Un viejo y una universitaria de primer año
Son ya las tres de la madrugada. Carol camina sola por las calles de su nueva ciudad. Lo estaba pasando tan bien con sus recién conocidos compañeros de clase que ha perdido completamente la noción del tiempo. Está contenta por sentir que encaja tan bien, y no le desanima saber que parte de su éxito se debe a sus destacables encantos femeninos.
Poco a poco, una sensación más tediosa le borra la sonrisa de la cara: el Señor Arsenio le prohibió llegar más tarde de las doce, y, justo en el primer fin de semana del curso, ya se ha saltado su norma vilmente. Ese hombre le da un poco de miedo y no logra sentirse cómoda en su mismo piso, pero, viniendo de una familia tan humilde, no podía permitirse una habitación en una vivienda compartida, y mucho menos una residencia.
Con los recortes en las becas, su única salida para vivir en una ciudad lejana, en su primer curso de universidad, era el «Plan de acompañamiento de personas mayores solas».
El asfalto está mojado y refleja la colorida luz de unos semáforos desatendidos; parpadean al son de los solitarios pasos de aquella chica considerablemente alcoholizada. Por unos momentos teme haberse perdido, pero, de pronto, repara en que ya está prácticamente en la puerta del bloque.
A duras penas consigue insertar la llave en la cerradura. Antes de entrar, revisa el exterior sorprendiéndose del silencio que reina en esta zona residencial. Esa calma hace aún más notable el ruido que trae en su cabeza, pues las horas sometida al aturdidor sonido de la disco no han caído en saco roto.
El edificio es muy viejo pero el ascensor muy nuevo. Mientras sube en él, Carol se mira en el espejo y se da cuenta de que el maquillaje, que tan cuidadosamente se había aplicado, ya ha perdido su integridad. Sintiéndose ya en zona de riesgo, extrema las precauciones para hacer el mínimo ruido posible, hasta que cae en la cuenta de que el anciano está medio sordo.
“!Bien!”
Parece ser que está dormido. Una parte de ella temía que la esperara despierto con su rictus refunfuñón.
Ese viejo no está demasiado bien. Tiene Demencia senil, Parkinson, Alzheimer, Cáncer, Sordera, Artrosis y, por lo que le contaron sus familiares, episodios de sonambulismo agudo… o algo así. No habla si no es para regañar. Aún no le conoce una palabra amable.
Su orgullo no le permite aceptar que ya no es autosuficiente, y asume como una ofensa la presencia de la chica en su piso, lo cual, por otra parte, era la condición indispensable de su familia para no contratar a la enfermera como interna.
El hecho es que a Carol le da un poco de corte, aún, salir de su habitación de estudio y encontrárselo por ahí; vagando por el piso o mirando por la ventana mientras habla solo.
Ella no conoció a sus propios abuelos, y nunca ha tenido contacto con la gente de la tercera edad; quizás por ello esta situación le incomoda, y solo encuentra consuelo en la esperanza de que, a medida que pasen los días, se irá acostumbrando.
Decide abandonar esta temática y, ya desmaquillada y con el pijama puesto, deja que cálidos pensamientos sobre sus nuevas amistades y su nueva vida la arropen hasta quedarse dormida.
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Carol se despierta asustada y desorientada.
“¿Qué ha sido ese estruendo? ¿Ha sido real o era en mi sueño?”
Sus rápidos latidos intentan convencerla de que algo pasa. La discreta luz de su móvil alumbra unas intempestivas 4:30 am.
La chica se asoma más allá del umbral de su habitación, pero una espesa oscuridad sabotea su atemorizada mirada. Se aventura, con un frágil y ebrio equilibrio, por los amplios espacios del piso. Palpando, en todo momento, los viejos muebles que la guían hasta la cocina.
La ventana deja entrar la luz de la luna llena, la cual alumbra unos cuantos cacharros de cocina en el suelo, aún tambaleantes. Una espontánea asociación de ideas le permite establecer una causalidad más que probable para su sobresalto.
“Pero ¿quién? ¿Porqué?”
Al darse la vuelta, una escena inesperada le arranca una fuerte inspiración rápidamente silenciada por sus manos. Frente al asombro de unos ojos como platos, el cuerpo desnudo de Arsenio está de pie, inmóvil, de cara a la pared. Solo unos leves temblores viejunos rompen su quietud. La mística luz lunar ilumina sus pálidas lorzas.
