Siendo infiel por primera vez

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Por respeto a su autora real he decidido mantener su identidad en las sombras, pero llevarles este relato tal como me fue contado a mi: Como confesión de una infiel primeriza.

Sin importar si eres o no atractiva, yo creo que todas las mujeres hemos estado expuestas a la mirada lasciva de algún desagradable tipo en algún momento de nuestra vida, si no es que en muchos. Esos tipos que por la forma en la que te miran puedes darte cuenta de que te están desnudando con la mente, para masturbarse más tarde tal vez recordando como lucía la imagen fantasiosa que se hicieron de tus tetas. Aquella tarde mientras esperaba en la recepción del consultorio del doctor, frente a mi estaba un tipo de esos, aunque éste era diferente.

Me llamo Deyanira, o Deya para quienes me tratan del diario, soy una mujer de 37 años, casada, con dos de familia y satisfecha en la mayoría de los aspectos de mi vida. ¿En cuáles no? Pues comenzaré por decirte que con mi físico, aunque pensarás que ninguna mujer lo está nunca, yo llevo un par de años donde por más dietas que hago, no he podido controlar muy bien mi peso, y me he vuelto una de esas señoras “chubby” de prominentes curvas por todos lados.

El tipo que te comento era un representante médico, lo se porque yo soy una dentista y en algún momento de mi vida, cuando más atractiva era, intenté ser una de ellas, hasta que me aburrí de esperar la mitad de mi vida en recepciones de consultorios sin nada que hacer. El tipo por su parte ya había encontrado algo que hacer, y era comerme con la mirada cuando creía que no me estaba dando cuenta, incluso el muy descarado, la última vez que se levantó a preguntar si el doctor estaba disponible se sentó en la silla justo frente a mi para esperar un descuido de mi parte y poder ver hacia adentro del vestido que llevaba.

No creas que llevaba un vestido provocativo, para nada es así, era un vestido cualquiera de esos holgados que tengo que comprar para que no se me marquen las tremendas nalgas de gorda que tengo y andar llamando la atención. Pero créeme, yo misma comencé a dudar si estaba enseñando de más, porque el tipo aprovechaba cada vez que yo desviaba la mirada a la TV o a mi celular para voltear a verme las piernas.

Lo peor es que el tipo no era nada desagradable físicamente, es más, hasta te voy a decir que es bastante guapo. Digo, yo también aproveché cada uno de los momentos donde se paraba a platicar con la recepcionista para darle una miradita, es más, hasta creo que lo hacía a propósito. El desgraciado se inclinaba en el mostrador y sacaba las nalgas, ni modo que no aprovechara para verlas si estábamos solo nosotros dos en la sala. Ya se que estás pensando que entonces yo soy igual a los tipos de los que hablé al principio, pero es diferente, yo no pensaba en él para tener sexo, solo disfrutaba de un par de nalgas que a la vista se veían bastante bien, o al menos bastante mejor que las que tengo en la casa con mi marido.

Ahí empezó el problema, porque se me hizo fácil aprovechar que traía mi teléfono en la mano y tomarle una foto para después enseñársela a mis amigas. Esa fue la excusa que me puse en mi mente, que la foto no era para mi sino para mis amigas; pero también él tenía la culpa, pues se inclinaba a ver la libreta de citas de la recepcionista y ni modo que no me fijara.

Y te digo que ahí empezó el problema porque tuve libertad. La libertad que te da el que tu mirada esté enfocada en la pantalla de tu teléfono y que él no se de cuenta de que lo estás viendo, así que por un momento pude ser una desgraciada cerda igual que los hombres que te miran con descaradez. En poquito tiempo ya no fueron solo las nalgas, sino las marcadas piernas y cuando se daba la vuelta un poco, el bulto que se le veía debajo del pantalón. Si, yo lo se, eso ya no era inocente, ya era otra cosa, pero pues nadie se daba cuenta.

De pronto el tipo apuntó algo de la libreta de citas de la recepcionista, se despidió de ella agradeciéndole y se dio la vuelta para salir del consultorio. Claro, no sin antes sonreírme descaradamente cuando me pasó por un lado. Sonrisa que yo no le respondí. No soy tan descarada.

