Susy es una dulce ama de casa que se deja follar por su jefe, le gustan mucho las sorpresas y vive la vida como si todos los días fuera el ultimo

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Las cosas no siempre salen como uno quiere y a veces cuando menos lo esperas, se dan como las deseas, o incluso se dan de mejor manera, y entonces ya no sabes qué era lo mejor que sucediera…

El fin de semana pasó rápido. Salir a desayunar y a comer con Carlos la distrajo bastante de sus recuerdos y experiencias ardientes. El lunes se vino con todo el peso de la resaca dominical. Sin muchas ganas se ciñó un pantalón blanco, de mezclilla. Debajo una tanga de hilo dental del mismo color que se disimulaba perfectamente; le chocaba usar calzones que le “partieran” las nalgas en cuatro. Se vistió una blusa color café de cuello V, se puso un cinturón delgado que acentuaba aún más la delicada y fina cintura que poseía. De repente dentro de su cabeza había una especie de remordimiento por todo lo que pasaba alrededor de su vida, sin embargo, siempre terminaba por darse cuenta que le era muy difícil luchar contra los ardientes deseos que la hacían presa y la consumían, literalmente, en un fuego intenso que la hacían desear sentirse poseída por algún joven, a veces tan fuertes eran los deseos que deseaba sentirse amada en ese mismo instante y en ese mismo lugar; solo pensar en ellos o recordar algún encuentro en particular la hacían humedecerse intensamente, era en vano luchar contra eso. Salió de su casa y se dirigió a tomar un taxi que la llevara a visitar a una amiga, después iría al centro de la ciudad a comprar algunas cosas.

Aquella mañana, Lázaro, el director de la preparatoria se sentía muy mal. El cuerpo cortado, dolor de cabeza y una creciente fiebre atormentaba su cuerpo. Demasiado responsable como era, asistió a su trabajo, por eso a media mañana, cerca de mediodía, decidió ir al médico. Indicó algunas tareas a su secretaria y enfiló rumbo al centro de la ciudad para buscar un médico que le atendiera. Ni bien había doblado la primera esquina después de abandonar la preparatoria cuando observó a unos 30 metros de él una preciosidad de cuerpo, un par de nalgas redondas y perfectas, apretadas por los pantalones blancos de mezclilla que dibujan una excitante figura, se bamboleaban delante del auto, de un lado a otro invitando a ser tocadas, acariciadas, mordidas, y no obstante sentirse muy mal al ver aquel cuerpo de mujer su cuerpo empezó a reaccionar. Nunca pensó que él conociera a aquella preciosidad de mujer, cuando iba a rebasarla en su auto, volteó para ver quién era, y su asombro fue mayor cuando descubrió, con una agradable sorpresa, que era la señora Susy, tía de aquel travieso y endemoniado chamaco que tenía como alumno.

– Señora, buenos días, fue el grito que salió de su boca, al tiempo que bajaba el vidrio del lado del copiloto.

– Profe, perdón, director, dijo Susy, ¿cómo ha estado? Preguntó

– ¿A dónde va? La llevo, súbase.

– Solo voy al centro, dijo Susy, al tiempo que abría la puerta y se subía al auto de Lázaro que sintió tocar el cielo con solo tenerla cerca.

– No importa, la llevo a donde usted me diga.

Susy se subió al auto. En breve llegaron a su destino. Lázaro aprovechó para invitarla a salir, ella aceptó desayunar con él al día siguiente. Fijaron hora y lugar en donde el temerario director pasaría por ella. Lázaro no sabía que terreno estaba pisando, quizá uno demasiado peligroso en el que él podría hundirse. Era un hombre maduro pero las pasiones siempre son un peligro, más si tienden a descontrolarse, y él se sentía demasiado atraído por ese cuerpo de diosa que Susy poseía y presumía.

