Mi tía se quedó sin trabajo y vino a vivir con nosotros unos días, es una puta que no para que consigue lo que quiere. Ahora en mi familia hacemos incesto

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Laura, mi tía, acababa de llegar, eran las ocho de la mañana de un jueves cualquiera, yo volvía de correr. Me encontré con ella en el portal, me saludó con un abrazo y unas caricias en la espalda.

– Estás empapado mi niño, y hueles a tigre -ella en cambio olía muy bien.

– ¿Qué esperas?, vengo de correr, unos diez kilómetros me he hecho -saqué algo de pecho al decir aquello.

– Yo pensaba que venías de empalmada, como tu tía.

– ¿Saliste ayer? ¿Antes de venir? -Laura venía de Madrid.

– El autobús salía a las cinco y media de la mañana, poco sentido tenía echarme a dormir. Además, que tenía unas ganas locas de perder la cabeza y las bragas -me reí de su broma mientras ella mantenía el semblante serio-. Mira incrédulo.

Dicho aquello se giró un cuarto y se levantó el apretado vestido que llevaba, dejando expuesta su nalga derecha por completo, me fijé que tenía tatuada una abeja en el cachete. A pesar de su naturalidad a mí me turbó la situación y aparté la mirada, ella, ante mi reacción, me ordenó que mirase. Lo hice con algo de vergüenza, pues a todo esto, seguíamos en el portal y ella exhibiéndose como si tal cosa. Se legó a subir el modelito, que no le llegaba a más de medio muslo, hasta la cadera para que viese que no había allí braga alguna, eso sí no enseñó nada por delante, tomó esa precaución. Lo que decía mi padre de mi tía, que era ligera de cascos, a veces parecía muy cierto.

– Vale ya me ha quedado claro, tapate no vaya a bajar algún vecino.

– Siempre se me olvida que de vivir con Lucía se te ha pegado lo de ser un mojigato -llamé al ascensor y me cargué con su maleta.

– Hombre no es eso es que eres mi tía y me estás enseñando todas las carnes.

– Te tendrías que alegrar de tener una tía tan buenorra, joven y exhibicionista -me volvía a reír mientras nos metíamos en el ascensor hacia el sexto, nuestro piso.

Ya dentro de la cabina la conversación giró hacia una temática más común. Un par de preguntas sobre mis estudios, sobre el estado de las cosas en casa y sobre la abuela, la madre de mi tía y mi propia madre. Laura y ella no se hablaban desde hacía años. Yo me limité a ponerle al día e indagué en los motivos de su visita, normalmente traía una mochila, pero esta vez traía un buen maletón.

– Pues me han echado del trabajo, hace ya cosa de un mes, y claro no he podido pagar el alquiler con lo que… Voy cuesta abajo y sin frenos. Por cierto, no se lo digas a tu padre que es más pesado que Lucía y me tiene manía.

– Tu secreto está a salvo conmigo, aunque imagina que mi madre sí lo sabrá.

– Claro, ella ha insistido en que volviese, tu madre es todo corazón seguro que intenta colocarme en algún sitio o casarme si me descuido.

– Es más fácil ponerte una correa que un anillo tía.

– Bien sabes lo que me gusta. En fin, al final siempre me las apaño, no creo que os moleste mucho.

– Tu nunca molestas tita.

– Una cosa Marcos, cariño, como me vuelvas a llamar tía te doy una patada ahí. Llámame Laura, el tita y el tía te lo guardas para ocasiones especiales.

Asentí, abría la puerta de casa y entramos, allí en aquel piso con tres habitaciones y dos baños solo vivíamos mis padres y yo. Mi padre estaba sentado a la mesa de la cocina, con la radio puesta, tomándose un café. Saludó a Laura con un gesto de cabeza frío, después indicó que mi madre se estaba duchando. Sin más conversación que la circunstancial, se levantó, dejó la taza vacía en el fregadero y se despidió de mi con una palmada en el hombro y de mi tía con otro gesto de cabeza.

– Aunque lo disimule yo sé que tu padre me quiere mucho -comentó cuando él ya se había ido.

