Su padre abusa de mi y su hijo me trata como puta

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Me he despertado casi sudando. Hace calor. No sé qué hora debe ser. Tampoco me importa. Me siento muy bien. Sin cansancio ni remordimientos. Por fin ha pasado lo que llevaba tanto tiempo deseando.

Giro la cabeza y la veo dormida a mi lado, boca arriba. ¡Está espectacular! Sus pies menudos, con las uñas de sus dedos bien coloreadas de un esmalte rojo pasión. Esas piernas me parecen casi perfectas, tan suaves, una de ellas ligeramente flexionada permite disfrutar de la visión de su sexo. Se aprecian los churretones de semen reseco que recorren la parte interna de sus muslos, desde su sexo hasta las rodillas, más o menos. Se aprecian muy bien sus partes íntimas en todo su esplendor: su pubis con su mata de pelo moreno claramente manchado de saliva y semen y sus labios vaginales, enrojecidos e hinchados por la frenética actividad sexual vivida la noche anterior. Su abdomen, casi casi plano a mi entender, es igualmente testigo de dicha actividad: hay restos de esperma en su ombligo. Una de sus pequeñas manitas, con sus deditos acabados por unas uñas perfectas, esmaltadas del mismo rojo pasión de las de sus pies; parece sujetar uno de sus pechos. Esos pechos, turgentes, redondos, de locura, están enrojecidos. No recuerdo las veces que llegué a darles placer. Los pezones se han relajado, no muestran la insolencia con la que llegaron a apuntarme unas horas antes. No distingo muestras de molestias causadas por los constantes mordiscos que llegué a propinarle. De su cuello no sé qué decir. Una punzada de dolor me recorre el estómago: ¿cómo lo hará mañana para disimular en el trabajo las evidentes señales de mordiscos y chupetones? Menos mal que su larga cabellera tapará una buena parte de ellos. Sus negros cabellos están un poco enmarañados y apelmazados en muchas partes, por toda la leche que llegó a recibir en la boca y en la cara. Esa cara preciosa; esos ojos verdosos ahora cerrados, vencidos por el cansancio supongo; esas sonrosadas mejillas con señales blanquecinas también y esos labios carnosos, rojos, aunque hayan perdido el carmín que tanto me provocó en la noche anterior. Esos labios que tan bien supieron trabajar mi sexo, una vez tras otra, hasta que ya no pudieron más. Me imagino ahora, porque no lo veo, cómo estará su parte trasera, con sus glúteos enrojecidos por las numerosas cachetadas que recibió y su orificio anal, abierto al tamaño del miembro viril que lo había desvirgado.

¡La deseo! ¡Siempre la he deseado! y ahora, por fin, ha sido mía.

Me llamó Adrián, pero todo el mundo me llama Adri. Tengo 19 años y vivo en una gran ciudad, con mi mamá que tiene ahora los 35 años y está en su plenitud. Ella siempre se ha ocupado de mí. Cuando tenía 16 añitos la dejaron preñada. Con poco tiempo más me dio a luz y no había cumplido los 18 cuando se marchó del pueblo donde nació. Nunca ha querido hablarme de esos tiempos. Yo sí que sé, que de pequeño pasaba mucho tiempo en las guarderías, en las extraescolares y en los campamentos de verano. Gracias a eso, y a sus ganas de rebelarse contra el mundo, consiguió una buena posición en una empresa muy conocida. Yo ya era más mayorcito y ella aún bastante joven. A partir de entonces no recuerdo que tuviera tiempo libre y no lo pasara conmigo: como para compensarme de todo el que no me había podido dedicar. Lástima que yo, entonces, comenzara a darle algún que otro problema.

Os voy a explicar un poco como soy yo. No alcanzo el metro ochenta y peso unos ochenta kilos. No tengo un cuerpo escultural. Voy al gym sólo para acompañar a los colegas. Soy blanquito de piel; poco velludo, pubis arreglado y una delgadita línea hasta el ombligo; un poco pecoso y pelirrojo. Sé que hay mucha gente que no le van los pelirrojos, pero otros que sí y yo soy así. Supongo que quien sea mi padre igual lo es también.

