Quiero que mi hijo ingrese a la universidad que tanto quiere y para conseguir eso soy capaz de hacer cualquier cosa. Incluso entregar todo mi cuerpo

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Capítulo 1 – Lunes.

Estar en la universidad es una cosa de locos, dice una famosa canción. Mis amigos me la corean casi diariamente cuando me los encuentro en las afueras de la universidad. Lamentablemente, yo no puedo decir lo mismo dado que me encuentro en una academia preuniversitaria que se encuentra frente al lugar a donde quiero ingresar. Debo ser sincero, el pronóstico no es favorable. Mi padre está enojadísimo y decepcionado de mí, siempre me llama la atención, me da sermones sobre mi futuro, sobre el legado de la familia y cosas así. Nunca se alegra con ninguno de mis pequeños logros en la academia, es que tampoco son grandes logros. A mí me da igual, me jode, pero tiene razón, no hago nada al respecto. Mi madre, por otro lado, es un encanto. Ella suele tocar la puerta de mi cuarto, me pide permiso para entrar y se me queda hablándome acerca de lo preocupada que está por mí, que no quisiera que su hijito sufra y que, como madre, siempre me va a apoyar ya sea en las buenas o en las malas.

Pero, no es solamente por eso que me ella me encanta. Hay cosas que, simplemente, uno no puede contenerse. Son cosas que, por traumas o experiencias de niño se te quedan en la cabeza y ya no te las puedes quitar. He tratado de enfrentarme a esto, pero es ya muy grande y cada vez quiero más. No puedo dejar de pensar en ella, no puedo dejar de pensar en sus caricias, no puedo dejar de pensar en el cuerpo que esconde discretamente debajo de sus ropas. Pero a la misma vez, sé que no puedo ir en contra de la naturaleza, este deseo que siento nunca podrá hacerse realidad porque es imposible que sea correspondido. La historia común de una persona es enamorarse de una de sus compañeras de clase, de la vecina, de la profesora o incluso tener por ahí una prima a la que uno le pueda gustar mucho, pero nunca, nunca a la madre. Ella, la única mujer que nunca me trató mal, que me aceptó tal y como yo era y que hasta ahora sigue conmigo a pesar de las penurias académicas que estoy pasando.

Es que no puedo evitarlo, ella es mi único placer. Es que, además de ser la única mujer por la que siento cosas en mi corazón, también es hermosa. Las palabras a veces quedan cortas para expresar lo que los ojos y el tacto perciben en ella. Ella es una mujer en sus cuarenta, de baja estatura, de piel trigueña y de contextura mediana, es decir, ni flaca ni gorda, sino con lo justo para lo que te provoque en el momento. Su cabello largo, lacio, castaño, peinado con raya al costado derecho, un flequillo descuidado y con unos rayitos amarillos que le sientan muy bien a pesar de su madurez, yo creo que le dan un estilo atrevido. Tiene una sonrisa discreta y finísima, suave y diminuta como sus labios. Tiene una pequita que me encanta al costado de su ojo derecho, es pequeña, pero se deja apreciar. Su cuerpo, mi mayor debilidad. Tiene unos senos muy lindos, no muy grandes, pero lo compensa vistiendo ropa apropiadamente ajustada. Cuando la abrazo puedo sentirlos, aunque su ropa y el sujetador siempre han representado un gran obstáculo para mí. Su culo y sus piernas son lo mejor que me ha pasado en la vida. Su trasero es enorme y sus piernas lo suficientemente anchas, no hay duda que ha sabido resaltar su mayor atributo, pues se compra unos jeans de infarto, pegadísimos a la piel. Su cintura es algo delgada y eso le ha servido un montón para que todos podamos apreciar sus curvas.

Hay algo especial en su cuerpo, en su voz, algo que me seduce y me hace pensar demasiado en ella, en tocarme constantemente, en imaginarla junto a mí. Cada vez que viene a mi cuarto aprovecho en comérmela con la mirada, solo espero que no se haya dado cuenta porque muchas veces he sido más que obvio con mis intenciones. Tengo miedo a que lo descubra, sería mi fin. Puedo perderlo todo, pero menos a ella. A veces me siento mal de guardarme todo esto, no se lo puedo decir ni a mis amigos porque me matarían o se alejarían de mí. Supongo que estoy solo en esto, tal vez siempre lo estaré. Bueno, el autobús ya está llegando de la academia a mi casa, debo apresurarme, empujar a algunas personas y bajar.

Entro a casa y pego un fuerte grito que retumba en toda la casa, pues quiero comprobar si hay alguien antes de meterme a la computadora para ver porno tranquilo. Nadie me responde, así que me apresuro a mi habitación y entro a una página web de videos de incesto, es una de mis favoritas. Ahí actrices hacen de madres que aparentan más edad y se someten a los deseos de sus hijos, que las incitan a pecar. Me tomo mi tiempo buscando un video que había visto la otra vez, me encantaba porque la madre que actuaba ahí se parecía un poco a la mía, me permitía que la imaginación se convirtiera un poco en mi realidad.

De pronto escucho que la puerta principal de mi casa se abre, así que cancelo mi sesión de esa tarde por temor a que me descubran. Era mi madre, la cual gritaba mi nombre, preguntando si ya había llegado a casa. En seguida le respondo dándole una respuesta afirmativa. Rápidamente, ella se acerca a mi habitación.

