Un grupo de amigos que quiere saber quien manda, prueba algo nuevo y así es como descubren un placer nuevo y se produce una infidelidad consentida
(Inicio de una serie de cinco relatos. En este primer episdio no hay muchas escenas de sexo, pero irá aumentando en los siguientes. Contiene un poco de dominación y humillación publica, pero lo he colocado aquí porque creo que lo más importante son las escenas de infidelidad. Espero que os guste y agradeceria que pusierais vuestros comentarios)
¿Quien Manda? Primera Prueba
Mi nombre es Juan. Soy un chico de veinte años, natural de Madrid, donde he pasado toda mi vida. Soy bastante normal en todos los sentidos, con una estatura que roza el metro ochenta, un cuerpo normalito (Ni gordo, ni flaco, ni musculoso, ni raquítico… vamos, promedio). Quizás lo que ha destacado siempre de mi han sido mis ojos azules. Desde hace dos años salgo con Paula. Ella es también una chica de mi misma edad bastante común, con su pelo castaño, sus ojos marrones y su figura en la que resalta un trabajado y casi perfecto trasero.
Nuestra relación también podría haberse definido como normal, al menos hasta hace un mes, y si exluiamos los temas de cama de la ecuación. Si hemos llegado hasta donde estamos ahora ha sido porque lo único en lo que éramos un poco extraños era en el sexo. A ambos siempre nos ha gustado dominar en la cama, pero como teníamos los dos ese carácter resultaba difícil. Nos pasamos los dos meses de nuestra relación jugando a humillarnos mutuamente, intentando someternos. Para hacer un equilibrio al final decidimos que una vez sería uno el dominante y el otro el sumiso. Y de esa forma íbamos teniendo siempre sesiones de sexo en las cuales uno casi siempre solían salir mucho más satisfecho.
Debido a esta rareza nuestra, teníamos establecido un buen sistema de pullas que nos lanzábamos durante nuestras sesiones. A mí me gustaba, cuando la tenía atada en la cama, resaltar el escaso tamaño de su delantera. En realidad sus pechos me encantaban, con sus pequeños pezones rosados que siempre me habían vuelto loco. Pero ciertamente eran algo más pequeños que el de la mayoría de mujeres. Por eso, cuando estaba indefensa y a mi merced, siempre le decía cosas como “mi pequeña putita, que ni siquiera tiene unas peras decentes”, “voy a follarte aunque seas una tabla de planchar”, “joder, al final te los voy a poner con tu amiga Elena, ella si podría hacerme una buena cubana y no tú”. Y mil cosas más como esa.
Pero cuando mandaba ella el objetivo era el tamaño de mi herramienta. Reconozco que no soy un actor porno, pero mis trece centímetros hacen que este más o menos en el promedio. Sim embargo cuando la que mandaba era ella siempre me decía cosas como “uf, ni siquiera la noto”, “¿De verdad crees que puedes follarme con esto?”, “el otro día vi cómo se le empinaba a Mario, el paquete que se le marcaba en los vaqueros te supera”, “eres tan pequeñín que hoy no te voy a dejar correrte”.
Era una dinámica extraña, lo sé, pero al final acabamos asociando esas humillaciones con la excitación. Y con la tontería ella acababa poniéndose cachonda cuando me metía con sus tetas y a mí me pasaba lo mismo cuando repetía lo pequeña que la tenía. Gracias a eso conseguimos tener unas relaciones bastante satisfactorias por lo general, estando ambos saciados durante ese tiempo.
Pero, como suele pasar casi siempre, al final solo podía quedar uno al mando. Y esta es la historia de quien de los dos se llevó el gato al agua, y como lo celebró humillando al otro delante de amigos. Es más, uno de los dos acabamos con una bonita cornamenta en nuestras narices.
Todo empezó por culpa de su amiga Elena. Era un bombonazo, de esas tías a las que ves pasar por la calle y te giras para verla. Casi tan alta como yo, con unas tetas de escándalo, una cintura de avispa y un culo en el que se podría cascar nueces. Para colmo era preciosa de cara, y tenía unos ojos verdes y felinos que te derretían. Aunque a mí lo que siempre me había gustado era su llamativa y larga melena pelirroja. La tía entre lo buena que estaba y ese pelo, parecía estar hecha de puro fuego. Ella salía con el ya mencionado Mario, un chuloputas tremendamente engreído que me caía como el culo. Su metro noventa era tan intimidante como su marcado cuerpo de gimnasio, y tenía una barba de hípster que le hacían parecer un leñador. La verdad es que ambos pegaban bastante, y a mi aguantar a Mario me compensaba, pues ver a Elena compensaría cualquier cosa. Fuera como fuese con esa pareja más la que formaban (A instancias mías y de mi novia, dado que los presentamos y casi unimos a la fuerza) Tomas, amigo mío de la infancia, y Jesica, amiga de la universidad de Paula, formábamos una pandilla que solía salir los fines de semana.