Mi mamá me gusta desde pequeñito. Quizás es complejo de Edipo, pero la verdad es que siempre me pareció que estaba bien buena. En la adolescencia ya empecé a espiar el cajón de su ropa interior e incluso llegué a masturbarme con sus braguitas usadas después de sacarlas del cesto de la ropa sucia. Mi primera experiencia sexual la tuve en el instituto. Había una chica que me gustaba mucho entonces. Se llamaba Andrea. ¡Qué buena que estaba la tía! Yo sabía que también le gustaba así que un día nos escapamos de la clase de gimnasia en el patio y nos fuimos al cuarto del gimnasio donde se guardaban las colchonetas. Estaba muy rica con su pantaloncito corto, su camisetita. La saqué la camiseta y el sujetador y me tiré como un lobo a chuparla las tetitas. No las tenía muy grandes, pero eran mis primeros pechos. ¡Cómo los gocé! Mientras la mordía los pezones, ella me sacó el pene del pantalón de deporte y empezó a pajearme. Me volvía loco. La pedí que me la chupara y no se hizo de rogar la niña. Se la metió en la boca y comenzó a saborearla, lamiéndome el glande y todo el tronco. La sujeté la cabeza y comencé a follarla, como había visto que hacían en los videos porno. Andrea babeaba y yo no me pude contener. Me corrí en su boca. Podéis imaginar la corrida de un tío de quince años. Le salía por todas partes. Casi se ahoga, pero cuando la saqué la picha de la boca, aun goteando esperma, la tía me miró con una cara de vicio, como no le he visto a nadie. Mi erección no había disminuido, pese a la eyaculación, y mis ganas de catar el coñito de Andrea tampoco. La tumbé en una colchoneta, la saqué el pantaloncito y las braguitas blancas, ¡que cachondo me ponen las braguitas blanquitas de algodón!, y empecé a comerla el chochito. ¡Qué rico tenía el conejito! Todo baboso de los flujos que expulsaba la tía. La pasé la lengua por toda la vuelva, ella gemía, me atreví a morderle lo que me pareció que era el clítoris, y la tía dio un grito tremendo de dolor, me soltó una hostia y volvió a empujar mi cabeza contra su vulva. No sé cómo lo hice, pero Andrea acabó corriéndose en mi boca. Me llenó de caldos, que rico lo recuerdo. Aproveché que estaba espatarrada para colocarme un condón que llevaba en el bolsillo del pantalón de deporte. Una vez enfundado mi miembro en el látex, apunté al agujerito de Andrea y empujando, poco a poco, la penetré hasta introducir la totalidad de mi pene en su vagina. No lo he dicho, pero mi miembro alcanza erecto los dieciocho centímetros, por lo que creo no estar mal dotado. Empecé a bombearla y ella a gozarlo. No la voy a juzgar, pero estaba claro que sabía lo que hacía. Apretaba sus piernas sobre mi trasero buscando una penetración más profunda. Yo, como novato, hacía lo que podía. Sus gemidos iban in crescendo, al igual que las ganas de vaciar mis testículos en el coño de aquella niña: bueno en el condón claro. Al final, acabamos corriéndonos casi a la misma vez, yo soplando y ella dando un grito que aún resuena en mi cabeza, (es normal también, porque era la primera vez que conseguía hacer que se corriera una hembra con mi polla dentro). También resuena en mi cabeza el grito de la profesora que nos pilló en pleno orgasmo. Acabamos los dos en el despacho del director. Mi mamá tuvo que venir a recogerme al centro y estuve castigado sin poder ir a clase por dos semanas.

Mami no me riñó, pero me echó el sermón padre. Al acabar, me dio un beso y un abrazo muy grande. Debió ser producto de la enorme calentura que aún conservaba después de la sesión de sexo con Andrea, pero aquella fue la primera vez que sentí deseos de besar a mi mamá.

