Un ensayo clínico que lo cambio absolutamente todo

Rate this post

Llevaba ya varios meses de haber asentado mi rutina perfectamente, pues todos los días sin falta salía a correr media hora, corría cuesta abajo por la avenida y subía trotando dos o tres veces, dependiendo de qué tan cansada estaba ese día, después iba a la escuela de 7 am a 3 pm y comía a diario con mi amiga Alicia, nos planteamos un reto de visitar todos los restaurantes cercanos a la zona universitaria y pedíamos el platillo de la casa, en un Excel teníamos una lista donde calificábamos platillo, bebida o postre y al conjunto le asignábamos una, dos o tres estrellas.

Los miércoles visitaba a Maggi, le platicaba de cosas comunes que me pasaban en mí día a día, me preguntaba por cómo me sentía y a veces hablábamos de uno que otro problemilla que llegaba a tener en la escuela. A pesar de que era psicóloga y yo creí que su conocimiento de ciencias era limitado, no paraba de asombrarme, aquella mujer era una verdadera prodigio. Y en más de alguna ocasión me apoyó con mis tareas de cálculo y estática y dinámica.

Los sábados los pasaba con Eliot quien a veces llegaba temprano y me invitaba a cenar, o veíamos una película, y los días más afortunados me llevaba a algún parque o lago siendo un poco más romántico, pero sin llegar jamás a hacerlo lo suficientemente así, como para podernos llamar novios, usualmente platicábamos, me preguntaba de la escuela y yo del trabajo, nos contábamos los chisme de ahí pero jamás nos poníamos profundos.

Luego después de lo que fuera que él hubiese escogido, me llevaba a la casa y me cogía muy duro, ni una sola vez tuve alguna sesión de sexo romántico, o delicado con él, siempre era él dominándome y metiéndome su enorme verga sin compasión. En cada ocasión mi maquillaje terminaba arruinado, mi culo adolorido y mis piernas temblorosas. Y a diferencia de lo que decía Alicia, durante el tiempo que tuve sexo con Eliot siempre se me ponían así.

Los domingos eran la cereza del pastel, los pasaba con Alicia desde primera hora del día, ella pasaba por mí, íbamos a algún lugar a desayunar y comíamos en su casa, teníamos sexo a su manera y me quedaba a dormir en su departamento.

Esa fue mi rutina por mucho tiempo, y a pesar de que no me cansaba ni aburría en lo absoluto, estaba ansiosa porque cosas nuevas me pasaran, por ejemplo que Maggi me perfilara como candidata para la terapia de reemplazo hormonal.

Un miércoles llegué bastante alegre con Maggi, pues acababa de pasar a comer a Le plus délicieux, de donde me había vuelto una clienta frecuente y saludaba a todo el personal. Ese día estaba de buenas pues por alguna razón todo se estaba acomodando. Llegué a la hora acordada pero había alguien delante de mí y debía esperar, eso no me importó pues llevaba bastante adelantado el libro que había seleccionado de la biblioteca de la Dra. Allamand. Y estaba cerca de acabarlo por lo que cada página se volvía más emocionante que la anterior.

La puerta se abrió y me giré instintivamente para ver quién era. El terror helo mis venas, sentí como si una cubeta de agua repleta de hielo recorriera mi espalda. No podía creer lo que estaba pasando.

-¿Antonio? Me preguntó la voz sollozante de una mujer.

-¿Hijo? – Me miró lleno de dudas mi padre.

La doctora Allamand había citado a mis padres para explicarles mi situación, en más de una ocasión ella me había pedido que les notificara, pero yo siempre lo postergaba, ponía pretextos, inventaba urgencias etc. etc.

-Vamos Pam, debemos platicar todos juntos. – Le hizo una seña a su recepcionista y esta colocó el anuncio de la puerta principal en “Ausente”, al menos nadie nos interrumpiría, o escucharía lo que estaba a punto de ocurrir.

Me preguntaron que desde cuando hacía eso, que si siempre me había gustado, que si no me gustaba ser un hombre. Incluso mi padre me preguntó si alguien me había hecho algo y yo no les había dicho. Respondí con lujo de detalle a cada una de sus dudas. En algunas partes la Dra. me apoyaba con terminología más avanzada o dando algunos ejemplos. En todo momento estuvo de mi lado. Al terminar de explicar nos quedamos todos callados. Ya no quedaban más dudas. Todo estaba puesto sobre la mesa.