– ¿Has desayunado algo? ¿Te pongo un café, Laura?

– He desayunado un vodka y me alegra ver que no eres duro de entendederas como otros. Ponme ese café y lávate no te vayas a constipar con esa sudada.

– Se nota que te has vuelto del sur por vivir en Madrid, los chicos del norte no nos constipamos por nada -ahora conseguí yo que ella riera.

– Tuve un novio, aquí, que decía eso mismo hasta que un día, después de salir, en octubre, nos fuimos al río, nos pusimos cariñosos, le dije que fuésemos para casa, pero él no quiso y terminamos haciéndolo, sobre la hierba húmeda…

– ¡Para ahí! -Mi madre interrumpió la historia, iba en albornoz y aún algo mojada.

– Ahí Lucía te creerás que le voy a contar algo que no sepa, éste seguro que lo ha hecho más veces que tú y alguna menos que yo.

– Pero es que no te puedes contener. De verdad siempre con lo mismo. Tú vete a lavarte mientras hablo con tu tía, luego vas a ir a hacer unos recados por risitas -me di cuenta entonces de que mi cara tenía dibujado un gesto de burla lujuriosa mientras escuchaba a Laura.

En lo que me iba a mi cuarto a coger ropa de recambio para mi conjunto de salir a correr no pude evitar girarme para ver a las dos hermanas y compararlas. Mi madre, Lucía, tiene 48 años, es bajita y algo rechoncha, con muchas curvas. Una mujer muy normal de cuerpo, con sus tetas gordas algo caídas y su culazo blandito. De cara es guapa con unos ojos marrones muy claros y grandes, llevaba entonces una melena castaña a la altura de los hombros con algunas mechas rubias. En el polo opuesto estaba Laura, con solo 36 años, un palmo más alta que mi madre, y con una figura mucho más estilizada. Era la viva imagen de la madurita ex-modelo, esa clase de mujer que parece haber hecho un pacto con el diablo, que ronda los cuarenta y conserva un cuerpazo, el culo que me lo enseñó aquella mañana lo tenía duro, las tetas más pequeñas que mi madre, pero no daban la sensación, bajo la ropa de estar, caídas. La cara preciosa con un par de arrugas junto a los ojos nada más, pinta de mujer dominante con melena larga y también castaña, sin mechas, los ojos de un tono verde muy vivo.

Con demasiados pensamientos malos en mente sobre mi tía, cuando me metí a la ducha no me quedó más remedio que hacerme una paja para calmarme, no era la primera de mi vida a salud de mi tita, ya cayeron unas cuantas en la adolescencia y los veranos en el pueblo.

Antes de seguir es justo que me describa a mí mismo. Me llamo Marcos e intentando no ser narcisista me limitaré a decir que soy un chico normal de veinte años, delgado al comienzo de esta historia, pues aún no iba al gimnasio, y que estudia en la universidad de mi pequeña ciudad natal del norte de España. Debo decir que no soy feo, tampoco un guaperas, estoy bastante bien en resumidas cuentas y en todos los sentidos, vamos que no me quejo de lo que tengo entre las piernas.

Volviendo a la trama al salir de la ducha aquel día mi madre cumplió su promesa y me tocó pasearme por el mercado para cumplir con la lista de la compra, por suerte aún faltaban dos semanas para el inicio del curso y yo estaba desocupado por completo. Poca cosa de relevancia paso durante las horas de luz de aquel jueves en que Laura se vino a casa. Ahora bien, al caer la noche y tras un obligado tiempo en familia frente al televisor, una absurda costumbre que teníamos, durante el cual los tres evadimos las preguntas de mi padre acerca de la estancia de mi tía, llegó la hora de irse a dormir. Mis padres a su dormitorio marital y mi tía y yo a nuestras habitaciones, nuestros cuartos estaban pegados y bastante separados de el de mis padres, con el salón por medio de la casa.

– Buenas noches Laura -le dije antes de meterme para mi cuarto.