A partir de entonces, las ganas de besarla dieron paso a las ganas de acariciar sus atributos sexuales, de jugar con ella, de proporcionarla placer y, finalmente, de follármela. Pasaba el tiempo y yo cada vez deseaba más a mamá. Tenía que pensar en algo. Tener una estrategia. Elaborar un plan. Todo, por poseerla y que fuera mía.

Comencé por algo sencillo. Siempre nos sentábamos en los dos sofás del salón para ver la televisión. Eran los primeros días de junio y ya comenzaba a hacer calor. Yo me tumbaba, sólo en calzoncillos, y procuraba buscar la pose que más marcara mi paquete. Ya me ocupaba yo previamente de tener la picha morcillona, cascándomela un poco.

Mamá se dio cuenta rápidamente. Yo veía como me miraba, pues se reflejaba en la pantalla del televisor. La pillé mirando descaradamente.

-¿Pasa algo, mami?

­- Nada pues hijo. Acabo de recordar una cosa solamente

– Y fue buena o mala

– Buena hijo, buena.

Al día siguiente, pequeño cambio de estrategia. Esta vez, me saqué los calzoncillos y me coloqué unas calzonas de futbol, un poco anchas. Busqué la posición en que mi madre pudiera ver como afloraba parte de mi verga. Ella no perdía detalle. La película que veíamos tenía alguna que otra escena erótica, cosa que mi pene aprovechaba para ponerse duro u asomar aún más.

Cuando acabó la película mami me dijo.

-Parece que te gustó la película hijo

-Bueno, nada del otro mundo mamá

-No es eso lo que he visto, por lo que salía de dentro de tu pantalón, cariño.

-Oh. Mamá, perdona, igual fueron algunas escenas excitantes.

– ¡Anda gamberro! Que tienes la misma pija que tu padre.

– ¡Mami!, ¿Que estás diciendo?

-Lo sé cariño, nunca te hablo de tu papá, pero no he podido evitarlo. Era un hombre bien dotado, fuerte, varonil. Tú te le pareces.

Aproveché la ocasión para preguntarla cosas de mi papa y de rebote para ver si podía calentarla.

– ¿Fue tu primer hombre, mami?

– El primer hombre con el que deseaba fornicar cariño.

– ¿Lo habías hecho antes, pues, mamá? ¿Con quién fue tu primera vez, dime?

– Eres un descarado Adrián.

– Mami, tú sabes de mí las cosas. Sabes que Andrea fue mi primera experiencia, mi primera hembra. Me lo debes.

– Cariño, pero a lo mejor no me gusta explicarte porque puede ser muy fuerte lo que te diga.

– Lo que tú digas siempre me parecerá bien Mami.

– Muy bien cielo. Si así lo quieres. Y empezó a relatar. Fue tu abuelito quien me desfloró. Yo tenía unos trece añitos. Hacía poco que había empezado a menstruar. Una noche se metió en mi alcoba, se sacó la camisa, los pantalones y los calzoncillos. La imagen de mi padre desnudo delante de mí, con aquella cara de lujuria, no se me olvidará nunca. Me puse a temblar. Me sacó el camisón y las braguitas. Me tumbó en la cama. Yo estaba muda. No sabía qué hacer. Estaba aterrorizada. Separó mis piernas y empezó a acariciar mi sexo con un dedo. Yo no mojaba por el miedo que sentía. Escupió en el dedo y me lo frotó. Luego se agarró el miembro. Yo lo vi enorme, pero he de decir que era más pequeño que el de tu papá. Era muy oscuro, y lo tenía muy duro, apuntando hacia el techo. Se descapulló, escupió sobre su glande y apuntó a mi orificio vaginal y fue introduciéndomelo poco a poco. Parecía que ya no quería entrar más y el pene de tu abuelo aún estaba unos centímetros fuera. Entonces dio un empujón y me penetró hasta el final. Sentí mucho dolor. Él empezó a trajinarme. Me bombeó como un minuto, no más, y luego sentí algo caliente en mis entrañas: era su esperma inundando mi útero. El cabrón se había corrido dentro de su propia hija, sin importarle si me dejaba embarazada o no. Se levantó. De su picha goteaba leche y algo de sangre producto de mi desvirgamiento. Cogí mi ropa y salí corriendo, llorando, en busca de mi mamá. Cuando me vio llegar, ella me dijo que dejara de lloriquear, me limpiara bien, lavando mi vagina y me fuera a dormir. Desde ese día los odié a los dos.

