Una fiesta de cumpleaños bastante diferente
Llevo deambulando algún tiempo por un laberinto de sensaciones contradictorias Aquél día dejé que las yemas de mis dedos acariciasen, mi cuerpo, sumergido entre los recuerdos que me asaltaban. Sentía algunos placeres conocidos, pero otros en cambio se ocultaban tras un velo de enigmático deseo.
Recorrí mis recuerdos en busca de algo semejante a lo que deseaba sentir, pero ellos, mis recuerdos, parecían acordarse mejor de mí que yo de ellos. Se me ocurrió pensar que detrás de cada momento sensual vivido desde que comencé a leer el diario de mi hermano, detrás de cada excitación provocada, estaba en realidad toda mi vida, el cúmulo de vivencias que ha hecho de mi lo que soy. Estaba tan caliente que apenas sé cómo describirme en aquel momento.
Mis pezones asomaban tímidamente y sus extremos durísimos resaltaban bajo de mi camisón de dormir evocando otros lances ya vividos, e invitándome a retomar de nuevo el camino de los placeres más obscenos. Me sumergí en los recuerdos de mis sensaciones anteriores, de lecturas del diario en otros días, y la yema de mi dedo dibujó el pezón sobre la fina tela transparente.
Ahora escribo y describo lo que me pasó. Abrumada por la cantidad de lectores que han tenido mis relatos. Mis lectores me piden más y más. Son insaciables. Pero yo quiero dárselo, me excito dándome. Deseo que mis relatos sean un oasis de placer en vuestras vidas. Os agradezco vuestra fidelidad, vuestras cartas a mi correo. Vuestras obscenidades. Quiero que sepáis que sois vosotros los que me obligáis a seguir con vuestros excelentes. Gracias.
Han sido cientos de veces las que he sufrido el asalto de mis recuerdos de aquella singular fiesta en casa. No creo que pueda olvidar los detalles de aquellas horas que pasé en el final de año junto a las demás chicas. Mis relatos tienen ahora su continuación en aquella fiesta.
Hace dos días, yo estaba refugiada en la habitación de Carlos, mi hermano. Saqué con un fervor casi religioso el diario de Carlitos de su escondite, dispuesta a leerle ávidamente, sensualmente, como siempre. Antes de darme cuenta había caído sin remedio en los hechos lujuriosos que él relataba. Carlos destilaba en su escrito un frenesí inmenso. Estoy convencida de que desde sus recuerdos había escrito con una erección permanente, dejándose llevar por el latido de su poderoso leño. No sé muy bien lo que mi hermano buscaba al sentarse ante su diario, aunque lo intuyo.
Mis sensaciones comenzaban a nacer, a salir una tras otras, engendradas por la anterior, como unas muñecas rusas. Los minutos comenzaron a deslizarse sobre la lectura como un espejismo. Yo había vivido aquellos hechos, pero mi hermano los relataba de otra forma, dándoles otras carnes, otros giros y un embelesamiento ilimitado. Enterrada en la luz metálica de la lamparita del escritorio de Carlos mi vida había cambiado. Había descubierto un mundo de imagines y sensaciones totalmente desconocido.
A pesar de mis prejuicios morales sobre si era correcto todo lo que me estaba sucediendo, los hechos eran tan poderosos, tan reales, que me sentía arrastrada a un túnel de pasiones del que no quería escapar. Durante las lecturas del sorprendente diario de Carlos, me envolvía el sortilegio de su historia, que no era la mía. Miré fuera, más allá del cristal de la ventana del dormitorio de mi hermano. El oro del atardecer goteaba salpicando los árboles y las casas. Me encontraba algo fatigada, pero me dispuse a leer.
En las primeras páginas Carlos describía de nuevo su amor platónico por la gordita Luisa, nuestra amiga y vecina. Contando su enajenación por ella y jurando amor eterno. Aquella parte la leí sin profundizar, aunque me ayudó a comprender su psiquis del momento concreto. Más tarde llegué en mi lectura a los días del final de 2018:
Aquel día yo estaba despierto en mi cama escuchando a mi hermana y sus amigas haciendo un jaleo espantoso en la planta de abajo. No puede haber cosa en el mundo más estridente que un grupo de chicas de celebración. El 18 cumpleaños de Salomé era el responsable de todo aquel alboroto. Había invitado a dos de sus amigas para la ceremonia tan señalada. Se me ocurrió pensar en que aquellas chicas disfrutaban inocentemente, o tal vez no tan inocentemente, del placer de contemplarse desnudas en las duchas del vestuario, después de su deporte. Me imaginé entre ellas.
