Puta por placer y morbo
¿Dominante yo? De dominante no tengo nada. No me apetece dominar a mi pareja, armar escenas de celos, reclamos, prohibiciones, exigencias, nada de eso. Una vez que me siento disgustada en una relación sé que más temprano que tarde terminaré apartándome de esa persona. No soy posesiva, no soy caprichosa, no soy celosa. Me siento a gusto siendo indiferente de este modo tan particular, me quiero a mi misma antes que a cualquiera, evito depender de los hombres; de ahí viene todo esto de llamarme «sexydiferente».
Si un hombre quiere tener sexo conmigo y me siento atraída por él, lo tendremos. Sin tantas pinceladas ni introducciones, sin pedir permiso; cogeremos y rogaré a los dioses de que ese hombre sea bueno en la cama.
Por fortuna, casi todos han sido muy buenos tomándome de la cintura y haciéndome suya en diferentes partes de la habitación de mi apartamento o la de un hotel, un baño, bajo un árbol, en un ascensor, en el asiento de un carro, etc, o tal vez sea yo la que los convierte en buenos amantes. Una vez que me cogen se envician y quieren cogerme una y otra vez, ofreciéndome hasta lo que no tienen.
«Qué puta» pensará quien lee este escrito pero es la verdad. Soy una puta, una perra, así es como me gusta ser, así es como me gusta me llamen y me traten durante el sexo. Pero no una puta cualquiera, de esas de burdel o una puta callejera mal oliente, mal vestida, desaliñada, vulgar, adicta al tabaco o al cigarrillo, a las bebidas alcohólicas o a las drogas, no soy nada de eso, no confundáis las cosas. Tampoco soy una prepago que se vende a cualquier postor, no me interesa el dinero ni las posesiones, vivo mi vida a mi gusto, tengo sexo con quien quiero y donde quiero.
Soy esa puta que adora el sexo, se prepara para su amante, propone fantasías y permite a su amante proponer algo que le vuele la cabeza de tan solo pensarlo. Seduce a su hombre, le sube el autoestima, le enseña si no sabe dónde tocar, dónde lamer, dónde chupar, dónde acabar. Soy la que lo calienta al máximo para que drene su alma y espíritu en forma de semen impactando en mi cara, garganta, cuquita, culito, tetas, piernas, pies, cabello, ombligo y hasta en las axilas. Hay hombres con fetiches bastante peculiares.
Soy una flaca de 1.58 de estatura, cabello castaño y piel morena clara, con senos medianos, grandes para mi figura. No es que sean enormes, solo que desencajan un poco de mis proporciones de chica delgada. Mis amantes los adoran, los chupan hasta más no poder, los muerden, los pellizcan, les hacen daño mientras me llevan a la gloria de penetración en penetración y yo, la puta, disfruto de todo ello aunque más tarde sienta todo mi cuerpo adolorido por el placer y tortura infligida.
¿Dominante yo? Para nada. Una vez que se rompe el hielo entre el hombre que me quiere meter su verga y según sus propias palabras «hacerme llorar», me convierto en una linda muñeca de trapo, victima de todo tipo de abusos deliciosos los cuales permito y disfruto. Pellizcos, nalgadas, bofetadas, tirones de pelo y un montón de cosas más. Mis amantes enloquecen por mi forma sumisa de comportarme en la cama, acaban rendidos de placer y en ocasiones molestos con ellos mismos por no tener el aguante suficiente.
¿Queréis cogerme, verdad? Entonces los hombres son los verdaderos putos. ¿No lo habéis pensado? Los hombres me llaman a menudo para convencerme de aceptar su invitación cuyo objetivo está claramente definido desde un principio: romper mi culo. Sois ustedes los putos, yo solo escojo al mejor puto o al que para el momento me apetezca más.
¿Dominante? No lo considero así pero apuesto a que después de leer estas líneas previas no estáis de acuerdo conmigo.
Lo importante -al menos- es que entendáis que no es lo mismo una puta de esas que lo hace por dinero y una buena puta que lo hace por puro placer y morbo.
No tengo vicios de ningún tipo, solamente tomo bebidas alcohólicas en reuniones sociales, en contadas ocasiones y nunca más de 300ml.
Pensaréis que nunca me han cogido borracha; os equivocáis, pero eso es otro relato que también os va a encantar.
¿Placer y morbo? Si, eso es lo que acabo de escribir. Sobre todo morbo. El morbo me ha producido los mejores orgasmos de mi vida.