Estuve un par de minutos sola en la salita esperando al doctor cuando me llegó el mensaje al Whatsapp. “Hola Deyanira, soy Daniel, el que estaba hace un momento contigo esperando al Doctor Juárez, por favor no te ofendas ni te enojes, tuve el atrevimiento de copiar tu teléfono de la libreta de citas del doctor sin que la asistente se diera cuenta. Si te causa algún problema bloquéame o dime y no te vuelvo a molestar”.

No sabes lo que sentí en ese momento. Pensé en levantarme y reclamarle a la recepcionista por la privacidad de mis datos, en demandarlos, en denunciar a la policía, y unos segundos después del enojo todo cambió, comencé a sentirme emocionada, bonita, deseada, incluso me dio un ligero ataque de risa que hizo que la recepcionista se me quedara viendo extrañada.

Tardé mucho en decidir qué hacer, y al final decidí responderle con el Emoji del monito sorprendido nadamás, y esperar cómo lo tomaba él.

¿Te invito un café cuando termine tu cita? – Gracias, soy una mujer casada, respondí – Pues qué suerte la de tu marido que se puede tomar una tasa de café contigo, comer contigo, conversar contigo y más cosas contigo ¿no crees?

No entendía lo que estaba pasando, créeme, me miraba en el reflejo de la ventana y veía una mujer que de ninguna manera le podía interesar a un tipo 10 años menor y con ese cuerpo. Es más, miraba a la recepcionista, una chica rubia, delgadita, de unos 23 o 24 años y pensaba ¿Porqué demonios no le estaba mandando esos mensajes a ella? En vez de una señora como yo.

Todavía estaba pensando todo eso cuando me manda una foto de él, tomada en el reflejo de un espejo, sentado, con una cara haciendo pucheros como niño chiquito y me decía: mira que yo estoy aquí todo aburrido porque tengo que esperar solo en el consultorio 254 hasta que empiece el turno de la tarde.

Se que soy una estúpida, lo se y no tienes que decírmelo por si pensabas hacerlo. Pero esa cara de pucheros lo hacía ver demasiado… pero demasiado sexy. Y estúpida cual soy, ni siquiera le respondí, le dije a la recepcionista que iría a tomar un poco de aire y salí a buscar el consultorio. ¿Qué iba a buscar? No lo sabía en ese momento, estaba aturdida por la situación, por un jueguito que era nuevo para mi, por el hecho de sentirme con atención a pesar de que lo que yo veía cada día en el espejo era una mujer que no le parecería atractiva a nadie.

Obvio no toqué en el consultorio, me metí tal cual mirando para todos lados. No había nadie en recepción pero escuché movimiento detrás del mostrador, así que mientras que mi mente me gritaba que me detuviera en ese momento, mi cuerpo actuó por si solo y cruzó la puerta hacia los consultorios interiores. Yo lo se, no es cierto que el cuerpo no le responde al cerebro, pero de esa manera me quiero acordar que pasó.

Ya iba fuera de mi, iba calenturienta por la situación, todo estaba en mi contra en ese momento menos el hecho de que estaba en un hospital y en cualquier momento podía gritar auxilio y seguridad vendría, tal vez eso era lo que me permitía ir más allá sin pensar en las consecuencias. Pero cuando entré al consultorio ya era demasiado tarde para pensar qué hacer.

Me lo topé de frente, parado a un lado del escritorio mirándome fijamente y con una sonrisa. Hasta pena me da decirlo. Se había quitado toda la ropa, y se había puesto únicamente una bata de doctor encima. Si, toda la ropa.

Hacía mucho tiempo que no veía un hombre desnudo en la vida real, bueno, un hombre que no fuera mi marido, y este era muy diferente a él. La bata le dejaba al descubierto unos pectorales trabajados, un abdomen que si bien no se veía marcado al menos no estaba cubierto por una prominente panza como la de mi esposo y una… pues una “tripa” o como le quieras llamar ahí colgando sin que nada se interpusiera entre ella y mis ojos. Un completo descarado. ¿Gusta que la revise señora? Me dijo cuando terminé de salir del shock.