CAPÍTULO UNO “LOS RECUERDOS”

Sentado frente a su escritorio Carlos miraba fijamente la fotografía que tenía frente a él, era su esposa Susy y su nena, Karlita, quien cada día crecía más. De vez en cuando daba un sorbo a su café matinal, aunque él le llamaba su café “mañanero”, así nadie lo podía culpar de no echarse el “mañanero” todos los días. En ocasiones tomaba el lápiz sin afilar y mordisquear la goma de manera tierna y suave como si se tratara del delicioso y suave pezón de Susy. Aquellos pezones que no disfrutaba desde hace bastante tiempo. Lo sabía bien, experimentaba serios problemas de erección y aún no se decidía a confiárselos a su mujer, por eso en lugar de intentar hacerla suya, cada noche argüía un pretexto, y el más común era el cansancio derivado de las presiones de su trabajo. Su esposa le parecía sencillamente espectacular, guapa y de un cuerpo hermoso y preciso. Ese par de nalgas que sobresalían de su cuerpo eran motivo de demasiados pensamientos morbosos en casi cualquier hombre que la viera, y que, seguramente, el deseo correría por sus venas al imaginársela vestida únicamente de su nívea y suave piel; él sabía cómo se excitaba, sin embargo, tampoco se animaba a pedírselo a Susy.

Sus pensamientos volaban, eran difusos, apenas se asían de algunos rincones de su cerebro y amenazaban con lanzarse al abismo del olvido. No recordaba con precisión, pero creía tener alrededor de 10 años. Se miraba a sí mismo, jugando en aquel patio de tierra, con sus pantalones cortos, sus rodillas grises por el polvo que recogían en cada movimiento que besaban el suelo. Sus juguetes, escasos y viejos, le daban la felicidad que en ese momento necesitaba. Siendo el único hijo, su madre, joven aún, pero con un padre mucho mayor que ella, intuía, a su corta edad, que no tendría más hermanos. Recordaba poco, pero se recordaba feliz.

Aquella tarde era especial, quizá de las primeras que empezaba a ver cosas “raras” en su casa. Su padre, Carlos, quien se llamaba igual que él, se dedicaba a la venta de telas en las regiones circunvecinas, “cortes finos” decía el viejo Carlos y recién acababa de salir de su casa, quizá se tardaría unos dos o tres días en volver. No recordaba si Saúl ya estaba cuando su papá se fue o llegó momentos después, pero ahí se encontraba como muchas otras veces que frecuentaba a su familia. Saúl era más o menos de la edad de su madre, rondaría los 35 años o quizá unos cuantos más. No estaba solo, ahora lo acompañaba un joven, más joven que Saúl; a esa edad Carlos era malo para calcular edades, pero lo recordaba muy joven tal vez como un chico que iba a la preparatoria del pueblo. Después supo que se llamaba José.

Las palabras resonaban en su cabeza algo lejanas, es más no estaba seguro de haberlas escuchado esa tarde, pero seguían resonando como un eco lejano, muy lejano… ¿y si son compadres? escuchaba preguntarle José a Saúl, ¡Claro! Decía este, “yo le bauticé el chiquito” y sus carcajadas golpeaban fuertemente sus sienes. Recordaba que volteó a verlos, de reojo, hincado en el suelo como estaba, mientras su mano derecha detenía el movimiento de su viejo carro de volteo; “cállate” escuchó susurrar a su madre mientras se llevaba el dedo índice de su mano izquierda a la altura de su boca tocando suavemente la punta de su nariz al mismo tiempo que sonreía, y con un manotazo suave en el hombro de Saúl le decía “¡te pasas!”. Doña Rosaura, doña Rosy, como le decían los vecinos en la cuadra, su madre, era delgada, muy linda de cara pensaba Carlos y se sonreía para sus adentros, cabellera negra y abundante, tez morena y con un delgado y lindo cuerpo, no era alta, esforzadamente llegaría a los 1.60, pero no necesitaba altura para que donde quiera que pasara su madre obligaba a los varones a voltear a verla y seguirla con la mirada mientras sus pasos se alejaban, fijando detenidamente los ojos en aquel par de hermosas, redondas y suaves nalgas que bamboleaban de un lado a otro en su andar. No recordaba mucho y tampoco bien, pero las imágenes se formaban, como en claroscuros, y llegaban como golpeteos hasta su memoria. Era el recuerdo del día siguiente, nunca supo a qué hora se quedó dormido, solo veía aquellas figuras en blanco y negro, difusas, sentados alrededor de la mesa, su madre, Saúl y José, desayunando con los primeros rayos de sol que se colaban entre los muchos árboles, en su mayoría almendros, que dibujaban el paisaje del patio de su casa. Nunca supo si ahí se habían quedado toda la noche o habían llegado para el desayuno. Ella se notaba feliz, demasiado feliz.

