Un reencuentro del cual no esperaba nada y termino pasando de todo
Después de más de dos años sin verle, un día recibí una llamada telefónica. Ni siquiera tenía su número guardado en la memoria del móvil, así que lo cogí. Fue algo que desde luego no me esperaba, y cuando me dijo de quedar un día para vernos aun mucho menos. Mi primera reacción fue decirle que no al instante, pero hice lo contrario y le dije que sí.
Y tras varias llamadas al final quedamos un jueves después de mis clases, pero no apareció y me fui con mis compañeros a tomar algo y a cenar porque nos íbamos a quedar luego a una fiesta. Fue entonces cuando volvió a llamar porque había salido más tarde del trabajo, para ver si aun podíamos quedar.
Tuve que salir del bar en el que estábamos porque no lo encontraba. Le reconocí desde lejos por la forma de andar en cuanto se fue acercando. Me estaba escaneando con la mirada, exactamente lo mismo que hacía yo. Al instante noté como se había esmerado en la manera de afeitarse y que se reía de una manera diferente a lo que recordaba. La causa, la descubrí casi al instante, se había puesto un corrector en los dientes. Entramos en el bar donde estaban mis compañeros, después de darnos dos besos, y nos sentamos con ellos.
Nos pusimos a hablar mientras nos tomábamos algo y noté que me temblaba el pulso. Intentaba que no se notara mucho cada vez que cogía el vaso. Pero es que hacía tanto que no le veía más que por fotos que no recordaba lo guapo que era al natural, y además estaba particularmente encantador. Estuvo hablando con mis compañeros y había buen rollo entre ellos. Después de hablar de nuestros respectivos trabajos y ponernos un poco al día sobre nuestras vidas en estos últimos años me di cuenta de que no había cambiado nada. Aún con tu terrible temor a crecer, a cumplir años y al compromiso.
Llegó la hora de irnos a la fiesta y antes fui al baño. No dije nada pero noté que no dejaba de mirarme el culo desde que me levanté hasta que llegué al baño. Solo me hubiera gustado ver la cara que ponía. Salimos del bar y aunque ya me había dicho lo guapa que estaba y lo bien que me veía, empezó a decirme lo fuerte que tenía los brazos y como no, lo que me habían crecido los pechos. Algo que no le había pasado desapercibido.
Entramos en el local y estaba bastante concurrido, pero buscamos un sitio en el que ponernos a bailar, y tras bailar un poco con uno de mis compañeros él quiso bailar conmigo y en esas estábamos cuando pusieron una bachata y empezamos a acercarnos más el uno al otro. Tanto que mi pierna estaba entre las suyas y podía notar el olor de su colonia. Yo me separé un poco diciéndole que este tipo de música era para bailar en la cama y él se acerco a mi oído para decirme que se estaba poniendo caliente. Cosa que ya había notado yo por el roce. Seguimos bailando un poco más y se abrazo a mí. Lo que no sé es como llegó su boca a la mía, pero cuando me di cuenta tenía mi lengua metida en su boca, explorándola con aquellos metales. No sé como será besar a un chico con un piercing en la lengua, pero besarle a él con el corrector me puso bastante caliente.
Y como el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, aunque para mí ya era la tercera vez, volví a caer en sus redes y nos fuimos a su casa. Subimos las escaleras y ya se escuchaba la radio, costumbre que no había perdido la de dejársela encendida cuando salía. Echó el pestillo nada más entrar y sin darme tiempo casi ni a quitarme la chaqueta y soltar en bolso, se echó sobre mí en el sofá. Aquel sofá del que tanto me había acordado. Me quitó la ropa mientras yo le quitaba la suya y volví a recordar nuestra primera vez en ese mismo sofá y sonreí. Me pregunto qué me pasaba y le dije que estaba mala. Me puso la misma cara que recordaba de la primera vez y soltó ese “no me digas eso” que esperaba. Lo atraje hacia mí y lo besé, tan intensamente que casi nos quedamos sin aliento, y le susurre al oído que no pasaba nada, que ya sabía lo que tenía que hacer. Primero me recorrió con la lengua todo el cuerpo hasta que no aguantó más y tirando del tampón lo sacó y su polla ocupó su lugar. Lo hacía despacito como si fuera una muñeca de porcelana que se fuera a romper y le dije que no le recordaba tan delicado, que quería ver el animal que llevaba dentro. Aquello no era lo que mejor le venía para sus problemas de espalda, pero me hizo exactamente lo que sabía que me gustaba hasta acabar sobre mis pechos.
Fui al baño a ponerme de nuevo un tampón y a limpiarme un poco y cuando salí me lo encontré con la camisa y los pantalones puestos. “A ti quien te ha dicho que te pudieras vestir ya”, y lo puse en la pared y empecé a desabrocharle la camisa y a quitarle los pantalones para pasar a tumbarlo en el sofá mientras me esmeraba en devolverle el placer que él me había dado y le volvía a escuchar de nuevo decirme lo bien que lo hacía.
Mezclamos los antiguos recuerdos con otros nuevos. Pero sobre todo recordamos lo bien que nos lo habíamos pasado siempre juntos. Acabamos en la cama durmiéndonos con la tele puesta y cuando nos despertamos por la mañana estábamos uno abrazado al otro, como si quisiéramos que esta vez nadie nos separara.