Un despedida de soltera organizada por su cuñada que cambiara su vida
– Pero… es que no me apetece, Carlos.
– Pero, ¿por qué? Un poco de diversión te hará bien. Han sido unos meses muy tensos y debes relajarte por el bien de nuestro bebé.
– Sí, lo sé. Pero mañana es la ceremonia y estoy algo cansada, Además nuestra pequeña parece que está algo más revoltosa de lo normal hoy.
– ¿En serio? ¿da pataditas?
– Sí. Creo que va a ser futbolista, como su papá.
– ¡Eso estaría genial!
– Lástima que no sea un chico para eso.
– ¡Lilí, no hagas que me enoje! No estés de vuelta con eso. Me encanta que sea una niña, te lo he dicho mil veces. Además, seguro que es tan bonita como su mamá y traerá de cabeza a montones de futbolistas que recibirán las patadas por ella y la tratarán como a una reina, como haré yo contigo.
Ambos jóvenes rieron. Él, estrella emergente del fútbol nacional, y ella, una jovencita de orígenes modestos proveniente de una zona rural del país. Se querían apasionadamente desde el mismo día que sus vidas se cruzaron y, fruto de esa pasión, engendraron una chiquilla revoltosa que hacía la vida imposible a su mamá primeriza removiéndose constantemente en sus tripas.
Carlos era muy joven, con sus veinte años recién cumplidos y ella todavía más ya que estaba a punto de alcanzar las diecisiete primaveras. Había sido un noviazgo tortuoso, el entorno del chico no estaba de acuerdo con aquel enlace pero el tortuoso camino estaba a punto de llegar a su fin ya que al día siguiente iban a contraer matrimonio cristiano en una coqueta capillita de la finca familiar del muchacho.
– ¿Qué sucede, cuñadita?
– N… nada, Gabriela.
– ¿Lista para salir?
Lilí se sentía cohibida junto a la imponente presencia de Gabriela, la hermana melliza de su futuro marido. Se trataba de una hembra de cabello muy liso, rubio dorado, sinuosas curvas, voluptuosos pechos conformados gracias al bisturí y una mirada de hielo azul que taladraba la entraña de la joven embarazada cada vez que la miraba.
Pese a su aspecto duro, era la única persona en el entorno de Carlos que había aceptado a Lilí sin reservas así que la chica se sentía en deuda con ella. Es por ello que accedió a que fuese ella la que le organizase su fiesta de despedida de soltera. Como Lilí no tenía amigas en la ciudad, tampoco puso objeción a que fuesen las compañeras de facultad de Gabriela las que les acompañasen durante la celebración.
– Sí, pero te recuerdo que no puedo beber nada de alcohol.
– ¡Por supuesto! No quiero que mi sobrinita se alimente de otra cosa que de leche. Nada de alcohol para ti, lo prometo.
– Entonces… de acuerdo. ¡Vamos de fiesta!
– ¡Siiii!
– Mañana nos vemos en la iglesia, cariño. No llegues tarde.
– Tranquilo, allí estaré.
– ¿Seguro?
– Seguro. Incluso llegaré antes que tú.
– Dicen que eso trae mala suerte.
– No para nosotros, mi amor.
Los enamorados se despidieron frente a la atenta mirada de Gabriela.
La velada comenzó de manera muy agradable. Las amigas de Gabriela se deshicieron en atenciones con Lilí. Cenaron en uno de los mejores restaurantes de la ciudad y después todas juntas acudieron a un local de espectáculo para adultos. Teóricamente Lilí no hubiese podido entrar pero Gabriela y sobre todo sus billetes resultaron de lo más persuasivos para el portero del establecimiento.
Lilí no dejaba de reírse ante las ocurrencias de sus compañeras, se sentía un poco incómoda al ver a aquellos hombres con poquísima ropa encima. Carlos estaba en forma pero los pectorales de aquellos hombretones le impresionaron casi tanto como las espectaculares hembras que servían copas o bailaban en las jaulas.
– ¡Eh, mirad! ¡Ahí están los chicos! Son unos compañeros de la facultad, son muy simpáticos. Te los presentaré. ¡Holaaa… venid a sentaros con nosotras!