Mi madre llega de hacer las compras pues la veo con unas bolsas en mano. Está vestida con un vestido floreado de color verde limón, un sombrero de paja de verano y unas sandalias de color blanco. El escote del vestido me es negado por una breve hilera de botoncitos, como me encantaría que me revele solo un poquito más. Mi madre me sonríe y me extiende un chocolatito sacado de una bolsa.

– Toma, mi amor. Un chocolatito para que te engrías un poco antes de que sigas estudiando.

Me derrito, mi madre es demasiado consentidora, si tan solo supiera que yo también estaba pensando en ella. El chocolate se ve buenísimo, pero el verdadero dulce está en su aroma, está en su deliciosa piel. No me contengo y tengo una erección, la cual disfrazo colocando mis manos en mi regazo.

– Hoy escuché como tu padre te renegaba en la mañana, no le hagas caso, corazón. Yo sé que tú te estas esforzando por ingresar a la universidad. Quiero que sepas que mami siempre está contigo.

Cómo quisiera que siempre esté en mi cama.

– No te preocupes, ya estoy acostumbrado – le dije, adoptando una expresión seria.

– Ay hijo, no te pongas así. Él solo está preocupado. Mira, olvídate ¿Qué te parece si dejamos un por un momento todo esto de los estudios y vamos a ver televisión un rato?

– No lo sé, debo seguir estudiando.

– ¡Nada de peros! De seguro vienes cansado de la academia, no es justo que te pongas a estudiar inmediatamente después de haber llegado. Ven, anda, anímate, es solo un momento con tu mami.

Evidentemente, no me puedo resistir a esa vocecita que tiene.

– Está bien, mami. Pero solo un momento, pues de verdad tengo que estudiar.

La acompaño a la sala y prendemos el televisor, está dando un programa de espectáculos en donde unas personas compiten haciendo acrobacias.

– ¿Has escuchado lo de esa chica? Dicen que ha engañado a este chico alto de aquí ¿lo ves? Ahora está saliendo con el que anima esta cosa, dicen que se ha armado una bien fea con todo esto y que su participación en el programa está en juego.

– Vaya madre, ¿cómo sabes todo eso?

– Las noticias hijo, en la mañana siempre me quedo viendo la sección de espectáculos.

– Yo no tengo tiempo de eso.

– Ay, cariño. Lo sé, pero que bueno que tengas tiempo de acompañar a tu mami.

De pronto, mi madre me da un fuerte abrazo. Siento como sus brazos me aprietan suavemente y como sus labios se posan en mi frente, dándome un besito. Me suelta y seguimos viendo televisión. Ambos estamos muy felices, ella me sigue contando cosas irreverentes acerca de la farándula, las cuales escucho con atención porque, si bien no me interesa tanto, creo que debo prestar atención a lo que mi madre me cuenta. En un momento extiendo mi brazo izquierdo detrás de mi madre y ella acomoda su cabecita sobre éste, puedo sentir su suave piel.

– Ay, justo lo que necesitaba mi amor. Un poco de tu cariño.

Me sonrojo, sus palabras son demasiado seductoras. A veces siento que me habla como si yo fuera su enamorado.

– Corazón de melón, solo existen dos hombres en mi vida que me engríen, esos son tú y mi padre – me dice entre sonrisas.

– ¿Pero yo más verdad, mami? – le digo celoso.

– Claro que sí, corazón – sonríe.

En ese momento me abraza nuevamente y me manda muchos besos por todas las mejillas. Entre todos esos besos, se les escapan un par hacia mis labios, pero como son todos tan rápidos parece no importarle o, tal vez, ni siquiera se dio cuenta.

– Creo que es suficiente por hoy, mejor me pongo a hacer las cosas – me dice.

– Oh, está bien – entonces yo continuaré estudiando.

– Ay, sí hijo. Por dios ¡Mira la hora que es! Perdóname, me olvide por completo que tenías que seguir estudiando.

– No mami, descuida. Yo estaré bien.

– No, hijo. Te tienes que esforzar, por favor, si pudiera hacer algo para que estudies más a gusto solo dímelo.

Definitivamente hay algo que ella podría hacer para quitarme todo el estrés de estudiar, ella tiene todo lo que necesito para que me chupe todo el estrés y dejarme como nuevo.

– Mi amor, veo que te has quedado pensando. Qué cosas pasarán por eso cabecita, me pregunto – me dice, sospechosa.

– Nada madre, son cosas del examen – le digo, asustado. De pronto, mi madre adopta una expresión de preocupación.

– Hijo…

– ¿Qué sucede?

– Hijo, sé que no te va muy bien. Yo te quiero ayudar y todo, pero realmente tengo mucho miedo de que tu padre deje de pagar tus estudios. Es la tercera vez que estás postulando, yo sé que estas cosas toman su tiempo, pero siento que algo te pasa, cariño. Creo que hay algo que no te deja estudiar como debes, así que… si crees que realmente puedo hacer algo por ti, solo dilo. Si quieres un nuevo juego o de repente una propina especial, tal vez podemos hacer algo y que esto quede entre tú y yo.