– Espera un momento Marcos -me detuvo cogiéndome del brazo, estábamos medio a oscuras en el umbral de las dos habitaciones-. Lucía se volvería loca si escuchase lo que te voy a decir, pero espero que tú no pierdas los papeles -me intrigó y siguiendo el aire de secretismo me acerqué a ella para que tan solo con un susurro pudiese hablarme-. Yo no puedo dormir sin antes…, ya sabes -seguí un gesto de su mano que se perdía entre sus piernas. Tragué saliva-. Intentaré no hacer mucho ruido, pero ya me ha pasado con una compañera de piso que se asustó un poco de mis gemidos y entró en mi habitación pensando que me pasaba algo…, y menuda risa -yo no me reía, de hecho, me dejó algo petrificado la confesión-. Anda no me pongas esa cara, si eso escucha algo de música y cuando acabe te doy unos golpecitos en la pared.

Con esas y un beso en la mejilla se encerró en su cuarto y yo en el mío. Agarré un reproductor de música dispuesto a seguir su consejo. Sin embargo, la curiosidad me pudo y terminé con la oreja pegada a la pared escuchando. Al principio solo oía un zumbido, como el de un móvil vibrando, supuse que se trataba de algún juguete con el que se asistía. Después me llegó su respiración, se iba acelerando, suspiraba profundamente y soltaba unos quejidos de tanto en tanto. Un poco después soltó un gritito que aún sin estar pegado a la pared lo hubiese oído, y me hubiese asustado, más teniendo en cuenta que le siguió otro gemido y otro más acompañados de una especie de llanto. El clímax lo alcanzó unos minutos después, plagados de gimoteos, lo distinguí porque ahogó su gozo con algo a fin de que no le escuchase toda la casa.

Con dos golpes en la pared anunció que había acabado, aunque no hiciese falta que me lo confirmase. Yo que lo había escuchado todo no puede evitar empalmarme y tener que lidiar con mi situación de nuevo, para bien o para mal en tan solo un día había caído un par de pajas a salud de mi tía Laura. Ella quizá pudo dormir tranquila después de aquello, pero a mí me costó, mi cabeza daba vueltas, lo que fantaseaba no era nada bueno.

A la mañana siguiente me desperté tarde, para lo que era habitual en mí, pasadas las 9 de la mañana. Mi madre estaba en la cocina, me serví un café y sin legar a acabármelo me dirigí a la ducha. Estaba medio dormido, y abrí la puerta del baño, que solo usaba yo, mis padres tenían el suyo en suite con su habitación, para encontrarme a Laura saliendo de la ducha. No fue la típica pillada desnuda, ella ya estaba tapada por mi albornoz.

– Lo siento -dije al tiempo que cerraba la puerta.

– No seas tonto, pasa que yo ya estoy lista -le hice caso, llevado por la misma fantasía que me acompañó la noche anterior-. Ya acabo, ¿quieres que te deje el albornoz?

Dijo aquello e hizo ademán de quitarse el albornoz, detuvo la broma mostrando canalillo y salió del baño riendo a carcajadas. Ese encontronazo no me llevó a otra paja, como algunos podríais esperar, para mi suerte acababa de empezar nuestra historia y yo no estaba aún tan salido como lo estoy ahora. El resto de mi día fue rutinario, me dedique a jugar al LoL y a descansar antes de empezar el curso. Ese había sido mi verano, a excepción de tres semanas que las dediqué a dar clases a una chiquilla que había suspendido selectividad en junio.

Laura se pasó la mañana en casa poniéndose al día con mi madre, por la tarde salió, al parecer con algunas amigas de toda la vida, cuando volvió era tarde y se perdió el rato de tele. Yo me había escaqueado a mi cuarto, para ver algo en el ordenador y huir de los melodramas del prime time que encantaban a mi madre y dejaban a mi padre roncando. Probablemente pasaban las doce cuando llegó mi tía, llamó a mi puerta, la casa ya estaba en silencio, yo me había tragado tres capítulos del tirón y no sabía cuan tarde era.

