había practicado juegos lésbicos con mi madre. – Anda mamá, cuéntanos en que consistía el juego, Alberto y Luis ya lo saben, ¿por qué no podemos saberlo nosotros?. – Hijos míos que me da mucha vergüenza. Pero ante la insistencia de ellos y la de mi propia madre que la animaba a ello, contó una versión muy suavizada del juego, muy sonrojada y alterada. – ¡Hala mamá!, eso no lo sabíamos, pero no nos extraña que gozaras con esos juegos, con lo buena que está ahora Ana, cómo estaría antes. – ¡Hijos míos!, ¿cómo podéis hablar así delante de vuestra madre?, ¡pedirle perdón a Ana!. – Tranquila Rosa, no hace falta que me pidan perdón, si me halaga que piensen que todavía estoy muy buena, además… aunque tus hijos sean todavía jóvenes, tienen el mismo derecho que nosotras cuando teníamos su edad a conocer los secretos del sexo, ¿o no te acuerdas de cuando nosotras teníamos su edad?. – Está bien, olvidaré lo sucedido, pero me gustaría educar a mis hijos y no que se conviertan en unos golfos.
La cena transcurrió, y cuando Rosa se tranquilizó un poco, prosiguió con sus pequeñas y furtivas caricias a mi madre por debajo del mantel, hasta que ésta se levantó diciendo.
– Voy a poner una película de video para entretenernos mientras terminamos de cenar.
Efectivamente mi madre puso una película de contenido lésbico, que aunque no se trataba de una película pornográfica, sí trataba este tema de una forma explicita aunque suave.
Rosa, pareció incomodarse al ver aquellas imágenes, pero el placer que sentía al tener cerca de su cuerpo a mi madre mientras observaba aquello, le impedía protestar y casi la hacía olvidar la presencia de sus hijos y la nuestra.
Para colmo, mi propia madre comenzó con el mismo juego y también disimuladamente y como si fuera inocentemente, comenzó a acariciar las piernas de Rosa, la cual apenas podía contener el placer que esto le proporcionaba.
Ella pensaba que ni sus hijos ni nosotros nos dábamos cuenta de nada, pero estábamos asistiendo a ello con placer, y cada vez nos provocaba más morbo. Por fin mi madre decidió lanzarse al ataque, y por debajo del mantel introdujo su mano hasta ponerla sobre las piernas de Rosa, que al notarla se puso roja como un tomate y pareció perder la respiración. Mi madre, comenzó a acariciar sus piernas hasta que por fin decidió introducir su mano por debajo del vestido, hasta lograr acariciar sus calientes muslos.
Rosa, lejos de decir nada, y a pesar del miedo que le provocaba pensar que sus hijos se dieran cuenta de algo, comenzó a separar sus piernas, para dar facilidad a que mi madre pudiera alcanzar su húmedo coño, que ardía en deseos de ser acariciado por aquella mano que se acercaba lentamente.
Cuando por fin mi madre alcanzó el coño de Rosa, esta se deshacía de placer y apenas podía contener sus gemidos, por ello mi madre dijo.
– Rosa, he pensado que para demostrar a nuestros hijos la inocencia de nuestros juegos infantiles, lo mejor será que se lo demostremos aquí delante de ellos, no vayan luego a pensar cosas raras.
Rosa, comenzó a decir ruborizada que no, que eso no podía ser, que le daba mucha vergüenza, pero mientras lo decía la mano de mi madre seguía acariciándola hasta que su cuerpo apenas podía contener el placer. Por lo que terminó asintiendo pensando que tal vez de esa manera podía frotarse con mi madre y correrse sin que sus hijos lo notaran, y de esa manera poder desfogar el terrible deseo que la embragaba la mente, dijo.
– Esta bien Ana, vamos a hacerlo, pero que conste que es sólo para que se den cuenta de las tonterías que hacíamos de jóvenes.
– Efectivamente ambas se levantaron de sus sillas, y mi madre se tumbó en el suelo encima de la alfombra, Rosa por su parte sin poder casi esconder su mirada de deseo, por mucho que intentara evitarla, y sonriendo a sus hijos como si tratara de aparentar que iba a representar una obra de teatro para demostrarles que en su juventud sólo jugaba a cosas inocentes,
y que no lo hacía por placer, se puso encima de mi madre entre risas, como si toda se tratara de una broma, y si bien en principio se limitaba a estar quieta sin moverse, poco a poco su excitación fue subiendo, hasta que comenzó a frotar sus caderas, cosa que le proporcionó tanto placer que sus gemidos, aunque ahogados llegaban a nuestros oídos claramente.
