Un rico trio con mis dos compañeras de trabajo

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Me llamo Juan y tengo cuarenta y cinco años y soy Jefe de Departamento de una multinacional dedicada a la gestión de empresas. Dirijo un equipo de diez personas, del que la mitad son mujeres. A principios del verano pasado, se organizó un cursillo en la capital para adquirir la formación necesaria para la puesta en marcha de una nueva operativa en el área de clientes, y se dispuso por la dirección que asistieran de cada provincia el Jefe del departamento y dos empleados, cuyas funciones estuvieran relacionadas con dicho área. Ello no dejó opción a la elección y tuvimos que ir las dos personas que hacían el trabajo en mi departamento, Mónica y Elena, y yo como jefe.

Mónica tiene cuarenta años. Morena, pelo corto, de estatura normal y muy buen tipo, aunque de cara no era muy agraciada. Elena tiene treinta y siete años, más menuda, también morena, con el pelo un poco más largo que Mónica, y cierta tendencia a engordar, aunque se conserva aceptablemente proporcionada.

Hicimos el viaje en mi coche y hablando de una cosa y de la otra, de la familia –los tres estamos casados- los hijos…, llegamos a hacernos confidencias en el terreno personal, que normalmente no había ocasión de hacer en el puesto de trabajo, lo que dio lugar a una sensación de confianza y confraternización muy agradable. Al llegar al hotel nos adjudicaron nuestras habitaciones, las tres contiguas y dispuestas en un pasillo que nos separaba del resto de la planta. Nos instalamos y como era la hora fuimos a cenar, y al acabar propuse ir a dar una vuelta, aprovechando el buen tiempo y que aún era pronto para acostarse, de hecho todavía había luz solar.

Seguimos charlando de esto y de lo otro y sin darnos cuenta nos alejamos tanto que para volver al hotel tuvimos que coger el metro, y orientarnos con la guía que nos habían proporcionado en recepción. Resultó que ese día había jugado el Real Madrid un partido de champions, y a pesar de lo avanzado de la hora, el metro estaba a rebosar. Al dirigirnos al andén, nos dimos cuenta de que estaba llegando un tren y para no perderlo, decidimos echar una carrerilla. Como vi que Elena se quedaba algo rezagada, me acerqué a ella y le ofrecí la mano para infundirle confianza. Llegamos a tiempo y pudimos introducirnos en el vagón, que iba a tope. Tuvimos que permanecer de pie y apretados. Mónica logró colocarse cerca de una de las barras de sujeción y la agarró con una mano, pero Elena y yo quedamos sin punto de apoyo manual, así que le dije que se agarrara a mí, y que yo la sujetaría también. Le guié su mano hacia mi cintura y como la noté tímida, le dije que se agarrara fuerte, y le llevé la mano por dentro de mi americana, a rodearme todo lo que diera de sí la longitud de su brazo. Ello, unido a la aglomeración del vagón, hizo que se acercara tanto que prácticamente quedó pegada a mí.

Como tanto ella como yo llevábamos una chaqueta y debajo una camisa, el contacto de ambos cuerpos se hizo con esta última prenda de por medio. Me di cuenta de que quizá me había pasado al acercarla tanto a mí, pero en realidad, ahora ya no podía separarse aunque lo hubiera intentado, debido a la cantidad de gente que iba en el vagón. Por mi parte, yo mantenía el brazo por encima de su hombro sujetándola para que no se moviera con el traqueteo del tren. En la posición en que quedamos, su pecho izquierdo se clavaba en mi costado , y el traqueteo hacía que fuera y viniera, percibiendo yo en cada ocasión la blandura de su teta, que aunque pequeña, se hacía notar. Al llegar a la primera estación, con la frenada del tren me vi obligado a sujetarla con más fuerza para que no se desequilibrara, y al recuperar la posición no reduje la presión de mi brazo, con lo que nuestros cuerpos quedaron más pegados que antes. Encima entró más gente de la que salió, con lo que la apretura se acentuó, pero esta vez quedamos uno frente al otro. Yo empezaba a experimentar una erección, y temí que se diera cuenta, debido al contacto corporal, que en ese momento era de tórax, abdomen y muslos. Hice un gesto de aflojamiento de la presión del brazo, pero como para acomodar mejor la mano, situándola en una zona más elevada de la espalda, justo a la altura del corchete del sujetador, volviendo al nivel de presión que garantizaba el contacto de nuestros cuerpos. Ella entonces hizo algo parecido, pero colocando su mano izquierda en un lugar en el que no tenía que mantener el brazo tan estirado, y a menor altura, en una parte que se confundía entre el final de la espalda y el comienzo de la nalga. Eso me llamó la atención, pero enseguida dijo:

– Yo no sé dónde me estoy agarrando, porque no veo nada.

– No te preocupes, y no te sueltes, no vayamos a tener un disgusto –le contesté sonriendo.

Mi erección iba en aumento y era imposible que Elena no la notara. Pero tampoco hacía ningún gesto por apartarse para que su vientre no estuviera en contacto con mi polla, aunque fuera a través de la ropa de ambos. Entonces me anunció:

– Voy a poner el bolso delante, no vaha a ser que alguien me lo abra.

Arrastró penosamente el bolso para situarlo entre nuestros cuerpos, y sin dejar de sujetarlo con su mano derecha, lo situó de forma que su mano quedaba más avanzada que el bolso, pero sujetándolo por una de las correas, de forma que con el dorso de sus dedos rozaba mi polla, claramente pugnando por abrirse paso dentro del pantalón.

¿Aquello fue casualidad? ¿Puso allí la mano deliberadamente? Yo no sabía qué pensar. Con el traqueteo del vagón me iba rozando la polla con sus dedos cálidos, mientras que seguía notando, ahora sus dos pechos, en mi abdomen. Pude mover una pierna avanzándola un poco, y me di cuenta de que ella imitaba el movimiento avanzando un poquito la suya, de forma que notaba uno de sus muslos entre los míos. Sentía calor por casi todo mi cuerpo, un calor que procedía del suyo, que me abrasaba y me gustaba. Para colmo, empezó a respirar con la boca abierta y al estar prácticamente pegada a mi pecho, sentí el calor de su aliento. Aquello ya era demasiado. Ninguno de los dos pronunciaba una palabra.

