Una jovencita de campo necesita un poco de acción
Vivir en una zona rural española, de pequeños caseríos aislados, hacen que una no tenga muchas oportunidades de conocer hombres, y los que pueda conocer en ocasiones están muy cerca de la casa o no son los apropiados.
Nací en un pueblo cántabro, mi casa estaba la verdad en medio de la nada, bosques y más bosques, lo más cerca un matrimonio ya cuarentón, compuesto por una cántabra y un árabe que al igual que nosotros, se dedicaba a las faenas del ganado, los demás vivían pues, a unos cuánto s kilómetros más alejados
Yo, no es que sea bonita, aunque mis distintos globos siempre llamaron la atención de mis vecinos. Mis tetas y culo, eran mi mejor cartel y yo desde mi introversión los enseñoreaba con orgullo. Además en eso del sexo la verdad es que fui bastante precoz, tal vez por nacer en un medio rural, donde pronto empiezas a ser observadora y ves que eso del follar es casi pan de cada día; cuando no era el toro, era el caballo, cuando no eran folladas las perras, incluso mi madre antes de quedar viuda, era asaltada con cierta asiduidad por mi padre en cualquier circunstancia.
Pero lo cierto es que esa soledad, y la malas pulgas de mi padre hizo que mis potenciales amantes no se atrevieran ni acerarse a casa, y a veces ni tocarme un pelo.
Yo, tenía ganas de hombre, creo que lo llevaba en la sangre, pues ya desde pequeña sentía picor en la almeja, y no dudaba en darme algunos frotes, para alboroto de los padres y de las profesoras; metida más allá de la adolescencia atesoraba cuanta revista porno podía robarle a mi padre y procuraba darme cuanta satisfacción podía, me servía igual la mano que las hortalizas.
Pero necesitaba un hombre, quería saber que se sentía cuando a una le introducen un buen rabo, y a juzgar por las caras de las actrices pornos, aquello debía ser grandioso. Pero la ocasión no se presentaba fácil y más desde que había muerto padre, pues ya apenas si me podía apartar de la hacienda.
La ocasión se presentó, cuando mi vecino Hamed, se le murió su mujer, tras algunos meses de trabajo en solitario en la granja, terminó acudiendo a mi madre para que alguna de nosotras nos acercásemos de vez en cuando por la casa, para realizarles las tareas domésticas, mi madre trató con Hamed, que sería ella la que iría dos veces a la semana, para darle una “vuelta” a la casa.
Madre empezó a bajar al caserío del vecino; durante las primeras semanas veía que subía renegando y no deseando volver, luego observé que iba más veces de las concertadas y que venía con cierta chispa en los ojos y que sus colorados papos de cántabra siempre venían como encandilados de color.
Intrigada por aquél cambio comencé a espiarla. Normalmente estaba sola en la casa del vecino, pero a media mañana aparecía éste y como que no quería la cosa, estaban su buen rato dentro los dos, lo que me hizo fantasear y sospechar.
No me equivocaba ni un pelo, mi madre una mocetona de papos colorados y de importantes volúmenes, desde que había muerto padre, estaba cabizbaja y con tratamiento a base de pastillas para dormir, luego pasó a una fase donde andaba “rabuca” y yo creo que se lo hacía con el perro de casa, aunque nada de ello puedo asegurar. Cuando comenzó a bajar a la Linde, como llamábamos la casa de Hamed, algo ocurrió para que mi madre recobrara el color..
Aquel martes, madre bajó bien de mañana, a eso de las once, hora del almuerzo, me acerqué hasta La Linde y desde el bosque vi que Hamed se dirigía también hacia la casa una vez ellos dentro, yo me dirigí a un ventanuco que daba al desván, desde donde podía ver parte de las casa por las distintas rendijas de la madera,
Madre estaba haciendo la limpieza de las habitaciones y sacando multitud de revistas eróticas debajo de la cama, en eso que llegó Hamed y como si fuera natural ya entre ellos, levantó la falda a mi madre y le sobó largamente el culo, alabándola por no llevar las pantaletas puestas, mi madre se arrodilló y sacó de la bragueta del árabe un enorme cipotón, oscuro largo como la de un burro, que se puso a oler y a lamer desenfrenada.
