Sin darme cuenta, sin notarlo fue como termine follando con mi madre. Después de tantas fantasías lo conseguir solo por coincidencia
Empecé a follarme a mujeres maduras con dieciocho años, aunque mi primera experiencia fue a los diecisiete, pero ya con dieciocho además cobraba por ello. Y todo empezó cuando entré en la universidad. Me llamo Juan y la verdad es que nunca he sido un hombre excesivamente atractivo, pero gracias a la madre de una de mis compañeras, descubrí una cualidad que atrae a la mujeres, mi polla.
Aquella primera vez, fue en la fiesta de cumpleaños de mi compañera Cristina. Era una chica preciosa, de mi misma edad. Apenas había comenzado el curso y yo ya estaba loco por ella. Siempre estudiábamos juntos, incluso en su casa. La tarde que llegué a su casa y tras una hora de fiesta, descubrí que para ella yo no era más que el amigo que la ayudaba a estudiar y aprobar las asignaturas. Cuando vi que pasaba todo el tiempo hablando y tonteando con Manuel, mi corazón quedó destrozado. Me retiré a un lugar aparte del jardín y en soledad mi corazón lloraba la pérdida de mi amada.
– ¡Hola Juan, qué haces aquí solo! – la voz de Luisa, la madre de Cristina, sonó en la oscuridad.
– Oh, no nada… – intentaba disimular mis pocas ganas de fiesta.
– ¿Ya te has dado cuenta?
– ¿De qué?
– De que no tienes nada que hacer con mi hija. – me dijo y me acarició el pelo mientras se sentaba junto a mí.
– ¿Se notaba mucho?
– Bueno, sí… – la miré a la cara y una sonrisa sensual y malévola se dibujó en su boca – Yo te voy a ayudar…
Eso fue lo último que dijo. Su mano agarró mi paquete y su boca se unió a la mía mientras su lengua entraba. Mi polla reaccionó al momento y se puso erecta, su mano la acariciaba por encima del pantalón. No sabía bien qué hacer, pero me dejé llevar y empecé a acariciar su redondas y grandes tetas, casi me iba a correr.
Entre besos, puse mi mano en su rodilla y la deslicé bajo su falda, era la primera vez que tocaba a una mujer y podía sentir su suave piel. Luisa era una mujer de cuarenta y tantos años, no era tan impresionante y bonita como su hija, pero era mi primera vez y yo me sentía en su sueño, allí, en el jardín, en un lugar oscuro y fuera de la vista de todos. Mi corazón latía a toda velocidad cuando mis dedos llegaron a su culo, se abrieron sus piernas y pasé a tocarle el coño por encima de las bragas.
Sentí como su mano desabrochaba mi pantalón y buscaba mi polla dentro. Se apartó de mí cuando su mano la agarró.
– ¡Hijo, qué polla más gorda! – en sus ojos mostraba una gran excitación por el tamaño de mi polla.
No dijo más, se levantó y se arrodilló delante de mí, abriendo mis piernas y colocándose en medio. Tiró un poco de mi ropa hasta que mi erecta polla estuvo totalmente liberada. No podía verla perfectamente, pero sentí como su boca se tragó con esfuerzo mi glande que palpitaba de placer. Su lengua se agitaba y me daba el mayor placer que nunca antes había sentido. Lástima que aquello no duró demasiado, al momento empecé a lanzar enormes chorros de semen que Luisa tragaba con dificultad y deseo. Se levantó y recompuso su ropa.
– ¡Qué lástima que haya durado tan poco, la próxima será mejor! – se volvió y se marchó dejándome con los pantalones desabrochados y la polla botando por el placer.
Tardé unos minutos en reaccionar, recomponerme e irme a mi casa. Por el camino pensaba en aquella experiencia y en sus últimas palabras “la próxima será mejor”. Después de aquel día, pensaba en no quedar más con Cristina, en no ayudarla más, pero pensar en las palabras de su madre, me hizo cambiar de opinión. Así, una tarde recibí una llamada de Cristina.
