Una musulmana buscando sexo sin parar
Bajo un sol de justicia, los grillos y los pájaros cantaban para acompañar la apacible melodía del viento. Era un parque enorme, uno de los más floridos y bien cuidados de toda la región. Había estanques, puentes de madera que sobrepasaban riachuelos, árboles de todas las especies… Era tan grande que incluso el día con más gente era difícil sentirse incómodo con la multitud. Estaba bien suministrado de papeleras y baños públicos, y de funcionarios que en su vigilancia se encargaban de multar a cualquiera que se atreviese a ensuciar o destrozar el parque.
En el centro de todo el parque había una cuadrilla de adolescentes pasándose un porro sentados en dos bancos muy cerca el uno del otro, no hacían ninguna fechoría y por lo tanto el guardia los dejaba en paz, haciendo la vista gorda en lo referente a la droga blanda. Estaban haciendo campana, y a sus quince años eran los más despreocupados del instituto. Nadie se metía con ellos y ellos no solían meterse con nadie. Aún así, de vez en cuando se hacían los chulitos delante de las chicas sin llegar a tener tanto éxito como les gustaría. Alguno había tenido sexo, algún que otro podía jactarse de haber tenido bastantes experiencias frente los que aún no habían probado bocado. Dante era un punto intermedio, con poca experiencia y nervioso por repetir. Todos estaban desesperados porque frente a ellos se cruzase algunas chicas de su instituto con las que poder probar suerte… Pero eso no pasaba.
Entre anécdotas de peleas, cotilleos de barrio, alardes de polvos aprovechaban también para comentar lo buenas que estaban ciertas conocidas en común. Entonces uno de ellos, el que sostenía el porro entre los dos dedos, apuntó con su dedo índice hacia el camino de piedra que pasaba frente a ellos.
— ¡Vaya pibón! -exclamó.
— ¡Ostia puta! ¿Quién es? -dijo otro.
— No lo sé, nunca la he visto por aquí.
— ¿Me estás jodiendo? -dijo el rubio regordete inclinándose hacia delante sin levantarse del banco-. Está buenísima.
— Esa quiere polla. Mira como va vestida.
Dante arrugó la frente y enfurruñó los ojos en un intento de ignorar sus problemas de vista. Al estar algo lejos, no logró verle la cara aunque en general le pareció una mujer muy atractiva.
— ¿Vamos a dejarla escapar? Si se está paseando.
— Esa mujer está en otra liga, tio. ¿Cómo se va a interesar en un crio como tú?
— Cierra el pico, nano. Nunca lo sabré si no lo intentamos.
Era una mujer de largos cabellos negros, portando unas gafas de sol y un collar que colgaba sobre su escotazo. Tenía unos pechos enormes, que retumbaban dentro del corpiño de su vestido con cada paso que daba. Sus nalgas, que parecían trabajadas en un gimnasio, amenazaban con dejarse ver por debajo de la falda, la cual era exageradamente corta. En complemento llevaba unos zapatos de tacón de aguja no tan fina y un bolso negro por debajo del hombro izquierda, el cual no era ni demasiado grande ni muy chiquito.
Se paseaba por el caminito de piedra sin salirse de él, mirando la naturaleza que la rodeaba como si no tuviese nada mejor que hacer. Durante unos segundos se quedó mirando al pintoresco grupo de adolescentes y les sonrió tímidamente, sin tardar demasiado en pasar de largo.
Joaquín, tomando la iniciativa, se levantó del banco con aspecto decidido y se encaminó con inercia hacia la mujer, la cual ya les estaba dando la espalda o, más bien, el trasero. Todos pensaron lo mismo, y es que ella sabía muy bien que la seguían con la mirada sin perder detalle. Vieron al intrépido adolescente acercarse a ella, dedicarle unas palabras y la vieron reírse antes de continuar andando.
Cabizbajo y con el rabo entre las patas, se espatarró en el banco sintiéndose humillado.
— ¿Qué te ha dicho?
— Que no está interesada en hacer de canguro, que gracias.
— Que coño… -gruñó un chico de cabellos largos, lisos y rubios. Era el más delgado y alto del grupo. Se puso en pie de un brinco, anduvo hacia la madurita e intercambió unas palabras. No tardó mucho en ser descartado como su amigo. En cambio, al llegar con los demás no se sentó y permaneció de pie.
— ¿Qué ha pasado? -inquirió Dante, mirando como el resto como la mujer se alejaba poco a poco más y más.
— Me ha dicho que no está interesada en menores, que nos busquemos alguien de nuestra edad.
— Vaya tia… -opinó, sorprendido, otro de los chicos que se llamaba Dani. Se encendió un cigarro y dio la primera calada justo antes de dirigirse allí, sin soltarlo.
Dani era guapo, alto. Ya tenía sus primeros inicios de barba en el mentón y en la parte inferior de los pómulos. Iba peinado con gomina y, en el grupo de amigos, era de los pocos que acumulaba méritos con las chicas. Aún así, le quedaba mucho camino por recorrer para ser considerado un seductor.
Su mano rozó la espalda de la morena, deteniendo su paso. Lejos de molestarse o apartarse, la mujer permaneció quieta. Hablaron largo y tendido, al menos, por cuatro minutos. Él hablaba y ella sonreía. La mujer cambió el peso del cuerpo de un pie al otro, se cruzó de brazos y movió las manos para gesticular lo que decía. De vez en cuando, la cuadrilla lo veían llevarse el cigarro a los labios y consumirlo en cenizas.
Al rato, Dani volvió mientras todos le esperaban impacientes. Se sentó en el mismo lugar que había abandonado minutos atrás y pegó en silencio una última calada, antes de tirarlo al suelo y pisarlo.
— ¡Tio! -le advirtió Dante señalando al guardia, el cual con el pecho inflado se detenía en su paseo por la otra punta del parque mirando lo que parecía ser el cigarro aplastado bajo la bota del chaval.
A regañadientes lo agarró y lo tiró sin levantarse en la papelera que había inmediata al banco. El guardia pareció bufar y continuar su marcha, mientras la mujer a la que intentaban conquistar parecía haber cambiado de opinión volviéndose por donde había venido.
Parecía no molestarle el hecho de que la mirasen, más bien no le afectaba porque frente a ellos continuó mirando flores, árboles y disfrutando de la brisa veraniega que compensaba las altas temperaturas.
— ¿Has conseguido su número o algo? -le preguntó Joaquin esperanzado, montándose en su cabeza la película de hacer una orgía entre todos.
