Una orgía que comenzó después de una noche de bingo
Ya sabéis que me paso el día pensando en ideas morbosas para seducir mujeres, tenerlas bajo mi control y follármelas a placer durante una temporada. A veces las oportunidades se me presentan de improviso, como en la historia que os voy a contar. Esto me ocurrió con Marta. Vive en mi barrio, en una zona de chalets de lujo, yo vivo en otro en la misma urbanización, la vida me ha tratado bien últimamente. Ella desayuna con una amiga en la cafetería de la urba. Una mañana quise invitarlas a desayunar.
—Estáis muy guapas hoy. Pon el desayuno de estas mujeres a mi cuenta–les dije a ellas y al camarero.
Ella, Marta, una treintañera espectacular, rubia, maciza, con unas tetas en punta que amenazan con salirse de su camiseta, siempre viste por las mañanas de sport. Las dos van al gimnasio. Aquel día me miró con ojos de asco, como si fuera una diosa hablando con un gusano.
—Nosotras pagamos lo nuestro –dijo la rubia muy ofendida.
No me hacen ni caso, vale, pero yo pasó a diario por allí para deleitarme con la visión de sus gloriosos culazos. El camarero me ha dicho que Marta es la mujer de un ejecutivo bastante mayor de una cadena de televisión. El tío gana un pastón y ella no da un palo al agua. Tiene criada, vive solo para cuidarse y estar como una modelo.
Por la tarde las dos frecuentan últimamente el bingo que hay enfrente de la cafetería. Sus maridos vuelven tarde a casa. De esos que viven en las oficinas. Ricos pero esclavizados por las multinacionales.
La otra se llama Esther, también espectacular, es más caballuna, alta y fuerte, eso sí. Con un culazo brutal, la tía debe medir 1,80. Cuando se pone de pie te impresiona, sus tetas pasan de los 100. Siempre va con ropa muy ajustada para que los tíos nos quedemos mirando. Si se pone minifalda sus piernas prometen un paraíso. «Un putón», dice mi amigo Ramón. «Pues yo me he propuesto follarme a las dos». Ramón se descojona. «No me jodas, tío. No tienes ni una posibilidad. Esas son de otra división. Olvídate». Pero yo soy muy cabezota.
El camarero me dio la idea, así que empecé a visitar el bingo por las tardes. Un día entré cuando las dos estaban sentadas solas en una mesa, me coloqué con ellas.
̶̶¿Os importa?
La rubia puso mala cara pero la otra dijo sí y no le quedó más remedio que aceptar. Ese día les iba mal y les fue peor cuando yo me coloqué a su lado. A las siete de la tarde la grandullona dijo que había perdido mucho y que se iba.
―Tú también llevas una racha espantosa, Marta ―le dijo a su amiga―. Harías mejor en dejarlo.
—No, no, tengo que recuperar, si Marcos mira hoy en la caja, joder, qué lio ―lo dijo muy bajito como intentando que yo no escuchara. Pero yo estaba pendiente de cada uno de sus gestos. Saqué un fajo de billetes de 50 euros ―había mil—. Y los repartí en dos bloques.
—Os puedo financiar. La mitad para cada una. Si os va bien me los devolvéis.
—¿Y si no…? ―preguntó Esther.
—Os puedo dar una semana o diez días.
Dudaron un poco y fue la rubia quien decidió.
—Vale–.Y cogió su fajo.
Los hados esa noche no estaban con ellas. A las ocho de la noche habían perdido cuatro mil euros cada una, financiados por mí, y se tenían que marchar porque se acercaba la hora del regreso de sus maridos.
—¿Nos ibas a dar diez días? –preguntó Marta.
—Eso dije.
—Pero yo necesito más dinero –dijo la rubia—. Si no restituyo algo en la caja Marcos se puede dar cuenta, llevo unos días con una racha horrible.
—¿Cuánto necesitas?
—Treinta mil.
—Joder, tía, pero…
Estaba desesperada.
—¿Qué? –me preguntó.
—Puede ser. Yo también tengo una cajita con dinero en casa. Vamos y te lo doy.
Entonces me dirigí a Esther.
—¿Tú te puedes pasar mañana por mi casa después de comer? –le di mis datos.
