Sexo con una vecina embarazada
Cuando entró, su madre no dijo nada, aunque ésta sabía dónde había estado, pues como acostumbraban las marujas, al oír el pestillo de la vecina, echó un ojo a la puerta y lo vio salir de su piso mientras esta lo despedía. Por suerte no le hizo ninguna carantoña, sino que un simple “adiós” lo despidió.
Pero su madre era paciente y se contuvo hasta que terminaron de almorzar. Aunque Teo no tenía mucha hambre, hizo un esfuerzo y comió algo del guiso de patatas de su madre. Y cuando terminó, fue cuando el interrogatorio comenzó…
—¿Dónde has estado hoy? —le preguntó interesada.
—¡Ah pues con Nica en el parque! —exclamó él un tanto abochornado.
—¿Seguro? —dijo su madre cargada de intención.
—¡Si, claro! —respondió él con una ligera sospecha de que aquella pregunta tenía trampa, pero qué iba a decir si no.
—¡No me gusta que me mientas Teófilo!
Mal asunto si por su nombre lo llamaba —pesó un azorado Teo.
—Pues sí, eso es lo que he hecho —dijo reafirmándose.
—Sin vergüenza, ¡he visto cómo salías del piso de esa zorra! —le dijo mientras un mandoble lanzaba a su cara y esta restallaba con sonora palmada.
—¡Mamá! ¡Yo no tengo que contarte nada! —exclamó Teo azorado y levantándose de la mesa y yéndose a su cuarto.
—¡No volverás a verla, te lo aseguro! —dijo su madre mientras él salía con las lágrimas en sus ojos.
Amarga fue la tarde, amarga la noche y la mañana. Teo se negó a salir de su cuarto y su madre se negó siquiera a decirle que saliera a cenar. Así que entre amargura y hambre, apenas durmió aquella noche y sólo en la mañana, cuando sabía que esta había ido a trabajar, se levantó y rebuscando en la nevera calmó sus tripas rugientes.
El silencio lo envolvía todo, sobre él se cernía, como una burbuja de irrealidad, mientras los rallos del sol, que empezaba a levantarse en la mañana, atravesaba las rendijas de la persiana de lamas color verde enrollable que en colgaban en la cocina y hacían visible millones de motitas de polvo en suspensión que atravesaban aquellos haces de luz espectrales.
Nunca estuvo tan alegre, nunca se sintió tan triste. Su amada le llamaba y en su mente sólo un pensamiento tenía: ¡Verla, volver a verla a toda costa! Y como un mantra se lo repetía, una y otra vez. Pero su alma lloraba, lloraba por dentro, de pura desesperación.
Ansioso por volver a verla le tocó a la puerta al medio día, más nadie contestó. ¡Qué mala suerte! Eso era, su mala suerte, que ya comenzara el día anterior con la pillada de su madre. Pero hoy, ¿qué le diría? Pues muy enojado él seguía y sin duda muy enojada ella estaría. Su madre era de armas tomar y Teo no quería discutir, pues en su mente solo estaba ella: su Flori.
Y esa acuciante necesidad de verla, no se había consumado. De modo que salió a buscarla al mercado y la suerte, que no siempre nos da su cara amarga, le sonrió y allí la halló.
—¡Buenos días Teo! —dijo muy sonriente al verlo acercarse al puesto lleno de marujas.
—¡Buenos días señorita Florinda! —dijo Teo intentando sonreír sin mucho éxito.
—¿Te pasa algo? —dijo Flori le preguntó, pues en seguida notó que algo le ocurría.
Teo negó con la cabeza, pero el sexto sentido femenino le dijo que su gesto mentía y tomándolo del brazo se lo llevó a un rincón en medio del bullicio.
—¡Sólo quería verte! Verás, ayer al mediodía, creo que mi madre estuvo expiando detrás de la puerta y me vio salir de tu piso —le susurró mirando a un lado y a otro.
