Una pecadora: imposible resistirse a la tentación

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Tras estar bastante tiempo parado, sin encontrar trabajo en lo mío, finalmente me surgió una oportunidad, una plaza vacante para cubrir una sustitución en un instituto público en otra provincia. No me hacía nada de gracia tener que alejarme de mi mujer y mis dos hijas pero, ya con cuarenta y dos años, si me negaba, posiblemente perdería la oportunidad de que me volvieran a llamar, así que tuve que aceptar sin titubeos.

Me alquilé un pequeño apartamento con lo básico y comencé a desempeñar mis labores de enseñanza con un par de grupos del último curso. Yo impartía clases, tanto de matemáticas como de física y química, asignaturas que no se encontraban entre las favoritas del alumnado pero me esforzaba siempre por intentar hacerlas lo más amenas, entretenidas y entendibles posible.

En uno de esos grupos conocí a Eva, una alumna repetidora y de nefasto nivel académico pero con una belleza fuera de lo común. Realmente era una chica inteligente pero venía de una familia desestructurada y no tenía ninguna motivación por aprender los contenidos de las distintas materias. Sin embargo se expresaba muy bien, tenía un carácter muy alegre, era cautivadora y le encantaba ser el centro de atención, especialmente entre los chicos.

Para mí fue un flechazo desde el primer segundo que la vi entrar a clase. Por más que describiera su belleza y la sensualidad que irradiaba siempre me quedaría corto. Pelirroja, de pelo largo y rizado, una cara muy linda con una sonrisa preciosa y un cuerpazo espectacular; delgadita, de mediana estatura y con un culo que era imposible no mirar sin provocarte una erección instantánea. No puedo ser objetivo describiéndola porque estaba completamente prendado por ella.

A pesar de todo yo era un profesional y, como docente, tenía que abstraerme de todos los pensamientos impuros que Eva me provocaba y dar las clases con absoluta normalidad evitando, en la medida de lo posible, mirar o darle un protagonismo mayor que al resto de sus compañeros para que no hubiera cualquier tipo de sospecha sobre lo que mi calenturienta mente proyectaba en mi cabeza.

Los días que le tocaba educación física mi perversión subía de nivel ya que Eva solía venir a clase con unas mallas que sobrepasaban la línea de lo impúdico. Ceñidas como una segunda piel y dejando muy poco a la imaginación me deleitaba durante las pocas fracciones de segundo que podía disfrutar observando su preciosa retaguardia.

No me avergüenza confesar que me masturbaba y me vaciaba muy a menudo, casi tanto como en mi etapa adolescente, meneándomela con cierta virulencia y siempre teniéndola a ella, a esa preciosa pelirroja en las imágenes que me llevaban a los más intensos orgasmos que yo recordara.

Quise conocer más sobre ella e indagué en su ficha del instituto. De madre rusa y padre italiano descubrí, con cierto alivio, que ya había cumplido los dieciocho y, en cierta manera, me tranquilizaba saber que, aunque fuera en pensamiento, no estaba cometiendo ningún delito.

También decidí buscarla en Internet, tenía perfiles en casi todas las redes sociales conocidas, e incluso llegué a crearme perfiles falsos con el único objetivo de que me añadiera a sus contactos. Tenía publicadas una gran cantidad de fotos, algunas de ellas tremendamente sexys, casi eróticas. Mi favorita era una foto de primer plano dónde se veía el rostro de Eva mirando pícaramente a la cámara mientras se introducía un chupa-chups en la boca. Sus ojos, su rojizo pelo algo encrespado, sus labios y ese piercing que se vislumbraba en su lengua desbordaban una sexualidad increíble.

Fue pasando el curso y entre todos mis alumnos mediocres o con peores perspectivas de aprobar Eva destacaba por encima del resto, así que un día decidí hablar con ella después de una de mis clases. Recuerdo perfectamente ese momento en el que nos quedamos solos en el aula por primera vez.

Ella estaba nerviosa, me sonreía inquieta y yo me mostraba serio y con cierta actitud hostil le pedí que se sentara junto a mi mesa. Le solté una buena regañina, le dejé claro que así no iba a aprobar ninguna de mis materias y tras unos minutos de sermón y para mi asombro, se puso a llorar. De sus preciosos ojos brotaban lágrimas mientras desconsolada se disculpaba por su falta de actitud.