—Sí, sí.
—Te hago un recibito por los cuatro mil euros que me debes y te dejo una semana para devolvérmelos.
—De acuerdo, allí estaré.
Nos fuimos los tres. Cuando pasamos por la cafetería vimos a mi amigo Ramón, sesentón, mi compañero de mus, que no se come una rosca hace diez años. Tiene pasta pero se cuida poco, anda siempre con unos pantalones arrugados, a medio afeitar, un desastre pero un tío cojonudo.
—Te invito a una copa en casa, Ramoncito, así conoces a Marta –le dije.
Esther ya se había ido hacia su casa y la rubia volvió a torcer el morro.
—Yo cojo el dinero y me marcho, que Marcos estará a punto de llegar.
—Vale, vale, sin problemas.
Mi cabeza no paraba de funcionar. Cuando llegamos a casa hice pasar a Marta a mi despacho.
—Ramón, cógete una cerveza y espéranos en el salón mientras Marta y yo liquidamos nuestros asuntos.
—Vale, vale.
Los dos fuimos a mi despacho, busqué en los cajones de mi escritorio y saqué unos fajos de billetes, conté treinta mil, los metí en un sobre y se los di.
—Tendrás que firmarme un recibito.
Escribí que Marta se comprometía a devolverme el dinero en un plazo de diez días y en caso de que no lo hiciera pensaríamos en otras fórmulas.
—¿Qué es eso de otras fórmulas?
—Ya se nos ocurrirá algo para no tener que ir a pedirle a Marcos el dinero.
—No, no, por favor. Trae que lo firme.
—Pero antes tienes que hacer una cosita muy facilita.
—Tengo prisa, ya sabes.
—Será muy rápido.
—Quiero darle una sorpresa a Ramón, vamos que se la des tú. Tienes que ir al salón y enseñarle las tetas y el culo. Después te puedes ir con el dinero tranquilamente.
—Tú estás loco.
Le quité el sobre de las manos.
—Tú sabrás. Es muy facilito. Son los intereses por el préstamo. Un pequeño streptease. Seguro que lo haces bien. Primero te quitas esa blusita y el sostén, y después la falda y las braguitas y te das una vueltecita para que te vea bien el culete. A mí también me gustará.
—No lo pienso a hacer.
—Ya te lo he dicho: es tu problema. Mañana llamaré a ese Marcos para que me pague los cuatro mil euros que me debes.
—No, no.
Se quedó muy pensativa.
—Solo enseñarle…
—Solo.
Ramón estaba en el salón con su cerveza en la mano.
—Marta tiene una sorpresita para ti.
Se puso frente a él y empezó a desabrocharse la blusa, después se quitó el sostén.
—Qué tetazas –Ramón se acercó mucho a ellas como si las quisiera besar.
—Tranquilo, Ramón, que todo llegará.
Ella me miró con furia, pero ya se estaba quitando la falda, llevaba un tanguita minúsculo.
—Y qué culazo, por dios.
Era un espectáculo magnífico ver a aquella hembra desnuda moviéndose a dos pasos de Ramón, que se sacó la polla como si fuera a follársela y le dio un cachete en el culo. Ella dio un respingo.
—Me marcho
Se vistió rápidamente muy enfadada.
—En diez días tendrás tu dinero – me dijo.
—No te preocupes, guapa. Tengo otras ideas mejores. Seguro que lo pasarás muy bien cuando te coma el chochazo que tienes.
—Sois unos cerdos, pero eso no va a ocurrir.
Pero yo sabía que estaba en mis manos. Le expliqué a Ramón lo que sucedía y le enseñé lo que había grabado con mi móvil. Se veía a Marta desnuda dándose la vuelta y poniendo el culo muy cerca de su cara y a Ramón sacándose la polla como dispuesto a follársela.
—Eres grande, tío –me dijo.
—Y mañana vamos a hacer caer a su amiga Esther, sí, sí, esa grandullona del culazo brutal que desayuna con ella. A las tres y media aquí, Ramoncito, y lávate un poco, coño.
