Un sumiso con su ama durante todo el fin de semana. Totalmente a su servicio

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FIN DE SEMANA CON MI AMA

(Este relato es una fantasía, pero mucho de lo que aquí explico puede cumplirse pronto. Mi Ama es real, y es una mujer argentina joven y maravillosamente sensual que está empezando a descubrir los placeres de la dominación. Los dos estamos experimentando los límites, y Mi Ama desea que ponga por escrito algunas posibilidades. Agradeceremos a los lectores cualquier sugerencia y en especial agradeceremos ideas para mi nombre de esclavo).

Suena el interfono a la hora prevista, las doce del mediodía.

-¿Sí?

-¡Abre!

Es Mi Ama, por supuesto. Reviso por última vez mi apariencia antes de empezar el fin de semana de servidumbre. Llevo puesto mi uniforme de criada; no un uniforme sexy, sino uno vulgar, gris con ribetes blancos, falda blanca y cofia. Por debajo, llevo sostén negro, tanga usado por Mi Ama, pantys para no sentir tentaciones de tocarme demasiado y un corsé apretado que sin duda Mi Ama querrá apretar más y que dificulta mis movimientos. Llevo una peluca rubia y he intentado maquillarme de la mejor manera que he podido, pintándome incluso las uñas de manos y pies. Y también me he afeitado todo el cuerpo para la ocasión. Estoy nervioso pero también terriblemente excitado ante la perspectiva de pasar un fin de semana completo de servidumbre.

Mi Ama y yo trabajamos juntos, pero nuestra relación es poco conocida en nuestro entorno, o sea que no vivimos juntos y llevamos una doble vida que mantenemos de manera muy discreta. Poco a poco vamos avanzando en nuestra relación, pero sabemos que queda muchísimo camino por delante. Y un mundo de posibilidades eróticas.

Mi Ama sube por el ascensor. Tengo que abrir la puerta y esperar de rodillas con la puerta abierta a que ella llegue. Por suerte, ningún vecino se mueve en esos momentos por el pasillo.

Por fin se presenta delante de mí. Yo miro al suelo porque según nuestro contrato no tengo derecho a mirarla a los ojos. Lleva unas estupendas botas negras y unos pantalones ajustados.

Chasquea los dedos para que yo sepa que he de besar sus botas, y así lo hago. Cierra la puerta de un portazo. Mi Ama lleva unas bolsas de compras y una mochila, aparte de su bolso. Me lo da todo para que lo deje encima de la mesa. Se quita el abrigo y también me lo da. Está hermosa y sonríe disfrutando por pensar en el día que va a tener.

-Mira lo que te he comprado –me dice-. Para que veas lo buena que soy contigo.

Saca de sus bolsas varias cosas: una cazadora negra que parece de piel con remaches metálicos, unos leggins blancos con rayas azules, un traje de mujer con chaqueta y pantalón de color plateado y un camisón rosa, largo y con encaje.

-No te quejarás, tienes mucho vestuario para que lo vayamos probando. Y tirnes también varios complementos.

Saca de otra bolsa una gorra negra de plato y un sombrero de terciopelo, junto a collares y pulseras.

-Pronto iremos de vacaciones y está tu ropa para salir a la calle.

-Gracias, Ama.

-Bueno, ya llegará todo eso… Vamos, imbécil, que tenemos mucho que hacer.

-Sí, Ama.

-Prepárame un café. Ya. Y saca el ordenador de la mochila y conéctalo.

-Sí, Ama.

-Primero el café, idiota –y me suelta la primera bofetada del día: es suave, pero está empezando a pillarle la práctica al arte de abofetear.

-Perdón, Ama.

Mi Ama se dirige a la habitación donde guardamos todos los materiales de castigo y humillación, que yo he situado cuidadosamente sobre la cama. Coge la pala de azotar y mientras preparo el café escucho el ruido de la pala sobre la palma de su mano, en plan amenazador.

Mientras se hace el café, dispongo el ordenador como creo que ella desea, sobre la mesa de centro.