Su alarma contagió a Florinda, con dicha confesión, que tan nerviosa como él se puso. Así que dispuso irse al bar para tomar algo y en una mesa apartada intentar tranquilizarse mutuamente.
Allí el joven le dio más detalles de lo ocurrido, ciertamente compungido, tanto es así que sus lágrimas afloraron ante una apenada Florinda. Ella, tiernamente secó sus lágrimas con su pañuelo, tan preocupada como él estaba, pues si su madre largaba, todo el barrió se enteraría de sus correrías con un joven adolescente.
—Vale, Teo, yo pienso que lo mejor es que dejemos de vernos un tiempo —concluyó finalmente la embarazada mujer.
—¡No Flori! ¡No puedo, no quiero, necesito verte! —exclamó el muchacho exaltado, tomándola por el brazo.
Muy alterado, Florinda pensó que aquel acto podría despertar algún ojo cercano y verla a ella discutiendo con un joven muchacho como Teo, sin duda era un mal negocio.
Florinda se levantó, sacó del bolso doscientas pesetas y las dejó en una de las tazas en la mesa.
—Teo tienes que tranquilizarte, la gente nos mira. Por favor, no me toques y no se te ocurra seguirme. Ven a mi casa, yo iré delante pero que nadie te vea entrar, allí hablaremos —le susurró Teo.
Ya en su piso, en el saloncito se encontraron, con gesto preocupado se sentaron.
—¡Sólo pienso en ti Flori, no he podido dormir pensando en ti! —confesó el muchacho tomando sus manos.
—¡Teo, yo también pienso en ti! Pero pienso también que esto tal vez haya sido un error, un gran error de mi parte. Pero aún estamos a tiempo de atajarlo, pues comprenderás que lo nuestro, con tu madre en pie de guerra, no puede continuar.
—¡Pero Flori yo..! —dijo Teo sin que Florinda lo dejase continuar sellando sus labios con su dedo índice.
—¡Es muy peligroso, para ti, para mí! Y hasta para ella, pues si me ataca yo también la atacaré, pues yo también miro por la puerta y sé que tiene muchas amigas y que vienen a verla por las tardes y las recibe siempre con besos muy cariñosos y abrazos —le confesó ella con gesto preocupado.
—No por favor, ella no es mala gente, no harías algo así, ella sólo necesita tiempo y comprender. Yo le cuento mis cosas y ella me aconseja, aunque, por supuesto que no le he comentado lo nuestro directamente, pero sí le dije que conocí a una chica, que no me dejaba tocarla… y me aconsejó esperar, pues ella pronto cedería me dijo y yo sigo aquí esperándote —le confesó el muchacho, añadiendo más preocupación a la que ya tenía Florinda.
Florinda seguía pensando, pero en su mente siempre se repetía la misma frase: “Todo aquello era un error”. Y pensaba que tenía que pararlo a toda costa antes de que la cosa fuese a más.
—Por favor Teo, ¡márchate y no vuelvas más! —dijo levantándose y señalándole la puerta.
Teo se quedó pasmado, se le heló el corazón en aquel mismo momento y quiso vomitar allí mismo.
—¿Cómo dices? —preguntó el con rostro sombrío.
—Lo mejor es que te marches y no volvamos a vernos, ¡me oyes! ¡No quiero ser la puta embarazada del barrio! —dijo gritando mientras perdía los nervios.
—¡Yo tampoco lo quiero! —rompió a llorar el muchacho—. Yo sólo vine aquí y tú me cogiste, ¿recuerdas? Y después, en algún momento me enamoré de ti, o lo que quiera que sienta ahora —dijo Teo en un mar de lágrimas.
Florinda entonces comprendió que en el fondo ella era la culpable, aquel pobre chico sólo sufrió una de sus fantasías y ahora lo estaba pagando en carne propia. La juventud es sin duda un valle angosto, lleno de experiencias, unas veces gratificantes y otras amargas, cambiando bruscamente, con las emociones a flor de piel siempre, no caben medias tintas, se entrega todo o nada.