Carol está paralizada de miedo, pero, tras unos instantes de perplejidad, consigue esconderse debajo de la mesa. Mientras, el cuerpo desgobernado del abuelo comienza a tambalearse como si de un zombi se tratara, sin rumbo ni objetivo concreto.
La chica está tan asustada que unas pocas lágrimas asoman por sus mejillas temblorosas. Los dubitativos pasos de su anfitrión lo aproximan a ella. Siente la poca cobertura que le ofrece su escondite y, notándose al borde de una crisis nerviosa, se aferra a una sola idea para intentar tranquilizarse:
“Es sonámbulo, es sonámbulo, es sonámbulo”
Aun así, no consigue recuperar un mínimo de raciocinio que le permita actuar con normalidad frente a una situación extraña, aunque comprensible.
Arsenio balbucea algunos reproches hasta que, inesperadamente, empieza a golpear la mesa. La chica se tapa la cara con las manos, cerrando muy fuerte los ojos, como esperando huir de aquella cocina. Un último golpe, más fuerte y aterrador, abre la puerta al silencio más absoluto. La expresión de Carol se suaviza, y esa quietud repentina autoriza a sus manos para desproteger su mirada.
Una inmensa polla arrugada y colgandera se balancea, levemente, a escasos centímetros de su rostro. La joven no concede credibilidad a semejante engendro fálico, y huye hacia la teoría de que se encuentra sumergida en un sueño.
Su percepción está divagando salpicada por una sangre de considerable graduación alcohólica. Un repentino golpe del viejo en la mesa, con los dos puños cerrados, vuelve a sobrecoger a la chica, quien no puede evitar soltar un grito de terror mientras se lleva las manos a la cabeza. Consciente de que no ha sabido mantener la discreción de su escondite, siente inevitable su descubierta y, presa del pánico, no logra ni tan solo abrir los ojos.
Transcurren unos eternos segundos de silencio hasta que, por fin, restablecer su campo visual sin abandonar la expresión contraída de su rostro… No hay nada. No hay nadie.
“¿Estoy despierta? ¿Estoy dormida?”
El frio tacto de las baldosas en sus rodillas y en sus manos dota de realismo su existencia convenciéndola de que está consciente.
Cautelosamente, se levanta y regresa a su habitación mientras que, por el trayecto, comprueba, atónita, la ausencia del foco de sus temores. Aún con carencias en su equilibrio, llega a su destino y, repleta de dudas, se arropa con sus sabanas a modo de escudo infranqueable. Tiene los ojos muy abiertos. El leve tic tac de un reloj antiguo, en la pared del pasillo, contabiliza el paso del tiempo. Carol intenta entrelazar unos pensamientos que le ayuden a tranquilizarse. A las pálpenlas localiza de nuevo el móvil:
“!¿Las 4:30?! !No puede ser! ¿Estará estropeado? No, no, no… 4:31. Quizás antes lo miré mal”
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Parece que lleve una eternidad inmóvil en esa cama; golpeada por fuertes latidos en su pecho y por temblores asustados.
“Puede que de verdad esté soñando y al despertar no me acuerde de nada. Puede que Arsenio me contagiara el sonambulismo y que por eso haya despertado sola, en la cocina, con una noción equivocada de la hora. No, eso es absurdo”
Quiere acabar con la ansiedad que le provoca su estado mental, pero no consigue dar sentido a sus ideas. Buscando una salida, recuerda cuando el señor Arsenio le enseño el armario que hay tras el espejo del lavabo y le ofreció un gran repertorio de medicamentos como si fueran golosinas. Carol no escuchó las explicaciones de su anfitrión con demasiada atención dado que no tenía la más mínima intención de consumir una sola de esas pastillas, pero ahora piensa que, dadas las circunstancias: no le vendría mal un calmante o un somnífero.
La chica se levanta lentamente y aún desubicada. Esta vez no concede ventaja a la oscuridad para que alimente sus temores, y enciende la luz autoconvenciéndose de que tiene todo el derecho a hacerlo. Con paso ligero, cruza el pasillo para adentrarse en el lavabo y, tras abrir el armario, empieza a leer, en las etiquetas, incomprensibles nombres encriptados de parecida terminación.
“Mmmm… Las rojas. Las rojas eran somníferos”
Dado su estado, opta por tomarse dos. Cuando ya está cerrando el armario piensa:
“No0, las rojas eran para la tensión. Tiene sentido. Las verdes. las verdes eran para el insomnio”
Toma un par de ellas. A medio camino de su cuarto le invaden las dudas, de nuevo. No lo recuerda bien. Debió escuchar el discurso de Arsenio en lugar de resoplar condescendientemente.