Aquello se había puesto mal. Mi mamá ya había vivido una relación incestuosa, y no la gozó precisamente. Eso suponía un nuevo reto para mí.

-¡Mami eso es terrible! ¡Como lo pudiste soportar! Yo nunca le haría eso a mi pequeña.

Le dije a mi Mamá. Fui corriendo a abrazarla porque las lágrimas brotaban de sus ojos. La estreché contra mí y empecé a besarla las mejillas recogiendo sus lágrimas con mis labios. Aquello excitó a mi Mamá porque se le pararon los pezones. Los noté muy duros contra mi pecho desnudo, porque ella no llevaba sujetador. Mi pene reaccionó también, se puso tieso y se apretó desnudo contra la piel de mi Mamá. Tuve ganas de acariciar su sexo, pero sólo la rocé por encima de su pantaloncito.

Mamá se separó y me dijo que estaba cansada. Había sido un día duro y el recuerdo de lo sucedido con mi abuelo, la había agotado. Me ofrecí a hacerla un masaje, pero ella no lo creyó necesario.

Me fui a la cama con una calentura de narices. Me tumbé en la cama, me saqué las calzonas y empecé a hacerme una paja. Tenía la polla tiesa y dura. Cuando descapullé mi glande chorreó el precum por todo el tronco. Mi mano se restregaba de maravilla por mi pene mojado. Imaginé a mamá abierta de piernas en la cama, y yo delante de ella, completamente desnudo, arrancándole las braguitas blancas para ensartarla con mi polla. ¡Que corridón!. Me corrí a borbotones manchando todo mi cuerpo. Los chorros de semen me llegaron hasta la cara y el pelo. Cogí los calzoncillos que había llevado esa tarde y me limpié con ellos todo el semen que había caído en mi abdomen. Cuidé de empaparlos bien y dejarlos de forma que mi Mami viera lo cachondo que había puesto a su hijito. Además, las sábanas también estaban manchadas. Era imposible no verlo. ¿Cuál sería su reacción?

Por la mañana estaba en el cuarto de baño, cuando la vi entrar en mi habitación. Me puse a observarla disimuladamente. Miró las sábanas y recogió los calzoncillos sucios de la mesita de noche. Se sentó en las sábanas e hizo algo que no me esperaba: se puso a olerlos y hasta me pareció que sacaba la lengua para pasarla por la zona húmeda, pero eso quizás fueron alucinaciones mías producto de las ganas que tenía de emputecer a mi Mamá. Pero ella, no me hizo ni la más mínima mención.

Por la tarde quedamos los colegas para tomar unas cervezas. Al final nos quedamos Ruben y yo solitos. Ruben es buen tío, pero un poco loco. Vive con su madre y su hermana. Sus padres están separados. Nos fuimos al parque que hay entre nuestros bloques y nos hicimos un porrete. Le di unas caladas solo porque no quería colocarme. La marihuana me afecta mucho y yo quería seguir calentando a mi Mamá esa noche. Rubén se lo fumó casi entero. Se le soltó la lengua y empezamos a hablar de tías a las que nos gustaría tirarnos. Que si una, que si otra. En fin. De repente Rubén se puso serio y me dijo que tenía que confesarme una cosa que le había ocurrido hacía unos cuantos fines de semana:

– Tío estoy todo loco. No paro de darle vueltas a la cabeza.