Instintivamente me acerqué a ella para consolarla. Ella no me miraba, dirigía su mirada al suelo mientras seguía afligida y yo intentaba animarla dándole una mínima posibilidad de redención si decidía ponerse a trabajar en serio. Al acercarme a ella pude tener una perspectiva fabulosa de su escote, se veían con rotundidad buena parte de sus senos apreciándose con claridad un precioso sujetador blanco de encaje. La visión era hipnótica pero, cuando la erección se hizo notoria, tuve que dejar de mirarla y volver a sentarme. La reunión finalizó con la promesa de Eva de cambiar y esforzarse mucho más y yo le propuse, algo que ya tenía pensado de antemano, a darle media hora de clases de repaso un par de días por semana durante la hora del almuerzo.

Los dos días escogidos para dar esas clases de refuerzo no fueron por casualidad, martes y jueves, los días de educación física.

Trabajábamos casi todo el rato en la pizarra, yo le hacía problemas y Eva debía resolverlos. Con bastante frecuencia, pero no siempre para no dar el cantazo, cuando ella se ponía a realizar los ejercicios yo me acomodaba sobre una mesa detrás de ella, donde podía observar todo lo que ella escribía y sobretodo deleitarme y recrearme viendo su espectacular trasero.

Era una gozada poder observarla sin temor a ser pillado in fraganti y fueron varias semanas en las que mi mente se follaba de todas las maneras imaginables a esa preciosidad. Mi excitación llegó a tal nivel que, en una ocasión en la que me vino con unas mallas rojas que se perdían sin remedio entre sus nalgas de manera descarada, me la jugué, llegando a grabarla con el móvil mientras Eva resolvía un ejercicio en la pizarra sin que ella se diera cuenta.

Cada vez con más frecuencia comencé a tener poluciones nocturnas, algo que no me pasaba desde mi etapa adolescente y tal era la obsesión que tenía con ella que decidí contárselo a mi mejor amigo, psicólogo de profesión, para ver si podía aconsejarme. Al principio me sermoneó, diciéndome que yo estaba casado, que era una alumna que tenía la edad de mis hijas y que lo desaprobaba totalmente. Decidí pasarle un par de fotos de Eva que había descargado de una de sus redes sociales y le pasé el vídeo que le había hecho. Desde ese momento todos los razonamientos lógicos y éticos que mi amigo me había planteado perdieron consistencia, llegando a cambiar el discurso hasta, literalmente, llegar a decirme que, si tenía la más mínima ocasión, me la follara salvajemente. Estaba claro que mi amigo no consiguió ayudarme en absoluto.

Y es que cuanto más tiempo estaba con ella más se encendía mi deseo pero, a pesar de ello, hacía un esfuerzo extraordinario y creo que me contenía lo suficiente como para que ni ella, ni nadie más en el centro, fueran conscientes de ello.

Solo una vez, durante una clase de repaso, bajé la guardia y, en uno de los acercamientos a la pizarra, me acerqué más de la cuenta a su trasero. Me puse justo detrás de ella y le expliqué las cosas que no estaban bien resueltas del ejercicio. Tan cerca me coloqué que mi paquete rozó ligeramente sus nalgas, mi mano izquierda se envalentonó y se posó sutilmente sobre su cadera mientras con la otra mano realizaba una anotación en la pizarra y le explicaba el ejercicio.

Quizás fueron unos segundos los que estuve así pero para mí el tiempo se detuvo. Mi pene había ido creciendo, palpitante y furioso hasta conseguir su estado máximo de erección y mi mano ya la cogía de la cintura con mayor firmeza intentando atraerla más hacia mí. A pesar de ello yo seguía explicándole cosas, intentando normalizar de alguna manera ese descarado acercamiento.

Ella no se desplazó ni un ápice, disimulando y dándome a entender que no se había percatado de algo tan evidente; a mí se me estaba nublando la razón y, justo en ese momento, comenzó a sonar el timbre del final del recreo. Me separé de ella con cierto sobresalto y finalizamos la clase con absoluta normalidad. ¿Es posible que ella no se hubiera percatado de nada?¿O sencillamente no quería rechazar ese acercamiento?, fuera lo que fuera empezaba a sentir que me estaba volviendo loco… loco por ella.