– Juan, soy Cristina. ¿Sería posible qué este sábado vinieras a mi casa y me ayudaras con las Matemáticas? – me tuve que aguantar el decirle que la ayudara el chulo con el que había pasado la noche de la fiesta, pero entonces siguió hablando – Ah Juan, dice mi madre que si te puedes venir una hora antes para ayudarla a subir unas cajas al desván… ¡Puedes! – recordé a Luisa y empecé a impacientarme porque fuera sábado.
Y así llegó el sábado y me presenté en la casa de Luisa, para estudiar con Cristina y aprender de su madre. Apenas dijo un hola, me agarró y me llevó a la habitación, me hizo coger dos cajas de ropas que tenía allí preparadas y que pesaban bastante y, cómo si yo fuera su perro, me fue llamando por los pasillos hasta llegar al desván.
– ¡Suelta esas cajas de una puta vez! – me dijo y me tiró en el suelo mientras me besaba y casi me arrancaba la ropa – ¡Vamos, hoy quiero esa polla bien dentro de mí! – yo no podía más qué hacer lo que ella pedía, ordenaba y me obligaba – ¡Aquí está tu polla! – su boca empezó a tragársela y yo no podía moverme por el placer.
– ¿Pue… pue… puedo quitarte… las bragas? – pregunté con dificultad.
– ¡Hijo, no preguntes! – ella se giraba para ofrecerme su culo sin soltar mi polla y levantó su falda – ¡Hazme lo qué te venga en gana mientras me des esta polla! – siguió mamando.
No hablamos más. Lo único que escuchaba eran los gemidos y gruñidos de Luisa que no dejaba de mamar mientras yo bajé sus bragas y acaricié su culo. Metí la mano entre sus piernas y se abrieron rápidamente para ofrecerme su coño. Cuando lo toqué, noté los flujos que brotaban de su vagina. No me costó encontrar la entrada de su húmeda vagina. Entonces ella se movió y colocó su coño sobre mi boca. Todo mi cuerpo vibraba por la sensación de tener sexo y mi inexperiencia me paralizaba. Levanté mi cabeza y mi lengua rozó levemente sus labios vaginales. En ese momento ella abrió sus piernas y dejó caer sobre mi boca su caliente coño. Me estaba empujando su coño contra mi boca y sus caderas se agitaban para restregarlo contra mi cara. Abrí la boca y mis labios jugaron con su coño, mi lengua empezó a lamer y a saborear sus flujos, sus labios vaginales se separaron y mi lengua lamía en el lugar que ella me ponía, en su clítoris. Aquel bulto duro y mojado hizo que ella estallara con un gran gemido, sus caderas se agitaron y tuvo un gran orgasmo. Mi boca se inundó con todos los líquidos que salieron de su vagina.
– ¡Dios, qué bueno! – decía entre gemidos y convulsiones – ¡Métemela, clávame tu polla en mi coño!
Ver a Luisa con la falda por la cintura, con sus piernas abiertas y su depilado coño brillante y abierto de par en par, echada en el suelo a la espera de que la follara casi consigue que me corra. Pero me coloqué entre sus piernas y su mano dirigió mi polla hasta su coño. El calor de su vagina envolvió mi glande y se extendió por toda mi polla cuando dejé caer el peso de mi cuerpo y la penetré por completo. Empecé a follarla y sentí que me iba a correr.
– ¡Aguanta hijo, no te corras todavía! – gemía y se retorcía con cada penetración – ¡Dame un orgasmos y después lléname con tu semen!
Mudo, me concentraba en follar a Luisa y no correrme. Era difícil, su caliente coño se agarraba a mi polla y sentía un placer tremendo. Seguía empujando, intentando aguantar, mi polla entraba y salía y mis huevos estaban a punto de soltar su carga. No podía más, me dolían los testículos de aguantar e iba a abandonarme al placer.