Su mirada volvió a dirigirse a la fotografía, ver a su esposa lo embelesaba, tomó el lápiz nuevamente entre sus dientes, volaron nuevamente sus pensamientos, ahora tenía 12 años, ya recordaba mucho mejor.

– Carlos, amigo, dijo Raúl interrumpiendo de golpe sus pensamientos, necesito un enorme favor de ti, dijo mientras se acercaba a su escritorio y jalaba la silla de al lado para tomar asiento.

– ¿Qué pasó? Le respondió Carlos a su amigo.

– Este ca…brón de mi hijo, se peleó en la escuela, y lo acaban de suspender hasta el lunes, me acaba de hablar mi esposa, ella está muy molesta y me dice que yo vea qué vamos a hacer con el chamaco porque ella no quiere que se quede estos días solo en la casa, no va a ser castigo amigo, sino premio; por eso pensaba que si puedes recibirlo en tu casa, que ayude a limpiar, a podar el césped, que lave tu carro o el de tu esposa, no sé, que trabaje estos dos días, le dijo, mientras clavaba fijamente su mirada en los ojos de Carlos, como queriendo hipnotizarlo para que dijera que sí, y es que como los dos trabajamos, continuó, pues si se queda en la casa estos dos días va a ser como vacaciones para él, anda ayúdame, dijo con un dejo de súplica.

– ¿En qué año está tu hijo? Preguntó Carlos, sin darle una respuesta a su petición.

– En tercero de secundaria Carlitos, dijo Raúl, no es mal muchacho, pero ya sabes a esta edad casi cualquier cosa los encabrona, y creo que fue por una niña, pero anda, ¿si? Me apoyas con eso, no es necesario que le pagues nada, solo que trabaje, que sepa el cabrón que si no estudia lo voy a poner a trabajar, para que aprenda, remató Raúl.

– Está bien dijo Carlos, no veo mayor problema, yo le digo a Susy al rato para que reciba a tu niño en la casa y lo ponga a trabajar.

– ¡¡Gracias amigo!!, dijo Raúl al tiempo que se levantaba y extendía su mano derecha para sellar con un fuerte saludo el trato hecho. Vamos a comer, le dijo, yo invito.

No completamente convencida Susy aceptó que el hijo de Raúl fuera a su casa, rompía, en parte, con su privacidad y sus planes, sin embargo, aceptó la petición de su esposo no sin antes decirle que ella tenía un compromiso a media mañana, que no podía cancelar y que tendría que dejar solo al peleonero chamaco en casa. Carlos le dijo que estaba bien, que no había problema.

Recostó su cabeza en la almohada y nuevamente regresó a sus años de infancia. Ahora recordaba mucho mejor, ya tenía 12 años. Su padre, con muchos esfuerzos, había logrado construir una casa de dos plantas y le había hecho su cuarto para él en la planta alta. La planta baja solo tenía el comedor en donde todas las mañanas que su padre estaba en casa desayunaban los tres. La escalera, como en muchos pueblos, caía al patio de la casa. Al fondo del terreno estaba la primera casa que sus padres habían tenido, una sola habitación de forma alargada, hecha de madera, y aunque el tiempo ya dejaba huella en ella aún se mantenía bastante bien conservada. Ahí seguían durmiendo sus padres.