– ¿Qué es eso que te está rallando?

– ¡Me he follado a mi madre!

– ¡Qué dices zumbao!

– No te miento. El sábado pasado cuando llegué a casa, que iba pedo total, me la encontré dormida en pelotas en el sofá, con las bragas en el suelo. Me puse malísimo tío. En ese momento no la veía como mi madre, la veía como una buena hembra, una zorra que parecía estar necesitada de polla, porque me la quedé mirando ahí, ya sabes, en la vagina, y la tenía empapada. Me dio la impresión de que mi madre se había estado masturbando en el sofá. Borracho como iba, no se me ocurrió otra cosa que amorrarme al chochito de mi madre y la sorpresa fue que ella, en vez de rechazarme y montarme el pollo padre, se espatarró aún más y agarrándome la cabeza se folló el coño con mi lengua hasta que se corrió, llenándome la cara de flujo. Luego me sacó los pantalones y los calzoncillos. Yo ya tenía la polla al palo. La penetré sí, pero fue ella la que me cabalgó. ¡Y como me cabalgó! No te miento si te digo que echamos lo menos cuatro polvos. Me dejó seco.

– Perdona tío, pero es que tu madre tiene pinta de ser muy viciosa y si nadie le da caña… ¿Te corriste en el coño o lo hiciste con condón?

– A pelo tío y también me la chupó y me corrí en su boca. ¡Qué gozada meterle la polla y llenarle el chocho de semen! Imagínate, inseminarla donde yo había sido inseminado. Uf, aunque espero no haberla dejado preñada.

– ¿Y luego que te dijo?

– Pues, ¡joder!, que menudo polvazo le había pegado, que me quería y todo eso

– ¿Y tú que le respondiste?

– Pues que yo también le tenía ganas, que me pone muy cachondo y que está muy buena.

– Vaya tela, niño. Repetirás?

– No sé tío, ¡si ella quiere! Te puedo decir una cosa. Hice el gesto de asentimiento. Tu mamá sí que está buena. Si yo fuera tú, intentaría tirármela.

Me había leído el pensamiento. Eso era lo que yo quería, pero de momento la cosa no iba bien.

Llegué a casa. Saqué el preservativo que siempre llevo en el bolsillo del pantalón, me lo enfundé en la pija y me pajeé hasta eyacular, llenándolo de semen. Al sacármelo, le hice un nudo para no desperdiciar ni gota de semen y me lo guardé.

Cuando ella, mi Mamá, llegó de trabajar se extrañó de verme tan temprano en casa. Le dije que no me había gustado el rollo de los colegas. Se fue a la ducha y aproveché para colocar el condón repleto de semen, bajo su cama, pero a la vista. Nada más salir lo debió ver y me llamó para pedirme explicaciones. Estaba medio desnuda, cubierta sólo con una toalla que cubría desde la mitad de sus pechos hasta poco más debajo de su zona íntima. Sujetaba el preservativo a la altura de su cara. Se lo arrebaté con fingida vergüenza y, dejándolo caer como por error, me agaché para intentar poder ver las intimidades de mi Mamá.

-Adrián, soy consciente que eres un hombretón, y a decir verdad muy macho. No me importa que te masturbes en casa, e incluso que traigas chicas para hacer el amor con ellas aquí. Pero no seas guarro cariño. Si manchas los calzoncillos, llévatelos al cesto de la ropa sucia y si usas condones, tíralos a la basura después de usar.

– ¡Perdona Mami! Tienes toda la razón del mundo. ¡Eres tan buena! Siempre dándome buenos consejos.

Aproveché para ir a darla un abrazo y arrimarla mi polla para que se diera cuenta lo cachondo que me tenía.

-¡Anda guarrete! Que eres muy zalamero cuando quieres. Por cierto, ¿has podido ver bien mis partes íntimas? ¿Quieres que me quite la toalla? Así no tendrás que disimular, que vaya días llevas

-¡Mamá! Me acerqué a darle un beso y le susurré al oído muy dulcemente. Nada me gustaría más que verte desnuda.