“Creo que eran las azules. El azul pega más con la noche y el verde con el comer. Debían ser las azules”
Carol anda sobre sus pasos, de regreso al lavabo, para culminar su ingesta. Tiene la sensación de ser la chica más patosa sobre la faz de la tierra. Sus intentos de recordar la han redireccionado de tal modo que ya no da ningún crédito a su memoria, pero, víctima de su poco raciocinio, decide tomarse también un par de las azules.
De camino a la cama, ya empieza a arrepentirse. Nota como el mundo girar vertiginosamente a su alrededor. De pronto, cae en la contraindicación que suelen tener los medicamentos con el alcohol e incluso entre ellos mismos.
“¿Cómo puedo ser tan tonta?”
Temiendo por su propia salud, se infiltra entre las sabanas y reza por sobrevivir sin secuelas mentales.
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Carol se despierta sin recordar haber intentado dormir.
“¿Funcionaron los medicamentos? ¿Qué hora es? Las 5:30 aún”
La sorpresa deja lugar a una intensa sensación calenturienta. Carol está muy húmeda, pero no es solo eso. Su temperatura corporal está por las nubes. Tiene mucho calor. Víctima de los efectos secundarios de las pastillas, nota que está al punto de la combustión espontánea y se siente cachonda como nunca.
“¿Qué será lo que estaba soñando?”
El desproporcionado miembro viejuno de Arsenio se asoma por su mente mientras ella se esfuerza por eludir aquella imagen.
“Noo0o, no puede ser eso”
Asqueada abre la ventana en busca de un poco de frescura, pero el aire de principios de octubre no es tan gélido como para poder calmar ese ardor. Nota la necesidad de quitarse la camiseta del pijama y, observando las estrellas, empieza a estabilizarse reclinada sobre los grandes cojines de su cama.
Su propia desnudez le parece sugerente y, empujada por su estado, empieza a acariciarse las tetas. Su respiración se hace más profunda. El espantoso pene deforme de Arsenio vuelve a llamar a la puerta de sus pensamientos vestido con un traje de libidinosa incorrección. Esta vez, Carol no lucha contra su presencia y, mientras empieza a tocarse, intenta imaginar que tamaño podría llegar a alcanzar ese pedazo de carne.
Cierra los ojos y se deja llevar. Alterna, en su mente, una serie de imágenes que juegan con la lujuria, el miedo, lo prohibido, el absurdo, lo indecente…
Cuando está llegando a la cúspide de su gozo, un inesperado sollozo la detiene en seco. Abofeteada por el pánico, repara en que no está sola en su habitación. Siente cómo gigantes olas emocionales se rompen en su alma, una tras otra, sin cesar: la vergüenza de sus tocamientos, la fragilidad de su desnudez, la agresión a su intimidad, el miedo de la víctima…
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-¿Q. que. q. ha. hace. us. Ust…?-
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Tras afinar un poco su vista en la oscuridad, consigue percatarse de que Arsenio se encuentra apoyado en la pared, aún desprovisto de ropa y sin siquiera mirarla.
En esta ocasión, la chica consigue controlar su espanto. Toma conciencia de que ese pobre hombre no es una amenaza, por muy siniestra e inoportuna que sea su presencia. Acepta que su aparición no tiene nada que ver con ella y decide ayudarle a regresar a su habitación.
Aún asustada, lo coge suavemente del brazo.
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-Vamos, don Arsenio- dice intentando encaminarlo hacia el pasillo.
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Él responde con algunas incomprensibles protestas, pero parece obedecer a duras penas y con la mirada perdida. Andan con paso lento. A medio camino Carol se da cuenta de que un pequeño pantalón corto de pijama es lo único que protege su maltrecho decoro, pero, dada la abstracción de su anfitrión, no siente la necesidad de interrumpir su buen curso.
Arsenio no es mucho más alto que ella, pero es un ser grueso y pesado; por ello, la chica se siente aliviada con su colaboración.
Una vez en su cuarto, consigue sentarlo en la cama, reclinándolo en esa acolchada cabecera con cojín ejerciendo de apoyo lumbar.
La joven observa, atónita, cómo la mirada del viejo ha quedado fijada en sus ojos talmente como si la viera, pero con la cara totalmente relajada; hasta el punto que un leve hilo de saliva cae sobre su propio pecho. Un poco asustada, Carol le cierra los párpados al anciano.
