Un chaval hace lo que quiere conmigo, me convierte en su putita

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Eran las cuatro de la tarde de un día especialmente caluroso de mediados de agosto. Los rayos de sol atravesaban las enormes cristaleras de mi oficina y ni el aire acondicionado evitaba que mi frente estuviera perlada de sudor. Llevaba currando desde las ocho de la mañana, y aquel día había tenido que quedarme a comer. Desde que la crisis se hizo patente en España, y como dueño de empresa que soy, si quería mantener más o menos el nivel de vida que había tenido todos estos años atrás, debía currar el doble; y desde luego pensaba hacerlo.

Me comía el tupper de ensalada de pasta que me había preparado por la mañana antes de salir, mientras echaba un ojo a una página de contactos de internet. Dos o tres de mis empleados también se habían quedado a comer en la oficina, pero mi despacho, a pesar de que todas sus paredes eran de cristal, me dejaba cierta privacidad tras mi mesa, y ninguno de ellos podía ver qué estaba viendo en la pantalla de mi ordenador ni podían siquiera intuir la erección que tenía en mis pantalones desde que comenzó el descanso. Aquel día estaba particularmente cachondo; era uno de aquellos días en los que me hubiera dejado follar por cualquiera. Necesitaba polla y la necesitaba ya. En lugar de mirar anuncio por anuncio, decidí colgar uno yo mismo (cosa que nunca había hecho hasta entonces), que decía lo siguiente: “Hombre bisexual casado de 35 años busca tío que le folle bien, a lo bestia. Necesito una polla que me parta en dos y me lefe toda la barba. Yo mido 1,82, peso alrededor de 75 kg, estoy fibrado, soy peludo y tengo una polla gorda. Me da igual tu edad y tu físico”.

Yo nunca solía hacer estas cosas; claro que había quedado antes con algún tío desconocido para comerle la polla y tal, pero jamás de forma tan directa. Siempre he sido muy cuidadoso con mis follamigos, precisamente porque estoy casado y nadie sabe de estas tendencias bisexuales mías. Porque sí, no soy un gay resentido que ha tenido que casarse con una mujer a modo de tapadera.

Apenas pasó un minuto desde que publiqué mi oferta y ya tenía mi bandeja de entrada del email repleta de correos de tíos salidos que querían darme polla. Leí varios y ciertamente la gran mayoría me atraían, y en aquel momento, como ya digo, me hubiera comido cualquier polla. Sin embargo, llegué a uno que me llamó especialmente la atención; decía lo siguiente: “¿Quieres ser mi putita? Yo chaval de 23 años, muy dominante, con pollón. Me va el sexo muy guarro y agresivo”. Y además adjuntaba una foto que corroboraba sus palabras y dejaba ver un abdomen peludo y fibrado y su tremendo pollón, que seguro rondaba los 20 cm, siendo además muy grueso. Le contesté de inmediato diciéndole que sí, que quería ser su putita. Jamás había actuado de sumiso, sí que había hecho de pasivo, pero ni siquiera era el rol que solía adquirir, pero en aquel momento estaba tan cachondo, que me pareció la mejor de las ideas: Ser la putita de un niñato pollón.

Me dijo que podía recogerle en mi coche a partir de las ocho de la tarde, que es cuando acababa de jugar fútbol con sus colegas. Tan solo pensar lo sudado que iba a estar después del entreno, hacía que mi polla palpitara. Qué ganas tenía de comerle los huevos sudados y de saborear aquel aroma a macho que seguro desprendería. Le pedí por favor que no se duchara.

Llegué al sitio donde habíamos quedado con cinco minutos de margen; todavía no estaba allí. Pero enseguida le vi a lo lejos, era mucho más atractivo de lo que parecía en fotos y tenía una mirada de vicio que me hizo ponerme aún más cachondo de lo que ya estaba. Me bajé del coche y le esperé frente al mismo.

-Hola –Le dije, una vez llegó a mi lado, y extendí la mano para saludarle.

Ante esto, él ni se inmutó. Simplemente me soltó:

-Vamos a algún sitio tranquilo.

Joder, era guapísimo, además venía todo sudado. Mediría alrededor de 1,80. Muy blanco de piel, ojos casi negros, pelo castaño oscuro algo rizado y barba de una semana. Se intuía además lo bueno que estaba por encima de su ropa de deporte, que traía toda empapada de sudor.

-Claro –Le respondí, montándome en el coche e invitándole a hacer lo mismo con un gesto de mi mano.

-¿Conoces el Mercadona de aquí? Vamos al descampado que está detrás.

No supe bien si era una sugerencia o directamente una orden, pero lo cierto es que decidí acatarla sin rechistar. Dirigí el coche hacia allí y durante el trayecto no dijo absolutamente nada. Una vez llegamos, paré el motor, apagué las luces y nos quedamos en penumbra. Me volví hacia él y dirigí mi cara hacia la suya con intención de besarle. Ante esto, el chaval me pegó un guantazo en toda la cara.

-¿Qué coño haces, puta? ¿Te he dado yo permiso para que me acerques esa boca asquerosa? Vámonos a la parte de atrás, anda. Que estaremos más cómodos.