— Que va, me ha dicho que soy bueno. Pero que me faltan unos años para poder intentar algo con ella. También ha dicho que no me desanime, que soy muy guapo y con las de mi edad seguro que triunfo.
— A tomar por culo, si Dani no ha podido aquí no puede nadie -estalló Jonathan cruzándose de brazos. Estaba sentado sobre el reposamanos del banco en una posición que se antojaba incómoda, pero no lo era para él.
Jonathan era el macarrilla del grupo, el que sacaba malas notas y pensaba dejar el instituto en cuanto cumpliese los dieciséis. Aún así de los que más valor podía tener en el grupo era él, al menos, de cara a sus amigos.
Se peinó con las manos echándose su pelo hacia atrás y recogiéndoselo tras las orejas, se crujió los nudillos y espetó.
— Seguro que habéis sido muy suaves con ella. Esa busca tema, solo mirad como va vestida. Hay que ser directo con ella.
— Directo…¿Cómo? -le cuestionó Dani entrecerrando los ojos, preparado para llevarle la contraria. Ambos tenían maneras muy diferentes de ligar.
— ¿Quieres polla? Te veo muy solita. ¿Quieres venirte a mi casa? Vivo cerca y nadie se va a enterar.
— Solo nosotros -rio, con ironía, el más bajito del grupo, el cual era paliducho y rubio. Estaba de pie muy cerca de Dani y la papelera.
— Que no sabéis como tirarle a una tía. ¿No os dais cuenta que está paseándose frente a nosotros esperando a que uno tenga los cojones de hablarle clarito? Que quiero follar -exclamó, tan decidido que hasta la mujer se giró a mirarlo y vio como se le acercaba.
El macarrilla, con los lados de la cabeza rapados y una melena de remolinos castaños desde frente hasta su nuca, se plantó frente a ella y cumplió con lo que dijo segundos atrás a sus amigos. Le habló claro y directo, insinuándole que estaba falta de sexo y que quería un buen polvo. Lejos de escandalizarse o molestarse, la morena se cruzó de brazos mirándolo y le respondió con tenacidad. Estuvieron hablando bastante rato, donde ella reía con complicidad y parecía estar interesada en lo que le proponía el adolescente. Tan agradecida que hasta, con un ademán de ternura, le tocó la mejilla como si se la estuviese acariciando.
La batalla estaba ganada, y volvió victorioso a ellos mientras ella, dejaba de caminar y se sentaba sobre el césped en un árbol que tenían en frente, al otro lado del camino de piedras.
— ¿Qué mierda le has dicho? -dijo Dani sorprendido-. ¿Vamos a algún sitio? -preguntó ilusionado.
— Es una calientapollas. Al principio va muy del palo «me molas´´, pero luego se ha echado unas risas.
— Yo… pensaba… -empezó a decir José, el pequeñín. Estaba decepcionado, pues al ver a la mujer morena sentarse bajo la sombra de aquel árbol se había ilusionado pensando que habían llegado algún tipo de acuerdo.
Los seis la miraron sin reparo alguno. Estaba a unos quince metros de ellos, y de su bolso apoyado en el césped sacó un libro de tapa dura y marrón, del cual tras quitarse las gafas y dejarlas colgadas en el pliegue de tela que limitaba su escote, inicio una larga y silenciosa lectura. No volvió a mirarlos, aunque sus poderosos muslos se removían inquietos amenazando constantemente con abrirse y dejarles ver lo que había debajo de aquella falda… Aunque nunca llegó a separarlas del todo.
Pareció darle igual saber que la estaban estudiando de arriba abajo, impotentes, sin saber que no poder hacían nada para saborear ese delicioso cuerpo. Estaban embobados mirándola cuando Jonathan, con malicia, propuso algo que sabía que no podía acabar bien.
— Eh, Dan. ¿Por qué no lo intentas tú? Quien sabe… A lo mejor tienes suerte y todo.
El guardia volvió a pasar, siguiendo el camino de piedra, entre la mujer absorta en su lectura y los chicos. Su presencia parecía querer lanzarles un mensaje: «Dejad en paz a la señora´´, pero de manera disimulada también se tomaba el lujo de mirarla de pies a cabeza. Una de las veces la mujer levantó la vista y le pilló de pleno, sonriendo al vigilante con un brillo provocativo.
Desde ese momento, el guardia comenzó a dar vueltas alrededor de ella, como si creyese tener alguna posibilidad. Era un cuarentón, ni feo ni guapo, con una barba que comenzaba a teñirse en algunas partes de un blanco ceniza.
Tras titubear en varias ocasiones, acabó agachándose a la izquierda de la mujer y, sin dejar de mirarle las tetas y la unión de los dos muslos que se perdía bajo la falda, le preguntó si le molestaban esos chicos.
Ella debió responder que no, que no lo hacían para nada, porque el guardia se levantó de mala gana y comenzó a hablar con ella. Nunca perdió su sonrisa, a pesar de que el guardia acabó aceptando su derrota y marchándose, dejándola tranquila para seguir siendo objeto de mirada de los adolescentes mientras continuaba con su lectura.
— Venga, anímate -insistió Jonathan.
— Que no, joder. Que no quiero pasar vergüenza. ¿No veis que está tranquila ahí sentada?
— Coño, pues por eso, si de todo el parque se ha quedado ahí es porque algo querrá. Venga, ve.
Dante se levantó y se encaminó a un paso evidentemente dubitativo. Llevaba unos pantalones negro, eran tejanos lisos aunque algo holgados para no apretarle las rodillas; su camisa llevaba escrito el lema: «I want to break free´´ con letras negras y fondo blanco, siendo esta de manga corta. Cuanto más se acercó a ella, más se agobiaba. No soportaba el rechazo, y esa era la razón por la que nunca entraba a las chicas.
Se plantó frente a ella, y la mujer, de treinta y pico años, le devolvió la mirada. Le pareció familiar, le recordó a alguien pero, en ese momento, no sabía a quien. Estaba demasiado buena, tenía un cuerpazo y hermosamente definidas, quedaban eclipsadas por sus ojos penetrantes totalmente negros.
La mujer estuvo a punto de decirle algo, pero al mirarle a los ojos se calló.
— Hola… Perdona que te moleste. ¿Qué lees?
— Batalla de sexos. Trata de una mujer que decide dejarse llevar y hacer locuras tras ser… bueno, después de que su marido no la trate demasiado bien.
— ¿Es una novela erótica?
— Bastante erótica -contestó con complicidad-. ¿Vienes porque quieres? ¿O porque te han obligado?
El aludido estaba entre ella y sus amigos, por eso estos no se percataron de que ella los miró de refilón.