Mi madre, al mismo tiempo también notaba que se encontraba gozando frotándose con la amiga de su infancia, y siendo observada por los hijos de ambas, y abrió la boca ofreciendo sus labios a su cada vez más excitada amiga, que no pudo evitar pegar los suyos y loca de excitación comenzó a introducir su húmeda lengua, como si hubiese olvidado por completo nuestra presencia
Rosa, ya en esos momentos se deshacía de placer, y comenzó a acariciar a mi madre de forma apasionada, sin dejar de besarla ni por un instante, como si quisiera saborearla al máximo.
Mi madre puso sus manos en las caderas de su amiga y le fue subiendo el vestido poco a poco, haciendo que los hijos de Rosa y nosotros pudiéramos ver sus blancas bragas, y después comenzó a acariciar su hermoso culo y sus espaldas con ardor.
Ver a nuestras madres abrazadas y sobándose de aquella forma, nos provocaba a los cuatro una excitación bestial, y asistíamos a aquello sin perder detalle y sin decir una palabra, no fuera que fastidiáramos el espectáculo.
Rosa se incorporó un poco para poder desabrochar el vestido de mi madre sin dejar de mirar su cuerpo ni un momento, como si no hubiera otra cosa en el mundo que pudiera apetecer que ver su cuerpo desnudo, y cuando lo logró, hundió su cara entre sus hermosos pechos, sin poder ahogar sus gemidos, no contenta con ello terminó con los botones que le quedaban, y al observar las bragas de mi madre, lanzó sus manos y las introdujo por debajo de las mismas hasta tocar su coño, como si pensara que alguien se lo podía quitar. Ya su cuerpo se encontraba excitado de tal manera que no hacía nada por contener sus gemidos de placer, y ni siquiera el pensar que sus hijos la estaban contemplando, podían apaciguar su deseo, a pesar de que de vez en cuando levantaba la mirada y podía comprobar las miradas de sus hijos y las nuestras.
Rosa, como si no pudiera contener su deseo de sentir el cuerpo de mi madre, comenzó a quitarse su vestido y cuando terminó, sin darle tiempo a quitarse la ropa interior, se tumbó encima de ella para sentir sus carnes calientes unidas en un abrazo bestial.
Mi madre, gozando con ello dijo:
– Alberto, levántate y quítame la ropa interior, quiero sentirla totalmente, y Antoñito, quítasela a tu madre quiero que “juegue” conmigo al máximo.
A Rosa en ese estado y deseando febrilmente poder sentir el cuerpo de mi madre en su totalidad, pereció no importarle quién fuera el que le quitara la ropa interior, ni el que se la quitara a su amiga, el caso era verse libre de cualquier tela que la impidiera gozar de lo que deseaba.
Tal vez por eso, y observando cómo yo aproveché que mientras quitaba el sujetador de mi madre, mis manos acariciaros sus erectos pezones, y que al quitarle las bragas mis manos comprobaron la humedad de su coño, lejos de pensar nada malo hasta le pareció natural, y cuando llego su hijo, Antoñito, y comenzó a quitarle su sujetador, y notó como sus suaves manos le acariciaban sus pechos en su totalidad, recorriendo cada centímetro de ellos, sobre todo sus pezones, y para colmo cuando al bajarle las bragas sintió sus manos sobándole el culo y el coño, no dijo nada y se calló como si no se hubiese percatado de nada, a pesar de que se dio cuenta perfectamente, de que si bien ella pensaba que era lesbiana y que nunca había sentido nada con un hombre, las manos de su hijo la habían provocado placer.
No obstante, aquellos pensamiento se diluyeron al poder ver el cuerpo desnudo de mi madre, y se abalanzó a por ella besándola y acariciándola. Por fin, la tumbó y tras acariciarse las dos por todas partes de sus cuerpos desnudos, y ante nuestros agraciados ojos, se dio la vuelta y poniéndose encima, comenzaron con un maravilloso 69.