– Sobrino, Marcos, buenas noches -las pausas que hacía al hablar, y la sonrisa vacilona en rostro dejaban claro que iba un poco borracha.

– Buenas noche Laura.

– A esta hora me puedes llamar tía, que me importa un poco menos. Me voy a dormir, así que ya sabes no te asustes de lo que oigas -su sonrisa se volvió picara y con ella cerró mi puerta.

Yo apagué inmediatamente el ordenador y me puse a escuchar con la oreja en la pared. El zumbido del vibrador fue de nuevo lo primero que oí, tenía que haber inspeccionado la habitación en algún momento durante el día para ver cómo era el aparato con que Laura se desahogaba. Esperé para escuchar la respiración entrecortada, ya en ese momento estaba polla en mano y listo para correrme a la par que mi tía.

Sin embargo, por más que esperé no escuché nada, llegué a taparme el oído que no pegaba a la pared para intentar oír mejor. Lo que conseguí con aquello fue aislarme del resto de ruidos a salvedad de la vibración del consolador de Laura y como resultado mi tita me pilló infraganti. Cuando me acarició el hombro casi me mata del susto, el corazón se me desbocó, di un bote y caí en mi cama. Tal fue la sorpresa que fui incapaz de sacar mi mano derecha de los pantalones de pijama.

Todo esto le resultó muy cómico a Laura, que estaba de pie, frente a mí. Me había pillado y ahora me contemplaba con cara risueña y alcohólica. Yo no podía sostenerle la mirada porque ella estaba en ropa interior, había entrado en mi habitación llevando solo un sujetador amarillo de encaje y un tanga a juego, el color le sentaba muy bien en su piel algo morena.

– Parece que tenemos más en común de lo que yo creía sobrino -seguía sonando algo tomada.

– No es lo que parece -la peor frase hecha para esta clase de situaciones salió sola de mis labios.

– Ya claro, no te ibas a hacer una paja escuchando a tu tía.

– Laura, de verdad que solo ha sido casualidad, me picaba y…

– Ya te he dicho que a estas horas quiero que me llames tía, o tita si lo prefieres.

Yo intenté recupera la compostura, poniendo las manos donde debían estar y sonriendo forzado. Mientras yo me controlaba Laura se desataba, avanzó hasta mí, había cerrado la puerta al entrar, la casa estaba en un silencio sepulcral, y parada a un palmo se soltó el sujetador y lo arrojó a un lado. Como había anticipado sus tetas solo estaban un poco caídas y tenían un tamaño perfecto, una noventa o noventa y cinco.

– Vamos, cáscatela pensando en tu tía -yo me quedé paralizado sin hacer nada, solo contemplando su cuerpazo, era perfecto, pero lo que era aún mejor es que estaba allí al alcance de mi mano-. Vamos, hazlo.

Seguí inmóvil, reuniendo letras para decirle que aquello no podía ser que saliese de mi habitación y se fuese a dormir. Tal vez ella tenía razón y yo era tan mojigato como mi madre, solo había estado con una chica en mi vida, quince minutos y algo borracho. Mi pasotismo no gustó a mi tía, que se agachó, clavando rodillas y tiró de mis pantalones.

– Si no lo haces tú, tendré que hacerlo yo. Pero después más te vale dejarme satisfecha.

– Para, para… -no me hizo caso, tiró hasta que mis calzoncillos asomaron, luego fue a por estos fue y al final terminó agarrándome la polla que había liberado ella misma.

Hay que decir que yo pude hacer algo más, pero en el fondo no quería. Empezó a hacerme una paja, su mano se sentía un millón de vez mejor que la mía y tardé dos segundos en estar completamente empalmado. Cuando me tuvo así, miró y remiró mi rabo para terminar asintiendo.

– Esto está muy bien, de hecho, me ha despertado el apetito. Túmbate.

– ¿Para qué? -pregunté estúpido, no me llegaba bien el riego.

– Te lo dije ayer tonto, sin correrme no me puedo dormir y si me tengo que ocupar yo de ti, tú te tienes que ocupar de mí.