Su posición no es muy elegante, pero parece cómoda. Antes de taparlo, no puede evitar fijarse en su polla. No era un sueño. Es gorda, larga, venosa y arrugada. Tiene pelos canosos en su base, y su piel está manchada.
La chica cubre al abuelo con unas sábanas blancas mientras escucha sus ronquidos. Se dispone a apagar la luz, pero antes quiere echar último vistazo. Vuelve a apartar la tela.
“Qué cosa más rara”
Traviesamente, lo sujeta con dos dedos para después agarrarlo con la mano entera, con más fuerza. Su calentura no se ha disipado por el trayecto y la empuja a preguntarse:
“¿Cómo sería si estuviera tiesa?”
Arropada por la seguridad que le dan los ronquidos del viejo, empieza a menearle el trabuco para ver si aumenta de tamaño.
Se siente sucia y atrevida, y eso intensifica aún más su alterado estado de conciencia. Sin duda, aquellos medicamentos que tan aleatoriamente ha tomado han desintegrado su escala de valores diluyéndola bajo un torrente de lujuria arrolladora.
Se arrodilla sobre la cama con una de las piernas de él entre las suyas propias. Poco a poco intensifica el masaje. Pronto requiere las dos manos para dar abasto a ese espécimen creciente. La chica se emociona al comprobar la evolución de su actividad hasta que percibe, de nuevo, la mirada del viejo.
Se detiene. Sus contundentes latidos dan ritmo a su pavor. No tiene claro si está despierto, o que grado de conciencia le sustenta. Silenciosos segundos caminan por el sendero de esa paralizada incertidumbre. Arsenio no mira los ojos de Carol, como la primera vez. Ahora sus pupilas apuntan a las puntiagudas tetas de la chica, quien siente más intensa su propia desnudez. Pero no. La vista del abuelo es demasiado errática. Carece de expresión y de sentido. Es un acto reflejo. Tiene que serlo.
Se acerca sigilosamente y vuelve a clausurar esos indiscretos ojos suavemente, con sus dedos. Después, se incorpora y exhala un suspiro, fruto del alivio que le causa la inerte actitud del viejo.
Antes de abandonar la estancia y buscar su cordura, intenta estabilizarse y percibir el realismo de su presencia. Los fármacos en su organismo balancean su mente en un va y ven emocional de sensaciones que se superponen al no poder coexistir.
Su empanamiento mental se desvanece, abruptamente, al sentir como una mano ajena sube por su muslo y se adentra bajo la escasa tela de su pantalón, hasta recoger una de sus nalgas firmemente.
El tiempo de reacción de la chica se eterniza por su estado, y no consigue rechazar a Arsenio antes de que este use su otra mano para sujetarle el brazo con fuerza haciéndole perder el equilibrio. Carol cae encima de él y, sintiéndose atrapada, suplica:
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-Nonononono…- con tono agudo y rápida pronunciación.
-Te voy a dar tu merecido, mamarracha- sin dejar de apretar los dientes lleno de ira.
-No, señor Arsenio, perdóneme, no sé qué me pasa- murmura en tono de súplica.
-Pues ahora lo vas a saber, vas a saber lo que es bueno- sentencia severamente.
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Aún desnudo y manoseándola, no deja de regañarla. Su actitud no difiere, en esencia, de su carácter áspero y ello hace que ella no lo perciba fuera de lugar en esa situación tan extraña. Es Carol quien se encontraba, furtivamente, dentro de una habitación ajena, masajeándole la polla a un anciano dormido.
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-No me viole, señor, por favor- suplica a la vez que llora aterrada.
-!Desvergonzada! ¿Cómo te atreves?- responde llenando de desprecio sus palabras.
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Arsenio articula una voz gruesa y degradada, cuya particularidad le inocula más miedo, aún, a Carol. La tiene sentada en su regazo a la vez que la sujeta con fuerza. Ella adopta una pose de recogimiento intentando minimizar su desnudez.
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-Ya verás cuando se lo diga a tus padres. !Qué vergüenza!- negando con la cabeza.
-No por favor, no se lo diga, se lo suplico-
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Con su lucidez habitual, la chica hubiese reparado en la poca credibilidad de un viejo demente como ese, pero su raciocinio está empañado, gravemente, por la química y el alcohol, y sigue supeditada a los reproches de su captor.
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-¿Quisieras irte como si nada, a tu habitación, después de lo que has hecho, puerca?-
-Sí por favor, se lo pido- con un ápice de esperanza en su mirada perdida.
