Mi tía es genial, me termino haciendo adicta a la lechita de mis abuelos y a los mimos especiales
Mimitos especiales
Hacía mucho que no tenía noticias de mi tía Patricia. Casualmente el día que cumplí 19 recibí una carta con su letra, junto con un libro de una novela erótica, la que me había prometido la última vez que la ví. Eso fue como a mis 13 años. Dijo que era muy chiquita para leer esas cosas cuando la pesqué leyendo aquel libro una noche de verano.
Ese día recibí pocos regalos. Algunos amigos ni se acordaron de mí. Solo mi mejor amiga pasó un rato a tomar unos mates, y el denso de Matías me trajo un anillo plateado precioso. Ese pibe me tira onda desde el primario, pero yo no podía enamorarme de él, por lo que quedamos como amigos con derecho. Aún así nunca pasamos de un pete o de una buena chupada de tetas. Jamás nos besamos en la boca.
Mamá me hizo un arroz con pollo delicioso, mi hermano me regaló una bicicleta y, mi papá me dio 200 pesos para que me compre lo que quisiera. Mi abuela siempre lo arreglaba todo con una bombachita y un par de medias, y mi abuelo con chocolates.
Recién pude leer la carta de mi tía por la noche, cuando la casa era un manojo de silencios. Mi mamá nunca quiso que su hermana y yo nos frecuentemos. Decía que era una mala influencia para mí y mis decisiones. Siempre sospeché que algo pasó entre ellas cuando jóvenes. La carta decía:
¡¡¡feliz cumple Anahí, mi chiquita hermosa, princesa de la tía!!! Te escribo para desearte lo mejor del mundo. Pero también para contarte, o mejor dicho, proponerte algo. Yo estoy trabajando en un geriátrico, en turno noche de lunes a lunes. No estoy sola, pero Amalia, una de las más antiguas está muy enferma, y el jefe está buscando a alguien para reemplazarla. Yo hablé por vos mi vida. Pensalo. No podés estudiar en tu casa con el borracho de tu viejo y viviendo de lo que te dé tu mami por ayudarle en la carnicería. Acá pagan muy bien. Los viejos son tranquilos. Casi ninguno está enfermo. Además podés vivir conmigo. Yo casi no estoy en casa. Espero tu respuesta urgente. Abajo está mi celu. Llamame. ¡aaah, y ojo con las manitos cuando leas el libro eh, no seas cochina! Mirá que está buenísimo! Disfrutalo. Te quiere con el alma: tu tía Patito!!!
Ni lo pensé. El reloj daba las dos de la madrugada, y unas ganas de querer cambiar mi vida me asaltaron por completo. Todo lo que la carta decía era tan real como doloroso. Además mi hermano tenía serios problemas con la cocaína.
La llamé con el corazón galopante de alegría, y ella me dio la dirección en medio de un leve sollozo al reconocerme. Al día siguiente hice un bolsito con un poco de ropa, guardé apuntes y libros de la facu, me di una ducha y enfrenté a mis padres. Les dije que no sólo tomaba el trabajo, sino que me iba a vivir a lo de mi tía. Me trataron de desagradecida, inmadura, de rebelde sin causa, y me pidieron que no vuelva a pisar la casa. Mi hermano dijo mientras me abría la puerta: ¡vas a terminar siendo una puta reventada como la tía, pero suerte gila!
A la hora ya estaba ubicada en la humilde casa de Patricia, y a las 20 me presenté en el geriátrico. El encuentro con ella fue tan emotivo como tierno. Después de un abrazo cargado de llantos y risas me llevó a la oficina del jefe, un hombre suave y formal de unos 40 años que me hizo llenar planillas, firmar otros papeles y me informó acerca de mi sueldo. Enseguida conocí a Juan, el sereno, a Susana, la cocinera y a Noemí, la encargada de la limpieza. Las dos mujeres se fueron a las 23, y entonces mi tía y yo nos ocupábamos de llevar a los abuelos a dormir, de ponerles alguna peli, de prepararles té o café, de suministrarles medicamentos a los que los necesitaran, o de leerles el diario.
Patri se ocupaba también de las inyecciones, de tomarles la presión, o lo que sea que yo no pudiera hacer.