Abrazó al muchacho y lo consoló, no quería hacerle daño y aunque tenía que enmendar su error, sin causarle más daño si era posible.
—Está bien Teo, perdóname, no debí hacer aquello. De no haberlo hecho, nada de esto hubiese pasado.
—Si, ¡pero pasó! Y fue algo maravilloso Flori, yo te deseo, profundamente, no como ni duermo pensando en ti, la noche en vela he estado. Por favor no me rechaces encima tú ahora —le imploró con ojos vidriosos.
—No te rechazaré Teo, tú eres un buen muchacho y no mereces que te haga daño. Sólo pienso en cómo evitarlo a toda costa y no se me ocurre qué hacer.
—¡Sigámonos viendo! Mi madre tiene que comprender que estas emociones no se pueden contener, si hace falta la amenazaremos con contar lo suyo con sus amiguitas, si hace falta hasta me iré de casa —dijo Teo trabucándose con las palabras.
—Anda y no seas tonto, dónde vas a ir, ¿a dormir al raso? —dijo Florinda consolándolo.
—Bueno, algo se nos ocurrirá.
—Y digo yo Teo, ¿y si te entrego lo que tú tanto deseas? Hoy, ahora mismo yo podría, eso si, sería nuestra despedida, nunca más cruzarías esa puerta.
Teo tuvo que pensar bien en sus palabras, para comprender lo que ella le proponía. Alcanzar lo que tanto él anhelaba y luego renunciar a ello como si todo hubiese sido un sueño.
—Eso sería maravilloso, pero luego estaría comiéndome la cabeza noche y día, no dormiría, no comería, dime en qué mejoraría eso esta situación, ¿eh, dime? —dijo Teo con sinceridad aplastante.
—Entonces no se chico, tu madre nos va a hacer la vida imposible, pues una madre es obstinada y en una cuestión así no cederá —concluyó Flori.
—Pero dime, ¿tú me deseas? —imploró Teo.
—Sí, hasta ahora me he frenado, por no entregarme a ti y condenarme eternamente, por eso no te he dejado más que rozarme.
—¡Pues entrégate, no sabes cómo te deseo! —admitió el muchacho.
Y presa de una excitación sin igual, Teo se levantó y bajándose bermudas y calzoncillos su verga erecta mostró a la que sentada permaneció, asombrada quedó viendo su miembro erecto frente a sus ojos.
—No me tientes joven Teo, lo que me propones es el infierno y aunque estoy muy caliente, temo las consecuencias —dijo Florinda apartando aquella tentación de su vista.
—¡Vamos Flori! Quemémonos en el infierno si hace falta, pero entreguémonos el uno al otro como si no nos importase qué pase mañana.
A situaciones desesperadas medidas desesperadas, Florinda abrió su boca y aquella porción de carne entró toda ella en su garganta, chupó suavemente y la hizo entrar y salir cuan simiente que penetra la tierra para germinar. Aferrándose a su culo desnudo siguió, sentada en el sofá mientras su verga entraba hasta su garganta, ella probó su néctar y siguiendo con su mamada al muchacho agasajó.
—¡Oh Teo, creo que arderé en el infierno por esto! Pero estoy desatada, ¡cómelo tú ahora! ¡Quémame con tu lengua ahí donde más lo deseo!
La mujer se echó hacia atrás y bajó sus bragas quedando espatarrada, mostrando su sexo abierto e hinchado, abriendo con sus dedos sus labios para mostrar su sonrosado interior al atónito muchacho. Éste se arrodilló y acercándose pudo contemplar más de cerca aquel secreto manjar.
Sin saber muy bien cómo actuar, su lengua saboreo aquella raja hinchada y roja, de dulce paladar, chupó aquel botón secreto que Florinda le ofrecía, comió su fresa con dulzura incomparable y degustó las mieles de ella manaban.