No tardaron en rodar juntos por la habitación, cuando los veía cuando desaparecían de mi campo de observación, rodaban pecho con pecho, ensartados sin que yo pudiera ver nada de la coyunda, aunque esta posición no parecía gustarles, a una invitación de mi madre se deslió la madeja y ésta cogió por aquel hermosote nabo al berebere; un nabo como digo grande y negro un tanto flácido que parecía hacerle mucho gusto a madre.
Cogidos de tan peculiar manera mi madre se inclinó sobre el tablero trasero de la cama, levantó todo su faldamento e invitó a Hamed a proceder: un fuerte escupitajo entre aquellas dos moyas blanquecinas, un rasposo pase de mano, y aquél chochazo de madre parecía estar en condiciones,
El árabe levantó pues su largo zurriagazo, le echó otro buen escupitajo, – de buena gana yo se la hubiera lubricado,- y enfiló la herramienta, para mi sorpresa no al coño de madre sino a su ojete, ésta se abría pues las nalgas con ambas manos, para que el señor rabo de Hamed, entrara en toda su largura.
Busqué pues un mejor punto de observación y fui a dar con uno justo encima del ariete que abría a mi señora madre en dos, para goce de ella y de Hamed que gozaba sacando todo aquel aparato de casi 25 cm y cuando la rosada cabezota estaba a punto de salirse, empujaba con todo brío hasta el fondo; la corrida de ambos aunque descompasada debía ser de órdago a la grande por el griterío y las obscenidades que allí se decían.
Yo estaba empeñada tras ver aquella sesión, que aquella polla tendría yo también que probarla, aunque temía las reacciones de mi madre y del propio Hamed, y por tanto conociendo el carácter de ambos y el ensoñamiento mutuo me era difícil meterme en medio de aquel dúo.
Quiso pues la providencia que madre tuviera que bajar al médico a la capital y a realizar papeles de herencias y me dejara al cargo de la casa de La Linde, con la recomendación de “ojito con lo que hacía”.
Estaba claro, madre en plan celosa era de temer y no sabía como reaccionaría el berebere, con el cual apenas si tenía confianza, y además yo quería un disfrute largo para compensar así las temporadas de abstinencia.
Me fui a La Linde con el frasco de somníferos de madre, y allá eché a la leche unas cuatro píldoras, por aquello de tener tiempo y no se descubriera el pastel. Vino pues muy azorado el señor Hamed y se tomó casi de un trago la leche y quedó viendo la tele un rato, cuando salió del baño, comentó que se sentía muy raro y que se iba a la cama que si veía que empeoaraba que avisara a su madre o al médico.
Cuando llegué a la habitación, estaba ya completamente dormido y echado en la cama con la camiseta y los calzoncillos, no me atrevía acercarme pero el picor bajero era intenso, me acerqué escoba en mano como que no quiere la cosa, le hice medias cosquillas en los pies, pero aparte de babear no hacía otra cosa.
Así lo quería, fui pues a por un trapo para vendarle los ojos, no fuera a abrirlos y se armara la gorda; por primera vez en mi vida tendría para mi un hombre durante unas horas.
Centré aquel enjuto berebere en la cama y le saqué como pude la camiseta y los calzoncillos, allí apareció un largo rabo negro a medio descapullar, cuando le tiré del pellejo hacia abajo, pronto vino un olor de semen y orina mezclados, me gustó aquél olor, me unté con él la cara y me lo unté por entre las bragas, el sostén.
Tenía por delante la tarea de poner aquella polla en condiciones, y dudaba si con aquella cantidad de somníferos que le había dado podría lograrse, lo cierto es que me quité las bragas y empecé a sobarme por encima del aquel pollón que daba respingos como de querer despertarse, aquello no iba como yo quería.