En ese momento crucé la mirada con Mónica, que había quedado algo separada de nosotros, y me hizo un gesto como de ¡qué agobio! Llegamos a la siguiente estación, y al bajar un grupo de gente, yo reduje la presión del brazo sobre el cuerpo de Elena y propicié una pequeña separación. Nos miramos por un instante sin decirnos nada. Enseguida volvió a entrar más gente y volvió a llenarse la zona del vagón en la que estábamos, así que yo fui el que recuperó la posición anterior, volviendo a apretarla con la misma intensidad, notando que ella no solo se mostraba receptiva, sino que también recuperó la posición de cada cosa en el sitio en el que estaba antes. Así, volvió a clavar sus tetas en mi abdomen, yo le volví a colocar la mano por encima del sujetador, y ella volvió a colocar la suya en la posición adecuada para seguir rozándome la polla. Antes de que empezara el tren con su traqueteo, me di cuenta de que su mano se movía a lo largo de mi polla, lo que me demostró con toda certeza que Elena me estaba acariciando a conciencia.

Así seguimos un par de estaciones más, con el añadido de que, con ocasión del consabido traqueteo, Elena movía su mano izquierda de forma que se alejaba y se acercaba a mi culo, de tal manera que al quedar pegada a él, la notaba extendida en toda su amplitud, como para intentar abarcar más zona carnosa y blanda. Eso me excitaba más todavía.

Al fin el vagón se despejó y juzgué conveniente separarme de ella, aunque la verdad es que el movimiento lo inició Elena. Nos acercamos a Mónica y entablamos conversación. En la siguiente estación nos bajamos.

Al llegar al hotel propuse tomar la última copa en la cafetería. Mónica se disculpó diciendo que estaba cansada y que se quería acostar pronto. Nos quedamos Elena y yo, sentados en un discreto rincón. Ninguno de los dos parecía dispuesto a hablar del episodio del metro. Hablamos de si Madrid era bonito o no, de esto y de lo otro, del hotel, que parecía muy confortable y que debía ser caso, y en un momento dado le dije:

– ¿Has visto las botellitas de licor que hay en la nevera de la habitación? Tienen de todo.

– Ah! Pues en la mía no he visto nada. Sólo tiene refrescos, agua y cerveza.

– No puede ser. Luego miras bien.

Seguimos hablando distendidamente hasta que Elena dijo que ya iba siendo hora de irse a la cama. Subimos en el ascensor y al salir al pasillo de las habitaciones me acordé:

– Por cierto, acuérdate de mirar si tienes las botellitas de licor.

– Ven tú mismo y lo compruebas. A ver si están en algún compartimento que yo no he descubierto…

Entramos en su habitación y dirigiéndome a la nevera, comprobé que efectivamente allí no le habían puesto el mismo material que en la mía. Entonces le dije:

– Bueno, pues te invito a la última copa, como suele decirse, y así te hago una demostración de mi exquisita bodega. Anda vamos.

Y sin darle tiempo a contestar, la cogí de la mano y salimos de su habitación y solo al llegar delante de la puerta de la mía, que estaba en frente, la solté para poder abrirla. Entramos y le dije que se sentara. Lo hizo en la cama.

Me dirigí a la nevera y le mostré la variedad del surtido de licores. En realidad sólo eran cuatro botellitas como las que dan como premio en las tómbolas de las ferias. Le pregunté qué quería y dijo que le daba igual. Preparé dos cubalibres con cocacola y ginebra. Yo me senté en una de las sillas y hablamos de lo bien que estaban las habitaciones, y de que la empresa se había portado esta vez. Bebimos un par de tragos y entonces se me ocurrió probar si funcionaba el hilo musical. Sí funcionaba y en ese momento se escuchaba una canción de Julio Iglesias que me traía viejos recuerdos, a mí más que a Elena por ser un poco mayor. Me recordaba a los tiempos en que de jóvenes organizábamos guateques en la casa o garaje de algún amigo. Entonces se me ocurrió:

– Anda Elena, vamos a bailar en recuerdo de los viejos tiempos. O por lo menos de mis viejos tiempos –reímos.

– Bueno, pero a mí no se me da muy bien.

– A mí tampoco, pero es igual. –Ya nos habíamos cogido. Yo le puse la mano izquierda en su cintura y con la derecha le cogí la suya izquierda. La noté caliente. Me puso su mano derecha sobre mi hombro izquierdo. Tras un breve momento de duda, la aproximé hacia mi cuerpo, de forma que quedamos totalmente pegados. Ella no opuso resistencia.- En realidad para esto no había que saber bailar. Era una excusa para arrimarte a la chica que te gustaba y nada más –añadí.

– Ya me lo imagino,… ya.

De momento me seguía el juego, como lo había hecho unas horas antes en el metro. Desde que entramos en mi habitación estaba nervioso, y continuaba pensando en la escena del metro. Yo no sabía si atreverme a ir más allá. Tras unos cuantos pasos de baile, o de simple movimiento más bien, dejé su mano izquierda apoyada con la palma extendida sobre mi tetilla derecha, cuyo pezón ella podía percibir perfectamente a través de la camisa. Yo dejé la mía encima de la suya. Me dejaba seguir. Entonces me planteé cuál debía ser el siguiente paso y analicé la situación. En realidad estábamos ya igual o más adelantados con respecto al episodio del metro. Los dos cuerpos juntos, en contacto, notando mutuamente nuestro calor, y además en movimiento, de forma que los muslos y los vientres se rozaban mutuamente. Me decidí a acariciarle muy suavemente la mano que mantenía apoyada sobre mi pezón, e inmediatamente ella empezó a masajearme muy suavemente también toda la zona de la tetilla. Esto estaba claro. Ella no solo se dejaba tocar, sino que también quería tocarme. La erección empezaba a hacerse ostensible y me pareció que ella también lo notó, y su reacción fue apretarse más en la zona de mi cintura, con la clara intención de sentir más intensamente el bulto de mi polla. Bajé poco a poco mi mano izquierda desde su cintura hacia su culo, hasta donde alcanzó. Al ser yo más bien alto y ella más bien bajita, no le pude abarcar todo el culo, pero sí la parte alta de las nalgas. Al presionárselas, Elena debió interpretar que quería que se apretara más contra mí, y así lo hizo. En realidad yo solo quería magrearle aquel culo que tantas veces me había quedado admirando en la oficina, porque la verdad es que era lo mejor de su cuerpo. Así como en cuanto a las tetas, resultaba un tanto escasa, en lo que se refería al culo no tenía nada que envidiar ni a Jennifer López. Al menos para mi gusto. Lo consideraba muy bien proporcionado en relación con el resto de su cuerpo, tirando levemente a generoso. Le completaba perfectamente la silueta para otorgarle la figura de ocho, que tan imprescindible considero en una buena hembra.