Un secreto vale lo que vale la fidelidad de la persona con la que lo compartes. Yo estaba y sigo estando dispuesta a guardar los secretos que leo en el diario de Carlos. Hasta la muerte si es preciso. ¡Me resultaba tan deliciosa la sensación de entrar dentro de su alma!, de vivir su erotismo, la excitación que le provocábamos Salomé y yo. El vicio de colarme a hurtadillas en su mundo privado me llevaba a la cima del erotismo.
Soñando despierto sobre mi hermana Salomé en aquellas duchas, la imaginé desnuda. Mi mano envolvió mi estaca que comenzaba a hincharse febril por los sonidos, las voces y las risas de aquellas chicas amigas suyas en la fiesta. No pude evitar imaginarme agarrando el pelito corto y rubio de mi hermana pequeña, tirando de él hasta provocar su quejido. La imaginaba mirándome a los ojos, con los labios ligeramente separados. Sumisa. Dispuesta.
Desde la noche en la que ella forzó a Teresa a abrir sus piernas y recibirla entre ellas, el dibujo de la boca de Salomé se ha vuelto para mí en la imagen más deseable del universo. La he soñado de mil formas, con los tirantes de su top caídos deliciosamente, deslizando su mano como el viento sobre un trigal, recorriéndose su estómago y llegando a sus senos blancos, con la mano escondida bajo la parte superior, ahuecándose, amoldando perfectamente sus deditos el tierno terreno, girando el pulgar alrededor del botón. Y entonces mi sueño siempre llega al mismo sitio. Su lengua se desliza fuera de la boca, invitadora, retadora. Me mira y mi bastón encaja perfectamente entre sus dos labios de cereza, su mirada sutil reposando en mis ojos. Ella mansa, rendida de rodillas, mis bóxers a medio muslo. ¡Dios! Es una fotografía fija en mis sueños que no puedo evitar.
Carlos escribía, estoy convencida, con su erección presente. Todo aquel fantasear, de ensoñar la flor y nata del placer con nuestra hermana pequeña. Adherido perpetuamente a esa desviación que le obsesionaba. Nosotras, sus hermanas. Sus deseos no dejaban de estar preñados de hondo romanticismo, aunque lo carnal se imponía indiscutiblemente.
Sentada en el escritorio de mi hermano, dispuesta a disfrutar de cada frase plasmada en su diario, dejé que mi mano tirase del tanga hasta situarlo en mis tobillos. No hizo falta más para sentir un generoso manantial de humedad acudir caliente y espeso entre los labios de mi entrepierna. Antes de continuar con la lectura, discurrí con la yema de mi dedo índice por aquel territorio que tan bien conoce. Uffffffff ¡Cuánto placer!
Mis ojos volvieron a la lectura:
La mano derecha de Salomé, en mis fantasías, agarra la base de mi árbol mientras mama y gira su lengua alrededor de la cabeza hinchada, a punto de explotar. Mi bálano desprende efluvios cuyo sabor degusta sibilinamente su boquita, mientras su mano izquierda acaricia mis abdominales, y se desliza como la bruma sobre mis pectorales. Su pulgar se pierde en giros alrededor de mi pezón. Caemos de espaldas sobre una cama. En mis sueños no sé qué cama es, ni de qué habitación. Ella se mueve hacia arriba en mi cuerpo, todavía agarrando mi dureza y apretándola suavemente. Sus labios rozan los míos y mis manos agarran sus hombros, volviéndola sobre su espalda.