Desde hacía algún tiempo íbamos haciendo juegos cada vez más morbosos entre los seis. Esto se debía a que para empezar Elena y Mario era una pareja abierta y Tomás y Jesica solo eran follamigos en realidad. Mientras que yo y mi novia participábamos algo más cortados en aquellas tonterías al principio, aunque después ambos reconocimos entre nosotros que nos ponía y cada vez éramos más lanzados. Esos juegos solían consistir en cosas como ver hacer cosas a la pareja con otro del grupo, en plan: Verlos bailar, pasarse hielos de los cubatas de las discos con la boca, decirnos guarradas al odio mientras tu pareja miraba, hacer como si fueran a besarse pero parase al final… La verdad es que todos sabíamos en el fondo que más tarde o más temprano aquello acabaría en una orgia. Y tanto a mí como a Paula la idea cada vez no apetecía más.
Pero entonces llegó el día que lo cambio todo. Estábamos en nuestro piso, donde vivíamos juntos Paula y yo desde hacía un par de meses. Los seis pensábamos salir tomarnos algo, pero de repente empezó a llover con fuerza. Por lo general no nos importaba demasiado algo así, al fin y al cabo en la disco no nos mojaríamos, pero la verdad es que con semejante diluvio acabamos pensando que casi mejor era quedarse en casa y bebernos la reserva de alcohol que teníamos. Un par de horas después, cuando ya habíamos tomado bastantes copas y bailado tanto que acabamos molestando al vecino, Elena tuvo la ocurrencia que lo acabó desencadenando todo.
– ¡Gente, tengo una idea!- dijo alegremente, y separándose de Mario- Podemos jugar a algo, así no viene el pesao del vecino a dar la murga.
– ¿Y a qué quieres que juguemos tía?- respondió mi novia- No nos vamos a poner con el parchís como si fuéramos críos.
– Pau- Siempre la llamaba así- ¿Tengo yo pinta de cría? No, capulla, digo algo más… Entretenido. Algo en plan strip-poker- Añadió, con una sonrisa
El único al que la idea le pareció buena de entrada fue a Mario, el cual dijo “Si, si, venga, que eso tiene que estar bien”. Sin embargo los otros cuatro nos quedamos un poco parados. Yo miraba a Tomás, el cual seguramente pensaba lo mismo que yo. La posibilidad de acabar desnudos delante de Mario no era muy atractiva. No es que tuviéramos complejos, pero como ya he dicho yo era un tipo normalito. Tomás solo destacaba por la altura, pues tenía unas facciones tirando a comunes y un pelo negro igual de ordinario. Y ni siquiera destacaba su altura para bien ya que, a diferencia de mí, el si estaba bastante escuálido. La comparación con ese mastodonte de gimnasio iba a dejarnos bastante mal. Mirando hacia Paula deduje que ella y Jesica debían opinar algo similar, pero en su caso con respecto a Elena. Jesica era una chica bajita (Las coñas con que saliera con el larguirucho de Tomás siempre estaban presentes), y bastante delgada. Entre eso, el pelo corto rubio, los pechos tirando a pequeños y sus facciones algo afiladas, solíamos decirle que parecía un duendecillo. Aunque ambas eran monas y deseables, no podían competir con una supermodelo como Elena.
Como Elena notó el poco entusiasmo que mostramos, añadió.
– Venga, no seáis aburridos ¿No me iréis a decir que ninguno quiere ver a alguien de aquí en pelotas?
De nuevo Tomás y yo nos miramos, y de nuevo Paula y Jesica se miraron entre ellas. No era difícil saber lo que pensábamos los cuatro, que a los tíos nos encantaría ver desnuda a Elena. Y a ellas a Mario. Obviamente el alcohol y los juegos que llevábamos practicando esos meses, ayudaron a que nos decidiéramos por lo más morboso. Y accedimos, lo que provoco unos saltitos de alegría en Elena, los cuales contemplamos Tomas y yo, viendo botar aquellas tetas de escándalo.