Lo que yo quería en aquel momento era magrear a placer aquel culo y al hacerlo por su parte alta, colmé mis expectativas notándolo sabrosamente cálido y acogedor. Ella me dejó darle unas sobas y a continuación separó un poco la cara de mi pecho para cruzar su mirada con la mía. Yo tomé la iniciativa:

– Tenía que pasar.

Fue una frase escogida con la suficiente ambigüedad, a la espera de su reacción, que en caso de necesidad me podría permitir aún una retirada digna.

Ella no dijo nada. Simplemente entreabrió un poco los labios y empezó una aproximación lenta dirigida a mi cara, pero al estar situados a diferente nivel de altura, precisaba claramente de mi colaboración para el acercamiento. Yo naturalmente no me hice de rogar y fui a su encuentro. Nuestras bocas se sellaron en un beso tranquilo, que se tornó en apasionado en la segunda acometida, buscándonos ávidamente la lenguas el uno al otro. Se inició entonces un morreo en toda regla.

Yo no había olvidado su culo, y seguía magreándolo, ahora con las dos manos bien abiertas. Por su parte ella empezó también a tocarme el mío con una mano. Como si tuviera miedo de que aquello acabara de un momento a otro, quise tocarle las tetas. Eran pequeñas para mi gusto, es verdad, pero al sentirlas blanditas y calientes, incluso por encima de la ropa y sujetador, me sentí altamente recompensado. Así estuvimos un rato…, magreándonos mutuamente, morreándonos, hasta que ella se detuvo haciendo que me detuviera también. Se separó de mí y empezó a desabrocharse la blusa, lentamente, sin quitarme la vista de encima. Yo la imité y me quité toda la ropa, acabando antes de que ella acabara con la blusa. Al quedar mi polla libre recibió una larga y escrutadora mirada por su parte. Me dio por pensar en la apreciación de Elena sobre mi polla…., si le parecería grande o pequeña. Yo era consciente de que la realidad se acercaba más a lo segundo que a lo primero….., había que ser realista. Se desabrochó el sujetador y yo también fijé mi mirada en sus pechos. Pude apreciar que en efecto sus tetas eran pequeñas pero estaban muy bien moldeadas, guardando una perfecta simetría en su caída. Los pezones eran grandes, sobre todo en comparación con el resto del seno, y las areolas de un tono rosáceo, como a mí me gustaban.

– Las tengo muy pequeñas ¿verdad?

– Las tienes muy bonitas porque están muy bien proporcionadas. –Es todo cuanto se me ocurrió como galantería en aquel momento.

Me acerqué y se las toqué suavemente. Ella cerró brevemente los ojos. Se las masajeé y me senté en el borde la cama, atrayéndola hacia mí. Se las besé. Se las chupé. Ella lo disfrutaba cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás. Después le metí una mano por debajo de la falda, y desde la rodilla inicié una excitante ascensión por el muslo, tierno y ardiente, recreándome en cada centímetro de su piel, sobándola por delante y por detrás, hasta alcanzar nuevamente su culo, esta vez por su parte baja y haciéndolo por encima de las bragas.

Se lo sobé con energía pero sin avasallarle. Con las dos manos le agarraba las molletas, las levantaba un poco y sin perder el contacto manual las dejaba volver por sí solas a su posición natural. Le metí los dedos por debajo de las bragas, gozando así por un lado del contacto de su piel, y por el otro del tacto del encaje de su prenda íntima. Mi excitación iba en aumento y la de ella también, a juzgar por su respiración, cada vez más profunda. Al mismo tiempo, con mi cara pegada a su cuerpo, aspiraba su olor de hembra placentera. Debido a su estatura, alcanzaba con la boca sin problemas a sus tetas. Primero se las besé dulcemente, en varios puntos concretos, incluidos los pezones. Seguidamente le lamí alrededor de las areolas, dedicando pequeños intervalos de tiempo a cada una de ellas, hasta que por fin acabé los rodeos introduciéndome en la boca, por turnos, aquellos dos pezones, a esas alturas ya endurecidos, que produjeron un estremecimiento en Elena.

Ella, por su parte, me acariciaba con las dos manos la cabeza, masajeándome con ternura el cuero cabelludo, hasta el punto de que no sé qué es lo que más me hacía gozar. Me acordé entonces de que aún no le había acariciado su coño, que en mis fantasías había imaginado pequeño, casi infantil, sin duda por relacionarlo con la totalidad de su cuerpo, más bien menudo. Llevé mi mano izquierda a la zona y en cuanto se percató, separó las piernas lo suficiente para dar acogida al nuevo agente acariciador. La noté húmeda y caliente. Elena seguía respirando profundamente. Le acaricié el coño por encima de las bragas haciéndole disfrutar de forma evidente.

Decidí invertir los papeles poniéndome yo en pie frente a ella, a quien hice sentar en la cama, de forma que mi intención quedó en evidencia: quería que me chupara la polla. Elena no se hizo de rogar. Primero llevó su mano derecha a mis testículos, totalmente contraídos, y con el dorso empezó una suave caricia. Yo notaba cada uno de sus pequeños dedos resbalar por mis huevos. Enseguida se introdujo ella misma mi polla en su boca, haciendo una suave presa con sus labios a la altura donde se inicia el glande. Su lengua actuó de inmediato, con suaves y tiernas lamidas alrededor del trozo de carne que se hallaba en su interior. Así noté su paseo por el frenillo, por el punto más extremo de la polla y por el contorno entero, regalándome con generosidad sus caricias.