– ¡Sí, sí, sí! – empezó a gritar Luisa al tener su orgasmo – ¡Sí, dame toda tu… Oh Dios, qué bueno!
En el momento que ella empezó a sentir su orgasmo, me abandoné y mi polla empezó lanzar semen en su vagina. Ella lo notó y los dos nos convulsionábamos por el placer que sentíamos en nuestros acompasados orgasmos. Me quedé sobre ella, los dos jadeábamos por el placer y mi polla iba lanzando el poco semen que le quedaba y menguando hasta salir de ella.
Durante el resto del curso estuvimos follando por lo menos una vez en la semana. Cada vez que Cristina me pedía que la ayudara a estudiar, iba una hora antes para ayudar a su madre con la calentura que le producía mi polla. Lo malo fue cuando acabó el curso y Cristina y su familia se fueron de vacaciones. Quedé solo en la ciudad y sin la posibilidad de follar con Luisa.
Aquel verano fue raro en el tema sexual. Tuve que volver a mi rutina de masturbaciones, pero ahora cuando veía una película porno, ya sabía lo que se sentía al meter la polla en un coño, o el sabor de un coño bien estimulado y húmedo. Siempre me venía a la memoria los polvos que había echado con Luisa, pero algo empezó a cambiar.
Mi madre y yo estábamos solos en la ciudad. El mes de julio ella trabajaba y mis amigos estaban todos fuera de la ciudad, así que pasábamos juntos mucho tiempo.
Marta es el nombre de mi madre. Tenía cuarenta años y sin ser una mujer extremadamente llamativa en su físico, empezó a parecerme bastante sensual. Estaba divorciada desde hacía diez años y mi padre se marchó a vivir a otro país, con lo que no lo veía nunca. Ella se ocupaba de mí hasta que empecé a valerme por mí mismo, ayudándola en lo que podía. Aquel mes de julio, empecé a poner más atención en su cuerpo, empezaba a verla más como mujer que como mi madre. Cuando íbamos a la piscina comunitaria, empecé a darme cuenta que sus pechos me atraían, a mí y a casi todos los hombres que allí había. Su culo mostraba un poco de celulitis, pero sus pronunciadas caderas y esos glúteos tan redondos nos ponían a todos cachondos. Nunca me había fijado antes, pero observé que a ella eso le gustaba, le gustaba que la mirasen, y encontré explicación al llevar esos bikinis que tan poca carne ocultaban a la vista.
Ya por la tarde, solíamos salir a dar una vuelta por los bares del barrio. Casi todos nos conocían, pero en ese momento me hubiera gustado que fuéramos anónimos y poder cortejar a mi madre hasta llevarla a la cama. Empecé a pensar en ella cuando me hacía las pajas y cada vez me costaba más quitarme de la cabeza su cuerpo. Y así pasé todo el verano, deseando a mi madre en silencio, imaginándomela teniendo un orgasmo con mi polla en su coño, en la playa, en la piscina, en la soledad de la casa… en todos los lugares la imaginé para follarla.
Cuando acabó el verano y el curso volvió a empezar, deseaba que volviera la rutina de mis estudios con Cristina y mis polvos con su madre. Cristina me pedía que la ayudara a estudiar, pero ahora también estaría su novio, otro compañero de clase, así que los tres nos reuníamos para estudiar. Luisa no intentó tener relaciones conmigo en un mes y cuando pude hablar con ella, me quedé sorprendido.
– Juan. – me dijo una tarde antes de que llegara su hija y su novio del gimnasio – Desde ahora no podremos hacer lo que hicimos antes del verano. – me entristeció enterarme que no follaría con ella – Pero este verano he coincidido con Lola, la vecina que vive dos casa más abajo.