Total, que empezamos a jugar. Yo saque mi antigua baraja de póker, con la que solía entretenerme en el bar de la facultad. La partida fue bastante reñida, y poco a poco todos empezamos a quedarnos medio desnudos. A mi casi se me salen los ojos cuando Elena, con una sensualidad claramente premeditada, se quitó la camiseta y se quedó en sujetador. Y vi como una expresión similar se le puso a Paula cuando fue Mario el que se quedó sin camiseta, mostrando trabajadísimo torso.
En menos de media hora acabamos todos en ropa interior. A los tíos se nos notaba un poco palotes, aunque, no queriendo mostrar nada antes de perder, los tres nos acabamos cubriendo el paquete con unos cojines. Estábamos ansiosos los seis por la siguiente ronda, pues alguien acabaría mostrando una parte bastante más interesante de su cuerpo. Pero entonces Elena tuvo otra idea genial.
– Uhm… Creo que podemos hacer esto más interesante- Dijo, meneando un poco, como sin querer, su pechos- ¿Qué tal una prueba?
– ¿Qué tipo de prueba?- Preguntó Jesica.
– Bueno, estaría bien jugar a algo más… Pervertido. Estamos ya medio en bolas, vamos a sacarle provecho ¿No?
– A ver, que se te ha ocurrido, putilla- Dijo mi novia.
– Pues que podemos ver “quien manda”.
– ¿Cómo que quien manda?- Dije yo.
– Mirad, somos tres tíos y tres tías. Y, modestia aparte, estamos todos para echarnos un polvo. Pero… ¿Y si vemos quien tiene más valor?
– Ele, tía, ve al grano- Dijo mi novia, la cual también tenía un diminutivo para el nombre de su amiga.
– Ays, que poco os gusta la intriga. Pues mirad, el otro día vi una porno- Todos nos reímos un poco de ella, llamándola guarra o cosas parecidas- Venga, callaos coño- Dijo, riéndose nada avergonzada, y volviendo a hablar cuando las pullas pararon- Pues eso, que vi una porno, y me ha dado una idea que puede estar bien. Había más gente, pero podemos hacerlo. Era una competición con tres pruebas y un castigo para el que más fallara. La cosa empezaba así, todos se quedaban en bolas, y luego comparaban. El tío que tenía la polla más pequeña tenía que ver como su novia se la tocaba al que la tenía más grande. Y, la tía que tuviera menos tetas, tenía que ver como su chico se las tocaba a la que las tenía más grandes.
– ¡¿Queeé!?- Dijimos Tomas, Paula, Jesica y yo, al mismo tiempo, lo que nos hizo partirnos de risa por cierto.
– Tú eres muy cerda jodia- Dijo mi novia- Está muy claro quien tiene las tetas más grandes, lo que quieres es tocársela a uno de estos.
Pero ese comentario nos hizo pensar a los cuatro. Sin decir nada nos dimos cuenta de algo evidente. Todos sabíamos que Mario tenía una tranca imponente. Primero porque lo decía siempre, como ya he dicho era un chulo de mierda, pero también porque había bailado bastante pegados a las dos chicas, y ellas lo habían notado. Y en cuanto a las tetas, como bien había dicho mi novia, era algo que saltaba a la vista. Pero… ¿Quién las tenía más grandes, Paula o Jesica? Era difícil saberlo, quizás Jesica. Y ¿Quién la tenía más grande, yo o Tomás? Ni puta idea la verdad, nunca nos la habíamos visto. Se notaba en el ambiente que estábamos pensando todos en eso. También se notaba bastante que a nosotros nos encantaría tocárselas a Elena, y que a ellas eso de agarrársela a Mario no les disgustaba precisamente. Al final Jesica habló.
– Bueno ¿Y las otras pruebas?
– No, eso me lo guardo, que cuando estéis picados seguro que las veis con mejores ojos.
Hubo unos cuchicheos entre nosotros cuatro, preguntándonos entre nosotros si debíamos seguir con este juego. Pero, de nuevo, pudo más el morbo que la sensatez. Además, creo que tanto yo como Paula nos dimos cuenta de algo importante. De este duelo iba a salir el campeón al fin de la relación. Quien ganara pasaría a ser el amo. No nos dijimos nada, pero ambos lo sabíamos. Cuando aceptamos, Elena hizo que las tres chicas se pusieran en fila delante de los tres chicos. Cada uno mirábamos a nuestras parejas. Y, al cabo de unos segundos, Elena dijo.