A las tres y media sonaba el timbre de mi puerta. Esther venía como siempre atractiva y provocadora. Llevaba un pantalón blanco ceñido a su culazo y una blusita corta que dejaba su ombligo al aire, sus tetas querían salirse de la tela que las aprisionaba. Hice lo mismo que con su amiga Marta, preparé un recibito. No sé mostró sorprendida cuando le dije que quería que nos enseñase el coño y las tetas, había hablado con su amiga y venía preparada.
—Para eso tendrás que darme cinco mil más –me pidió.
Me reí. Saqué el dinero y se lo di. Estaba generoso esos días. Las tías lo merecían y mi plan marchaba sobre ruedas.
Esther se regodeó de nosotros en el streptease. Se mostró cachonda y desenfadada, se dio vueltas frente a nosotros con el culo en pompa.
—¿A qué os gusta?
—Sí, sí. Nos lo vamos a pasar de puta madre cuando te lo follemos –lo dije para que se oyera bien en la grabación. Ella me respondió con una carcajada : “¡Qué iluso!”.
Se fue tan contenta con su dinero, pero todo marchaba como yo lo había planeado. Una semana después cuando se cumplía el plazo, Esther se presentó en mi casa.
—No voy a poder devolverte el dinero, tienes que ampliarme el plazo.
—Podría hacerlo, sí –le dije—, pero tienes que portarte bien.
—¿Portarme bien?
Yo sabía lo que había preparado para ellas. «Quiero que mañana estés aquí a esta misma hora, tienes que venir con una falda muy cortita blanca, que se te vean las bragas en cuanto te muevas un poco y unas medias negras con dibujitos y caladitas que te lleguen hasta el muslo, sin sostén y con una camisetita que oprima tus tetas. Cuando llegues aquí te mojaré la camiseta a la altura de las tetas con una botellita de agua que estará encima de esa mesa. Y te tumbarás en un colchón que habrá en el salón»
—¿Qué vas a hacerme.
—Imagínatelo.
—No sé si voy a aceptar.
—Tu sabrás. Si mañana no cumples mis condiciones una hora después estaré hablando con tu marido y tengo muchas cosas que no van a gustarle mucho —Le enseñé el vídeo con su culazo explosivo.
Me firmó el papelito y se marchó.
—Eres un cerdo, puede que no venga y le cuente a mi marido lo que estás haciendo.
—Haz lo que quieras
Yo sabía que vendría.
Después puse en marcha la otra parte de mi plan. Le mandé a Marta el vídeo en el que le mostraba el culo a Ramón y este se sacaba la polla.
—¿Qué es esto? –preguntó.
—Lo he encontrado en mi móvil, lo mismo le gusta a Marcos. Has salido muy bien.
—Cerdo… ¿qué quieres?
—Que lo pases bien.
—¿No será contigo?
—Vamos a divertirnos todos, seguro. Mañana te espero en mi casa a las tres de la tarde. Tienes que venir con unos leggins muy ajustados, que se marquen bien tu culo y tu chochete, sin bragas ni sostén y con un chaleco de cuero negro».
—Tú te crees que voy a ir así por la calle.
—Te pones algo por encima.
—Eres un gilipollas, cabrón.
Estuvo toda la tarde insultándome en el wasap. Y yo siempre le respondía lo mismo: «Te espero, nos vamos a divertir y te voy a chupar el coño como nadie, sé que en el fondo lo deseas. Me han dicho que tu marido tiene tantos años como Ramón. No creo que cumpla como yo». Me había enterado que Marcos tenía problemas de circulación, que le había dado dos años antes un infarto y que pese a todo seguía trabajando, un tipo encadenado al poder. «A ese no se le levanta ni con una tía como Marta, y seguro que no puede tomar Viagra. Ella antes de cazar a Marcos fue azafata en un programa de televisión en la cadena de quien ahora es su marido. Esa vive como una reina pero no folla desde hace mucho tiempo», me contó el camarero de la cafetería.
A las tres de la tarde apareció Marta en mi casa, muy digna. Se había puesto una rebeca larga que le llegaba hasta la rodilla. Cuando se la quitó vi que había cumplido mis órdenes: llevaba unos leggins estrechitos que se ajustaban a su culete y a su chochazo. Por arriba el chalequito de cuero negro que se abrochaba con dos botones.