En esos pensamientos estaba aquel día, el de la fiesta de Salomé, cuando se asomó a mi habitación una de sus amigas, Maite. La observé mientras me tapaba las vergüenzas con el edredón, temeroso de cruzar mi mirada con la aquella chica en semejantes circunstancias. Su cuerpo vestía una piel pálida, casi translúcida. Era de rasgos aguileños, delgada, un pelo negro y sedoso enmarcaba un rostro que me pareció de porcelana. Le calculaba unos 20 años, uno más que yo sí que tenía, seguro. Algo mágico en su porte y en su forma de llevar el alma me hizo soñar que era un ángel, un ser sin edad.
Con la estaca todavía en la mano, me camuflé debajo de las sábanas asomando mi cabeza sobre la almohada.
– ¿Sí? ¿Qué quieres? –dije aplastando la dureza de mi entrepierna contra el estómago para que la chica no notase nada.
¡Qué bella Maite! La conozco de verla mil veces con Salomé. Me preguntó con una voz apenas susurrada, como un soplo de brisa en el bosque:
– ¿Todavía estás despierto? –su voz sonó dulce e inteligente. En mis sueños he yacido también con ella.
Alucino con la forma de describir de Carlos. Imagino cada segundo de su excitación y a Maite sorprendiéndole en mitad de sus tocamientos.
No podía creer lo que sucedía. Continúa Carlos en su diario. Maite abría por completo la puerta y entraba en el interior de mi dormitorio. Josefina, la otra amiga de Salomé invitada a la fiesta, la seguía de cerca. Llegaron hasta mi cama y Maite se sentó en el borde. Ambas chicas parecían atrapadas en un estado de plena juventud. Como dos maniquíes de una tienda de ropa cara. Yo intentaba averiguar sus intenciones, bajo esos cuellos de cisne. Estaba muy oscuro en la habitación, pero había suficiente claridad como para que ellas adivinasen que bajo mi edredón había algo oculto. La mirada de las dos chicas palpaba el vacío, capturando las formas que dibujaban mis manos al disimular lo que tenía entre ellas.
Maite estaba sentada y su mano rozó mi miembro “accidentalmente” al recuperar la postura junto a mí. Casi me muero de vergüenza.
–Nos ha dicho tu hermana Salomé, que si no te importaría venir a jugar con nosotras. Hemos ideado un juego y nos hace falta un chico.
–De ninguna manera –dije azorado por la propuesta. Sus pupilas de mármol y sus dientes blancos resaltaban en la oscuridad. No estaba dispuesto a internarme en medio de aquella manada de lobas envalentonadas por el alcohol.
–No vamos a dejar que te niegues –dijo Maite. –Salomé cumple hoy sus 18 años.
Los labios de Josefina esbozaron una sonrisa tímida y temblorosa, girando la cabeza hacia un lado para tratar de ocultarla. Creo que se había dado cuenta de lo que yo escondía. Maite me miró directamente a los ojos y empujó a Josefina juguetonamente. Josefina se mordió el labio, pero no pudo dejar de reírse. Se le notaban las copas.
– ¿Ahora mismo? Iba a dormir.
–Si no bajas en cinco minutos subiremos todas a buscarte. ¡Vámonos Josefina! –dijo Maite incorporándose y tomando a su amiga de la mano. Ambas salieron dejando la puerta de mi cuarto abierta.
Se produjo un inmenso vacío en mi estómago. No estaba seguro de poder levantarme. No se me ocurrió preguntarles a qué juego pensaban jugar, pero un nido de avispas se instaló en mi estómago.
Ambas llevaban camisetas que llegaban ligeramente por debajo de la cintura de sus pantalones cortos deportivos de algodón. En las camisetas ponía en letras doradas. Feliz 18 SALOMÉ. El dobladillo de los pantalones cortos de Maite estaba tan solo unos milímetros por debajo de la separación de sus piernas increíbles y no llevaba zapatos ni medias. Mientras se alejaba, me sorprendí intentando mirar el nacimiento de sus glúteos. Su cabello se derramaba a un lado sobre su hombro derecho.
Josefina vestía calcetines deportivos por debajo de sus tobillos. Sus piernas delgadas estaban coronadas por un trasero potente, joven y suculento, cuya hendidura prometía infartos tras los pantaloncitos cortos de algodón azul. Mis ojos se enamoraron de aquellas piernas sin vello e imaginé lo delicioso que podría ser pasar mi mano por el interior de aquellos tersos muslos, ahuecar discretamente sus pantalones separarlos y tantear… Ufff.