– Bueno, gente, a despelotarse.
Y todos lo hicimos. Podría negarlo, pero para qué. Me quedé completamente embobado mirando las tetas de Elena. Madre mía, jamás había visto unas tan jodidamente perfectas, ni siquiera en las películas porno. Debía ser una talla cien, y se notaba perfectamente que eran naturales. Solo me saco de mi aturdimiento una risita de ella. Había hecho un gesto al señalar a mi polla, y me miraba con cierto desdén. Algo avergonzado mire a mis compañeros… Y se me calló el alma al suelo. La polla de Mario era tremenda, debía medir más de veinte centímetros, y su grosor probablemente triplicaba el de la mía. Pero Tomás tampoco se quedaba demasiado atrás. Al menos llegaría a los dieciocho centímetros. Y aquí estaba yo, con mi polla de trece.
Fue la primera vez que me sentí avergonzado por mi pene. Ya estaba pensando en que iba a tener que ver a mi novia agarrándole esa manguera al cabrón de Tomas, cuando me acorde. Esperanzado miré a Jesica, a la cual había ignorado antes debido a las dos maravillas de Elena. Esperaba encontrarme con un pecho mayor al de mi novia, así al menos podría tocarle las tetas a Elena. Pero… Joder, Jesica las tenía claramente un poco más pequeñas que Paula.
Aturdido casi ni me fije como a mi lado Tomás hacia un gesto de victoria. No era para menos. Me quede en el sitio cuando le vi avanzar hasta Elena, comiéndosela con la mirada. Pero lo más humillante fue observar a mi querida Paula avanzar hacia Mario, mordiéndose los labios con lujuria mientras le miraba su tremendo pollón. Quedaron ambos al lado de esos dos dioses que claramente habían ganado esa prueba, lo que les hacía estar muy complacidos por cierto. Elena, que seguía mirándome con algo de burla, volvió a hablar..
– Bueno, ahora estos dos van a obtener su premio por tener unas parejas tan… Escasas, por así decirlo- Dijo, riéndose- Pueden tocarnos a mí y a mi toro durante un minuto.
Quise protestar por lo del minuto, algo que antes no había dicho. Pero me dio corte hacerlo y, en mi interior, sabía que sería injusto para Tomás. Yo estaría encantado de no haber quedado último, tocar esas tetas a placer durante un minuto debía ser la leche.
Elena saco su teléfono y puso una aplicación de crono. Y el minuto empezó a correr. Intenté centrarme en el repaso que Tomás le hacía a las enormes tetas de Elena, pero fui incapaz. Con los celos a flor de piel observe a mi querida novia agarrar ese enorme cipote. Era una imagen impactante. Su pequeña mano recorría el tronco de aquel rabo, casi haciéndole una paja. Luego bajó a los huevos, que también eran grandísimos por cierto, y los masajeo. De pronto me miró y sonrió altanera, haciendo que esa polla se levantara y mirase hacia mí. Con saña dijo.
– ¿Ves cari? Por esto me metía con tu costita… Esto sí que es un rabo. Y ya ves, mis tetas no son tan pequeñas, pero es que lo tuyo… puf.
Todos se rieron por su comentario. Yo temblaba de rabia y de celos, pero no podía hacer nada y no se me ocurría algo para defenderme. Así que simplemente seguí mirando como mi novia sobaba aquel pedazo de instrumento.
Al fin se acabó esa pesadilla. Paula espero un par de segundos más antes de soltar el pene de Mario, el cual la miraba como sabiendo que ella deseaba comérselo. Algo que también sospechaba yo. Elena, la cual había dado gemiditos de gusto durante el magreo de Tomás, de nuevo volvió a hablar.
– Uf… Tomasito, quizás no seas tan grande como mi toro, pero tocas casi igual de bien- Estaba algo sofocada, lo que la hace tener un aspecto incluso más sexy- Bueno. Pues primera prueba acabada ¿Qué? ¿Seguimos?
Todos dijeron que si, hasta Jesica y yo, que por ahora éramos los perjudicados. Pero lo tenía claro. A parte del tamaño, al parecer escaso, de mi miembro, en cuestión de juegos sexuales no podía volver a perder. Iba a ganar la siguiente, lo sabía.
Iba a mostrarle a Paula quien mandaba.