Me coloqué mirando al techo, como ella había dicho, mi polla también apuntaba a las alturas. Laura se subió a la cama, se quedó de pie sobre mi cara, con sus pies a cada lado, y se bajó el tanga hasta las rodillas. Gracias a que tenía el flexo de mi escritorio encendido no me perdí un detalle de su figura en aquel nuestro primer encuentro. Vi como el triangulito amarillo que cubría su coño dejaba a la luz unos labios grandes, como la cinta que se ajustaba a su cadera pasaba sobre el tatuaje de la abeja y la que separaba los cachetes de su culo desaparecía para mostrar su agujerito.

– Así bastará -y con una sentadilla bajó hasta dejar su culo pegado a mi cara, puede oler su coño-. ¿Ya sabes lo que tienes que hacer?

– Sí… -contesté sin mucha convicción, ella lo notó.

– A ver, que te explico -se recolocó sobre mi hasta dejar su coño encima de mi cara, estaba a cuatro patas sobre mi cama-, esto de aquí es el clítoris -se señaló la liguera protuberancia-, vas a acariciarlo y darle un lametón de vez en cuando, pero sobre todo quiero que uses esa lengua, que se ha comido el gato, para meterla por aquí y a ver hasta donde llegas -se separó los labios dejándome ver su rojez interior y soltando una bocanada de olor a hembra.

Aquello disparó algo dentro de mí y sin atender a más explicaciones le agarré por las caderas para empezar a comerle el coño. Era mi primera vez en aquellas lides, no voy a colgarme la medalla del talento natural, muchas veces mi tita me ha recordado que ese no fue mi mejor momento, pero el hambre me pudo. Moví mi lengua a lo loco, olvidando sus instrucciones y centrándome en saborearle.

– Que entusiasmo -soltó con pequeño respingón previo-. Vamos a ver que tal me sabes sobrino.

Había seguido pajeándome un rato, pero lo que hizo fueron palabras mayores. Con un lametón recorrió la circunferencia de mi glande, yo solté un bufido de gusto. Eso le animó y pegó sus labios a la punta de mi polla, como si de un beso se tratase para después bajar hasta casi la mitad. Aquella tampoco era mi primera mamada, pero superó con creces a la que me regaló la chica a la que di clases ese verano.

Mi tía me mamaba con delicadeza y pasión al tiempo que atendía mis huevos, de vez en cuando les caía algo de lengua también. Me tenía a punto, demasiado a punto, me corrí en apenas diez minutos. No le avisé, exploté dentro de su boca, y no hubo quejas ni nada. Se limitó a incorporarse, alejando su coño de mi boca, para volverse y mirarme. Me enseñó la lengua blanca de mi leche, después con un exagerado gesto tragó y volvió a mostrar la lengua esta vez rosada.

– Esto os vuelve locos a todos. Ahora termina lo tuyo.

Se colocó a horcajadas sobre mi pecho, me agarró del pelo y hundió mi cabeza en su coño. No he dicho antes que tenía todo perfectamente rasurado, con la piel excepcionalmente suave. Esta vez ella también usaba sus dedos y me adoctrinaba durante el proceso. De aquella forma pronto empecé a escuchar su respiraciones profundas y entrecortadas, luego sus gimoteos y grititos, finalmente mirando hacia arriba le vi taparse la boca justo al llegar al orgasmo, y sentí como convulsionaba sobre mí.

– Muy bien sobrino, muy bien -me acarició la cabeza y me separó de sí, para levantarse-, Yo ya me puedo dormir tranquila, hasta mañana.

Así, como vino se fue aquella noche, bueno, no del todo, se dejó la lencería en mi cuarto. Yo la recogí y la guardé bajo la almohada, no quería que mi madre la viese al día siguiente tirada por el suelo. Esa noche dormí del tirón y me desperté el primero, o eso creía, además también bastante cachondo hundiendo mi nariz en el tanga de mi tita. Entonces se me pasó por la cabeza el hacerle una visita mañanera, puestos en gastos y tras habernos marcado un 69 por qué no.