—Estás espectacular –le dije.
No me contestó.
La pasé al salón. En la pared del fondo, en una grandísima televisión se veía un video porno, un negro con un pollón descomunal se lo montaba con una modelo.
—¿Te gusta?
—Eres un pervertido.
Habíamos colocado un colchón grandísimo tirado en el suelo en el medio del salón, delante del televisor.
—Puedes sentarte aquí. Lo verás todo muy bien.
El diván estaba puesto para que pudiésemos contemplar la televisión y el espectáculo que se iba a desarrollar sobre el colchón.
Sonó otra vez el timbre de la puerta. Esther venía con su minifalda cortísima y su camiseta a punto de estallar. Le di un antifaz, le mojé el pecho para que se remarcaran más sus tetazas. La pasé de la mano al salón y la dejé tumbada en el colchón que habíamos preparado. Marta no esperaba la entrada de su amiga.
—¿Qué es esto? –preguntó Marta.
—Una fiesta.
Le hice un gesto para que permaneciera en silencio. Entonces entraron en el salón mi amigo Ramón y Carlos Alberto, un cubano de 28 años, uno de nuestros grandes rivales en los duelos de mus. Los dos iban desnudos. El cubano era alto y guapo, un tipazo, morenísimo, con brazos de boxeador y una polla de 22 cm. A su lado Ramón, el sesentón que se había tomado un viagrazo para la fiesta.
Se quedaron mirando a la espectacular Esther tumbada delante de ellos. Se sentaron uno a cada lado. Las tetas mojadas de ella eran un manjar. Por ahí empezaron, uno con cada una. Le acariciaron las tetas por encima de la camiseta mojada. El cubano, con delicadeza; Ramón, con desesperación. Los pezones de Esther sobresalían en la camiseta húmeda.
—¿Qué hacéis?
Ella seguía con el antifaz. Le quitaron la camiseta y quedaron sus tetazas al aire. El cubano empezó a chupetearla por la parte de abajo, muy lentamente, a lametones. De abajo arriba hasta acariciar el pezón con su lengua. Ramón se había metido la tetaza en la boca y chupaba como un loco.
—Dos estilos distintos –le dije al oído a Marta—. ¿Cuál te gusta más?
Me fulminó con la mirada, pero por primera vez noté que se estaba poniendo nerviosa y más cuando el cubano siguió con su lengua por el cuerpo de Esther, fue bajando desde su pecho hacia la cintura, con su boca golosa, relamiéndose. Ramón seguía con las tetas, chupaba una y apretujaba la otra, mientras el cubano ya le había quitado la falda y las bragas a la mujer y su lengua hacia circulitos en el ombligo. Era una lengua ardiente, como una culebrilla, que se fue desplazando hacia el coñazo de Esther. El cubano levantó la cabeza para contemplarlo. «Te lo voy a comer como nadie», dijo. Su mano entró entre las piernas de ella, le acarició el clítoris. Era suave y delicado. Después posó la boca en el chochito de la mujer. Los ojos de Marta estaban muy fijos en la boca del cubano. Cada vez la veía más nerviosa, ya un poco excitada.
La lengua del cubano recorría de arriba a abajo y de abajo arriba los labios vaginales de Esther, sus manos arañaban su culito, su lengua se metió en su vagina, se la folló con ella. Cuando su lengua aprisionó el clítoris de Esther, la oímos gritar.
—Ay, ay, por dios.
Ramón tenía su polla entre sus tetas y se masturbaba con ellas. Tenía los pezones grandes y durísimos y unas aureolas oscuras y también grandes. Todo era grande en esa mujer.
El cubano colocó dos cojines debajo del culazo de Esther, metió sus manazas agarrándole los dos carrillos y su boca de deslizo por todo el chochito de la mujer, y siguió hasta su ano. Esther estaba en éxtasis, gemía, lloraba, daba gritos.
Los ojos de Marta brillaban. Le desabroché los dos botones del chaleco para ver sus tetas. Tenía los pezones erguidos, rígidos. «Te estás poniendo cachonda».
