Una de las tantas experiencias que tuve en 1968, tuve una vida llena de aventuras, más que nada lésbicas
Recuerdo aquel primer domingo de junio del año 1968 en el que celebrábamos la boda del mayor de mis primos. Me tocó comer entre mi madre y un primo mío aburrido y soso al que le llevaba uno o dos años y con el que apenas intercambiamos unas pocas frases en toda la comida, por eso estuve más comunicativa con una prima de mi madre que sentada frente a ella no paraba de darnos conversación. Vivía a 100 Km de mi ciudad en un pueblo de alta montaña ubicado en un hermoso valle que ya se estaba reivindicando como destino turístico veraniego, era de mi ciudad pero cuando se casó con un comerciante de aquel pueblo, puede que el único por entonces, unos 20 años antes, naturalmente se marchó con él. Regentaban un comercio en el que vendían de todo y era una referencia en aquel valle, por eso les iba tan bien y ella presumía de poder adquisitivo sobre todo en ocasiones como la de esta boda que se celebraba en su ciudad natal. Las joyas que aquel día lucía tenían que valer una fortuna… pero a mis tíos segundos les faltaba algo muy importante: descendencia.
Tenían sobrinos directos, hijos de hermanos de mi tío que seguro heredarían la fortuna que supieran crear pero mi tía seguramente añoraba a su familia de la ciudad donde nació, no tenía hermanos así que aquel día estaba disfrutando como nunca charlando con mi madre con la que cuando todavía estaba soltera no pudo tener gran relación a causa de la diferencia de edad ya que se llevaban unos 15 años. A mí hacía un par de años que no me veía y como ella me dijo, ya me había convertido en una mujer, como pensó que ya me gustaría disfrutar de las fiestas de su pueblo, no dudó en proponerle a mi madre que me dejara ir a su casa para pasar allí unos días durante las fiestas que se celebraban en agosto y como ella dijo, si me apeteciera quedarme más tiempo estar unos días más.
Cuando oí aquello enseguida pensé en Alberto, un chico que estudiaba interno en mi ciudad en un colegio, naturalmente de chicos, con el que nos conocíamos someramente y del que todas las chicas de mi colegio, naturalmente femenino, estaban prendadas. Las relaciones entre unos y otras eran imposibles pero entre nosotras dejábamos correr la imaginación cuando hablábamos de chicos como supongo harían entre ellos hablando de nosotras. Sabíamos que Alberto era de un pueblo del mismo valle que el de mis tíos y seguro podría verlo por allí si aceptaba la invitación de mi tía, así que disimulé mi entusiasmo hasta tal punto que tuvo que exponer mi tía la idea que ella tenía de presentarme a una vecina de su total confianza para poder salir con ella y no sentirme sola. Yo ya había pensado enseguida en Ana, una interna de mi colegio de mi misma clase, una chica algo retraída, poco habladora, muy formal y estudiosa, no era fea pero era mucho menos agraciada que yo, tampoco su tipo era perfecto con una cintura más bien ancha y eso sí unos grandes pechos que destacaban entre los de las demás a nuestros escasos 16 años. Yo sabía que Ana era del mismo pueblo que mis tíos y pensé de inmediato que me venía bien conocerla si iba a ir a su pueblo. Solo tendría que informarle al día siguiente y seguro que estaría encantada de recibirme en su pueblo, no en vano yo era una de las chicas más populares de la clase, con 16 años estaba totalmente desarrollada físicamente, era “mona”, extrovertida y dicharachera, por eso tenía éxito entre las otras y además notaba como los chicos se embobaban conmigo.
Cedí a la insistencia de mi tía y quedamos ya en la fecha en que subiría con el autobús para que me fueran a esperar a la parada, la confirmación definitiva unos días antes por teléfono. Así que al día siguiente, en el colegio, busqué la ocasión de hablar a solas con Ana que a mitad del recreo vi en mi discreta vigilancia que se metía a clase. La encontré repasando la materia de la siguiente clase.
-Hola Ana.-
-Hola Tati.-
-¿Sabes que me han invitado a las fiestas de tu pueblo?-
-Me alegro. ¿Quién te invita?-
-Una prima de mi madre, es la de la tienda grande que está cerca de la plaza.-
-No sabía que sois familia, ella es muy agradable y su marido también.-
-Me ha dicho que me presentaría a una chica vecina de ellos.-
– ¡Ah sí! Debe ser Pepa. Tiene 18 años y siempre ha estudiado en la capital, es hija única de la mejor casa del pueblo, en el pueblo no tiene apenas amigos, viene muy poco y además creo que tiene novio en la capital. Si quieres también podrías salir con mis amigas y yo.-
– Gracias Ana, ya veremos qué pasa cuando esté allí.-
Seguimos hablando en animada conversación como nunca lo habíamos hecho antes de aquel momento, indudablemente me daba cuenta de que Ana iba a estar encantada de tenerme como compañera en su pueblo, en unos minutos se había producido entre nosotras una afinidad inusitada que hizo cortísimo el tiempo que estuvimos solas en clase hasta que empezaron a llegar todas las demás un momento antes que la monja que nos daba la siguiente clase. Quedamos en seguir hablando.
Los días siguientes fueron de conocernos mucho y profundamente. Ana no había gozado en el colegio de ocasiones en que alguna chica se le acercara como lo estaba haciendo yo, por eso se abría y me contaba confidencias que además de dejarme sorprendida, me daban pie para contarle yo las mías. En pocos días se estableció entre nosotras una amistad de la que alguna de mis amigas, celosas, no tardaron en mostrar extrañeza: ¿Cómo podía dedicarle tanto tiempo a esa apocada pueblerina? Mi contestación era que había que conocerla bien para juzgarla y que hablábamos de cosas transcendentes al contrario de lo que hacía con ellas. La realidad era que me subyugaba su experiencia y su sabiduría sobre chicos en comparación con otras chicas, ¡nunca lo hubiera imaginado! Como nuestra amistad se había consolidado en aquellos días, le propuse pasar juntas el último domingo antes de las vacaciones. Tras los exámenes de fin de curso venían dos días de retiro espiritual, un sábado festivo de representaciones, juegos en el patio, entrega de premios y otras diversiones acordes al final de curso en un colegio religioso y un domingo sin estudios previo al lunes en el que nos enterábamos de las notas y de quien tenía que volver en septiembre, pasaba curso o repetía. Mi madre fue a hablar con la monja tutora del curso para que dejara salir a Ana con nosotros todo ese día, con reticencias, advertencias y promesas de no dejarla sola y acompañarla de vuelta al colegio antes de las nueve de la tarde, consintió seguramente pensando que Ana era una muy buena influencia para esa chica tan alocada y poco responsable que era yo ¡qué equivocadas estaban!
Tras el serio retiro espiritual con sus rezos, meditaciones, sermones, misas, confesiones y comuniones, llegó el ansiado sábado festivo. Ana y yo no nos separábamos un momento y en uno de esos que buscábamos tranquilidad para hablar entre nosotras solas, acabamos en la vacía clase sentadas al fondo en el que había sido mi pupitre y en el de al lado. Llevé la conversación a donde la curiosidad me arrastraba, era todo lo que tenía que ver con chicos y sexualidad, yo intuía que ella había llegado mucho más lejos que yo en alguna relación y necesitaba que me contara, así que se lo pedí abiertamente, esperaba que me contara que se había dejado meter mano por sus grandes pechos y por las piernas e incluso el culo pero no pensaba que me espetara semejante pregunta que ya decía mucho más de lo previsto.
-Tati… ¿aún eres virgen?-
Ante esa sorprendente pregunta solo acerté a poner cara de extrañeza para contestar casi avergonzada:
-Pues claro, ¿tú no?-
Ana estalló en una risa contagiosa que mantuvimos permanentemente en estrecha complicidad.
-Ya hace días que no.-
-¿Con quién lo hiciste? ¿Con ese chico de tu pueblo que dices que está enamorado de ti?-
-No, a Julián solo le hago de vez en cuando alguna paja y por eso va tras de mí loco de amor y yo lo aplaco de vez en cuando y con la amenaza de cortarle los huevos si dice algo. Hasta ahora se ha comportado. Es muy peligroso que alguien del pueblo pueda hablar. Mira Tati, mi madre cuando me bajó la regla con 12 años me dijo que ya me podía quedar embarazada, que ella se quedó muy joven y que gracias a que mi padre es una gran persona, yo no soy hija de madre soltera. Me alertó de hacer estas cosas en el pueblo o acabaría señalada como la puta del pueblo, me dijo que si me picaba me rascara a solas o bien lejos, de momento no la entendí porque ya me habían enseñado que no debía rascarme en público pero después comprendí lo que me estaba queriendo decir y le he hecho caso.-
-Entonces… ¿con quién lo hiciste?-
-Mi padre tiene un hermano en la capital que es doctor veterinario y está en la Universidad y para vacaciones voy a su casa a pasar unos días, tiene un hijo que ahora tiene 20 años y hace tres años que empezamos a hacerlo.-
-¿Seguís haciéndolo?-
-Yo me enamoré de él pero pronto comprendí que ni me quería ni me querría nunca, simplemente se lo pasa bien conmigo.-
-Entonces… ¿por qué te dejas…?-
-¡Porque a mí también me gusta!-
Dijo sin parar de reírse.
-¿Y ya no estás enamorada?-
-Ya se me pasó… tranquila. Aunque es muy guapo…, te lo tengo que presentar, seguro que te gustará, es el apropiado para que te desvirgue. A ver si viene a las fiestas y os podéis conocer.-
-El que me gustaría que se me acercara es Alberto pero no quiero perder la virginidad de momento.-
-Pensaba que no eras tan tonta, ¿o es que te ha afectado el retiro espiritual? ¡Beata!-
-No es eso… no… pero ya que lo dices, ¿qué le cuentas al cura cuando te confiesas?-
-Le digo que he cometido actos impuros y entonces me pregunta que si sola o acompañada.-
-¿Sola?-
-Sí tontaina sí. Muchas más veces sola que acompañada. ¿Tú tampoco te has tocado nunca siquiera?-
-Bueno… sí, pero no le encuentro nada especial. ¿Y qué le contestas al cura?-
-Pues sencillamente la verdad, al Padre José le encanta que le cuente los detalles, de hecho me los pide y no tengo inconveniente en contárselos con pelos y señales, si me corto él me hace seguir y… ¿sabes? mientras, se masturba dentro del confesionario, lo noto por sus movimientos y porque saca el pañuelo para sonarse unos mocos que no tiene pero le sirve para correrse en él. A mí me da igual porque me absuelve con un Padrenuestro y un Ave María y hasta la semana siguiente.-
-Pero si es tan viejo.-
-Ya sabes lo que tienes que hacer cuando hagas cosas prohibidas.-
-No creo que yo haga nada sola.-
-Pues a mí me gusta más que cuando lo hago con mi primo.-
-Entonces… ¿da más gusto hacerlo sola que con un chico?-
-No, no, no. Yo no te digo que sea eso mejor que acostarse con un hombre, hay hombres que lo hacen de maravilla.-
-¿Es que lo has hecho con otros?-
-El verano pasado había un grupo de franceses acampados cerca de mi pueblo y conocí a uno de 27 años con el que me vieron por el pueblo y mi padre me prohibió que me relacionara con él por ser mayor para mi edad y además extranjero. Así que por las mañanas les decía a mis padres que me iba a la biblioteca y él me venía a buscar con el citroen a una calle discreta y nos marchábamos a la tienda de campaña mientras sus compañeros iban de marcha montañera. Con ese aprendí lo que es el placer verdadero.-
-Cuenta, cuenta.-
-René ya tenía experiencia, me lo demostró el primer día en que nos conocimos, me invitó a dar un paseo a la luz de la luna y abrazándome cálidamente a la vez que con la fuerza considerable de sus musculosos brazos, no paraba de seducirme con su voz grave y casi inaudible diciéndome las cosas más bonitas que se pueden imaginar y que nadie me había dicho hasta entonces. Cuando nos alejamos del pueblo me besó con un apasionado y eterno beso nada parecido a los que nos dábamos con mi primo.
Cuando pensé, por las experiencias vividas con mi primo, que iba a pasar a la acción directa que conduce a obtener mi sexo para su disfrute, me siguió acariciando con una delicadeza que hasta me hizo pensar si finalmente querría algo más de mí. No paraba de acariciar mis brazos desnudos y mis hombros, mi rostro, besaba mis ojos, mis orejas… y ya me estaba poniendo tan caliente que yo notaba como se me mojaban las bragas. Pero yo esperaba que metiera sus manos en mis pechos o llevara las mías, cuando me las cogía tiernamente, a su entrepierna (yo notaba su erección) y tuve que ser yo finalmente quien arrastrara las suyas a mis pechos.