-Imbécil, estás muy lenta hoy. Si trabajas mal, me voy a enojar. Eres una putita estúpida, y lo sabes, ¿verdad?

-Sí, Ama. Perdón.

-Bien, te voy a explicar lo que vamos a hacer hoy para que te vayas preparando. No quiero errores ni repetir las cosas, ¿está claro? Primero voy a trabajar un poco en mis cosas y tú vas a estar de pie, pendiente de todo lo que necesite.

-Sí, Ama.

-Después saldré a comer y te dejaré encadenada en el armario para que estés bien cómoda. Volveré cuando me salga del coño y dormiré la siesta. Cuando me despierte, te daré algo de comida (ya verás qué sorpresa tengo para ti) y te volveré a dejar encerrada un buen rato mientras yo sigo haciendo lo que quiera. Luego te probarás la ropa que te he comprado y pediremos una pizza que recogerás vestida como yo quiera. Yo comeré la pizza y tú las sobras, o lo que yo quiera. ¿Te gusta el plan?

-Sí, Ama. Gracias, Ama.

-Si no necesito nada más, podrás ser mi perro durante unas cuantas horas. Veremos una película tranquilitos, tú como perrito a mis pies. Te he traído muchas cosas para que juguemos y mejoremos tu adiestramiento canino…. Cuando llegue la medianoche, sesión de castigo. Haremos un repaso de todas las cosas que has hecho mal y recibirás tu castigo. Y cuando ya haya menos gente en la calle, saldrás a bajar la basura con tu vestido de criada. ¿Qué te parece? ¿Un día completo, no?

Confieso que sentí miedo ante la perspectiva de un día tan intenso y peligroso, pero al mismo tiempo no pude evitar la erección intensa, que intenté que no se notara para que Mi Ama no se enojara. Ella ya sabe que la mejor manera de controlar a un esclavo es retrasarle el placer, y espero que pronto me ponga el cinturón de castidad cuya llave solo ella podrá tener.

-Luego ya veremos cuándo duermes y en qué condiciones. Depende de mi humor. Y mañana… pues más de lo mismo. ¿Te gusta tu fin de semana de esclavo?

-Mucho, Ama.

-Ya veremos si eso es verdad…Bien, de momento vamos a empezar. Ponte de cara a la pared. Cuando te necesite, daré una palmada.

Me señala una pared y yo me dirijo a ella para ponerme en la posición indicada. Escucho cómo empieza a teclear el ordenador; me ignora absolutamente. Solo de vez en cuando suspira o se queja de algo. A la media hora da una palmada y me pide un vaso de agua.

-Ve pensando para el futuro en hacer reverencias, ¿eh? Tendrás que practicar y hacerlas siempre.

-Sí, Ama.

Le doy su vaso de agua y los dos volvemos a lo nuestro. Me ignora absolutamente, y su desprecio me llena de alegría: soy un simple objeto para ella. Por fin, después de otra media hora, escucho su voz con el dominante acento argentino:

-Estoy cansada de esta mesa. No puedo escribir cómodamente. Ven.

Obedezco, y Mi Ama me indica que ponga los brazos con las palmas abiertas hacia ella. Sitúa el portátil sobre mis manos y me ordena que me agache un poco, lo que me deja en una posición incómoda, casi de cuclillas.

-Así estamos mejor. ¿verdad?

-Sí, Ama.

Sigue tecleando y navegando por internet, mientras a mí empieza a dolerme todo. No me atrevo a mirarla a los ojos, pero ella sabe que no aguantaré mucho en esa posición. Entonces suena el móvil; hay mensajes de audio, y ella responde varias veces. Me encanta escuchar su voz hablando de frivolidades mientras yo, esclavizado y humillado, solo soy una puta criada a su servicio. Entre audio y audio, me suelta una bofetada:

-Para que no te duermas.

Y luego me escupe con todas sus fuerzas.

-Ni se te ocurra limpiarte, imbécil.

Por fin, Mi Ama se cansa del ordenador, y cierra la tapa del portátil. ¡Pero no me dice nada, o sea que debo seguir aguantándolo! Ella vuelve a sus audios con sus amigas:

-¿Che, viste lo que pasó con ayer con ese boludo?