Corría los años setenta, recordó que era mayo, hacía mucho calor como en todos los pueblos costeros, bajó de su cuarto sediento, atravesó los 10 metros del patio para llegar al lavadero, su mano se dirigió hacia la llave de agua para abrirla y beber directamente de ella como se acostumbraba en esos tiempos, iba a acercar su boca a la llave de agua cuando escuchó unos fuertes gemidos que provenían del cuarto de sus padres, se espantó un poco, pues su padre había salido esa mañana a los pueblos a vender sus telas. Se acercó a la puerta y sus nudillos se dispusieron a tocar fuertemente la puerta para saber si su madre estaba bien. Los ruidos se acrecentaban, algo lo detuvo, en lugar de tocar pegó su oído izquierdo en la puerta, las voces se mezclaban, las palabras eran ininteligibles, su corazón se aceleró, no alcanzaba a distinguir si eran gemidos o quejidos de dolor. Su mente voló, empezó a imaginarse lo que ocurría dentro de esa habitación. Rodeó por fuera la casa de madera buscando algo que le permitiera ver, pronto lo encontró, un pequeño orificio que algún animal había hecho iba a ser su cómplice, acercó su ojo, la tenue luz con la que sus padres siempre dormían, iluminaba suavemente la habitación y se alineaba también a su fuerte deseo. Las figuras fueron tomando forma y movimiento, su ojo se iba acostumbrando a la poca luz que había en el interior del cuarto. Sí era él, Saúl, el amigo de la familia que frecuentaba tanto a sus padres. Su madre recostada sobre su lado izquierdo con la pierna en lo alto, completamente desnuda estaba siendo poseída ardientemente, su cara se volvía hacia atrás hasta repegarla en el rostro del hombre que mancillaba el lecho matrimonial, este acercaba sus labios a su oreja, la besaba, quizá la mordía, mientras sus caderas no dejaban de moverse para entrar y salir de su madre, que empujaba fuertemente las suyas hacia él para sentir con mayor fuerza las embestidas. Sus pechos bailoteaban fuertemente en un subir y bajar siguiendo el ritmo de las arremetidas que Saúl le estaba proporcionando. Los movimientos se hicieron más lentos hasta detenerse, ella hizo un ligero movimiento con su cuerpo para separarse de él, se hincó y colocó manos y rodillas en la cama, alzó sus caderas e inclinó un poco su cabeza en la cama, nunca antes había visto eso, su corazón latía tan fuerte que él mismo escuchaba su latir, Saúl se levantó, su pene era grande, grueso, se veía muy firme y apuntaba directamente hacia el cuerpo de su hermosa mamá. Se acercó a ella, sin consideración empujó con todas sus fuerzas mientras un grito un poco más fuerte salió de los labios de ella, Saúl le tapó con su mano izquierda la boca para mitigar el grito. Por ratos ambas manos del hombre se asían de las caderas de su madre, otras iban directamente a magrear los senos, aquellos hermosos senos que lo alimentaron de bebé, y en otros momentos la jalaban del cabello fuertemente pues se notaba que su madre hacía su cabeza para atrás para reducir un poco la fuerza del jalón, finalmente él la tomó de los hombros con ambas manos, la jaló hacia él, su cadera se movía frenética, fuerte, alocadamente, su madre abría su boca lo más grande que podía para poder aspirar aire, sus movimientos se hacían más rápidos, sus gemidos más fuertes, Carlos dirigió su mano hacia su pene, este estaba duro como una roca, como nunca lo había sentido anteriormente, se tocó, quiso sacársela pero le dio algo de temor, se mantuvo tocando por encima de su calzoncillo. Era una mezcla de deseos y celos que dominaban al jovencito. Pronto terminaron, ella se derrumbó en la cama boca abajo, él encima de ella, solo un rato, Saúl era un hombre grande, mucho más alto que su madre, acostado encima de ella parecía que la aplastaba, este se levantó y la tenue luz iluminó haciendo brillar la cabeza de aquel miembro que todavía se veía fuerte y duro, aún apuntaba directamente hacia el frente, Saúl se fue bajando de la cama, y el joven Carlos temió ser descubierto y emprendió el camino de regreso a su cuarto, omitió detenerse a tomar agua y aunque la intensidad de su sed se había duplicado, su deseo de tocarse libremente en su habitación era aún mayor. Así fue esa primera noche.

