Último Tango En Buenos Aires, Laura se despidió de mí con un beso en la mejilla antes de echar a correr

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Múltiples usos de la mantequilla.

Recuerdo mis nueve o diez años de vida como una época dorada donde los niños de aquel entonces descubríamos la televisión y la pegadiza publicidad de la época, sobre todo una de margarina, manteca, o mantequilla para algunos, en la que la protagonista, una niña de doradas trenzas y respingada nariz cubierta de pecas iba dando saltitos hasta el comercio de alimentos de su barrio utilizando como recordatorio del producto que debía comprar la frase “era para untar”.

A medida que crecí fui olvidando –relativamente- muchas cosas de mi niñez, y por supuesto algo tan poco importante como esa vieja publicidad, pero como apasionado de la historia los fines de semana suelo recorrer los mercados de pulgas, y un buen día mientras revolvía un montón de viejas revistas me encontré con una cuya portada mostraba la foto de aquella niña de la publicidad, cuya voz repitiendo “era para untar” parecía haber quedado grabada a fuego en mi memoria. Cuando llegué a casa la guardé en un rincón de la biblioteca y no volví a acordarme de ella, o más bien de aquella publicidad hasta algunos meses más tarde, cuando al concurrir a la inauguración de un centro comercial cercano, mis ojos se toparon con un trasero que me hizo relacionar la acción de untar o engrasar -más específicamente- con la aquella famosa escena del film “Último tango en París”, donde el protagonista, un dominante y para nada joven Marlon Brandon, a falta de otro elemento lubricante, utilizaba manteca para poder sodomizar a una joven que acaba de conocer.

Laura se volvió en el preciso instante en que mis ojos intentaban hacer desaparecer el obstáculo visual que representaba su falda de tela de jeans y su bombachita de encajes y puntillas –sabía de sus gustos en lencería por las infidencias de su hermana. También sabía que no usaba sostén y la verdad es que tampoco le hacía ninguna falta. Sus ojos me observaron con la cautela que da la desconfianza hasta que me reconoció, mientras su cara se distendía con una sonrisa, noté el increíble parecido con aquella jovencita de la publicidad y sin que me diera cuenta brotaron de mis labios las palabras “era para untar”.

-¿Perdón? –preguntó mirándome con extrañeza.

-Nada, que estoy muy feliz de verte –respondí sin saber si debía abrazarla, darle la mano, un beso en la mejilla o qué. Por suerte ella decidió por mí y su ruidoso beso en mi mejilla derecha y su abrazo breve, pero intenso me confirmaron que todo era posible.

Durante el tiempo de noviazgo con su hermana Carla -casi tres años-, Laura no había ocultado que sentía por mí una atracción que supo mantener controlada, al menos hasta la noche de la fiesta de su cumpleaños.

A pesar de que la relación con su hermana estaba en uno de sus peores momentos sus padres me habían pedido que no dejara de asistir a la reunión porque Laura había hecho especial hincapié en ello. Contrariamente a mis pronósticos más agoreros debo reconocer que aquella noche la pasé muy bien, aunque sin dudas los mejores momentos los constituyeron los quince o veinte minutos que pasé a solas con Laura. Recuerdo que a primera hora de la madrugada conversaba con uno de sus tíos cuando ella se acercó para pedirme que la acompañara a buscar algunas botellas de vino a la bodega. Aunque me extrañó el pedido fui tras ella y apenas nos quedamos a solas no perdió tiempo en susurrarme el verdadero motivo para el que me había llevado hasta allí. Aunque algo sorprendido por su propuesta, igualmente reaccioné como lo hubiera hecho cualquier hombre en mi lugar y mientras ella se ocupaba de abrirme el cierre de la bragueta, yo me solté el cinturón. Mis pantalones no habían alcanzado a caer del todo cuando Laurita, actuando con la encendida torpeza, intentó tragarse mi pija de un solo bocado con un único resultado posible.

-Estoy bien –susurró mientras levantaba los brazos para aliviar el acceso de tos, preludio del casi seguro vómito que llegaría a continuación como acto reflejo por la repentina invasión a su garganta.

-¿Por qué yo? -Porque quiero lo mismo que le das a mi hermana –respondió con la respiración todavía algo agitada.

Carla, una aficionada del sexo oral, no perdía oportunidad –literalmente- de chuparme la verga. Generalmente buscaba la ocasión que fuera más favorable para sus propósitos –léase cine, paseo en auto, probadores de tiendas, etc.- aunque también su casa resultaba el escenario de muchos de esos encuentros furtivos cuando su urgencia por el trago diario de leche la llevaba a interrumpir el almuerzo o la cena familiar con cualquier excusa para arrastrarme hasta el rincón más próximo que quedara resguardado de la vista de sus parientes y así satisfacer su más bajo instinto. Considerando la premura que mostraba algunas veces, no me extrañaría que en alguna de aquellas oportunidades su hermana hubiera terminado siendo testigo de su preferencia sexual.

-¿Tiene que ser ahora? -me vi obligado a preguntar por ¿cortesía? -Considéralo un regalo de cumpleaños– susurró Laurita ya repuesta de su atragantamiento.

Sabiendo que el tiempo se agotaba le indiqué los pasos a seguir para conseguir su objetivo y a pesar de que creía tener el control de la situación, bastó que sus labios cubrieran la cabeza de mi pija para que yo comenzara a eyacular.