El tiempo fue pasando y ya no quedaba demasiado para los exámenes finales. Eva había mejorado bastante, estaba claro que lo suyo no eran los números, pero podría tener opciones de aprobar y su actitud era irreprochable, se esforzaba y nunca faltaba a clase. Durante las clases de repaso había ido conociéndola un poco más hasta conseguir que me tuviera bastante confianza.

Por mi parte yo seguía prendado de Eva, de su sonrisa de dientes perfectos, de su tez blanca, de sus uñas, siempre exquisitamente pintadas de coloridos colores, de su escote, siempre generoso y descarado, de su voz dulce y femenina, de cada poro de su piel…¿Que pasaría una vez terminara el curso?, yo volvería a casa con mi familia y nunca más volvería a verla, eso me atormentaba y por ello intentaba no pensarlo demasiado.

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Finalmente el curso se encontraba en sus últimos coletazos y, tras el último examen, le mandé a Eva un mensaje para que viniera al departamento de ciencias. Ella tocó con educación a la puerta y entró nerviosa y algo temerosa. Le di la noticia y su reacción fue sincera y muy emotiva, se puso a llorar como una niña pequeña. Era la segunda vez que la veía en este estado pero en esta ocasión era por un sentimiento de absoluta felicidad. Este hecho me hubiera enternecido sobremanera si mi mente no hubiera estado distraída con el descarado escote que llevaba ese día y que me despertaba una vez más el deseo irrefrenable de ver en todo su esplendor esas preciosas tetas.

Dejando a un lado mi perversión y siendo justos, realmente se había esforzado mucho y su evolución había sido más que notable durante todo el curso así que, le dije con absoluta sinceridad, que había aprobado con pleno merecimiento y que me sentía muy orgulloso de ella.

Justo un instante antes de salir del departamento me dedicó una preciosa sonrisa y me propuso que acudiera a una cena de despedida que habían organizado en su clase. Dudé un instante pero acepté la invitación sabiendo que posiblemente sería el último día en el que volvería a verla.

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Cuando llegué al bar prácticamente estaban todos mis alumnos menos Eva que, al igual que en mis clases, siempre llegaba algo tarde para hacerse notar. Había muchísimo alboroto y era difícil mantener una conversación de más de dos palabras pero, cuando ella hizo acto de presencia, me dió la sensación de que todo ese ruido ambiente se silenciaba, llegando a tener la sensación de escuchar incluso los latidos acelerados de mi corazón.

Al aparecer Eva deslumbró a todos con su simple presencia. Llevaba una sencilla gabardina que, al quitarse, dejaba a la vista un vestido ceñido y exageradamente escueto, de estampado floral de una sola pieza, con un cordón delantero que se anudaba en un escote tremendamente sexy. Por la cantidad de pecho que mostraba y las dos ligeras protuberancias que se intuían descaradas a través de la tela, daba la sensación de que el sujetador se lo había dejado en casa. Por si esto no fuera suficiente se había maquillado de manera exquisita potenciando aún más si cabe su belleza natural. Sus carnosos labios pintados de color carmesí y su melena rojiza alborotada ponían la guinda a la mayor de las tentaciones a las que me he enfrentado en mi vida.

Fue saludándonos a todos, regalándome cuando se acercó a mí una sonrisa preciosa y dándome, sólo con ese instante, el convencimiento de que había valido la pena asistir a esta cena de despedida.

Bien es cierto que éramos mucha gente y durante toda la cena me sentí un poco fuera de lugar; los chavales hablaban de cosas que se me escapaban por la diferencia de edad y apenas había podido hablar cuatro palabras con Eva, la única razón por la que yo me encontraba allí en ese momento.

Ella parecía encontrarse muy agusto con el compañero que tenía a su lado, se reían y sus miradas denotaban que de ahí podría surgir alguna cosa. Yo los miraba y no sentía celos de ningún tipo pero sí una tremenda envidia de no ser yo el que se encontrara en el lugar de ese chico en ese instante. Yo estaba en mi burbuja, sólo, y ellos en la suya, sin hacer demasiado caso de nada de lo que hubiera alrededor de ellos. Contínuamente el chico acercaba sus labios al oído de Eva y le susurraba alguna cosa que la hacía sonreír e incluso ruborizarse. Yo intentaba imaginarme qué cosas le estaría contando, quizás sólo le decía cosas graciosas, o quizás le regalaba los oídos diciéndole lo guapa que estaba, o a lo mejor era todavía más atrevido y le estaba contando con todo lujo de detalles las guarradas que estaba dispuesto a hacerle si ella se dejara.