Descubrir las dudas de mi hermanito a la invitación de aquel día. Sus pensamientos. Su tremenda excitación. Ya he comentado que la timidez de Carlos me provoca si cabe aun más calor. Leía el diario sin dejar de manosear con delicadez mi humedad desnuda y obscena, como si fuera de cristal transparente. Me había puesto tan cachonda que temía que todo se fuera a quebrar si interrumpía mi lectura. Pero debía parar la mano si no quería tener el orgasmo en aquel mismo instante, así que abandoné y pasé a remangar mi camisón por encima de los senos, a donde dirigí mis atenciones para seguir leyendo. Me esperaban mis pezones duros, enhiestos, mirando al cielo
Estaba casi erecto. No pude conseguir dejar mi instrumento totalmente en reposo después de que ellas se fueran. Me levanté de la cama y saqué mis bóxers de debajo de las sábanas. Luego me puse mis pantalones cortos que estaban junto con mi camisa en una silla. Me puse también la camisa, abrí la puerta de mi habitación y bajé las escaleras.
Mi hermana, Salomé, estaba esperando al final de los peldaños. Me pedía silencio con su dedo apoyado en los labios. Señaló hacia la puerta del salón. Las chicas habían entrado allí.
Siguiendo las indicaciones de Salomé, caminé sigilosamente de puntillas hasta la puerta, luego mi hermanita entró y me presento a las invitadas.
–Chicas. Mi hermano Carlos.
Fruto de los tragos de más, todas aplaudieron ruidosamente. Al llegar Salomé se sentó junto a las demás, en el suelo. Mi hermana mayor, Teresa, estaba también con ellas.
Salomé, Teresa, Maite y Josefina tenían sus bebidas en la mano. Parecían combinados de distintas bebidas, en copas anchas con hielo. Tenían servidas junto a ellas un par de copas de ginebra con tónica. Eran para mí.
–Te llevamos demasiada ventaja Carlitos. Debes beber tus dos copas de un trago –ordenó mi hermana mayor.
Recordé aquel momento en la fiesta de Salomé. Y cómo le había obligado a beber al pobre Carlos sus dos cubatas casi sin respirar. Yo sabía los efectos que la bebida tenía sobre nuestro hermanito y mi intención no era otra que conseguir que antes de que la fiesta terminase, Carlos padeciese una de sus pérdidas de conocimiento. Nosotras estábamos borrachitas, nos reíamos con cualquier tontería. Pero Carlos, por su timidez, se mantenía discretamente en silencio. Era como jugar con un muñeco de guiñol.
Éramos cuatro chicas, el sueño de cualquier hombre. Pero Carlos estaba hecho un flan. Nuestros cuerpos se insinuaban bajo los pliegues de las ropas. Nuestros hombros suaves, el talle de nuestras divinas cinturas. Salomé, con las piernas cruzadas, dejaba ver buena parte de las ingles y Carlos no pudo dejar de mirarla. Maite y Josefina estaban sentadas con las piernas extendidas. Las cuatro en círculo. Yo miré a Carlos y le regalé una sonrisa de tranquilidad, pero a la vez subí el pecho contra mi camiseta para adoptar un gesto desafiante, muy sensual.
Y ahora la lectura del diario de Carlos y mis recuerdos me habían vuelto a colocar en aquel momento y a revivir todo lo que pasó. Respiraba con dificultad sentada tras el escritorio y los pellizcos sobre mis pezones me hacían gemir de vez en cuando. Continué con la lectura, que cada vez se ponía más y más morbosa.
–Juguemos a adivina que he tomado –dijo mi hermana Salomé de repente. Debían de tenerlo hablado porque todas echaron a reír al tiempo.
– ¿De qué va ese juego? –pregunté algo nervioso.
–Hemos de vendarte los ojos y luego has de adivinar lo que hayamos tomado nosotras.
– ¿Adivinarlo? ¿Y cómo se supone que debo hacerlo?
–Ya lo verás –dijo Salomé. Todas las chicas rieron de nuevo.
