Un alumno me folla bien duro
Las Navidades estaban cerca y los alumnos de cuarto estaban recaudando fondos para el viaje de fin de carrera.
Me llamo Cristina y doy clases de derecho en la universidad.
Siempre pensé que ejercería, que trabajaría en un bufete de éxito como mi marido. A quien conocí en la facultad. Pero la vida me condujo a la docencia y a él a cumplir mi sueño.
No es que no me gustara dar clases, es que me faltaba algo de emoción, de la adrenalina que te daba participar en un juicio, en lugar de practivar casos en una aula, donde la gran mayoría, estaban allí para hacer bulto.
Hoy me tocaba supervisar la fiesta. Aunque fueran mayores de edad tenía que controlar que el alcohol no los metiera en problemas.
Me sentía agobiada y fuera de lugar. Yo ya tenía 43 y a mis alumnos les doblaba la edad.
Aun así me arreglé. No sé, quizá lo hice para no desentonar, aunque era difícil pues los años no pasan en balde, por bien que te conserves, las cosas no están en el mismo sitio que a los 23.
Me puse unos leggins ajustados y un top de escote generoso, el pecho siempre fue mí punto fuerte.
Durante todo el transcurso de la noche, noté que unos ojos no paraban de mirarme, al principio pensé que eran cosas mías hasta que un grupo de alumnas me hicieron beber un par de copas y me invitaron a que saliera a bailar con ellas en mitad de la pista.
El gimnasio estaba atestado, no solo por los alumnos de cuarto. Había alumnos de otros cursos, incluso de otras universidades.
Las chicas se fueron dispersando, mientras yo me envalentonaba.
Noté al dueño de aquellos ojos pegado a mi cuerpo, mientras la música me exigía contonearme al son de la música latina.
Conforme transcurría el tiempo, mi excitación iba en aumento. Sus manos acariciaron mi tripa insinuante, a la par que su cadera se pegaga a mi culo con una elección más que plausible.
Por un momento volvía a ser yo, aquella universitaria amante de la fiesta, capaz de dejarse magrear por un desconocido, en cuanto el alcohol fluía por sus venas.
Yo no me dejaba intimidar por nadie, nunca lo había hecho, así que seguí dejándome llevar frotándome litigiosa hasta que escuché una carcajada ronca en mi oído y dijo en voz alta para que le oyese:
—Tu mirada fiera me pone mucho. Sobre todo en clase, con esa faldaa de tubo y tus gafas de pasta roja. Solo puedo pensar en subirte encima de la mesa y clavártela hasta el fondo mientras todos miran. Me la pones muy dura, profesora.
Reconocí la voz de inmediato, era Jose. Uno de esos chicos conflictivos por las que todas las alumnas pierden las bragas.
Me di la vuelta y lo enfrenté. Hoy no llevaba las gafas, sino lentillas.
Alcé las cejas a la vez que la mano, dispuesta a cruzarle la cara de un guantazo, por su osadía, pero entonces, él la sujetó rodeando mi muñeca con presión y me miró a los ojos mientras yo le retaba con los míos.
-La violencia no es buena, profesora. Es mejor hacer el amor que no la guerra. Bajó la mirada hasta mis labios consiguiendo que la música y los gritos de la gente nos engulleran.
Con total descaro me besó, con la lengua caliente y los labios gruesos pidiendo batalla y yo no me resistí.
En mi interior tuve que reconocer que me estaban encantando aquellos labios carnosos y expertos que sabían tan bien. Hundió su lengua en mi boca y la sacó poco después para lamerme el lóbulo de la oreja. ¡Dios mío! Me estaba poniendo tan caliente aquella lengua traviesa que me repasaba mi piel sin reparo…
Notaba mis braguitas y mis leggings mojados, y él, para comprobar lo mismo que yo pensaba, bajó su mano y la metió por el filo del fino pantalón. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué no me negaba? Nunca había tenido nada sexual con un alumno y mucho menos en público, pero quería seguir con aquel juego, así que alargué la mano para tocar su bulto a través de su vaquero mientras mi voz interior me gritaba que estaba loca, que era una desvergonzada.