Mi relación con los viejos fue divina desde el vamos. Vi en Antonio, Ramón y Ricardo unos gestos obscenos cuando les llevaba café o algún vinito, pero no me molestaba. Los 3compartían el cuarto. La mayoría de ellos estaban allí solo porque no tenían con quién estar. Todos eran muy pícaros, divertidos y conversadores.
Don Manuel siempre quería que le ponga una porno, y se le iluminaban los ojos como a un niño. A Pedro le gustaban mis masajes en la espalda y las piernas. Una vez me dijo: ¡me habría encantado tener una nieta con tus manitos… a ella le habría pedido que me toque la pija!, ¿vos te animás chiquita?
Lo noté muy excitado, aunque no voy a negar que me encantó mirarle el bulto hinchado bajo su pijama.
Salí espantada y se lo conté a la tía. Ella minimizó el tema diciendo que no hay que hacerles caso pero que hay que mimarlos mucho. Más tarde me dijo: ¡vos no te das una idea de cómo los ratoneás con tu cuerpito, todos piensan que no llegás a los 16, y te violan con la mirada!
Me puse colorada, y pronto me dejó un rato sola en la cocina porque Alberto la llamó como asustado. Él es un hombre viudo que por las noches sufría de insomnio.
Todos dormían. Yo leía mi novela y tomaba té para no caerme en la mesa, aunque en un momento la lectura condujo a mi mano a rozar mi vulva sobre mi jogging. La tía se demoraba tanto que, avergonzada por lo que estaba haciendo decidí ir a buscarla.
Toqué la puerta de don Alberto y ella me invitó a pasar. ¡quedé sin habla cuando la vi inclinada en la cama, con la falda en la cintura, las manos del hombre estrujándole las nalgas y su boca rodeando su pene duro y largo!
¡vamos Alberto, damela toda, dale que tu leche es la más rica de todas!, decía la tía atragantada y voraz mientras él jadeaba de placer, hasta que se bebió de un solo sorbo un chorro de semen incriminatorio.
¡ahora se me duerme por favor, y no se queje que le saqué tres ricas lechitas!, sentenció mientras apagaba la luz y salía conmigo del cuarto tomadas de la mano. Tuve un sinfín de preguntas, pero tragué saliva y esperé llegar a la cocina donde ella sola aclaró mis dudas. Limpiándose la boca con una servilleta dijo:
¡Alberto es un adicto al sexo oral, como la mayoría de ellos; pero a veces se lo hago a él, otras a Lorenzo, otras a Ricardo y a sus amigos… en fin, me voy turnando… obvio que no te pido que hagas lo mismo, pero, es reconfortante para ellos mirarte así vestida, con carita de nena y ojitos inocentes… si querés mañana vení conmigo al cuarto de los tres amigos, y bueno, comprobalo mi cielo!
A la mañana desayuné y enfrenté al sol con mi sueño a cuestas caminando hasta la casa de Patricia. Ella no me acompañó. Apenas me acosté mi cabeza se convirtió en una licuadora de ideas, preguntas, sensaciones y enigmas. Tuve que masturbarme pensando en los dichos de la tía, en el recuerdo de su boca burbujeante de semen, en la novela erótica, en los otros hombres y en lo que pudiera gustarles de mí. No tenía ni tetas ni culo casi. Soy hiper delgada, castaña con ojos claros, pelo hasta la mitad de la espalda y poca experiencia. Solo cogí dos veces con un pibe que me traicionó mal. Tal vez sea mi aspecto, mi ropa que en general era musculosa gris, zapatillas all-star y joggings, o mi voz medio chillona.
Esa noche seguí a la tía al cuarto de Lorenzo. Yo llevaba una bandeja con un café, dos abanos y un preservativo. Entré y esperé a que el hombre se acueste, entretanto ella lo ayudaba a quitarse el pantalón.
¡hoy viniste acompañada Patito!, balbuceó ya casi listo en la cama el hombre, y me ruboricé.
¡acercate mamita, dame la bandeja y cerrá la puerta!, dijo cuando la tía le endulzaba el café y le masajeaba el paquete. Lorenzo ya tenía el pito duro, pero más se le agrandó cuando me pidió: ¡sacate la remera nena, y mostrame las tetas!
