Una doble penetración que jamás me hubiera imaginado con un par de tíos muy cachondos
¡Este Mariano es gilipollas o se cree que yo lo soy! Le pregunto si quiere que suba con mi ligue a la habitación que compartimos en el hotel de Vigo y se me queda callado. Ahora va a ir de mocita virginal y tal. Si le gusta más un nabo que a un tonto un lápiz. No sé cómo puede ser tan puta y tan mojigato a la vez. ¡Se creerá que no he visto como mira a Paco! Jo, lo que me importara a mí que se echen un polvo y además si me dejan participar, mejor que mejor. Así, compruebo lo que ha aprendido el muchachito desde la última vez que intercambiamos fluidos.
—¡Oye, no te quedes callado! ¡Di algo, hombre!
—¿ Jota, a ti te da igual?
—¡Sí, alma de cántaro! Así recordamos viejos tiempos. Entonces, ¿qué le digo?
—Dile que sí. Por cierto ¿Tenéis Viagra?
—¿Qué ?— Por unos segundos estoy por soltarle una fresca de las mías, pero me lo pienso mejor para no estropear la fiesta y me limito a seguirle el rollo —Si, hombre, ¡no te preocupes! Paco creo que lleva algunas pastillas encima. Pero, ¡qué cabronazo estás hecho!
Cuando le digo a mi ocasional ligue que mi amigo había aceptado su proposición, los ojos se le iluminan… ¡Este gallego es casi tan vicioso como yo! En fin, hay que admitir que mal gusto no tiene el hombre. Marianito, entre sus otras cualidades, está que cruje de bueno. La pena es que sea de misa diaria y tan capillita.
Lo que sí está claro, de todas todas, es quien va a salir ganando en el trato: el menda lerenda. Por un lado voy a poder disfrutar de un cuarentón bien fornido, como es el gallego, no sé qué me pone más de este tío si lo musculado y proporcionado que está para su edad, ese vello negro y duro que cubre prácticamente todo su cuerpo o el majestuoso pollón que se gasta. Por el otro lado, y no menos importante, tenemos a mi amigo, un tío de treinta y cinco años guapo, con un buen cuerpo, buena polla y mejor culo.
Sin embargo, para que un trío sea perfecto no nos debemos olvidar el jamón york del sándwich: el moi. Me gusta decir de mí que a mis cuarenta años parezco más joven de lo que soy, pues mi aspecto físico no está mal, dicho sea de paso me mantengo en mi peso (Mariano dice que estoy demasiado delgado para su gusto, pero en fin para eso están los colores). Aunque considero que el físico es una tarjeta de visita muy, muy buena. Yo prefiero conquistar a la gente por mi encantadora personalidad, mejor que con las maravillas de mi cuerpo serrano.
Cuando llegamos a la habitación, Mariano nos espera con el pijama puesto. Es la imagen viva del antimorbo, pero ni por esas, se me quitan las ganas de ser la loncha del bocadillo.
— ¿Tú que haces vestido así? ¿Ya te has arrepentido?
—Es que prefiero que me vosotros me quites la ropa- la voz de Mariano suena y sensual, pero su atuendo de rayas borra todo el erotismo que pueda haber en ellas.
— ¡Pues, hijo mío, podías haberte puesto otro pijamita! Con ese pareces que has salido del campo de Auschwitz y se la terminas agachando al más pintado.
—¡Que burro eres, Juan José!—Me reprocha Paco cariñosamente—. Yo le quito el pijama y descubro lo que hay debajo, si tú no quieres.
Lo cierto es que el gallego había resaltado lo evidente, pues me he pasado tres pueblos. Mi única excusa es que no controlo del todo la situación, me he puesto un poco nervioso y he soltado lo primero que se me ha ocurrido. Desde que he entrado por la puerta, como los dibujos animados de la Wagner, tengo un angelito aconsejándome que me vaya y que no juegue con fuego y un demonio me dice que, si con dos tíos tan macizos, me marcho, me voy a arrepentir el resto de los días de mi vida. Ver cómo Paco le mete mano de manera descarada a mi amigo, propicia que la polla se me llena de sangre y termina ganando el aliado de Lucifer por goleada.
— Y tú, ¿te vas a quedar ahí mirando? — Me dice Mariano con un descaro muy poco usual en él.
Me meto entre los dos, como Paco no se atreve, le doy a mi compañero de viaje un muerdo de película. A continuación, busco los labios del gallego y comienzo un beso a tres bandas. ¡Jo, qué rico! Cosas como está te deberían recetar los psicólogos para salir de la depresión y no las mierdas de pastillas que te mandan.