Siguió hablando y me comentó que esa tal Lola era una viuda de cincuenta y cinco años que llevaba muchos años sola. Las dos habían entrabado una gran amistad y hablando de una cosa y otra, Luisa le había confesado que se había acostado con un chico joven, compañero de clase de su hija. Lola se había puesto bastante caliente con la historia de Luisa y le había confesado que daría lo que fuera por tener una polla joven en su coño.
– Así que Juan, me ha propuesto que te dará 200 euros por echarle un polvo. – sonreía malévolamente – Y algo más si la dejas tan satisfecha cómo a mí. Piénsalo y me comentas cuando lo tengas decidido. Nunca te he dado mi teléfono, pero apunta…
Durante una semana estuve pensando en el tema. Me gustaba follar con Luisa, sobre todo por la excitación que me producía entrar en su casa y hacerlo a escondidas sin que nos pillara su hija o su marido, pero la prostitución, follar con mujeres mayores que pagaran… Eso sin duda significaba que tendría que hacerlo con lo que me tocara. Si Lola era una gorda a la que le oliera su coño a diablos, tendría que comérselo de todas maneras; o si le gustaba que al clavarle mi polla la besara, tendría que hacerlo sin reparos. Pero por otro lado, aquel dinero aliviaría mi carga sobre mi madre, ella trabajaba para mantenernos y yo era una carga grande con mis estudios. Así que acepté.
No entraré en detalles, pero diré que todos los fines de semana echaba polvos con mujeres amigas de Luisa, necesitadas de una buena polla y calientes. En poco tiempo tenía un buen dinero ahorrado y mi polla perfectamente engrasada durante los fines de semana.
Durante ese tiempo me fui aficionando a las mujeres maduras. Con las chicas de mi edad era casi imposible tener sexo, a ninguna le gustaba. Las amigas de Luisa no querían un “novio”, lo que ellas necesitaban era una polla joven, bien gorda que las llenara por completo. Y para eso tenía yo la herramienta apropiada.
Todo el curso lo pasé de esta manera. De lunes a viernes era estudiante en la universidad, y los fines de semana me prostituía con maduras calientes que no eran satisfechas por sus maridos. Luisa me ponía en contacto con ellas y poco a poco iba aumentando mi cartera de clientes. Afortunadamente la edad de las mujeres estaba entre los cuarenta y los sesenta años, mujeres con dinero que cuidaban bien sus cuerpos y que me ponían a cien cuando las iba a follar.
Durante ese tiempo, en casa observaba a mi madre. Yo era casi independiente y ella empezó a salir los fines de semana, cosa que me venía bien para tener mis negocios. Me gustaba observarla. Había cambiado su forma de vestir y se mostraba más sensual. Utilizaba escotes más amplios que realzaban sus generosas y preciosas tetas. Sus faldas ajustadas mostraban su pronunciadas caderas y aquellos pantalones que utilizaba mostraban el redondo y sensual culo que poseía. La veía feliz y seguro que tendría algún tío que se la estuviera ventilando los días que salía.
Cuando llegó el verano de nuevo, mis fuentes de ingreso descendieron radicalmente. Todas mis clientas se marcharon y sólo me quedó Raquel. Ella era una mujer de cuarenta y ocho años a la que follaba muy de vez en cuando, en todo el año le habría echado dos polvos como mucho. Estaba divorciada hacía menos de un año y su coño era demasiado caliente para no tener una polla. Raquel era adicta a mamar pollas. Pasaba horas lamiendo y tragando mi enorme polla, llevándome hasta el punto de querer correrme y haciendo que me aguantara. Cuando ya no podía más, se metía la polla en la boca y esperaba a que mi semen brotara para tragarlo todo, dejando mi polla totalmente limpia. Tenía un buen cuerpo, después de cada corrida en su boca, frotaba mi polla contra su coño hasta que volvía a estar erecta. Se la clavaba y para correrme, ella se ponía de rodillas y esperaba con la boca abierta a que le diera todo mi semen. Siempre era más o menos lo mismo y era la mujer a la que más tiempo le dedicaba, nunca se cansaba de mamarme, antes y después de correrme.