La mujer gimió, gruño y se desesperó, pues intenso era el placer el joven le daba con su lengua y sus labios en lo más íntimo. Hasta que roja como un tomate lo levantó y le dijo que ya era hora de pasar a cosas serias.
—¡Métemela! ¡Métemela toda ella! ¡Así tumbada en el sofá y tú de rodillas, métemela y quémame por dentro, te deseo y no puedo esperar más!
Con un intenso gemido se estremeció, su verga en su coño entró, aferrada a su culo lo apretó, clavándole las uñas y con sus dientes cerca de su cuello, también este mordió, como si quisiera chuparle la sangre de la yugular, como si fuese una vampiresa presa del frenesí del hambre a la que un tierno mancebo como Teo se le ofrecía.
El muchacho quedó maravillado ante tanta exuberancia, aquella sensación fue como una explosión, un placer inenarrable, un calor inconcebible, una humedad impensable. Tanto fue así, que inmóvil quedó, a merced de Florinda, que abrazada a su culo comenzó a empujarlo ella misma en su interior.
Florinda sacó sus pechos y se los ofreció a su boca. Teo los mamó y bebió de su leche, extasiada ella quedó y mientras él, el mando recobró. Comenzó a penetrándola suavemente al principio, pero después su ritmo fue “in crescendo”, dando fuertes culadas hasta chocar con su pelvis y sus muslos, sonando palmadas que retumbaron en el salón silencioso. Ahogadas por los gemidos del placer de ella, el placer desatado de una hembra y un macho entregados a la fornicación fortuita, empática y maldita.
Con una intensa corrida en su interior estalló, muchas emociones seguidas para un neófito en el sexo como Teo, no duró mucho, pero fue lo suficiente para que ella alcanzara su éxtasis y temblando, bajo él, se estrujara hasta la última gota de placer.
Teo quedó tensado como un palo, abrazado a ella, paralizado, sin querer sacarla de su dulce y cálido interior, ¿por qué la vida no podía ser así?
Pero la juventud es fuente, y Teo aún la tenía tiesa dentro de Florinda, así que tras unos instantes de asueto, ésta comenzó a moverse y aunque empezó con dolor, siguió penetrándola, provocando que Florinda se aferrara de nuevo a su culo y se dejase follar por segunda vez seguida.
Ella se ayudó con la mano y en esta segunda cabalgada siguieron disfrutando del sexo, del coito y él chico de nuevo alcanzó su orgasmo y ella si bien tal vez no se corrió, disfrutó tanto como la primera vez.
Terminaron y se separaron. Permanecieron sentados uno junto al otro hasta recuperarse, satisfechos se miraron, desnudos y sudorosos, Flori se levantó y le invitó al baño con ella. Y allí ella lo limpió, metiéndolo en la ducha como a un niño pequeño se tratase y entró ella en la ducha y se duchó con él. Su gruesa barriga, sus enormes senos, sus gordos pezones con sus ojos memorizó Teo. Aquello había sido sublime, ¿quién podría renunciar a aquellos encantos?
Y como ya era tarde y su madre amenazaba con volver, Florinda lo despidió con un beso de tornillo, mientras él le metió mano por última vez en su sexo.
—Ya hablamos Teo y me cuentas qué te dice tu madre, ¿vale? Aunque tal vez lo mejor, es que dejemos de vernos un tiempo hasta que todo se calme. Dime que lo entiendes, ¡por favor!
Fue el único momento en que Teo la vio llorar, sólo una lágrima cayó de su ojo, con expresión vidriosa, que en su mente se guardó a fuego. Él tampoco quería hacerle daño, así que por fin se convenció.
—Está bien Flori, si hace falta dejaremos de vernos por un tiempo…
Y con mirada desolada, la de él y la de ella, se despidieron en la penumbra del pasillo y Teo entró en su casa y Flori cerró su puerta, dos mundos se separaban, dos almas que se habían compartido tan íntimamente quedaban vacías