Yo solo podía darle un buen trago a mi cerveza y dejar que mi mente calenturienta imaginara sus conversaciones.

Tras la cena decidieron ir a un local en esa misma calle para bailar un poco y seguir tomando copas. La verdad es que yo sentía que ahí no pintaba demasiado y quizás ya era hora de marcharme a mi apartamento para hacer las maletas y volver a casa pero, la verdad es que el alcohol que había tomado durante la cena me habían dejado en un estado muy risueño y sólo por tener la oportunidad de deleitarme un poco más con la belleza de Eva y poder verla bailar bien valía la pena alargar un poco más la noche.

En el local me adelanté al resto e invité a Eva a una copa. Eso me permitió entablar algo de conversación con ella y poder sentirla cerca de mí. Estaba preciosa y así se transmití, intentando, mientras se lo decía, no perder la mirada en su infinito escote. No tardaron mucho en aparecer en escena un par de compañeros que la sacaron a bailar alejándola nuevamente de mí.

Verla bailar con sus dos amigos era un auténtico espectáculo, ellos parecían unos críos al lado de Eva pero el alcohol ingerido los animaba a hacer cosas que en cualquier otra situación no se hubieran atrevido.

Bailaban los tres con apenas espacio entre ellos, Eva entre los dos, contoneándose sensualmente al ritmo de la música, sintiendo como su cuerpo recibía roces indecorosos sin mostrar la más mínima oposición. Yo, con mi copa en la mano, los observaba con detalle, como un mero voyeur que disfruta de una escena ciertamente tórrida.

Uno de los chicos, de espaldas a Eva, agarraba con ambas manos su cintura al tiempo que pegaba su bulto como una lapa a su trasero. El chico que tenía enfrente no estaba tan cerca pero sí lo suficiente para intentar besarla en los labios, cosa que Eva esquivaba mientras seguía contoneándose y sonriendo.

Para mí sorpresa en un momento del baile su mirada se fijó en mí, se percató que la observaba detenidamente y su reacción fue sonreirme maleficamente para acto seguido dejar que el chico frente a ella la besara apasionadamente en la boca. Era una escena tremendamente tórrida, yo llevaba una erección de campeonato pero la baja intensidad de la luz del local me aportaba cierta tranquilidad de ser descubierto en ese estado.

Disfrutaba contemplándola pero a la vez me dolía pensar que el curso había terminado y ya no iba a volver a verla.

Cuando terminé mi copa fui al baño, me senté sobre la taza del wc y me hice una buena paja, pensando en Eva, en su vestido descarado, en sus bailes prohibidos, en lo buena que estaba…y me corrí intensamente, soltando varios chorros de semen que sin control llegaron a impactar sobre la puerta y el suelo.

Al salir del baño y ya más relajado decidí que ya no tenía sentido alargarlo más y opté por marcharme a mi apartamento. Salí del local sin decir nada a nadie y me puse a caminar lentamente, sintiendo a cada paso los efectos de ebriedad en mi organismo.

-¿Pensabas marcharte sin despedirte de mí? – escuché una voz, justo cuando ya había girado la calle y me dirigía a la boca del metro. Me giré algo sobresaltado y, ahí estaba Eva, con su preciosa sonrisa mirándome fijamente.

– Pe…perdona, ya era tarde y no quería interrumpir tus…bailes. – le dije con una sonrisa y algo sorprendido de que estuviera ahí conmigo.

Me dijo que ya estaba algo cansada y quería irse a dormir ya. Aceptó mi ofrecimiento para acompañarla a su casa y nos adentramos en la boca del metro. Estuvimos un rato hablando mientras venía el tren, ella estaba muy habladora y se le notaban las copas de más. Nunca la había visto en ese estado y realmente me encantaba lo graciosa y divertida que era. En un momento de la conversación se puso algo más seria y comenzó a agradecerme de corazón todo lo que la había ayudado, diciéndome, no sin falta de razón, que sin mí no hubiera podido terminar el instituto.