Los compañeros de Gabriela resultaron tanto o más agradables que las chicas. Lilí se sentía muy a gusto ya que, pese a su naturaleza tímida, era el centro de todas las conversaciones.
La noche fue transcurriendo de forma distendida. A Lilí se le veía más relajada que de costumbre, más hermosa, más feliz, jugueteando con su pelo negro ondulado. Su embarazo de seis meses no le permitía vestir los ceñidos vestidos de las otras muchachas pero aun así, asesorada por su próxima cuñada, había elegido un vestidito que escondía su tripita y resaltaba sus bonitos pechos. Estos, sin ser los enormes balones siliconados de las otras chicas, sí que se habían comenzado a desarrollar de manera natural gracias a las hormonas propias del embarazo, conformándole un escote de sugerentes curvas que, junto con su sonrisa casi permanente y sus ojos vivarachos hacían de Lilí una jovencita realmente bella.
Justo cuando observó que su interlocutor se fijaba más en el comienzo de sus tetas que en lo que ella decía sintió una punzada en el vientre que le hizo torcer el gesto.
– ¡Au!
– ¿Qué pasa? – Preguntó Gabriela, siempre atenta.
– Nada, creo que tu sobrina quiere irse a casa ya.
– ¡Tonterías! ¡La noche es joven! ¡Tómate algo, aquí hace demasiado calor!
– No… no me apetece, gracias.
– ¿Un zumo? ¿Naranja? ¿Piña mejor?
– Sí. Piña está bien.
– Marchando un zumo de piña. ¿Dónde están esos camareros cuando se les necesita? Es igual, iré yo misma a por él.
– No…no te molestes.
– No es molestia… cuñada.
Cuando la última palabra salió de la boca de Gabriela le sonó rara a Lilí. Le dio la impresión de que el tono utilizado no era tan amable con ella como las otras veces pero no le dio importancia. Y menos aún cuando la rubia llegó pasados un par de minutos con una enorme copa de zumo decorada con multitud de frutas, popotas y adornos de vivos colores.
– Gracias, Gabi.
– Por nada, Lilí.
El frescor del néctar de frutas la reconfortó al principio pero, pasados unos minutos, sintió como algo no iba bien. Comenzó a sudar y a sentir un ardor en general y en su bajo vientre en particular.
– ¿Qué te pasa, Lilí?
– Te… tengo mucho calor.
– ¿Quieres salir fuera a tomar el aire?
– Sí, por favor.
Gabriela tomó a la joven preñada del brazo pero en lugar de dirigirla hacia la salida principal la encaminó hacia una lateral.
– Mejor será que salgamos por ahí, es más rápido. Iremos al callejón de atrás, allí nadie nos molestará.
– Va… vale….
El frescor de la noche acarició la cara de Lilí pero esto no fue suficiente. La chica sintió cómo las piernas le fallaban y todo le daba vueltas. Justo antes de desvanecerse pudo ver el rostro de Gabriela sonriéndole maliciosamente.
Lo primero que vio Lilí al recobrar el conocimiento fue un foco de luz intensa que la cegaba. Cuando sus pupilas se adaptaron descubrió muy cerca de ella al mismo muchacho con el que había conversado de manera distendida. Estaba rojo como un tomate, tenía los ojos en blanco y babeaba mientras se movía frenéticamente sobre ella. También sentía cierta sensación rara en el vientre que no sabía definir pero en un primer momento la atribuyó a su estado de buena esperanza y sobre todo calor en la ingle.
– Chicos, la bella durmiente despierta – Dijo.
– Ya era hora…
– Dale muy duro…
Después la oscuridad volvió a adueñarse de de Lilí.
La segunda percepción que tuvo de la realidad fue el frio en su espalda, frío que contrastaba con el calor que hacía hervir su vulva que no dejaba de enviarle la misma extraña sensación de antes. Después el mal olor, olor a basura y a pipis de gato invadió su nariz. Fue entonces cuando volvió a abrir los ojos y vio la misma luz intensa y a otro chico sobre ella distinto al anterior pero con la misma expresión de placer en la cara.
– Es la primera vez que me follo a una embarazada…
– ¿Y qué tal?
– Es genial.