Luis y yo al ver como la lengua de Rosa recorría cada centímetro del coño de mi madre, nos volvíamos locos de placer, cosa que notábamos en las miradas de los hijos de Rosa, que también ocurría con ellos.
Pero más placer sentían ellas lamiéndose sus coños, y siendo lamidas, y más todavía sintiéndose observadas por sus hijos. No tardaron en correrse las dos de una forma tan brutal, que sus gemidos casi hicieron temblar las paredes.
Continuaron abrazadas en aquella postura unos breves momentos, en los cuales pudimos observar sus caras relucientes, a causa de las humedades vaginales que cada una de ellas había lamido.
Nosotros cuatro, que lo habíamos observado todo con nuestras pollas a punto de reventar, aprovechamos los momentos en que ellas descansaban de sus orgasmos, para comenzar a desnudarnos.
Así cuando mi madre nos vio a Luis y a mí, con nuestras pollas tiesas, no se asombró, ya que más bien lo estaba deseando, pero cuando Rosa, pudo observar la enorme polla de su hijo Juan, erecta al máximo, y a su hijo Antoñito, que en esos momentos se dio la vuelta, terminando de quitarse sus slips, mostrando su terrible erección, estuvo a punto de desmayarse de la sorpresa que se llevó. Rosa, a pesar de no haber nunca sentido atracción por los hombres, notó como su coño se humedecía de nuevo a marchas forzadas, pero reprimiendo sus instintos, pensó que las erecciones de sus hijos se debían únicamente a la visión de su amiga desnuda.
Sin embargo cuando observo a sus hijos mirándola con unos increíbles ojos de deseo, y más todavía, cuando comprobó como Luis y yo mismo, nos dirigimos en dirección a mi madre, y comenzamos a acariciarla por todos los poros de su cuerpo, no pudo evitar hacer a sus hijos un leve gesto, como invitándolos a hacer con ella lo que desearan.
Estos no se hicieron de rogar, y mientras Luis y yo continuábamos acariciando y besando a mi madre, se acercaron a Rosa de una forma que mezclaba el miedo a ser rechazados y la excitación más bestial.
Juan, que era el mayor fue el primero en decidirse y posó sus manos en los ardientes pechos de su madre, provocando que sus pezones se irguieran inmediatamente. Su hermano Antonio, con su polla erecta casi libre de vello, se puso detrás de ellos y comenzó a acariciar a Rosa por la espalda y su culo.
A Rosa no tardaron en escapársele unos suspiros de placer, que ya no se molestaba siquiera en apaciguar, para disimular lo que disfrutaba con las tiernas caricias de sus hijos, sobre todo al comprobar como mi madre hacia lo propio sin ningún tipo de vergüenza.
Rosa abandonada a las razones que le daba su excitado cuerpo, lanzó una de sus manos atrás, agarrando y acariciando la polla de su hijo Antonio, y su otra mano hizo lo mismo con la de Juan, en los mismos momentos en que éste posaba sus labios en los de su madre, besándola con deleite.
Rosa, comenzó a estremecerse de placer, casi de la misma manera que lo hacía mi madre, sin poder contener el placer que sentía con las caricias de sus hijos.
Una vez que mi hermano y yo comprobamos que su humedad vaginal ya parecía un rió desbordado, la “obligamos” a ponerse a “cuatro patas”, y Luis, comenzó a penetrarle su ardiente coño en esa postura entre sus gritos de placer. Yo me tumbé debajo de ella, poniendo mi polla a la altura de su boca, ofreciéndosela, cosa que no tardó en aceptar y sus labios calientes la rodearon, y después su lengua comenzó a recorrérmela con ansia, mientras mi hermano seguía follándola cada vez con más fuerza.
Rosa, al comprobar cómo gozaba mi madre siendo follada por sus hijos, sintió una inmensa envidia, y ella misma se puso en la misma postura que observaba, siendo su hijo Juan, el que aprovechando que era mayor, comenzó a penetrarle su coño con el pollón que aquella misma tarde había follado a mi madre. No tardó Antonio en ponerse en la misma postura que yo, y en ofrecer su polla a Rosa, que comenzó a succionarla como si fuera a acabarse el mundo en breves instantes.
Rosa, no tardó en sentir el primer orgasmo de su vida proporcionado por hombres, notando cómo entraba y salía de su coño el pollón de su hijo Juan, y lamiendo la polla su hijo pequeño Antonio, la cual mientras lamía, observaba con deleite, sorprendida por lo grande y dura que la tenía a pesar de no tener prácticamente vello.
