Sexo en mis vacaciones con mi propia familia
Yo era muy pequeño cuando empezó a ejercer.
Se había quedado preñada de su primer novio y había llegado a Madrid repudiada por su familia, con un niño pequeño y sin un duro, así que acabó como tantas chicas en su misma situación. De puta en la calle Montera.
Se estrenó con apenas diecinueve. Era preciosa, pero no tenía visión comercial. Cualquier otra con su físico se habría forrado limitándose a alternar en una barra americana, pero ella acabó siendo tan frecuentada como un metro en hora punta. Mientras estaba en el colegio se la follaban hasta reventarla.
A veces se llevaba a los clientes a nuestro piso (según me contaría más tarde se sentía más segura allí) y yo les escuchaba joder a través de aquella pared tan fina. Cuando alcancé la adolescencia, los polvos que mamá había echado a dos metros de mí se contaban por miles. No fue fácil crecer en ese ambiente.
Yo la adoraba y soñaba con el día en que dejara la calle. Nos iríamos a vivir con un buen hombre que me adoptaría y que mandaría demoler nuestro edificio, borrando todo rastro de un pasado que olvidaríamos para siempre. Lo que pasa con ese tipo de fantasías es que rara vez se cumplen. Esta vez tampoco.
Me desvirgó una compañera a petición suya. Supongo que pensaba que sería mejor con alguien que ella conociera, pero sólo consiguió que los impulsos incestuosos que arrastraba desde pequeño se hicieran más fuertes. Los celos son un afrodisíaco muy poderoso, así que no dejé de imaginar que era ella.
Virginia (sí, se llamada así la chica, muy bonita, por cierto…) me guardó el secreto de lo que había gemido mientras me galopaba. Me susurró que era muy frecuente y que ella misma pensaba a veces en su hermano mayor para conseguir correrse con su novio. También me dijo que tenía la polla muy bonita.
Todas me piropeaban. Y mamá dejaba que me subieran a una habitación si eran ellas las que lo pedían y a mí me gustaban. Bromeaba al respecto y cuando defendí a Mamen del bestia de su ex, ella misma propuso que me fuera a pasar la noche con ella por si aquel bestia volvía a intentar pegarla.
Así fue como empecé a protegerlas. No me daban dinero a cambio, pero se volcaban conmigo con tantas ganas que cada vez aprendía más trucos. Mamá y yo hablábamos con total naturalidad de sexo y siempre salía a colación lo contenta que estaba tal o cual chica con mis habilidades. Y se sentía orgullosa.
A los diecinueve me iba muchísimo mejor que a ella a mi edad. Me acostaba con las putas más guapas y los clientes se achantaban cada vez que me llamaban para que velara por ellas. Me sentía el puto amo y empecé a pedirles cosas cada vez más extremas. Una vez me follé a una transexual preciosa y a su novia.
Como trío fue lo más salvaje que había experimentado hasta entonces. Me sentía como si atravesara a una hasta llegar a la otra. La novia (que no ejercía) de la trans se corrió con los dos por separado y a la vez. Nos pasamos en la cama toda la tarde dale que te pego y si no me quedé a dormir con ambas fue porque me moría de ganas de contárselo a mamá. Y ahí me di cuenta.
Mamá torcía el gesto cuando le contaba los detalles. Tenía celos de ellas, esa noche me lo confesó. Es algo normal, me dijo, que todas las madres experimentan cuando crecen sus hijos varones. Yo a mi vez le confesé que me había pasado la adolescencia pensando en ella y nos reímos. Punto.
Pocos días después la oí gritar a través de la pared. El cliente la estaba abofeteando cuando abrí la puerta. Le lancé lejos de ella y salió por patas antes de que lo reventara a hostias. Mamá tenía a mano en la mejilla y los ojos llorosos. Tenía un pecho fuera del sostén y estaba desnuda de cintura para abajo. En mi puta vida he visto nada tan bonito como aquel coño.
Se arrojó en mis brazos y enterró su cara en mi cuello. La polla estaba a punto de explotarme y empezó a acariciármela distraídamente. Me llegó su voz mimosa como a través de la misma pared que nos había separado. Imaginadla a juego con un físico pequeño, frágil y sensual. Rubia, cabello liso, ojos verdes.
-Cielo –gimió-. Estás muy duro… deja que mamá te calme…
Sin detenerse a besarme me bajó los bóxer (eran lo único que llevaba) y abrió su boquita para engullir mi glande. Perdí la noción del tiempo. Cada vez que cambiaba la calidez de su lengua por la tortura de su mano derecha, rápida y bien entrenada, alababa mi polla con voz lasciva. Yo me moría de placer.
-Mami… oh, joder… sigue, sigue… qué rico…
-No, mi vida… me has salvado… en mi boca no… en mi culo… soy tuya…
-Dios… te quiero… ven…
-Espera –gimió abrazándome con las piernas-, primero fóllame.
Era tan femenina y tan bonita que a sus treinta y siete recién cumplidos la envidiaban todas las veinteañeras de Montera. Yo sólo había estado con putas y el suyo fue el coño más prieto que había conocido hasta la fecha. Mamá se corrió nada más metérsela y sentí cómo se me agarraba con cada contracción.
-Me estás exprimiendo… es la hostia… la hostia…
-Quiero que te corras dentro –respondió entre sollozos-. Dios, qué puerca soy… qué puerc… ay… ¡Me viene! ¡Me viene otra vez! ¡OH! ¡OH, JODER!
Cuando dejó de temblar se echó a llorar e intenté consolarla besando sus lágrimas, lamiéndolas. Acabamos dándonos el lote mientras su coño volvía a contraerse con los últimos estertores de su segundo orgasmo. Después me confesaría que llevaba sin besar a nadie desde mi padre. De repente sonrió y estaba aún más preciosa que mientras se corría. Se apartó y se giró.
-En esto somos nuevos los dos –dijo con un poco de miedo en la voz-. Pero me muero de ganas de hacerlo contigo y sé que tú también. Dame por el culo, corazón. Desvirga a mami, que se ha reservado sin saberlo para ti. Rómpeme el culo y te dejo que te corras donde tú quieras. Donde tú quieras, amor mío.
Nos costó bastante, pero valió la pena. De hecho fue increíble.
Para cuando estuve a punto (habíamos utilizado mantequilla, muy cinéfilo todo…) mamá se dio la vuelta para sacarme la lengua, poniéndose más zorra de lo que nunca le había visto, lo cual era un record. Me moría de ganas de eyacular en aquella carita preciosa, pero estaba seguro de no querer ser uno más de la interminable lista de tíos que lo habrían hecho antes que yo.
-Dime, zorra –gruñí fuera de control- ¿Cuántos cerdos se te han corrido encima?
-Ejércitos, mi vida… ejércitos… ¡Oh, nene! ¡DIOSSSS! ¡AHHHHH!
Su respuesta obtuvo el efecto deseado. Mientras se corría por el culo se la saqué y no tardé ni un segundo en clavársela en lo más profundo del coño. Las contracciones de su esfínter quedaron en segundo plano mientras su útero me chupaba hasta la última gota de leche. Tampoco era el primero en hacerlo…
Era el segundo de toda su vida y eso me bastaba.
En la calle casi nadie conoce nuestro parentesco. Más que nada porque la mayoría de las chicas han cambiado y las que quedan saben calarse como putas. Es un gremio que respeta la intimidad de cada cual. Y ya se sabe…
Lo que pasa en Montera se queda en Montera.