Lo prohibido, lo que no debe hacerse, lo que se considera pecado, inmoral; mientras más morboso resulta más placer me produce.
Un jueves por la mañana en el que no tenía clases me levanté temprano, mis padres ya se habían ido a sus respectivos trabajos y Diego aún dormía. Me había confesado la noche anterior que él tampoco tendría clases. Decidimos guardar el secreto así mis padres pensarían que iríamos al colegio como cualquier otro día de la semana, ya que regresaban al atardecer no se enterarían de que nos ausentamos del colegio.
Eran casi las 9.00, recuerdo que lo primero que hice fue asomarme en la habitación de Diego. Nunca cerraba su puerta, la dejaba media abierta. Lo observé dormir como un bebé rendido en un sueño profundo.
Regresé a mi cuarto y busqué entre mis cosas una caja de madera en la que tenía juguetes sexuales, obviamente con seguro por si a mi madre se le ocurría un día espiar entre mis cosas.
Saqué dos pares de esposas. A Diego le encantaba someterme totalmente. Volví a la habitación de él siendo lo más cuidadosa posible de no hacer ningún tipo de ruido que despertase al bello durmiente.
Me quedé observando por unos minutos planeando por dónde empezar. Debía inmovilizar las manos de Diego a los barrotes de la espalda de la cama sin despertarlo. Era un reto complicado pero noté que una de sus manos estaba extendida sobre la almohada, cerca de uno de los barrotes así que me acerqué y con mucha precaución logré esposar su muñeca.
Faltaba la otra mano que descansaba en su vientre, se despertaría, pensé. Debía hacerlo rápido, era la única manera.
Coloqué el segundo par de esposas en uno de los barrotes, tomé su mano y rápidamente la levanté hasta llevarla a las esposas y logré capturar su otra muñeca. Diego estaba a mi merced y casualmente despertó, pues apenas terminé de esposarlo solté una carcajada.
—¿Qué haces? —fue lo primero que pronunció con voz perezosa, sin entender lo que estaba pasando.
Ignoré sus quejas y salí de su habitación, busqué mis cosas y me metí a la ducha.
Diego no tardaría en llamarme de forma amenazante, exigiéndome que lo soltara.
—¿Estás loca? Suéltame —decía insistentemente—. Daniela! Daniela! Daniela.
Yo estaba muerta de risa mientras me duchaba y también excitada del morbo por lo que tenía planeado.
No era un gran plan, de hecho hemos hecho cosas más divertidas y morbosas pero igual fue una deliciosa experiencia.
Terminé de ducharme y me presenté ante Diego desnuda con mi cuerpo húmedo sin siquiera secarme con la toalla.
Diego me miró de arriba abajo y se rio
—¿Qué, me piensas coger? —dijo con voz altanera, como si la palabra coger solo se limitara a ustedes los hombres
—Si —respondí con una sonrisa infantil —te voy a coger como a un muñeco inflable
Diego volvió a sonreír con aires de superioridad.
—Suéltame y verás quién es la puta inflable —respondió aparentemente malhumorado
—¿Si? ¿Qué me harás cuando te libere de las esposas?
—Suéltame y verás
Me acerqué y le propiné una bofetada que debió parecerle insignificante, mis manos solo logran hacerle daño a la masa con la que suelo hacer arepas deliciosas casi a diario.
—Cállate, gafo. Aquí mando yo —le dije, sonriente, siendo juguetona
Yo sabía que aquello lo enloquecía. Diego quería librarse de las esposas y darme mi merecido por pretender parecer la que manda, la que propone y dispone.
Tomé las sabanas que lo cubrían y las lancé a cualquier lado de la habitación, el pene de Diego lucía semi erecto. Me acerqué y empecé a darle puñetazos.
—Párate! Párate —mi conversación era con su sexo—. Necesito que estés bien paradito.
—Suéltame, coño —insistía Diego.
No le gustaba ser dominado, me lo había dejado claro decenas de veces, solo él tenía derecho sobre mi, yo solo obedecería a sus mandatos y le complacería todas sus fantasías depravadas.
—Me la vas a pagar —me dijo mirándome fijamente.
Recogí las sabanas que había tirado por la habitación y con ellas le amarré los pies al otro borde de la cama. Puso de su parte para que yo pudiera inmovilizarlo, si se hubiese resistido no creo que hubiera tenido las fuerzas para poder dominarlo así que entendí que quería ser parte de mi juego.