Me colocaron en medio de ellas. Maite alzó sus manos de nieve con un pañuelo de seda en ellas. Su tacto era firme y dulce al mismo tiempo. Mientras me vendaba los ojos, sus dedos recorrieron mis mejillas y pómulos. Yo inmóvil, casi sin atreverme a respirar. Una vez vendado sentí el roce de varias manos en mi frente y mi pelo. Los dedos de alguna de ella se detuvieron en mis labios, dibujando mi boca con su dedo índice y el anular al mismo tiempo. Aquella piel olía a canela.
Tragué saliva intentando reprimir una inminente erección que no quería tener por miedo a sus burlas. Mi pulso subió como un torrente de lava. Estoy convencido de que me sonrojé, sumergido en la oscuridad de la venda en mis ojos. En aquel momento, en aquella fiesta de cumpleaños mis dos hermanas y sus dos amigas me habían robado la voluntad. Amparadas por mi ceguera forzosa sus manos, de las que no sabía la dueña, escribieron en mi piel líneas de deseo y erotismo nunca vividos.
–Comenzará Teresa –sentenció Salome, árbitro del juego.
Mi hermana mayor tomó un gran trago de su vodka con naranja, unió sus labios con los míos y comenzó a derramarlo dentro de mi boca, ante la algarabía de las demás.
–Debes tragarlo.
El pobre Carlos no lo sabía, pero el plan ya estaba diseñado. Un maléfico plan para hacerle caer en unos de sus ataques de cataplegia.
Tras beber de la boca de Teresa, sentí su lengua jugar con la mía lo que no ayudó a disminuir la hinchazón entre mis piernas. Ya no me importaban sus risas y burlas. Me estaba poniendo definitivamente burro. Muy burro.
Luego fue Salomé y su ron con coca cola. Supe que era ella por la manera tan evidente, casi violenta de chuparme los labios tras el trago. Llevaba unos pantalones cortos rojos que se ajustaban firmemente sobre el delicioso montículo. Pero le quedaban flojos en las piernas, casi había podido ver sus bragas hacía unos minutos cuando se sentó con las piernas abiertas.
–Ahora es mi turno –dijo Maite.
Noté su cuerpo temblando ligeramente debajo de su camiseta. Ella inclinó su cabeza levemente hacia la izquierda y después de darme de su bebida, vermut, me lamió internamente los dientes y las encías. Luego sacó la lengua suavemente, dejó sus brazos detrás en la espalda, y empujó sus senos hacia mí. Mi remo estaba ya totalmente a punto.
Josefina era la siguiente, se levantó un poco sobre las puntas de sus pies, pues era la más bajita. No quiso ser la más tímida y a la vez que me daba el sorbo de su ron con coca cola, igual que el de Salomé, me agarró de las caderas y restregó su vientre contra el bulto tremendo que lucía mi entrepierna.
Si seguía bebiendo perdería el conocimiento y no disfrutaría de aquello. Debía adelantarme. Sin previo aviso me desplomé en el suelo. Con mi fardo duro apuntando al techo.
Maite y Josefina gritaron por la falta de costumbre. Pero mis hermanas las tranquilizaron.
–Leer su tarjeta –dijeron extrayendo mi tarjeta de urgencias del bolsillo de los pantalones.
EL POSEEDOR DE ESTE CARNET SUFRE ATAQUES DE CATAPLEGIA. SI SE QUEDA DORMIDO DE REPENTE NO INTENTE DESPERTARLO. LIMÍTESE A PONERLO CÓMODO. SI PASASE DEMASIADO TIEMPO SIN DESPERTAR, PÓNGASE EN CONTACTO CON ALGUNO DE LOS TELEFONOS DE CONTACTO. MUCHAS GRACIAS.
Entre todas me pusieron cómodo. Una manta doblada en el suelo fue mi colchón, y los cojines del sofá se trasformaron en mi almohada.
–Ahora el juego sigue conmigo de ama y vosotras de esclavas –dijo Salomé. –Es mi cumpleaños y debéis obedecerme.
Desnudar a Carlos.
Mi erección bajó al oír aquello, pero no tan rápido como para que disminuyese demasiado.