Aquellas palabras fueron las que sacaron del sopor a Lilí. Pese a estar todavía bajo los efectos de la droga tuvo la suficiente lucidez como para comprender que la luz que la deslumbraba procedía de una cámara de video apuntándola a ella; que el mal olor era causado por la su proximidad a varios contenedores de basura del callejón al que había salido en busca de aire fresco; que el frío en su espalda se debía a que se encontraba totalmente desnuda sobre el suelo y que la rara sensación cálida en su sexo era provocada por el pene de aquel muchacho y saliendo de él sin control.
– ¡Joder, qué gusto! – Exclamó el chico a la vez que Lilí notaba unas descargas húmedas en lo más profundo de su vagina.
– ¿Ya está?
– El siguiente…
– Es mi turno…
Lilí intentó protestar pero de su boca sólo salieron ruidos inconexos que provocaron la risa de los presentes.
– ¡Ahora sí está despierta!
– Comienza lo bueno.
– ¿Por qué lo dices?
– Es la primera vez que ves el efecto de estas pastillas, ¿verdad?
– Sí.
– Son increíbles, esta guarra hará todo lo que le pidamos. Observa.
El tipo, que acababa de eyacular dentro de Lilí, se encaramó sobre ella, se agarró el pene y golpeó con él un par de veces la boca de la chica.
– ¿Lo tienes? – Preguntó al operario de la cámara.
– Sí.
– Lilí, putita… abre los labios.
La chica abrió los ojos aterrada al ver aquel sucio pene amenazando su boca. El sexo oral no estaba entre sus favoritos, de hecho era raro el día en el que complacía de ese modo a su amado Carlos. Su cerebro ordenó a su cuerpo cerrar con fuerza las mandíbulas pero este último hizo todo lo contrario: abrirlas.
– ¿Lo ves? Te lo dije.- Dijo triunfante el chaval mientras introducía su sexo en la boca de Lilí
– Increíble.
– Eso es, zorrita: chúpame la verga…
Lilí parecía estar viéndolo todo tras un cristal; se decía a sí misma que no era ella la que abarcaba aquel cipote nauseabundo entre sus labios, ni la que recorría con su lengua el prepucio con ansia, limpiándolo de restos de orina pero, a pesar de sus esfuerzos por evitarlo, lo hacía.
Como también fue ella la que se colocó sobre el siguiente semental y la que lo montó con todas sus fuerzas siguiendo las indicaciones de su futura cuñada.
El sexo con su futuro marido siempre había sido dulce, tierno, lleno de amor y delicadeza, pero por el contrario con aquel desconocido ella se comportó como una auténtica ninfómana, como la más sucia de las zorras, cabalgándolo intensamente hasta que logró exprimirle todo el jugo de las pelotas.
Y a este siguió otro. Y a aquél otro, otro más. Uno tras otro los chicos fueron cayendo bajo el fuego de su furor uterino y a todos les hizo lo mismo: follárselos de manera salvaje. Les agarraba de las muñecas incitándoles a que le estrujasen los senos, esos senos que pronto estarían repletos de leche para alimentar a su niña; miraba a la cámara de forma lasciva y sucia.
Aun así Lilí en su interior seguía luchando, seguía gritando a su cuerpo que no ofreciese su boca para recibir el esperma; que no utilizase su lengua para juguetear con la leche justo delante de la cámara; que sus manos no extendieran los restos de la simiente masculina por sus pechos y por su incipiente barriguita y que, sobre todo, sus manos no se abalanzasen contra las braguetas de todos aquellos depravados en busca de la siguiente polla que ordeñar.
– Me está poniendo como una moto esta perra. – Dijo una de las espectadoras.
– ¿Quieres que te lo coma? Seguro que lo hace de miedo
– Uhm… estaría bien.
– Acércate a ella. Haré que te baje las bragas.
– No llevo. – Dijo la otra haciendo una mueca.
– Túmbate en el suelo y abre las piernas.
Cuando la universitaria estuvo en posición, Gabriela volvió a la carga:
– ¡Eh, Lilí! Cómele el coño a Juli. No dejes de tragarte nada.
La chica lloraba por dentro mientras enterraba su cabeza en la entrepierna de la hembra siliconada que no dejaba de reírse de ella. Carecía de experiencia previa pero aun así su instinto, potenciado por las drogas, la hizo chupar, lamer sorber y acariciar todos y cada uno de los recovecos de la otra muchacha.