Comenzó a amasarlos por encima de la ropa provocándome un gusto enorme pero menor que el deseo de juntar nuestros cuerpos sin las fastidiosas ropas que estábamos a punto de sacarnos. Yo llevé mi mano al bulto que notaba grande y duro apretarse a mi vientre y cuando aún por encima del pantalón lo tuve agarrado, ya me di cuenta de su considerable tamaño en comparación al de mi primo, enseguida pensé que acabaría metido todo aquello dentro de mi coño y ya estaba deseándolo con toda mi alma. Busqué ansiosamente desabrochar la bragueta del pantalón mientras él amasaba con una mano una de mis tetas y con la otra mis nalgas. Pero cuando más lanzados estábamos, se separó de golpe de mí y me arrastró de la mano hacia el camino que conducía a la pradera en la que estaba acampado con sus amigos, me iba diciendo que yo me merecía hacer el amor de la manera más confortable posible, cuando llegamos a la vacía tienda entró en ella para coger las llaves del citroen y poder sacar de él unas colchonetas delgadas y una amplia manta con las que nos alejamos unos 50 metros a una apartada zona y allí, a la luz de la luna, lo extendió todo y me invitó a sentarme sobre aquel preparativo.
Retomamos donde lo habíamos dejado, comprobé enseguida con mi mano que la erección seguía y mientras él buscaba desabrochar mi sujetador yo iba desabrochando la bragueta para poder liberar el tan ansiado pene que me apresté a rodear con mi mano. ¡Qué suave y duro noté aquel húmedo tronco! Nuestra ropa iba desapareciendo, él ya me había desnudado de cintura para arriba y se estaba quitando los pantalones cuando me levanté apresuradamente para quitarme yo la falda a la vez que mis bragas, no quería que las viera porque las internas las llevamos horrorosas y yo no tengo otras más que las que nos dejan llevar aquí (a partir de aquel día iba a su encuentro sin bragas excepto cuando tenía la menstruación).
Desnudos ambos, me tumbé larga pensando que se comportaría como mi primo y me penetraría de inmediato pero para mi sorpresa, se tumbó a mi lado y siguió besándome y acariciándome con dulzura y suavidad mientras yo no dejaba de sobarle su enhiesto tronco. El meneo que le daba hubiera sido más que suficiente para que Julián aplacara su pertinaz deseo en una de sus corridas en mi mano. René aguantaba y seguía acariciando, ahora ya todo mi cuerpo… o casi todo. Yo ardía en deseos de que me tocara el sexo con sus fuertes y grandes manos de albañil pero estaba haciéndolo largo adrede para mi desesperación y su regodeo. Mis piernas se abrían acogedoras a todo lo que se le ocurriera hacerme y ni por esas, así que, henchida de deseo opté por masturbarme una vez más, solo que esta vez no estaba sola y tenía una gran ayuda con sus caricias y manoseos por todo el resto del cuerpo. Por eso el placer que yo sentía era tan intenso que él lo percibió y lo gozaba como propio, tanto que separó su cara de la mía para regodearse viéndome disfrutar hasta el punto de que en un breve espacio de tiempo, noté las eléctricas corrientes recorriendo mi cuerpo para acumularse en la zona de mi cuerpo bajo mi mano cada vez más rápida y más enérgica en su movimiento y entonces llegó el esperado y buscado orgasmo que tú, Tati, no puedes comprender todavía hasta que no sientas el primero.-
-Me estás excitando con lo que cuentas, sigue contando, ¿te la metió a continuación?-
-Al ver que yo me corría, se ve que no pudo aguantar tanta excitación y se corrió en mi mano que para entonces yo había dejado quieta, saltaron chorros de leche por mi cuerpo desde los pechos hasta el dorso de mi mano que, quieta ya, reposaba sobre mi sexo. Sin haberme penetrado sentí que era lo mejor que me había pasado en mi vida en cuestión de sexo. No sé por qué extraño impulso me llevé aquella mano a la boca para sorber las gotas de leche que habían caído sobre el dorso, jamás había probado aquel sabor, que no me resultó desagradable ni mucho menos, y entonces él me cogió la mano con la que aún le rodeaba el rezumante pene y me la limpió con su lengua para darme a continuación el más largo, apasionado, caliente, húmedo y sabroso de los besos que nos dimos aquella noche.-
II
-Nunca me hubiera imaginado que fueras tan… tan…-
-Tan guarra, dilo. Pero René estaba encantado ¿sabes qué hizo a continuación?-
-¿Siguió? Cuéntamelo, sigue contando sin parar. Ya me imagino al Padre José escuchando tus confesiones, es que a mí también me dan ganas de llevarme la mano ahí abajo, si no fuera por el miedo a que alguien pueda entrar y pillarme, ya lo habría hecho.-
-¿Eso quiere decir que cuando estés sola lo vas a intentar?-
-Si tú lo haces y te gusta seguro que yo también sabré hacerlo.-
-Sin duda, además no es preciso perder la virginidad para darse gusto, ya lo verás.-
-Ya lo probaré en cuanto pueda y mañana que estaremos juntas todo el día, te contaré el resultado. Ahora sigue contando.-
-Antes de terminar aquel largo beso, él se colocó sobre mí sin importarle el pringue de su leche por mi cuerpo y desde ese momento él también quedó pringado, yo le notaba el pene todavía grande pero ya no estaba tan duro, lo restregaba de arriba abajo por mi vientre con el suyo apretando también y provocando una unión húmeda pero caliente de los dos cuerpos…-
En ese momento entró en el aula Sor María, la tutora del curso que al verlas solas al fondo, les conminó a juntarse con las compañeras que iban a iniciar el baile al son del tocadiscos con discos que se habían traído algunas de sus casas, música actual y de la que “os gusta, ya tendréis tiempo de hablar mañana durante todo el día” según dijo. Mientras nos levantábamos para seguirla nos prometimos seguir con la conversación al día siguiente.
Hasta que no me fui a dormir aquella noche, no tuve ocasión de estar suficientemente tranquila como para intentar lo que le había prometido a Ana. El cargo de conciencia que me entraba por lo que iba a hacer era enorme pero el deseo de imitar a mi amiga, tener complicidad con ella, sentir lo que ella contaba que sentía y aplacar el deseo cada vez mayor que brotaba en mi interior podía más que todos los prejuicios causados por mi educación religiosa y todas las advertencias recibidas en el sentido de privarme de todo lo que tuviera relación con el sexo. Con la conversación mantenida con Ana aquel día teníamos las dos suficiente causa como para no poder comulgar al día siguiente cuando asistiéramos a la misa en la capilla del colegio con todas las demás pasando en ordenada fila, al menos yo no pasaría, estaba decidida. Y ya que no tenía que pasar a comulgar, podía dedicarme aquella noche a cometer el pecado que tanto estaba deseando.
Era una noche templada que invitaba a taparse solo con la sábana, una vez apagada la luz me dejé llevar con el pensamiento a la conversación con Ana, me concentraba en su historia, cambiaba su René por Alberto, mezclaba en mi cabeza uno con otra, otro conmigo, yo con otro, yo con todos. La excitación crecía mientras me tocaba los pezones y descubría por vez primera el placer que pueden dar, deslizaba mi mano por mi vientre imaginando que era la de un hombre, uno cualquiera, cualquiera era válido. Metí la mano por dentro de las bragas y llegué al vello púbico antes de bajar un poco más hasta alcanzar por fin el sexo, enseguida sentí un gusto que nunca había experimentado cuando otras veces había metido la mano en el mismo sitio. Cuanto más me tocaba mejor notaba que lo estaba haciendo, me quité las bragas para eliminar estorbos y la deposité bajo la almohada, seguí con mi intento de conocer esa explosión de placer descrita por Ana que por alguna razón no conseguía. Probaba con las piernas abiertas a tope, con las piernas cerradas apretando la mano, con los dedos acariciando la entrada del agujero, el botón sobre él y que tanto gusto me daba, me tocaba a ritmo lento, a ritmo endiabladamente veloz, no me corría pero disfrutaba como una posesa, no podía parar, era maravilloso, me venían pensamientos de reproche por lo que me había perdido hasta aquella noche pero también se repetían los de culpabilidad por lo que estaba haciendo. Si mis padres me vieran, si Sor María se enterara, si mis amigas sospecharan… ¿cómo podía yo traicionar mis convicciones religiosas tan firmemente arraigadas? Solo faltó como remate oír los gritos de una discusión entre mis padres, la causa era porque mi padre quería mandar a mi hermano de 9 años a un campamento ese verano y mi protectora madre se oponía. Ya no me podía concentrar porque también salía en la discusión mi nombre y opté por dejar lo que estaba haciendo para dormirme y no tener que oír más la discusión.
Solo sonar el despertador a la mañana siguiente, me vinieron los clásicos remordimientos por lo que había hecho la noche anterior, me preocupaba que todas pasarían a comulgar y yo no, se notaría tanto que estaba dispuesta en contra de lo que pensaba el día anterior, a pasar de todos modos, incluso a costa de mi condenación eterna, mi intranquilidad era tanta que decidí en lugar de ducharme y lavarme el pelo como hacía todos los domingos antes de ir a misa, adelantar la asistencia a la capilla del colegio en la esperanza de que algún sacerdote hubiera llegado y poder confesar mis pecados. Una mentira a la pregunta de mi madre del porqué de mi pronta marcha y aguantar la recriminación de no haberme levantado antes si es que ya sabía que tenía que ir tan pronto para ensayar unos cantos. Pero pude llegar la primera a la capilla desierta y pedir perdón sinceramente de rodillas en un banco cercano a uno de los confesionarios. Se me hizo eterno el cuarto de hora de espera hasta que vi acercarse al Padre José, se me ensanchó el corazón al verlo a él y no a otro por lo que me había contado Ana el día anterior, cosa que era verdad pues me pedía detalles que para nada hacían falta una vez reconocida mi culpa, mi incomodidad en aquella situación terminó cuando de reojo vi a Ana arrodillarse en el banco más cercano, como también el Padre José la vio, enseguida me despachó con un Padrenuestro y tres Ave Marias, ansioso de escucharla.
Pudimos pasar a comulgar como todas las demás y contentas y felices quedamos para después del desayuno. Tardé algo más porque tuve que hacer lo que no había hecho por la mañana pero ya pude ir a buscarla vestida sin el fastidioso uniforme con el que nos hacían ir siempre, incluso a la misa dominical. Ana, como todas las internas, cuando salía del colegio tenía que seguir llevándolo; otras, tenían ropa para cambiarse en casa de alguna de nosotras pero no era el caso de Ana. De camino a mi casa, me dijo si le podría dejar algo mío, eso me provocó la risa…
-Pero Ana si con cualquier cosa mía que te pongas se te van a salir las tetas por arriba.-
-¿Y algo de tu madre? Cualquier cosa mejor que este uniforme si vamos a salir a la calle.-
-Ya se lo pediremos, eso ya es otra cosa.-
Entonces noté un leve codazo y al mirarla vi que me hacía un gesto indicativo de algo que había en nuestro camino, al mirar vi la causa de la llamada de atención: era Alberto que iba con dos chicos más y nos íbamos a cruzar con ellos, me dio un vuelco el corazón y creo que Ana lo adivinó, así que al acercarnos, se paró a esperarlos y después de saludarles se dirigió directamente a Alberto:
-¿Cuándo subes a tu pueblo?-
-Pasado mañana por la tarde con el autobús, ¿y tú?-
-También con el autobús, ¿cogemos los billetes a la vez para ir juntos?-
-Vale, porque si no vete a saber con quién te puede tocar hacer el viaje.-
-¿Conoces a Tati?-
-Nos hemos visto muchas veces pero creo que no hemos hablado nunca ¿verdad?-
-Así es, me parece que esta es la primera vez.- Le contesté.
Y siguió Ana:
-¿Sabes? Este verano Tati subirá a mi pueblo para las fiestas, va a la casa del de la tienda grande.-
-Voy bastante por esa tienda. Y espero verte para la fiesta, ¿irás a la discoteca nueva?-
-No sé… yo iré a donde me lleve Ana…Si vamos ya nos veremos.- Acerté a decir con una sonrisa propia de esa picardía que tenemos las mujeres que a los hombres les deja con el ánimo presupuesto hacia quien se les insinúa. Después seguimos hablando de cuestiones de los estudios y nos despedimos unos minutos después. Me fui sonriendo feliz y contenta convencida de que Alberto vendría a por mí en cuanto tuviera la más mínima ocasión.
Ya en casa mi madre nos sacó algo de ropa que le pudiera ir para que se la probara en mi habitación, enseguida salió a enseñarme lo que había elegido: una falda y una blusa que a mí no me gustaban mucho pero no quise quitarle la ilusión y enseguida nos fuimos a la calle en la esperanza de encontrarnos otra vez con Alberto y sus amigos, en lugar de ello, nos encontramos con mis amigas de siempre que no nos dejaron solas hasta la hora de comer y además estuvieron muy amables con Ana. Después de comer con mi familia, subimos a una terraza que había en mi casa a que nos diera el sol en la cara para ir cambiando el color tan blanco que teníamos al final de curso. Era el momento que yo esperaba para pedirle a Ana que siguiera contando la historia que el día anterior quedó interrumpida por la entrada al aula de la monja.