Ahora mi madre parecía mostrar toda esa pena que tal vez me estaba escondiendo. Me puse un poco triste al saber lo preocupada que estaba por mí. Sin embargo, su duda me dejó pensando un poco también ¿Será que hay algo en mí que no me deja estudiar? Con eso en mente, me despido de mi madre y me dirijo a mi cuarto.

Cierro la puerta y prendo mi computador. Todo lo del sofá me dejó bien duro, necesitaba masturbarme de inmediato. En eso me acuerdo que hace poco mi madre me había dejado la cámara para que pasara unas fotos que nos habíamos tomado en un paseo familiar el fin de semana pasado. Fuimos a un club campestre un par de días, mi madre pensó que sería una buena idea salir de la ciudad un momento y que eso me ayudaría con el examen. Mi madre había llevado un bikini de infarto y había algunas fotos de ella posando con éste. Era mi perfecta oportunidad de gozar a mi madre un momentito antes de seguir estudiando. Con toda la calentura reviso las fotos y la encuentro: hay una en la que ella posa frente a la cámara sentada con ese bikini amarillo, demostrando todo lo que la naturaleza decidió otorgarle. Rápidamente, saqué mi verga y comencé a sobarme viéndola como posaba toda alegre. Me tomé mi tiempo en repasar cada parte de su cuerpo, especialmente sus curvaturas, qué grande que se veía su cadera de madre. Me imaginaba como podría desnudarla y lo feliz que yo sería si ella me cabalgara con ese bikini puesto.

A unos segundos de terminar, mi madre entra con un cesto de ropa sucia a mi cuarto. No tengo tiempo para ocultar la foto, ni para subirme los pantalones, ni nada. Veo como los ojos de mi madre se vuelven poco a poco más grandes, manteniendo la mirada fija en mi miembro viril a punto de colapsar. Yo la miro sonrojado, sin saber que decirle ni cómo salvar la situación. Me había encontrado con las manos en la masa, literalmente. Veo como ella también se sonroja y de pronto cambia la mirada hacia la pantalla.

– Cariño… ¿E.. Esa soy yo? – titubea.

– No, no. Madre, no es lo que piensas. Es…

– Quiero que te vayas al baño y te limpies en este momento… y saca por favor esa foto de tu computadora, apenas termines ven a mi cuarto inmediatamente.

Con mucha vergüenza, asiento. Mi madre se va de mi cuarto y cierra la puerta fuertemente. Me termino de masturbar, cierro la foto y apago la computadora. Es mi fin. Me voy al baño, me limpio el pene, me lavo las manos y la cara. En eso aprovecho para darme un largo duchazo de agua fría. Me quedo pensando en la expresión que tenía mi madre al descubrirme masturbándome viendo su foto, era como una de sorpresa, decepción y asco. Me sentí terrible, incluso lloré un poco de la frustración. Pasan varios minutos y, ya un poco calmado, salgo de la ducha, me cambio y me voy al cuarto de mi madre.

Cuando entro, veo que mi madre está sentada en la cama con ambas manos frotándose la frente. Ella eleva la cabeza y me mira con la misma expresión que la otra vez, ahora hacía un gesto extraño con los dientes, como queriendo rechinarlos. De pronto, esquivando el contacto visual, dio unas ligeras palmadas a un espacio que había a su costado, indicándome en qué lado de la cama sentarme. Yo solo quería buscar una manera de disculparme y reparar el daño que le había hecho, así que en silencio acaté su orden.

– No sé qué decirte – me dice mi madre.

– No tienes que decir nada. Por favor, perdóname. Sé que lo que hice estuvo mal, pero…

– ¡Pero nada! – me interrumpe mi madre.

Ambos nos quedamos en silencio unos minutos, mi madre da un largo suspiro y, mirándome a los ojos, me pregunta.

– ¿Desde cuando te… ya sabes… conmigo?

Me quedé atónito con su pregunta.

– No quieres saberlo – le respondí. Mi madre me mira de reojo y se dirige con palabras más firmes hacia mí.

– Hijo, necesito que seas sincero conmigo.

– Pero… no te va a gustar saberlo.

– Eso ya no importa, ya lo sé. Ahora quiero saber desde cuando me ves de esa forma.

– Desde siempre, mami.

– ¡¿Qué?! – exclama mi madre. El grito que pegó sonó por toda la casa, gracias a dios que no había nadie.

Tomo fuerzas y decido decirle lo que siento a mi madre. Sé que lo que estoy a punto de decirle probablemente termine en una cachetada o, tal vez, en la expulsión definitiva de la casa. Pero ya nada importaba, ya todo estaba perdido.

– Lo siento, sé que lo que hice es gravísimo y que tal vez no me perdones por esto, pero yo siempre te he querido. No solo como un hijo, te quiero como un hombre. Te veo y siento cosas aquí, en el corazón. Eres la única mujer en mi vida, cuando estoy contigo soy sumamente feliz. Si es que sigo en la academia intentado ingresar a la universidad es solo porque quiero que te sientas orgulloso de mí, porque quiero darte una mejor vida. Todo lo que haces por mí, no sé cómo pagártelo. Son tantas cosas las que hemos pasado juntos, tantos momentos hermosos a tu lado. Y, sí, lo sé. Como hijo, no puedo hacer nada más que darte un abrazo, un beso y decirte gracias, pero te veo como toda una mujer, tan hermosa, tan luchadora, tan cariñosa siempre conmigo. Cuando te veo no me controlo y mi corazón late a mil. No te mentiré, no solo es mi corazón lo que siente cosas, es también mi cuerpo. Es que eres tan bella. Lo siento, no quiero excederme, es solo eso.

