Toco a mi hermana mientras ella se hace la dormida
Y la fiesta seguía como si nada hubiera sucedido entre nosotros. Hubo algún roce casual, alguna mirada morbosa, pero por lo general nada que hiciera sospechar todas las guarradas que acabábamos de hacer mi hermana y yo en el aparcamiento de esa misma discoteca.
En un primer momento me sentí en la cima del mundo. Acababa de hacerle el amor a mi hermana por primera vez, de frente, mirándola a los ojos, como siempre había soñado. Y ella lo había disfrutado tanto como yo.
Seguía erecto, excitado, y esa idea nublaba todo lo demás. Llegué a aprovecharme de la oscuridad y la confusión que reinaban en la pista de baile para, oculto entre la multitud, agarrar a mi hermana por las tetas o el culo y darle unos buenos sobeteos, como si tratase de prolongar lo que había sucedido antes.
Pero, tras la euforia inicial (y, muy probablemente, inducido por el bajón de las drogas que había tomado…), empecé a verme inmerso en un creciente estado de paranoia. Se apoderó de mí la idea de que alguno de nuestros colegas podría habernos visto a mi hermana y a mí teniendo sexo. Pues, a decir verdad, tampoco pusimos demasiado empeño en ocultarnos.
De pronto, todo lo que percibía a mi alrededor eran signos que parecían confirmar mis peores sospechas. En cada comentario que oía veía un doble sentido. En cada mirada, un reproche. Lo pasé mal durante un rato hasta que deduje que mi estado de pánico se debía, fundamentalmente, a las drogas. Si alguien vio algo, el daño ya estaba hecho. Así que decidí dejar de pensar en ello y me lancé definitivamente a disfrutar de la fiesta.
No tengo un recuerdo nítido de como transcurrió el resto de la noche. Supongo que debí tomar algo más y pasé las horas que quedaban sumergido en una nebulosa de placer, luces y música electrónica. Creo que llegué a olvidarme de mis amigos, del mundo y de mi hermana, limitándome a disfrutar todo lo que pude de aquella gran bacanal.
Lo siguiente que recuerdo de forma nítida es estar subiendo en el autobús que nos traería de vuelta. Me encontraba ya en ese estado especial de confusión, aturdimiento y mórbida excitación que suele suceder a un buen globazo de éxtasis. Y, a juzgar por los caretos que tenía alrededor, no era, para nada, el único que me encontraba en ese estado.
Me dirigí como un autómata hacia la zona del autocar en la que se habían instalado mis colegas. Al acercarme descubrí que me habían guardado un sitio, justo al lado de mi hermana. Al verla sentí cómo si una descarga eléctrica recorriese mi cuerpo desde las puntas de los dedos hasta el centro de la columna vertebral.
Por extraño que parezca, el abuso de drogas en aquella locura de fiesta me había sumido en una especie de trance y no era consciente aún de todo lo que había pasado. Sencillamente, no lo recordaba. Pero al verla ahí sentada, con el pelo revuelto y los signos aun perceptibles de haberse drogado recientemente me devolvieron de golpe a la realidad. Hacia unas pocas horas, habíamos estado follando como animales.
Ella me miró durante unos segundos como invitándome a que me sentara a su lado, aunque a esas alturas se trataba ya de mi única opción. Fue una mirada limpia, casi inocente, que llegó a hacerme dudar de lo que había pasado o de que ella lo recordase. Pero enseguida vino a mi memoria la totalidad de la escena, clara e irrefutable. Y si yo era capaz de rememorar hasta el último detalle, algo recordaría ella también.
Los primeros minutos de trayecto fueron muy tensos. Ninguno de los dos digimos ni una palabra, así que me abandoné a mis pensamientos mientras mi hermana dormitaba apoyada sobre el cristal. Volvieron a mi mente los fantasmas que había estado ahuyentando y empecé a preguntarme de nuevo si alguno de los presentes nos habría descubierto al consumar el incesto.
Durante un buen rato me asaltó la sensación de que todos murmuraban de mí, que algunos nos estaban mirando a través del cristal. Yo me hacía el dormido, tratando de escuchar todo lo que dijeran y susurraran a mis espaldas. Me acurrucaba en mi asiento, con el cuerpo recostado y mirando a mi hermana, mientras me cubría con mi ancho plumón de invierno, suficiente para taparnos a mi hermana y a mí casi medio cuerpo entero.