Mi excitación iba en aumento, así que le propuse:

– ¿Nos lo hacemos los dos a la vez?

– ¿Un sesenta y nueve? –preguntó.

Asentí con la cabeza, invitándola al mismo tiempo a colocarnos en posición, encima de la cama. Me estiré boca arriba y no necesité indicarle más. Con una agilidad inaudita se colocó a horcajadas sobre mi cara pero en sentido inverso, ofreciéndome su culo y su coño, que previamente había liberado de la ropa que los cubría. Me cogió la polla con una mano moviéndola arriba y abajo tres o cuatro veces. Seguidamente la engulló con su boca, esta vez casi por completo. Yo inicialmente no sabía a donde atender con las manos, si a masajearle el culo, o a acariciar sus tetitas, así que iba alternando mientras que con la lengua le rebañaba cuanto podía aquel coñito, que en realidad no era tan pequeño como había imaginado. Al poco de estar dedicados a estos ejercicios, Elena empezó a emitir gemidos acompasados al ritmo de mis lengüetazos. Yo seguía alternando en mis tocamientos su culo con sus tetas, cuyos pezones se iban poniendo cada vez más duros. Cuando noté que seguir así podía representar un peligro para mi aguante, le volví a pedir un cambio. Accedió, pero esta vez sin darme tiempo a decir nada me pidió:

– Fóllame, jefe.

Me fui hacia ella, que se había quedado extendida sobre la cama poca arriba, y apoyando mis codos en la cama, por encima de sus hombros, inicié el acercamiento de mi pene para entrar en su coño, que sentía acogedor y expectante. Elena facilitó mi acoplamiento colocando los muslos de forma adecuada y cuando noté que la posición era la correcta, percibiendo la caricia de su vello en la punta de mi polla, inicié la penetración sintiendo la placentera sensación que experimentaba al encontrar cobijo en un receptáculo enormemente cálido. Al principio con suavidad, inicié el movimiento rítmico que ella enseguida acompañó. Poco a poco el movimiento fue en crescendo y cuando volví a notar el grado de excitación que consideraba de riesgo, paré nuevamente proponiéndole un cambio. Esta vez fui yo quien le pedí que se pusiera en la posición del perrito, a lo que accedió sin titubear. Nos pusimos entonces a follar en esa posición. Yo le agarraba de la cintura mientras la atraía hacia mi polla, mirando morbosamente cómo entraba y salía, aunque no del todo, de su coño acogedor. En un momento dado le alcancé con una mano una de sus tetas, que en caída vertical, abultaba algo más. Al poco de estar follando en esa postura, ella empezó a gemir más ruidosamente de lo que lo había hecho hasta entonces. Me pregunté si se iba a correr. No tuve que esperar mucho para comprobarlo. Dio unos cuantos alaridos, y decidí parar. Entonces, como yo notaba que también estaba a punto, le pedí que se tumbara tal como estaba, de forma que sin sacar mi polla de su coño, quedamos tendidos los dos boca abajo, y yo encima de ella, pero sin descansar el peso de mi cuerpo sobre el suyo, evitándolo apoyando codos y rodillas. Le pedí que no se moviera y que destensara los músculos de su culo. En esa postura inicié el vaivén que enseguida me llevó al éxtasis. Con pocas embestidas me corrí en su coño, besándole al final dulcemente en el cuello.

Dimos por finalizada la follada. Estábamos los dos un poco cortados, sin saber qué decir. Elena se metió en el cuarto de baño llevándose la ropa y estuvo un ratito dentro, hasta que salió perfectamente vestida. Se dirigió a mí con decisión, me dio un beso corto en los labios y se despidió con un hasta mañana.

Tardé en conciliar el sueño, rememorando todos los acontecimientos de aquel día.

A la mañana siguiente nos encontramos directamente en el salón donde se celebraba el cursillo. Yo había madrugado algo más que mis dos subordinadas, y por eso no habíamos coincidido en el comedor para el desayuno. Tampoco nos situaron en asientos contiguos, por lo que el único contacto inicial fue un discreto saludo con la mano a distancia por mi parte, correspondido por las dos con una sonrisa. A media mañana, en la pausa del café me acerqué para preguntar qué tal, con la excusa de la charla inicial del ponente del curso. Hablamos de cosas intrascendentes, comportándonos los tres con toda normalidad, como si no hubiera pasado nada el día anterior. En la comida, que hicimos todos juntos, nos sentamos los tres en la misma mesa, junto con una cuarta persona de otra delegación. Charla normal de esto y de aquello, totalmente distendida y con bromas. Después yo me fui a la barra del bar a tomar un café y Mónica y Elena se quedaron juntas en una mesa de un rincón, hablando durante más de tres cuartos de hora. Yo veía que de vez en cuando, Mónica me miraba con una leve sonrisa. La tarde se hizo más difícil de llevar, por el sopor de la siesta. Tuvimos que hacer verdaderos esfuerzos para mantener la atención hacia las explicaciones de los ponentes. Por fin, a eso de las seis de la tarde se acabó la sesión. Teníamos el resto del día para salir por ahí a tomar algo, pasear o descansar. Se organizaron pequeños grupos para ir a determinados sitios que alguien conocía, como siempre pasa. Elena y Mónica prefirieron esperar a tomar una decisión y subieron de momento a sus habitaciones. Yo dije que me lo pensaría también, y que de momento me iba a dar una ducha a mi cuarto.

Así que nos dirigimos cada uno a su habitación. Yo, al llegar a la mía me desnudé y me metí en la ducha. Estuve un buen rato bajo el agua, disfrutando de su contacto sobre mi piel. Cuando acabé me puse ropa cómoda y me senté en una silla en el balcón, que tenía unas preciosas vistas de toda la ciudad. Llevaba un buen rato mirando al infinito recordando escenas del episodio de la noche anterior, cuando llamaron a la puerta golpeándola con los nudillos. Me dirigí a abrirla pero antes de alcanzar la puerta volvió a escucharse el repiqueteo de los nudillos sobre la madera, no de forma estridente pero sí persistente. Por fin abrí la puerta. Eran Elena y Mónica, ambas envueltas en sendas toallas de baño, sujetadas por debajo de las axilas, cubriéndoles desde el pecho hasta poco más arriba de las rodillas.