La tía me la quitó, y me las palpó por encima del top.
¡acercate, que quiero olerte bebé, dale, no seas mala!, dijo quebrando la voz el tipo mientras la tía le ponía el forro. Recién ahí me quité el top, y en cuanto estuve parada a su lado su olfato se estiraba como un radar para olerme. Conoció el aroma de mis tetas, mi cuello, mi boca tras liberarle mi aliento en la cara, mi pancita, mi espalda y mis manos, las que me lamió y besó con dulzura.
¡bajate el pantaloncito, que quiero mirarte la cola, dale nenita!, me pidió cuanto Patri ya le devoraba el pene, y en cuanto lo hice le acerqué mi cola primero, y luego mi pubis para que me huela nervioso, aunque siempre por arriba de mi bedetina rosa, a esta altura re contra empapada.
Allí fue cuando de pronto dio un estruendoso quejido y estalló en lecheen la boca de la tía que insistía:
¡olela viejo sucio, olele la concha y el orto a la pendeja, dale que te gusta chanchito, pero no la toques porque te la muerdo!
Salimos del cuarto seguras de que Lorenzo dormitaba relajado, y en la cocina la tía me increpó:
¡no es por nada Ani, pero vi cómo te mordías los labios y temblaban tus piernas… te morís por comerle la pija a uno de ellos no?… no te culpo, a mí se me re moja la bombacha al hacerlo… así que no tengas miedo, que ninguno te va a lastimar!, y me dio un tierno beso en la mejilla sin olvidar acariciar mis tetitas desnudas.
¡andá y ponele la peli a don Manuel!, me recordó, y lo hice apenas me arreglé la ropa. Esta vez el señor tenía la pija afuera del bóxer.
¡tardaste mucho hoy chiquitina, dale, poneme esa de lesbianas que está en el mueble!, me recriminó, y apenas le di play contemplé el movimiento de su mano abrazada al tronco de una pija formidable, gruesa, gordita y ágil. En cuanto los primeros chupones resonaban en la tele corrí a la cocina.
Allí la tía me esperaba con una bandeja con chocolates, cigarros, un encendedor plateado y un café para que se la lleve a don Alberto. Pero antes de emprender mi marcha la tía metió su mano adentro de mi joggin y masajeó mi vulva gimiendo suave en mi oído, como un ronroneo ¡estás re mojada cielo, uuuuf, y encima no tenés ni un pelito… eso lo va a volver loquito al vieji… pero dejale las cosas y vení que hay que seguir por otros cuartos!
La tía sacó su mano de mi intimidad y tras olerla entró al baño. Apenas entré al al dormitorio de Alberto dejé la bandeja en su mesa de luz mientras él en calzoncillo decía: ¡gracias nena, pero quedate un ratito más… patricia seguro que está ocupada… vení, haceme un masaje en las piernas por favor!
Me senté a su lado y después de unos minutos de ir y venir de sus largas y vencidas piernas me saqué la musculosa diciendo que tenía calor, y el tipo puso una cara de baboso que me animó a tocarle el pito con las dos manos. Lo sentí crecer y latir, lo oí gemir y aclararse la garganta para implorarme: ¡así nena, bajame el calzón y pajeame un ratito, dale pendejita, y decime Betito!
Lo hice, y el solo contacto de su pija sudada con mi mano quebró mi moral. Le apoyé las tetas en el pene, después se las acerqué a la cara y cuando le dije: ¡chupamelas Betito, que esta nena chancha se va a tomar toda tu mamadera caliente como una bebita, querés?!
Me las chupó mientras me olía el pelo, se pajeaba hasta que le cambié su mano por la mía y le pedí que me muerda la cola sobre la bombacha. Apenas dijo que no aguantaba más me atreví a tomarle la lechita de un solo saque con tres o cuatro mamadas bien puerquitas. El viejo ese día me regaló 200 pesos.