–Desnudaros vosotras también.
Un mar de risitas ahogadas inundó el salón. Mis ojos vendados me impedían ver, pero me facilitaban el no tener que andar forzándome para no abrirlos.
Uffffff pasar una noche de asueto en manos de mis cuatro ninfas.
–Hemos de jugar con él, pero sin…. Ya sabéis –dijo mi hermanita, refiriéndose obviamente a las penetraciones. La misma Salomé quiso ejercer de profesora. Ella también se había desnudado. Mi tranca quedó encajada entre los cachetes de su trasero, sentada sobre mí. Cogió una de mis manos y colocó mis dedos sin vida entre mi vástago duro y su rajita, con los dedos hacia ella.
Las otras tres la miraban con los ojos abiertos, sin atreverse a tomar decisión alguna. Pero Salomé comenzó a gemir y dio nuevas órdenes.
–Maite y Josefina. Arrodillaros a ambos lados de mi hermano y lamerle y morderle las tetillas.
–Sí, susurró Maite en voz baja.
Yo había comenzado a tocarme, como me estaba tocando ahora con mi lectura. Viendo a nuestras invitadas lamiendo y mordiendo los pezones de mí hermano. Sentí, lo confieso, un ataque de celos. Y ahora que leía a mi hermanito describir los acontecimientos, mi mente viajaba y recordaba cada detalle. Sus pechos estaban duros, y sus pezones apuntaban hacia arriba. Tenían unas tetas pequeñas y bonitas. Y yo, mirándolas desnudas, comenzaba a preguntarme cómo sabrían sus pezones en mi boca.
Los ojos de Salomé se dirigieron a los míos con un brillo malvado mientras se recostó para descansar sobre su brazo derecho. Su brazo izquierdo se deslizó por sus piernas, y su estómago, hasta llegar a sus pechitos. Uno de sus dedos rodó alrededor de su pezón. Me miraba la muy zorra. Dio vueltas y presionó en el centro, dio vueltas y presionó de nuevo, mientras el resto de su mano amasaba la teta. Se estaba tocando para mí. Sus ojos se cerraron por el placer. Su dedo acarició más delicadamente el pezón, luego la mano se deslizó por su estómago y se metió entre sus piernas. Mis ojos estaban fijos en aquella mano de Salomé, aunque de reojo miraba el bálano de Carlos, que había quedado sin cuidados.
Nuestras amigas también la veían, haciendo descansos en la faena sobre las tetillas de Carlos. Salomé sintiéndose protagonista, deslizó un dedo entre sus labios inferiores, acariciando su orificio, luego viajó con los dedos hacia arriba para ocuparse de su clítoris. Su mano se movía más rápida, su dedo índice y medio giraban alocados ente los labios gruesos. Nos miró a las tres y sin dejar de tocarse y fregarse, círculos y círculos, más y más rápidos, agarró el áspid de Carlitos y lo masturbó al mismo ritmo, hasta que le sobrevino el primer espasmo de su clímax.
Luego continuó acariciándose.
–Josefina –dijo en voz baja. –Atrévete. Chúpale a mi hermano su cosa.
Dejé mis recuerdos para leer en el diario de Carlos aquel momento.
No sería capaz de hacer tal cosa. Pensé. Cuando Salomé ordeno aquello a Josefina. La sentí llegar a cuatro patas. Gateando sobre mí. Pude hacerme un ligero hueco en la venda para ver. Salome se recostó y examinó las tetas de Josefina, luego el trasero, mientras Josefina lentamente se colocaba en posición sobre mis partes. La invitada me miró directamente a la venda y yo cerré los ojos y acercó su rostro a centímetros del leño duro como el hierro.
Estaba estupefacto. Josefina se había metido completamente en el juego y ahora estaba a punto de comérmela. Yo estaba duro como una roca al ver a Salomé jugar consigo misma, y nada en mi vida me ha dado más placer que el ver llegar los labios de Josefina alrededor de mi hinchazón. Me besó suavemente y luego me lamió. Sus manos agarraron mis bolas.