– Corre jefe, que nos van a ver! –soltó Mónica.

Pocas veces me llamaban así, y cuando la hacían era siempre en un ambiente de relajación o broma.

– Menos mal que las habitaciones están al final del pasillo y escondidas –dijo Elena.

Me explicaron entre las dos que Elena, cuando se disponía a darse una ducha ya desnuda, se había encontrado sin jaboncillos en su cuarto de baño, por eso se había puesto la toalla y había ido a pedirlos prestados a Mónica a su habitación. Dándose la circunstancia de que ésta se encontraba en la misma tesitura, decidieron venir las dos a pedirme a mí los jaboncillos, sin molestarse en volver a vestirse, dada la estratégica disposición de las habitaciones, ocultas para el resto de los clientes. La verdad es que me extrañó un poco la situación porque en mi caso tenía jaboncillos de sobra, pero no hice ningún comentario en ese sentido y les dije que naturalmente podían coger todos los que quisieran. Entraron las dos en el baño y yo volví a la terraza. Mi mente empezó a maquinar, después de contemplarlas a las dos con aquella indumentaria tan sugerente, y empecé a sentir un hormigueo en mi interior. Cuando ya salían del baño les dije:

– Creo que hay gente en los pasillos. Es mejor que esperéis un poco si no queréis que os vean así. O si queréis, os podéis duchar aquí.

– Y luego cómo nos vestimos? –dijo Mónica.

– Podemos volver igual que vinimos –le respondió Elena -, que es lo que íbamos a hacer de todas formas.

– O si queréis os voy a buscar la ropa.

– Noooo! Prefiero la primera opción –rió Mónica.

Acordamos pues que se ducharían en mi habitación. Primero entró Mónica, y mientras, Elena y yo nos pusimos a charlar en la terraza. Al sentarse, Elena cruzó las piernas y el corte que formaba la toalla enrollada dejó a la vista una buena parte de su muslo derecho. Yo le dirigí una buena mirada pero ella se hizo la distraída inicialmente. Le pregunté directamente qué tal había pasado la noche.

– Bien…, ¿y tú?.

– Muy bien. En realidad, lo de anoche fue como la realización de un deseo…., de una fantasía de la que ya había desistido por considerarla irrealizable.

– ¿Fantaseabas conmigo? Pues no lo entiendo. Si fuera una jovencita y tuviera cuerpo de modelo…, pero con las medidas que tengo…. Pocas tetas y mucho culo.

– Precisamente ese culo es lo que más me atrae de ti, sexualmente claro. En realidad, precisamente tú y Mónica sois los mejores culos de la casa, si me permites la expresión.

– Ah! ¿También te atrae Mónica? También tiene un buen culo, es verdad.

– Si me prometes que no se lo dirás a nadie, te diré un secreto. En realidad hay una fantasía que no he podido realizar aún.

– No me lo digas. Hacer un trío con las dos.- Soltó una carcajada.

– Exactamente.

Me uní a sus risas, pero cada vez iba tomando más cuerpo en mi cabeza la idea de ese trío. La verdad es que la situación era algo extraña. Mónica estaba duchándose en mi cuarto de baño y Elena y yo, hablando de sexo mientras le miraba los muslos envuelta en una toalla. Entonces me dijo que ella había tenido la misma clase de fantasías conmigo, y que no sólo ella. Mónica también opinaba que no le importaría darse un revolcón conmigo.

– Ahora, lo del trío sí que no ha entrado en mis planes y creo que tampoco en los de Mónica. Al menos hasta ahora.

– Para todo hay una primera vez –comenté.

– Eso es verdad.

La situación se iba caldeando, no había duda. Mi hormigueo empezaba a ser un principio de erección. Elena me dijo que en el rato en que habían estado juntas, después de comer, le contó a Mónica lo que había pasado la noche anterior. Eran buenas amigas y no tenían secretos. Entonces deduje sonriéndole:

– Y por eso…., se os han acabado los jaboncitos…!!! Jajajaja..

Ella entendió y también se sonrió mientras asentía. Me dijo que le había propuesto a Mónica la posibilidad de que ella también disfrutara de una sesión como la que ella había tenido la noche anterior. A Mónica, al parecer, le daba más vergüenza, y Elena se había ofrecido para provocar la situación y habían ideado el plan de los jaboncitos, sin tener muy claro cómo reaccionar, una vez que se encontraran en mi habitación envueltas en las toallas, dejándolo a la improvisación. Tras esa explicación, y sin dejar de alternar mi mirada hacia sus ojos y sus muslos, le dije con una sonrisa:

– Me alegro mucho de que seáis tan emprendedoras y que tengáis tanta iniciativa.

Entonces me acerqué a ella y sin dejar de mirarle a los ojos, aproximé mi boca a la suya y la besé, con un beso largo y cálido que acabó con la fusión de nuestras lenguas en el momento en que se oyó la puerta del cuarto de baño, que indicaba que Mónica había acabado y venía a nuestro encuentro.

Apareció nuevamente envuelta en la misma toalla, ahora con el pelo mojado y peinado hacia atrás. Era obvio que se había percatado de que Elena y yo nos estábamos besando, pero no dijo nada. Mientras se mantenía en silencio, quieta, mirándonos sobre todo a mí, yo me puse en pie y avancé hacia ella. Al aproximarme le dije:

– Me ha dicho Elena que te gusta la música y que te gusta bailar –improvisé.

Ella no respondió pero yo me aparté para poner en funcionamiento el hilo musical. La pieza que sonó era perfectamente bailable y le ofrecí mis brazos en señal de iniciar el baile lento. Ella se dejó abrazar y no puso límites a mi aproximación. Entablamos contacto físico no solo a través de las manos, sino con los muslos, vientres y pechos, que ofrecían zonas de contacto cálido. Empezamos a movernos lentamente, justo en el momento en que Elena dijo que ahora se iba a duchar ella y se metió en el cuarto de baño.