Antes de que pueda darme cuenta, los tres estamos enlazados, como si estuviéramos jugando al twister. Intento alcanzar la polla de Paco, pero ya una mano la tenía agarrada. No, no es tonto el Marianito. Pero como a falta de pan, buenas son tortas. Meto la mano bajo el pijama y magreo la polla de mi amigo, ¡hostias que durísima la tiene el muy cabrón! De pronto una mano empieza masturbarme, se trata de Paco.
El beso se prolonga hasta que Paco, casi de manera autoritaria, le pide a mi amigo que le mame la polla… ¡Qué obediente es este muchacho! Con que rapidez se agacha y se mete el cipote en la boca. ¡Hay que reconocer, que el gallego tiene un muy buen nabo, pero la pasión y cuidado que Mariano pone en cada lametón que da a la verga de Paco, ¡no tie-ne pre-cio!
Mis labios se ponen morados de la envidia y decido ayudarlo con la tarea de regalarle placer al tiarrón que tenemos delante. Sin pensármelo un segundo, me desnudo por completo y me uno a la fiesta. ¡Hostias, que alaridos pega el gallego cuando siente nuestras dos lenguas mimar al unísono, el buen carajo que Dios le ha dado! De vez en cuando, paramos de darle placer, mi amigo y yo nos damos unos tímidos besos para después seguir mamando aquel duro carajo. En un momento determinado Mariano me quita la polla de la boca y egoístamente, empieza a mamarla él en exclusiva. ¡Joder, el gachón como chupa!, parece que está poseído por el espíritu de Linda Lovelace (la actriz de “Garganta profunda”).
Viendo, que en el plan que está, no me va a dejar seguir jugando al chupatú-chupoyo, busco otros quehaceres y busco algo que llevarme a la boca. No obstante, cuando me agachó ante él, ¡sorpresa, sorpresa! La pilila de mi amigo está flácida, a pesar de estar excitado a más no poder (prueba de ello es la soberana mamada que le está metiendo al gallego)
—Tío, ¿qué te pasa? ¿No estás a gusto?
— ¡Por supuesto que estoy a gusto! Lo que sucede es que llevo un día que no veas y estoy cansado. Pero no os preocupéis por mí.
–¡Como coño no nos vamos a preocupar! Aquí o jugamos todos o no juega nadie —Hago una pequeña pausa y sin ningún recato por mi parte le pregunto — ¿Por eso preguntaste lo de la viagra?
La carita de Mariano es el poema del “Mío Cid”, no solo se queda callado como una puta, sino que se pone colorado como un tomate. ¿Cómo puede cortarse ante mí a estas alturas? A veces llego a la conclusión de que lo que sucede es que no me tiene la suficiente confianza. No sé si es por su devoción religiosa o porque aún no tiene asumido por completo su sexualidad. El caso es que expresar libremente sus deseos sexuales, se le hace un mundo. En fin, hay gente que no se entera que las terapias existen porque sirven para algo.
— Paquiño, ¿tienes por ahí una pastillina azul? Es que la churra de mi amigo se ha declarado en huelga.
Paco rebusca entre sus cosas y me da una píldora de las que tan buenos resultados nos ha dado la noche anterior. Sin esperar aprobación alguna por parte de mi compañero de viaje, se la meto en la boca diciéndole:
— Mi niño se toma la pastillita y se va poner bueno, bueno muy pronto.
No sé si es debido a que la Viagra le ha hecho efecto ya, o es por la brutal mamada que le meto, pero su nabo pasa de estar cabizbajo a mirar al techo en pocos segundos. No me canso de decirle lo rica que está su polla. No muy grande, pero dura como una piedra. ¡Y qué sabor más delicioso! ¡Que no todas las pingas saben iguales! Eso es algo que los ducho en el arte de dar placer con la boca, estamos muy puesto y no hay lugar a discusión.
El caso es que nos encontramos como el chiste, mi padre manda a mi madre, mi madre manda a mi hermano… ¡pero nadie me la está chupando a mí! Uno tiene también su corazoncito y una polla entre las piernas a la que le gusta que le hagan cositas.
—Paco, se me está ocurriendo una idea.
Nos tendemos sobre las dos adjuntas camas, Mariano sigue con su infatigable labor, (cualquiera le quita la polla de la boca al muchacho, se ha agarrado a ella como un perro a un hueso), yo me acomodo entre sus piernas para poder comerle la suya y Paco hace lo mismo conmigo. El resultado final es un círculo perfecto, un plano digno de rodar por el gran Pedro Almodóvar.