A medida que pasaban los minutos fui perdiendo interés, pues nada de lo que hablaban tenía ni remota relación conmigo, más allá de alguna chanza sobre el colocón que llevaba o mi forma de bailar. Desde luego, no escuché nada que me hiciera pensar en que alguien pudiera saber lo que había pasado entre mi hermana y yo. Y, al cabo de poco tiempo, estaba mirando la carretera totalmente desconectado de lo que sucediera a mi alrededor. Entonces, pasó algo que volvió a activar todas mis alarmas.
No sé si aquel autocar pillo un bache, dio un frenazo o tomó una curva muy cerrada. Lo que sí recuerdo es que todo se movió y, de pronto, mi mano hizo contacto con el culo de mi hermana, que quedó recostada sobre mí y no volvió a su anterior postura.
Primero me invadió el pánico. Pensé que ahora sí nos verían y que alguien iba a atar cabos. Pero una rápida mirada a mi alrededor me confirmó que nadie se había fijado en nosotros. Además confirme que, tal como había colocado mi chaqueta, era imposible que nadie pudiera distinguir en que parte estaba mi mano o dónde había posado el culo mi hermana.
Y fue entonces cuando cruzó por mi mente el recuerdo de aquella vez que lo hicimos en el coche de mis padres. La situación no era la misma y el riesgo a ser descubiertos parecía mucho mayor. Pero en ese momento, con los restos de droga que aún tenía en la sangre, el morbo de aquella idea era mucho más de lo que podía aguantar.
En pocos segundos ya estaba manoseando cuidadosamente las nalgas de mi hermana sobre el apretado pantalón de cuero. Me preguntaba si mi hermanita realmente estaba dormida o estaría fingiendo igual que lo hacía yo.
Lo primero que hice fue deslizar suavemente mi mano hacia su entrepierna, tratando de hacerlo tan disimuladamente como me fue posible. De todos modos, en la posición en que estábamos, era imposible que nadie nos viera.
Al llegar al inicio de su culete trate de separar ligeramente sus piernas para poderle palpar el coñito, buscando morbosamente algún indicio de mi corrida anterior. Con esta finalidad le estuve manoseando un buen rato el potorro. Me deleité al descubrir restos pegajosos adheridos al cuero, ya secos, señal inequívoca de nuestra depravación, mientras la seguía sobando a consciencia.
No transcurrieron más que unos pocos segundos para que mis toqueteos dieran sus frutos y sentí su cuerpo moverse casi imperceptiblemente como tratando de intensificar mis caricias. Pronto aquella zona prohibida de su pantalón comenzó a exhumar calor y humedad a partes iguales hasta dejarme la mano pringosa. Eso me hizo pensar en su tanga que seguía guardado en mi bolsillo mientras sus caros pantalones se llenaban de flujo. El morbo era inmenso.
Los movimientos de mi hermana, aunque disimulados, para mí ya eran más que evidentes y confirmaron lo que ya sospechaba: que la muy zorrita, una vez más, tan sólo fingía estar dormida, como ella misma me había confesado. Me puse fuera de mí. Por un momento, estuve a punto de sacarme la poya y follármela ahí mismo, tan sólo cubiertos por mi chaqueta. Fue mi escasa cordura lo único que me frenó. Aquello era demasiado arriesgado. Entonces recordé el cierre roto de su pantalón. Entendí lo fácil que sería meterle los dedos a consciencia, allí mismo, sin que nadie se enterará.
Sin pensármelo dos veces, deslicé mis manos sobre sus nalgas hasta la cintura y le fui bajando el pantalón con cuidado, aprovechando que el cierre estaba abierto, hasta que pude meter la mano cómodamente bajo el cuero. Mi hermanita trató de protestar. Se revolvía ligeramente, con cuidado de no llamar la atención, tratando de evitar lo inevitable.
Hizo el amago de llevar sus manos a la zona, pero finalmente se detuvo y optó por seguir haciéndose la dormida, abandonando cualquier resistencia. No sé si se vio superada por el riesgo de la situación o sí, al igual que yo, se había rendido al morbo. Su decisión me encendió aún más de lo que ya estaba.