– ¡Uhm!
– ¿Qué tal?
– Si tu hermano no se la queda… ¡para mí!
Todos rieron la ocurrencia de la lesbiana.
La postura de Lilí sorbiendo los jugos de su primer coño permitía el camino expedito hasta su coño y el siguiente semental aprovechó la circunstancia para follársela a cuatro patas. Fue duro, muy duro, no se apiadó lo más mínimo de la muchacha ni de la criatura que esta llevaba en su vientre. Cuando lo consideró oportuno, dejó de montarla, tiró de su cabello con fuera y, tras desacoplarla del coño que chupaba, eyaculó en su cara copiosamente. El esperma se unió al flujo vaginal, los restos de maquillaje, el flujo vaginal, las babas y las propias lágrimas de Lilí conformando en su rostro una desordenada pintura abstracta que le daban a la chica un aspecto lamentable.
– Estás monísima, cuñada… jejejje
– Sigue chupándome, zorra. Todavía no he terminado.
La universitaria agarro la cabeza de Lilí con fuerza y no la soltó hasta que su vulva no expulsó los jugos que contenía. Después tiró a la embarazada a un lado, se levantó del suelo y ordenó:
– ¡Pásame el vestido de esa puerca! Me ha dejado el coño lleno de semen.
Tras limpiarse sus partes íntimas amagó con lanzar la prenda al suelo.
– ¡Eh, no la tires! Yo también necesito limpiarme.
– Y yo…
Animadas por la hazaña de la primera de sus compañeras, el resto de muchachas repitieron la escena con Lilí con idéntico resultado satisfactorio.
– ¡Uff, parece que tiene una aspiradora en la boca! – Exclamó una de ella justo en el momento que llegaba al orgasmo.
Viendo que la noche avanzaba y que los efectos de la droga, lejos de remitir, iban todavía en aumento Gabriela ordenó a los chicos.
– Llamad a vuestros amigos. Que vengan a follarse a esta perra, pero decidles que si alguno se va de la lengua con mi hermano tendrá que vérselas conmigo, ¿de acuerdo?
Después se acercó a uno de los muchachos y le dijo:
– Habla con Sergio, dile que traiga a César.
– ¿A César?, ¿para qué…? ¿no pretenderás que…?
– Dile que lo traiga y ya está. Demostraré a mi hermano que esa pueblerina no es más que una perra que utilizó sus malas artes para amarrarlo. Mírala, mira qué manera tiene de follar tiene la mosquita muerta. Seguro que la niña ni siquiera es de Carlos.
– De acuerdo.
Los chats echaban humo. Fornicar con la novia de una estrella del futbol nacional no era algo habitual. No eran pocos los que envidaban a Carlos por haber triunfado en la vida y vieron en aquella oportunidad dar rienda suelta a sus más bajas pasiones de celos y venganzas.
Poco a poco los coches fueron llegando y tras el cachondeo general todos se pusieron al tema.
Lilí no dejaba de suplicar, quería que dejaran de hacerle todas aquellas cosas tan terribles. Ella era una buena chica, jamás había hecho daño a nadie e intentaba ser amable con todo el mundo. Seguía intentando hablar pero no conseguía emitir ningún sonido coherente y su copioso babeo era interpretado como una invitación a que una nueva polla ocupase su boca. La cantidad de lefa derramada en su cara y cabello era tal que apenas podía abrir los ojos.
– ¡Eh, putita!, ponte a cuatro y ábrete bien el culo. Te lo voy a destrozar. – Gritó uno de los recién llegados.
Aquella orden todavía la alarmó más. La joven embarazada seguía siendo virgen analmente, jamás en la vida había pensado que su salida trasera pudiese ser tomada como entrada. Por supuesto Carlos jamás le había insinuado consumar semejante práctica sexual.
Le fue imposible resistirse. Como si de una zombi se tratase pegó su cara al suelo y con sus propias manos se abrió los glúteos, ofreciendo su agujero posterior a un enorme pene que amenazaba su ano.