-Ana, ya me puedes seguir contando lo que ayer no pudiste terminar.-
-Sí claro, pero antes dime: ¿te lo pasaste bien ayer estando sola? Porque… he visto que esta mañana te has tenido que confesar…-
-Podría ser por la conversación que mantuvimos.-
-No cuela. Cuenta.-
-Lo hice cuando me metí en la cama por la noche y estuve más de un cuarto de hora, tenías razón, se disfruta mucho.-
-Ya te lo decía yo, pero te costó mucho correrte, yo me corro antes, no estoy nunca un cuarto de hora, claro que si quieres correrte más veces tienes que estar más rato.-
-Es que me gustó mucho pero eso que explicas de que te viene una sensación superior que te hace explotar, yo creo que no llegué a sentirla en ningún momento especial… quizás la estaba sintiendo continuamente…-
-Eso es que no te corriste, te habrías dado cuenta… ya te darás. Tendrás que aprender.-
-Ya iré probando y te contaré, pero tú también podrías explicarme un poco más…-
-No te preocupes por eso, ya te ayudaré.-
Con esta conversación se estableció entre nosotras una corriente de complicidad que junto con las sonrisas y miradas que nos enviábamos, hizo que sintiéramos una amistad y una afinidad entre nosotras que, yo al menos, no había sentido hasta entonces, y dudo que ella lo hubiera sentido antes tampoco.
-Pero a ver Ana: ¿Me vas a seguir contando lo que no te dejó terminar Sor María?-
-Me parece que se quedó en el punto en el que yo estaba toda empringada de su leche y él encima de mí empringándose también y restregándose conmigo. Yo habría las piernas para acoger las suyas entre las mías y sentía su pene, todavía con un buen tamaño, recorrer mi vientre de arriba abajo, pensé que una de esas veces que me clavaba la base de su falo en el clítoris, bajaría un poco más y saciaría mi deseo de ser penetrada, yo lo ansiaba y con el movimiento de mi pelvis se lo demostraba, buscaba desesperadamente tragar con mi coño el bulto que seguía notando moverse por mi vientre. Cuando por fin noté que todo su cuerpo se bajaba para abajo y su pene dejaba el vientre para alojarse entre mis abiertas piernas, para mi sorpresa, siguió bajando y bajando y entonces comprendí: buscaba mi sexo con su boca.-
-¿Se puso a chupártelo?-
-Nunca había vivido esa sensación. Era algo sublime, inenarrable, superior a todo lo que yo antes había experimentado, y se notaba que a él le gustaba hacerlo, seguro que no era la primera vez, era maravilloso. Con su boca abarcaba todo mi sexo y mientras sus ojos miraban a los míos, sus manos sobaban mis pezones y su lengua entraba por mi coño y salía para restregarla por el clítoris primero con suavidad, como si se comiera un helado, pero acto seguido con rápidos movimientos centrados en el clítoris que no tardaron en hacerme explotar de placer por segunda vez.-
-¿Tan rápido? ¿Y él que hizo entonces?-
-Se quedó quieto con su lengua parada y su boca sin dejar de rodear mi sexo, supongo que mirándome porque yo entonces cerraba mis ojos abstraída totalmente en mi propio placer, hasta que ya recuperada, cogí su cabeza con mis manos para levantarla y ver claramente su sonrisa de satisfacción y, ahora sí, su lujurioso deseo de culminar aquel delicioso encuentro de la manera que yo ansiaba desde el principio. Subió lentamente como regodeándose de mi cara de deseo y buscó mis labios con los suyos a la vez que sin tocarla, su polla se metía hasta el fondo de mi cueva provocándome otra nueva sensación que hasta que no lo pruebes, Tati, no puedes comprender.-
-Con lo que me cuentas me dan ganas de probarlo con el primero que salga.-
-No Tati, no te equivoques, René era superior, no había punto de comparación con mi primo, éste no pensaba más que en montarme y saciar su deseo, en cambio René, pensaba sobre todo en mí, mira: aquella noche, cuando ya por fin me había penetrado, estuvo con el mete saca ratos y ratos, yo vibraba de placer, no quería que acabase nunca, estaba en la gloria, él lo sabía y por eso seguía sin parar dándome gusto, buscaba su placer en el mío propio. Cuando eso sucede, se establece una comunicación entre los dos, sin necesidad de hablar ni dar explicaciones, suficiente para saber ambos que tanto uno como otro estamos ansiando la culminación del acto en la explosión de los sentidos y el placer en forma de orgasmo al unísono. Así hubiera sucedido en aquella ocasión, pero René, experto y cauto a la vez, me preguntó en un susurro si podía correrse adentro; el miedo a quedar embarazada casi no podía tanto como el placer, pero aún pude pedirle que no lo hiciera en clara oposición a mi interior e íntimo deseo. Entonces, René aumentó diabólicamente el ritmo de su mete saca arrastrándome a mí en ese loco meneo y ya intuimos ambos que era el final, yo sabía que él iba a sacármela de un momento a otro y yo necesitaba un pequeño estímulo más para alcanzar el deseado orgasmo, así que con mi mano emprendí un salvaje masaje en mi clítoris hasta alcanzar el clímax deseado en el mismo momento en que René sacaba de mi interior su polla a punto de escupir otra vez el blanco y espeso líquido que empringaría mi abdomen por segunda vez aquella noche.-
-Pues todavía me has puesta más ganas…-
-Cuando estoy sola y rememoro aquella vivencia, tengo que tocarme otra vez hasta que consigo el orgasmo.-
-¿Podrías hacerlo delante de mí para que yo aprendiera?-
-¿Aquí y ahora mismo?-
-No desde luego, aquí no es seguro, cuando haya ocasión.-
-Pero tú también lo harás al mismo tiempo, no estoy dispuesta a exhibirme sin más mientras tú miras.-
-Pues claro tonta, si lo que yo quiero es aprender y así podrás corregirme. Pero ahora acaba de contarme lo que pasó después.-
-Nada interesante, me dejó sola unos momentos mientras él se acercó a la tienda de campaña, aún vacía pues sus compañeros seguían sin aparecer, y salió con una toalla y jabón. Después, recorrimos desnudos los 50 metros que nos separaban del río y nos bañamos en aquella agua helada durante segundos para salir y rápidamente secarnos y, abrazados bien apretados y envueltos en la toalla para conservar el calor de nuestros cuerpos, permanecer un rato juntos disfrutando del abrazo.-
-Oye Ana: ¿Y no tienes miedo a quedarte embarazada? Yo tiemblo de pensar que me pudiera pasar a mí.-
-Después de aquel día, siempre traía condones, aunque a veces no se lo ponía y se corría, eso sí, afuera. Pero tú Tati, cuando lo hagas, asegúrate de que no te la metan sin condón… si quieres estar tranquila.-
-¿Has tenido algún susto?-
-El último día que estuve con René, sin esperármelo se corrió dentro, me gustó mucho pero en aquel preciso instante comenzó mi inquietud. Me dijo que si no me venía la regla en ocho días (faltaban cuatro para que me bajara), él pondría los medios para solucionarlo. Yo estaba asustada y mi único apoyo era él, al día siguiente esperaba que otro encuentro con él rebajara mi ansiedad, estuve esperando y cuando ya estaba cansada de prolongar semejante estado de preocupación, me decidí a acercarme a donde estaba acampado con sus amigos. Mientras me acercaba ya sospechaba lo que podía pasar y mis temores se hicieron ciertos cuando comprobé que habían levantado la tienda y desaparecido sin avisar. Se me vino el mundo encima y en ese caso estaba totalmente sola, no sabes lo largos que se me hicieron los seis días que aún tardó a llegarme la tan esperada regla. Ahora te tendría a ti Tati, no sabes lo que valoro esta amistad.-
-Yo también Ana, seremos amigas siempre. Ah, y nunca nos separaremos con una despedida como la de René: Literalmente “a la francesa”.-
Esto ya lo decíamos entre grandes carcajadas y cogidas de las manos con nuestras miradas cruzadas en perfecta comunicación de sinceridad, afinidad y enorme amistad. Cogidas de la mano, permanecimos en aquel calor del sol del mes de junio durante un buen rato hasta que oímos la voz de mi madre que gritaba para decirnos que se iban y que más tarde pasáramos por una terraza a la que solían ir para poder invitarnos a un helado.
III
Poco después bajamos a mi habitación y la invité a elegir la ropa que me iba a poner para salir. Yo me había quedado en braga y sujetador mientras miraba en mi armario. Elogió mi buen gusto para la ropa y fue entonces cuando me pidió opinión sobre lo que ella había elegido. Le dije la verdad y le aconsejé una blusa de mi madre con una falda mía. No quería cambiarse delante de mí, según decía, para que no le viera sus bragas de abuela.
-Toma Ana estas bragas mías te irán bien, yo apenas me las pongo porque ya están algo estiradas, dame lo que llevas y lo colgaré en el armario de mi madre, las bragas también, las tiraré a la ropa sucia si las quieres recuperar y si no a la basura si tanta manía les tienes.-
-Date la vuelta mientras me las pongo, si no me vas a ver completamente desnuda.-
Es lo que mecánicamente hice pero tocada por un morbo especial cuando vi de reojo que ya se había despojado de la ropa y seguramente ahora se estaba quitando aquellas bragas de abuela, me volví hacia ella para mirarla sin ocultar mi interés por hacerlo, todo lo contrario. Se sorprendió pero no trató de ocultar su desnudez. Una mata de pelo mucho más claro de color de lo que yo suponía destacaba bajo la redondez de su vientre. No tenía unas curvas muy marcadas pero mostraba unas carnes blancas rellenitas que, entonces comprendí, tenían que hacer las delicias a los que habían podido acceder a ellas. Como yo no quitaba la vista de sus bajos, debió pensar que me gustaría verla al completo y entonces comenzó a darse una vuelta al completo para que pudiera ver sus glúteos y sus piernas por detrás.
-Ahora ya me has visto bien ¿no? Ahora tienes que enseñarme tú lo que hay debajo de tus bragas.-
Yo eso si que no me lo esperaba y no estaba dispuesta a exhibirme ante ella, así que mientras le decía que no, estiré el brazo con intención de coger la ropa que había elegido ponerme pero antes de darme cuenta, me había abrazado por la cintura y estaba intentando bajarme la braga a la fuerza contra mi voluntad, todo ello en un clima de grandes risas y felicidad pero no exenta de morbo y excitación con nuestros cuerpos casi desnudos en continuo roce.
Ya estábamos las dos por el suelo y yo encogida y con mi culo pegado a la alfombra cuando Ana vio que no iba a lograr su objetivo, entonces trató de convencerme de otro modo:
-No es justo que me lo has visto todo y tú me lo ocultes, eso no es de buenas amigas, venga, ponte de pie y quítatelas, tienes que enseñármelo todo como lo he hecho yo.-
-Todo no me lo has enseñado, no te he visto las tetas.-
-Pues quítame tú misma el sujetador después de quitarte tú misma el tuyo.-
Sabía que si entonces le decía yo que fuera ella la que me lo quitara a mí, la situación en la que estábamos inmersas se prestaba para que allí sucediera algo que podía traspasar una, invisible pero cierta, línea roja que ninguna de las dos se atrevía a pasar pero que seguramente ambas, deseábamos cruzar.
Me puse de pie al tiempo que desabrochaba mi sujetador y liberaba mis pechos, mucho más pequeños que los de mi amiga, que también se levantó, pero firmes y tersos como correspondía en una muchacha de 16 años y me dispuse a quitarle el suyo, como me había mandado, con el pensamiento puesto en la línea roja que tan fácil se ponía para cruzarla o dicho de otro modo: tan difícil se ponía para no cruzarla. Si se lo desabrochaba rodeándola con mis brazos, nuestros rostros iban a estar a escasos centímetros y era tan fácil que nuestros labios se rozasen un instante, que yo ya me veía con nuestras bocas unidas en un pasional beso. Si en cambio me ponía por detrás a desabrochárselo, mis manos se irían imparables a sostener aquellos pechos en suave caricia para satisfacer el más que seguro deseo de la dueña de esas deliciosas voluptuosidades. Ana se adelantó a mis movimientos salvando la situación con un rápido movimiento para desabrocharse el sujetador y dejar sus pechos libres. Me hubiera lanzado a por ellos y seguro que Ana no me habría rechazado, al contrario, ella también se hubiera lanzado sobre los míos, ambas lo deseábamos… pero ninguna de las dos dio el primer paso y nos limitamos a mirarnos y a hacer comentarios sin importancia de nuestros cuerpos hasta que yo le dije:
-Ana enséñame, ahora que tenemos oportunidad, a tener un orgasmo.-
-Con mucho gusto… y nunca mejor dicho.-
Ana movió la alfombra 90 grados de forma que quedó ocupando todo el espacio entre la pared y la cama y se sentó en ella con la espalda contra la pared; con la mirada me invitó a sentarme frente a ella con mi espalda apoyada en la cama. De esa forma teníamos una visión perfecta la una de la otra, yo me dejaba llevar por mi amiga y estaba encantada, también ella lo debía estar por la cara de felicidad que mostraba con su media pícara sonrisa y su labio inferior henchido de emoción lujuriosa.