Mi madre, casi al mismo tiempo se corrió entre espasmos de placer, cosa que provocó en mi hermano no poder contenerse y descargó su semen dentro de su coño al mismo tiempo que le arañaba la espalda.
Yo noté que mi hermano se había corrido, al sentir en mi polla el fuerte abrazo de los labios de mi madre, que al notarse inundada de leche, no pudo evitar succionar mi polla con más fuerza.
A su vez en aquellos momentos, Juan al darse cuenta de que había conseguido que se corriera su madre, bombeó con más fuerza su polla, hasta que logró correrse de forma bestial y gritando.
.- ¡Mamá, mamá!, ¡me corrooooooooo!.
Rosa al notar su coño inundándose de la leche de su hijo, volvió a correrse, pero era tal lo que estaba gozando, que no dio tiempo ni a descansar a Juan, y dijo:
– Juan, saca tu pollón de mi coño, que debe ser el triple de grande que el de tu padre, y deja a tu hermanito que me folle, que él también tiene derecho a disfrutarme. – Éste, sin pararse siquiera a limpiar con algo los borbotones de semen de su hermano que brotaban del coño de su madre, y loco de excitación comenzó a penetrarla bombeando su polla con deleite, todo ello sin llegar a quitarse las gafas y que no podían ocultar su enorme excitación.
Aquello pareció darnos envidia, ya que mi hermano y yo, hicimos lo mismo, ya que en esos momentos fui yo el que apartó a Luis y comencé a penetrar el chorreante coño de mi madre.
Tras un periodo de tiempo Rosa y mi madre, parecieron ponerse de acuerdo para correrse, y ambas gritaron y gimieron como si las estuvieran matando. Yo no pude evitar correrme también, y mi semen se unió al de mi hermano en el interior de su coño, y mi madre al notarlo le flaquearon los brazos y se dejó caer suavemente sobre la alfombra.
Antonio, por su parte, con la cara desencajada seguía follando a Rosa, hasta que gritando como un poseso, descargó tal cantidad de semen, que a pesar de seguir su polla en el interior de su coño, entre la paredes de éste y su polla brotaron algunas gotas que materialmente no cabían en su interior. Cuando Rosa y mi madre, totalmente satisfechas por el placer sentido, pensaban que ya todo había terminado y se disponían sonrientes a vestirse, nosotros cuatro nos miramos, y como si todos nos hubiese pasado por la cabeza la misma idea, cambiamos de pareja.
Así, mi hermano, tumbó a una poco evasiva Rosa ya que sus hijos la habían hecho conocer los placeres del sexo con hombres, y comenzó a follarla ante la atenta mirada de sus hijos, que no tardaron en echar a suertes, a quién le correspondía follar a mi madre en primer lugar, ante la mirada deseosa de ella… Ganó Juan que tuvo el honor de poder follar a mi madre por segunda vez en un día.
Ambas mujeres se corrieron siendo folladas por los hijos de la otra, y ellos para no ser menos, volvieron a llenar sus coños de otro semen distinto a los anteriores.
Después yo mismo, y a pesar de que pude observar que Rosa parecía encontrarse prácticamente desmayada, aparté a mi hermano y comencé a follarla disfrutando sintiendo su coño chorreando y de ser observado por mi madre y los demás.
Antoñito por su parte, comenzó a follar con la mía, con la cara deformada por el placer, notando yo inmediatamente, que indudablemente ella gozaba con los más jóvenes, pero que lo que lo que más placer le proporcionaba, era ser observada por sus hijos mientras follaba.
No tardamos en corrernos los cuatro, quedándose ellas, sin poder articular palabra y repletas con las leches de nosotros cuatro unidas en sus coños. A pesar de ello, los cuatro nos las ingeniamos de tal manera para convencerlas de que volvieran a realizar un 69 entre ellas, para que ambas pudieran saborear nuestras leches mezcladas en sus coños, cosa que hicieron con deleite y sin ningún tipo de asco y más sabiendo de dónde procedían las mismas.
Este último orgasmo de ellas, provocó que tuvieran que permanecer unidas en aquella postura durante bastante tiempo para reponer fuerzas, ya que prácticamente que quedaron inconscientes.