Queremos tener una relación de igualdad, pero me domina mi mujer

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Somos una pareja joven de 28 años, hace muy poco que nos hemos ido a vivir juntos. Aunque en un principio nos relacionábamos en términos de igualdad, con el paso de los años esto ha ido cambiando hasta lo que es hoy. Aunque no practicamos extremos de ningún tipo, mi pareja y futura mujer, ejerce un evidente control sobre mí en el día a día.

Cuando sonó la alarma, me fui directo a la cocina. Empecé a preparar el desayuno con ligereza ya que la hora del trabajo se me echaba encima. Cuando lo tuve todo puesto en la bandeja volvi al dormitorio. Le di unos besos en la mejilla, Laura refunfuñó antes de ergirse, poniéndose sentada en la cama con la espalda apoyada en el respaldo. Tras esto le di la bandeja, y me fui a la parte baja de la cama a darle un par de besos en cada planta de cada pie de buenos días. Había sudado esta noche, lo podía oler, no obstante. el olor de mi pareja siempre ha sido muy noble, por así decirlo. Y entre su finura de aroma de reina y mi enamoramiento, nunca ninguno de sus olores me ha parecido desagradable. Acto seguido me puse a su lado para desayunar con ella. Al acabar me lleve la bandeja a la cocina, donde como siempre me tocaba enjuagar los platos y meterlos en el lavavajillas. Ya en el salón…

–Cariño–empezó– es hora de sacar al perro.

–Voy, princesa– me acerqué a coger la correa.

Antes de salir por la puerta me dio un beso de premio, solíamos ser bastante cariñosos. La verdad, es que a mi nunca me habían gustado los perros, pero ahora me tocaba convivir con este y además sacarlo a pasear casi siempre. Iba todo bien, pero a mitad del paseo, el maldito perro tuvo que cagar en la acera asfaltada en vez de en el césped, y encima, delante de muchos vecinos. Esto no me dejó más remedio que recogerlo con las típicas bolsas de plástico… «Joder» pensé al empezar la faena.

Después de dejar al perro en casa y pasarme la mañana trabajando en un curro que tampoco me gusta nada, volví a casa a la hora de comer. No hace falta que os diga quién cocinó. Al acabar mi pareja se me acercó mientras estaba acabando de recoger la mesa.

–Bueno, guapo, quiero que me limpies la cocina, y el baño, el váter lo quiero reluciente,– siguió– después me pones una lavadora, que necesito ropita. Y cuando acabes todo, te vienes al sofá que ya sabes lo que te toca toda la tarde. Por cierto, que pena lo de tu nuevo trabajo, ya no puedes adelantar tus tareas domésticas por las mañanas.

Esto último me lo dijo con recochineo, antes de acercarse a medio palmo.Me dijo que abriera la boca. Le hice caso y la abrí, primero sentí sus labios rozando los míos. Y acto seguido, me había escupido su saliva en la boca. Esto hizo que yo sintiera una apasionada mezcla de respeto, excitación, ganas de obedecerla y amor por ella, todo a la vez.

–Trágatelo que yo te oiga—me dijo, riéndose un poquito–. Y puso su oído cerca de mi garganta para comprobar que yo le hacía caso. Escuchó que yo me lo tragaba y entonces añadió:

–¡ Buen chico!—seguía sonriendo, le hacia gracia manejarme, también se exitaba a veces – Cuando acabes, te vienes al salón como te he dicho.

Limpiar era un coñazo, aunque me gustaba obedecerla. Todo transcurrió con normalidad hasta que le tocó a la escobilla del váter, momento en que me salpicó algo de agua en los pies descalzos, esto me dio un poquito de asco, sólo un poquito porque ya estaba acostumbrado a cosas así. Iba descalzo por obligación, mi novia decía que así estaba más humilde y que me venía bien para rebajar mi orgullo. Ella en casa, llevaba chanclas o iba descalza, lo que le diera la gana, yo no podía elegir. Claro, que yo a ella le tenía la planta de los pies más relucientes que el brillo del baño….

Casi dos horas después, me lavé las manos en el baño, que había quedado reluciente. Y me fui con mi diosa al salón.

–Aquí tienes tu premio—me dijo—quítame los calcetines y ya sabes que tienes que hacer. Después de que acabes me das un masajito mientras acabo el capítulo.

Me acerqué y tras quitarle los calcetines, puse la nariz entre los deditos, ella los contrajo y me rodeó con ellos la nariz, para que los pudiera oler bien. Después me dio un par de palmaditas con el pie en la mejilla. Yo empecé a darle besitos suavemente, mientras me sentía como en una nube, la mezcla de sensaciones era espectacularmente intensa, me notaba un poco sumiso, muy enamorado, tan excitado como vivo, para mí, en ese momento ella brillaba, y yo tenía la inmensa fortuna de estar ahí abajo, adorándola. Su olor me hacía prisionero, sentí que perdía la voluntad y que no podía hacer nada para evitarlo. Me encantaba estar así, a los pies de la diosa que amo con todo mi corazón. Di un largo beso lento y sentí que me fundía con ella.

¿Comentarios? ¿Segunda parte? ¿Algo?

Pd: Gracias por leerme.

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