Comenzó manoseándose sus pechos, no sé si por propio placer o para excitar más a su alumna, sabedora ella de la atracción que sus voluminosas mamas ejercían en mi deseo reprimido. Imitando su acción, también yo comencé a manoseármelas descubriendo esta vez un placer que nunca antes había sentido al tocarlas; enseguida bajó una de sus manos por el vientre y pasando por su tupida mata de vello púbico, fue a posarse sobre su sexo abarcándolo al completo, de inmediato cerró sus piernas como queriendo apresar aquella mano que iba a ser la causa de sus próximos placeres. Imité sus movimientos, nuestras manos se movían lentamente acariciando el sexo con los dedos y las palmas apoyadas en el monte de Venus. No mucho más tarde, Ana abrió exageradamente sus piernas al tiempo que se dejaba escurrir por la alfombra hasta que lo único que apoyaba en la pared era su cabeza. Me dio una perfecta visión de su coño enrojecido y de su ano, yo también hice lo propio y entonces nuestras pantorrillas se tocaron y aquel roce mantenido fue suficiente para crear un clima de mutua camaradería y entre nosotras se produjo una corriente de unión indescriptible que aceleró el deseo de obtener el placer supremo que aunque yo no lo había sentido nunca, ya predecía que no podía tardar mucho en llegar. Ana imprimió a sus dedos una velocidad endiablada masajeando su clítoris mientras la otra mano estrujaba sus pezones y yo no iba a ser menos con mi cuerpo y mis sentidos, entonces comprendí que era imposible dejar aquello sin explotar: necesitaba acabar y hacerlo pronto, entonces vi a Ana retorcerse de placer y entre gemidos ahogados, tener unos espasmos incontrolados y aunque paró de mover la mano, noté como su sexo, sobre todo su ano, se contraía repetidamente mientras alcanzaba lo que supuse era un orgasmo como el que seguidamente alcancé yo ayudada sobre todo al notar uno de sus pies descalzos rozarme en la rodilla antes de alcanzarme la entrepierna como resultado de la relajación que sigue al clímax. Ya había conseguido lo que yo quería, Ana me había dado una gran lección que ya no olvidaría y yo me quedaba también relajada y en la gloria; estiré también la pierna y ahora sí, me atreví con una sonrisa a llegar con la planta de mi pie descalzo a su sexo, ella hizo lo mismo que yo y ambas cogimos el pie de la otra con las dos manos para masajearlo como si fuera un pene que hubiera surgido de pronto de nuestras entrañas tras habernos dado el mayor de los placeres y le hiciéramos caricias en agradecimiento.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que reaccionamos y nos apresuramos a vestirnos para salir a la calle, allí nos volvimos a encontrar con Alberto y sus amigos y pude comprobar el manifiesto interés que sentía por mí; yo, encantada, le daba pie y con la debida prudencia y compostura, dejaba que se me acercara al tiempo que yo también me acercaba a él. Se podía pensar, al final de la tarde, que había nacido algo entre nosotros y que lo cultivaríamos en la próxima vez que nos viéramos, esto es, en el pueblo de mi amiga Ana durante las fiestas. Nos acompañaron hasta la terraza donde estaban mis padres que nos invitaron al helado prometido, después volvería Ana a vestirse con el horrible uniforme para regresar al colegio en el que, al día siguiente, después de enterarnos de las notas y conocer al profesorado del siguiente curso, pudimos hablar un rato a solas para prometernos escribir contando nuestros más íntimos secretos.
Así fue durante aquel verano y las cartas se repetían cada tres o cuatro días, cartas en las que expresábamos nuestros sueños y deseos, nos contábamos nuestros ratos de placer íntimos conseguidos en soledad, algún escarceo con chicos y en la última carta que recibí antes del viaje previsto a su pueblo, la información de una relación con un tal Ramón que veraneaba allí y con el que, según contaba, ya había llegado a intimar a fondo dos noches seguidas en las afueras del pueblo.
IV
Llegó el día del viaje hasta el pueblo en el autobús de línea, me esperaban en la parada Ana y mi tía, ésta se enteró por boca de mi amiga y unos momentos antes de que yo llegara, de nuestra amistad y de su intención de hacerme de anfitriona durante las fiestas. Mi tía le explicó que le había pedido a Pepa que me acompañara ella, y Ana le manifestó que ni por mi parte ni por la de ella habría ningún problema para salir las tres juntas, además ellas ya se conocían desde pequeñitas aunque existía una pequeña diferencia de edad ya que Pepa tenía dos años más que nosotras. Aquella misma tarde conocería a Pepa, a primera vista me dejó impresionada su belleza, era más alta que nosotras y lucía un tipo perfecto, tenía que ser de esas que hacen babear a los hombres y les hacen perder el sentido, pero es que además era simpática, abierta, dulce y amable… vamos, un encanto de mujer. Tenía novio formal en la capital donde ella hacía vida habitualmente estudiando en la Universidad, él se encontraba entonces haciendo milicias como alférez de complemento, era un portento de estudiante y sacaba un montón de matrículas en sus estudios de derecho, quería hacer oposiciones a notaría o registro y se quería casar después con ella si ella terminaba alguna carrera y sobre todo, si permanecía con una reputación íntegra, por eso Pepa tenía que tener mucho cuidado en sus relaciones, más cuando veraneaba allí una familia amiga de la de su novio que podía vigilar su comportamiento e informar directamente a los padres de él o a él mismo.
Pepa se presentó a una hora muy temprana aquella tarde de la víspera de la fiesta, vino a la tienda y mi tía la acompañó a la vivienda donde yo estaba viendo la televisión, tras la presentación, mi tía volvió a la tienda y nosotras comenzamos a hablar y a conocernos. Enseguida se estableció entre nosotras una corriente de entendimiento y amistad que sin duda se debió a nuestra forma de ser y a unas sinceras ganas de agradar la una a la otra. Le hablé de mi amistad con Ana y estuvo encantada de que pudiéramos salir juntas, Pepa no tenía en aquel momento ninguna amiga en el pueblo y era una oportunidad de hacer una buena amistad con una chica que siempre le había caído bien pero con la que no había tenido oportunidad de intimar.
A la hora convenida, llegó Ana accediendo a nosotras a través de la tienda sorprendiéndose de encontrar allí a Pepa.
-Pensaba que te iríamos a buscar ahora a tu casa, ya sé dónde vives, todo el mundo sabe dónde vives.-
-Es que me aburro en esa casa tan grande yo sola, se han ido todos unos días a la playa y se ha quedado toda la casa para mí, por cierto: ¿por qué no os venís por la noche a dormir allí y así me hacéis compañía?-
-Por mí está bien, sólo tengo que decírselo a mis padres. ¿Y tú Tati, se lo decimos a tus tíos?-
Al momento estábamos hablando con mis tíos que tras unas advertencias y el recordatorio de que me llevara ropa para dormir, nos conminó a que no llegáramos muy tarde a cenar con ellos, como Pepa estaba sola podía venir sin problemas y Ana sólo tenía que decirlo en su casa. Aquella tarde había un pasacalles con carrozas, charanga, algún grupo folclórico y una banda, todo el mundo estaba en la calle y nosotras también pero buscando discretamente a los chicos que a Ana y a mí nos importaban. ¡Quién iba a decirnos que los íbamos a encontrar por fin al final de la tarde cuando estábamos a punto de marchar a cenar! ¡Qué casualidad verlos juntos! Pero… ¡con compañía femenina! Dos francesas con diminutas minifaldas se les colgaban a uno y otro sin dejar de manosearlos indecentemente en plena calle, cuando advirtieron nuestra presencia, quisieron tomar rumbo alejándose de nosotras pero aquellas zorras los retenían allí sin sospechar el motivo por el que ellos querían desaparecer de aquel sitio.
De la sorpresa pasamos a la decepción, más Ana que yo, y de la decepción al rencor y del rencor al odio. Mientras nos encaminábamos a cenar, Pepa trataba de consolarnos y se solidarizaba con nosotras contando lo que le pasaba con los celos de su novio cuando ella no sabía ni tenía opción de saberlo, lo que hacía él estando a más de 400 Km de ella mientras que aquella tarde se había visto observada por la hija de los amigos de sus futuros suegros. Antes de entrar en casa de mis tíos, Pepa ya andaba empeñada en que lo mejor que podíamos hacer era olvidarlos, ligarnos a tres tíos y llevárnoslos a su casa para “follárnoslos” y desquitarnos de las afrentas que nos hacen. Semejante propuesta nos dejó perplejas a Ana y a mí que nos la quedamos mirando incrédulas e interrogantes. Al ver ella la cara que poníamos nos dijo:
-¿Qué pasa? ¿Nunca habéis estado con un tío? Pues os aseguro que se puede disfrutar mucho con ellos, ya es hora de que lo probéis.-
-Yo ya lo he hecho, pero Tati todavía es virgen.-
-Yo pensaba que dejaría de serlo con Alberto uno de estos días.- Dije.
Pepa esbozó una sonrisa y lamentando en su fuero interno haberse expresado así, volvió a animarnos dejándonos claro que aquella noche iba a ser nuestra noche y que nadie nos la iba a amargar, menos unos gilipollas como aquellos que se van con la primer zorra que se les insinúa, dejando tiradas a unas preciosidades como nosotras que podemos tener todos los tíos que nos dé la gana. Hasta ella estaba dispuesta a hacer lo que le viniera en gana y si le tenía algún día que plantar cara a su novio, informado por sus espías, lo haría y que él decidiera después respecto a ella lo que le diera la gana, ella también, según decía, tenía sus propias armas. Estaba decidido: iba a ser sonada la noche que se avecinaba.
Mi tío sacó para cenar uno de los mejores vinos que vendía en la tienda, nosotras nos fuimos animando y entre risas y animación (mi tía estaba encantada) la botella quedó vacía y entonces mi tío descorchó una de cava, rematamos la cena con una copa que nos ofreció mi tío. Ni Ana ni yo sabíamos qué tomar pero Pepa le dijo que si tenía Cointreau, mi tío fue a la tienda y nos empezó una botella para nosotras, estaba delicioso y con hielo, bien fresco, pasaba tan bien que tuvo mi tío que retirar la botella para evitar que “nos hiciera mal”.
Cuando salimos de casa ya íbamos bien contentas, aún teníamos que ir a casa de Ana a buscar su pijama según le habíamos dicho a los padres de ella cuando los vimos en el pasacalles, y antes de ir a la discoteca pasamos por casa de Pepa a dejar los pijamas y aprovechamos para conocer el caserón. La puerta principal daba directamente a la calle pero nosotras entramos por un gran patio ajardinado que aunque tenía puertas, estaba siempre abierto e iluminado, a él daba una puerta que debía ser la de servicio y ya dentro accedimos a un gran patio empedrado que comunicaba por una escalera con el resto de la casa. Al patio daban la puerta de una habitación, seguramente del servicio, y de un cuarto de baño que me llamó la atención por su tamaño, estaba embaldosado con baldosas blancas y había un retrete al fondo tras una pared, a la izquierda un enorme lavabo y un espejo de cuerpo entero frente a una bañera colocada perpendicularmente a la pared de la derecha. Si ese era el cuarto de baño del servicio ¿Cómo sería el resto de la casa? Efectivamente era como esperaba, una de las habitaciones tendría unos 50 metros cuadrados y dos camas de matrimonio, allí dejamos la ropa de dormir pues dijo Pepa que dormiríamos en esas camas.
Ya en la calle, alegres y contentas, decidimos entrar en uno de los bares a tomar otro Cointreau que tanto nos había gustado, en un descuido, pasé por la barra y pagué las tres copas pues me parecía lo más correcto teniendo en cuenta el trato que me estaban prodigando mis dos anfitrionas. Desde allí nos dirigimos a la discoteca pero al pasar por delante de otro bar vimos un grupo de chicos adentro y decidimos entrar a ver si había suerte con ellos, nos pedimos otra ronda del delicioso licor que esta vez pagaría Pepa aprovechando que nosotras estábamos charlando con aquel grupo de chicos que a la postre no nos hicieron ningún caso. Como Ana todavía no había podido pagar ninguna ronda, se empeñó en hacerlo bien en aquel bar o en la discoteca pero no quisimos que lo hiciera en ésta última porque sabíamos que allí las copas eran más caras así que nos fuimos a otro bar a tomarlas a pesar de que ya estábamos más que afectadas y se nos enredaba la lengua y sentíamos un constante mareo. Entramos en un bar que estaba abarrotado de gente de todas las edades y nos tomamos las copas sentadas en una escalera junto a la barra, cuando todavía no habíamos pagado, aparecieron mis tíos que al pedirse algo pagaron también nuestras copas; menos mal que pensaban que eran las primeras desde que habíamos salido de casa, nosotras disimulábamos muy bien el creciente mareo y ya evitábamos seguir bebiendo excepto Ana que se bebió su copa y la mitad o más de las nuestras. Nos despedimos de mis tíos y Ana, empeñada en pagar su ronda, nos arrastró al bar de antes para culminar su deseo y además ver si se podía ligar con alguno de aquellos que no nos habían hecho caso hasta entonces. Allí solo ella se bebió su copa, pero es que además se bebió casi por completo las nuestras pero pudo quedarse tranquila porque por fin pagó la ronda, eso sí, los chicos aquellos seguían sin hacernos el caso que nosotras ansiábamos. Así que nos fuimos a la discoteca.
Allí entramos moviéndonos al ritmo de la música que sonaba estridente y fuimos directamente a bailar a la pista, yo pensaba que se nos acercaría algún chico pero mi decepción iba en aumento. Posiblemente la belleza de Pepa les imponía y además la conocían en el pueblo como alguien que está a otro nivel y resulta inalcanzable y entonces ni se acercaban a ella ni a las que iban con ella. Solo a Ana se le acercó uno que nos lo presentó como Julián, me acordé de que era el que siempre iba tras ella pero aquella noche, Ana no quiso saber nada con él y lo despidió con la excusa de que al empezar a sonar las lentas, nosotras buscábamos donde sentarnos. Pero antes de venirse con nosotras pasó por la barra y se pidió otra copa, yo no podía beber más y Pepa tampoco pero Ana parecía una esponja.