Disimuladamente introduje toda mi mano por la abertura de su pantalón, disfrutando de cada palmo de piel que rozaba a mi paso. Recorrí toda su nalga hasta posar mi mano entera sobre su coño desnudo, mojado y peludo. Antes de empezar a masturbarla acerqué mi cabeza a la suya con cuidado y le susurré algo al oído.
“- Procura que no te oigan o nos van a descubrir.”
Sin esperar ninguna respuesta deslicé dos dedos en su interior, el índice y el anular. Y los fui hundiendo con cuidado en su cuevita, dando tiempo a la vagina de mi hermana para acostumbrarse a su tamaño. Su coñito estaba cada vez más mojado y, por mucho cuidado que pusiera, yo mismo podía escuchar el chapoteo de mis falanges entrando y saliendo de mi hermana. Un sonido para mi muy claro pero imposible de identificar para quién no supiera lo que estaba escuchando.
Mi hermana, por su parte, no emitió ni un solo sonido sospechoso. Hasta su respiración se mantenía a un ritmo normal. Cualquiera que la hubiera escuchado, habría creído que estaba durmiendo profundamente.
Yo mismo habría llegado a dudar de no ser por el escandaloso nivel de humedad que emanaba su coño y por la evidente presión que ejercía su cuerpo para propiciar que mis dedos se hundieran más profundamente en su interior. Su actitud era lo que más me calentaba de todo.
Me encontraba cerca del delirio cuando cogí su mano y la posé en mi paquete. Alguien podría habernos visto, pero ella ni se inmuto. Me agarró la polla sin complejos y casi hace que me corra en los pantalones. Vi cómo, disimuladamente se llevó la otra mano a la boca para, justo antes de correrse, morder el puño acallando así sus gemidos. Por eso no emitió ni un solo sonido cuando su coño estalló llenando mi mano de flujos.
Era imposible que alguien hubiera escuchado nada anormal, aunque la mancha en el pantalón de mi hermana prometía ser de campeonato. Pensaría en algo antes de llegar, pero no tenía intención de terminar mi hazaña. Disimuladamente cambié de postura y me abrí la bragueta con cuidado. A estas alturas mi herramienta lucía una erección de caballo.
Entonces volví a posar su mano sobre mi verga desnuda y esperé a que, por ella misma, empezara a hacerme una paja. No tardó mucho en ceder y, durante lo que quedaba de trayecto, me estuvo acariciando suavemente la tranca mientras yo paseaba mi mano impunemente por su culo y sus tetitas, procurando que ninguno de nuestros movimientos nos delatara.
Cuando llegamos a nuestro destino yo seguía con la polla al aire y una erección de campeonato. Y todavía no había comprobado las evidencias en el pantalón de mi hermana. Ella hizo como si despertara de golpe y de nuevo nuestras miradas se cruzaron.
Esta vez fue una mirada cómplice, cargada de nerviosismo y de significado. En cierto modo, aunque sólo fuera con su expresión, era como si volviera a admitirme que sabía lo que estaba pasando. Había llegado el momento de actuar.
Yo fui el primero en levantarme. Me guardé el pajarito rápidamente y recogí la chaqueta para taparme con ella, descubriendo parcialmente a mi hermana. Lo que vi me alarmó, pues tenía el pantalón mucho más suelto de lo que yo imaginaba y la mitad de su culito había quedado al aire. Se notaba claramente que alguien le había estado metiendo mano a mi hermanita.
Por suerte nadie nos vio antes de que yo me inclinara sobre ella, como tratando de despertarla mientras, con un rápido movimiento, le subía el pantalón. Todo parecía en su sitio hasta que mi hermana se incorporó. Entonces pude ver la mancha de humedad que cubría su entrepierna y bajaba por el muslo hasta la rodilla.
Si alguien la veía de frente, caminando erguida, era imposible que no lo notara.
Y entonces se me ocurrió cómo salir del paso. Recordé las inenarrables borracheras que cogía mi hermana años atrás en las que, a menudo, terminaba inconsciente y cómo incluso habían tenido que llevarla a hombros a casa. Yo mismo lo había hecho en más de una ocasión.
“- ¡Joder, hermanita! ¡¿Ya vuelves a estar igual?!”
Lo dije en voz alta, sin hacer demasiados aspavientos para que sonara natural. Y, mientras la ayudaba a levantarse, puse mi plumón sobre sus hombros, tapándola hasta medio muslo y la cargue sobre mi costado del modo en que se suele acompañar a los borrachos.