— Me han empujado hasta aquí prácticamente -rio con nerviosismo-. Aunque creo que ha sido más para burlarse de mí que por otra cosa.
— Siéntate aquí conmigo -solicitó dando unos golpecitos suaves a su izquierda, sobre el césped. La sombra también cubría ese punto.
— ¿No te molesto?
— Pero Dante, cariño. ¿Cómo vas a molestar a tu tía Jalima?
Sin pretenderlo, quedó boquiabierto mirando a los ojos a aquella mujer desconocida, sin saber como reaccionar. ¿Esa era Jalima? ¡Imposible!
Capítulo 2: Conocidos
— ¿Qué pasa? ¿No me habías reconocido? Siéntate a mi lado, anda.
— Sin el velo… -empezó a decir, en estado de shock-. Lo siento.
— No te disculpes, tonto -Cerró el libro por la página marcada y lo dejó a su derecha, aguardando a que se sentase y, como no lo hacía, por tercera vez golpeó el césped con alegría-. Venga, siéntate.
Obedeciendo con retraso, se desplomó al lado de la mujer bajo la incrédula mirada de sus amigos, los cuales habían visto a la perfección que había sido ella misma la que le había invitado a sentarse.
— ¿Te sorprende verme así? -Jalima estaba diferente, le hablaba de una manera muy diferente a como lo había hecho siempre. Aunque Dante no sabía identificar cual era la diferencia-. No hace demasiado que estuvimos en casa de tus padres.
— No, ya lo sé… pero no te había reconocido sin el velo.
— Se acabó lo del velo, aunque eso no se lo digas a Rakin. No sé lo que me haría si se enterase.
— ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué estás así…? -puntualizó Dante intentando no mirarle a las tetas.
— He tenido una… discusión matrimonial con Rakin, y me he venido aquí.
Pese a su origen árabe, llevando más de una década viviendo en España su acento era prácticamente inexcusable. La mujer musulmana se mostraba resplandeciente, totalmente volcada en la conversación con el adolescente. Sus pechos, acentuados por la posición, parecían gritar a voces que estaba interesada en algo con él pero, claro, cualquier cosa que haga una mujer así puede ser malinterpretado con mucha facilidad.
— ¿Os… Os vais a divorciar? -preguntó algo cortado. Era como si hablase con una completa desconocida, pues la esposa de Rakin era una mujer ataviada con telas y mantas encima. Siempre tenía la mirada gacha en casa de sus padres y parecía muy sumisa, eligiendo muy bien ser recatada al elegir sus palabras.
Esa mujer… Esa diosa era todo lo opuesto.
— No creo… Solo ha sido una pelea tonta -mintió con evidente resquemor-. ¿Te gusta mi conjunto? Creo que a tus amigos les encanta…
Dante se volvió a mirarlos, sintiéndose intimidado porque estos no le quitaban la mirada de encima.
— Estás… Estás muy guapa.
— ¿Tienes novia, Dante?
— N… No.
— Si sigues con esos chicos no creo que la consigas nunca. Y bajo ningún concepto aceptes consejos de esos tontos.
— Pero…
Jalima aguardó a que el chico formulase su pregunta, sin interrumpirle y sin dejar de sonreírle.
— Parecías disfrutar cuando se acercaron a ti. Y no parecías querer rechazarlos -hablaba con lentitud, como si anduviese sobre terreno minado.
— Me lo he pasado bien jugando un poco con ellos, solo eso.
— ¿Por eso vistes así?
— ¿Te gusta que vista así?
Aquella mujer nunca le había hablado así, y le chocó. Sentía el pecho arderle, con un fuego que no quemaba pero le hacía sentir estar a punto de echar a arder. Temía estar haciéndose ilusiones y que solo estuviese jugando con él.
— Sí. No me gusta que vistas el velo… tía -se obligó a decir.
— ¿Por qué no?
— Porque eres muy guapa y nunca me había dado cuenta.
— ¿A qué sí? Por eso mismo lo he hecho. Y me he venido bien lejos porque en mi ciudad… bueno. No quiero que Rakin se entere. ¿Tienes prisa?
— No -contestó automáticamente, y la musulmana de grandes atributos se inclinó hacia él como si le fuese a dar un beso en la mejilla y le susurró:
— ¿Quieres hacerle cosas sucias a la tia Jalima?
Tras retroceder al susurrarle, Dante vio en los ojos de aquella mujer un libido y una lujuria desenfrenadas. No sabía si le estaba tomando el pelo y se estaba quedando con él o hablaba en serio porque, en la cabeza del chico, una mujer así podría estar con quien quisiera. ¿Por qué iba a conformarse con él?
— Tia… ¿Qué te pasa? ¿Por qué actúas así?
— ¿Acaso no quieres? -no parecía decepcionada ni aplacada por su supuesta negativa, continuó con voz bajita y melosa, sonriéndole coqueta.
— Quiero hacer locuras… Solo si quieres, claro… No quiero forzarte a nada.
— Tia… Estás demasiado buena, pero. Eres amiga de mis padres, y si luego te incomoda…
— Será un secreto. Tuyo y mío. No se lo dirás a nadie y yo no se lo diré a Rakin. Pero no vamos a hacer nada aquí, a la vista de todos. ¿Sabes de algún sitio por este parque donde no nos pueda ver nadie?
Dante, que ya había caído totalmente en sus redes, repasó mentalmente los sitios más adecuados para hacer algo con ella.
— Hay unos baños públicos que no funcionan, no tienen agua. Pero están bastante apartados…
— Será perfecto. ¿Llevas a tu tía allí? No conozco tanto este parque como me gustaría.
— Pero… ¿Y ellos? -preguntó sin mirarlos.
— Vaya vaya, Dante. ¿Acaso quieres invitar a todos tus amigos? Eso es injusto… Yo sola contra tantos hombrecitos -Su tono era juguetón, coqueta. Como si no le desagradase para nada la idea pero, algo le hizo intuir a Dante que esa no iba a ser una respuesta adecuada.
— Te quiero para mí solo.
— Así me gusta, cariño. Ellos que nos sigan y miren, pero por hoy solo tú y yo sabremos lo que va a pasar.
— Un momento. Espera. ¿Y si se lo dicen a alguien? ¿Y si se entera Karin? Me matará.
— No seas tonto… No ves que ni tú mismo me has reconocido -contestó con dulzura, acariciándole el mentón.