Mi madre se quedó en shock, todo el tiempo que estuve hablando ella me miraba fijamente con mucha curiosidad. De pronto, veo que titubea un poco antes de continuar.

– ¡Cariño! No, no… no sabía todas esas cosas que sentías por mí.

– No sabes cuánto tiempo me callé esto.

– Yo pensé que… solo te tocabas viéndome porque te gustaba mi cuerpo.

– No, no es solo eso. Si me toco por ti no es solo por tu cuerpo, es un sentimiento que va mucho más allá del puro placer, todo esto lo hago porque te quiero. Te quiero en silencio.

– ¡Ay, no! Pero cariño, no puedes… simplemente, eso está mal.

– Lo sé madre, pero no sé qué hacer.

– Corazón… – me dice mi madre, quedándose pensativa.

Inmediatamente, toma mis manos con las suyas. Yo me quedo helado, siento una extraña conexión con ella.

– Lo siento mi amor, pero… yo no te puedo corresponder. Como hijo tienes que entenderme, tengo un matrimonio que no es perfecto pero que intenta funcionar. Tengo un trabajo aquí en casa y una reputación frente a mi familia y mis amigas. Tengo el deber, como madre, de encaminarte hacia el bien. Esto que sientes es muy bonito… y todas tus palabras me halagan, incluso más de lo que tu padre podría hacerlo, pero yo no puedo corresponderte. Tú tienes que fijarte de alguien de tu edad, con tus gustos y, de preferencia, que no sea de la familia. No puedes enamorarte… espera… ¿solo me quieres o estás enamorado de mí?

– E… estoy…

– No lo digas.

– Estoy enamorado de ti. Eres el amor de mi vida.

– No, no… no hijo, no cariño… corazón, no. No puedes.

Mi madre comienza a mirar al suelo y, poco a poco, veo como le brotan lágrimas de los ojos.

– Mamita, no. No llores, no… perdóname, no quería que sucediese esto.

– No, hijo… no estoy llorando, estoy bien – se limpia un poco los ojos.

– Mami, te prometo que no volverás a saber nada más de esto. Te lo juro. No quiero que las cosas cambien entre nosotros. Yo volveré a los estudios, me esforzaré, ingresaré a la universidad y me conseguiré una buena chica.

– Está bien… hijo… esto… solo ha sido una…

– Una fantasía.

– Sí… hijo, solo una fantasía, un mal sueño…

– Lo siento mamá. – de pronto me pongo a lagrimear. Mi madre me da un abrazo y nos quedamos ambos en silencio, juntos. Luego de unos largos minutos, ella toma la palabra.

– Hijo, déjame sola. Necesito estar sola en este momento. Vete a estudiar, prométemelo.

En seguida me retiro y me pongo a hacer ejercicios de matemática en mi cuarto. Sin embargo, siguen igual de difíciles y no logro dar con las respuestas correctas. Así me paso toda la tarde, hasta que me llaman para la cena.

– Cariño, la cena está servida, ven a comer con nosotros – me dice mi madre.

– ¡Ya voy! – le respondo.

Cuando llego, en la mesa de nuestro comedor están sentados ambos de mis padres. Mi padre me mira algo furioso. Mi madre, que está a su costado, se ve un poco nerviosa. De pronto, mi padre saca un documento de su bolsillo y me lo muestra.

– Hoy fui a la academia a preguntar por tus notas. Falta solamente una semana para examen y son un desastre, como siempre. Pensé que después de varios intentos podrías ingresar, pero veo que me he equivocado. Solo te quiero decir una cosa. Ya no pierdas el tiempo en esa academia, ya no pierdas el tiempo pensando que vas a ser alguien, simplemente no naciste para esto.

– Cariño, estas siendo muy duro con nuestro hijo – le interrumpe mi madre.

– Lo sé, pero así debe ser. Ya no hay marcha atrás. Recuérdalo muy bien, así como lo dije en la mañana, no gastaré ni un centavo más en ti – me dice mi padre. Agacho la cabeza y me retiro sin comer.

– Hijo, no, por favor. Ven y come. Al menos haz eso – me dice mi madre.

– Déjalo querida, el chico tiene que aprender – responde mi padre.

Es así que me voy a mi habitación y cierro la puerta. Me echo en mi cama y me quedo pensando en todo lo que pasó durante el día. Me pongo muy triste, pues no solo tuve un día atroz en la academia, sino que ocurrió lo que más me temía: mi madre se enteró de mis sentimientos y sintió mucho asco y decepción por lo que sentía. Ahora esto de mi padre me tiene totalmente desconsolado. Si bien siempre me ha llamado la atención, nunca me había dicho cosas tan duras. Los ojos me pesan y me quedo dormido.