Fue como meter un cuchillo en mantequilla. El orto de Lilí se fue dilatando conforme el cipote perforaba su entraña sin oposición. Le dolió, le dolió mucho; la sustancia estupefaciente estimulaba de manera artificial su sexo pero no sucedía lo mismo con su esfínter anal. Aun así el poder alienante del narcótico conseguía que la muchacha no sólo abriese sus carnes para facilitar la sodomía sino que incluso balanceara su cuerpo con movimientos convulsos con el objeto de lograr introducirse una mayor porción de rabo en el intestino.
Lilí aullaba como una loba, con total indefensión sentía su entraña rasgarse y cómo la sangre que brotaba de su ano caía por sus muslos formando una cascada de fétido aroma debido a las heces que le acompañaban. El escozor era intenso pero nada podía hacer para evitarlo: no era más que un juguete roto en manos de aquella manada de desalmados.
– ¡Dale fuerte, huevón! ¡Rómpele el culo a esa zorra!
– ¡Eso es, reviéntala!
El semental complació a su nutrida audiencia y, tras descargar un par de sonoros cachetes en el trasero de Lilí, le agarró por las caderas y sin sacar la verga del orto de la muchacha le dio una docena de intensas arremetidas a cual más cruel y despiadada. Cuando lo creyó oportuno desacopló su miembro viril y, tirando del cabello de la joven, le insertó la verga hasta la garganta, depositó el ella su cargamento de esperma. No contento con eso ordenó a la muchacha que limpiase su polla de los nauseabundos restos que la ensuciaban e inclusive le hizo lamer del suelo los restos de semen que no había podido asimilar en un primer momento.
El chaval se levantó eufórico y recibió la felicitación por su hazaña de los asistentes que le aplaudían y vitoreaban.
Visto el éxito cosechado los siguientes violadores disfrutaron también de las delicias de la puerta trasera de Lilí. La chica perdió la cuenta de la cantidad de pollas que le destrozaron el culo aquella noche.
Sólo tenía un pensamiento en mente: que no lastimasen a su bebé.
De repente sintió algo húmedo lamiéndole el ojete. Se trataba de una lengua larga y áspera, le pareció muy diferente a la de su amado Carlos. Curiosa en inquieta limpió los restos tanto de fluidos sexuales, sangre y heces de su trasero, de su sexo y de sus muslos
La gente se reía todavía más dey una nube de flashes le hicieron saber que algo extraordinario sucedía. Giró la cabeza y quiso morirse: un enorme pastor alemán estaba olfateando sus partes más íntimas.
La gente se reía más y más a costa de Lilí.
– Le demostraré a mi estúpido hermanito que eres una perrita sucia. Cesar le dará a ese engendro que llevas dentro leche de su propia raza. – Le dijo Gabriela después de escupirle en la cara.
En animal se mostraba cada vez más nervioso y movía la cola muy excitado. Ayudado por su amo, se colocó sobre la joven que, indefensa babeaba y pronunciaba frases inconexas con los ojos anegados de lágrimas.
El cánido intentó varias veces la monta con nulo acierto. Se produjo un estallido de silbidos y gritos cuando alcanzó el objetivo. Meneando la cola, comenzó la monta de manera frenética pero estaba tan excitado que se desacopló rápido. Enseguida volvió a la carga, no era la primera vez que montaba a una hembra humana. Necesitó cuatro intentos para enterrar por completo su enorme verga sonrosada en la vulva de Lilí.
– ¡Increíble!
– Menuda follada.
– La va a partir en dos.
– ¡Que se joda, por puta!
En efecto, una vez el cipote del animal encontró el alojamiento adecuado la cópula se volvió más salvaje si cabe. Los enormes testículos del animal se bamboleaban a mismo ritmo que la tripa de Lilí que parecía más grande gracias a la postura a cuatro patas.
El acto en sí duró poco, enseguida el animal descargó su munición a escasos centímetros del feto uniéndose al del resto de machos que habían hecho lo mismo aquella noche. El problema sobrevino cuando quiso desmontar a la muchacha ya que su pene se había hinchado tanto que se quedó trabado en la entraña de Lilí.
– ¡Mírales, se quedaron enganchados!
– ¡Qué perra!
El animal se puso nervioso por la luz de los flashes y tiró con fuerza, desgarrando la entrada de la vagina de una Lilí que sintió cómo las fuerzas le abandonaban.