Y en ese instante, de pie uno frente al otro esperando al tren, me abrazó, el abrazo más tierno y deseado de cuántos he podido tener en mi vida. Sus brazos me rodearon y apoyó su cabeza en mi pecho. Durante los primeros segundos titubeé, sorprendido y gratamente impactado, pero luego yo también la rodeé con mis brazos. Y así nos quedamos unos instantes, en los cuáles sentía que había viajado al paraíso para encontrarme con Eva, pero, en realidad, yo no era más que la serpiente que la rodeaba y la atraía hacia el pecado.

Tener a esa preciosidad tan cerca y sentir su calor y su dulce aroma tuvo efectos inmediatos en mi entrepierna, la cuál se endureció al instante. Sin abandonar el abrazo fijó su mirada en la mía y me sonrió con cierto asombro dándome a entender que se había percatado de mi erección. En ese instante llegó el tren y nos separamos.

Nos sentamos en un extremo de un vagón que prácticamente estaba vacío, salvo por una pareja, aparentemente ebrios y medio dormidos, que había al otro extremo. Apenas comenzó el tren a desplazarse y para mi completo asombro, noté como Eva, mirándome a través del reflejo del cristal, posaba su mano en mi pierna, pero peligrosamente cerca de mí entrepierna. Yo me quedé como una estatua y ella me susurró, con un tono ebrio bastante evidente, que el traqueteo del tren siempre la ponía muy cachonda, al tiempo que su mano se aproximaba con descaro a mi paquete y comenzaba a amasarlo suavemente sobre el pantalón. Yo me quedé mirando nuestro reflejo, estático, moviendo únicamente el músculo que no podía controlar e, impactado, vi como me sonreía y abría ligeramente las piernas.

Su vestido era tan minimalista que con ese simple movimiento ya dejaba entrever unas braguitas de encaje muy atrevidas. Con su otra mano comenzó a masajear su zona íntima con mucha delicadeza y sin ningún pudor o vergüenza de ser descubierta en su labor. Yo me quedé inmóvil, dejándola hacer, sintiéndome en el mejor de los sueños, sabiendo que todo lo que Eva había bebido y fumado esa noche tenían buena parte de culpa en su desinhibición. Unos minutos después, cuando el tren se detuvo en una de las paradas interrumpió las caricias, me cogió de la mano y salimos del vagón. Ella me llevaba, caminando con decisión y algo acelerada, yo sentía su mano, agarrándome con fuerza y la seguía a donde Eva quisiera llevarme.

Me llevó al baño del metro, un lugar lúgubre, sórdido, sucio y muy decadente, lleno de graffitis y espejos rotos, realmente era el lugar ideal para dejarse llevar por lo prohibido y lo impuro. Eva se cercioró que no hubiera nadie, se quitó la gabardina y se lanzó con celeridad a besarme en los labios con mucha pasión. Dejé de contenerme en ese instante y le devolví el beso con el mismo frenesí, mi lengua batallaba con la suya y con su piercing, descargando todo el deseo contenido que llevaba acumulado durante tantos meses. Mis manos acompañaron a todo ese fervor cogiéndole del culo, amasándoselo con lujuria, subiéndole sin ningún pudor y sin dudarlo un instante el vestido hasta la cintura para sentir todo el calor de su piel.

En un momento dado, Eva interrumpió el beso y los tocamientos impúdicos, se separó de mí, se agachó y me bajó con mucha soltura el pantalón y el calzoncillo. Mi polla, izada como una bandera, se mostraba en su máximo esplendor a escasos centímetros de su cara. Eva miró detenidamente mi pene sin circuncidar, observó toda su longitud, sus venas inflamadas, y mostró cierta sorpresa en mis testículos velludos y de buen tamaño, luego me miró fijamente a los ojos y con esa mirada de pantera hambrienta que no esconde sus intenciones comenzó a besarla, lamerla y juguetear con ella poniéndome a mil por hora.

Posé con delicadeza una de mis manos en su rojiza cabellera rizada y de manera natural, dejándola hacer comenzó a introducirla y sacarla de su boca, chupándola como si fuera un helado, con una soltura que me parecía alucinante para su edad. Se desenvolvía con mi polla en la boca como pez en el agua, parecía que tenía una lengua viperina, inquieta y decidida, y ayudándose de su piercing juguetón para darme un placer sin igual.

Eva estaba desatada, no escondía ni un ápice de la excitación que sentía, con sus manos agarraba mi trasero desnudo con fuerza, clavándome sus uñas y su boca era un torbellino, forzándose a sí misma a introducirse cada vez un poco más y más profundamente ese trozo de carne caliente y venoso que estaba a punto de explotar en su boca.