-Si ya digo yo que eres un guarro. ¡Anda! Ve a prepararme algo de cena que estoy muy cansada.

Salí de la habitación, frustrado sí, pero pensando que había logrado un pequeño triunfo. Su respuesta a mis provocaciones no había sido del todo negativa.

El fin de semana siguiente preparé una nueva provocación. Como ella me había dado permiso, decidí llevarme a casa a una chica. Ya tenía a la elegida. Una rubita muy mona de cara, rellenita, con buenos pechos y buen culo. Yo sabía que me venía detrás y he de reconocer que a mí también me daba mucho morbo. Ana, que así se llama, no lo dudó ni un momento. Salimos al cine, nos comimos la boca durante toda la película, luego fuimos a tomar algo. Hablamos de cosas picantes y cuando calculé el tiempo necesario para que mi mamá nos pillara en plena faena cuando volviera de trabajar, me la llevé a casa. Nada más entrar, nos despelotamos en el salón, dejando los pantalones, los calzoncillos, sus bragas y su sujetador a la vista de quien entrara en casa. Me la llevé a la cama de mi mamá y allí empecé a follármela. Al poco, llegó mi Mamá. Yo sabía que ella es muy sigilosa. Entró sin hacer ruido. En ese momento Ana estaba comiéndome la polla, de espaldas a la puerta del dormitorio. Apareció mi mamá, llevando en su mano mis calzoncillos y las bragas de la chica. Al verme, se quedó quieta y reculó para atrás, pero yo sabía que nos estaba viendo. Detuve la mamada de Ana para comerle yo el coñito a ella. Se volvía loca, gemía bastante la tía, algo que no me imaginaba de ella pues era muy calladita, pero intentaba reprimirlos poniéndose la mano en la boca. Noté como se corrió en mi boca, los movimientos de su pelvis y sus caldos la delataron. En ese momento me incorporé con intención de penetrarla, pero la vista se me fui a la puerta y allí estaba mi mamá, con el jeans desabrochado y la cremallera abajo y su manita metida dentro de las braguitas. Era indudable que se estaba masturbando con la escena. Tenía el preservativo preparado, pero me recreé en la colocación para que mami pudiera ver mi verga en pleno esplendor. Luego comencé la faena con Ana. La bombeé tan fuerte como pude, quería reventarla, quería que Mami viera lo macho que era su hijito y lo que se estaba perdiendo. Ana gemía y se tapaba la boca y mi mamá también. Mami fue la primera en orgasmear. Lo vi. Con su mano derecha sujetaba mis calzoncillos, olisqueándolos de tanto en tanto, y su mano izquierda debía masajear su clítoris pues parecía moverse en círculos. Cuando se corrió se metió mi slip en la boca para silenciar su grito. Justo en ese momento, Ana me gritó: Adri me corro, ya no puedo más y acabó: Gemido ahogado y desplome en la cama. Pero quedaba yo. La levanté y sentándola en la cama, me saqué el condón, me meneé la polla un poco y le solté toda la corrida en la cara: la dejé toda la cara llena de esperma, con todo el semen resbalando por su preciosa cara. Mamá lo había visto todo. Después de correrse, siguió en la puerta observando.

-Voy a buscarte una toalla, le dije a Ana que no podía abrir los ojos de llena que tenía la cara de leche.

En el pasillo me encontré a mami, totalmente desnudo yo y ella aún desmadejada por su orgasmo, la abracé y le susurré al oído:

-¿Te ha gustado como me la follaba y como me he corrido en su cara? ¿Te gustaría que te la dejara a ti igual de llena de lefa?. Cuando tú quieras lo hago contigo, y sacando la lengua, le chupé el lóbulo de su oreja.

Volví con la toalla para Ana, nos adecentamos, todo ello sin que la chica se apercibiera de que estaba mi Mamá en casa y luego la acompañé a su casa, que no estaba lejos de la mía.