-Te mereces que te viole por venir desnuda a mi habitación a sacudirme el manubrio…
pero soy piadoso y no quiero robarte tu virginidad a tan temprana edad-
dice vocalizando, ahora, con un habla más conciliadora.
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Carol no sabe a qué virginidad se refiere el viejo, pero no considera oportuno contradecirle mientras intenta adivinar qué castigo recibirá. Arsenio no tarda en comunicárselo:
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-Te mandaré a la cama y no diré nada a nadie, pero, antes, tendrás que acabar lo que has empezado-
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Soltando a Carol, se reclina poniéndose cómodo sobre la cama. Ella se incorpora llena de dudas e intenta aclarar su mente. Aquella parece una salida «limpia» dados sus temores recientes. Al fin y al cabo, pocos minutos atrás lo estaba haciendo por propia voluntad y, lejos de disiparse, su calentura se ha visto impulsada por el miedo y la vergüenza.
Procede, titubeante, bajo la mirada enfadada de Arsenio. Su grotesca polla ha perdido firmeza, pero su tamaño descomunal todavía perdura.
Carol la sujeta con ambas manos y la estruja. Nota un intenso y espeso flujo sanguíneo que se apresura a dotar a ese miembro de todo su vigor. Siente como aquel pedazo de carne crece entre sus manos llegando a adquirir un tamaño enfermizo.
No tarda en Intensificar sus movimientos acompañándose con todo el cuerpo de un modo de lo más sugerente.
Arsenio se desentiende de todo lo que no sea esa sensual coreografía. Sensaciones enterradas, desde hacía décadas, regresan a él inundándolo de una floreciente juventud.
Carol se muerde los labios mientras gime contenidamente sin dejar de subir y bajar sus manos. Su excitación adquiere cotas indescriptibles emitiendo destellos emocionales y escalofríos.
Tiene calor y frío al mismo tiempo, pero ninguna sensación térmica puede ya aplacar su gozo. Le viene saliva a la boca y escupe, instintivamente, sobre la polla desatada del viejo, el cual, nota como las babas gotean hasta sus huevos.
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-O0oo0Oh, sí… Oo0h… borrica. Qué duro me has puesto- dice con voz temblorosa.
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Los bajos instintos de Arsenio le han quitado el velo de frialdad que nublaba su vista, y por fin logra apreciar la tremenda belleza rebosante de erotismo de tan entregada muchacha.
Siente cómo, con cada jadeo de Carol, su coraza hecha de apatía y odio se agrieta más y más. Cada vez que ella se aparta sus rizos cae uno de sus trozos, y cada vez que sus pechos rozan sus piernas, otro borbotón de sangre parece llegar, apresuradamente, a su varonil pollón colapsado.
Tras el último vertido baboso, la chica se percata de que un hilo de saliva le marca la trayectoria a seguir. Lo sigue, ansiosamente, con la boca hasta su palpitante destino.
Al ver cómo la moza empieza a comerle el trabuco, Arsenio suelta un primer gemido roto y lleno de debilidad.
Carol gime expresivamente y empieza a correrse mientras nota como ese enorme glande tensa sus mofletes desde dentro. Se desgarra su contención sensorial y explotan en su interior un sinfín de calientes explosiones de placer.
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-MghjfmoOh… … ngjmhz … oO0h- sin desenfundar en ningún momento.
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La tremenda ansiedad que estaba experimentando el abuelo cobra todo su sentido en cuanto nota emerger sus bajas pasiones, licuadas en un caudaloso flujo que lucha por llegar a la chica.
Carol sigue gimiendo y corriéndose una y otra vez sin apenas cesar en su empeño, hasta que nota cómo su boca se inunda enérgicamente con cada contracción fálica de Arsenio.
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-Oo0h. Dios mío. Yaah. Ya me vengoO0h. Ya estoO0y vo.volandoO0h-
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Ella traga tanto como puede, pero el torrente la sobrepasa y el esperma le salpica la cara y las tetas.
El viejo tiene los ojos en blanco y se regocija en el abrazo del desahogo más intenso. Su ebrio corazón se detiene. Arsenio, sintiendo la llegada del punto final, ni si quiera intenta reponerse.
No imagina mejor epílogo para una vida carente ya de sentido. Su último aliento vital se le escurre por la polla gozosamente.
Cuando los numerosos orgasmos de Carol dan sus últimos coletazos, el cuerpo de su añejo amfitrión está falto ya de vida.
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[EL ANCIANO Y LA UNIVERSITARIA DE PRIMER AÑO]
-por GataMojita-