Salomé estaba encorvada mirando fijamente las acciones de Josefina, pero Josefina había perdido todo pudor. La amiga de mi hermana tomó el leño en sus manos, lo subió y bajó suavemente una vez. Su trasero sobresalía detrás de ella mientras se arrodillaba en el suelo. Sus pechitos blancos colgaban. Su boca se acercó a mi estaca y volcó su aliento sobre ella mientras sacaba la lengua para saborearla. Deslizó su mano hasta la cabeza, luego lamió la base. Estaba claro que nunca había hecho algo así antes, pero definitivamente se notaba que quería aprender a hacerlo. Su mano jugó con mis bolas sueltas sopesando de lo que eran capaces.
Mi hermana miró mi estaca con asombro, su boca se abría con ganas de tomar el relevo. Sus senos colgaban. Sus pezones estaban duros.
Una vez más su lengua salió para probar mi manivela, y se deslizó a todo lo largo hasta la punta. Movía su mano en la base para moverlo dentro de su boca. Su húmedo calor al succionarme se sentía celestial. Su lengua se deslizó contra la parte inferior de mi cabeza, saboreándome. No puede aguantar más.
Sentí el surtidor brotar desde dentro de mí. El cabello de Josefina se cayó de sus hombros y me rozó el estómago con cada brote. Todo su cuerpo se había concentrado en el trabajo e incluso su trasero apretado se balanceaba arriba y abajo al mismo tiempo que su boca y mis viajes.
Mi hermana perdió un poco el equilibrio. Sus senos no estaban lejos de mi cara y comencé a sentirlos, rebotando en mi nariz. La boca de Josefina se sentía tan bien en mi estaca, y el olor de su gatito comenzaba a llegar a mi nariz. Estaba correando de excitación.
–Debes resucitar el leño de mi hermano. Dijo Salomé. Maite miró a Josefina con cara de reproche. Nunca se había comido una culebra así. Maite me miró. Ahora le tocaba hacerse cargo a ella del guiñapo en el que la había convertido Josefina. Una brisa nueva agitó mi estaca cuando vi a través de la venda venir a Maite.
Los ojos de Maite volvieron a mirarme, luego se volvió hacia Josefina y dijo: –Sabes que no he estado con nadie tampoco.
La mano de Salomé tocó mi muslo y se deslizó hacia arriba, haciéndome saber que estaba allí. Cuando sus dedos rozaron mi estaca, ésta se enderezó de nuevo. Dos chicas tocándome en una noche. Dos chicas que nunca me habían tocado, y no les importaba que estuviesen mis hermanas como público.
Maite siguió el ejemplo de Josefina y se arrastró hacia mí Olía genial, como el perfume de frutas. Cerré los ojos y disfruté el beso. Lentamente abrí mi boca y ella abrió la suya al compás de la mía. Su lengua me penetró y jugó dentro de mi boca.
Siguió empujándose contra mí, hasta acostarse totalmente encima. Suavemente conectó su colina caliente en mi cilindro desnudo mientras me besaba la boca. Empujaba sui lengua más y más adentro de la mía.
Luego dejó de besar mi boca y se acercó a mi mejilla. Se inclinó hacia mi oreja. Teresa cogió una de mis manos y la coloco en el lugar exacto donde su trasero se transformaba en gatito, Gimió en mi oído. Suavemente la mano de Teresa dirigió mis dedos, masajeé esa área, arriba y abajo, metiendo mi mano en. Maite aplastó mi estaca contra su promontorio con más fuerza.
Su lengua se movió y probó mi oído. –Te he deseado mucho tiempo, Carlos –me susurró. Sentí su voz profunda en mi oído.
Sus pechos me empujaron. Salomé se había acercado a mí y estaba acariciando el lado izquierdo de mi cuerpo. Sus manos nos acariciaban tanto a Maite como a mí mientras me besaba y lamía la oreja. Mi erección volvió a ser durísima.
Josefina se colocó entonces entre Salomé y nosotros. Besó cada parte del cuerpo de Maite Ella ronroneó mientras me acercaba a su agujero. Casi involuntariamente deslizó su peso y accidentalmente mi leño apareció entre sus labios húmedos. Se sobresaltó un poco cuando mi punta encontró su abertura.
