Ricardo y su novia Mery se masturbaron por primera vez en un parque, lo que sienten les gusta tanto que lo quieren volver a hacer
La historia que voy a contar sucedió hace años, cuando los padres no daban facilidades para que sus hijos estuvieran a solas en su habitación con personas de distinto sexo. Sin embargo, permanece nítida en mi memoria como si hubiese sucedido hoy mismo.
Me llamo Ricardo, tenía 18 años, mido 1.75 m de estatura y soy muy delgado. A pesar de ello, tengo un cuerpo bastante atlético, porque a menudo he realizado ejercicios físicos intensos, que han moldeado bastante los músculos de todo mi cuerpo.
Hacía muy poco tiempo que había conocido a una chica preciosa que se llamaba Mery, 1.70 m de estatura, muy delgada también, pero con un cuerpo escultural, unos ojos marrones preciosos y una boquita deliciosa. Siempre llevaba los labios pintados de color carne, con brillo, que nada más verlos daban ganas de besarlos. Poseía unos pechos generosos, pero no demasiado grandes, que destacaban más debido a su delgadez, una cintura estrecha y unas caderas proporcionadas que terminaban en unas largas piernas. Nunca había visto unas piernas tan bonitas, proporcionadas en tamaño y grosor y unos muslos que se adivinaban preciosos a través de sus pantalones; se juntaban justo lo necesario, sin rozarse, antes de unirse a su sitio más secreto y deseado. Solía llevar blusas con escote amplio que no enseñaban mucho, pero sí permitían adivinar sus magníficos pechos. En conjunto, un verdadero bombón, que todos los que la rodeaban deseaban comerse y que, por la calle, despertaba miradas descaradas y palabras de deseo, a veces soeces.
Me costó mucho tiempo darle el primer beso. La primera vez que mis labios rozaron los suyos supe lo que era el paraíso. Fue solo apoyar mis labios en los suyos y ejercer una pequeña presión sobre ellos para notar como el calor me subía desde la entrepierna hasta mi cabeza. De ese primer ligero beso pasamos, en días sucesivos, a otros más profundos. Pronto sentimos que los besos no eran suficientes y que necesitábamos avanzar en el conocimiento y disfrute de nuestros cuerpos. Como no teníamos un sitio privado donde llevar a cabo nuestros encuentros, decidimos acudir a uno de los grandes parques de la ciudad. En este parque había muchos bancos, que quedaban bastante resguardados de las miradas de los demás, por lo que, al anochecer, numerosas parejas iban ocupando aquéllos que permitían una mayor intimidad. Encontramos uno que nos pareció adecuado. Estábamos un poco nerviosos, porque era nuestro primer encuentro un poco más íntimo.
Mery se sentó a mi izquierda, de manera que mi brazo izquierdo la abrazaba por la espalda, lo que me permitía atraerla hacia mí. De esta manera, mi mano derecha quedaba completamente libre y ella podría utilizar la que le resultara más cómoda. Esta maniobra fue suficiente para mantenernos en un estado de excitación elevado y mi pantalón ya mostraba un bulto considerable, donde mi pene pugnaba por salir de él. Nuestros labios se unieron, empezando a succionar con suavidad los del otro y nuestras lenguas parecían pelear entre ellas, produciendo esa magnífica sensación de comunicación carnal que producen los besos intensos. Mientras la besaba, saqué su blusa, aprisionada por el pantalón, y pude meter la mano para tocar su vientre. El calor de su cuerpo y la suavidad de su piel, por la que mi mano se deslizaba como si estuviera recubierta de una suave crema, me produjeron un placer inusitado. Paseé mi mano en círculos cada vez más amplios, incluyendo en ellos su precioso ombligo y con ello nuestras respiraciones, que ya estaban agitadas, aumentaron su nivel.
A continuación, desabroché la blusa y subí el sujetador para liberar sus pechos. La visión de esas tetas tan hermosas, coronadas por unos preciosos pezones rosados, hizo que mi corazón se desbocase, sobre todo al tocarlas por primera vez. Le susurré al oído lo riquísimas que me parecían sus tetas y paseé mis manos por una y otra, alternando el sobeteo, sintiendo como mi calor interior iba en aumento proporcionándome un intenso placer. Mery gimió al notar como mi mano amasaba sus tetas. Moví mis dedos extendidos de arriba abajo friccionando alternativamente el pezón derecho y el izquierdo, notando como se endurecían. Cogí uno de ellos entre mis dedos haciendo un movimiento de vaivén enormemente placentero para mí y para ella, ya que emitió unos perceptibles grititos de placer. Cuando puse mis labios sobre uno de sus pezones y lo succioné, sus gemidos aumentaron en intensidad, aunque intentaba apagarlos al estar en un sitio público y alguien podría oírlos. Me agarró la cabeza con sus manos para que no apartara mi boca de sus pechos, mientras me decía el intenso placer que le proporcionaba mi succión. Así estuvimos disfrutando un buen rato hasta que su mano derecha se colocó sobre mi entrepierna y su mano izquierda bajó la cremallera de mi pantalón. Sacar mi polla y empezar a mover su mano arriba y abajo produjo en mí una sensación indescriptible de placer y un agradecimiento infinito por las sensaciones tan maravillosas que me hacía sentir. ¡Ay Mery!, le dije, qué maravillosa sensación me hacen sentir estas caricias en mi polla. Por favor, sigue meneándola.