La escena se prolonga unos minutos, los tres nos metemos bien en nuestro papel de mamones. Deduzco que mi amigo se la tiene que estar comiendo de escándalo a Paco, por las ganas con la que este chupa mi capullo.
No sé cómo se las apaña el gallego, pero cuando me quiero dar cuenta su lengua impregna de saliva mi agujero. ¡El muy cabrón sabe cómo ponerme a cien! Abro mis piernas en toda su amplitud, para facilitarle el camino y sus manos levantan ligeramente mis glúteos, hasta poner mi agujero a la altura de su boca. Al principio, se limita a pegarme unos tímidos bocaditos que me terminan llevando al séptimo cielo. Muerto de gusto como estoy, me olvido de seguir mamándosela a Mariano y me centro en abrir mis nalgas, para facilitarle el trabajo al húmedo intruso.
La lengua del gallego hurgando en mi hoyo, es más placer del que puedo soportar, mis manos se agarran a las sabanas intentando con ello que mi cuerpo sea capaz de contener todo el gozo que le están proporcionando. A cada lengüetazo que Paco da en mi ano, un ahogado quejido sale de mi garganta. Sin embargo, el disfrute todavía no ha llegado a su culmen, pues sus dedos, de una manera como pocas veces me lo han hecho, juegan a entrar en él.
Si algo he aprendido del galleguiño en las pocas horas que he pasado con él es que es un hombre poco paciente. Así que no me sorprende que, en cuanto comprueba que mi agujero está a punto de caramelo, le quite el nabo de la boca a Mariano y nos pida con cierta urgencia un preservativo.
Con la misma celeridad que rompe el envase del profiláctico y se lo coloca, acomoda su cipote en mi interior. Nada más ve que he dilatado lo suficiente, comienza a mover sus caderas al ritmo del baile del “meteysaca”. ¡Cómo folla el cabrón y qué pedazo de carajo tiene!
Mi amigo, con tal de no aburrirse, se agacha ante mí y empieza a mamarme el nabo. ¡Jo, qué gustazo! Uno petándome el culo y el otro pegándome un buen lavado de cabeza. Así me llevaba yo de aquí a Sevilla ¡ Y volver, y volver!…
—¡Pedazo… de Master… que te has …hecho… desde la… última vez ¡ Joeeer, … como la mamas!
—He tenido muy, pero que muy buen maestro— Me dice el muy cabronazo, sacándose la polla momentáneamente de la boca, a la vez que me hace un gesto burlesco.
Paco, casi me fuerza a tenderme sobre la cama, por lo que mi compañero de habitación no me puede seguir deleitando con su boca, así que le hago una señal para que se coloque delante de mi carao y tener acceso con mi boca a su churra. ¡Cómo me está follando el cabrón del gallego! Cuanto más empuja, mejor se la chupo yo a Mariano. El pobre no para de resoplar, tal como si no pudiera aguantar el placer que le proporciono. Creo que hace tiempo que no le pegan una mamada tan buena como la que le estoy dando. ¡Y es que en esto del sexo oral, como en todo, siempre ha habido clases!
En un intento de evitar que el Paquiño se corra, y se me acabe la fiesta, me desembarazo de él, con la excusa de que quiero que mi amigo me penetre. Sin contemplaciones, hago que Marianito se siente en el butacón que hay en la habitación, le doy el oportuno preservativo y cuando lo tiene puesto, me siento sobre él. Después del pollón que me acaban de meter, la de Mariano es coser y cantar. ¡Cuánto morbo me da la cara que pone el curita cuando practica el sexo! ¡Se ve que disfruta el cabrón!
Lo bueno de haber follado mucho con un tío, es que te conoces sus gustos al dedillo y sabes lo que tienes que hacer para que disfrute como un enano, sin llegar a correrse. El gallego, que me parece a mí no es muy amigo del voyerismo, se acopla al lado de mi amigo y le pone la polla cerca de su boca. Sin que tenga que decir nada, Mariano se mete la morcilla gallega en la boca y le propina una fenomenal mamada, al tiempo que sigue atravesando mi culo con su polla. Lo cierto y verdad, todo hay que decirlo, es que soy yo el que me estoy auto penetrando, que el pobre lleva un día de mucho trajín y bastante esfuerzo está haciendo con seguirnos el ritmo.