Salomé había estado sentada, observando todo lo que sucedía. Dos de sus mejores amigas jugando con su hermano, mientras se tumbaban casi follando en el piso de la casa de papá. Cuando miré a Salomé, estaba claro que quería rabo. Se arrastró hasta nuestros pies y deslizó sus manos por el interior de los muslos de Maite.
Sus manos se movieron acercándose al lugar donde se unían nuestras piernas. Podía sentir la división en los labios de Maite. Cada vez que me deslizaba más cerca de su clítoris, ella levantaba el trasero para que yo pudiera encontrar volver al sitio de partida.
Los labios cubiertos de babas rodearon mi estaca. Me deslicé entre su agujerito y su valle. El culo de Maite se elevó en el aire. Mi cilindro estaba viajando ente los labios y el clítoris. El culo de ella se movía hacia abajo, rozando y rozando contra mí estaca mil veces.
El gatito caliente, resbaladizo y celestial de Maite se deslizaba contra mi estaca dura de forma tan directa que creí morir. Sentí una mano agarrar mi leño, y cuando miré a través del vendaje hacia abajo, vi que era mi hermana que me colocaba contra el agujero de Maite, y ésta, ronroneando comenzó a metérselo dentro. Tan lentamente que me costaba respirar de excitación.
Sentí euforia cuando mi bastón se deslizó por fin hasta la mitad dentro de Maite. Mi hermana la movía a ella agarrándola del culo, hacia adelante y hacia atrás. Asía el trasero de Maite y la levantaba ligeramente. A mi hermana le encantaba dirigir el empuje de la penetración.
Mientras me deslizaba lentamente en el apretado gatito de Maite, ella arqueaba la espalda. Sus ojos cerrados mientras disfrutaba la sensación de mi estaca llenando su cuerpo. Sus senos se balanceaban colgando sobre mí.
La cabeza se deslizó muy adentro y mi hermana me agarró las pelotas y para jugar con ellas. Maite todavía estaba curvada hacia arriba, y Salomé se inclinó para besarme en la boca. Su lengua jugó con la mía. Maite se retiró solo un poco, para acomodarse y comenzar a empujarme dentro de ella de nuevo. Acostada sobre mí, besándome apasionadamente.
A continuación se sentó y puso las rodillas a cada lado. Apretó y puso nuestros genitales aún más juntos, físicamente pegados. La parte inferior de los labios de su gatito ahora descansaba sobre mis bolas, y lentamente comenzó a moverse hacia arriba y hacia abajo. Sus ojos cerrados. Gemía y volvía a gemir.
Su túnel se deslizó por mi leño y sentí cada pulso de sus músculos internos. Su vaina caliente me agarraba. Me lo hacía con un ritmo lento y dulce. Josefina se inclinó y chupó mi pezón con su boca. Giró su lengua alrededor mientras Maite me montaba.
Josefina chupaba de nuevo mi pezón con sus labios y lengua mientras su mano se acercó para palpar la base de mi penetración y el gatito traspasado de su amiga. Salomé se inclinó de nuevo y me besó con fuerza, su lengua lamiendo mi boca, saboreando a su hermanito.
Luego colocó mis dedos y los deslizó por su hendidura caliente mientras Maite aceleraba su ritmo. Las manos de Maite descansan sobre mis caderas. Mi hermana Teresa que estaba mirando y masturbándose, de golpe se levantó del suelo y se sentó detrás de Maite jugando con su cabello, sobando su culo y restregándole las tetas por la espalda
El grito de Maite fue poderoso y agudo, nos avisó a todos de su llegada. No pude evitar pintar el interior de sus paredes de Maite con el blanco de mi segunda venida. Todo temblaba dentro de la cueva. Su orgasmo continuó más allá del final del mío.
Finalmente, ella se derrumbó sobre mí, su gatito todavía temblaba en mi estaca, sus brazos intentan apretar mi cuerpo contra el de ella. Se quedó así, encima de mí durante muchos minutos. Las otras chicas no querían romper la magia de la primera vez de su amiga.
Salomé exclamó: –Guau, esto no estaba previsto. Desde hoy cumplimos años las dos a la vez. Maite rió.