-Entonces… ¿esto es lo que deseas en verdad hijo?

-Hija…- corrigió dudosa mi madre.

-No se preocupe señora, cada cosa a su paso, – comentó la doctora.

-Si papá, deseo vivir el resto de mi vida viéndome como me siento por dentro, una mujer. –Dije con las palabras más claras que jamás han salido de mi boca, pero también con el terror más agobiador. Infundado, pero que de alguna manera lograba oprimirme.

-OK, ok, lo intentaremos. – Dijo mi padre con una mirada muy serena mientras tomaba mi mano, mi madre se le unió y comentó con una leve sonrisa

-Siempre quise tener una hija.

-Ahora lo que sigue, es la terapia de reemplazo hormonal Pamela, ya les comenté a tus papás todo al respecto, de hecho, solo estaba postergando tu alta para el endócrino, porque no te animabas a decirle a tus papás. Por eso, tomé la decisión de yo hacerlo pues creí que ya estabas más que lista para avanzar a la siguiente etapa.

La doctora pidió que nos abrazáramos y dijo que si queríamos documentar el momento con una foto familiar, accedimos e incluso en una de ellas, le pedimos que saliera con nosotros, pues era una parte vital de mi vida.

Esa tarde la pasamos genial, fuimos a comer, visitamos algunos lugares bonitos del centro de la ciudad, nos tomamos fotos, etc. etc., un día de lo más memorable. Mis padres se despidieron de mí ya caída la noche, ellos debían regresar a casa en la ciudad donde vivíamos y me dejaron en mi hogar de camino a la carretera.

Después de aquello, mi rutina volvió a lo mismo, sin embargo, algunos cambios me estaban comenzando a poner trabas, lo primero que ocurrió es que mi humor cambiaba constantemente, estaba inyectándome un coctel de hormonas así que cualquier cosita que se saliera de control, me hacía perder la cordura y o me enfadaba o me ponía a llorar.

Alicia fue muy paciente con migo en ese tiempo, y por eso le estoy agradecida, por otro lado Eliot, algunas veces terminaba molestándose conmigo porque no me tenía paciencia suficiente y en más de alguna ocasión me dejó vestida y alborotada en la puerta de la casa, o abandonada en el centro comercial o un restaurante. Eso me ponía muy triste pues a pesar de que ahora sé que no lo era, yo le veía como a mi novio. Mientras que él solo como a la tipa de coger de los sábados.

Alicia se destruía de furia contra él pues ella le conocía de antemano como un tipo demasiado patán. El día que tuvimos sexo por primera vez, me había colocado en un pedazo de papel, una frase que decía: “Eliot no te conviene, tiene fama de mujeriego” pero yo por aferrada no le hacía caso y aunque el domingo le decía que el próximo sábado no le abriría ni la puerta, al otro día al recogerme, Alicia notaba que había sido incapaz de negármele, por la simple forma de caminar.

-¿Otra vez te dejaste coger por ese pendejo verdad? Ay amiga, no entiendes, lo bueno que me tienes a mí. – Me comentó en más de una vez.

Hasta que un jueves, un profesor de la escuela nos comentó que solicitaba alumnos para un ensayo clínico, y que estaba dispuesto a darnos créditos extras a los que nos ofreciéramos como voluntarios. Al terminar las clases le visité en su cubículo, era un nuevo profesor que provenía de una ciudad lejana y que de momento se encontraba viviendo solo en nuestra ciudad. No se emocionen jaja ni tampoco se decepcionen, este doctor y yo nunca mantuvimos ningún tipo de relación que no fuera meramente académica y con el tiempo de amistad.

Él conocía mi situación, y a mí me gustaba visitarle cuando tenía dudas pues era uno de los pocos profesor dispuestos a ayudarte, siempre tenía nueces de la india en su cubículo y siempre te invitaba a comer de ellas aun cuando le quedaran pocas, una ocasión incluso hicimos una carne asada en su cubículo pues por alguna extraña razón era el único que tenía mi pequeño balconcito. Era la semana de la facultad y el caos reinaba en la escuela, así que nadie notó cuando El doctor Rada y 5 de sus alumnos favoritos comieron tomahawks hasta reventar y bebieron cerveza hasta el cansancio.