A la vuelta, Mami me estaba esperando para cenar. Cenamos en silencio. En el postre fui a decir algo, porque aquello era insoportable.

– ¡Mami!

– ¡Calla Adrián! Escúchame tu a mí. Esta tarde he tenido uno de los mejores orgasmos de mi vida. Lo reconozco. Tengo sexo de forma muy esporádica, tú lo sabes. Cuando os he visto en la cama a los dos me he excitado mucho. La chica es preciosa y tú eres espectacular, no porque seas mi niño, que también. Te he de decir que me han dado ganas de echarla a patadas y haberme quedado yo en su lugar. Te lo juro. Estoy deseando que me folles. No puedo negarlo. Llevas poniéndome cachonda muchos días y, al final, lo has conseguido.

-Mami, yo sólo quiero hacerte feliz. Te lo mereces. Además de ser mi madre eres una hembra impresionante y no puedo dejar de verte como tal. Me has dado todo y yo también quiero dártelo todo a ti y eso incluye el proporcionarte todo el placer que te mereces y del que tanto te han privado.

– ¡Claro que sí cariño! Seguro que me harás muy feliz. ¡Ya verás! Pero hoy no, por favor. Ya hemos tenido bastante sexo por hoy. Yo te diré cuándo.

-Lo de esta noche no va a ser nada cuando esté contigo mami. No te arrepentirás mami. ¡Te lo voy a dar todo!

-Anda Adrián. No seas tan guarro. Ahora a descansar

Me abrazó fuerte, me besó con cariño maternal y así acabó la noche.

Durante el resto de la semana, apenas nos vimos. Mamá vino tarde casi todos los días. Sé que fue de compras y al salón de belleza. Estuvo preparándose para la gran sorpresa que me tenía preparada.

Ayer por la tarde, cuando iba a prepararme para salir con los colegas, mamá se acercó a mi oído y me susurró:

-Hoy te estaré esperando para cenar y aprovechó la proximidad para lamer mi oreja y echar mano de mi paquete.

-Vendré pronto Mami, no te quepa duda.

Cuando volví, mi mamá me estaba esperando. Tenía la mesa preparada para cenar, con una botella de vino, algo muy raro ya que ella no bebe casi nunca. Su atuendo, se limitaba a una mini capa semitransparente, sujeta al cuello por un lacito, que apenas tapaba más allá de debajo de sus preciosos pechos, que pese a ello eran bien visibles y que quedaban al aire en cuanto movía los brazos; un collarcito de cuentas que le llegaba hasta el ombligo y una tanga, del mismo color que la capa, que apenas cubría la hermosa pelambrera de su hermoso pubis.

Desabrochó mi camisa y mi pantalón, me sacó los tenis y me dejó sólo en gayumbos. Después buscó mi boca con su lengua. No encontró resistencia. Le comí la boca con ganas, con una mezcla de ganas de hembra y de amor filial.

-Vamos a cenar, hijo. Va a ser una noche especial y muy larga. Tenemos que estar preparados. Quiero que me folles de todas las maneras que sepas, por todos mis agujeros.

-Lo que tú digas mami. Ésta será nuestra noche.

-Quiero dejar de ser tu mamá por esta noche y que me conviertas en la putita que a ti te gustaría llevarte a la cama y hacerle todo lo que te apetezca hacerle.

-¿Sexo anal también, Mami?

-Mira hijo, nadie mejor que tú para desvirgarme el culo. Espero que seas cuidadoso, pues será mi primera vez.

-Lo recordaremos siempre Mami.

Ahí empezó nuestra particular bacanal, que espero poder relatarles.

Dependerá de las ganas que tengan ustedes y de lo que opinen aquellas personas que hayan tenido a bien leerlo, lo cual les agradezco de corazón, ya que soy consciente de que hay muchos relatos en la categoría y todos ellos muy buenos y el mío, si no gusta, para qué continuar.