Y yo, sin decir absolutamente nada, le hice caso. En otra circunstancia, con cualquier otra persona, le hubiera partido la cara allí mismo por tratarme de esa manera y ni de coña le hubiera comido el rabo. Pero estaba tan cachondo y eran tan jodidamente guapo y olía tan a macho, que no pude hacer otra cosa. Una vez en la parte de atrás, decidí esperar a que él me dijera qué hacer.

-Desnúdate. Entero.

Y eso hice; en un abrir y cerrar de ojos me quité absolutamente toda mi ropa. Cuando me bajé los boxers, mi polla saltó más dura que una piedra y babeando muchísimo. Realmente estaba cachondísimo, e incluso me daba algo de vergüenza que aquel chaval me viera así por él.

-Joder con la putita, se nota que me tienes ganas, eh. Pues si tantas ganas tienes, empieza ya, hostia –Dijo, un segundo antes de coger mi cabeza y estamparla contra su paquete, que ya estaba bastante duro.

Me restregó mi cara varias veces por su pantalón de deporte, pudiendo notar a la perfección su dura polla en mis mejillas. Verdaderamente el niñato tenía un pollón, y aquella situación me estaba poniendo a mil. Se bajó de pronto el pantalón dejando a la luz su paquete, enfundado en unos bóxers rojos que estaban empapados en sudor.

-Chupa los bóxers.

Y eso me apresuré en hacer, saqué mi lengua y lamí con ansia. Quería captar cada aroma, cada sabor que se escondía sobre esa tela. Joder, joder, joder. Notaba mi polla babear como nunca, estaba poniendo los asientos perdidos de precum. Noté como la herramienta que tenía, que aún se encontraba presa dentro de la ropa interior, adquiría mayor dureza y grosor y, ante esto, decidí dar un paso más y tratar de bajarle los bóxers, pero el chaval volvió a soltarme una hostia bastante fuerte en toda mi cara.

-¿Pero tú no te enteras o qué? –Volvió a darme otra hostia-. Aquí se hace lo que yo te diga. Ni más, ni menos.

Dicho eso, se quitó la camiseta, dejándome ver su torso con algo de pelo y bastante fibrado. Levantó sus brazos y los colocó tras su nuca.

-Lámelos. -Ordenó señalando con la cabeza hacia sus sobacos. -Venga, joder. No tengo todo el puto día.

Dicho y hecho; me senté sobre sus piernas, notando la dureza de su miembro en mi ojete, mientras me acerqué a lamerle las axilas. El aroma que desprendían me puso realmente burrísimo, y lamí hasta el último pelo que poblaba aquella mata. Cuando se cansó de que estuviera lamiéndole las axilas, me bajó de encima suya de manera brusca, y me hizo ponerme entre sus piernas, arrodillado en el suelo del coche.

-Abre la boca. -Me dijo, mirándome desafiante.

Y yo, por supuesto, la abrí todo lo que pude. Un segundo más tarde recibí en mi lengua un enorme escupitajo, que no tardé en saborear.

-Ahora sí, putita, cómeme la polla.

No lo tuvo que repetir: Me lancé aprisa a bajarle los bóxers y meterme aquel pedazo pollón en la boca. No era excesivamente grueso, pero sí largo, venoso, ligeramente curvado hacia la derecha y con muchísimo pelo en su base. Tenía también unos huevos enormes, muy peludos. Me introduje la polla entera de un tirón en la boca, aspirando el aroma que desprendía su pubis, mientras masajeaba sus testículos. Después de esa garganta profunda, procedí a centrarme en su glande. Se lo lamí y besé un rato, para después seguir mamándole el resto de la polla. Pasé mis labios por el tronco con delicadeza una y otra vez, para luego volver a comerle el glande con furia.

Mientras le pajeaba, me metí sus huevos en la boca y jugueteé con ellos con mi lengua. Él, mientras, permanecía gimiendo en el asiento, sin molestarse en tocarme a mí. Con las manos tras la nuca, no me quitaba ojo mientras yo iba devorándole la polla. Sabía que le gustaba, al menos, porque su cara traducía placer y de sus labios sólo salían gemidos. De repente, noté cómo me cogió la cabeza y me ensartó su polla hasta la base. Empezó desde ahí a follarme la boca de manera brusca e intensa, a un ritmo verdaderamente frenético. Se acompañaba de un vaivén pélvico haciendo que las embestidas fueran aún más profundas. Me estaba follando la boca como nunca antes alguien lo había hecho. Tras unos minutos así, noté que el hinchazón de las venas de su polla iba a más; me la sacó de la boca y empezó a correrse de manera bestial sobre mi cara: Algunos trallazos me cayeron dentro la boca, otros me regaron la barba e incluso hubo bastante cantidad como para chorrear por mi pecho. Saboreé su néctar, llevando incluso mis dedos a recoger lo que no había caído dentro de mi boca para llevarlo a esta. Sabía agrio, pero no me disgustaba en absoluto. De un tirón de brazo, me incorporó para que me situara de nuevo sobre él y, en esa posición, me comió la boca (que aún tenía restos de su lefa) de manera salvaje. Jugó con su lengua en cada recoveco de mi cavidad bucal, hasta que se acabó cansando.

-Hoy no me apetece follarte, puta. Estoy muy cansado como para eso. Ya te llamaré algún día que me apetezca romperte el culo. Ahora llévame a casa, tengo prisa.