Mi confianza hacia este profesor era tal que cuando comentó lo de los créditos quise en primer ligar apoyarle con su ensayo y en segundo ganarme unos cuantos créditos extra, que vaya que me hacían falta, por si no lo habían notado, no es que fuera una mala alumna, para nada, solo que conmigo estudiaba alumnos muy brillantes, y me costaba mucho seguirles el paso.

Me citó al otro día en ayunas, no podía comer nada desde las 7 pm del día anterior, era una prueba de reacción a la insulina. Y había dos grupos de estudio, estudiantes con vida sedentaria y estudiantes con vida físicamente activa, sin embargo por meras razones académicas, el Dr. anexó un tercer grupo estudiantes con vida físicamente activa que estaban bajo tratamiento de reemplazo hormonal.

-Muy pocas personas han estudiado algo como esto Pamela, y te agradezco que tengas la confianza de darme la oportunidad de hacerlo.

Llegué puntual a mi cita, me sentía nerviosa, pues a pesar de que nada malo podía salir de allí, el hecho que fuera a estudiar mi cuerpo y como reaccionaba me ponía los pelos de punta.

La cita fue en el hospital dela universidad. En la zona de ensayos clínicos. Me recibieron una enfermera de algunos 40 años, un joven estudiante de medicina de 5to año, el Dr. Esparza que era Médico y el Dr. Juárez mi profesor.

El médico encargado se mostraba tremendamente entusiasmado en cuanto a mí, pues como él era endocrinólogo, hacía predicciones de como creía que mi cuerpo iba a reaccionar a las pruebas.

El ensayo consistía en tener una cánula en una vena de la mano, y cada 5 minutos durante una hora sacarían un poco de mi sangre y la pondrían en criogenización, extraña cosa el Nitrógeno líquido pues cuando colocaban las muestras en él, se escuchaba exactamente igual a como se escucha el aceite hirviendo cuando sumerges algo en él.

-“Garnacha se Pamela” – Susurré para mí, cuando oí congelarse la primera muestra. Pero el chico de medicina me alcanzó a escuchar y se sonrió con migo. A mí me dio mucha pena haber dicho algo tan tonto y peor aún haber sido escuchada que me puse roja como un tomate, traté de no volver a cruzar mi mirada con aquel chico y me esforcé doblemente por quédame callada.

Habrán tomado casi todas las muestras hipo glucémicas. Cuando la cánula comenzó a causar problemas. Por azahares del destino mi sangre posee un factor de coagulación ligeramente más alto que el de las demás personas, una cosita de nada, pero que tiene efectos en mi como una recuperación más rápida de las heridas, y que las hemorragias también paran en un tempo mucho menor. Sin embargo en esta situación fuera de lo común, la sangre se está comenzando a coagular en la punta de la cánula obstruyendo el paso de la sangre y dificultando la toma de las muestras.

La primera vez la enfermera cambió la cánula, pero la segunda ocasión quizá le dio tedio, quizá no tenía idea o quizá simplemente no le importó. Pero para liberar el embolo de la cánula decidió que era prudente limpiar el paso con un poco se solución salina. Era un procedimiento sencillo y prácticamente todo el trabajo lo estaba haciendo ella sola, así que en ese momento tanto los doctores como el joven médico se encontraban distraídos platicando sobre unos artículos relacionados al estudio.

Supongo que el joven estaba pendiente de la enfermera y alcanzó a percatarse de que ella paneaba liberar la cánula inyectándome la solución. De momento yo no tenía idea de lo que hacía, me pareció inusual pero no creí que fuera algo negativo solo alcancé a ver como el joven médico se giró rápidamente abalanzándose contra la enfermera mientras que gritó un fuerte y resonante No.

Al principio no sentí nada, pues la solución aun no lograba vencer la resistencia que la sangre coagulada en la cánula estaba ejerciendo, pero después súbitamente, sentí la solución helada recorrer cada una de mis venas. Y durante espacio de milésimas de segundo, me hice consiente de cada una de ellas debido a la presión que aquel liquido ejerció al entrar en mi torrente. La presión recorrió todo mi brazo hasta llegar a mi cuello cruzando la carótida y ascendiendo hasta mi encéfalo donde mi cuerpo sabiamente decidió que estaba bajo ataque y que debía apagarse. Me desmallé.