Nos quedamos solos bailando y yo recordé la escena de la noche anterior con Elena, que empezó prácticamente de la misma manera, pero sin la información que ahora tenía respecto de la mujer que tenía entre mis brazos. No tardé en atraerla más firmemente hacia mi cuerpo, sin que ella opusiera resistencia. Ambos nos íbamos acomodando los brazos, abriéndolos para permitir mayor contacto corporal. Aquella estaba claro y mi erección también. Deslicé mi mano derecha hacia su culo, notándolo tierno y cálido, a través de la toalla. Se lo magreé a gusto, apretándolo contra mis muslos. Ella se dejaba hacer. Mónica era más alta que Elena y su cabeza me llegaba a la barbilla. Era morena, con el pelo corto. Tenía las tetas más grandes que Elena, pero tampoco eran lo que según mi escala consideraba unas buenas tetas. Pero su culo, efectivamente era otra cosa. Al igual que el de Elena, era un culo muy bien proporcionado con el resto del cuerpo, que por cierto era más esbelto, y su proyección horizontal con el abultamiento preciso, le otorgaba también la forma de ocho ideal. Cuando ya le hube tocado el culo un buen rato, con la barbilla le desplacé un poquito la cabeza con la intención de iniciar una separación de las caras, para mirarle a los ojos. Por un par de segundos nos miramos fijamente. Ella separó los labios y acercándome, la besé tiernamente. Sus labios cálidos temblaron. Ciertamente se le notaba nerviosa. El beso fue corto. Nos miramos nuevamente e iniciamos esta vez lo que era un morreo en toda regla. Enseguida se encontraron nuestras lenguas húmedas y calientes, al mismo tiempo que yo seguí tocándole el culo a través de la toalla que lo envolvía. Llevé también una mano a una de sus tetas, que sentí más consistente que en el caso de Elena. Lógicamente, con tanto roce y tocamiento la toalla acabó aflojándose y yo la ayudé a abandonar el cuerpo desnudo de Mónica. Entonces ataqué con las dos manos y me puse a amasar sus pechos, el culo y sus muslos, alternativamente. Todo era carne caliente que me había puesto ya la polla en el máximo grado de erección. Por su parte, ella se agarraba con sus dos manos alrededor de mi cuello. Respiraba agitadamente y con su boca iba buscando cada rincón de mi cuerpo que se ponía a su alcance: boca, cuello, incluso en mi pecho, que estaba cubierto aún por una camiseta.

Me deshice de la ropa que aún me cubría, quedándome totalmente desnudo. Quizá resulte ridículo pero lo hice en ese momento por una especie de sentimiento de solidaridad con ella, para que estuviéramos los dos en igualdad de condiciones.

Oía en el cuarto de baño el ruido del agua producido por la ducha. Elena se estaba duchando. Cogí de las manos a Mónica y la senté en el borde de la cama. Se quedó mirando mi polla y yo se la acerqué, comprendiendo enseguida lo que le estaba pidiendo. Empezó a chupármela con mucha suavidad. La sensación era muy agradable y me obligó a cerrar los ojos, echando la cabeza levemente hacia atrás. Con una mano me la sujetaba dulcemente, mientras que con la otra me acariciaba y cosquilleaba los huevos. Yo le puse las dos manos en la cabeza y le acariciaba el pelo aún muy húmedo. Le cosquilleé en el cuello, en el nacimiento del pelo, en las orejas, en el mentón, mientras veía como engullía muy despacio mi polla, para seguidamente iniciar una retirada muy lenta, barriendo con su lengua la superficie que encontraba a su paso, hasta llegar al frenillo y pasearse alrededor del glande. Era una delicia. De vez en cuando le acercaba una mano para sobarle un pecho. Tenía los pezones duros. La areola que los rodeaba no era muy grande, pero yo los disfruté igualmente. Sus pechos tenían una caída abierta, separándose del centro de su cuerpo, y acababan en punta con los pezones erguidos al final.

Decidí cambiar el juego y le propuse que se pusiera de pie, mientras yo me sentaba en la cama. La acerqué para alcanzar sus tetas con mi boca y empecé a chupárselas, también con delicadeza, muy suavemente. Se las lamí por turnos, succionándole cuidadosamente los pezones. Al mismo tiempo le masajeaba el culo y le sobaba la teta que mi boca dejaba libre. Le pedía que me ofreciera ella el pecho con la mano. Se sujetó la teta izquierda con la mano del mismo lado y me la acercó a mi boca, que yo abrí ansioso para chupársela. Mientras ella me acariciaba con la otra mano la cabeza. Luego hizo lo mismo con el otro pecho.

Entonces se oyó un carraspeo provocado. Era Elena, que desde el otro extremo de la habitación quiso hacerse notar para decir:

– Me estáis dando envidia. Así que o me dejáis jugar con vosotros o me voy a mi habitación a consolarme.

– De ninguna manera podemos permitir que te vayas sola –dije medio bromeando- ¿verdad Mónica?

Mónica asintió con una leve sonrisa. Le tendí mi mano a Elena en señal de que se reuniera con nosotros. Se encaminó hacia donde estábamos y dos pasos antes de llegar, se deshizo de la toalla que rodeaba su cuerpo, dejando expuesta su desnudez. Yo la rodeé con mi brazo derecho, dejando el izquierdo donde estaba, posado sobre el culo de Mónica que continuaba en pie. Como las tetas de Elena me quedaban a la altura de la boca, lo primero que hice fue besárselas y empezar a chupárselas, al tiempo que le magreaba el culo. Así estaba, tocando los dos culos más hermosos y sugerentes de la oficina, mientras chupaba las tetas de ambas mujeres, alternativamente. Las dos me acariciaban la cabeza. Al cabo de unos segundos me di cuenta de que Elena había puesto su brazo derecho alrededor de la cintura de Mónica, y sus caderas estaban en contacto. Esa imagen aumentó mi excitación. Entonces me levanté y rodeándolas a las dos con ambos brazos, empecé a besarlas en la boca, alternativamente. Elena no soltó el brazo que rodeaba a Mónica. Mientras yo besaba a una de ellas, la otra se dedicaba a lamerme un pezón.