Continúe succionando sus tetas, alternando una y otra, y al tiempo deslicé mi mano por su cuerpo, hasta introducirla debajo de sus braguitas. Noté un agudo contraste entre la suavidad de su piel y la mayor aspereza de su vello púbico. Tocar esos pelos me transportó a un estado superior de excitación. Estaba tocando el sexo de mi adorada Mery y ella estaba respondiendo tocando el mío. Para facilitar mi entrada Mery, abrió más sus piernas para dejar campo libre a mi mano, que se introducía hacia su chochito. A propósito, solo rocé suavemente los labios exteriores de su sexo, para acariciar la parte interna de sus muslos más cercana al chochito. Mi mano se mojó de inmediato por los numerosos jugos vaginales que estaba segregando y que confirmaban su grado de excitación. Así estuve unos minutos acariciando sus muslos, tirando suavemente de sus pelitos para mover los labios vaginales sin tocarlos con objeto de aumentar su deseo.
Mientras tanto, ella seguía batiendo mi pene cambiando frecuentemente de intensidad, aceleraba unas cuantas batidas y después volvía a un ritmo más calmado, volvía a acelerar y a calmarse. Cada aceleración producía en mí una elevación del nivel de disfrute, hasta cotas que no imaginaba. Era como tocar el cielo con las manos al mismo tiempo que disfrutaba de los mejores manjares imaginables. El toque cruzado de nuestros sexos aumentó nuestro deseo de contacto íntimo, por lo que subió la intensidad de nuestros besos, con una mayor participación de nuestras lenguas, que producían un flujo incansable de néctar que tragábamos con fruición. En este punto, introduje mi dedo índice entre los pliegues de su sexo deslizándolo arriba y abajo. Primero paseé mi dedo entre los pliegues que formaban sus labios exteriores e interiores a ambos lados de su sexo. Sus flujos vaginales eran tan intensos, que mi mano estaba completamente mojada y se deslizaba sin ningún impedimento. Con el movimiento, sus jadeos aumentaron de intensidad repitiéndome una y otra vez, ¡que gusto, por Dios, que gusto, que placer! Su pelvis empezó a moverse hacia arriba y hacia abajo, como intentando marcarme el ritmo de mis pasadas por su rajita. Entonces metí sin ningún impedimento el dedo dentro de su vagina y lo moví tocando sus paredes. Por favor, para, me dijo, siento tanto placer que me voy a marear! Seguí un rato con los movimientos de mi dedo y el aumento de sus gemidos me hizo pensar que estaba a punto de correrse. Por ello, saqué el dedo y volví a deslizarlo por sus labios interiores, con lo que su ritmo de respiración bajó un poco. Volví a repetir el proceso unas cuantas veces, mientras me pedía por favor que parara ya, porque no podía resistir la intensidad del placer e iba a perder la consciencia. Saqué el dedo y busqué su botón superior, el centro del placer sumo de la mujer, el clítoris. Empecé dibujando círculos a su alrededor y, poco a poco, fui moviendo el dedo arriba y abajo, en un movimiento de vaivén, pero sin perder el contacto con él en ningún momento. La agitación de Mery se acentuó y movía tan rápida la mano sobre mi pene, que un ramalazo de placer intenso bajó desde mi glande al interior de mis huevos y de ahí irradió todo mi cuerpo. Estuve a punto de alcanzar el punto de no retorno, por lo que retiré su mano de mi pene para no alcanzar la eyaculación, ya que quería ser consciente de su orgasmo y disfrutarlo plenamente. Mary repetía nuevamente, que gusto, por Dios, que gusto, que placer, ¡para!, que me voy a desmayar. No le hice caso y aumenté mi ritmo de movimiento sobre el clítoris, por lo que de repente estalló en unas grandes convulsiones, aprisionando mi mano con sus muslos y su sexo en varias contracciones, mientras exhalaba unos gritos apagados que salían de lo más profundo de su ser. Una vez acabado el orgasmo, seguí masajeando suavemente su sexo hasta recuperar un estado de placer más relajado. La contemplación del placer del orgasmo en Mery fue lo más placentero que había sentido en toda mi vida. Era una experiencia que me gustaría experimentar tan a menudo como fuera posible. Mi estado de excitación, que parecía imposible de aumentar lo hizo de nuevo y deseaba correrme también. Mery volvió a coger mi pene y agachó su cabeza para introducírselo en su boca. Si antes creía que ya no podía experimentar más excitación era porque no sabía lo que me esperaba. La adaptación de su boca a mi pene, el calor y la succión que ejercía sobre mi glande, hacían que el semen que llevaba acumulándose desde el principio en la base de mis testículos, estuviera presto para ser expulsado con fuerza. De repente, cuando ya no pude aguantar más, una fuerte contracción de mis testículos empujó el semen hacia fuera, produciendo en su recorrido un placer tan intenso que perdí durante unos instantes cualquier noción de lo que me rodeaba. A esa primera contracción, siguieron otras, hasta que todo el semen acumulado fue expulsado con las mismas sensaciones de placer. No hay sensación de placer más intensa que la que se sentí en esos momentos. Mery tragó todo mi semen y sentí hacia ella un enorme agradecimiento, por este rato de inmenso placer que me había hecho sentir. Nos besamos durante un rato hasta que nuestros cuerpos se normalizaron, nos arreglamos, nos levantamos, nos cogimos de la mano y abandonamos el parque, felices por nuestra experiencia, hasta un nuevo encuentro.