Tricia contra el espejo «Empezó a reírse con cara de ir a decir algo y no poder por timidez»
Tricia contra el espejo
Empezó a reírse con cara de ir a decir algo y no poder por timidez, pero las manos llegaron al rescate. «Quiero que la nata me resbale por la boca», escribió mi el teléfono. Sentado en la terraza, tuve ganas de mirar alrededor. Pero me incliné un poco hacia Tricia, como si fuese a darle una consigna, como si fuese a decirle que iba a bajarle las bragas en cuanto nos quedásemos solos, como si fuese a revelarle que mi único propósito en ese momento era hacerla gritar.
-«Vamos a comer algo»
Y completé la frase en mi cabeza, creo, añadiendo «antes», al final del todo. Quería decir antes para que ella supiese que iba a suceder. Para que mientras cenaba supiese que en menos de una hora ella ya no tendría la ropa puesta. Que ya no estaría sirviéndole el agua caballerosamente sino sujetándola fuerte, bombeando sin parar hacia su interior.
Al subirnos al coche, risa nerviosa pensando donde íbamos a estallar. Mejor ese hotel, el obvio, el que se construyó para ser un paréntesis en el espacio y el tiempo. El lugar donde no sucede nada en realidad, porque es como si no hubiese pasado, porque está hecho para que no pase nada más. El sitio donde dormir está fuera de contexto, donde lo educado es morderse, sudar y gemir. El oasis donde sólo el tiempo sirve para follar.
Repasé la habitación al entrar. Espejos allí, allá. Tricia dijo frases cortas, y de repente una muy larga, como provocando. Como diciendo: si no me follas ahora directamente te suelto una novela, me cambio de dimensión, te la lío. Y la frené como quien para una puerta movida por el viento. Mis labios fueron directos a sus labios. Pero igual que en un restaurante caro le sale a uno más natural comportarse, allí mis manos fueron directamente a su culo. No por acariciarlo, sino por apretarla fuerte contra mi, sin preámbulos. Para que notase de repente entre sus labios de abajo mi rabo intentando abrirse camino hacia ella, duro como nunca por las ganas acumuladas de darle bien fuerte.
Ella captó la nueva ‘etiqueta’ del evento y pronto se sobrepuso. Distrajo sus manos mi espalda un poco, como si fuese una muchacha tímida. Pero pronto bajó hasta la cintura, donde no había nada interesante pero sí importante: se deshizo del cinturón en cinco segundos, como demostrando que ella sabía también para qué estábamos. Haciéndome ver que tenía ganas de ser atravesada con fuerza. Y decidí hacer eso mismo.
Antes la desnudé ahí mismo. De pie. Al liberar sus tetas del sujetador supe que no esperaría a llevarla a la cama. Estaba completamente desnuda delante de mi. Lindísima. Comestible. Para darle sexo hasta el amanecer. Miró por un momento a mi polla apuntándola y justo en ese momento la puse contra el espejo. Veía todo su cuerpo, su piel morena perfecta, su carne firme, su moderno corte de pelo. Coloqué directamente mi polla entre sus piernas, la sujete del hombro para que no se moviese y tras provocarla durante dos segundos la penetré hasta el fondo. Noté su interior caliente y húmedo, su respiración acelerada, sus ganas de que la follase bien fuerte ahí mismo. Recuerdo sus manos abiertas puestas contra el cristal, las mías sujetando sus caderas. Hundiéndome hasta el fondo de ella, follándola por fin hasta el último centímetro de su profundidad.
Sobre el colchón, se lanzó sobre mi polla. La medió en su boca y la comió con fuerza, como si no quedase nada más en el mundo que saborear. La sentí crecer pegada a su paladas, mientras su lengua daba vueltas. Sus labios se abrían un poco más para que encajase y por un momento me miró a los ojos.
Sentada sobre mi, ella controlaba la penetración moviendo su culo adelante y atrás. Yo miraba la belleza de su cara, el brillo de sus ojos, el pelo de estrella de cine francés. Acariciaba sus tetas y apretaba sus glúteos con mis manos, jugando a demostrarle que ella me pertenecía, era dueño de todo lo que tenía. La besé paseando la lengua por su paladar y sus encías, mordí su espalda, azoté sus nalgas mientras ella estaba boca abajo en la cama, y volví a meterle la polla en la boca por sorpresa, a lo cual ella reaccionó con una mamada monumental que casi me hace darle el desayuno antes de que se haga de día.
Deslicé mi lengua entre sus piernas y al llegar al interior de su coño empecé a penetrarla lamiendo. Se agitó pero la sujeté de los brazos, luego de las tetas. Me incorporé un momento y mi me miró sabiendo que iba a volver a follarla en ese instante. La clavé esta vez poco a poco, la sentí más húmeda todavía, quise decirle que iba a follarla hasta el fondo, pero en lugar de eso le sujeté los brazos y la seguí penetrando con fuerza, una y otra vez, como si fuese una víctima de cuya muerte tienes que asegurarte. Empezó a gritar y el ritmo se volvió más fuerte, no pensaba dejarla escapar hasta que no la hiciese correrse. Levanté sus piernas del todo, colocándole sus pies tocando la cabecera de la cama. Le hundí el rabo hasta que cerró los ojos apretándolos, como si no hubiese más que dolor, pero fue escalando poco a poco hasta el orgasmo. Arañando, gimiendo, gritando, suplicando «fóllame». Me lo pidió varias veces antes de abrir la boca del todo, cerrar los puños, agitarse por última vez y correrse con todas sus fuerzas, gritando, chillando, mientras el semen que llevaba días y días guardado en dentro de mi empezaba a avanzar hacia la salida. Quería derramar toda mi leche dentro de ella, follarla hasta que no quedase ni gota, que recordase cada uno de los golpes que le estaba dando en su interior. Ella seguía todavía recuperándose del corridón, pero pedía guerra diciendo sí. La avisé de que iba a colmarla de semen, sabía que iba a acabar rebosando. La follé con más fuerza que nunca, pese a que estaba ya sudando y jadeando. Noté dentro de mi el último aviso y por fin un enorme chorro de leche templada salió de la punta de mi rabo y empezó a llenarla por dentro. Gemí, le sujeté bien fuerte el culo para que no se moviese, mientras sus piernas seguían estiradas hacia atrás y sus pies tocaban el cabecero de la cama. Seguí penetrando su coño hasta que ya no quedó ni una sola gota por derramar, y nos quedamos abrazados y medio dormidos, derrotados y a merced del frío. Porque el calor de hacía unos minutos era imposible repetirlo. Al menos aquella noche, o tal vez ninguna noche más. Aunque habría ocasiones de intentarlo.