Habían pasado ya dos meses así, yendo y viniendo de los cuartos de los los viejos con comida, vicios o medicación. Pero siempre yo elejía a uno para tomarle la lechita y Patricia a otro. Mi organismo no lo toleraba más. Me moría de ganas por coger, y se lo confié a la tía. Además las pijas de los señores no eran desagradables, ni poco viriles, ni olían mal. El más grande era don Alfredo con 70 pirulos, y tenía tremendo tambo de leche entre las piernas. A él una noche me animé a hacerle un pete debajo de la mesa después de enseñarle la bombacha. Lo dejé que me toque el culo y que moldee mi vagina ni bien me la bajó, y en cuanto le pedí que me meta un dedito, estremecida y alucinando me agaché para correrle el calzoncillo y dedicarle la mejor mamada de su vida sin dejar de pajearme. Acabé mientras su semen decoraba hasta el lunar que que reina en mi labio derecho, y durante tres días no me cambié la bombacha donde se amontonaron todos mis jugos.
Cuando la tía supo de mi travesura se enojó bastante, porque algo como eso a un tipo de esa edad podría infartarlo, y entonces tendríamos problemas. Pero aflojó en cuanto le recordé que gracias a todo esto no hago más que pensar en cogerme a uno de ellos. Me sentó en su falda después de calentar una sopa para don Alberto, acarició mi pelo, tocó mis pezoncitos hinchados y me bajó el pantalón.
¡vos hacé lo que quieras bombona… yo ayer me cogí a Pedro, y el viernes a Lorenzo… eso sí, cuando cojas yo voy a estar ahí, porque no quiero que te pase nada… acordate que son hombres y vos sos una nenita virgen para ellos… no sabés cómo me habla de vos don Antonio!, expresó la tía con aire maternal, con un dedo al borde de entrar en mi conchita, haciéndome gemir y arder aún más. Me besó en la boca, rozó mi clítoris y, justo cuando mi orgasmo se anunciaba me dijo que iría a llevar la sopa, y que la espere en bombacha y top, que le haríamos una visita a los amigos del último cuarto.
Tan rápido como me dio la razón, me desvestí, me duché para bajar un poco la fiebre de mi sexo, me hice dos colitas en el pelo, me puse una bombacha rosa comunacha y un topsito, y me senté a esperar a Patri. Llegó cuando mi impaciencia estuvo a punto de asesinarme. Me dijo que don Lorenzo le había hecho el culo, y que ahora sí nada iba a detenerla. Me agarró de la mano y corrimos al cuarto indicado. Además de Ramón, Ricardo y Antonio estaba don Manuel, quien esa noche quería ver su peli porno en vivo.
Los cuatro compartían un whisky jugando a las cartas cuando hicimos nuestra triunfal aparición. Enseguida hubo silbidos, murmullos y miradas fulminantes. Don Manuel pidió que Patri me chupe las tetas, y cuando ella me rodeó para hacerlo, los cuatro desenfundaron sus pijas para mirar. El único que se toqueteaba era don Manuel, que vio también como la tía me subía y bajaba la bombacha, me nalgueaba y me decía: ¡sos una cochina mi cielo, te portás mal y te tocás mucho a la noche, sos muy pajerita mi amor!
Después me cazó de las colitas y me hizo agachar para que le suba la falda y le deje la bombacha en las rodillas. La conchita de la tía estaba repleta de vellos húmedos, tenía labios gruesos i una fuerte fragancia que lejos de aterrarme alimentó aún más el celo de mis entrañas. Me acerqué a don Manuel y le dije con amor:
¡¿querés dejarme la lechita en la bombacha abuelito?!
Y sin dejarlo decidir tomé su pija y la coloqué entre mi calzón y mi cola. Allí mi mano estimuló su glande bien pegadito a mi piel, y mis movimientos lo hicieron jadear como nunca y venirse tras un estrepitoso ¡tomáaaa putitaaaaá!
Se arregló la ropa y medio tambaleando caminó a la puerta para ir a su cuarto. Los otros tres ya se pajeaban, y la tía se sentó en las piernas de Ramón, que le calzó la verga en la concha de una y comenzó a sacudirla descoordinado pero con rudeza.
¡queremos verte gatear perrita, dale, al piso guacha!, dijeron los otros.
Pero Antonio se le adelantó a Ricardo antes de que yo le hiciera algo.