Ningún chico se acercaba, parecíamos las feas del baile pero a Ana le importaba poco eso, estaba cada vez más bebida y se adormecía de tal manera que empezamos a preocuparnos por ella y decidimos sacarla de allí cuando nos confesó que no se encontraba muy bien. Como pudimos la arrastramos por calles apartadas para acercarnos a casa de Pepa, cuando vimos la ocasión de hacer el tramo de calle que faltaba hasta entrar en el patio sin llamar la atención, la llevamos cogida de las axilas como pudimos y por fin la introducimos en el patio; allí entonces ella se negó a abandonar la fiesta y quería por todos los medios volver a la discoteca, solo accedió a entrar cuando la engañamos diciéndole que entrábamos nosotras dos a mear porque teníamos muchas ganas, cosa que era verdad, a lo que ella se sumó pues también dijo tenerlas.
Solo cruzar la puerta del baño, Pepa se adelantó hasta el wáter y vació su vejiga, yo aguantaba a Ana derecha como podía hasta que me relevó Pepa, entonces fui yo la que me senté en la taza a pesar de estar las otras delante, tuve que levantarme sin poderme limpiar porque Ana estaba haciendo ademán de vomitar y mientras comenzó a hacerlo amorrada a la taza, tuve que limpiarme. Vomitó toda la cena y a saber cuánto Cointreau pero lo peor fue que haciendo fuerzas para vomitar, de pronto se llevó la mano al culo y vimos como un charco de pis crecía bajo ella así como una mala olor llegaba a nuestras narices, era evidente que se le habían abierto los esfínteres. Tuvimos que ayudarla a ponerse de pie y bien abierta de piernas para no pisar el charco le quitamos primero el vestido y después los zapatos y las bragas que yo reconocí como las que le había dado yo en mi casa, las metimos en la bañera y Pepa abrió el grifo del que salía un gran chorro de agua caliente que enseguida arrastró la porquería al desagüe. También hubo que lavar el vestido pero eso ya lo haríamos en el lavabo, ahora había que fregar el suelo, de lo que se encargó Pepa mientras yo metía a Ana en la bañera y conseguía sentarla sin caerse. Le despojé del sujetador recordando el día que estuve a punto de hacerlo en otra situación mucho más excitante que ésta y abrí el grifo dejando que se pusiera algo de agua en aquella bañera tan grande que cabía una persona echada. Con una esponja y jabón limpié bien toda la parte que se había manchado y desagüé el agua sucia, entonces vino Pepa, que ya había acabado la faena, y dijo de bañarla al completo. En poco rato se puso el nivel de agua en la bañera casi arriba y entonces le dijo que ya podía frotarse entera pero Ana no estaba para nada, solo reposaba tranquila con su melena flotando en el agua y pidiendo que la laváramos nosotras.
Pepa llevaba puesto un vestido de manga larga ajustada que intentó arremangar pero viendo que no podía y que por tanto iba a ser imposible meter las manos en la bañera sin mojar las mangas, optó por quitarse el vestido completo. Entonces pude admirar sus curvas y sus largas y perfectas piernas, sus delicados brazos, su perfecto abdomen y adivinar bajo su sujetador unos perfectos pechos, no pude contenerme y le di mi opinión:
-Eres muy bella, Pepa.-
-Gracias, pero tú me superas, a mí me gustaría no ser tan alta.-
Ana comenzó entonces a dar golpes al agua que salpicaba fuera de la bañera a pesar de decirle que no lo hiciera, era su manera de reclamar el lavado. Cuando comenzamos a lavarla siguió con la manía de salpicar hasta que opté por desvestirme yo también aunque ya estaba mojada por toda la parte delantera, como también le pasaba a Pepa. Me saqué también el sujetador aunque no se me había mojado apenas, posiblemente movida por un deseo de enseñar mis pechos tras haber oído las aduladoras palabras de Pepa y con un morboso deseo, lo confieso, de que Pepa, frente a mí al otro lado de la bañera, me imitara y podernos encontrar allí las tres casi desnudas.
-Sí, yo también me lo voy a sacar porque si no me lo va a poner perdido.-
Y Pepa, dejó al aire sus pechos que tersos y firmes marcaban unos perfectos círculos cuyos centros eran unos pezones tiesos rodeados de unas aureolas oscuras que los hacían hipnóticos. Cuando Ana notó nuestras manos sobre su piel, lavándola, dejó de chapotear para quedarse quieta y relajada aunque no paraba de despotricar de los hombres con el habla enredada y entrecortada, clásica de una persona con fuerte intoxicación etílica:
-Los hombres son una mierda. Nunca más me va a poner la mano encima alguien que tenga pene. De ahora en adelante este coño solo lo tocaré yo misma. A los hombres… ¡que les den! Y a vosotras también os han jodido esta noche. Nosotras nunca nos fallaremos. Seremos eternas amigas…-
Nosotras le íbamos dando la razón a todo lo que decía y aún se crecía en sus quejas del sexo masculino y se consolaba con la solidaridad que en nosotras veía.
Mientras nosotras dos, una por cada lado de la bañera, le íbamos lavando todo el cuerpo, yo lo hacía con la misma esponja que antes había utilizado pero Pepa lo hacía directamente con sus manos. Yo veía como pasaba sus manos repetidamente por todos los rincones del cuerpo de Ana, cada vez más repetitivamente y cada vez más lentamente, que dejé la esponja flotando en el agua y me puse a hacer lo mismo que Pepa, al principio me daba algo de reparo pero viendo a Pepa hacerlo, perdí la vergüenza y no solo imité los sobeteos que ella le prodigaba por piernas, abdomen, brazos y pechos, sino que me lancé descaradamente a sobarle directamente el sexo. Una expresión de felicidad en la cara de Ana demostraba que le gustaba, pero una dosis de pudor por mi parte me hizo apartar mi mano de allí, entonces ella llevó la suya a suplir la falta de la mía y comenzó a masajearse su coño como cuando lo hizo en mi casa. Su rostro se iluminó de felicidad y nosotras nos quedamos mirando una a la otra mientras acariciábamos las tetas de Ana y nuestras manos chocaban entre ellas en el intento de agradarle. Manteníamos nuestras miradas y aunque no decíamos nada nos transmitíamos un mensaje de lascivia y lujuria solo contenido por la distancia que la bañera nos obligaba a mantener.
La borrachera de Ana podía más que sus deseos y lejos de llegar al orgasmo, se quedaba dormida. Nosotras nos habíamos hartado de tocar su cuerpo por todos su rincones, ninguna decía nada pero lo que yo pensaba debía ser lo mismo que pensaba Pepa: abrazar el cuerpo que tenía enfrente, besar aquellos labios henchidos de deseo, tocar sus pechos, apretar su cuerpo al mío cogidas de las nalgas, pasar mi lengua por toda la superficie de su piel. Sacamos el tapón de la bañera y envolvimos a Ana en una gran toalla para poderle secar el cabello con el secador y después meterla en la cama de la habitación contigua. No era una hora intempestiva para ser una noche de fiestas, podíamos dejarla durmiendo y nosotras salir todavía a terminar la noche pero nos pusimos como excusa para no hacerlo que no debíamos dejarla sola, que mi vestido estaba mojado, que si nos veían sus padres sin ella… pero la única y poderosa razón era que sentíamos un fuego interno y sabíamos que seguidamente lo íbamos a apagar entre nosotras solas.
Pepa me cogió de la mano y le oí susurrar un “vamos” tan tenue como convincente y me arrastró hasta el pie de la escalera que ella, soltando mi mano, subía por delante. La visión de aquel cuerpo solo tapado por unas bragas de fina lencería que resaltaba más si cabe un culo perfecto que se movía tentadoramente al final de unas largas piernas más largas aún sobre unos tacones de altura considerable, su torso totalmente desnudo y su melena ondeando al ritmo de sus pasos, me estaba haciendo arder por dentro y me hacía anhelar el momento en el que nuestros cuerpos se juntaran para hacerlo mío el suyo y ella tomara el mío a su voluntad. Solo entrar en la habitación, sin mediar una palabra, nos abrazamos fuertemente como si quisiéramos ser dos en un solo ente. El beso fue instantáneo, las lenguas se enredaban entre ellas, mis labios y los suyos recogían la saliva que las lenguas intercambiaban. Notaba sus pechos apretados sobre los míos, sus manos en mis nalgas bajo mis bragas, su pelo sobre mis manos que agarraban su cabeza para mantenerla unida a la mía. Las pelvis apretadas una a la otra a la vez que las movíamos en continuo roce. Fui yo la primera que aparté mis labios de los suyos para bajarlos hasta uno de sus pechos y poder llenarme la boca con él; después del uno lo hice con el otro, después los sobaba y los besaba, los estrujaba, volvía a chuparlos, volvía a besarlos… me volvía loca con ellos.
Tuvo que apartarme casi violentamente para, una vez separadas, poder quitarse las bragas, lo cual hice yo también, y así dejar a la vista lo único que aún escondíamos. Resaltaba sobre su blanco abdomen una mata de pelo rizado que se extendía casi hasta los pliegues de las piernas, yo todavía no tenía que depilarme para ponerme en bañador pero era evidente que Pepa sí tenía que hacerlo. Automáticamente se me fue la mano hasta allí y yo recibí también la suya, sin soltarnos nos tumbamos en la cama y nos unimos otra vez en un beso apasionado pero esta vez acompañado del mutuo masaje en nuestros coños. Por mi cabeza rondaba el pensamiento del placer que explicaba Ana que había sentido cuando René le chupaba el coño, había llegado el momento de sentirlo y de darlo ¡qué mejor manera de experimentar esas sensaciones que con otra mujer! Si además esa mujer es tan bella y tan sensual como Pepa, seguro que será mucho mejor. Me coloqué sobre ella que abrió las piernas desmesuradamente para que yo pudiera instalarme entre ellas y así poder pegar mi pelvis a la suya en un continuo roce que provocaba en ambas un insaciable placer y un creciente deseo de sentir cada vez más y más la dicha del contacto carnal.
Ese fuego apasionado que se siente en el interior cuando se viven momentos cumbre como el que nos sucedía en aquel momento, lejos de apagarse, crecía y nos quemaba sin remedio haciendo que buscáramos desesperadas la forma de sofocarlo. Por eso Pepa, agarrando mi cabeza con sus manos mientras nos besábamos, la empujó hacia abajo y con ello mi cuerpo, a la vez que levantaba su pelvis y movía su cuerpo hasta hacer tope su cabeza en el cabecero de la cama, comprendí que buscaba con su coño mi boca… y se encontraron. El nuevo sabor nunca probado por mí hasta entonces, me pareció delicioso, notaba un aroma especial, saboreaba una textura increíble; suavidad, humedad, olores, cosquillas en mi nariz con el pelo púbico, la visión de la cara de Pepa mirándome a mí también, desde una perspectiva en la que sus tetas enmarcaban aquel rostro radiante de satisfacción, el calor de sus piernas en mis orejas… todo era nuevo y maravilloso y mi lengua no paraba de moverse y provocar placer inmenso que Pepa exteriorizaba con audibles gemidos y convulsos movimientos que provocaron en mí unas irreprimibles ansias de experimentar esa misma sensación. Por eso me levanté de sopetón y tumbándome a su lado, le estampé un beso con sabor a flujo vaginal y le exigí mi parte. Al parecer, ella no quería renunciar a lo que estaba disfrutando porque poniéndose a cuatro patas, metió su cabeza entre mis piernas y pasó una de ellas por encima de mi cabeza para colocarse encima con su coño justo al alcance de mi juguetona lengua.
Noté primero su aliento en mi coño húmedo e inmediatamente su lengua deslizarse lentamente desde el clítoris hasta el mismo ano, esto mismo una y otra vez mientras yo incorporaba mi cabeza para no separar mis labios de los de su coño; por fin se decidió a abarcar con su boca todo mi sexo mientras hurgaba con su lengua por mi interior, yo hacía lo propio. No sé cuanto rato estuvimos porque era tan maravilloso que el tiempo pasaba tan rápido que perdimos la noción del tiempo. Al final pusimos nuestro interés en excitar intensamente los clítoris con movimientos rapidísimos de las lenguas hasta que estábamos una y otra a punto de estallar, entonces Pepa apretó su coño a mi boca hasta el punto de sentir dolor e intuí sin duda, la inminente corrida de ella. Cuando lo hizo, con gritos incluidos y entre grandes espasmos, me provocó una subida tal de excitación que aunque ella dejó de chuparme y tuve que ayudarme con la mano, experimenté el mejor de todos los orgasmos que hasta entonces había sentido. Nuestros cuerpos se quedaron abatidos y solo pudimos acomodarnos un poco en la cama para tapándonos con la sábana quedarnos dormidas abrazadas tras unos besos delicados de amor sincero.