En sueños, escucho un sonido que se repite en mi cabeza, no deja de sonar y cada vez se hace más fuerte. La impresión me asusta tanto que me despierto. De pronto me doy cuenta que era la puerta de mi cuarto, alguien estaba tocándola. Me reincorporo de la cama, abro la puerta y veo que es mi madre. Sorprendentemente sigue con su vestido de la tarde, está un poco más arrugado. La observo un poco preocupada, con un poco de timidez me dice:

– Cariño, ¿tienes un momento? Necesito hablar contigo.

– Sí, claro… – le digo.

– Es sobre lo de esta tarde – me susurra. Al cabo de unos segundos reacciono y me acuerdo de todo lo que había sucedido el día de hoy. La expresión de mi rostro cambia y me pongo nervioso.

– Oh dios mío.

– No, calma hijo. No vengo a resondrarte. – me dice. Me sorprendo ante su aclaración.

– Dime.

– Mira, hijo… verás… mejor sentémonos. – me dice señalándome la cama con su vista.

– Está bien.

– ¡Espera! Mejor cierra la puerta. – me lo dice siguiendo con los susurros. Asiento y me dirijo hasta la puerta para cerrarla discretamente.

– Ya está.

– ¡No! Mejor échale seguro – me dice, casi ordenándome. Nuevamente asiento y echo seguro. El sonido del cerrojo asegurándose suena como un chillido que invade toda habitación y, mostrando una extraña complicidad, mi madre y yo emitimos una señal de fastidio con nuestros rostros al escucharlo.

– Listo – me dice.

– No entiendo que pasa – le digo en signo de pregunta.

– Cariño, quería hablar contigo en privado. Es sobre tus estudios, tu padre y… eso que dices que sientes.

Mi madre me dice eso último con un poco de vergüenza. Asiento tranquilamente y muestro una actitud madura y abierta para escuchar lo que está a punto de decir.

– Te escucho.

– Mira, cariño, no estoy nada de acuerdo con como tu padre te ha estado tratando estos últimos meses. Hoy, antes de cenar, traté de convencerlo para que no te diga nada de lo que te ha dicho esta noche. Mira, tu padre te quiere y se preocupa por ti, es solo que no lo está pasando bien con todo esto y supongo que…

– Sí, lo sé. En el fondo tiene razón – la interrumpo.

– No cariño. Su actitud hacia ti es horrible.

– Pero es que realmente no me puedo esforzar. Hoy traté de hacer las cosas bien, pero estos ejercicios de matemática son sumamente difíciles y… bueno… todo lo que pasó realmente me ha desanimado. No sirvo madre, ni aun prometiéndotelo puedo. Siento todo lo de hoy, lo siento por mí. En serio, perdóname – le confieso. Mi madre me mira con dulzura y me dice:

– Ay, corazón ¿Por qué serás así? ¿Por qué te desanimas tan rápido?

– Lo siento es que…

Es en ese entonces que mi madre extiende su dedo índice a mi boca y hace un soplido cerrando los dientes.

– No digas nada, cariño. Escúchame. Toda la tarde estuve pensando en lo que me dijiste y me di cuenta de una cosa. Tú… estás pasando por una etapa muy dura y de muchos cambios en tu vida. Por alguna razón te tocó que… bueno… me quieras y sientas todas esas cosas bonitas que me dices. Sabes, creo que lo único que te falta es motivación. Creo que el amor es una de las cosas más bonitas que hay en este mundo y siento que te falta eso y eso es lo único que te frena para conseguir tus objetivos.

– Yo… bueno…

– Déjame proponerte algo. – sentenció mi madre. Sus ojos se entrecerraron un poco y emitió una leve sonrisa.

– ¿Qué… pasa?

– Cariño… ¿Tu crees… que yo pueda ser… tu… motivación? – me susurra mi madre al oído. En ese momento me comienzo a excitar, pues noto cierta tensión, duda y algo de atrevimiento en sus palabras.

– No sé a qué te refieres…

– Ay, cariño. Más clara no voy a ser. Como te dije, soy capaz de hacer cualquier cosa por ti, por ayudarte. Sabes, hace tiempo nadie me dice lo mucho que me quiere. Yo también te quiero un montón cariño… y, a pesar que no sea correcto, creo que podemos llegar a un acuerdo.

Mi madre posa una de sus manos en mi regazo y rosa su mano curiosa por toda el área. No tarda mucho en descubrir mi protuberancia.

– Creo que la encontré. – me susurra.

– Mami… ¿qué estás haciendo? – le pregunto. Ella comienza a apretar mi verga, la cual solo siente desde mi pantalón.

– Nada cariño, aquí no ha pasado nada. – sonríe.

– Mamita… – le digo, excitado.

– ¿Te gusta, corazón? ¿Te gusta que te toque tu verga en la comodidad de tu camita?

– ¿Está pasando esto de verdad? – le pregunto, sonriente y con algo de miedo. Mi madre comienza a frotarme el pene, yo intento quitarme el pantalón que tengo puesto, pero ella me detiene.

– No, querido. Deja que mami lo haga por ti – dice mi madre. En eso ella se sale de la comodidad de su asiento y se arrodilla en el piso, frente a mi verga.

– Mami… – jadeo.