Ramón se corrió en las tetas de Esther y se fue a ponerse un whisky con mucho hielo. El cubano Carlos Alberto se levantó y fue a quitarle el antifaz a Esther, le puso la polla cerca de la boca. «Tienes que chupármela un poquito, reina, que luego te voy a follar con ella como no lo ha hecho nunca tu maridito».
Cuando Esther cogió la polla del cubano y empezó a chuparla como una loca, noté un temblor en Marta y me fije en sus leggins. Una mancha oscura crecía a la altura de su chochete. «Ëstás mojada, tú también quieres una polla». «NO, no…», quiso protestar. Pero mis manos ya estaban posadas en sus muslos, después la metí en sus leggins y acaricie su chochito. «Ay, ay, no me hagas eso». Pero no retiró mi mano. Le fui bajando los leggins lentamente mientras mi boca buscaba sus pezones. «Por favor, por favor…». Cuando mis labios entraron en contacto con sus tetas, cerró los ojos. Toda mi mano acariciaba su chocho. Suspiró muy fuerte. Yo ya me había quitado los pantalones y los calzoncillos y apoyé mi polla en su cadera. Yo estoy regordete, vale, y paso de los cuarenta, pero mi polla está a la altura de la del cubano. Hice que la manos de Marta me la agarrase. Ella emitió un gemido. Áyyy. La cogí de la mano y la llevé al colchón. Se tumbó con las piernas muy abiertas. «Verás que bien te vamos a follar el cubano y yo, pero primero este hombre te va a comer el chochete como a Esther».
El cubano había puesto a Esther sobre los cojines con el culo en pompa, la dejó para venir con Marta. Cambiamos las posiciones. Puse mi polla apretada contra toda la raja del culo de Esther, mientras que el cubano se tumbaba junto a Marta.
La lengua del cubano recorrió el cuerpo de Marta como antes había hecho con el de Esther. Cuando llegó a su chocho y la lamió con voluptuosidad y lentitud, con la cadencia de su alma caribeña, Marta gritó de placer: «Sí, sí, por favor, cómeme entera».
Yo me estaba deleitando con el culazo de Esther. Era impresionante, el mejor culo que había visto en mi vida. Mi lengua también lo saboreaba, se lo fui dilatando con un dedo, luego con dos, tres… «Tú maridito también te lo folla mucho…». «Sí, pero no es tan morboso como vosotros». Le puse la polla en la raja del culo, se la restregué. «Ahora te la voy a meter entera». «Despacito, despacito, por favor…». Así lo hice, sin prisas, con la misma lentitud que estaba aprendiendo del cubano Carlos Alberto. Le metí toda la polla y empecé a moverme, ella también lo hacía. La tía era una viciosa, aquel día descubrí que a Esther y a Marta las encantaba follar. Galope sobre su culo mientras miraba a Carlos Alberto. El cubano después de hacerle una maravillosa comida de coño a Marta se la estaba follando. Su polla la taladraba y ella lloraba de placer. Carlos Alberto me hizo un gesto para que fuera con ellos. Se había puesto debajo de Esther y seguía follándosela. Ella pedía más y más. Y yo estaba dispuesto a dárselo.
Ramón quiso volver a participar. «Fóllate a esta mujer», le dije sacando la polla del culo de Esther. No lo dudo. Se vino y volvió a comerle las tetas. «Me vuelven loco», me dijo. «Follatela, Ramoncito». Yo me había ido con el cubano y Marta. La abracé por detrás y le acerqué mi polla. «Sí, síii» gritó. Coloqué la punta en su ano y se la fui metiendo muy despacito. Marta ardía por los cuatro costados disfrutando de las dos pollas. Ayyy, ayyy, así, así, los dos.
Fue una tarde salvaje. Marta se corrió muchas veces, luego nos contó que llevaba mucho tiempo sin disfrutar en la cama. Esther estuvo fuera de sí, no paró hasta que nos la follamos el cubano y yo como habíamos hecho con Marta. Ya os he dicho que la tía es una viciosa, que le encanta el sexo en todas sus variantes.
Desde aquel día desayuno todas las mañanas con las dos en la cafetería de la urbanización y una vez a la semana nos montamos una orgia en la que nunca falta el cubano Carlos Alberto. Esther me ha dicho que un día tienen que invitar a una amiga que va de estrecha. Ya os contaré.