No obstante, antes de que se desmayase, a Gabriela le dio tiempo de agarrarla del pelo con suma fiereza y decirle al oído:
– Ni se te ocurra ir a la iglesia o le enseñaré a todo el mundo la clase de perra que estás hecha. ¿Comprendiste, “cuñadita”? Vuélvete al asqueroso pueblo de donde procedes y cría a esa mierdecita que llevas dentro entre gallinas, cerdos, y pobreza. O mejor hazte puta, es para lo único que valéis la caza maridos de tu calaña.
Por fortuna para ella, Lilí no estaba consciente cuando a sus torturadores les apeteció convertirla en váter humano.
—
Carlos miraba constantemente el reloj mientras caminaba de un lado para otro. Era impropio de Lilí llegar tarde a sus citas pero también era consciente hacer esperar al novio era algo tradicional. Aun así, más de una hora de demora era demasiado.
Gabriela irradiaba satisfacción por los cuatro costados, mientras el nerviosismo crecía entre sus familiares ella parecía muy serena. Sus planes macabros habían triunfado. Amaba a su hermano de una manera enfermiza que iba mucho más allá de lo fraterno. Lo deseaba sólo para ella y no iba a consentir que nadie y mucho menos una “don nadie” como Lilí se lo arrebatase. Carlos lo pasaría mal al principio pero pronto volvería a compartir lecho con ella como había sucedido en las anteriores ocasiones que necesitó consuelo.
Pero cuando su hermano le preguntó varias veces si sabía por qué Lilí no aparecía en lugar de decirle lo hermosa que estaba con aquel vestido maravilloso se le hinchó la vena del cuello y no pudo contenerse más.
– No te castigues, Carlos: no vendrá.
– ¿Por qué dices eso? – Preguntó su mellizo desesperado.- Sí lo hará.
– No. No lo hará; si sabe lo que le conviene, claro.
– Pero, ¿qué insinúas?
Gabriela buscó en su bolso de Louis Viutton. Extrajo de él su celular de última generación y, tras manipularlo con soltura, se lo tendió a su hermano.
A Carlos a punto estuvieron de saltársele los ojos de las órbitas.
– Te dije que era una perrita y tú no me creíste. Olvida a esa pueblerina calienta braguetas y vayámonos los dos solos a las Islas Seychelles. Al fin y al cabo el viaje ya está pagado y sería una lástima desperdiciarlo, ¿no crees?
– Pe… pero… ¿qué le has hecho a Lilí?, ¿y a mi hija?
– ¿Yo? Yo no hice nada. Puedes ver tu mismo, nadie la obliga. Observa las ganas que tiene de abrirse de piernas a ese chucho sarnoso. Además, seguro que esa cosa que lleva dentro no es tuya; puede ser de cualquiera. Lilí no es más que una zorra con aspecto de niña buena. Hazme caso: olvídate de ella.
Y abriendo los brazos se aproximó a su hermano peros este la rechazó con rabia.
– Pero Carlos, ¿qué tienes? ¿por qué pones esa cara? ¿qué vas a hacer con ese candelabro?
Seis personas fueron necesarias para detener a Carlos. Cuando lo consiguieron ya fue tarde para Gabriela. Su rostro quedó irreconocible y su cuerpo inerte quedó tendido en medio de la capilla con su bonito vestido de ceremonia empapado en su propia sangre.
—
Cuando Lilí despertó ya era de día y el dolor en su vientre se le hacía insoportable. Paso los segundos más amargos de su vida hasta que sintió las pataditas de su hija. Lloró de alegría ya que, a pesar de todo lo sufrido su niña seguía viva. Con suma dificultad logró vestirse y se dirigió hacia la salida del callejón para buscar ayuda.
Para su desgracia las pocas personas con las que se cruzó quisieron ayudarla así que optó por ir al hospital caminando.
Nunca llegó a su destino; una chica sola, embarazada y desorientada por aquel barrio tan poco recomendable era presa fácil para las mafias.
A la hora de su supuesta boca Lilí lloraba en la parte trasera de una furgoneta camino de un lugar indeterminado de la costa: el primer burdel de su nueva vida como prostituta.