Tras meter su libro en el bolso, y colgarse este al hombro, echaron a andar. Dante, excitado y tembloroso, intentaba no echar a perder esa ocasión, guiando a la amiga de sus padres a un lugar apartado del parque. Para llegar desde la solitaria zona donde estaban, al abandonado trozo del parque donde no había prácticamente vigilancia ni transeúntes, tendrían que cruzar una de las zonas más visitadas del parque, donde las madres y los padres paseaban a los perros y a sus hijos. Donde las estudiantes de instituto disfrutaban de otro mediodía más veraniego, y donde hasta los guardias se giraban a mirar disimuladamente la destacada pareja que formaban aquella mujer de lujuriosas curvas con un adolescente que bien podría haber sido su hermano pequeño… o su hijo, aunque por la manera en la que ella hablaba a su joven acompañante, era evidente, o eso pensaron todos, que era algo mucho más turbio.
Capítulo 3: El lado peligroso del parque
La musulmana llamada Jalima andaba provocando, literalmente. Ya fuese de manera inconsciente o no, contoneaba su culo a sabiendas de que cinco adolescentes los seguían a una distancia prudencial.
— Tienes mucha experiencia haciendo cosas sucias -preguntó de repente ella, dándole igual que unos padres con carrito de bebe oyesen la descarada pregunta-. La verdad -puntualizó.
— Lo he hecho solo un par de veces… y han sido bastante cutres.
— Eso es porque no has tenido una buena profesora.
— Tia, el sitio a donde vamos… Está abandonado. No es precisamente seguro -le advirtió.
— Bueno, para hacer lo que queremos hacer tampoco puede haber mucha gente.
— Pero tia, es peligroso. Quiero decir, si en esa parte del parque te ven… No hay vigilantes.
— Estás tú para protegerme, cariño. Además, sin riesgo no hay diversión.
Ante esa respuesta, quedó callado por unos segundos, acercándose a un camino de piedra abandonado y medio destruido que se adentraba en el espeso follaje de los árboles. Mientras que el resto del parque era luminoso, a campo abierto y sin verjas ni muros. El camino al que se dirigían era oscuro, tenebroso y con una muralla de árboles que prometía que nadie a sus espaldas vería lo que pasase allí dentro.
— Tia… ¿Me estás gastando una broma? Porque si es así, no tiene gracia.
Le espetó Dante, y ella, para demostrarle lo en serio que iba, lo agarró de la muñeca y guio su mano hasta su cadera, rozando por poco su nalga derecha.
— No es que me guste la idea de que nos vea toda la gente del parque, pero para que veas que no te estoy engañando puedes tocar todo lo que quieras. ¿A qué esperas? ¿No tienes ganas de tocarme el culo? Quizás debería haberme ido con el chulito ese de la cresta.
Aún si lo hizo para provocarle, que diese a entender que Jonathan no habría dudado le animó a deslizar sus dedos desde la cadera hasta su nalga.
— Así, así… Sin miedo. ¿Te gusta lo que estás tocando?
— Quiero tocarlo todo ya…
Sus dedos, impacientes, intentaron colarse dentro de la aureola que formaba el vestido y rozándole el tanga que llevaba debajo, se vio detenido por la manita de Jalima agarrándole de la muñeca.
— Cariño, si quieres llegar ahí tienes que esperar un poco. La impaciencia no es buena.
Era solo ligeramente más alta que él debido a los tacones, pero todo el mundo en el parque había visto como Dante le había manoseado el culo y había intentado meter la mano por debajo.
Sus cinco amigos, sorprendidos, los seguían esperando poder hacer algo con ella en cuanto llegasen a donde fuese que se dirigiesen.
Por fin, la morena y el adolescente cruzaron el arco de vegetación encontrándose protegidos de miradas indiscretas. En el bolsillo de Dante el móvil vibraba como loco con sus amigos preguntándoles que a donde iban y que iban a hacer, por supuesto, el lo ignoró.
Los árboles estaban descuidados y muy juntos, a pesar de que la luz del sol conseguía filtrarse entre las ramas dando a toda esa zona del parque una iluminación salvaje y verdosa; había trozos del suelo con malas hierbas que impedían el paso pero, aún así, existía un caminito de piedras bastante descuidado además de viejo que guiaba hasta algún sitio entre los árboles. Como solo había dos caminos, Jalima optó por uno, como si quisiese ir a la aventura pero Dante la retuvo de la muñeca y le espetó.
— Demuéstrame ahora que vas en serio.
— Que impaciente… -lo halagó sonriendo complacida, y soltándose del agarre de muñeca, se contoneó hacia el árbol mas cercano y con ambas manos en el tronco puso el culo en pompa, levantándosele por si sola la falda del vestido dejando ver un tanga de hilo negro escondiendo sin mucho éxito los extrovertidos labios vaginales de la mujer-. ¿Quieres hacérmelo aquí?
Se llevó sus propios dedos al lugar donde estaba su clítoris y, por encima del tanga, se frotó un par de veces antes de parar. Se dio la vuelta y puso recta la espalda, apoyándola en el árbol.
— Si vas en serio, puedo…
— Puedes hacerme lo que quieras. Quiero hacer locuras, y me pone mucho pensar que precisamente tú…
— ¿Por qué? -se limitó a preguntar, sintiéndose arropado por un exceso de confianza que no había sentido con ninguna mujer. La primera lección que le había dado es que tenía que sentirse seguro de sí mismo.
La mano derecha de dante resbaló por encima de su tanga, palpando la grieta vaginal con la yema de su dedo corazón. Su mano izquierda manoseó por encima del vestido el seno izquierda, y sus labios, muy cerca de la boca de ella, a punto de besarla.
— Porque te he visto crecer, porque eres adolescente y está mal, porque quiero hacer cosas sucias… Puedo responderte de muchas maneras a esa pregunta. Ahora llévame a ese maldito baño, no puedo esperar más.
Y dejándolo ahí plantado, caminó hacia la bifurcación que llevaba a dos caminos diferentes entre los árboles.
— El baño está a la derecha -avisó Dante con el corazón latiéndole a mil por hora. Su polla le palpitaba, incómoda, bajo el calzoncillo. Seguía sin poder creerse que iba a poder follarse a una diosa así.
El camino de la izquierda no tenía caminito de piedras, pero las personas que se aventuraban por aquel bosquecito habían aplastado tanto aquella tierra que ya no crecía vegetación. En el de la derecha, el caminito viejo creaba una especie de camino seguro hacia algún lugar… Hacia el cual Jalima se adelantó seguida prestamente por el adolescente.