Ella pareció entender la treta y apoyo su peso sobre mi cuerpo de forma que nadie podría apreciar las manchas. No sé si fue intencionado, pero a cada paso que daba, sus duras tetitas rebotaban sobre mi hombro, mi pecho y mi espalda inflamando más mi ya sobreabultado paquete.
En esos momentos yo sólo deseaba que nadie reparase en mi incipiente erección.
Ya casi habíamos llegado a la puerta cuando escuché a una amiga llamando a mi hermana. Parecía preocupada por su estado e incluso me pareció que se levantaba y se dirigía hacia nosotros repitiendo su nombre. En un primer momento no reaccioné. Había demasiadas cosas que podían salir mal si alguien nos examinaba de cerca.
Mi hermana tampoco hizo ademán de contestar, aunque sin duda lo había escuchado. Eso me tranquilizó, así que seguí avanzando como si no me estuviese enterando de lo que pasaba. Por suerte nuestra peña estaba sentada al final de todo y nosotros ya casi habíamos llegado a la puerta, así que no tuvimos que hacer nada raro para salir del autocar antes de que pudiera alcanzarnos.
Me sorprendió que mi hermana siguiera adoptando la misma pose durante todo el trayecto hasta casa. Supuse que prefería que los vecinos la vieran borracha a que alguien notase la evidente mancha de humedad que ocultaba en sus pantalones. El roce con sus tetitas amenazaba con hacerme perder la cabeza.
Ni siquiera al entrar al portal, mi hermanita dejó de comportarse como si estuviera borracha perdida. Ya en el ascensor, seguía recostándose sobre mí como si no se sostuviera de pie. Aquello no tenía sentido. Ella sabía tan bien como yo que nuestros padres estarían fuera durante todo el fin de semana. Pero, a pesar de todo, decidió seguir con la comedia.
Me harté de su juego antes de que el ascensor llegara a nuestro piso. La obligué a mirarme de frente y empecé a morrearme con ella. Con una mano sujetaba su cabeza contra la mía mientras con la otra le sobaba sin piedad alternando el culo y las tetas. Lo hacía con tanta violencia que el cierre de su pantalón volvió a abrirse y terminó con las nalgas y parte de su coñito al aire.
Ella respondió a mis caricias y buscó mi lengua con la suya. Esta vez sin disimulos, sin coartada.
Sólo nos detuvimos al llegar a nuestro piso, tras unos segundos que parecieron horas. Entonces ella me miró a los ojos con una expresión agridulce que sólo supe interpretar como una mezcla de morbo y remordimiento, sin mencionar los permanentes signos de aquella maldita droga que no terminaban de desaparecer. Llegué a percibir como, por un momento, ella dudaba.
Así que me apresuré en sacar las llaves y abrir la puerta de nuestra casa. Ella entró en silencio y se fue directa a cambiarse. Salió vestida sólo con un camisón. Sus pezones se marcaban escandalosamente clavaditos bajo la fina tela. Yo me disponía a darme una ducha rápida cuando paso junto a mí y me dirigió una profunda mirada cargada, esta vez sí, de puro y genuino morbo.
La observe alejarse por el pasillo agitando su voluptuoso culito, consciente de mi mirada, y se volvió hacia mí, una vez más, antes de entrar en la habitación de mis padres. No tenía nada de extraño que mi hermanita durmiese en su cama cuando ellos no estaban. Hasta yo lo había hecho. Lo que tenía de especial esa vez es que para mí se hizo evidente que iba a follar con mi hermana en la misma cama que nuestros propios padres. Y esa idea me puso a mil.
Me duche tranquilamente, tomándome mi tiempo con calma, sin que en ningún momento se aflojara en lo más mínimo mi erección. Me estimulaba de vez en cuando, aunque en ningún momento eyaculé, eso se lo guardaba a mi hermana. Cuando ya estuve seco, me puse un pantalón de pijama bien ancho, en el que se veía claramente mi erección y me fui directo a por mi hermanita.
La habitación de mis padres estaba completamente a oscuras y la respiración de mi hermana indicaba que ya se había dormido, aunque, a estas alturas de la historia, no me lo creí. Tampoco estaba dispuesto a disfrutar de aquel Edén a oscuras, así que lo primero que hice fue encender la lampara que había en la mesita de noche.