Nunca antes en toda mi vida me había desmayado y por muchos años me jacté de eso, hasta el día de hoy no me he vuelto a desmayar, pero mi forma de ver las cosas es distinta, ya no lo veo como algo malo o negativo, es una herramienta de defensa que posee el cuerpo para evadir ataques externos.

Me desperté unos segundos después, el brazo me ardía, escuchaba la voz del Doctor Juárez apagada como en otra habitación.

-¿Pamela? ¿Estás bien? ¿Pamela?

Y entonces al abrir los ojos, por primera vez los vi con atención. Los ojos de aquel joven médico, eran color café, sin embargo uno de ellos era más claro que el otro y tenía un delgado anillo color verde alrededor de la pupila. Eran los ojos más hermosos que jamás había visto.

-Sí, estoy bien doctor ¿Qué pasó?

-Te nos desmayaste, lo bueno que aquí Víctor te atrapó muy rápido evitando que te golpearas

-¿Cómo te sientes te duele algo?- Me preguntó Víctor mientras acariciaba mi mejilla izquierda tratando de asegurarse de que estuviera tranquila. Yo seguía hipnotizada por sus ojos, en concreto por el anillo en su ojo izquierdo, nunca había visto algo así. Supongo que me tardé más de lo esperado pues el chico sonrió e hizo un gesto como repitiendo la pregunta.

-Eh, si, bueno me duele mucho el brazo y esta parte del cuello.

-Quizá debamos terminar el ensayo con pamela.-Sugirió Víctor.

-No, no es necesario, podemos continuar.

El médico encargado se acercó y vio a detalle la cánula sabiendo de inmediato que sucedía.

-Oh ya veo, pues si deseas podemos continuar con una cánula nueva. Podríamos bajar el número de muestras para no exponerte tanto aunque en mi opinión concuerdo con Víctor tu ¿qué dices Sergio?- Preguntó refiriéndose a mi profesor.

-Coincido no es necesario exponerte.

-Sé que es muy importante para ustedes, hagamos al menos algunos muestras después del suero.

Debía tomar un suero glucosilado y ver como reaccionaba mi cuerpo ante su presencia.

-Al menos 6 tomas darán un resultado concluyente. – Comenté pues el Dr. Juárez me había prestado las notas del proyecto.

-Está bien, si así lo deseas, tomaremos 6 muestras más.

La enfermera se retiró y el Dr. Esparza tomó su lugar supervisando a detalle cada una de las tomas. El ensayo concluyó satisfactoriamente y ya no hubo más inconvenientes.

-Podrías acompañar a la señorita a comer algo Víctor? Y checa sus vitales antes de llevarla su casa por favor.- Preguntó el Dr. Juárez pidiéndolo como parte del estudio.

Salimos del hospital y Víctor me llevó en su coche a un restaurante cercano.

-¿Te gustan las empanadas brasileñas Pam?

-No lo sé, nunca las he probado, ¿cómo son?

-Pues son como una empanada mexicana jaja, pero estas son dulces y mucho más grandes y gorditas. ¿Te gustaría comer una?

-Si está bien, donde tú gustes está bien.

Llegamos al restaurante y nos atendió un ballet parking.

-Espérame. –Me dijo Víctor para que no descendiera del auto. Le dio la vuelta por el frente, y abrió mi puerta extendiendo su mano para ayudarme a bajar del coche. No era muy alto, ni tampoco demasiado compacto para que fuera difícil bajar de él, pero dado la situación que hacía rato me acababa de suceder, imaginé que más que un acto de galantería era un acto de genuina preocupación porque no fuera a desmayarme de nuevo cayendo al piso o algo similar.

-Gracias Víctor.

-Para servirte. Llevó mi mano izquierda que aún le sujetaba hacia su costado, sujetándome sin soltarme de la mano y dándome apoyo. Yo no sentía que lo necesitara pero en primer lugar no estaba segura de mi condición y en segundo, no me molestaba en lo más mínimo, es más me agradaba ser tratada así por primera vez en mi vida, en las manos de un hombre.

Las empanadas resultaron estar deliciosas, durante la comida nos platicamos de nuestras vidas, por obvias razones él conocía perfectamente mi situación y hasta tenía acceso a las dosis de medicamentos que estaba tomando. Así que eso me quitó un peso bastante grande de encima, pues era como si solo estuviera conociendo a alguien más, sin la preocupación de pensar cuando es prudente mencionarle que soy una chica transexual, explicarle el término y jurarle que no soy una niña tonta que le tiende una broma.