¡no no no mi amor, vos vení con papito, quiero que esa boquita se tome esta mamadera hirviendo!, gruñó el hombre con su barba despeinada, y yo apoyé mi cara en sus piernas para que él introduzca su trozo de carne en mi boca. Su sabor era exquisito, y el presemen que calmaba mis ansias me hacían lamerle desde los huevos hasta la cabecita. Detrás de mí Ricardo se pajeaba contra mi espalda y me pellizcaba la cola. Cuando sentí uno de sus dedos en la entrada de mi vagina no lo soporté y me le senté a don Antonio.
Apenas pronuncié: ¡cogeme papito, dale pija a tu hijita!, supe que ese era el morbo preciado del viejo. Me la clavó sin preámbulos y jadeaba en mi oído un montón de guarradas que me ponían a mil. Me dolía la concha por momentos, ya que estaba re lubricada pero muy apretadita.
En eso Ricardo me sacó la bombacha. La olieron entre los dos, y cuando Antonio dijo: ¿te gusta el olor de mi hija viejo verde?, pajeate y dejale la leche en las piernitas a esta cochina!
El viejo no le obedeció. Prefirió hacerle oler mi calzón a la tía, que seguía montada a Ramón, y luego le ocupó su boca con su pistola lechera. Pensé que la iba a ahogar de tanto presionarle el cuello, mientras Ramón comenzaba a perder fuerzas. Entonces la tía vino por mí, me llevó hasta donde Ramón sudaba a mares y me puso su pija en la boca. El hombre me hizo tragar su semen espeso luego de que mi lengua lo enterneciera lamiendo su tronco repleto de los jugos de Patito.
Volví con don Antonio, y esta vez me puso en cuatro sobre la cama.
¡te voy a culear como a una perrita alzada hijita!, dijo con hilos de baba en el mentón, y se incorporó encima de mis caderas para oler y lamer mi conchita. Estoy segura de que le acabé en la boca cuando su lengua tocó mi clítoris y su dedo mi ano, y su voz me juraba que mi olor a nenita lo enloquecía. Pronto sentí el roce de su poronga más ancha que la del resto en la entrada de mi concha, y en breve nomás su bombeo a fondo, acompasado y frenético me invadía hasta las tripas.
Reparé de repente que ninguno tenía forros, y tuve miedo. Pero cuando sentí el violento lechazo de Antonio coronar mis paredes vaginales, un orgullo de puta barata me dio fuerzas para correr hasta don Ricardo, sacarle su pija de la boca a la tía y llevarlo contra la pared. Ahí le pedí que me haga upa, que acomode su pija en mi conchita y me dé duro. Yo permanecía aferrada con mis piernas a las suyas, gozando y gimiendo como una condenada cada vez que ese pene gordo llegaba al tope de mi cueva. La tía entretanto me asfixiaba con mi bombacha que también olía a pipí, me comía la boca y me decía: ¡cogé bebé, así, sacale la lechita a Riki que está tan alzado con vos, y dejalo que te la dé por la colita si querés!
Pero no llegamos a tal propuesta, porque el viejo me puso la bombacha sin sacarme la pija de la concha con ayuda de Patri, y mientras yo le decía que quería que me embarace como a una villerita, comenzó a volcar un terrible y suculento océano seminal en mi interior. La tía solo estaba con sus medias y alpargatas, ya que Ramón le había destrozado al fin su vieja bombacha blanca y agujereada.
Eran las seis de la mañana cuando los tres ya se conformaban con dormir en paz. En ese instante las dos abrimos la puerta para controlar que los demás estén bien. Pero Manuel nos había delatado.
Juan, el sereno estaba en la cocina fumando, con seriedad en el rostro y el teléfono en la mano. Tuve que petearlo así como estaba, en
bombacha y toda sucia para que no le cuente al jefe de nuestras aventuras. Todavía seguimos felices y con trabajo en el geriátrico, y mimando a nuestros abuelos. Es bueno aclarar que es un acilo solo de hombres. De hecho a veces los muy degenerados contratan a alguna putita.
Ahora, apenas se va el personal diurno me quedo en bombachita para visitar y complacer a los ancianos, junto con mi tía preferida. fin