Mira no te voy a negar que por mi mente cruzaron varias opciones mientras me dirigía al consultorio, no me voy a hacer la “Santa” en este momento, pero lo que si te aseguro es que jamás pensé que sucederían las cosas tan rápido, sin darme ni siquiera tiempo de pensar la decisión. Y pues así sin pensar le respondí que si.

Por más caliente que estuviera no pude ni moverme del pánico, es más, ni la bolsa solté cuando lo vi que venía caminando lentamente hacia mi. Y no se detuvo, continuó acercándose hasta que sus brazos rodearon mi cuerpo y sentí que su cosa se repegó contra mi abdomen. Mira que hasta en este momento cuando te lo estoy contando me vuelvo a poner mal, imagínate en ese momento, imagínate tú en esa escena con una mujer despampanante. ¿Te hubieras resistido?

No opuse la menor resistencia. Sentí sus manos por mi espalda buscando el zipper del vestido, pero era un vestido holgado de una sola pieza, Y claro, mientras buscaba el zipper me manoseó por todos lados el cabrón. Me agarró las nalgas como quiso y cuanto quiso, y mientras tanto acá adelante yo sentía como su cosa se iba poniendo dura y empezaba a presionarme el abdomen tratando de encontrar camino para levantarse.

Mi mente volaba a mil por hora en ese momento, iba desde pensar en gritarle que me soltara, hasta pensar que era la situación ideal, pues nadie lo sabría nunca. Tú sabes, como el angelito y el diablito en tus hombros; pero pues el angelito se me iba cayendo entre más me manoseaba y más le crecía la tripa.

Le dije adiós al angelito cuando mis manos reaccionaron. Lo primero que me vino a la mente eran las nalgas que había estado viendo hace rato y pues decidí darles una explorada rápida. Ahí perdí la batalla. Ningun remordimiento que pudiera tener más tarde me iba a quitar el placer de disfrutar un cuerpo como el que tenía enfrente, un cuerpo que para una mujer como yo no era algo de todos los días.

Le pido respeto a mi marido, pero dejé que un tipo cualquiera me tratara como puta… esa es la verdad. Ni siquiera me habló, ni siquiera me besó, solo empezó a sacarme el vestido y yo tan obediente lo dejé y hasta le ayudé. Aventé la bolsa a un lado y todavía tuve la preocupación de extender el vestido en una silla para que no se arrugara. El tipo me miraba de arriba abajo con una sonrisa en la boca, como si realmente le gustara, y yo que todavía no podía creerlo, porque encima de todo me había puesto ropa interior nueva porque pues iba al doctor, pero nada sexy, todo lo contrario.

Se acercó de nuevo para cruzar sus brazos por detrás de mi a soltarme el bra y me puso la cosa en el abdomen otra vez, pero ahora sobre la piel. Ay no, se sentía dura y caliente, es más, no recuerdo cuando fue la última vez que mi marido me puso la verga en otro lado que no fuera la entrepierna, la boca o las manos, pero haz de cuenta que fue una sensación nueva para mi.

Me sacó el bra y me rebotaron las tetas cuando cayeron. De lo poco que me queda de autoestima es el tamaño de mis tetas, y esas si hasta se las presumí. Me las agarré y me retorcí los pezones para que me viera, y el se sonreía cada vez más. Me quedé nadamás en calzones y sin saber qué hacer, porque pues no habíamos ni hablado, no sabía qué quería de mi, pero pues no dijo que no al ofrecimiento, y me disfrutó las tetas un buen rato.

Se sacó entonces la bata y la dejó caer al piso mientras yo veía su cuerpo. Músculos, ¿hace cuánto que no veo músculos de tan cerca? Pensé. Y pues me le abalancé encima como adolescente. Ya ni me acuerdo, pero lo agarré por todos lados. Sobado, acariciado, pellizcado y todo lo que pude hacer con mis manos en su espalda, sus piernas y sus nalgas; un buen rato, como si me estuviera dejando disfrutar antes de intentar otra cosa.

Me da pena, pero pues si ya te conté hasta aquí no voy a detenerme. Me quité yo solita los calzones, por si él tenía otro plan pues yo no iba a exponerme a que me dejara así. Pero en vez de que él se lanzara sobre mi, la desesperación me hizo hincarme ahí en el piso, en pelotas, y pues… me lo comí un buen rato. Perdón que me de risa, pero pues así fue, le comí la verga con un gusto que hacía años no sentía, sin importarme el sabor, el aroma o lo que pudiera pasar, simplemente la disfruté y lo hice disfrutar.