Alguna vez, sin embargo, se acerca a mí después de hablar con el móvil y me acaricia la peluca:

-Todo lo hago por tu bien… Tienes que aprender a ser una esclava obediente. Con el tiempo trabajarás para mí, viviremos juntos y tú siempre la otra mujercita de la casa. Solo con ropa de mujer, a todas horas, dentro y fuera de casa. Algún día lo haremos. Iremos a una tienda de lencería y compraremos toda la ropa que necesites.

-Sí, Ama.

-Deja el ordenador ahí. Ya es hora de comer, y no quiero preocuparme más por ti, o sea que te voy a dejar en el sitio que te mereces. Desnúdate.

Me quito la ropa con cuidado y Mi Ama supervisa la ropa interior.

-Muy bien, zorrita. Veo que te has vestido como te dije. Te compraré un vestido rosa de criada que es más femenino, y en vez de cofia te pondré un lazo enorme con forma de pajarita.

Así estarás mejor. Y algún día me acompañarás de compras por alguna calle llena de gente…

Imagino que hacer eso es poco menos que imposible y que me desmayaré antes siquiera de intentarlo, pero solo pensarlo me llena de excitación y siento cómo la sangre me martillea en la cabeza

-Bueno, pero eso será más adelante. Ahora vas a experimentar unas horas de prisionero, para que vayas aprendiendo. Más adelante la prisión será de días y semanas, cuando tengamos una jaula o un cobertizo donde puedas estar encerrado durante días.

Me ordena que me ponga un mono de vinilo negro muy ceñido y muy incómodo, una máscara con cremallera para la boca y venda en los ojos que deja respirar poco y mal. Como cree que me quejo, me azota con la pala diez veces, cosa que debo agradecer con la frase que a ella le gusta: “gracias, Ama, soy una puta estúpida que merece su castigo”.

Después de agradecer el castigo, me pone las pesadas esposas en los pies y unas esposas con cadena unida al cuello para las manos en la espalda. Mi movilidad es muy complicada. Ella me agarra de un brazo, porque yo apenas veo, y me ordena meterme en el armario empotrado, que es pequeño y en el que apenas puedo sentarme. Además, la máscara me agobia porque no puedo respirar bien.

Mi Ama cierra la puerta corredera dejando un hueco para que pase el aire y mueve una mesa de escritorio para tapar cualquier posibilidad de salida del armario.

-Uf, qué cansada estoy… Me haces trabajar mucho, estúpida. Ahora voy a comer y después dormiré una siesta. Mientras tanto, no quiero preocuparme de ti, o sea que vas a estar toda la tarde encerrada. Te vas a aburrir un poco, pero así es la vida de un esclavo. Te sacaré cinco minutos a dar un paseo, a comer y beber algo., y volverás a tu encierro. ¿Está claro?

Asentí como pude.

-Muy bien, Pues hasta luego. Pásatelo bien. Si puedes.

Escucho cómo recoge sus cosas y suenan los tacones antes de que abra la puerta y salga de la casa. Y yo me quedo solo, atrapado y con nada que hacer, porque ni siquiera me puedo tocar.

Y así pasan las horas. A veces me pongo nervioso porque pienso que me falta el aire, aunque por suerte no es así, aunque la máscara da calor y es muy estresante. Me muevo como puedo, me pongo de pie, me siento, y la vida de prisionero se vuelve cansada y dura.

No sé cuánto tiempo pasa cuando escucho de nuevo el ruido de la puerta. Mi Ama ha regresado, pero todavía tarda un buen rato en prestarme atención. Se dedica a ver la tele antes de acordarse de mí y abrir la puerta del armario:

-Bueeeeno… a ver cómo está este prisionero. Es incómodo, ¿verdad?- intento decir algo- shhhh… calladita. No tengo ganas de escuchar nada de ti, o te dejo encerrada. Mira que estoy siendo buena contigo.

Me pongo de pie como puedo y ella me saca del armario.