V
Aquella mañana era la del día de la fiesta mayor del pueblo, cuando me desperté, me encontré sola y desnuda en la cama y con unas enormes ganas de orinar, algo de resaca y remordimiento, pero una tremenda sensación de satisfacción por haber encontrado una forma de amar y ser amada que aunque clandestina y pecadora, resultaba tan placentera y gratificante. Me quedaba solamente una pequeña inquietud, y era que mi amiga Ana había quedado al margen de la tremenda noche que pasamos con Pepa. Debido a eso, quise ir enseguida a verla, así que me puse el camisón y salí rauda hacia el baño de abajo porque no podía aguantar más, en cuanto terminé la micción, fui a la habitación donde la dejamos durmiendo desnuda y vi que seguía haciéndolo, no quise molestarla pero me acerqué a cubrirla con la sábana que de alguna manera se la había sacado durante la noche y le di un beso en la mejilla. Después subí al piso de arriba a ver si estaba en algún sitio Pepa, la encontré en camisón preparando un desayuno a base de tostadas, margarina y mermelada, olía a café recién hecho y me recibió con una amplia sonrisa, nos dimos un beso en la mejilla y nos quedamos mirando como preguntándonos por lo de anoche, pero sin mediar palabra, por fin rompí el silencio yo:
-Nos lo pasamos bien anoche ¿verdad?-
-Yo no había hecho eso nunca con ninguna.-
-Ni yo… no te vayas a pensar, ha sido la primera vez en mi vida que hago algo así.-
-Pero… ¿tampoco con un chico?-
-Nunca, yo era muy inocente hasta hace poco, todavía soy virgen, pensaba perderla aquí con ese Alberto que vimos ayer con las francesas pero ya ves… aunque dudo que con él me lo hubiera pasado como contigo; tú sí que debes tener experiencia por lo bien que lo haces.-
-Pues tú tampoco lo haces mal, yo disfruté mucho contigo, alguna experiencia tenías que tener… por lo menos sola te lo debes de saber montar bien.-
-Hace dos meses ni me lo podía imaginar, menos mal que Ana me iluminó el camino.-
-Entonces… ¿ella y tú os lo habíais montado alguna vez?-
-No, no, no, lo único que ella me dio alguna lección de cómo conseguir los orgasmos.-
-¿Ah sí? ¿Y cómo te da las lecciones? ¿Así?-
Y entonces me metió la mano por debajo del camisón llegando a mi entrepierna y encontrándose con la sorpresa de que además de ir sin bragas, yo, al ver su acción, hice la pelvis hacia adelante al tiempo que abría mis piernas en una clara actitud de ofrecimiento que ella aprovechó para acariciar mi coño primero y el clítoris después cuando ya estábamos unidas en un beso apasionado y yo le metía mano también, aunque yo tuve que hacerlo por dentro de las bragas que seguramente se había puesto sin pensar que podía pasar lo que ya estaba pasando.
-¡Vaya, veo que os lo habéis debido de pasar muy bien esta noche!-
Ana estaba en el quicio de la puerta observando la escena y nosotras no nos habíamos percatado de su presencia entretenidas como estábamos con el morreo y el magreo. Nos separamos inmediatamente y no pudimos hacer otra cosa que sonreír sin tratar de disimular una situación que tan claramente había visto Ana. Lo bueno era que ella hubiera podido retirarse sin que nosotras lo hubiéramos percibido y disimular que no había visto nada pero entrando como lo hizo también daba a entender que aceptaba la situación y hasta la aprobaba. Quizás lo malo era que a ella también le habría gustado participar y no lo había hecho, pero claro… había que pensar en qué estado se encontraba anoche, por eso, acercándome a ella, le dije:
-¿Ya estás bien Ana? Anoche nos asustaste cuando te vimos en el estado que estabas. ¿Te acuerdas de algo?-
-Recuerdo perfectamente que me metíais mano en la bañera por todo mi cuerpo. Os debisteis poner cachondas conmigo y después os lo debisteis montar vosotras solas por lo que veo, pero me parece bien; no os cortéis ahora porque haya llegado yo, por mí podéis seguir, seguid, seguid, seguid por favor… no sabéis hasta qué punto resulta esto excitante.-
Esas palabras habían sido como un bálsamo acertadísimo para despojarnos de cualquier duda que pudiera haber respecto a cómo lo tomaría aquello Ana y además nos dejaba una puerta abierta para invitarla a participar o, al menos, no nos la cerraba.
Se zanjó la cuestión cuando Pepa nos recordó que había que desayunar y darnos prisa para acudir en poco rato a la procesión y a la misa posterior del día aquel, fiesta mayor, y que teníamos que ir de punta en blanco a esos eventos. Empezamos a hablar de lo que nos íbamos a poner cada una y a mí me aleccionaron sobre lo que iba a vivir aquella mañana, vería a las mujeres con sus mejores vestidos, los hombres trajeados, todos los niños muy monos y las chicas como nosotras, llamativas y de tacón alto. Si había alguna duda, ya sabía cómo saldría de casa.
Todo sucedió como estaba previsto, después Pepa vino a comer conmigo invitada por mis tíos y después nos fuimos a dormir la siesta a la cercana casa de Pepa. Con el vino de la comida y la noche tan movida que habíamos tenido, el sueño nos podía tanto que tras desnudarnos juntas y ponernos el camisón, caímos rendidas una en cada cama dispuestas a dormir para coger fuerzas para la noche que se avecinaba. Pepa se echó encima de la cama y sus piernas quedaron a mi vista; me fijé en ellas, eran largas y torneadas, perfectas, seguí mirando el resto de su cuerpo y no podía verle un solo defecto, pensé que, o realmente era perfecta o me había enamorado perdidamente de ella. Me gustaban los chicos o al menos, eso pensaba yo, pero estaba admirando a una chica con la que había tenido contacto sexual y me gustaba, enseguida me puse a pensar los motivos por lo que pasó lo de aquella noche. Habíamos llegado a aquello por una serie de circunstancias ajenas a un deseo explícito de una relación lésbica, pero era indudable que me había enganchado ¿era por Pepa o era porque si no hubiera sido ella hubiera sido otra cualquiera? Mirando el escultural cuerpazo de Pepa me puse a pensar en Ana y me di cuenta de que si hubiese sido ella en lugar de Pepa, también lo hubiéramos hecho si Ana quería, es más, cuando completamente borracha estaba a nuestra merced en la bañera, tenía que reconocer que disfrutaba magreándola. Evidentemente, me estaba comportando como una auténtica lesbiana. Con estos pensamientos me debí dormir hasta que nos despertó el timbre de la puerta.
Ana estaba esperando que pasáramos por su casa a buscarla pero como era casi la hora de cenar y no aparecíamos, vino por fin a buscarnos. Pepa, para que no tuviera que llamar otra vez para acceder a la casa, le dio una llave al tiempo que le recomendaba usarla por si se encontraba “mareada” como el día anterior, o incluso si ligaba y quería intimar en un sitio tranquilo con su ligue; yo entonces crucé una mirada con Ana que, sin decirnos nada, nos comunicábamos que a lo mejor aquello nos podía ir muy bien. Nos vestimos rápidamente y salimos a disfrutar de la fiesta, cuando estábamos en la plaza viendo un espectáculo público, Pepa se saludó con Margarita, a la que nos presentó. Margarita era la hija de los amigos de sus futuros suegros y por tanto, la persona que podía hacer llegar a los oídos del novio de Pepa, cualquier desliz público de ésta. Poco más dio de sí la tarde hasta la hora de cenar las tres en la casa de Ana invitadas por sus padres. Me llamó la atención la juventud de su madre y su perspicacia cuando al despedirnos nos dio un último consejo:
-Divertíos y disfrutad de la fiesta pero recordad que tenéis que mantener una reputación exquisita… así que sobre todo sed discretas.-
Ya solas en la calle, comentamos la lección recibida por tan asombrosa mujer y convinimos en que tenía toda la razón, no valía la pena demostrar a todo el pueblo lo putas que nosotras, según conclusión razonada entre las tres, éramos; si queríamos tirarnos a alguien, ya tendríamos ocasión. Yo aún era virgen y cada vez tenía más ganas de dejar de serlo, Ana dijo que si no le enseñaban los condones antes de meterle mano, ya no le daría a nadie oportunidad y Pepa nos confesó que le gustaría hacerlo con cualquiera que estuviera medianamente bien con la única condición de tener asegurado que su novio no se enterara nunca. Así que íbamos a aparentar decencia pero las tres sabíamos lo que queríamos, es más, mis dos amigas se prometieron hacer lo posible para que yo dejara de ser virgen aquella noche; aunque yo, en mi fuero interno, deseaba dejar de serlo… pero con Ana.
Lo que sucedió aquella noche sin buscarlo expresamente, fue algo como anillo al dedo. Pepa estaba impresionantemente llamativa y desde luego era como un cebo para los chicos que se acercaban a nosotras. Dos de ellos, Manolo y Pedro, estaban buenísimos, los dos babeaban tras Pepa, nos contaron que estaban haciendo la mili (por el corte rapado de pelo no engañaban), en un cuartel ubicado en la capital de la provincia, eran buenos futbolistas y jugaban en el equipo de la ciudad por lo que el coronel del regimiento les había concedido un permiso especial para poder asistir a los entrenamientos y a los partidos y en aquel periodo de tiempo previo al comienzo de la liga, hacían más bien lo que les venía en gana sin grandes obligaciones con el equipo y sin tener que pasar por el cuartel durante días, por eso se habían escapado a conocer la montaña aquel día y al encontrarse con la fiesta del pueblo decidieron quedarse. La montaña les gustaba, probablemente porque eran los dos de una ciudad a 400 Km de allí ubicada a la orilla del mar y destino de turistas que buscan sol y playa y con oriundos que hartos de sol abrasador, aprecian al máximo la frescura y el verdor de la alta montaña.
Enseguida mostraron ambos su interés por Pepa, la cual, cuando se percató de ello, se mostró con ellos distante y fría, no porque no le gustaran, sino porque tenía novio, como dejó caer a la primera ocasión, y por dejar vía libre a sus amigas. Cuando ellos vieron que Pepa era inalcanzable, empezaron a mostrar interés, Pedro por Ana y Manolo por mí, naturalmente nosotras les correspondimos. Pepa se marchó cuando se le presentó la oportunidad al ver a Margarita en animada conversación con un numeroso grupo de jóvenes de ambos sexos y entonces ellos aprovecharon para sacarnos a bailar al son de las lentas que invitaban al acercamiento íntimo en la penumbra de la pista de baile.
Nos dejamos abrazar y pegábamos las dos nuestros cuerpos al de ellos. Enseguida noté en mi vientre un bulto duro que me encantaba, más cuando oí sus palabras de amor y deseo en suave susurro en mis oídos; en una de las vueltas, vi a Pedro y Ana enganchados en un apasionado morreo e inspirada por ello, junté mi mejilla a la de Manolo que enseguida buscó mis labios con los suyos para fundirnos en un beso interminable que avivaba más si cabe todavía la excitación y el deseo que había surgido entre nosotros.
Cuando de golpe cambió el ritmo de la música y ya no tenía sentido permanecer en la pista abrazados unos a otros, las dos parejas buscamos un rincón oscuro y tranquilo para seguir con nuestro quehacer. Sentadas en unos cómodos bancos, una al lado de la otra y nuestras parejas al otro lado, podíamos ver cómo, discretamente, nos metían mano tratando de no llamar la atención y Ana, más experta, metía la suya sobre la abultada bragueta del pantalón de su pareja. Manolo no quería andar a la zaga y metió su mano por detrás de mi culo y mientras nos besábamos estiraba de mi para poderla escurrir entre el asiento y la falda y llegar a la zona del sexo; se lo facilité levantándome lo suficiente para echar hacia atrás la tela de mi falda de modo que mis bragas quedaban entonces en contacto con el asiento y él, de ese modo, pudo acceder con la mano directamente a la piel caliente por debajo de la braga. Ya solo faltó que con su otra mano arrastró una de las mías al bulto de su entrepierna.
Estábamos los cuatro exageradamente excitados y calientes, disfrutando del preámbulo de lo que inevitablemente esperábamos que viniera después y seguramente por eso, Ana, la resabiada Ana, cayó en que íbamos abocados a la culminación de lo que habíamos comenzado y ya tan avanzado lo llevábamos y espetó en voz alta:
-¿Alguien lleva condones?-
Y entonces Pedro hurgó en uno de sus bolsillos y sacó una caja que discretamente dejó que la viéramos todos al tiempo que preguntaba:
-¿Podemos ir a algún sitio tranquilo para gastarlos?-
Mirada cómplice entre Ana y yo sabiendo que pronto acabaríamos en casa de Pepa y acuerdo entre las dos de comunicárselo a ella. Los dejamos allí sentados pues no queríamos que nos vieran juntos más de lo imprescindible y nosotras nos fuimos en busca de Pepa para darle discretamente explicaciones. En cuanto se enteró, se excusó por un momento con Margarita y sus amigos y nos acompañó hasta donde habíamos dejado a las parejas; allí se comportó con ellos de manera totalmente distinta a la que lo había hecho antes, las sonrisas y muestras de simpatía hacia ellos, incluidas bromas pícaras y alguna que otra licencia, hacía pensar que estaba encantada de ceder su casa para una orgía en la que ella fuera, además de la anfitriona, la protagonista principal.