Les propuse que se tumbaran las dos en la cama boca arriba, con las piernas flexionadas apoyadas en el suelo. Les separé las piernas quedando sus coños expuestos a mi mirada, a mis manos que se dirigieron ávidas a acariciarlos, y finalmente a mi boca, que utilicé en chupárselos y lamérselos, por turnos. En un momento dado me di cuenta de que nuevamente Elena había tomado la iniciativa, y con el dorso de la mano acariciaba tiernamente uno de los senos de Mónica, que se dejaba hacer. La primera que empezó a suspirar hondamente fue ésta última, quizá por recibir más caricias. Yo me uní al tocamiento de pechos, utilizando las dos manos. Era excitante.

Entonces les dije que me gustaría que me la chuparan las dos a la vez. Mónica fue la que dijo:

– Ya! Lo típico. Ayy….hombres! –dijo con una sonrisa simulando un reproche.

Pero las dos aceptaron la propuesta y me hicieron tumbar en la cama boca arriba. Ellas se arrodillaron, una a cada lado. Empezó Mónica cogiéndome con una mano la polla, propinándole un suave masaje moviéndola arriba y abajo. Se inclinó sobre ella y se la metió en la boca. Enseguida puso a trabajar su lengua que sentí como recorría mi polla de punta a punta. Elena se unió acariciándome los huevos con su mano. Acercó su boca y me los lamió con ganas, sintiendo su lengua caliente cosquilleándome la zona. Mónica se la sacó de la boca y empezó a chupármela de costado, aprovechando Elena el momento para hacer lo propio por el lado opuesto. Así estaban las dos mujeres, sujetando con sus labios mi polla, rodeándola entre las dos. Sus bocas coincidieron en la cima de mi polla, entrando en contacto sus labios, permaneciendo así unos segundos, hasta que sacaron sus lenguas y de paso que me lamían el glande, se entrelazaban entre ellas. Llegaron a estar unos momentos besándose con lengua, con todas las de la ley.

Tal como estaban orientadas, tenía sus culos al alcance de mis manos, así que se los acaricié a placer, paseando mis dedos también por sus coños. El de Elena estaba más depilado que el de Mónica. De vez en cuando me detenía unos segundos en sus orificios anales. Con el dedo bien lubricado por los líquidos vaginales.

Les propuse hacer la postura del mecánico.

– ¿Y eso qué es? –se adelantó Elena, aunque la sorpresa era de las dos.

La coloqué tumbada boca arriba, y yo me situé encime de su cara a horcajadas, con las rodillas por encima de sus hombros, y dejando al alcance de su boca mi polla, como si se tratara de un mecánico debajo de un coche mientras lo arreglaba. Empezó a chupármela al tiempo que me masajeaba las nalgas con ambas manos. En un principio, Mónica se colocó delante ofreciéndome su boca, y mantuvimos un morreo mientras Elena me comía la polla. De pronto dijo:

– ¿Quieres que me ocupe yo del maletero?

Sin dar tiempo a preguntarle a qué se refería exactamente, se dirigió atrás y primero empezó a acariciarme con las manos las mismas zonas que me acariciaba Elena. Pronto pasó a tocarme los huevos y la zona del perineo, que quedaban bien expuestas por la posición adoptada con el culo en pompa. Ni que decir tiene que me gustaba. Me gustaba mucho. Pero más me gustó cuando empezó a acariciarme con un dedito el ano. Era delicioso. Y mientras, Elena seguía chupándome la polla y acariciándome las nalgas. Aquellas cuatro manos me estaban proporcionando un placer insuperable. De repente, y sin saber cuántas manos me tocaban, noté una sensación húmeda en mis huevos. Era la lengua de Mónica. Me excitó aún más. Me lamía despacito los huevos, y empezó a subir hacia arriba, por el perineo, deteniéndose en esa zona para lamerla arriba y abajo durante unos segundos. Luego reanudó la escalada y noté claramente como su lengua contactaba con mi ano, y como pugnaba por introducirse lo más posible. No me lo podía creer. Mónica me estaba haciendo el beso negro, y me lo estaba haciendo muy bien, por cierto. Se recreó en ello, sin prisas, hasta el extremo de notar cómo recorría cada uno de los pliegues de la carne en ese cráter invertido. El placer era inmenso porque al mismo tiempo, Elena seguía chupándome la polla y cosquilleándomela con su lengüita juguetona. Temí no soportar aquel placer tan inmenso y de hecho empecé a notar movimiento en mis entrañas, así que les dije que como no pararan me podía correr. Se detuvieron y fue Mónica la que dijo:

– Pues descansa un poquito, que nosotras también tenemos derecho a pasarlo bien ¿no?

Se deshizo la estampa y quedamos los tres sentados sobre la cama. Entonces les pregunté si ya habían tenido alguna experiencia previa entre ellas. Me dijeron las dos que no. Elena añadió que únicamente habían hablado de si alguna vez serían capaces de formar parte de un trío como éste, y hasta dónde pensaba que podían llegar.

La pausa duraría poco más de un minuto porque ellas, ya impacientes, se miraron y empezaron a acariciarse las tetas mutuamente.

– ¿Por qué no hacéis un sesenta y nueve entre vosotras? –propuse directamente.

Ellas se miraron y Elena hizo un gesto de asentimiento, mientras Mónica se mostró más explícita diciendo vale. Fue ella la que tomó la iniciativa y alegando ser más voluminosa, se situó debajo y boca arriba, con lo que dejaba claro el papel que debía adoptar Elena, que se puso encima. Ambas separaron convenientemente las piernas para permitirse el acceso a la zona objeto de deseo. Empezaron a lamerse los respectivos coños, introduciéndose la lengua todo lo posible. Mónica le acariciaba las tetitas a Elena, que le colgaban en caída libre. Por su parte, ésta las utilizaba para sujetar los muslos de Mónica, por debajo, magreándoselos a placer ya que tenía las piernas semiflexionadas. La contemplación de tal espectáculo hizo que enseguida quisiera unirme al juego. Me coloqué de rodillas detrás de Elena y me uní al magreo de sus nalgas. Pero me acerqué más, de forma que tuve su culo al alcance de mi boca y sin pensarlo más empecé a besárselo, a lamerlo y por fin, a rebañarle con la lengua el coño, coincidiendo y contactando con la lengua de Mónica, hasta que subí un poco y se la coloqué justo en el orificio del ano. Ella dio inicialmente un respingo, separando su boca del coño de Mónica, pero como vio que yo seguía moviendo mi lengua en su agujero, volvió a ocuparse de su compañera, eso sí, emitiendo unos gemidos apagados por la barrera de carne que tapaba su boca. El sabor del ano de Elena era nuevo para mí, lógicamente. No era desagradable, al contrario, me excitaba. En ese momento se me ocurrió pensar que menos mal que los tres estábamos recién duchados.