Además, de los pocos amigos que tenía desde que empecé con mi “trabajo”, Enrique quedó en la ciudad aquel verano. Así que el tiempo que tenía libre lo pasaba con él, hablando y saliendo por la ciudad. Así fue cómo me enteré que Enrique no conseguía tener relaciones con chicas. A él se le acercaban para follarlo, pero su gusto eran las mujeres maduras, con lo que había follado a chicas de nuestra edad, pero echaba en falta follar a madres calientes, como él decía. Llegó a confesarme que mi madre le ponía muy caliente y que si ella se lo propusiese, estaría dispuesto a darle lo que necesitara.
Unos días después, Raquel se puso en contacto conmigo para tener uno de esos días que a ella le gustaban. Y así, llegué a su casa a las ocho de la tarde de aquel verano. A mi madre le dije que estaría con unos amigos y que no me esperara. Raquel tenía una casa maravillosa y tenía una piscina climatizada en la que ya en invierno habíamos echado algún polvo. Ahora en verano era el mejor lugar para estar, y nada más llegar, pedimos la cena, nos desnudamos y nos fuimos a la piscina.
Me senté en el filo de la piscina y ella llegó a mí nadando, abrió mis piernas y comenzó con su boca a jugar con mi polla.
– Raquel. – le dije acariciando su pelo mientras mi polla semierecta se perdía dentro de su boca – Tengo un amigo… – le conté la historia de Enrique y ella me miraba sin dejar de chupar – He pensado, si no te parece mal, que podríamos hacer un trío con él y así siempre podrás tener una polla en tu boca… ¿Qué te parece?
No dijo nada. Salió del agua y me ofreció su mano para que la siguiera. Caminamos hasta una de las tumbonas y podía ver sus nalgas rebotar con cada paso que daba. Me tumbó y mi polla quedó erecta, esperándola. Ella abrió sus piernas y se colocó sobre mí, su coño sobre mi polla. Su mano dirigió mi redondo glande hasta la entrada de su vagina y se sentó hasta que mi polla estuvo completamente dentro de ella.
– Juan, cariño. – me dijo mientras se agitaba suavemente para que mi polla la penetrara – Sabes que la única polla que necesito es la tuya… – se clavó la polla por completo y sentía su vagina completamente llena – Qué traigas otro chico a follarme no me hará más feliz.
– Eso no lo sabía. – agarré sus pezones con los dedos y jugué con ellos mientras escuchaba los ronroneos de Raquel – Sólo quería proponerte algo nuevo, por si te gustaba. – me incorporé un poco y empecé a mamar sus tetas.
– Cariño, uf. – se estremeció cuando agarré sus caderas y empujé mi polla fuerte para penetrarla profundamente – Yo también quería proponerte algo, tal vez podamos solucionar los dos temas. – me tumbé y ella agitó las caderas de forma que mi polla se agitaba en su interior mientras la tenía totalmente dentro.
No siguió hablando, se agitó con más fuerza hasta que consiguió un primer orgasmo. Cayó sobre mí con mi polla aun incrustada en su mojada vagina. Me agité suavemente para que siguiera disfrutando de aquel orgasmo. Me besó con pasión.
– Juan, yo también tengo una amiga que necesita una polla joven. – mis manos masajeaban sus redondos glúteos – Había pensado en proponerte hacer un trío con ella, que nos follaras a las dos. ¡Tienes polla para varias mujeres a la vez! – me volvió a besar con pasión – Pero si tu traes a tu amigo, no tendré que compartir tu polla con otra. – empezó de nuevo a moverse, empezó a follarme.
– Si sigues así, conseguirás que me corra. – agarré sus caderas y su coño parecía que se comía mi polla – Me voy a correr…
– ¡Sí cariño, sí, eso es lo que quiero! – no dejaba de moverse y agarré sus caderas para clavarle mi polla rápidamente – ¡Sí, sí, dame tu semen, llena mi coño!