Pasamos horas en aquel lugar, probamos de todo hasta que el dependiente por su propia iniciativa nos llevó la cuenta, como diciendo amablemente, por favor retírense tengo que cerrar.

Salimos y el ballet se acercó a Víctor quien le dio un billete y se despidió de él.

-¿Y tú auto?

-Le pedí que lo llevara a otro lado, no te incomoda caminar un rato conmigo ¿cierto?

-¿Es por algo médico? Pregunté sonriendo incrédula de que lo fuera.

-Eh Mmm si, si eso te tranquiliza… jaja

Le miré con dudas, y él extendió su mano para tomar la mía.

-Es para que no te caigas, lo prometo.

Le di mi mano y él cruzó sus dedos con los míos, de nuevo llevando mi mano bajo su brazo y brindándome seguridad. Que quizá no necesitaba, pero que a decir verdad se sintió muy bien.

-¿Y siempre quisiste ser Biofísica Pam?

-No, antes hubo un tiempo que cambiaba de idea cada dos semanas.

-Y ¿qué te hizo detenerte?

-Nada, aún sigo cambiando de ideas cada cierto tiempo jaja

-Y ¿entonces?

-Pues he decidido que debo escoger una por ahora y luego si tengo oportunidad probar con otras. ¿Tú siempre quisiste ser doctor?

-No, quería ser explorador, y descubrir huesos de dinosaurio, pero luego me di cuenta que Juras sic Park no era cierto y decidí seguir los pasos de la familia.

-O ¿tu papá también es médico? ¿De qué tipo?

-Endocrinólogo.

-No me digas, justo como el Dr. esparza… espera no me digas que…

-Si adivinaste jaja, es mi padre.

-Wow, que maravilloso, nunca me lo habría imaginado. No se parecen físicamente.

-No, todo mundo dice que me parezco a un hermano de mi mamá.

-Debe ser un hombre muy atractivo supongo. – Dije mientras mi rostro se encendía en un color rojo sangre.

-Sí, eso dicen, dicen que fácilmente podría ganar un concurso de belleza entre las ardillas. – Víctor hizo una graciosa cara exponiendo sus dientes, que eran ligeramente más grandes que el promedio mientras que ambos soltábamos una carcajada que duró algunos minutos siendo muy difícil de contener.

Hablaríamos de temas tan banales o de cosas tan importantes que el tiempo pasó volando, y en un santiamén ya estábamos en mi casa, su auto esperaba estacionado afuera de ella…

-Jeje, si, le pagó al ballet para que lo trajera aquí, pero bueno, pues a lo que me atañe, déjame tomarte todos tus vitales. Tomó mi pulso, checó mi respiración y con un bauma y un estéto que tenía en un estuche dentro de su auto, tomó mi presión sanguínea y escuchó el latir de mi corazón y mi respiración.

-Todo parece perfectamente bien. Te libero de tus deberes Pamela, que linda tarde pasé contigo.

-Yo también la pasé muy bien, muchísimas gracias Víctor.

Nos despedimos dándonos la mano y yo entré a mi casa mientras él subía a su coche. Cerré la puerta tras de mí, liberando un profundo suspiro. ¿Cómo es que un hombre que ni siquiera conoces puede hacerte sentir así? Me recargué en la puerta intentando comprender todo aquello y sonó el timbre del edificio.

-Ok tengo una idea tremendamente loca, pero no quiero dejar pasar la oportunidad sin preguntarte esto pues me va a torturar por el resto de mi vida.

-¿Qué?

-Quiero seguir platicando contigo, sé que no nos conocemos pero creo que podríamos tener un tipo de conexión que nos une ¿cierto?

-Si yo creo igual.

-Perfecto, genial, bueno escucha esto es lo que deberíamos hacer, debemos dejar aquí estacionado el auto, tu cierras la puerta de tu casa y salimos a pasear por la ciudad

-¿cómo?

-Vamos será divertido

-Y ¿qué haríamos?

-Mm no lo sé, solo sé que hoy mi mente estará pensando todo el día en ti y creo que la tuya en mí, y sería mucho mejor si en lugar de solo pensarnos, salimos a caminar juntos.

-Está bien déjame ir por un abrigo.

Continuará…