– Cariño ¿Te gusta cómo te engríe tu mami?

– Sí, mami.

– Está bien cariño ¿quieres continuar?

Ella sonríe y me mira con picardía. Extiende ambas de sus manos hacia mis muslos, me frota el miembro entre suave y violentamente, acerca su nariz para olerlo y me dice:

– Mmm. Creo que alguien está muy impaciente. Vamos a quitar esto que nos está molestando ¿sí? – me dice mi madre haciendo referencia al pantalón.

– Sí, mami – le respondo, inquieto.

Primero, mi madre le lanza una lamida a mi verga excitada debajo de mi pantalón, me vuelve loco verla dar ese suave pero atrevido lengüetazo. Luego se dispone a sacarme la correa del pantalón, lo cual le causa un poco de problemas y por eso decido ayudarla.

– Ay, mi amor. Ayúdame con esto.

– Sí, mami.

Coloco mis manos en la hebilla de mi correa y siento como se cruzan con las de ellas, ambos sonreímos ante el contacto y la excitación. Finalmente, dejo suelta la correa.

– Gracias, mi bebé.

Luego, mi madre prosigue retirándome la correa. Con su mano derecha, la jala de un extremo para otro, hace un gesto y sonido de sorpresa y luego me mira con los dientes mordiendo suavemente sus labios. Ahora coloca nuevamente ambas de sus manos en mi entrepierna, desabotona el botón superior de mi pantalón y continúa con el cierre de mi pantalón. Para esto, posa ambas de sus manos en mis muslos y abre el cierre con sus dientes. La sensación de ver sus dientes y sentir sus manos es riquísima. Noto que mi excitación es cada vez mayor, mis propias manos tiemblan y mis ojos se entrecierran.

– ¿Te gusta como tu mami te quita el pantaloncito? – me dice, guiñando el ojo.

Estoy tan excitado que solo lanzo un gemido en forma de asentimiento. Mi madre alza la mirada para hacer contacto con mis ojos.

– Ay, cosita ¿Estás tan excitadito que ya no se te ocurre qué decirle a mami? Ten cuidado que no nos escuche papi ¿sí? Esto que va a pasar aquí solo será entre tú y yo ¿Está bien cariño?

Mi madre extiende ambas de sus manos hacia mis caderas y me baja el pantalón hasta por debajo de las rodillas. Yo intento quitármelo todo, pero ella me para y me dice:

– No tan rápido, amor. Deja todo en manos de mami.

Me olvido del pantalón porque mi madre en seguida arremete con sus manos hacia mi calzoncillo, el cual estaba completamente mojado y meloso por todo el juego previo que ella estuvo haciendo con mi verga.

– Ay, cariño. Veo que tienes guardado mucho amor para mami.

De pronto mi madre pone la punta de su dedo índice sobre la protuberancia de mi calzoncillo y comienza a sobarla haciendo círculos. Puedo ver como algo de mi pre-semen se va pegando al dedo de mi madre, mostrando un hilo viscoso cada vez que mi madre sacaba y ponía su dedo encima de mi calzoncillo.

– Ya bebé, es hora de verla.

Mi madre extiende nuevamente sus manos hacia mis caderas, sosteniendo firmemente los costados de mi calzoncillo. En eso, jala agresivamente mi calzoncillo hacia abajo, dejándolos casi a la misma altura de la que estaban mis pantalones. Mi verga se muestra dura e imponente ante los hechos. Mi madre la mira asombrada.

– Ay, mi amor. Te veo muy feliz el día de hoy. Ahora… ¿qué debería hacer con esto? – dice mi madre. De pronto, toma violentamente mi verga con su mano derecha.

Era un sueño hecho realidad, mi madre estaba arrodillada frente a mí, en la intimidad de mi cuarto y sosteniendo mi pene, el cual se alzaba victorioso. Podía ver sus ojos entrecerrados y su sonrisa pícara disfrutando del espectáculo de verme lleno de placer. El vestido que llevaba puesto era demasiado provocador, así que hice el ademán de querer sostenerlo con mi mano. Sin embargo, mi madre me interrumpió nuevamente.

– No, mi amor. No se toca, solo se mira.

– Pero mami… – le reclamo. En eso mi madre hace una mueca y se queda pensando.

– ¿Quieres ver el cuerpo de mami?

– Sí, sí, sí por favor mami.

– Solo podemos hacer una cosa hoy mi amor. ¿Quieres que mami se desvista o quieres que mami siga jugando con tu cosita?

– Ay, mami, no me hagas esto.

Mi madre lanza una disimulada carcajada, abriendo la boca y tapándosela con la palma de su mano. En seguida, se desabotona la parte superior de su vestido. Puedo ver como poco a poco se va dibujando su escote, el cual siempre soñé ver tan de cerca. Acerqué mi mano y ella me dio una palmada para alejarla, sonriendo.

– ¿Qué es lo que te acabo de decir, hijo? A mami no la tocas, mami es quien te toca. Si no vas a respetar mejor será que terminemos con esto – me replica. En eso se abotona nuevamente el vestido, pero la interrumpo.

– No, mami, perdóname. Sigue, por favor. Es que te deseo tanto. – le digo. Mi madre pone una mueca triste.