Tras este cordial rato de verdadera complicidad entre los cinco, Pepa se despidió de todos y de nosotras en particular con un sincero deseo de suerte, pero no sin antes advertirle a Manolo que fuera amable y paciente conmigo y que no me hiciera daño si me hacía perder la virginidad y que me hiciera gozar tanto que me quedaran ganas de repetir en lugar de escarmentar. Salimos de allí discretamente y por las mismas calles que la noche anterior habíamos acompañado a la amiga borracha, llegamos a la casa de Pepa. Fuimos directamente a la habitación de arriba y al momento estábamos abrazados y besándonos cada cual con su pareja y tumbados en cada una de las camas. Nuestras ropas comenzaron a amontonarse en el suelo, primero el calzado, después las camisas de ellos, después vestidos y faldas, pantalones y slips, el primero el de Pedro, yo nunca había visto un pene y aquel primero me pareció hermoso, tan tieso, tan brillante, tan oscuro en contraste con la clara piel de su vientre. Manolo se dio cuenta de lo que yo miraba y muy bajito me preguntó al oído:
-¿Te gusta la polla de Pedro? La mía es más grande, verás…-
Y diciendo esto se quitó el slip y una hermosa polla apareció ante mis ojos, como si tuviera imán para mis manos, éstas fueron raudas a tocar aquel trozo de carne que tanta atracción me causaba, me sorprendió la suavidad de su tacto a pesar de su increíble dureza, ya ansiaba pasarme aquello por mi húmedo sexo, lo solté para despojarme de mi ropa interior y mientras lo hacía vi a mi compañera como chupaba con avidez la polla de Pedro. Pensé que debía ser delicioso y sin esperar a que Manolo me lo pidiera, me amorré a su entrepierna y comencé a lamer por vez primera un pene. Lo hice primero desde la base siguiendo lentamente por el tronco para acabar introduciéndome la punta dentro de la boca, sus movimientos conseguían llenarme la boca cada vez más y más hasta que los empujones que sentía en la garganta, me produjeron arcadas, entonces me aparté y enseguida él se colocó sobre mí que acogedora, como la noche anterior con Pepa, abrí las piernas para sentir la punta de su pene rozar los labios de mi sexo, yo ardía en deseos de ser penetrada por primera vez pero al mismo tiempo tenía miedo de que aquel falo me abriera en canal, por eso la cogí con la mano y la acompañé a la entrada a la vez que le pedía en un susurro que tuviera cuidado de hacerlo muy despacio.
Ya de reojo veía moverse diabólicamente a Pedro, ajeno a nuestra particular batalla, y a la dulce Ana, esa sí preocupada sinceramente porque yo tuviera una experiencia placentera. De momento, Ana dio un empujón a su pareja y le pidió calzarse un condón al tiempo que nos advertía de la conveniencia de que nosotros lo utilizáramos también. Aunque Manolo hizo mención de seguir su consejo, un apretón con mi brazo hacia mí y un suave estirón de su polla hacia el interior de mi coño le hizo comprender que yo quería que siguiese así; un apretón suave hacia delante por su parte a la vez que otro por la mía y ya noté en mi interior un pequeño trozo de su carne, los dos hicimos rápidamente para atrás y vuelta a repetir lo anterior. El miedo me afloraba a la vez que el deseo se multiplicaba, estaba claro que podía más el deseo, y más ayudado por el de él, que el miedo y la precaución, y a pesar de un leve escozor el pene iba entrando cada vez un poco más hasta que saqué mi mano que además de sujetarle la polla en perfecta posición servía de tope entre los cuerpos y obstáculo para que no me metiera más carne de la que yo era capaz de asimilar. Al momento noté mis entrañas llenas y el roce del pelo de su pubis con el mío, era maravilloso, sobre todo cuando sin sacarla apretaba su pubis contra el mío y me producía un enorme gusto en el clítoris que me recordaba al que sentí el día anterior con Pepa.
Ahora veía otra vez a la otra pareja, se había colocado ella encima de él que todavía llevaba en su mano el famoso condón, con las piernas abiertas sobre su cabeza y practicaban un perfecto 69 que yo empezaba a encontrar en falta y que ya no iba a pedirle a Manolo siendo que entre mis fluidos vaginales se encontraba algo de sangre que con mi mano ya había comprobado. Ya el escozor, aunque persistía, quedaba en segundo plano ante el placer que estaba sintiendo, solo el miedo a un embarazo me hizo pedirle a mi amante desvirgador que no se corriera dentro o se pusiera el condón, él me tranquilizó diciéndome que le gustaría correrse en mi boca y yo, sin pensarlo dos veces, lo aparté y me dispuse a poner mi boca y mis labios a su disposición. Tuvo que limpiarse la polla en su propio slip antes de que yo se la chupara durante un escaso minuto hasta que noté por sus espasmos que iba a correrse y entonces sentí dentro de la boca un espeso líquido de un sabor que no resultaba desagradable pero que ni podía tragar ni sabía qué hacer con él; un oportuno pañuelo de bolsillo que me proporcionó enseguida, salvó la situación.
Los otros nos veían de reojo y la corrida de Manolo en mi boca les excitó todavía más, sobre todo a Ana que con sus audibles gemidos y movimientos infernales daba claras muestras de su inminente orgasmo provocado por la lengua de Pedro que, cuando Ana finalmente lo experimentó, se corrió también en la boca de ella que no dejó escapar ni una gota para, finalmente, escupir toda la corrida sobre el vientre de Pedro.
VI
Pedro salió corriendo al baño para lavarse y Manolo tras él hizo lo mismo, nosotras, al quedarnos solas, intercambiamos unas miradas de complicidad y Ana se interesó:
-¿Qué tal Tati, te ha gustado tu primera vez? ¿Te ha hecho daño?-
-Me ha escocido algo pero me ha gustado.-
-Pero me ha parecido que no te has corrido…-
-Bueno… no, pero es que me escocía algo y he preferido dejarlo cuando me ha dicho que se quería correr en mi boca.-
-Manolo la tiene muy grande, seguramente te habría gustado más con Pedro.-
-Bueno… el que me ha tocado ¿no?-
-Podemos proponerles hacer un cambio y así pruebas la de Pedro que te entrará mejor, además es buen follador, tan bueno como René. ¿Has visto como ha conseguido que yo me corriera?-
-Sí, y él también, se nota que tú también eres una buena folladora, sabes manejarte muy bien con un tío.-
-Antes de que vuelvan: ¿Les decimos que vamos a hacer cambio?.-
-Ya sé que ellos querrán, pero… ¿no pensarán que somos unas putas perdidas?-
-Eso ya lo piensan, a mi me importa un bledo, éstos son de los que no vas a ver seguramente nunca más en tu vida, disfruta y goza de ellos como ellos gozan de nosotras y mañana si te he visto no me acuerdo.-
-A mi me da vergüenza decirles nada, y que se lo digas tú también, si sale de ellos te prometo que aceptaré pero, por favor, tú no les digas nada.-
-Vale, pero ya verás cómo no hará falta, solo tendremos que ser sugestivas y dejarles actuar… si no es que son tontos y creo que no.-
-Yo también tendría que lavarme, llevo todo el coño manchado de sangre.-
-Y yo el mío lleno de saliva y flujos, también voy a lavarme.-
-¿Vamos al baño que están ellos o al de abajo que estaremos solas?-
-Vamos al de abajo.-
En aquel baño no había bidet, tuvimos que abrir el grifo de la bañera en la que la noche anterior metimos a Ana borracha y nos metimos juntas adentro sentadas una frente a otra a tomar un relajante baño aprovechando la necesidad imperiosa de una limpieza de nuestros sexos. Cuando nos pasábamos la mano por el coño con la excusa de la limpieza, nuestras miradas cruzadas se mantenían fijas en los ojos de la otra, una y otra derivamos la limpieza del coño a una descarada masturbación que aunque propia de cada una, nuestras fijas miradas a los ojos evidenciaban el mutuo deseo que había nacido entre nosotras y que sin necesidad de palabras que lo corroboraran, estaba creciendo de tal modo que nos hizo olvidar la circunstancia que nos había llevado a aquella bañera en la que el inevitable roce de nuestras piernas sumergidas en el agua templada que cubría nuestros cuerpos como manta protectora que protege y da calor, elevaba todavía más la excitación que sentíamos.
Repentinamente se terminó lo que estaba empezando cuando oímos a los chicos pronunciar nuestros nombres llamándonos desde la escalera; no tuvimos más remedio que contestar para que supieran a dónde dirigirse para encontrarnos. Cuando entraron y nos vieron en aquella situación, notamos cómo se les alegraban los rostros pues la verdad es que no dejaba de ser algo con una alta dosis de carga erótica de signo lésbico y pareció gustarles. Solo hubo que decirles que nos pasaran la esponja por la espalda para que en lugar de la esponja nos pasaran las manos enjabonadas, pero curiosamente era Manolo quien lavaba a Ana y Pedro a mí. Pronto sus manos masajeaban nuestras tetas y sus penes estaban otra vez tan tiesos como hacía un rato. En cuanto vi a Ana cogerle la polla a Manolo y comenzar a masturbarlo, yo hice lo propio con la de Pedro y aún fui más lejos pues estiré la cabeza lo suficiente como para demostrar que quería alcanzar con mis labios el pene que con mi mano atraía hacia mí. Chupando el falo de Pedro con los ojos cerrados, me llevé la mano libre a la entrepierna y comencé a masturbarme descaradamente; le debía proporcionar mucho placer al chico porque se apartó diciendo que no quería correrse sin antes penetrarme. Pedimos las toallas y salimos de la bañera para volver a la habitación con los chicos tras nosotras, yo era la primera subiendo por las escaleras y no pude por menos pensar en que la noche anterior era Pepa la que subía delante y yo detrás admirando su figura, ahora podía ser Ana la que admirara la mía y eso me gustaba y me excitaba, deseaba que igual que el día anterior ardía en deseos por el cuerpo desnudo que me precedía, hoy a Ana también le sucediera lo mismo… en los chicos no pensaba.
Fuimos a parar encima de la alfombra entre las dos camas, allí nos abrazamos y unimos nuestros labios cada cual con su nueva pareja. Manolo y Ana cayeron en una de las camas y yo ya me estaba decantando para la otra cuando un empujón de Pedro me hizo caer debajo de él en la misma cama que los otros, pronto vi lo que buscaba Ana de su pareja pues agarrándole la cabeza lo empujó hasta que consiguió tenerla entre sus piernas y sentir la lengua de Manolo deslizarse con suavidad a lo largo de su coño. A Pedro no hubo que empujarlo para que imitara a su compañero y al momento estaba sintiendo yo una lengua juguetona por mis bajos ávidos de placer. Ambas disfrutábamos de las lenguas y labios de nuestros nuevos amantes cuando nuestras miradas se cruzaron y en lugar de evitarnos, mantuvimos fijos nuestros ojos en los de la otra en una mirada cómplice y lujuriosa que lo decía todo. Al roce accidental de nuestros antebrazos respondimos cogiéndonos de la mano y apretándolas en un deseo mutuo de transmitir el placer que cada una sentía y que se hacía más grande al estar las dos echadas sobre la misma cama y compartiendo a nuestros amantes. En aquellos momentos creo que si hubiéramos tenido las cabezas más cerca, hubiera sido inevitable un pasional beso entre nosotras sobre todo cuando Ana dio muestras del placer que sentía llegando a un escandaloso orgasmo seguido del mío en amorosa compañía.
Los chicos estaban entusiasmados y tras conseguir esos primeros orgasmos, hicieron lo posible por seguir proporcionando placer olvidándose del propio, tal y como debe ser un buen amante… y estos estaban resultando de lo mejor. A una determinada posición le seguía otra, a cual más placentera, tan pronto éramos chupadas como chupábamos, éramos penetradas en una y otra posición… hasta que coincidió que las dos estábamos de rodillas en el borde de la cama con los coños en pompa y ellos, de pie, nos penetraban en una cómoda posición. Debe ser que la tentación de cambiar la pareja para los hombres es tan grande que, a pesar de haber estado una hora antes con la otra, quisieron cambiar de coño y así lo hicieron sin pedir permiso pero sin que tampoco nos importara a nosotras, se cambiaban una y otra vez y sin sacarse el condón, cosa que nosotras vigilábamos intensamente. Todo el rato, las miradas entre nosotras irradiaban fuego y ellos, aunque entretenidos en su propio goce, se debieron dar cuenta porque Manolo nos pidió que nos morreáramos entre nosotras a lo que Pedro nos animó manifestando que lo estábamos deseando; Ana, pícara en esta ocasión, calculando lo que debían desear vernos así, aprovechó para poder ver algo impensable:
-Si queréis que nos demos un beso nosotras, tendréis que chupárosla entre vosotros en un 69.-
-Y vosotras otro.- Dijeron ellos
A mí eso me hacía ilusión y nos miramos entre nosotras para afirmarnos en el deseo compartido pero Ana iba más lejos contestando por las dos y llevando la iniciativa les dijo:
-Eso no, mejor una sorpresa… ya veréis.-
-¿Cuál es esa sorpresa? Quiero saberlo yo.- Dije
Y acercándose al oído, me dijo sin que los otros lo oyeran:
-Los retendremos hasta que llegue Pepa o la vayamos a buscar y que ella también se lo pase bien con ellos, ¿qué te parece?-
-Perfecto… y mientras, nosotras también podemos pasarlo bien haciendo lo que estos quieren pero sin hacerlo delante de ellos, ¿de acuerdo?-
Las risas de complicidad que siguieron a las palabras sordas para ellos, convencieron a los chicos de que algo bueno les esperaba si nos seguían la corriente; se miraron entre ellos y sin decir ni una palabra, se tumbaron en la cama uno al revés que el otro y al momento estaban practicando un 69 que antes de conocernos hubieran jurado no hacerlo ni por todo el oro del mundo. Es lo que pasa cuando las mujeres utilizamos nuestras armas de convicción.