-Tienes cinco minutos de descanso.

Coge una cadena de perro y la engancha a mi collar.

-Vamos, camina un poco y desentumécete antes de seguir.

Doy como puedo un paseo por la casa; para ir más deprisa, Mi Ama me azota de vez en cuando. Me quita la venda de los ojos para que la vea: está muy sexy, se ha desnudado de cintura para arriba.

-Ahora me vas a comer un poco el coño, porque estoy mojadita de verte así.

Yo tengo la cremallera de la máscara cerrada, y apenas se me entiende si hablo. Decide quitármela para ponerme otra sin cremallera, que permite sacar la lengua. Ella se sienta en el sillón y se baja las bragas.

Nunca he sido bueno lamiendo coños y no es lo que más me gusta, pero Mi Ama lo desea y es mi obligación hacerlo. Meto mi cabeza entre sus piernas y saco la lengua para comprobar que efectivamente está excitada. Trabajo como puedo (sigo encadenado de pies y manos) mientras me acaricia la cabeza y gime. Así estoy hasta que me queda la lengua seca.

-Vamos, puta, trabaja más…

Mi Ama se enoja:

-No sirves para nada, imbécil… De verdad, eres un desastre. Pensaba dejarte un poco de libertad, pero no te la mereces. ¿Tienes algo que decir en tu defensa?

-Lo siento, Ama, estoy cansado, lamento no servirla bien a Usted. Le ruego que me perdone.

Me suelta un par de bofetadas.

-Estúpida. Tendrás veinte azotes por esta falta grave. Y ahora vuelve a tu celda. Te quedas sin comer.

Me pone otra vez la máscara con cremallera y regreso a mi celda.

-Te vas a quedar aquí otro rato. Cuando salgas, serás un perro, y nada más.

Paso otras dos horas, o no sé cuánto tiempo encerrado, mientras Mi Ama sigue con la tele, los audios, e incluso creo que se toma una copa, hasta que siento sus tacones acercarse a mi celda improvisada.

-Me estoy aburriendo y quiero jugar con mi perro.

Abre la celda y me saca con la correa. Me desencadena mientras sigue hablándome.

-Ahora te toca ser mi perrito. Probaremos con tres horas de adiestramiento canino. Evidentemente, no está permitido hablar, solo ladrar. Vamos a hacer todos los ejercicios una y otra vez hasta que aprendas.

Me deja el mono de vinilo, y me añade unas rodilleras, porque el suelo es duro y Mi Ama sabe cuidar sus propiedades. Me añade también unas manoplas negras para que me quede sin poder usar los dedos de las manos. Veo también que ha traído una máscara de perro con hocico y orejas, un bozal, un hueso de juguete, un collar grande y pesado negro, con pinchos de metal.

-Cuando te ponga el nombre de perrita, irás con este collar a que lo graben en él. Y así lo tendrás para cuando necesites llevarlo puesto. Te he comprado hasta colonia para perros, para que te sientas una perrita guapa.

-Gracias, Ama.

Me suelta una bofetada.

-¿Te he dado permiso para que hables? Solo puedes ladrar y gemir, imbécil. Otros diez azotes por esta falta. Y ponte a cuatro patas hasta que yo te dé otra orden.

Ladro melancólicamente para dar las gracias.

-Así me gusta… Muy bien, perrita. Y ahora, ¿quieres comer? Tendrás hambre de todo el día que llevas…

Ladro y saco la lengua en señal de agradecimiento.

-Muy bien, perrita, muy bien. Sígueme.

La sigo a cuatro patas hasta el comedor, donde ha dejado un comedero para perros, con agua en un hueco.

-Mira, te he comprado esta comida para perros. Mmm… qué buena pinta tiene. Te lo vas a comer todo. Y luego unas galletitas a modo de postre.

Abre la lata de comida, que parece la más barata del supermecado y empieza a verter el contenido. Tiene un aspecto asqueroso y no sé si podré comerla sin vomitar. Pero ser el perro de Mi Ama es una sensación maravillosa.

(Continuará)