No tardé mucho en clavarle la polla por completo y soltar mi semen dentro de ella. Raquel se agitaba y gemía con cada chorro de leche que le lanzaba. Siempre la había querido en su boca, pero ese día la quería en su vagina. La complací y al momento quedó derrumbada sobre mí, con su coño palpitando y mi polla menguando mientras soltaba las últimas gotas de mi semen.
Dos semanas después iba a ser la noche en que follaríamos en parejas, yo y Raquel con mi amigo y la amiga de ella. Cuando me encontré con Enrique, le tuve que confesar lo que hacía las noches de los fines de semana. Cuando se enteró, se moría de ganas de probar eso, de quedar con una madura caliente y follarla, más cuando lo hacía por dinero. Así que a Enrique no fue difícil de convencer que de folláramos a dos maduras juntos, los cuatro a la vez.
Y cuando llegué a casa, me encontré con mi madre. Ella siempre estaba sola, hacía mucho tiempo que no la veía con ningún novio o amigo cariñoso que le diera lo que las mujeres necesitan. ¿Estaría dispuesta a follar con mi amigo Enrique? Tal vez, si salía bien el que Enrique y yo folláramos a Raquel y su amiga, podría proponerle a Raquel que pudiéramos convencer a mi madre para que se uniera a nosotros… o por lo menos que se desahogara con Enrique, si es que ella lo necesitaba. Pero cómo entrar en ese tipo de conversación con una madre. Bueno, primero veré si sale bien los cuatro follando juntos y después veré si la pervertida de Raquel tiene alguna forma de unir a mi madre y Enrique.
Todo estaba acordado. Nos veríamos en casa de Raquel el sábado por la noche. Aquel día me marché pronto a para estar con Enrique y después, a la hora acordada, ir a buscar a nuestras maduras. Mi madre también tenía planes para esa noche, había quedado con no sé que amiga e irían por la ciudad a tomar unas copas.
A la hora acordada, llegamos Enrique y yo. Raquel nos recibió con una bata. Los presenté y después no llevó hasta su habitación. No hizo esperar unos minutos hasta que entró en la habitación con su amiga.
– Es la primera vez que esta mujer va a tener sexo con un joven. – dijo Raquel que vestía un corpiño que le dejaba sus tetas al aire con un porta liga que sujetaba unas medias que le estilizaban sus maduras piernas, su coño cubierto con unas minúsculas bragas que se perdían entre los cachetes de su culo – Esta es mi amiga y quiero que primero experimente la sensación de una polla joven sin verla. – traía del brazo a una mujer que me pareció bastante sensual. También vestía un corpiño con sus buenas tetas al aire y todas las demás prendas, además traía una mascara que sólo le dejaba la boca libre, no pudiendo ver nada – ¡Arrodíllate! – ordenó a la nueva mujer – Chicos, he de confesaros que ella se excita pensando que lo hace con su hijo, así que esta noche os convertiréis en sus hijos y la tenéis que llamar mamá ¿vale? – los dos asentimos con la cabeza. – Vamos, denudaos y acercar vuestras pollas para que podamos saborearlas.
Obedecimos y al momento estábamos delante de ellas. Enrique estaba ya bien empalmado. Antes de estar allí, me había confesado que se había hecho dos pajas excitado por lo que pudiera ocurrir. La visión de las dos maduras lo volvía a poner erecto. Mi polla no tardó en crecer cuando Raquel agarró mi polla y le dio un buen mamaso, después agarró la de Enrique y también le dio un repaso.
– Abre la boca. – le dijo Raquel a la nueva que obedeció sin poder ver nada y Raquel agarró la polla de Enrique y la acercó – Mama. – volvió a ordenar.