Se sentía excitado, ahora que recordaba todo eso sentía como se excitaba, su cuerpo reaccionaba y su pene se erguía duro y firme, algo que en sus 62 años ya no podía. Susy dormía a su lado, iba a cumplir 39 años y sabía todo lo que una mujer en esa edad necesitaba. La miró y observó el maravilloso y candente cuerpo de su esposa, recordó la noche que la descubrió con el viejo Margarito, nunca le reclamó algo, se lo guardó como uno de sus más oscuros secretos, tal como ocurrió cuando era niño, nunca le dijo nada a su madre y mucho menos a su padre. Pero ahora era diferente, su cabeza era una maraña de confusiones, se excitaba mucho con los recuerdos, tanto los de su madre como el recordar a Susy con Margarito, parecía que era la única forma en que lograba una erección. Estaba en el dilema de planteárselo a Susy: verla cogiendo con otro; no estaba seguro que Susy aceptara, una cosa es que ella fuera muy ardiente y, estaba seguro, que de vez en cuando lo hiciera con alguien más, y otra es que ella permitiera que su marido estuviera presente. No sabía hasta dónde su mujer podría llegar. El sueño lo venció y despertó con el suave sonido de la alarma.

CAPÍTULO DOS. “ABEL, LA PRESENTACIÓN”

Ella lo recordaba como un niño. Aunque los esposos eran buenos amigos tenía cerca de un año que las familias no coincidían en alguna reunión. Ella sabía que los jóvenes eran su debilidad, pero este chamaco, pensaba ella, está bastante feíto, se decía para sí misma, así lo recordaba, incluso era muy latoso y bastante “berrinchudo” y chocante, no le extrañaba que tuviera problemas en la escuela.

Por eso cuando Abel, el hijo de Raúl, bajó de la camioneta de su madre para hacer las tareas de su casa como castigo, se sorprendió y confundió demasiado, no podía ser el mismo escuincle que había dejado de ver apenas hace un año, este estaba demasiado desarrollado: alto, fuerte, labios carnosos, pelo algo largo, nariz afilada, ojos marrones y profundos y tez apiñonada eran imposible que fuera él. El joven la recordó a la perfección, “doña Susy, buenos días”, le dijo, se acercó a ella y con un beso en la mejilla la saludó como estaba acostumbrado a hacerlo. El signo para ella fue inconfundible, su entrepierna se humedeció, el chico estaba más que bueno, quizá sería virgen, pensó, se estaba excitando demasiado. No podía creer que la vida le estuviera haciendo ese regalo tan hermoso y tierno.

– Gracias amiga, casi gritó la mamá de Abel, sin bajarse de la camioneta, muchas gracias por el apoyo Susy, mira que este chamaco me lo castigaron y no tenía con quien dejarlo, ponlo a trabajar por favor, que sude, que sude mucho, dijo atropelladamente, como si tuviera mucha prisa por dar las indicaciones.

– No te preocupes amiga, dijo Susy, ya verás que sí lo pondré a trabajar mucho, y también lo haré sudar mucho, y su mente voló y se imaginó muchas cosas ardientes, el líquido fluyó nuevamente, se sentía demasiado húmeda, y apresuró las cosas para que Gina, la mamá de Abel se fuera, le urgía conocer al “chamaco del demonio” que se había peleado en la escuela.