Ay no, me da mucha pena contigo porque me conoces y sabes que jamás le hubiera sido infiel a mi marido, pero pues todo se puso de modo, y perdón que te lo diga pero pues hay mucha diferencia, la verga bien dura, las bolas bien acicaladas y aferrada de un par de nalgas duras y voluminosas mientras lo hacía, pues ni modo de desaprovechar.

Yo creo cuando sintió que ya se iba a venir me hizo que me levantara. Créeme, en ese momento ni me acordé si estaba o no pasada de peso, yo nadamás me dejé. Me manoseó otra vez las tetas, me las chupó también mientras me agarraba las nalgas y no, no se cómo explicarte, me hizo sentir viva otra vez. Eran otras manos, otra boca, otra verga, y yo para ese momento ya estaba completamente fuera de mi consciente.

Cuando me metió la mano entre las piernas sentí algo que no sentía desde hacía muchos años, diez o más, no lo se. Sentí un escalofrío bárbaro que me puso los pelos de punta, no porque mi marido nunca me agarre o hasta yo meta mis manos ahí de vez en cuando, era la imagen de aquel tipo desconocido, nuevo, disfrutando muchísimo el tocarme, disfrutando mi cuerpo como nadie lo disfruta hoy en día.

Le abrí las piernas, no me pude aguantar.

Me senté sobre la cama de auscultación y le abrí la puerta de par en par. Mira que todavía tengo la imagen en mi mente de su cosa viniendo hacia mi, de su mano apuntándola para no fallar, y luego de verla desaparecer desde la punta hasta la base mientras se metía en mi cuerpo lentamente.

Ahí vino a mi mente nuevamente todo el huracán de pensamientos revoloteando: Eres una puta, ¿qué harás si alguien se entera?, ¿qué pasa si alguien los descubre?, no vas a poder con la carga emocional. Pero al mismo tiempo tenía que vivir el momento; hacía mucho que no comenzaba a tener sexo estando tan excitada, ni aun cuando mi marido se esmeraba en los juegos previos, esto era diferente, era otro rostro de placer frente a mi, otro cuerpo chocando contra el mío, otra arquitectura que mis manos exploraban mientras me penetraban, y si, lo disfruté demasiado… demasiado.

¿Qué si tuve un orgasmo? Pues no se si hasta dos. El caso es que el semental aguantó bien; no se detuvo hasta que me escuchó aventar un gemido ahogado y temblar de lo que sentía, y entonces la sacó de mi y se comenzó a masturbar para terminar él. Pero pues no podía yo permitirlo, así que lo ayudé. Me hinqué en el piso y se la jalé teniéndola muy cerca de mi cara, obvio, sabía que cuando empezara a soltar chorros me iba a quitar de enfrente, ni modo de ir con el doctor toda pegajosa. El problema es que no le calculé, y el primer chorro me cayó en el cabello. Pues si, lo que tanto asco me da con mi marido, lo terminé recibiendo entre risas con un tipo que ni conocía.

Ya no se si por agradecimiento, por emoción, por satisfacción o porqué demonios, pero el ataque de risas que me dio con el chorro de leche no se me quitó en un buen rato. Me levanté y lo abracé, lo manoseé nuevamente por todos lados, le sacudí la verga para terminar de chorrear en el piso del consultorio de no se quién y luego le di una nalgada “amistosa”. Si, así tal cual como adolescente recién servida.

¿Qué si nos volvimos a hablar? Eso luego te lo cuento, pero ese día las cosas fueron tan perfectas que apenas terminé de vestirme y recibí la llamada de la recepcionista del doctor que ya era mi turno. Pasé la cita completa con una sonrisa de oreja a oreja y con la preocupación de que el doctor no quisiera revisarme el estómago en ropa interior, porque todavía traía el calzón todo húmedo de tanto que me había causado el tipo.

¿Qué si me quedó remordimiento? Obviamente si, pero supongo que la sonrisa con la que termina mi marido cada vez que tenemos sexo después del incidente hace que lo vea como una inversión más que como un error.