Los muslos de la amiga de sus padres estaban resbaladizos, húmedos. Se deslizaban uno contra otro entre la campana que formaba su vestido, no tardaron en llegar a un descampado con un edificio en medio rodeado de arboles altísimos que tapaban buena parte de la luz solar, aún así, se veía nítidamente todo lo que había entre ellos.
Un edificio de unos cuatro metros de altura, de aspecto rectangular y decorado por fuera con azulejos de un blanquecino sucio, opacos por la falta de limpieza por parte del ayuntamiento. Había dos puertas, una para el baño de mujeres y otra para el baño de hombres. La madera de esos portones eran marron verdoso, y al parecer no podían cerrarse del todo.
— ¿A cual entramos? ¿Dónde vas a abusar de tu tía Jalima?
— ¿En el de mujeres? -preguntó, creyendo que allí se sentiría más cómoda.
Soltó una risita cómplice antes de agarrarlo de la muñeca y llevarlo en pequeñas zancadas hacia el de hombres.
— Así será más divertido -musitó cachonda perdida, dándose la vuelta para Dante, agarrándolo de la camisa y tirando de él hacia el interior del baño.
Sus bocas chocaron como en una batalla la caballería chocaba una contra la otra, las manos de Dante olvidaron la timidez y empezaron a rebuscar bajo el ceñido vestido de aquella mujer. El seno izquierdo rebosó y quedó completamente a la vista mientras Jalima tropezaba y se empotraba de espaldas contra la sucia pared del baño, hecho que no los detuvo en absoluto.
Las extremidades del chico olvidaron lo que era la timidez, su mano izquierda pellizco el pezón y jugó con él. La mano derecha se adentró bajo el tanga y clavó los dedos en el sexo carnoso de la mujer.
— ¡Así! Hazme lo que quieras, sin miedo -rugió en un alarido placentero, antes de estirar el cuello.
Los colmillos de Dante se clavaron instintivamente contra su carótida, aunque sin dañar la piel, logró erizarla más si cabía. Las dos manos de la musulmana buscaron desabrochar el pantalón negro del chico hasta que su tremenda erección quedó en el aire. Esa vez fue ella la que se sorprendió.
— ¡Es enorme! ¿Cómo un chico tímido como tú tiene algo tan bueno aquí?
Y agarrándolo de nuevo de la camisa, jaloneó de él hasta una de las puertas que conducía a un rincón individual con un solo retrete. Siendo esa la única que estaba cerrada, necesitó un par de empujones para acceder dentro. Podría haber entrado en cualquiera de las otras, pero pareció querer esconderse en el menos accesible. Por costar, también le fue difícil estando ya los dos dentro cerrar con un fuerte empujón la puerta hasta que se quedaron encerrados dentro. No había manera de abrirla, aunque tampoco es que lo intentasen mucho. Las puertas eran de las antiguas, desde el nivel del suelo hasta el umbral de la puerta no dejaba hueco alguno por el que poder ver.
El baño estaba oscuro, iluminado por una sucia y opaca cristalera muy cerca del techo. Había botellas y bolsas tiradas por el suelo, mucho polvo y ruinas acumuladas por todo el baño. Los azulejos eran blancos también por dentro, siendo las puertas en las que se acababan de encerrar la inmoral pareja marrón verdoso.
— Que cochino eres… Voy a tener que decirle a tus padres -bromeó la morena, sentándose sobre las piernas de Dante con medio pecho fuera y la polla tiesa contra su coño.
— Y…Yo le diré a tu marido que eres una corruptora de menores.
Eso la hizo echarse a reír, justo antes de estamparle la cara entre sus tetas. Parecía quererlo ahogar.
— ¿Te estoy corrompiendo? Seguro que tú eres más cochino que yo… -contestó, hiperactiva. Su cuerpo, erótico, no dejaba de moverse con movimientos suaves y provocativos. Parecía estar bailando una especie danza del vientre, pero sin bailar-. ¿Quieres tenerla dentro de mí?
— Sí…
— Que niño más malo. Y pensar que te vi como un niño inocente cada vez que iba a tu casa.
Sus manos apartaron la polla de su vagina y empezaron a pajearle, necesitando usar las dos. El pene de Dante era grande, aunque no excesivamente grande. Se sintió demasiado bien tener a semejante mujer ignorando la suciedad que había a su alrededor. Le puso demasiado cachondo pensar que le daba igual estar casada, o las consecuencias de hacer algo con él. Estaba demasiado desesperada como para preocuparse de que alguien los pudiese pillar.
— Espero que me aguantes mucho… Tengo mucha, mucha hambre -aseguró y, poniéndose en pie, le dio la espalda y apoyó ambas manos en la puerta.
Estando sentado frente a su culo en pompa, estaba su cara a la misma altura que su entrepierna, y esta, con todo el descaro posible le pidió que le quitase el tanga.
Tenía claro que negarse a algo podría cortarle el rollo, así que agarró de los pliegues de las caderas el tanga y lo arrastró hacia sus rodillas.
Se sobresaltó al ver como, marcha atrás, aquella treintañera estampaba su coño en su cara estremeciéndose de placer.
— Mueve la lengua… Cariño, mueve la lengua. Haz lo que quieras con mi vagina. Alah… Me vuelve loca pensar en la de hombres que me desean y que solo tú puedas usarla.
Agarró sus dos nalgas y las abrió todavía más. Era el primer coño que comía, pero Dante pareció aprender rápido. Su lengua no daba abasto para unos labios vaginales tan dilatados. Sus labios jugaban y practicaban besando y absorbiendo diferentes partes de aquella vagina. Estaba empapada de ano a clítoris, desprendiendo goterones elásticos de color transparente.
Sin dejar de presionar el coñito contra la boca del yogurín se abrió todavía más de piernas y agarró el miembro endurecido que brincaba de un lado a otro en un movimiento de zigzag. Sin reparo alguno empezó a chupársela sin dejar de masturbarlo, en una posición imposible para ella si no hubiese tenido aquella elasticidad.
Aquella fue la primera vez que hacía una especie de sesenta y nueve, y le encantó sentir la blanda y resbaladiza boca de aquella musulmana succionando su miembro. No sintió ganas de acabar, pero sí de incitarle a que la chupase de manera más ruda.
Sin dejar de incrustar su nariz y boca entre sus labios vaginales, con ambas manos en la peluda nuca de ella forzó que su polla llegase más hondo.
Glug, glug, glug, glug… Grugt, grugt, grugt, grugt…
Los ojos de Jalima se pusieron en blanco, sorprendida, a pesar de que se dejó follar la boca incrustando más duro su vagina en la boca de él. Como no podía mover las manos, empezó a menear el culo, haciendo retumbar sus nalgas en la cara del joven.