—No eres tan dominante como dices, te dejaste amarrar los pies, putón —le dije.
Me gusta retarlo y provocarlo, mi tono de voz solo sirve para provocarle una erección. Mi voz es débil, delicada, sin fuerzas, serena, sifrina, eso según las propias palabras de Diego.
—Me la vas a pagar —volvió a amenazarme
Me subí a la cama sin prestarle atención a sus amenazas, estaba inmovilizado, no podía hacer nada. Me senté encima de él, con su pene rozándome las nalgas y a continuación empecé a mover las caderas.
Lo arañé con mis uñas no tan largas pero lo suficiente como para hacerle daño. Aquello no hizo más que excitarlo. Continué moviéndome encima de él, pellizqué sus pezones como él solía hacerme, le di bofetadas y le dejé marcado el torso y las costillas de pequeñas líneas con mis 10 cortantes uñas.
—Puto —le decía con la débil y sensual voz que me caracteriza—. Eres un puto de mierda.
Diego se quedó callado, solo me miraba pero sus ojos lo decían todo. Quería zafarse, quería ser él quien controlase la situación, ponerme boca abajo y metérmela por el culo. Era justo eso lo que reflejaba su mirada.
Yo le sonreí al adivinar sus macabras intenciones
—No, no te soltaré, eres malo.
Diego continuaba mirándome y sin duda disfrutando de mi encima de él, provocándole cierto dolor con mis uñas.
No aguanté más la espera de tener su sexo dentro de mi y con una mano agarré su pene y me lo metí poco a poco en mi humedecida vagina pero él empujó hacia arriba haciéndome daño.
—Coñoetumadre —le dije—. Gafo.
El pinchazo brusco de su pene me había dolido. Me molesté con él pero fue solo por un instante, pues inmediatamente ya estaba de nuevo introduciéndome su pene en mi cuquita.
Una vez dentro empecé a moverme a un nuevo ritmo.
—Putón —le decía—. Ves lo puto que eres.
Pero él también se movía intentando ser él quien controlara la penetración. Me quedé inmóvil para contenerlo pero no pude. Me alzaba con su pene de arriba abajo, yo continué abofeteándolo y arañándolo pero eso no le hacía ni cosquillas.
—Ves como te cojo, aunque me tengas amarrado, puta.
Así estuvimos peleándonos el poder, mis intentos quedaban minimizados por su fuerza aunque en ocasiones se cansaba lo que yo aprovecha para cabalgarlo a mi gusto y llamarle puto.
Continuamos tirando rico por un rato más, yo me movía sobre él que descansaba para luego empezar a moverse de abajo arriba haciéndome brincar en la cama y sufrir su pene entrando y saliendo bruscamente
—Toma leche, zorra —me dijo e inmediatamente sentí sus choros de semen inundarme por dentro
—Si, puto, córrete, córrete todo, dentro de mi —le dije, clavándole mis uñas en su pecho.
Paramos de movernos mientras yo sentía su leche llenarme toda, me quedé mirándolo, viendo como sufría un delicioso orgasmo combinado con el mío.
—Ya puedo presumir de cogerme a un hombre —le dije, soltando una breve carcajada.
—Chúpamela, aún tengo semen —me dijo con voz jadeante.
Su pene brillaba
—Asco —le dije —yo no trago leche, mi amor.
Esa frase era todo un reto para él y yo sabía lo mucho que lo calentaba cuando le decía que no quería tragarme su semen. Me levanté de la cama, le quité una de las esposas y le entregué la llave para que fuese él mismo que se quitara la otra.
—Voy a bañarme, luego saldré y no me vas a coger
—Eso es lo que tú crees —me dijo, soltando una leve carcajada—. Prepara ese culito.
Yo sabía que al salir del baño me esperaba una nueva sesión de sexo y debía prepararme para ello pero cuando salí de mi habitación Diego no estaba al acecho lo que me pareció extraño. Me asomé a las escaleras y escuché ruido.
Mi padre había llegado antes de tiempo. Ese día estuvimos a punto de ser pillados por mi papá, por suerte no sucedió. A mi padre le pareció extraño que tanto Diego como yo no hubiésemos tenido clases y peor aún que no le avisáramos.
Nos salvamos por muy poco y también me salvé de que Diego se vengara de mi ese día aunque me quedé preparada y con las ganas de que me hiciera su puta a su antojo.