Siempre a los pies de mi tía, incluso desde pequeño
Cuando tenía apenas diez años e iba a la escuela primaria, acostumbraba a quedarme en casa de una de las hermanas de mi madre. Ya que mis padres trabajaban mucho ninguno de ellos podía recogerme a las horas de salida casi nunca, y como mi prima y mi hermana asistíamos a la misma escuela, era mi tía Lucila la que nos acogía en su casa hasta que llegaran por nosotros, casi siempre entre las siete y las ocho. Es por eso por lo que los cuatro teníamos una relación bastante cercana, literalmente nos veíamos todos los días, durante horas.
Fue durante tal época donde nació mi deseo de ser sumiso ante las mujeres. Empecé a obsesionarme por el calzado que usaba mi tía, aquellos zapatos con tacón bajo color negro que generalmente usaba para salir, siempre que tenía la oportunidad los veía, y estando a solas me metía dentro de su closet y olía el interior con deleite. Sus zapatos me encantaban, pero necesitaba más que eso, así que después de su ida por el mandado me portaba de manera servicial con ella, le cargaba las bolsas, le preguntaba sobre su día y cuando se sentaba en el sillón y prendía la televisión, le ofrecía un masaje en los pies.
—En serio que eres un chico hermoso, Marco. Pero no, a lo mejor mis pies huelan realmente mal, no creo que puedas soportar el olor —decía mi tía de forma juguetona.
—No te preocupes por eso, después de todo lo que haces por nosotros, es lo menos que mereces. Vamos, deja que tus pies se relajen un poco —entonces tomaba esos zapatos que usaba, los quitaba, y los dejaba a un lado para poder observar esos bellos pies.
—Deja que coloque un cojín para ti, tía —con mucha delicadeza tomaba sus talones y los colocaba bajo un suave cojín.
Con el pecho en el suelo y mi rostro a unos cuantos centímetros de sus plantas di el primer masaje de mi vida, de acuerdo con lo que había visto en alguna película empecé a hacer movimientos circulares por todo su pie. En un momento no pude parar mi estado de excitación y bese su dedo gordo, atónito por saber cuál sería la respuesta de mi tía, me quede en shock. Ella dio una extraña mirada y luego dijo:
—No te preocupes. Vamos, hazlo de nuevo.
Comencé a besar toda su planta con mucha pasión, luego de eso saqué mi lengua y lamí sus pies enteros.
—¿Es la primera vez que haces algo así?
—Nunca me había atrevido a hacerlo con nadie más —dije con mucha vergüenza.
—Pues si a los dos nos gusta hacerlo tal vez deberíamos repetirlo, ¿no crees?
—Me… gustaría.
—Muy bien, entonces sigue lamiendo. —la obedecí y durante la duración de todo el programa que veía, lamí todo el espacio de sus pies.
Entonces mi tía se paró del sofá donde descansaba y me dijo:
—Necesito que me pongas mis zapatos, serias tan amable.
—Por supuesto, tía.
—Tal vez deberías llamarme ama.
—¿Cómo a los reyes en las películas de viejitas?
—Pero solo entre nosotros, recuérdalo.
—Sí, tía ama— y entonces le coloqué sus lindos zapatos y arrodillado ante ella, di dos besos de despedida sobre sus empeines.
Así empezó la etapa fetichista de mi niñez, inicialmente solo con mi tía, mientras nadie más veía, pero dentro de varias semanas el juego se expandió como lo explicare pronto.
Cierto día, estaba jugando con mi hermana Diana y mi prima Aline a las escondidas. En un momento, mi tía entro por la puerta del cuarto de mi prima.
—Niños ¿están aquí?
—Sí, aquí estamos —dijo mi hermana, que era la que debía de buscar.
Desde mi escondite bajo una de las camas, podía verla. Pronto, mi tía descubrió desde donde la veía y camino hasta mí. Me agache más y solo lograba ver sus piernas, estas se acercaron a mi hasta que tenía sus zapatos de tacón negro justo al lado mío. No supe exactamente porque mi tía había hecho eso, pero el punto es que al ver sus zapatos juntos a mí no pude resistirme a besarlos. Creo que esa era su intención, de otra forma no se hubiera acercado de forma tan indiscriminada a mí.