— ¿Viste a esa guarra? ¿Dónde se habrán metido? -escucharon los dos parando de inmediato.
— Llámalo otra vez -le oyeron decir a Dani.
— No lo coge, estoy harto de llamarlo -Por suerte la mayor parte del tiempo lo tenía en silencio. Jalima había detenido su movimiento de cuello, pero aún continuaba chupándosela a un ritmo empalagoso. Como si no se dejase amilanar por la irrupción de los otros dos.
— Como se la folle sin nosotros lo mato.
— Estaba buenísima macho. ¿A dónde habrán podido ir? -gruñó Jonathan. Jalima no perdonó todavía a Dante, castigándolo a tener la cara enterrada entre sus nalgas mientras se reincorporaba.
— ¿Quién es? ¿Qué coño le dijo Dan para que se fuese con él?
— A lo mejor le dijo que le pagaría por echar un polvo -replicó con crueldad uno de ellos, riendo entre dientes.
— Sí, pero… ¿Dónde?
— ¿Y si están en el de las mujeres?
— Pues podría ser. Id a mirar -ordenó Jonathan-. Si Dan ha podido, nosotros también.
— Mierda, quiero follar no aguanto más. Me ha puesto bien caliente esa guarra -dijo Dani.
Jalima se dio la vuelta y se mordió el labio inferior mientras separaba las piernas, posicionaba su vagina preparada sobre el miembro de Dante y bajaba lentamente. Pareció ponerle más cachonda posible, si es lo era realmente, escuchar a ese par decir esas cosas. No hubo más contemplaciones, el glande ensartó los labios inferiores y fueron atravesando las paredes de carne hasta besar su asterisco en el cérvix de la musulmana.
— ¿Me quieres compartir con tus amigos?
Se miraron mientras ella restregaba sus labios vaginales contra la pubis del muchacho, saboreando el extremo en lo más profundo de ella. Ya no escuchaban lo que decían los otros dos, se concentraron en no hacer ruido y en susurrarse tan bajo que solo podían oírse ellos mismos.
— No…
— ¿No te gustaría ver como me follan?
— Te quiero solo para mí -contestó con decisión.
— Buen chico… Aunque a mí me vuelve loca pensar que tus amigos abran esa puerta y nos sorprendan. Y abusen de mí… Me vuelve loca.
Como si hiciese sentadillas, empezó a subir y bajar deslizando su coño alrededor de aquella polla. El ritmo era lento y suave, pero decidido. Era tan provocativa que sin ser habitual en él, consiguió hacer gemir al muchacho; en seguida volvió a estampar su cara entre sus tetas y abrazándolo por la nuca y estrangulándolo de aquella manera tan erótica, aumentó el ritmo empezando a hacer un poco de ruido.
Clap… Clap… Clap… Clap… Clap… El ritmo era estable y repetitivo, sin variantes, aunque para Dante fue un verdadero infierno porque sentía que estaba a punto de estallar dentro de ella. Quería avisarla de la misma manera que quería acabar dentro, pero las tetas le tapaban la boca y ya tenia bastante dificultad con respirar.
La adulta siguió subiendo el ritmo, cada vez más rápido, como si estuviese intentando llamar la atención de los dos que estaban fuera.
Se mordió el labio y sonrió, masturbando aquel niño con su sexo. Le ponía totalmente cachonda estar pervirtiéndolo, saber que algún día quizás lo pagaría caro por haberlo mal acostumbrado. Su imaginación volaba y se lo imaginaba manoseándola en casa de los padres de él, muy cerca de su marido.
Clap, clap, clap, clap, clap… Parecía un milagro que no la escuchasen.
— Uy… Que bien se siente… -susurró. Apretujó todavía más la cara de Dante entre sus tetas y empezó a girar su vagina en torno a aquella polla, como si buscase exprimirlo.
— ¿Por qué es la única que está cerrada? -preguntó Dani, el cual no solía acercarse a aquel lugar e intentó abrirla. Más que intentarlo, la empujó.
— Está rota, no se abre -contestó sin importancia Jonathan mientras se encendía un cigarro-. ¿Tienes un mechero? El mio no enciende.
Dani continuó intentando abrir la puerta, sin responder a la pregunta de su amigo. Intentó abrirlo chocando el hombro contra la madera, una vez, y otra vez.
¡Clop, clop, clop, clop, clop…!En unos segundos Jalima dio los chapoteos más fuertes, justo cuando le sintió tan acelerado que supo que se estaba corriendo, chocando su clítoris contra el vello púbico de él y dejando que todo los restos de semen fluyesen dentro de ella. Quedando abrazando su cabeza en silencio justo cuando Dani paraba de insistir, sacaba el mechero y se lo cedía a su amigo.
— No están en el baño de mujeres ni en los alrededores -Dijo el pequeño Richi, el más escuálido del grupo.
— Estarán follando en algún matorral.
— ¿Sería una puta? Una tia así ni se fijaría en Dante.
— Ya dije que estaba en otra liga…
Justo en ese momento, la musulmana miraba con una sonrisa de oreja a oreja a Dante mientras apartaba su vagina de su polla impregnada de semen.
— ¿Ya está? ¿Eso es todo? ¿Acabas dentro de mí sin permiso y me vas a dejar así? -inquirió entre susurros poniéndose de pie-. Supongo que voy a tener que dejarme abusar por esos amigos tuyos que hay ahí fuera…
Otra provocación más que Dante no aceptó. Realmente la quería solo para él, aunque le daba morbo saber que estaban ahí fuera deseando algo que solo él podía tener. Podría repetir las veces que quisiese, porque era amiga de sus padres. Podría llevársela a su habitación con cualquier excusa y hacer cosas con ella, podría ir a su casa cuando su marido no estuviese y repetir las veces que quisiese.
Montándose películas en su cabeza, tiró de su muñeca y la hizo sentar, poniendo esta cuidado en no hacer ruido al apoyar la espalda en la pared. Se intentó pajear, aunque la erección no acudí a él. Estaba dormida y sin probabilidad alguna de levantarla… por el momento.
— Eres mía -le susurró al oído.
— Si quieres que sea tuya tendrás que hacerlo mucho mejor. Hazme cosas sucias.
— ¿Puedo hacerte lo que quiera?
Ella asintió, con aquel brillo de perversión en su mirada.
— ¿Seguro? ¿No te quejarás luego?
— Te doy permiso para que seas creativo… Ahora, fóllame.