Dispuesto y bien despierto me fui para la puerta, pero las voces que oí al otro lado me detuvieron. Pegué la oreja a la pared, hasta ahora aquello solo me había traído alegrías, pero la cosa estaba a punto de cambiar. Escuché a Laura no susurraba precisamente, y a mi padre que hablaba al mismo volumen que ella. Tardé un segundo en adaptar mi oído para entenderlos con claridad, y ojalá no lo hubiese hecho.

– Traga ahí puta -decía mi padre, su voz tenía un tono que nunca había escuchado.

– Esto no te lo hace Lucía, ¿verdad? -también mi tía sonaba más guarra incluso que la noche anterior.

– No la mientes perra, y date prisa no se vayan a levantar ella o el niño.

– Uy sí, que vergüenza que me pillasen con tu pollón en la boca. He prestado yo más atenciones a este rabo que mi hermana, ya me las podías prestar tú a mí.

– Te dejo quedarte en mi casa, guarra, que más te valdría buscarte un trabajo y hacer algo de provecho -toda la conversación estaba salpicada de húmedos sonidos por parte de mi tita.

– Ya trabajo, aquí de puta para ti. Anda Alfonso, se bueno y métemela -le suplicó, a mí la noche anterior me ordenaba, al mi viejo le suplicaba.

– No, que gritas como una perra.

– Pues me tapas la boca, pero yo te quiero dentro.

Hubo un segundo de completo silencio, sin ruidos de felación ni palabras. Mi padre lo rompió.

– Más te vale no gritar.

La conversación cesó, salvo para algún improperio sexual. Mi tía pronto empezó a gemir, y también pronto fue silenciada, o más bien ahogada. La cama en cambio hacia ruido, el ruido propio del movimiento que le imprimían los amantes. Aquello me sirvió para saber cuándo habían acabado, media hora o así estuvieron dale que te pego. Yo no fui capaz de dejar de escuchar en todo el rato, en mi interior se revolvieron la ira y la excitación sexual. Escuché un par de golpes en la pared justo cuando acabaron.

No abandoné mi cuarto hasta pasado un tiempo prudencial, esperé hasta asegurarme de que los dos se habían ido. Al pasar junto a la habitación que ocupaba mi tía pude oler el aroma del sexo, pasé de largo. Seguí andando por casa para encontrarme a mi padre con el noticiero mañanero en la radio, desayunando con mi madre a su lado. No pude ni devolverle los buenos días, fui al baño me sentía revuelto. Abrí la puerta y allí estaba, de nuevo recién duchada.

Me lanzó una mirada de complicidad, y yo no me pude resistir. Le cogí del cuello, le llevé contra la pared y le abrí el albornoz. Su cuerpo aún estaba húmedo y brillante tras la ducha. Una parte de mí, llevada por el deseo incestuoso y el morbo quería follarle allí mismo. Pero por otro lado me mataba lo que acababa de escuchar.

– ¿Qué hacías con mi padre? -le pregunté furioso, ella se sonrió.

– Ya sabías lo que me gustaba antes de dormir, y ahora sabes cómo me gusta empezar el día.

Me dejó sin palabras, se libró de mi agarre y me besó en los labios, con lengua. Después paseó su mano por mi pecho hacia abajo, hasta llegar a mi entrepierna. Me agarró allí con fuerza.

– Si me quieres para ti, y no de tu papá, más te vale demostrarme que eres un hombre de verdad, como él o mejor que el -me separó de un empujón-. Ya sabes dónde está tu tita para probarlo.

Así salió del baño, atándose el albornoz de nuevo, frente a mi padre que iba por el pasillo en dirección a la puerta. Noté la sonrisa lasciva de él bajo el semblante de desaprobación que le lanzó. Antes de salir se despidió de mí. Los dos estábamos a merced de los caprichos de mi tita.

Continuará.

P.S.

Este es mi primer relato, confío en que guste a la comunidad y que no tenga muchos fallos. Espero vuestros comentarios y valoraciones. Un saludo y gracias por vuestras lecturas.

HijodelNorte

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