El gemido de la joven al intentar tragar me hizo recordar los orgasmos que experimentaba su hermana cuando mi semen corría por su garganta, y al igual que ella, Laura continuó chupándome la verga hasta conseguir una segunda ración de leche en pocos minutos. La determinación mostrada por la “nena” -como la apodaban en su casa-, me hicieron olvidar de las precauciones más elementales y con la pija más dura que una barra de hierro me disponía a metérsela por el culo cuando se oyó la voz de su madre llamándonos desde la parte superior de la escalera. Una vez de regreso con las innecesarias botellas de vino Laura se despidió de mí con un beso en la mejilla antes de echar a correr hacia el grupo que formaban sus amigas más íntimas.

-Está hecha una mujer –murmuró su madre a mi lado.

-Sí –respondí sintiendo que mi miembro volvía a endurecerse mientras me preguntaba si la pasión de Carla y Laura por chupar pijas la habrían heredado de mi ex futura suegra.

Bajo la atenta mirada de sus amigas Laura no dejaba de repetirme lo bien que me veía y las ganas que tenía de volver a verme y que bla, bla, bla y bla.

El atropello en su hablar me hizo saber que las posibilidades de “poder hacerle algo” se incrementaban con el correr de los minutos, así que corté su parrafada para ir directamente al grano.

-¿Puedes deshacerte de tus amiguitas por un par de horas para que podamos conversar tranquilos? Por su forma de mirarme supe que había comprendido muy bien que mi pregunta, más que pregunta, era una afirmación de mis intenciones de cogérmela. Creo que sí –dijo Laura confirmando mi presagio después de tragar saliva- pero luego tendría que volver a encontrarme con ellas para regresar a casa.

-Nos vemos en diez minutos en la playa de estacionamiento del cuarto piso –dije dando media vuelta para marcharme. Si ella me respondió, no llegué a oírla. En el camino hice una parada en la cafetería y tras un oportuno cambio de manos de un billete de diez guardé los tres paquetitos rectangulares de papel metalizado en el bolsillo superior de mi campera.

Llegó casi al mismo tiempo que yo, pero resguardado detrás de una columna la observé detenidamente antes de acercármele. Laura parecía nerviosa o impaciente, en realidad todavía no sé diferenciar muy bien el estado de ánimo de las mujeres cuando se “enfrentan” a quien se las va a coger por primera vez. Al verla consultar su reloj una vez más me dirigí hacia ella. Al oír mis pasos se volvió y una enorme sonrisa se dibujó en su cara aunque sabía que se enfrentaba a una especie de verdugo de su inocencia o de lo que aún conservaba de ella. Esa vez no dudé y tomándola de la cintura la apreté muy fuerte contra mí mientras la besaba como lo merecía la mujer en la que se había convertido en los últimos meses. Tras responder a mi beso con toda la torpeza de su arrolladora pasión me susurró al oído que se moría de ganas por chupármela. Por supuesto le creí. Recostándola contra una columna le alcé la falda para despojarla de sus calzones de encaje y puntillas, seguidamente le hundí la mitad de mi dedo mayor en la concha para así despejar cualquier duda que pudiera quedarle sobre mis intenciones. Laura respingó y se quedó sin aliento por la brusca introducción que sólo fue posible por la cantidad de flujo que desbordaba su estrecho canal vaginal.

-¿Me vas a coger acá? –preguntó con voz entrecortada.

-No es mala idea –le respondí moviendo el dedo adentro-afuera, adentro-afuera, en una cadencia que no tardó en aflojarle las rodillas.

-Méteme otro más –gimió colgándose de mi cuello.

Aunque el estacionamiento se veía desierto, el riesgo latente de una inoportuna intervención presuponía un riesgo realmente enorme que podría cambiar el resto de mi vida para siempre. Pero el peligro exacerba los sentidos y no pude resistirme. Con los ojos en blanco, Laura soportó a pie firme mis embestidas hasta que su vagina se tragó el último centímetro de mi pija.

-¿Estás bien? -pregunté jadeando por la calentura.

-Me duele un poco, pero creo que sí –murmuró débilmente mirándome a los ojos. Unos instantes más tarde, cuando los músculos de sus nalgas se aflojaron, busqué su agujero trasero con el índice derecho.

-¡Ufff!, nunca me imaginé que sería así –susurró Laura cuando mi dedo penetró en su recalentado y estrecho culito.

A la hora acordada la acompañé hasta la puerta principal y esperé a que se reuniera –lo hizo a paso lento, y con razón- con sus amigas antes de marcharme. Durante todo el tiempo que estuvimos juntos no le había dado más descanso del que yo necesité para recuperar la erección que me permitiera continuar cogiéndomela, porque Laura dejó bien en claro que estaba dispuesta a recuperar el tiempo perdido y cuando le pedí que se acostara boca abajo sobre el asiento trasero de mi auto supo que había llegado el momento de sacrificar el virgo de su culito. Tras lubricárselo con la manteca conseguida en la cafetería me tomé el tiempo necesario para hacer un trabajo lo suficientemente bueno como para que ella se mostrara dispuesta a repetir el acto durante el resto de su vida. Debo reconocer que a pesar de los entrecortados sollozos que se le escapaban de vez en cuando, Laurita soportó muy bien la enculada, aunque cuando todo hubo terminado me preguntó que significaba eso de “era para untar” que yo susurraba como un mantra, mientras “me rompías el culo” según sus propias palabras.

Hoy se cumplen seis meses desde el reencuentro, y para festejarlo Laura se ha valido de la ayuda de su mejor amiga para que podamos pasar juntos el fin de semana. Esta mañana cuando me telefoneó para felicitarme, me pidió que me asegurara de que hubiera manteca suficiente en el refrigerador para volver a ver “Último tango en París”.

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