Tu no eres su puta, él es tu sumiso

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En respuesta a algunos correos, agradecer vuestra critica en lo que refiere a mi estilo. Sin embargo, vaya por delante, que aun intentando ser muy respetuosa con la lengua, sea esta el castellano o el català, y también con l@s lector@s que comparten mis experiencias, no es mi intención contar nada más que aquello que ha acontecido en un momento de mi vida. Si alguno de mis relatos contiene mayor y mejor literatura no se debe a que yo esté más o menos metida en lo que cuento mientras lo escribo (que también) sino que lo sucedido tuvo una maduración o participación de terceras personas, si es el caso, más barroco en unas experiencias que en otras.. Por tanto, seguiré con mi estilo y contaré lo que para mí es significativo y excitante obviando conversaciones estériles, expresiones que por excitantes que puedan ser no son más que relleno y mantener el clima más propio de una clasificación «S» que «X».  Fui citada por mi Amo a la casa que ya comenté en «mi primera doma». Me recibió jocoso, como si se tratase de una visita a la hora del te. Pasamos al salón donde por como estaba todo parecía que el me estaba esperando escuchando música sentado en un sillón e invitándome a tomar asiento en otro sillón. Me ofreció una copa y empezamos a hablar de uno de los temas que compartimos fuera del sexo. Debatimos con entusiasmo y mirando su reloj cambió de tema radicalmente. Elih, me dijo, dentro de un rato llegará un chico. Te aclaro que se trata de un sumiso que te entregaré sin limites. Solamente ciertas normas que te atañen muy especialmente. Tu no eres su puta, así que el no podrá follarte sin mi permiso y tampoco podrás recompensarle con ningún tipo del placer por su parte del que pueda gozar una pareja vainilla. Tu, no tan solo has sido domada sino que has visto y comentado la doma de mi otra sumisa y de mi esposa. Has llorado, pero te has mantenido firme y orgullosa. Te diré por experiencia que ante un sumiso suele aflorar vuestro espíritu maternal y por tanto me voy a curar en salud. Así que cuando te lo presente y de forma inmediata le atarás y le fustigarás para ponerle en su sitio y principalmente para que tu tomes consciencia de cual es el tuyo. Durante la doma yo estaré atento y si tu comportamiento no es el que se espera de una dómina te llamaré la atención sin contemplación alguna. Siguió dándome consejos que fueron interrumpidos por el timbre de la puerta. Fue a abrir la puerta mientras yo me esperé allí sentada. Al rato aparecieron por la puerta del pasillo, mi Amo aguantaba el cabo de una cuerda que terminaba rodeando el cuello de un joven de poco más de 30 años, casado, según fui informada. Alto y más atractivo que guapo. Ellos dos estaban quietos en la puerta y yo sentada al otro lado junto a la puerta del patio y luego atiné que el chico creo que se sorprendió más porque yo vestía extremada si de salir a la calle se tratase pero sin disfraces. En aquel momento oí un clic dentro de mí cabeza e intenté comportarme como se esperaba de mí. Ven, le dije. «quiet !» alcé la voz. Así crees que te tienes que presentar ?. Se arrodillo y empezó a gatear y yo reaccioné reclinándome en el sillón y se apreciaba que le ofrecí mis zapatos. Cuando llegó me cogió suavemente un pie y empezó a lamerme el zapato. Cogiendo confianza empezó a subir la lengua y cuando se situó a la altura del tobillo lo aparté con el otro pie y cambiando, lo lamió. Le permití que lamiese hasta el tobillo y de nuevo le aparté con el otro pie. Me levanté, cogí el cabo de la cuerda y tiré hacia la mesa del comedor, recia y fuerte como las de antes. Allí le até como había sido atada yo misma y otras sumisas. Y fue al coger la fusta que mi Amo me paró. «espera’t». Cogió otra fusta, se acercó a mí y me despojó de la minifalda dejándome desnuda de cintura para abajo, luciendo solamente las medias.  No me fío ni de mi sobra, dijo. y me advirtió, yo me situaré detrás tuyo con la fusta a punto. Si tus azotes no me satisfacen serás advertida de forma contundente. Y salió el espíritu maternal. «pobret». tu misma, «comença» Levanté la fusta y la solté sobre las desnudas nalgas del pobre sumiso y casi de forma instantánea mis nalgas se sorprendieron con la salvaje descarga de la fusta de mi Amo. Mis ojos enrojecieron de rabia. Volví a azotar aquellas nalgas y mis nalgas se encendieron al recibir de nuevo la fusta de mi Amo. Recibí hasta cinco azotes por parte de mi Amo cuando reaccioné y empecé una cadente serie de descargas de la fusta en cada nalga del sumiso. Creo que perdí la noción del tiempo y mi Amo me paró. Azotale tres veces más cada nalga y para. Cuidalo. Fuí a la cocina y aparecí con una olla con agua helada y unas toallas, la botella del alcohol y un paño. Aquellas nalgas estaban rojas y abrasadas. Le alivié con suavidad con el agua helada y ya refrescado le hice una friega con alcohol que provocó en el efectos contrarios de escozor y placer. Miré a mi Amo y consintió. Le desaté, me senté en el sillón y le llamé. Se acercó gateando y mientras venía yo separé mis piernas tanto como pude.  Esta vez se lo permití. Buscaba mí placer. Empezó a lamerme por encima de las medias y subiendo le permití que llegase a mi sexo donde le ofrecí mis mejores flujos que bebió mientras lamía mi sexo y mi clítoris. Estaba yo a punto de orgasmar cuando la firme voz de mi Amo lanzó un «prou» Fóllale ! dijo, mirándome. Le devolví la mirada sorprendida, «que te’l follis !» Volví a coger la cuerda para llevarlo a la mesa y te até de nuevo. No lo había hecho nunca, un dedo empezó a hurgar en su esfinter introduciéndose lentamente. con más miedo que convicción. Déjate ir, insistió mí Amo. Creo que alguna mujer que me esté leyendo entenderá lo que digo cuando afirmo que lo que al principio era miedo y precaución se convirtió en una perversa pasión. Dos dedos entraban y salían de aquel ano y lo hacían como si tuvieran vida propia y ya cuando le introduje el tercer dedo mi mano inició un vaivén frenético que no cesó por mucho que entre gemidos el suplicaba que parase. O que no parase. Es una de las sensaciones más raras y a la vez excitantes que he vivido. Estuvimos un rato más, hasta que mi Amo dio la sesión por concluida y con un simple, «adéu» y dejando sus ropas a la puerta del pasillo se vino hacia mi y me abrazó. Yo estaba sudorosamente excitada y sin preocuparse de si el sumiso se había marchado o no, me amorro sobre la mesa y me sodomizó con frenético deseo y a punto de correrse me revolvió para terminar dentro de mi boca. Tengo toda la confianza del mundo con el sumiso, pero te acompañaré hasta tu coche. Y saliendo a la calle, dimos un paseo hasta mi coche donde apoyándome de espaldas me abrazó y recompensó con un beso en el que nuestras lenguas se fundieron de deseo.