Miramos cómo aquellos militares tan masculinos, tan machos, tan contrarios a todo atisbo de feminidad en tíos tan heterosexuales como ellos creían y se sentían ser, se ponían a chuparse mutuamente las pollas… y a disfrutar. Solo entonces fue cuando nosotras nos fundimos en un beso húmedo y pasional, en medio de un abrazo con nuestros cuerpos desnudos, las tetas aplastándose entre ellas, la piel de los cuerpos en las palmas de las manos y los dedos de la compañera; los chicos miraban pero ninguno soltaba la presa de su boca, ya no lo hacían por cumplir nuestros deseos, estaba claro que les estaba gustando tanto que si no los apartamos, se habrían corrido dejándonos a nosotras de mironas expectantes. Se colocaron de nuevo condones y se dispusieron detrás nuestro a terminar lo antes posible, una mirada hacia ellos me convenció de que de la forma en que se miraban entre ellos unos momentos antes de correrse, lo hacían con la misma complicidad que nosotras sentíamos cuando escandalosamente alcanzábamos al unísono el orgasmo deseado.
VII
Después de limpiarnos y asearnos, ya todos vestidos y listos para salir otra vez a la calle, Ana les explicó que ellos tenían que quedarse allí esperándonos hasta que volviéramos con Pepa, que esa era la sorpresa y que si ellos estaban de acuerdo, se acostarían con ella solo para darle placer, cuando ella estuviera totalmente satisfecha, podrían pensar en correrse ellos, naturalmente accedieron a algo que ni esperaban ni podían imaginárselo remotamente, Pepa era como una diosa inalcanzable a la que iban a tener al alcance sin esperarlo y no iban a desperdiciar semejante ocasión… siempre, claro está, que Pepa acceda, porque en caso contrario tendrían que marcharse después de una espera infructuosa y esperar al día siguiente para repetir con nosotras lo de aquella noche.
Pepa seguía en la discoteca con Margarita y el grupo; llegar solas nosotras a su encuentro nos daba una aureola de integridad que a Pepa ante Margarita le iba como anillo al dedo. Hicimos un aparte las tres y le preguntamos por el momento de marcharnos, ella, sorprendida, replicó:
-¿Pero es que no os habéis ido con los chicos a casa? ¿Dónde están ellos? ¿Os han abandonado después de quedarse satisfechos?-
-Son unos excelentes muchachos, tienes que conocerlos Pepa.- Dijo Ana.
-Ya los he conocido y parecen buenos chicos, ¿por qué no estáis con ellos?-
-Tienes que conocerlos más a fondo Pepa, te los hemos reservado para que esta noche sea para ti una noche inolvidable, están esperando en tu casa.- Dije yo.
-Estáis locas, ¿cómo me voy a liar con unos tíos totalmente desconocidos… además, con dos a la vez.-
-Mira Pepa, son dos tíos estupendos, están en un cuartel a más de 100 Km de aquí, a punto de licenciarse y volver a sus pueblos a más de 400 Km, no los vamos a ver nunca más y seguro que no nos van a causar ningún problema, es lo ideal, solo tienes que tener la precaución de que usen condones si te la meten, aunque te aseguro que también te divertirás si no llegan a penetrarte… nosotras dos podemos dar fe de lo que digo.- Dijo Ana.
-¿Y vosotras?-
-Te dejaremos a los dos para ti sola, ya estamos satisfechas, ¿verdad Ana?- Dije yo.
-¿Y qué haréis mientras estoy con ellos?- Preguntó Pepa.
-Nos iremos a dormir.- Dijimos las dos al unísono.
Parecíamos tres chicas de lo más formal saliendo solas de la discoteca a una hora prudente para retirarnos a dormir antes de que se hiciera muy tarde. Caminábamos por la calle principal hasta la plaza y hasta cruzamos alguna que otra palabra y los saludos pertinentes con conocidos, claro está, de Ana y Pepa. Solo al entrar en la casa dio Pepa señales de nerviosismo e indecisión, fuimos directamente al baño de abajo y una tras otra utilizamos el inodoro para mear y después la bañera con un poco de agua para lavarnos nuestras partes íntimas y los pies que inevitablemente había que meter en el agua, mientras lo hacíamos oímos a los chicos que llegaban a la puerta pero no les dejamos que entraran, tampoco dejamos que Pepa se pusiera otra vez las bragas que se había quitado al entrar en la bañera y jugábamos a pasarlas de una a otra cuando nos las quería quitar de las manos, entonces llamamos a los chicos que en cuanto entraron recibieron sin esperarlo la prenda por nosotras enviada. Pedro, que la cogió, antes de que Pepa llegara a quitársela, se la llevó a la nariz e invitó a su amigo a olerla también, fue aquella broma suficiente para romper la pequeña capa de hielo que se hubiera podido formar y todos rompimos a reír antes de que le devolvieran la prenda que ella, con gran desparpajo, tiró al lavabo y fuera a saludarlos con sendos picos en los labios.
Eligió Pepa quedarse con ellos en la habitación de abajo que la noche anterior había ocupado Ana y nosotras entramos también en ella ávidas de curiosidad por ver qué pasaba allí. En cuanto comenzaron a besarla y magrearla, Pepa nos despachó diciendo que aquello no era un espectáculo y que si ella se había perdido el de antes, nosotras lo haríamos ahora. Salimos de aquella habitación dejando cerrada la puerta tras nosotras y ya emprendimos la ascensión de la escalera que nos llevaba a una experiencia nueva, deseada, ansiada, íntima para compartir en pareja, experiencia que quemaba nuestro interior, fuego ardiente que iba a ser apagado con otra llama, llama de lujuria y pasión que encendida no se sabe cuándo, arrastraba nuestros cuerpos a la hoguera del pecado, a la isla de Lesbos, a los brazos de la amante deseada.
Otra vez de pie en la alfombra entre camas, otra vez un beso apasionado, éste nos salía del alma, nadie nos lo pedía, mi lengua en su boca, su lengua en la mía, el fuerte abrazo que nos unía más y más, nuestras manos por debajo de la ropa, por debajo de las faldas, por dentro de las bragas, agarradas de las nalgas sin dejar de besarnos, hasta que la ropa sobra, es un estorbo que entre prisas hay que eliminarlo para que nuestras pieles desnudas puedan rozarse, sentir el calor del otro cuerpo, sentir nuestros vientres desnudos y el roce del pelo púbico, sentir sus tetazas bajo las mías, sentir las mías apoyadas en las suyas y seguir abrazadas, un abrazo infinito, sensual, cálido, delicado… un abrazo lleno de amor, amor sincero, un amor inconfesable por tan grande, no por pecaminoso. ¡Qué ganas teníamos de encontrarnos así! ¡Qué felicidad sentíamos estando en los brazos de la persona que amas! ¡Qué diferente era aquello al puro sexo que habíamos practicado con los muchachos! ¡Qué puro resultaba aquel amor y qué limpio tenía que ser todo lo que de él saliera!
Caímos sobre la cama distinta a la que utilizamos con los chicos, quizás para marcar distancias, y hundí mi cabeza entre sus tetas mientras ella acariciaba mis cabellos, estaba saciando mi obsesión por sus tetas y ella se dejaba hacer, dejaba que se las lamiera, chupara, absorbiera y ensalivara, por toda la superficie, por los pezones, pezones grandes y oscuros, atrayentes, deliciosos, maravillosos. Sus piernas abrazaban mi cuerpo y sus brazos mi cabeza, su pelvis se movía cadenciosa apretándose a mi cuerpo, yo notaba su pelo bajo mis tetas y metí mi mano bajo ese pelo para encontrarme con su sexo caliente, ya húmedo, tanto como el mío y me olvidé de la obsesión por sus tetas para pasar a otra obsesión: la de su coño. Tenía que probarlo con mi boca, saborearlo, chuparlo, cansar mi lengua jugando con sus labios, con su clítoris, metiéndola todo lo que podía y ella aguantaba, aguantaba pasiva y disfrutaba, disfrutaba como perra en celo, disfrutaba recibiendo placer tanto como yo dándoselo, tanto como yo lo hacía cuando notaba los espasmos que, acompañados de audibles gemidos, le estaba provocando. Iba a correrse en mi boca, con mi lengua, ¡qué mejor satisfacción! Pues sí, aún podía ser mejor, Ana lo supo hacer mejor: Cuando apretando con sus manos mi cabeza a su sexo alcanzaba el orgasmo, oí en voz baja pero claramente:
-Te quiero Tati… te quiero… te quiero… te quiero.-
Yo estaba tan feliz que me habría quedado eternamente allí, con mi boca pegada a su coño, esperando que la tranquilidad que siguió a la agitación se tornara en un sueño despreocupado y profundo, ninguna nos movíamos hasta que noté que ella estaría mejor si la dejaba descansar a su aire saliendo de entre sus piernas, Es lo que hice para acostarme a su lado a la vez que cogía la sábana para tapar nuestros cuerpos y disponerme a dormir lo que quedaba de noche lo más juntas posible. Recibí su abrazo y unos besos delicados mientras me volvía a insistir:
-Te quiero Tati.-
-Yo también te quiero Ana.-
-Yo te quiero de verdad, cariño mío, amor.-
-Yo me he enamorado perdidamente de ti y ahora no podré vivir sin ti. Buenas noches, mi amor.-
-Tú no te has corrido…-
-Es igual, estoy muy satisfecha, ahora durmamos, buenas noches otra vez.-
-Te debo una, apago la luz, buenas noches.-
Me pareció soñar que algo o alguien se metía entre mis piernas y alcanzaba con su boca mi coño, aún adormilada, iba despertando y comprobé que el sueño era una realidad, Ana se había introducido por debajo de la sábana y me estaba comiendo el coño con una suavidad exquisita. Todavía era de noche pero a mí me parecía que había pasado mucho tiempo desde que nos dimos las buenas noches, Ana se había despertado y seguramente me quería compensar por el buen rato que le había hecho pasar aquella noche. Le pedí que saliera de allí y me abrazara para darnos un beso pero meneó la cabeza de un lado a otro en clara negación al tiempo que me producía una placentera sensación con ese movimiento; cuando la cogí por la cabeza para intentar hacerle comprender que quería atraerla hacia mis labios, no conseguí otra cosa más que Ana apretara más todavía sus labios y su lengua a mi ardiente coño. El placer se intensificaba por momentos, mis espasmos cada vez más violentos, tanto se oían mis gemidos en el silencio de la noche que pensé en Pepa y los muchachos, a los que habíamos olvidado, y según donde estuvieran, nos pudieran estar escuchando. Esa posibilidad, lejos de acallarme, me hacía ser más escandalosa, no me importaba, sino todo lo contrario, ¡que nos oyeran!, así se enterarían de nuestra felicidad, del amor que nos tenemos, de lo bien que lo pasamos juntas. Tanto placer acabó en tremendo orgasmo y Ana seguía y seguía como una posesa; entonces sí que tuve que apartarla casi violentamente pues tenía tan sensible la vulva y el clítoris, que no podía aguantar el más mínimo roce. Otra vez nuestros labios se unieron y los repetidos “te quiero” se volvieron a oír atenuados, cerca de los oídos, despacito, apagándose… hasta quedarnos dormidas abrazadas. Por el resquicio de la ventana entraba ya el primer rayo de luz de la mañana veraniega.
El nuevo día me trajo un nuevo pensamiento: me había despertado feliz y contenta junto a mi amor y no tenía ningún remordimiento, hubiera firmado para que el resto de mis días tuvieran un inicio como el de ese día. Estaba enamorada y mi amor era correspondido, era algo que nadie podía pensar que podía pasar, ni mis padres, mis amigas, mi entorno social, yo misma. Pero éramos felices, y seguramente no, seguro, ¡éramos lesbianas!, bueno… Ana no lo sé, pero yo sí. Había disfrutado con Pepa y me había enamorado de Ana, además Ana me decía que me quería y a mí ese amor correspondido me hacía feliz; había tenido sexo con los muchachos y me gustó, sí, pero no me enamoré ni un poquito de ninguno, en cambio con Ana había sido completamente diferente. Así pues, tenía que afrontar a partir de ahora una nueva realidad con sus consecuencias.
-Ana: ¿tú crees que tiene futuro esta relación?-
-Pues claro que sí, aunque la tendremos que mantener en secreto.-
-Pues a mí me dan ganas de proclamarla a los cuatro vientos.-
-Sería lo peor, sufriríamos unas presiones tremendas, no nos dejarían estar juntas, nos expulsarían del colegio, a mí me enviarían lejos de ti y no nos podríamos ver. Es mejor hacer como que somos muy buenas amigas y siempre encontraremos ocasión para estar solas y entonces desquitarnos.-
-Tienes razón Ana, pero entonces… ¿a quién se lo diremos?-
-¡A nadie! Puede que alguien, por ejemplo Pepa, se dé cuenta, pues si pide explicaciones se le dan las que comprendamos y vale.-
-Somos lesbianas…-
-Mira Tati, a mi no me importa, sobre todo si me quieres así, ¿y a ti?-
-Pues a mí tampoco.-