– Gracias amiga, volvió a decir Gina, vengo por él en la tardecita, espero no te moleste.

– De ninguna forma amiga, acá te esperamos, afirmó mientras veía al chico de pies a cabeza parado a un lado de ella; sus brazos lucían muy fuertes y musculosos, se imaginó desnuda rodeada y apretujada por esos juveniles brazos, nuevamente volvió a sentir que corrían los fluidos en su, ya de por sí, húmeda vagina.

Le sirvió cereal, un jugo de zanahoria y le sirvió su desayuno. Abel se encontraba un poco desconcertado, pues pensó que iba a encontrar a una señora distante, fría y, quizá hasta molesta por invadir su privacidad, y que lo único que le indicaría sería el trabajo que tendría que realizar.

Tomó el teléfono y llamó para cancelar la cita con Lázaro, el director de la preparatoria, él podía esperar.

En un principio pensó en dejarle al joven las tareas encomendadas como castigo e ir a la cita con Lázaro, para ello se había puesto un vestido azul floreado que le caía, en forma de olanes, un poquito más allá de media pierna. Estaba segura que cuando se sentara al lado del director de la preparatoria este iba a volverse loco con esa vista tan delirante de sus tersas y bien torneadas extremidades inferiores. Debajo se había puesto un brasier negro y una tanga del mismo color, sabía que no iba a pasar más allá del desayuno con Lázaro, pero vestirse así la hacían sentir muy atrevida y expeler un aroma lleno de sensualidad.

Casi toda la mañana se la pasó hablando con y sobre Abel, quería conocerlo un poco más. Se enteró que el pleito en la escuela había sido por una chica a la que Abel pretendía como novia, iba a ser su primera novia. Nunca había tenido novia ni había estado con alguna chica.

– ¿Así vas a trabajar? Le preguntó

– Supongo que sí, dijo Abel.

– No, vas a ensuciar tus pantalones y tu playera, ven vamos, le dijo, te presto un short y una playera que debo tener por acá. Sube, ordenó.

– No, así está bien, trató de resistirse Abel.

– Chamaco remolón, dijo Suys, ven sube, te vas a cambiar, no quiero que al rato te regañen por ensuciar tu ropa, y empezó a caminar rumbo a la escalera, ven, dijo mirando fijamente a Abel, ordenó.

Caminó delante de él al subir las escaleras, exageraba el movimiento ondular de sus caderas, estaba seguro que aquel chico no dejaría de mirarla de manera atrevida.

Dentro de la recámara le dio una short y una playera y le pidió que pasara al baño a cambiarse.

Mientras Abel se cambiaba la ropa las ganas de Susy iban en aumento, su presa estaba a escasos metros y no podía dejarlo escapar.

Abrió la puerta del baño, Abel aún no se vestía completamente, el short cubría su íntima desnudez, pero su torso lucía fuerte, sus pectorales marcados así como su abdomen plano y perfectamente definido hicieron que los flujos ardientes corrieran por las entrañas de Susy quien no pudo disimular su deseo, se acercó a él y en un susurro le dijo, “Qué guapo te has puesto”, este se quedó callado, solo acertó a mirarla de pies a cabeza, no podía caber mayor deseo en el cuerpo de Susy, el cual se notaba en cada poro de su piel y emanaba en esa característica forma de hablar y contonear su cuerpo. No dejó que se pusiera la playera que le había prestado, se acercó como una gatita en celo, tomó la playera que Abel aún tenía en su mano izquierda. La puso sobre la tapa de la taza de baño. El zipper de su short aún se mantenía a mitad del camino de tal forma que los vellos púbicos asoman claramente de la base de su miembro y subían suavemente hasta su ombligo, dándole un toque de hombre mezclado con esa juventud incipiente y que a ella le hacían perder la cabeza y ponerla locamente deseosa de sentir su virilidad dentro de su ardiente cuerpo.