Al cabo de un ratito, Mónica, que desde su posición veía lo que le estaba haciendo a su amiga, me pidió recibir las mismas caricias. Así que cambiamos los papeles. Ellas continuaron haciéndose el sesenta y nueve pero cambiando de posición, y yo empecé a lamerle el coño y luego el ano, a Mónica. Ésta gemía más ruidosamente que Elena, quizá por el hecho de que había tenido antes un precalentamiento con la visión de la comedura proporcionada a Elena. Se notaba que lo disfrutaba. Incluso en algunos momentos empujaba ella misma el culo como intentando que mi lengua penetrara más en su interior. Yo le separaba las nalgas para que quedara más expuesto, y así, con la piel más tersa, aumentar la agradable sensación. Y lo debí conseguir porque de pronto dijo gritando:

– ¡Me corro!

Y agitándose más bruscamente, y sin que la lengua de Elena ni la mía se apartaran de sus puestos de operaciones, dio unos cuantos alaridos antes de quedar inmóvil encima de su amiga. Nos apartamos y Elena me miró. Interpreté su mirada como si dijera, yo también quiero correrme. Sin dar tiempo a nada más, le indiqué que se pusiera a tiro, abrió las piernas y yo me coloqué encima, en la postura del misionero, apoyando las manos en la cama para no aplastarla, y dirigí mi polla hacia su caliente coño. Entró despacito y suavemente, sin dificultad. Ella cerró los ojos, y yo empecé el vaivén lentamente. Mientras, Mónica se había quedado sentada justo a nuestro lado, y como tenía a mano todo el cuerpo de Elena, llevó una mano a su coño, y empezó a acariciárselo justo por encima de donde se introducía mi polla, de forma que conseguía acariciarnos a los dos, a ella el clítoris, y a mí la polla. Se notaba que era mujer y sabía cómo hacerlo porque Elena no tardó casi nada en empezar a gemir. Yo seguía bombeando con mi polla. De pronto, y esta vez sin anunciarlo, como su amiga, noté un estremecimiento más agudo de lo normal. Mónica me miró y sonrió. Habíamos conseguido entre los dos que Elena se corriera también.

– Bueno, ya solo falto yo. Me parece increíble haber aguantado tanto. La verdad es que me había temido lo peor, pero se ve que el parón de antes me sentó muy bien. Ahora me dejaréis que os folle a las dos, ¿verdad?

Les pedí que se pusieran las dos a cuatro patas, una al lado de la otra. Empecé por follarme a Mónica. La cogí de la cintura y le clavé la polla en su coño aún caliente y mojado. La atraía hacia mí con energía pero sin brusquedad. Una vez alcanzado el ritmo, me dediqué a magrearle las nalgas, que eran soberbias, se veían temblar con cada acometida de mi polla. Haciendo un esfuerzo por no perder el equilibrio, alcancé con una mano una de sus tetas que colgaban y se bamboleaban con el movimiento de todo el cuerpo. Entonces invité a Elena, que permanecía a la expectativa en la posición del perrito, a que le tocara la otra teta. No solamente lo hizo, sino que a continuación, cambiando de posición, mientras le acariciaba con una mano la teta que yo dejaba libre, con la otra le acarició el coño, por debajo de la entrada de mi polla, devolviéndole así el favor recibido de su amiga unos instantes atrás. Mónica se lo agradeció mirándole a los ojos y acercándole la boca en busca de su lengua. Se morrearon a gusto.

Entonces le dije a Elena que se colocara ahora ella, que me la quería follar también. Volvimos a reproducir la escena pero cambiando los papeles, haciendo exactamente lo mismo. Cuando empecé a notar movimiento en las entrañas, le dije a Elena que tal como estábamos, con la polla dentro de su coño, se tumbara todo a lo largo en la cama. Ella comprendió que quería lo mismo que la noche anterior. Sin que le dijera más se tumbó, relajó los músculos de las nalgas para que yo me apoyara lo más mullidamente posible, flexionó los brazos esperando que yo cubriera sus manos con las mías, entrelazando los dedos, y yo empecé el vaivén. ¡Qué gustazo! De pronto dijo Elena:

– No te corras todavía y hazlo así con ella. Quiero verlo.

Le explicó a Mónica que esa era la postura que a mí me gustaba para correrme, y que como con ella me había corrido el día anterior, así me podía correr con las dos. Mónica aceptó y enseguida se colocó en posición. Elena la instruyó acerca del modo de recibirme, la posición de las manos y otros detalles. A mí el nuevo parón me había permitido descansar y por eso, cuando me subí encima de Mónica, y una vez le hube metido la polla, pude mantener el movimiento follador más tiempo de lo que esperaba. Y eso que en un momento dado, y por sorpresa, Elena empezó a acariciarme los huevos y el ano, de forma que el placer vino en mi busca a galope tendido, llegando por fin el derrame total, corriéndome ruidosamente en el coño de Mónica, subido a su grupa, y disfrutando de todo su cuerpo bajo el mío. Fue glorioso.

Estábamos los tres sudorosos y tras descansar un poco, fuimos a la vez a la ducha, donde seguimos tonteando con caricias, besuqueos y tocamientos. Por fin, ellas se fueron sigilosamente envueltas en sus toallas a sus respectivas habitaciones, y quedamos en vernos a las nueve en el restaurante para cenar. Ese día ya había sido suficientemente intenso.

Lo que pasó en los dos días siguientes que duró el curso, es otra historia.

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