Lamí sin control el cuero que cubría sus dedos hasta que me sorprendió mi prima. Aline, detrás de mi bajo la cama, me dio un leve toque en mi espalda para hacerme saber que había visto lo que hacía con los pies de su madre, casi di un salto y por poco golpeo mi cabeza con la cama. No sabía qué hacer, ni lo que ella pensaba sobre mi ese momento. Lo único que me dio tiempo a hacer fue quedarme paralizado. Mi tía luego se fue de la habitación.
—¿Por qué haces eso? —fue lo primero que dijo mi prima.
—No sé de lo que hablas.
—Le lamias los zapatos a mi mamá.
—Yo… bueno —fue lo que respondí.
—Ya, dime la verdad ¿lo hacías o no?
—Sí, lo hice, pero no le digas a demás personas, por favor.
—Nunca haría eso, eres mi primo, pero me gustaría saber qué es lo que se siente —mi prima movió sus piernas hacia a mí, y con sus manos empezó a quitarse los tenis escolares que traía puestos.
—¿Te gustaría ayudarme? —me dijo ella.
Sujete sus calcetas rosadas y las pegue junto a mi nariz y las empecé a oler, su olor me parecía tan especial y diferente al de mi tía, algo así como dulce e infantil, recuerdo que sin resistirme lamí con mi lengua todo el algodón de sus calcetas. Por momentos, logre sentir el sudor que salía del interior de sus pequeños dedos. Mientras, Aline, observaba atentamente como admiraba sus pies y daba un par de sonrisas.
—Oye, podrías empezar con quitarme mis calcetas —y fue eso lo que hice.
Ahora, con sus pies descubiertos lamí el centro de sus plantas, ella no paraba de reír, no podía soportar el cosquilleo que mi lengua producía sobre sus pies. Tomé sus dos pies con mis manos y me los metí lo más que pude en mi boca, ya teniendo sus deditos dentro de mí, los saboreaba sin parar.
—¿A mi mamá le gusta que hagas eso con ella también? —por un momento saque sus pies y logre ver como estaban llenos de saliva.
—Sí, creo que le gusta.
—¿Fue ella la que te pidió que lo hiciera?
—Sí.
—Sabes, se siente bien que traten los pies de esta forma.
Ni siquiera pude responder porque oí a Diana entrar en la habitación. Con mucho miedo, sequé la saliva de los pies de mi prima con mi camisa y le puse sus calcetas. Apenas nos dio tiempo de simular normalidad, ya que Diana nos encontró.
—Ahí estaban escondidos, creo que yo gane —dijo al vernos bajo la cama.
Fue ahí donde empecé a creer que me estaba metiendo en problemas más graves por el hecho que ya dos personas cercanas conocían mi secreto, y las dos eran miembros cercanos de mi familia. Sin embargo, nunca puse resistencia cuando mi prima me invitaba a tales actos. Luego de la escuela, los dos nos encerrábamos en su cuarto y mientras se cambiaba yo ya sabía de sobra lo que tenía que hacer, me tumbaba en el piso justo al lado de su cama y esperaba. Finalmente, Aline, con ropa de casa y pies desnudos, se sentaba al borde de la cama y dejaba caer sus piernas en mi rostro.
Tanto lunes, martes y jueves tenía que hacer ejercicio, así que yo era el encargado de limpiar sus pies. Prendía la televisión y veía un programa de chicas por casi una hora, mientras que yo chupaba el sudor de sus cansados pies. De vez en cuando me prestaba atención y se movía ella misma para que se me facilitara la tarea, pero la mayor parte del tiempo yo tan solo lamía y relamía sus plantas hasta dejarlas arrugadas por la humedad. Por semanas nadie se enteró de lo que hacíamos en la intimidad hasta que una tarde cambio.