Pasamos un largo rato en esta postura, no sé qué me pone más cachondo si sentir como la polla de mi amigo inspeccionaba mi interior, o ver como se traga hasta la base el pedazo de troncho del gallego. No obstante, cuanto más calentorro se pone uno, más ganas tienen uno de sexo desmedido. Sin bajarme de la pértiga del tío vivo, una lucecita se enciende en mi cabeza. Sin vacilar un segundo, aparto a Mariano del cachivache de Paco (lo cual dicho de paso, no le hace ni pizca de gracia al curita) y le digo:
—Paquiño, ¿es usted tan amable de ponerse un condón?
Que niño tan obediente resulta ser mi “novio” de Vigo. Al poco ya lo tengo tras de mi con el carajo envuelto en látex y dispuesto a seguir follándome. Cuando Mariano ve a Paco preparado para darme “candela”, hace ademán de salirse de mi interior para dejarle sitio, pero yo le hago desistir de su intento diciendo:
—¿ Dónde vas chiquillo? Si hay sitio para los dos.
La cara de mi compañero de viaje al oír aquella barbaridad que acabo de soltar, no es un poema, son las obras completas de Alberti. ¡Cuánto disfruto rompiéndole los esquemas, je, je! Y es que las caritas que pone, no tienen precio.
—¿Estás seguro de que va a caber?—Me pregunta Paco con ese tono suyo tan característico de no saber de qué va la cosa.
—Sí, si han entrado en otras ocasiones, no sé por qué no ha de hacerlo ahora.
No sé si es el comentario que suelto, o la desfachatez con que lo suelto, el caso es que a los dos se les queda una cara de “¡No me lo puedo creer!”, que quita el sentio. ¡Cómo me ponen estas cosas!
A continuación, levanto un poco el trasero, para abrirle paso al gran salchichón del norte, el gallego se acopla como puede tras de mí, tras unos arduos intentos consigue introducir la punta. Yo me he pegado la vacilada de que no hay problema y que entran bien, pero mientras dilata y no dilata, siento una fuerte y dolorosa punzada. Me relajo cuanto puedo y poco a poco lo voy consiguiendo… ¡en mi interior tengo dos pollas!
Una vez pasado el primer momento, el dolor se diluye… ¡estoy gozando como nunca! No es la postura, ni el sexo en sí, es la química que hay entre los tres. Paco empuja su herramienta a través de mi esfínter y su placer se acrecienta por el roce con la tiesa polla de mi amigo. Noto dentro de mí, como al no haber espacio suficiente, se frota una con otra de un modo casi doloroso. ¡Estoy que voy a reventar de gusto! Dos nabos en mi interior y de dos tíos que me gustan cantidad ¿ Que más se puede pedir? Me encuentro cardíaco de tanta satisfacción. Sin querer eyaculo sobre el pecho de mi amigo. Paco se da cuenta de mi corrida, acelera la marcha y tanto él, como Mariano llegan al orgasmo al unísono.
Nos reincorporamos unos minutos después. Paco me da un beso y me pide permiso para darse una ducha. Mientras el gallego se refresca, miro a mi amigo. Su cara, como yo le digo siempre, es el reflejo de su alma. Está triste, preocupado por lo que acaba de suceder. Lo conozco tan bien que sé que no es por él, sino por mí.
—¿ Un “Bin Laden” por tus pensamientos?
— Me lo he pasado bien, pero…
—Esto no significa nada para mí, no te preocupes no lo voy a pasar mal. Además, si una noche no ligamos siempre nos podemos consolar mutuamente —Lo interrumpo haciendo alarde de una desfachatez impropia hasta de mí.
—Vale… Una pregunta, Jota… ¿Esto cuando se me va a bajar? —Dice señalando a su pinga.
—Pues eso hasta mañana te va a durar. Hoy después de comer todavía estaba yo un poquito. Si te quieres hacer una paja, por mí no te cortes, con la condición de que me dejes tranquilo —Le digo en tono risueño, con la única intención de tranquilizarlo.
—No, si ganas no tengo, lo que pasa es que duele un poco.
—Pues te jodes como Herodes… ¡Tanto experimentar, tanto experimentar!
Paco sale del baño, se viste rápidamente y nos da un beso de despedida a mí y a Mariano. (He de reconocer que el beso que me da es bastante más largo). Sé que en mi vida habrá más Paco y, que incluso mañana, puede que aparezca otro, incluso mejor que él. No obstante, los hasta luego siempre me ponen un poquito triste. Daños colaterales de ir tirándose a todo tío bueno que se me pone a tiro.