Con sus labios vaginales simulando una ostra revelando aquella blanca surgiendo de su interior, Dante agarró el tanga que colgaba del talón de aquella mujer y se la incrustó entre los labios, pillándola por sorpresa. Si no se le levantaba, usaría los dedos y tras escupir un largo escupitajo al coño… TxutitxutiTxutitxutiTxuti… Aquella vagina, encharcada, pedía más.
— Joder… no me contesta -se lamentó Joaquin.
— Puede que le prometiese algo solo para aparentar que se la llevaba.
— ¿Estás flipando? No viste como le manoseó el culo frente a todo el parque.
— ¡Eh, a mí no me hables así, subnormal!
Los gritos pasaron a un segundo plano, mientras berreaban y gruñían unos con otros, dándose empujones y discutiendo.
— ¡Hmhmhmhm…! -Jalima tenía los ojos en blanco mientras Dante, por casualidad, daba con el punto exacto para hacerla temblar de placer. De haber tenido la boca desocupada la habría suplicado que no se detuviese; presenciando como poco a poco su polla iba adquiriendo de nuevo una nueva erección muy cerca de los mismos dedos que la masturbaban.
Tan cerca que la musulmana deseó, en silencio forzado por el tanga obstruyéndole la boca, que esa polla sustituyese aquellos dedos juguetones y la empalase. Pareció leerle la mente porque, cuando ya estuvo suficientemente duro, sacó los dedos, apoyó todo su peso en los dos muslos de Jalima y con torpeza intentó clavársela, fallando una vez tras otra sin poder valerse de sus manos.
— ¡¡Siempre me estás criticando, eres un subnormal!! -rugía Joaquín mientras otros dos intentaban apartarlos de Jonathan. El cual le propinaba una colleja entre risas.
Desesperada, Jalima usó su mano para darle una ayudita y guiarla hasta dentro de ella. Dejó claro que le gustaba duro abriéndose más de piernas y dándole igual que la apretase del cuello y jugase con sus tetas.
Plas, Plas, Plas, Plas, Plas… Las embestidas de Dante no es que hiciesen mucho ruido, pero el choque de carnes quedó eclipsado por los gritos y los insultos.
Formando dos coletas alrededor de las orejas de ella con su largo y precioso pelo negro, acentuó la follada sin ser capaz de sentir la necesidad de correrse de nuevo. Ponía los ojos en blanco aquella mujer, extasiada por un sexo tan inmoral, saboreando tantas cosas que estaban mal y deseando muy en el fondo que los chicos de fuera la oyesen y se turnasen para cogerla. Quizás, de suceder, no le habría gustado pero la fantasía estaba ahí.
Sin demasiado movimiento demostrando que le faltaba experiencia, el adolescente movía las caderas como un mono repitiendo una misma manera de oscilas la polla dentro de ella que le dio tremendo placer a ambos. Volvió a sentir ganas de correrse, ganas de acabar dentro de ella. Le tapó la boca para asegurarse de que no iba a gemir, mirándola a los ojos a pesar de que estos mirasen sin ver hacia el interior de sus pestañas.
Disparó una segunda carga dentro de ella, disfrutando el cosquilleo hasta que se le hubo pasado y pudo continuar. No sentía su polla, era un palo duro entre sus piernas, pero siguió follándosela con él porque quería demostrarle que podía ser esa polla que necesitaba.
A pesar de no haber visto un orgasmo en su vida, verla actuar tan extraño le hizo saber que estaba a punto de explotar.
Chop, chop, chop, chop… Su coño estaba tan encharcado que parecía estar pisando charcos en una calle inundada.
— ¡Hmm…! ¡Hmm…! ¡Hmm…! -gemía ella, sin servir de nada tener la boca taponada y silenciada por la ineficaz mano de Dante.
Sus ojos totalmente cerrados, mientras ella saboreaba las potentes embestidas que hacían crujir aquel retrete se abría todavía más de piernas y recibía el orgasmo levantando el culo y quedándose quieta, muy quieta. Abrió los ojos, con la mirada perdida, temblando de placer. Sabiendo que aquel silencio significaba que los había pillado, y aún así le dio igual, porque disfrutó, también, de como aquel enérgico adolescente restregaba el extremo de su glande contra la parte más profunda de su sexo.
Las piernas se cansaron y cayeron por los lados hasta aplastar el suelo con sus plantas. Mientras Dante se incorporaba con dificultad, lamentándose desdichado por lo que impulsivamente había hecho en el éxtasis del sexo. Era la primera vez que, sin buscar su propio orgasmo, estaba tan desesperado por llegar a algo. Por ver a una mujer correrse, o más bien, por lograr que ella acabase.
A cambio, había echado a perder la posibilidad de mantenerla oculta para tan solo él.
Capítulo 4: Promesa de algo más.
— Sal… Sal hijo puta. Venga, Dante, no nos toques los cojones -ordenó Jonathan con una voz que se antojaba peligrosa. Abre la puta puerta, joder -dijo forzando el manillar y tratando de abrirla con un golpe de hombro. Necesitó hasta tres hasta que finalmente la abrió de par en par.
Los cinco chicos se quedaron anonadados, viendo a la mujer abierta de piernas con el vestido negro convertido en un mero corsé de vientre y su vagina vomitando semen. La morena se mordió el labio, maldiciéndose por su suerte.
— ¿Te la follas tú solo? ¿Y no compartes? Serás mamón -le reprochó Dani empujándolo fuera y regalándole una colleja en la nuca.
Dante se cubrió las manos en la nuca, pero todos, sin excepción, le golpearon con la mano abierta hasta que se vio acorralado en un rincón del baño. Jalima, con dificultad, se puso en pie tratando de ponerse bien el vestido, incluyendo sus enormes pechos dentro del corpiño.
— Niños… no os peleéis. Seguro que podemos llegar a un acuerdo.
— ¿Qué coño te dijo este mierda para que follases con él y no con nosotros?
— Fue amable -reconoció ella, encogiéndose de los hombros, claramente cansada.
— ¿Y que pasará ahora? -le espetó malhumorado Jonathan-. Porque bien que nos provocaste en ese momento. Y es injusto que Dan se lo haya pasado bien y nosotros no.
— Puedo aliviaros un poco… -propuso.
— Aliviarnos… ¿Cómo? -preguntó, desconfiado. Preparado para advertir que no se iba a conformar con una sola paja.
Se arrodilló contra la pared, de cuclillas con la vagina aún extenuada. Abrió la boca y sacó la lengua, sin necesidad de decir nada más.
— No me voy a conformar solo con eso..