Todos nos encontrábamos viendo una película sentados en el sillón de sala, empezaba a oscurecer y mis padres no llegarían hasta muy entrada la noche. Aline, sentada a mi izquierda, me pidió que rellenara su bol de polímitas, obedecí pues en primera instancia parecía una petición normal. Fui a la cocina y regresé con las palomitas, pero antes de poder sentarme en mi sitio, ella dijo:
—¿Podrías poner el bol en el piso, primo?
—Claro —empecé a sospechar sus intenciones, pero igualmente lo hice.
Entonces, se quitó las zapatillas de andar por casa que traía sin usar sus manos, y metió un de sus pies en el tazón de palomitas. Tanto mi hermana como mi tía miraron la escena con extrañeza, aunque para ser honestos, creo que mi tía sabía lo que pasaría a continuación.
—¿Tienes hambre, Marco? Te comparto de mis palomitas —me quede inmóvil y ella lo noto.
—Vamos, sé que quieres hacerlo —dijo de forma infantil, como si de un juego se tratase ya que apenas teníamos diez años.
Me arrodillé frente a ella y comí una palomita que sostenía con su dedo grande. Diana fue la primera en decir algo al respecto.
—Marco, ¿Qué haces?
—No te preocupes, prima, él está muy feliz de comer de mis pies.
Sorprendentemente mi hermana no se lo tomó tan mal como yo creí en el momento. Sin duda mi tía se dio cuenta de que su hija me usaba de la misma manera que ella, y ahora que todas lo sabían se aprovecharía de ello.
—Se ve bastante divertido, Diana, ¿Por qué no lo pruebas?
—Yo… bueno.
—No tiene nada de malo, es tu hermano, que no confías en él.
—Sí, y aparte se siente muy gracioso.
—Ay, bueno —después de dudar muy poco, mi hermana se quitó las sandalias hawaianas que siempre usaba y coloco su propio bol de palomitas en el suelo.
—Ven, hermanito, yo también tengo palomitas —metió sus dos pies enteros en el bol. Entonces, comencé a comerme aquellas que tenía sobre sus pies, y luego lamí sus empeines. Ella parecía disfrutarlo mucho, reía y reía mientras veía como lamia con devoción sus deditos.
—Hermanito, ¿y a que vuelen mis pies?
—Huelen a quesito —le respondí y ella rio aún más.
—¿Y aun a así te gusta?
—Me gusta mucho —sacó uno de sus pies del bol y me lo puso justo frente a mi cara.
—Quiero que me lo lamas —saque mi lengua y la pasé entera por su planta, parecía que había caminado mucho por casa y su pie estaba lleno de pequeñas basuritas y polvo. Con lengua me comí todo lo que sus plantas poseían y mi hermana se sintió muy bien por ello.
—Parece que me has limpiado los pies, eres como un perrito.
—Deberías limpiarnos los pies siempre, no creen niñas —dijo mi tía.
—Sí, Sí —dijeron ellas.
Luego de lamer y lamer los pies de Diana, mi tía se quiso unir.
—¿También quieres mis pies, Marquito?
Ella se quitó sus pantuflas y poso sus talones sobre el suelo, así podía ver como sus plantas sobresalían para mí. Yo, aun de rodillas me acerqué a ellos y empecé a lamerlos. Su antepié era muy rugoso por su edad, y de coloración naranja por su trabajo, sin embargo, los de mi tía eran unos de los que más me gustaban.
Hasta el fin de la película me dedique a lamer los de pies de las tres desde el suelo, de vez en cuando alguna me pedía que le atendiera y yo solo me movía para volver a adorarla. Logre acabarme todas las palomitas que ponían entre sus deditos casi a la mitad.
Antes de que mis padres nos recogieran, mi tía nos dijo:
—Recuerden que nadie debe de enterarse de esto, si no, ya no podremos disfrutar que Marco se encargue de nuestros pies.
—Está bien —dijeron tanto Diana como Aline.
Todos cumplimos nuestra promesa, ya que nadie más se enteró de lo que hacíamos. No creo que mi hermana recuerde esa etapa, o si la recuerda, piensa en ello como solo un juego de niños. De todas formas, nunca hablamos de eso y no creo que quiera hacerlo.