– Ay ¿Entonces no estás enamorado de mí y solo me deseas?

– No, no quise decir eso mami. Te amo, eres la mujer perfecta para mí desde siempre.

– Ay, mi bebé. No sabes lo que dices, estás diciendo esto solo porque estoy de rodillas ante ti antes de hacerte una mamada.

– ¿Qué co…?

Antes de que pudiera continuar mi madre acerca su rostro lentamente hacia mi pene, va abriendo la boca cada centímetro que se aproxima, me mira a los ojos mientras lo hace. Sin embargo, antes de llegar a posar sus labios sobre mi verga se detiene y me dice:

– Bueno, mi amor. Es suficiente por hoy – me dice mi madre, sonriendo. Retira su boca de la proximidad de mi glande y me mira seriamente.

– ¡No! – grito. El sonido de mi queja se oye fuertemente.

– Cariño, vas a despertar a tu papi.

– No, no, no…

Del otro lado de la habitación, se escucha la voz de mi padre. La cual lanza una queja enorme, de por qué estoy haciendo tanto ruido, que no puede dormir.

– Lo siento bebé, ya no podemos continuar con esto por el día de hoy.

– Pero mami, estabas tan cerca. Ay, mami, por favor solo un ratito pon tu boquita aquí, por favor, solo quiero saber cómo se siente.

– No cariño, no podemos arriesgarnos a que tu padre entre y nos vea juntos.

– Pero mami… estoy muy excitado.

– Eso quiero mi amor, que te excites – dice mi madre. En eso agarra nuevamente mi verga con su mano derecha y la comienza a agitar suavemente desde la base.

– Ay, mami…. – le digo, estupefacto. En eso mi madre, continuando con el masaje, me dice:

– Muy bien mi bebé, entonces… si realmente deseas que mami continúe vas a tener que responder mis preguntas.

– Sí, mami, lo que sea.

– ¿Vas a dormirte temprano hoy día para ir a la academia mañana?

– Sí, mami.

– ¿Vas atender a las clases de la academia y dejar de distraerte por tonterías?

– Sí, mami.

– ¿Vas a dejar de perder el tiempo jugando videojuegos estos días?

– Sí, mami.

– ¿Vas a hacer todos los ejercicios de matemática?

– Ay, no sé, eso no te lo puedo prometer – le digo. Como consecuencia, mi madre agita con mayor velocidad mi pene.

– ¿Vas a resolver todos los ejercicios de matemática?

– Ay, ay, sí.

– Muy bien, mi amor. Así me gusta. Por último… ¿Estás enamorado de mami?

– Sí, mami. Te amo, te adoro.

– ¿Ah sí? ¿Cuánto, mi amor?

– Mucho, mucho.

– Eso me lo puede decir cualquier hombre solo para llevarme a la cama.

– No, mami. Este… te amo tanto que podría hacer hasta lo imposible por hacerte feliz. – le digo, casi como recitándole. Mamá esboza una sonrisa y me hace un gesto con la mano, en señal de que continúe.

– Mi amor, me gusta que me digan cosas bonitas. Si a mami le sigues diciendo cositas que la hagan sentir feliz, entonces tal vez mami se esfuerce en hacerte más feliz a ti ¿Quieres que mami te haga feliz? – me dice mi madre, agitando mi pene a ritmo acelerado.

– Ay, sí, sí, sí. Este… Te amo tanto que siempre, en secreto, te he soñado conmigo. Juntos, compartiendo lindos momentos, comiendo algo rico en el campo, mirando las estrellas. Las estrellas me recuerdan a ti, porque eres lo que ilumina mis noches de angustia y pena. La verdad es que si no fuera por ti yo no sería nadie.

– Ay, mi amor. Que lindas cosas me dices. Mami está feliz. Mami quiere darte un premio. Solamente con una condición, no toques.

– Sí, mami.

Mi madre me empuja y termino recostado en la cama, mirando para arriba, a su completa merced. En eso ella se monta encima de mí, puedo sentir como sus piernas chocan con las mías, puedo sentir como mi pene va rosando las faldas de su hermoso vestido. Entonces veo como ella cruza los brazos en forma de equis, coge la base del vestido y se va desvistiendo lentamente. Puedo observar cómo, poco a poco, aparecen sus muslos anchitos, su calzón blanquito, su ombligo y su bracier blanquito. El vestido ahora está tapándole toda su cara, la cual también observo como poco a poco aparece. Su cabello se despeina un poco, el vestido cae al suelo y se me revela toda esa mujer frente a mi verga.

– ¿Te gusta lo que ves, mi amor?

– Mami, eres tan hermosa.

– Ay, mi bebé. – sonríe. En eso mi madre me dice:

– Cierra los ojos, mi amor. Mami te tiene una sorpresa.

– Uy, sí. Mami.

Cierro los ojos y dejo de sentir el cuerpo el cuerpo de mi madre, mi verga está a punto de estallar, pero me contengo, tengo que esperar la sorpresa de mami. Pasa un minuto, el cual siento interminable y le suplico que me deje abrir los ojos para seguir disfrutando del hermoso panorama que tenía en frente.

– Ya puedes abrir los ojos – sentencia mi madre.