— Vuestro amiguito me ha dejado agotada ahí abajo… Hacemos una cosa, ahora os conformáis con mi boca y otro día lo hacemos en otro sitio… ¿Qué os parece?
— ¿Cómo sabemos que cumplirás?
— Porque me daréis vuestro número de teléfono y os hablaré…
Los cinco se apelotonaron en torno a Jalima, con la espalda apoyada contra la pared. Cinco pollas de diferentes tamaños, ninguna sobresaliente. Alguna más gorda, alguna más pequeña pero todas estaban entre tamaños aceptables o similares al de Dante.
No lo hizo a desgana, se divirtió agarrando con cada mano un miembro duro y frotándolo mientras un tercer usaba su boca como vagina.
— Es mi turno -interrumpio la mamada de Jonathan Dani con impaciencia. Sorprendentemente el otro no puso pegas, como si tratase de estar de buenas y no echarlo todo a perder.
Todos los glandes llegaron hondos en la garganta de Jalima, todos la clavaron profundo como si fuese una vagina sin fondo. El pequeño Richi se corrió con el efectivo movimiento de mano de la mujer, Dani y Jonathan se corrieron, cada uno a su ritmo, haciendo gargantas profundas que Jalima aguantó pacientemente. Joaquin y Santiago, sin necesitar nada más, se pajearon y corrieron en tiempos muy parecidos el uno del otro dentro de la boca de Jalima, como si fuese una diana y acertando en la mitad de la lengua.
Sorprendentemente, Jalima se sintió sucia por aquel trato. ¿Mamársela a cinco adolescentes? Que locura.
Era lo suficientemente masoquista como para haberse encendido por el mero hecho de consentirles de aquella manera, todos se quedaron sin ganas de repetir, ilusionados con la promesa de volver a verla. Cuando salieron de aquel baño y se dirigieron al parque, el sol solo había bajado un poco su intensidad, quedaba mucho para que se hiciese de noche pero aquella mujer ya había tenido suficiente.
En cuanto salieron de entre los árboles, varias personas vieron surgir a una mujer con vestido provocativo y despeinada con seis adolescentes más contentos que un tonto con un lápiz.
Le dio su número a Dante y solo a Dante con la excusa de que no podía tener a cinco chicos enviándole mensajes. Y prometió que en poco tiempo quedaría con ellos para pasarlo bien alguna tarde o alguna noche.
Le hizo gracia que los muy ingenuos se lo creyeran, por supuesto, no pensaba volver a verlos.
La despidieron incómodos, sin tener muy claro como debían hacerlo de una mujer que se la acababa de chupar. Dante, por el contrario, tuvo la extraña sensación de que esa no iba a ser la última vez que se viese con ella. Con la mujer, se refería, no con la esposa de Rakin.
Jalima se acercó a una parada de autobús, cuyo transporte la llevaría a cierto punto donde haría transbordo hacia su ciudad.
Nunca habría esperado encontrarse con unos adolescentes y mucho menos tener sexo con alguno de ellos. Si se vistió así fue para sentirse deseada, para verse bien. Quizás para conocer alguien interesante y ser invitada a una copa o, si le gustaba mucho esa persona, a un café.
No se sentía culpable por haber sido infiel a su marido, pues sin haberlo sido antes, su marido Rakin le pegó y la llamó zorra… Pues si lo volvía a hacer, sería con razón.
Una zorra, y con mucho orgullo.
Capítulo 5: Los amigos de mis padres.
— ¡Salam! -exclamó Rakin al ser recibido por el padre de Dante.
— Alekum Salam, amigo mio -contestó el dueño de la casa, dándole un abrazo. No eran musulmanes, pero la amistad con sus invitados les facilitaba saberse algunas palabras de su lengua-. Jalima, pasa por favor, pasa. ¿Cómo esta el pequeño Nahemed? -dijo chocándole la mano al pequeño de ocho años.
Estando los cinco en el comedor, solo faltaba Dante, el cual no esperaba que llegasen tan pronto. Estaba vestido, aunque con ropa veraniega y se había pasado la noche muy nervioso al saber que volvería a ver a Jalima tras lo sucedido un mes atrás en aquel parque.
Sus amigos le habían insistido en que le hablase, pero el se había negado en redondo asegurando que era un número falso. Llevó su tiempo, pero dejaron de insistirle sobre el tema aceptando que solo había sido una mujer que buscaba una aventura y nada más.
— ¿Puedo? -escuchó decir a lo lejos a una voz femenina.
— Claro. Está encerrado en su cuarto, seguro que está hablando con alguna chica -contestó orgulloso su padre.
Tres golpes picaron a la puerta, y sin esperar respuesta alguna, una mujer ataviada con un velo negro entró al interior. No solo el pelo, sino que la boca y la nariz también permanecían ocultas tras otro manto horizontal, dejando a la vista unos preciosos y penetrantes ojos negros.
— Salam, Dante.
— Alekum Salam. ¿Key fal hal? -preguntó el aludido sin dejar de mirarle.
— Jam du li la… -contestó antes de remover con sus manos parte de su atuendo y, asegurándose de que su marido no estaba cerca de la habitación, dejó entre ver dos grandiosas tetas debajo del manto-. Te echado de menos, tontito. No puedo olvidar «eso´´ que hicimos el otro día en aquel sitio.
— Yo tampoco he podido pensar en otra cosa.
— Si no tenias demasiada experiencia… Me encantó. Estoy deseando ver que me haces -comenzó a decir, acariciando, aún con las tetas en el aire, el bulto que se palpaba fuera del pantalón de Dante- con un poco más de práctica.
El adolescente de quince años había fantaseado muchas veces a responderle a una pregunta similar a esa. Se levantó de la silla dándole igual que su marido los pillase, aunque aún así la puerta estaba entrecerrada, su mano fue excavando bajo su ropa interior y acabó palpando su coño. Aplastando su vientre contra el suyo tras atraerla a si con un buen agarre de culo y mientras estimulaba su clítoris le dijo:
— Te haré todo eso que tu marido no te hace. Te haré sentir sucia y te voy a hacer mía. Porque así es como te gusta.
Se sumieron en un beso sucio y libidinoso. Con intercambio de saliva, un duelo de lenguas inquietas y unos labios que no hacían ascos a nada.
¿Era una zorra Jalima por no reprimirse por un hombre que no la respetaba? ¿O era ese hombre, sin merecer a aquella mujer que le había sido fiel, el cerdo?
Lo que estaba claro es que Jalima quería emociones fuertes, y estar casada con un asqueroso no iba a limitarla lo más mínimo.
FIN…… ?