La luz iluminó por completo a mi hermana, tapada con el edredón, que no parecía inmutarse. Sonreí al comprobar que ella quería seguir con sus jueguecitos.
Pero yo no estaba dispuesto a ser suave, no aquella noche.
No había hecho más que empezar.
Lo primero que hice fue levantar el edredón, descubriendo todo su cuerpo, desde los pies hasta el pecho y doblarlo de forma que le tapara la cabeza. Así podía disimular todo lo que quisiera. Levanté su camisón y descubrí su coñito peludo y desnudo.
Acto seguido me levante de la cama y moví la lampara hasta enfocar la luz de lleno en su coñito. Después la agarre por las piernas y la obligue a separarlas hasta que su vulva quedó completamente expuesta a mi mirada. No tengo palabras para describir el morbo que me generaba aquella situación, manoseando el coño de mi hermana a plena luz mientras le cubría la cabeza con una almohada. Probablemente ella tuviera los ojos abiertos bajo la tela, ya nada importaba.
Empecé a masturbar su coño desnudo hasta que escuché el primer gemido escapar de sus labios.
Esa era la señal que esperaba para inclinarme sobre ella y empezar a comerle el chochito como a ella tanto le gustaba.
Esta vez fui más allá y empecé a devorarle el coño con fuerza. Apliqué en ella todo lo que en ese momento sabía. Con mis manos le sujetaba los muslos o le abría los labios de la raja para poder succionar todos los rincones de su intimidad. Quería volverla loca, hacerla gritar.
Pronto sus gemidos se volvieron alaridos. Entonces retiré el edredón y la almohada para descubrir sus hermosos ojos abiertos de par en par. Su mirada era sucia, lasciva. Yo no dije nada y empecé a besarla. En esos momentos era puro instinto.
Me arrastré como pude sobre ella, sin dejar de comerle la boca. Mis manos parecían multiplicarse para acariciarla en cada rincón de su cuerpo simultáneamente. Nuestras lenguas siguieron jugando mientras le arrancaba a tirones el camisón.
Mi ancho pijama se bajó por si sólo mientras nuestros cuerpos se rozaban y pronto nuestros sexos se habían acoplado como por arte de magia.
Follamos con furia.
Los dos nos corrimos por lo menos tres veces antes de cambiar de postura. Y, de un apasionado misionero, pasé a follarme a mi hermanita salvajemente a cuatro patas. Y a esa le siguieron muchas posturas mas.
Me la follé de pié, contra la pared y en el suello.
Le tiré del pelo, le di un sinfín de cachetes en el culo, bofetadas y le pasé la polla por la cara.
Ella me hizo otras tantas guarradas, no podría enumerarlas.
Liberamos al diabo.
Fue una madrugada loca en la que hicimos de todo hasta caer rendidos bien entrada la mañana.
Cuando desperté mi hermana ya no estaba.
Al principio me preocupé, pero enseguida encontré una nota que había dejado diciendo que pasaría el fin de semana en casa de una amiga.
La misma amiga que la estuvo llamando antes de bajarnos del autocar y cuyo nombre omitiré por razones obvias.
Me disgustó no poder seguir disfrutando de mi hermana durante todo el fin de semana pero no le di más importancia. Pensé que nuestra relación había cambiado para siempre. Pero no fue como esperaba.
A su regreso volvió a comportarse como antes de nuestro incidente, evitaba hablar del tema y mantuvo siempre su puerta cerrada.
Al poco tiempo encontró un novio (quizás ya lo tuviera en secreto) y se marchó a vivir con él. Nuestra relación es buena, aunque nunca se volvió a dar ninguna situación como las que os he contado. Ha pasado ya mucho tiempo, pero nunca lo hemos hablado en serio.
A veces, aunque está casada, percibo esa sombra de morbo en su mirada. Mi fantasía termina con ella leyendo esta historia. Espero que algún día la encuentres, hermanita, y te hagas un buen dedo a mi nombre. Sé que sabes que te comería ese coñito tan tierno que tienes sólo con que tú me lo insinuaras. Pero también sé que es mucho pedirte que des ese paso. Así que me conformaré con otra de tus miraditas morbosas tras pajearte leyendo esta historia en tu portátil nuevo.