Cuando abro los ojos, veo que mi madre está completamente vestida. Está justo terminando de abotonarse la parte superior de su vestido. Yo sigo desnudo y con deseos de poseerla, no entiendo bien lo que está pasando y hago una mueca de queja.

– Ay, que risa mi amor. Me da penita verte tan decepcionado. Creo que no te lo esperabas. Lo siento, cariño. No podemos…

– Pero… mami… tú me dijiste que…

– ¿Qué te dije, bebé?

– Me dijiste que…

– Mami no te dijo nada.

– Pero…

– Dime, mi amor ¿Qué es lo que más quiere mami en esta vida?

– A mí.

– Así es, cariño ¿Qué es lo más importante para ti en este momento?

– Tú… – le digo con voz tímida. Mi madre acerca su dedo índice a mi nariz, la toca y me dice:

– Ay, lindura. Sí, pero también es importante el examen que vas a dar dentro de una semana. Lo siento, pero si quieres tenerme… entonces vas a tener que esforzarte. Ese será tu premio. El amor de mami… Dime… ¿Te gusta el amor de mami?

– Sí, mami.

– Está bien cariño, entonces sabrás esforzarte ¿Verdad, mi amor? – me susurra mi madre al oído.

Sin más que poder decir, asiento con mi cabeza. Mi madre parece mostrarse satisfecha, se acomoda un poco su melena y, toda lista, se acerca a la puerta de la habitación emprendiendo una rápida retirada.

– Ya sabes, mi amor. – me dice con voz pícara, mientras se palmotea su trasero.

Me doy cuenta que sigo mostrándole el pene y que lo he estado haciendo durante toda la conversación. Me sorprendo ante la naturalidad con la que puedo mantener una conversación en estas condiciones. Mi madre hace un gesto con la mano en señal de despedida. En un arrebato de valor, encuentro un recuerdo en mi cabeza.

– Mami, has faltado a tu palabra – le increpo. Ella no parece entender a qué me refiero, así que me mira de forma amenazante.

– ¿A qué te refieres, cariño?

– Mami me dijo que me daría una mamada.

– ¿Qué?…

– Mami no promete lo que dice, entonces no puedo confiar en mami – le digo, travieso.

– Pero… mi amor… hemos acordado que…

– No, mami. Tú me dijiste que me darías una mamada.

Mi madre, que ya había abierto la puerta, hace una mueca de insatisfacción, pero inmediatamente la cambia a una de asentimiento. Pone su dedo índice en su boca y sopla, haciéndome la señal de que me quede callado. Cierra la puerta de mi cuarto nuevamente, se aproxima a mi entrepierna, se arrodilla y me dice:

– Ya sabes, mi amor. Asistencia, puntualidad, esfuerzo, buenas notas, ingreso. Si no le fallas a mami, ella no te va a fallar ¿Sí?

– Sí… mami.

– Muy bien, corazón.

En eso toma la base de mi pene erecto con su mano derecha y con la otra se acomoda su cabello para atrás. Puedo ver con mayor claridad unos aretes en forma de aros dorados. Ella me mira fijamente y dirige su boca hacia mi verga. Veo como su boca se va abriendo de a pocos y, en esta ocasión, se dispone a hacer lo que prometió. Veo como su boca hace que mi pene desaparezca de mi vista. Siento como algo calientito y suave cobija mi glande. Ella sigue mirándome, con esos ojos color café enormes, puedo ver mi rostro excitado en su reflejo. Esa sensación calientita se incrementa. Esa sensación también va aumentando su profundidad hasta la base de mi verga. Ella hace un leve gemido de satisfacción y, lentamente, va retirando su boca de mi miembro. Al final se escucha como un chupetazo que suena bien fuerte en la habitación. Veo como un hilo de semen sale de su boca, el cual se limpia con su mano izquierda. Mi goce es espectacular. El inmenso placer de sentir su calentura en mi verga sigue en mi cabeza, como una imagen que se siente y se repite una y otra vez. Mi madre se retira y yo me desespero, veo como se arregla nuevamente el cabello y el vestido. En eso me dice:

– ¿Te gustó mi amor?

– Sí, sí, mami. Me encantó… pero…

– ¿Pero qué?

– No terminaste de…

– Mami cumplió su palabra, cariño. Mami te dio una mamada. Una sola mamada.

– Pero… las mamadas no son así – le digo. Mi madre sonríe y prosigue:

– Mami tiene muchas más mamadas para ti.

– Pero mami… ¿Qué hago con esto que siento ahorita?

En eso, mi madre se va corriendo hacia la puerta, la abre, da un paso afuera y me dice:

– Ahí tienes unas fotos mías ¿no es así? – dice, lanzando una enorme carcajada.

De esa manera se va y cierra la puerta. Me encuentro solo y desnudo de cintura para abajo. Siguiendo su consejo, busco las fotos de mi madre en el computador y suelto lo que tengo que soltar, lo cual sale a chorros calientísimos y acuosos. Me limpio, me aproximo a mi cama y me echo a dormir. Hoy ha sido un gran día. Me pregunto cómo será esta semana hasta el Domingo.

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Este es el principio de esta serie que estaré publicando a lo largo de estos meses, cualquier comentario o sugerencia (positivo o negativo) será bien recibido.

¡Saludos!

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