Un novio mío me obligo a dejarme romper el culito
Hace más de dos años conocí a Derek: un chico alto, fornido, de cabello largo y ondulado quien además de parecer un puto artista de cine, tiene los ojos verdes más hermosos que he visto en toda mi existencia. Nos conocimos en un grupo de Facebook relacionado con Harry Potter gracias a que una amiga mía publicó dos boletos para ir al cine a ver la más reciente producción cinematográfica, Derek colocó un comentario invitándole las palomitas y la amiga metiche (yo) terminó con la solicitud de amistad del tipo guapo de Monterrey, Nuevo León.
Para quienes no sepan: Saltillo Coahuila, mi ciudad, está a una o dos horas en carro de Monterrey por lo que no es raro que haya parejas entre ambas ciudades. Derek y yo comenzamos como exraños por un gusto por la magia en común. En aquel tiempo yo tenía 22 años de edad, un novio llamado Kevin David y mi negocio estable pero el Fénix de ojos verdes (como suelo llamarlo aún) entró a mi vida cuando menos lo esperaba, se encargó de que fracasara mi relación con el tipo anterior gracias a su buena labia y que en realidad parecía el príncipe azul que todas soñamos.
Quizá en otro momento les describa el primer encuentro entre nosotros ya que, aunque ambos tenemos experiencia de sobra, temblábamos como colegiales pubertos en aquel cuarto del hotel cercano a la central de autobuses… Qué nostalgia. Pero hoy me adelantaré un poco en el orden cronológico de ese drama sexual:
En enero de 2017 Derek vino por primera vez en su vida a mi ciudad. Yo rentaba un departamento en el pleno centro de la ciudad: calle Obregón frente a una iglesia llamada San José; el primer día del año lo recibí con los brazos abiertos, cinco días atrás me había propuesto matrimonio y sería una oportunidad perfecta para definir si nos casaríamos en mi natal ranchito o en su enorme ciudad de Monterrey, Nuevo León. Aquella tarde comimos en la calle Victoria y tras llegar a casa y arreglar algunos de mis negocios subimos a mi pieza para mi parte favorita: hacer el amor.
Carlos Alberto Derek era un hombre que sabe tratar muy bien a una mujer. Me besaba exactamente en cada punto débil de mi cuerpo, como mis pezones, mi cuello y toda la espalda, solía masajear mis nalgas y apretarlas hasta hacerme dar un brinquito de dolor para satisfacer ambos deseos y jalaba suavemente mi cabello a manera de sazón de un buen orgasmo. Esa tarde todo fue diferente.
Con sus grandes y peludas manos comenzó a introducir sus dedos a mi vagina; del grosor de su anatomía sólo me cabían dos, además de que siempre he sido muy estrechita; jamás me he callado un gemido así que comencé a gritar como una nena virgen y eso le volvía loco. De a poco noté como mis jugos vaginales corrían por su blanca piel, cerré los ojos un segundo pero sentí algo completamente diferente: su meñique en mi ano. Dí un pequeño brinco de sorpresa porque antes de Derek yo cuidaba demasiado mi virginidad anal pero sabía que con su experiencia, sería difícil pasar por alto una acto así; me daba miedo dado a que ya lo había intentado con otros hombres pero siempre terminaba llorando.
– Derek ahí no – Pedí aún gimiendo de placer mientras él no paraba de masturbarme ya por ambos agujeros – Me va a doler – Alcancé a decir en un hilo de voz pero eso lo excitaba más, me veía casi babeando.
– Sabes que esto es inevitable si estás conmigo – Sentenció riendo pícaramente. Su sonrisa era angelical: dientes casi perfectos, labios carnosos y barba a medio crecer pero bien formadita, no dos o tres pelos nada más. Le miré a los ojos al voltearme para evitar a toda costa perder la última virginidad que me quedaba y sus ojos pasaron de un hermoso verde a un gris extraño. Si soy honesta había leído del tema pero jamás creí que una persona pueda cambiar algún tipo de apariencia física así, sentí un vuelco al corazón y mucho miedo pero él no dejaba de sonreír y yo ya lo amaba demasiado. Se paró de la cama un segundo a buscar algo en mi tocador, hasta que lo encontró. – Con esto te va a doler menos – Dijo mostrando un bote de mi crema corporal.
– Pero…
No tuve tiempo de completar la frase, el muy inteligente me volvió a poner boca abajo en el colchón de una manera sublime: adoro los juegos de dominación y aunque sabía que dolería mucho, era más la excitación al ver su hermoso y enorme pito rosado casi estallando de placer.
– Quédate tranquila – Pidió y echó un enorme chorro de crema sobre mis nalgas que fue masajeando poco a poco hasta llegar nuevamente a mi ano virgen. Con el dedo meñique volvió a dilatarlo y al notar que no oponía demasiada resistencia intentó con su pene; sentí la punta rosada de esa herramienta gorda y de buen tamaño de longitud y de inmediato chillé dolorosamente
– Basta, tengo miedo
– CÁLLATE – Gritó suavemente, concentrado para introducir su pene más al fondo. Intenté moverme pero yo peso 70 kg y Derek estaba por los 110 y casi todo era músculo, sus piernas están tan bien trabajadas que podía inmovilizarme con ellas prácticamente.
Mordí la almohada como ví alguna vez en las pelis porno y logré captar con dolor cada centímetro que iba entrando Derek en el lugar más sucio de mi cuerpo y que siempre protegí tanto. Unas lágrimas se me salieron, volví a suplicarle que parara pero él reía y acariciaba mi cabello para jalarlo después de metérmela de un solo golpe y comenzar a bombear.
– ¡Basta por favor! – Supliqué al tiempo que me vió llorar, algo que él no soporta en las mujeres y entonces paró pero no sin antes follarme la boca a su manera y hacer que me tragara su leche. De eso no me puedo quejar, me encanta, aunque no podía estar sentada.
Se echó a un lado mío en esa cama matrimonial, encendió un cigarrillo y acariciaba mis nalgas rojas aún con el ano dilatado y palpitante. No me atreví a acostarme de manera normal dado al dolor que no se me quitaba, él se durmió y pensé que quizá solo era una fantasía de las suyas: desvirgarme de cualquier manera posible. Observé su cara angelical, sus pestañas cubriendo esos ojos tesoro y suspiré amándolo.
No sabía que Derek sería, sin duda alguna, mi verdugo. Ya les contaré más relatos que ahora me excitan mucho pero incluso una vez me dejó con un ojo morado e inmovilizada por dos días de la noche tan loca que tuvimos en Puerto Vallarta…