La dureza de su miembro acalló esa voz que me impedía disfrutar por completo y toqueteé todo lo que pude, a pesar de que el textil vaquero no me lo permitía. Lo pegué a mi cuerpo para que nadie se percatara de lo que iba a hacer, miré a mi alrededor para comprobar que todos los demás seguían a su rollo.
-Vaya, vaya profesora, sabía que era una salida, pero no tanto. ¿Dónde está dispuesta a llegar?
-No tienes ni idea de lo que soy capaz – murmuré.
-Pues demuéstremelo. No voy a negarme a nada de lo que me quiera hacer. Le tengo demasiadas ganas.
Le desabroché el pantalón. Saqué su polla para masajearla mientras él hundía dos dedos dentro de mí, haciéndome jadear contra su pecho. Sonrió al verme mirar hacia abajo, comprobar el gran tamaño que tenía entre mis suaves manos.
Le miré complacida. Me gustaba su textura y su grosor. Él me friccionaba el clítoris enérgicamente e introducía sus dedos. Yo ahogaba mis gemidos en su boca para que nadie pudiera escuchar lo que hacíamos, y nuestros cuerpos estaban pegados estratégicamente para que no se pudiera avistar absolutamente nada, haciéndonos incluso sudar.
Yo le masturbaba de arriba a abajo con fuerza, sin miramientos, hasta que su voz, por segunda vez, volvió a sonar cerca de mi oído.
—Me voy a correr pronto, profesora —murmuró mientras me introducía frenético sus dedos habilidosos. Asentí sin poder hablar, un orgasmo vino a mí repentinamente, subiendo por mis piernas hasta casi hacerme desfallecer. No tuvo delicadeza alguna ante mi orgasmo, no paraba de masturbarme con los dedos, sin importarle absolutamente nada que yo chillara. Mi ropa interior estaba enpapada y no podía dejar de temblar.
-Joder, que puta eres… -gruñó tonco. En ese mismo momento sentí su líquido caliente sobre mi mano y un varonil gemido sobre mi hombro. No me dio tiempo a sentir vergüenza por lo que acababa de suceder, el chico sujetó mi mano y tiro de mí, abriéndonos paso a ambos por toda la multitud. Nos costó salir de allí, pero al final conseguimos llegar a lis aseos.
No nos importó que estuvieran sucios. Entramos en el primero disponible. Bajó mi pantalón a los tobillos y me subió la camiseta mientras me posicionaba contra la pared, quedando detrás de mí.
Sacó mis tetas y retorció mis pezones haciéndome gritar.
Una de las manos se pusoo a frotarme el coño mientras su pene me embistió de un empujón. El morbo que se había formado anteriormente dentro de la multitud mientras nos masturbábamos me llevaba al borde del orgasmo.
Él me susurraba que me corriera para él, su polla estaba remontando y volvía a ganar rigidez.
Siguió frotándome sin resuello, hasta que mi coño no se pudo contener y me corrí.
-Eso es profesora… No sabe lo cerdo que me pone verla así.
Siguió bombeando penetrándome con descaro, tanteando con su mano goteante mi agujero trasero.
Me follón el culo. Primero con un dedo, después con dos, dejando caer baba sobre él.
Mis gemidos resonaban. Apartó los dedos y cambió su polla de agujero. Estaba tan excitada que solo podía pedir más. Las acometidas eran cada vez más brutales. Mi mano voló a mi coño para seguir masturbándome.
Estuvimos así hasta que me corrí de nuevo y él me llenó el culo de leche.
En cuanto descargó me subió las bragas y los pantalones, sin limpiarme.
-Así es como me gustas rellena de mí -murmuró dándome la vuelta para besarme.
Salí de aquel lugar acalorada y exhausta con el chico tras de mí. Con dificultad, caminamos entre la gente para regresar a la pista.
Seguimos bailando un buen rato. Con su corrida ungiendo mis piernas y su sonrisa de triunfo bailando en mi boca.
Cuando nos despedimos, una hora más tarde, susurró en mi oído que esto nada más acababa de empezar y yo ya estaba deseando continuar.
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Espero que os haya gustado y vuestros comentarios.
Miau
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