Se acercó mucho a él, “¿puedo tocarte?”, le preguntó, mientras la palma de su mano derecha se abría acercándose a los pechos del joven. Abel se sorprendió demasiado, no sabía cómo actuar, quiso moverse hacia atrás, pero se dio cuenta que la señora Susy estaba muy atrevida, se quedó quieto, no respondió, pero Susy no esperaba respuesta, suavemente fue colocando la palma de su mano sobre los pectorales del joven. Las yemas de sus dedos apenas rozaron la juvenil y sedosa piel, se movieron de derecha a izquierda, bajaron por el duro y musculoso abdomen, lo tocaron con un poco de mayor firmeza, él no se movía pero ella sentía acariciar la gloria, y él empezaba a excitarse. Ella se estaba prendiendo demasiado.

Se acercó más a él, pegó sus pechos al cuerpo de Abel y siguió acariciándolo, empezó a besar suavemente su hombro, sus labios fueron ascendiendo hasta llegar a su cuello, besó lento, suave, mientras su mano seguía acariciando su abdomen y bajaba a su pubis, acariciaba los vellos y pasaba, rozando, la yema de sus dedos por encima del short que nunca tuvo oportunidad de ceñirse totalmente en el cuerpo de Abel.

Lo tomó de las manos y lo fue jalando hacia la recámara, el joven empezó a caminar y el short fue cayendo por efecto de la gravedad dejando ver un falo semierecto pero de buen tamaño y mejor grosor, el chico levantó una pierna y luego la otra para zafarse de aquella diminuta prenda y quedar totalmente desnudo frente a Susy, quien no dejaba de mirar el oscuro miembro que se erguía un poco más en cada paso que daba. Así vestida como estaba, se hincó frente al joven, tomó los testículos y empezó a acariciarlos delicadamente, tomó la base de la verga de Abel, lo apretó con un poco de mayor fuerza, acercó su boca a aquella cabeza que la miraba fijamente, sacó su ardiente lengua, cerró los ojos y fue pasando su húmedo órgano hasta ensalivar totalmente la palpitante y roja cabeza del joven; formó una, casi perfecta “o”, y besó aquél miembro que con un solo ojo observaba todo sus movimientos, no se desprendió de él, hasta que por instinto separó los labios de aquella exquisita verga al escuchar el “ding-dong” del timbre de su casa. Pero no podía ser algo importante, no esperaba a nadie; no se levantó y continúo con su tarea.

Se introdujo medio falo en su boca mientras su mano derecha giraba suavemente la piel de aquella verga que ya estaba bastante dura. Nuevamente fue interrumpida con el sonido del teléfono, esta vez sí se levantó a mirar quién llamaba. Era Manuel, su “manú”, no quiso responder, tenía semanas deseando verlo y él no había dado señales de vida, y ahora que tenía a un chico bueno en su cama era interrumpida por Manuel, no, no podía contestar y dejar inconcluso su febril deseo.

Volvió con Abel, se acercó a sus carnosos labios, lo besó apasionadamente, el chico era primerizo y tenía que llevarlo de la mano por los dulces caminos del sexo. Se quitó el vestido y quedó semidesnuda ante el chico, volvió a acercarse a sus labios, esos labios que cuando lo vio en la mañana fueron su perdición. El clásico sonido de whatsapp volvió a distraerla. Fue a su tocador en donde estaba el teléfono: “estoy afuera de tu casa”, decía el corto mensaje, era de Manuel, su “manú”. No quiso responder. Era su forma de castigarlo.

El timbre de su casa volvió a sonar su melodía, y casi al mismo tiempo, sonó un mensaje en su celular, de nuevo era “manú”. “Mañana vamos a venir, decía, yo, el negro y un amigo de él”, su corazón se aceleró y su entrepierna se chorreó con la idea, pero de repente se acordó que Abel también estaría en su casa, iba a escribirle que no podría, pero su enorme calentura se impuso, ya buscaría como resolver la situación, tomó el teléfono, tecleó: “los espero a las 11 de la mañana”.

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