La cara de mi amigo se iluminó al sentir la caliente boca de aquella madura. Raquel agarró mi polla y empezó a mamar. Era increíble ver aquella imagen. Las dos calientes maduras de rodillas con nuestras pollas dentro de sus bocas. Raquel soltó mi polla y empujó a Enrique para que sacara su polla de la otra mujer. Con un “cambio”, Raquel hizo que aquella mujer se empezara a tragar mi polla y ella tragó a Enrique. Sólo escuchábamos los chasquidos y ruidos que hacían ellas mientras nos mamaban las pollas, pero ver sus hermosas y redondas tetas agitarse al ritmo de la mamada era impresionante.
Entonces Raquel paró y me separó de la otra mujer. La colocó de lado en la gran cama que había en su habitación y nos fue colocando en círculo, de forma que aquella mujer mamaba la polla de Enrique, mientras éste apartó las bragas de Raquel para comerle el coño. Raquel a su vez se deleitaba tragando mi polla mientras yo aparté las bragas del maravilloso coño de la otra mujer y empezaba a lamerlo de arriba abajo.
Mientras Raquel se tragaba mi polla con ganas, gimiendo por las caricias de la lengua de Enrique en su coño, yo separé los labios vaginales de aquella nueva mujer y me dediqué a lamer toda aquella empapada raja, desde la entrada de su vagina hasta su erecto y gran clítoris. No sé cuánto tiempo llevaba aquella mujer sin follar, pero en menos de un minuto empezó a gemir al tener su primer orgasmo, lanzando chorros de líquido por su excitada vagina. Aquello era algo que nunca me había atraído en el sexo, pero aquella mujer tenía un sabor y me producía una excitación extraña que me hacía seguir comiendo su coño mientras lanzaba aquellos líquidos producidos por el gran orgasmo que estaba sintiendo.
Al sentir el orgasmo, ella sacó la polla de mi amigo de su boca para gritar de placer, y su mano la agitó mientras mi lengua le hacía correrse sin remedio. Enrique no pudo aguantar. Un apagado “me corro” salió de su boca y empezó a lanzar semen. El primer chorro saltó hasta la cara de la mujer, pero el resto cayó dentro de la boca pues se apresuró a tragarse aquella polla para recoger el preciado semen mientras su coño lanzaba flujos de placer.
– ¡Necesito qué me follen! – suplicó aquella mujer y me apresuré a levantarme.
– ¡Vamos cariño, fóllatela mientras yo cuido de la polla de tu amigo! – me jaleó Raquel.
Me levanté y coloqué a aquella mujer a cuatro patas, al filo de la cama. Observé su redondo culo. Le quité las bragas y agarré mi polla para pasarla por la raja de su coño. Raque colocó a Enrique delante de la otra y comenzó a mamar su polla para que volviera a la vida. Separé los cachetes del culo de aquella mujer y dirigí mi grueso glande a la entrada de su depilado coño. Mi glande iba entrando y separando los labios vaginales. Poco a poco entraba en ella y su vagina se dilataba para amoldarse a mi gruesa polla. De un último empujón la clavé por completo en su coño, empecé a penetrarla poco a poco mientras sus gemidos me agradecían que la follara.
– ¡Marta, quítate la máscara y te presentaré a tus amantes! – ella le obedeció y delante de sus ojos estaba Raquel mamando la polla de mi amigo – ¡Este es Enrique! – yo no dejaba de mirar el redondo y hermoso culo de aquella mujer, cómo mi polla entraba y salía de su coño – ¡Quién te folla es su amigo Juan, mi amante!
Miré a mi amigo y su cara estaba descompuesta por el terror. El cuerpo de aquella mujer se tensó mientras yo aún le clavaba mi polla con ganas en aquel coño. Ella miró atrás con un grito y se apartó de mí.
– ¡No puede ser! – gritó y la reconocí al momento – ¡He follado con mi hijo!
– ¡Mamá! – dije al reconocerla mientras ella intentaba ocultar su cuerpo de nuestra vista.