Una hermana capaz de complacerme en todo
Hermana Complaciente.
(Micro-Relato)
No estaba segura de por qué le permitió a su hermano hacer eso. Al principio creyó que él lo decía en broma; pero en realidad iba muy en serio. Sí, más de una vez ella lo había sorprendido haciéndose una paja y ya conocía el tamaño de su verga; pero nunca la había visto de cerca.
El solo hecho de haber visto ese pene erecto le provocó sensaciones que nunca había experimentado. Cuando accedió a la petición de su hermano, ella estaba acostada, en ropa interior: un corpiño negro que ni siquiera llegaba a cubrirle los pezones, y una tanga haciendo juego.
Su hermano no le dio oportunidad de arrepentirse, se colocó sobre ella y sacó la verga, la tenía tan dura que las venas parecían a punto de estallar. Ella se quedó boquiabierta, mirando como él empezaba a pajearse, con una intensidad bestial.
Ella se asustó, quiso decirle que se detuviera, que había ido demasiado lejos y que todo había sido una simple broma. Pero las palabras no llegaron a su boca. El tamaño de la pija la dejó anonadada y no podía apartar la mirada de esa mano que subía y bajaba a toda velocidad.
Él le miró las tetas, sin ningún tipo de disimulo, ella era consciente de que exponía parte de sus pezones, pero no hizo nada por cubrirlos. Le daba un poquito de morbo pensar que él se había excitado fantaseando con las tetas de su propia hermana.
Había visto a su hermano pajearse, incluso se enojó con él, por hacerlo en lugares comunes de la casa. Ahora entendía todo, él pretendía que ella lo vieja pajeándose; éste era su morbo. Quería una audiencia femenina.
Nunca lo había visto eyacular. Se sorprendió cuando los chorros de leche empezaron a saltar, justo entre sus tetas. Su hermano la había marcado, como si ella fuera una puta. Ni a su novio le permitía semejante atrevimiento. Pero él no tenía una pija así… tan grande, tan viril.
Su hermano abandonó la habitación, dejándola sola con sus pensamientos, y con su excitación. Porque no era inmune al morbo. La sangre caliente se le subió a la cabeza y, casi sin que se diera cuenta, su mano izquierda bajó hasta su entrepierna y se coló por debajo de la tanga.
Tenía la concha mojada y sus labios se abrieron ante el menor roce. Gimió, suspiró y empezó a pajearse, como lo había hecho su hermano, segundos antes. No se molestó en quitar el semen que le cubría las tetas, al contrario, disfrutó la tibieza de ese líquido blanco y espeso.
Se metió los dedos en la concha, imaginando cómo sería tener dentro una pija tan grande como la de su hermano. No podía saberlo; pero de una cosa sí estaba segura: la próxima vez que su hermano le pidiera pajearse encima de ella, diría que sí, sin chistar…
…y quién sabe, tal vez hasta se animaría a brindarle algún tipo de ayuda. Al fin y al cabo su boca está sedienta de cremoso y abundante semen.
-FIN-
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