Opté por reanimarlo a base de chupársela, parece que eso a los hombres les gusta no hay nada más que ver lo de la Lewinsky y el Clinton, no sé si al tal Hamed le gustaba o no pero a su polla pareció que sí pues se empezó a empinarse dentro de lo que se puede hacer en estado semicomatoso.
Aquél mástil, cogió altura y seguí pajeándole a base de lengua y frotarle los huevecillos y acercarle en dedito a su oscuro ojete, fue matemático un fuerte espasmo fue la señal de que había acertado con el resorte, seguí pues bajando mi mano por el mango y absorbiendo cuanto podía aquella oblonga cabeza ya descapullada, quería una sensación mayor y para ello me subí encima de mi paciente amante, le enchufe el chumino directamente a la cara y seguí sorbiendo mientras Hamed me babeaba y chupaba tontamente el coño, su polla pronto empezó a derramar un blanquecino líquido de sabor dulzón con tientes amargos, y que salía a pequeños borbotones, me levanté y restregué toda aquella especie de almizcle por el coño, pues me hacía mucha ilusión que aquél característico olor se quedara allí prendado.
Dejé pues descansar a mi querido amante, durante un buen rato, luego volví a las maniobras de levantar aquel vigoroso mástil de casi 6 cm de grosor, cuando lo tenía medio levantado me desnudé y le puse las manos al dócil Hamed en mis grandes tetas, me arrodille encima de él y me dispuse a autoclavarme todo aquel curriagazo en mi querida almejita.
Era una delicia ver como me entraba poco a poco, como la larga pija se hacía a mis interiores curvas y como aquella medio flacidez me dada un gusto muy especia, sobremanera cuando la sacaba lentamente para volver a meterla; me dejé caer y me ensarté hasta los mismos huevos, la sensación fue como si me hubieran taladrado con un palo ardiendo, y más cuando aquél vergajo chocó con algo en mi interior.
Hamed, se retorcía de dolor y de placer en su ensoñación, y llamaba en su lengua a Fátima, y recordando esto me acariciaba las tetas, sentía como de nuevo su leche me iba adentrando, le acerqué a Hamed mis tetas que chupó goloso como un bebé, yo creo que estaba regresando a esa época por como se tomaba la mamada.
Tenía pensado dejarlo descansar pero, aquellos chupetones y la leche bajándome a raudales, hicieron de mi una auténtica posesa, saqué aquel inmenso rabo poco a poco, para no perder tan bonita sensación y con todo aquel embadurnamiento lo dirigí a mi parte trasera, como había visto hacer a madre, empujé pero aquel mostrenco se resistía a entrar, bajé a la cocina y busqué mantequilla y eché un buen montón al ojete, restregué y ablandé el agüerito.
Luego me dirigí al zurriagazo que aún mostraba buen aspecto, y volví a intentarlo, ahora notaba como mi culito se abría para dejar paso aquella negra cabezota, y el resto fue culebrando por mi conducto hasta no sé sabe donde, pues perdía ya el sentido por el dolor y por el placer de notar como todo me inundaba, y así permanecí un buen rato sintiendo aquello crecer y descrecer.
Hamed iba volviendo de su inconsciente viaje, y era hora de volver a la normalidad, fui sacando todo aquel mostrenco de polla árabe de mi negro agujerito, despacito para saborear cada cm y sentir como me inundaba el placer y el orgasmo de haberme sentida llena de carne humana.
Limpie todo con buen cuidado los restos y arropé al buenazo de Hamed y me fui dejándolo allí acurrucado en medio de sus sueños pidiendo más guerra a una tal Fátima.
Yo había descubierto el sexo y había tomado una decisión, no podía perder más tiempo, los años pasaban en balde y yo era mujer de polla. Al poco tiempo me fui del caserío para dedicarme a la caza de pollas extraordinarias.