Si continuaba con esa labor tan eficiente y, a pesar de la paja que me había hecho no hacía demasiado rato, no iba a tardar demasiado en hacer que me corriera abundantemente en su boca. Pero no quería que eso ocurriera todavía y, en un momento en el que se tomó un respiro para coger aire, la incorporé, la agarré con firmeza del trasero y la apoyé sobre los húmedos lavabos. Mi objetivo no era otro que devolverle la mamada, enseñarle mis habilidades en la materia y degustar el coño que más he deseado en toda mi vida.

Acerqué mi nariz a sus braguitas e inhalé con fuerza para sentir la rica fragancia de su sexo caliente, tan intenso y excitante. Aparté las bragas a un lado y contemplé durante un instante esa preciosa rajita rasurada, acercando mi nariz lentamente hasta rozarla, sintiendo toda su humedad. Eva, exaltada soltaba un gemidito y con ambas manos me agarraba con firmeza del pelo, temerosa de que pudiera alejarme de ella y me pedía con rotundidad y algo de vulgaridad que le comiera el coño.

Le realicé una comida poniendo todo mi empeño y mi experiencia, sin precipitaciones y dándole placer lentamente, poniéndola cada vez más nerviosa, más húmeda, más cerda. Podía sentirlo en sus gemidos, en su vulva cada vez más mojada, en su hinchado clítoris y en las burradas que comenzaba a soltar por sus preciosos labios y que salían de lo más hondo de su ser.

Me suplicaba que no parara, que me la follara mientras gemía y me agarraba con fuerza de la cabeza. Yo en ese momento ya movía frenéticamente mi lengua, sin darle tregua, abriendo sus labios mientras mi nariz rozaba incesante sobre su incandescente clítoris. Conseguí que se corriera un par de veces, sorbiendo sus flujos como el mejor de los manjares mientras su cuerpo se contraía, se le erizaba la piel de los muslos, gemía de manera entrecortada y yo era plenamente consciente con todo ello que la estaba haciendo disfrutar.

Tras el segundo orgasmo me incorporé y comencé a besarla nuevamente en los labios de manera apasionada. La mezcla de ambos sexos se entremezclaban en nuestras bocas y había una tensión sexual brutal. Le despojé del vestido, confirmando al hacerlo la ausencia del sujetador y, atónito, contemplé en todo su esplendor sus preciosos pechos, como dos pasteles coronados por dos guindas erectas que me apresuré a degustar al tiempo que con ambas manos calibraba el generoso tamaño de esos senos increíbles.

No recuerdo haber estado tan cachondo en mi vida, la belleza y erotismo que irradiaba mi ya exalumna era tal que me nublaba toda la razón, y me cegaba en el deseo de poseerla.

Pensar en follarme a esta cría, a esta Afrodita me hacía reencontrarme con mi yo más vigoroso y sexual, el que con veinte años era capaz de aguantar estoicamente largas sesiones de sexo salvaje y, a pesar de ello, querer más y más.

Era una explosión para mis sentidos, su aroma, la suavidad de su piel, su increíble belleza, su sabor y todos los sonidos que salían de sus labios me hacían sentirme completamente vivo.

Le quité las bragas, dejándola completamente desnuda en aquellos baños públicos, con el riesgo y el morbo que eso conllevaba. Ella me desabrochó la camisa y besó, lamió y mordió mi pecho con ternura.

Me quité los pantalones y cogí de la cartera un condón que tenía caducado ni se sabe desde cuándo. Ella lo cogió y se rió, yo pensaba que su intención iba a ser ponérmelo, pero con todo el descaro del mundo me dijo que ella follaba siempre a pelo, lo lanzó al suelo, me dió la espalda apoyándose sobre los lavabos, mostrándome su portentosa retaguardia y con un ronroneo dulce en la voz me pidió que la follara. Me impactó su madurez sexual, le daba mil vueltas a muchas treintañeras en experiencia, soltura y conocimiento en la materia.

Es difícil describir con palabras las sensaciones que me produjo entrar en ella, lentamente, abriéndome paso con firmeza, centímetro a centímetro mientras veía a través del espejo su boca entreabierta y sus ojos cerrados, sintiendo como mi polla entremezclada con sus flujos iba abriéndose paso poco a poco. Llegué hasta lo más hondo de su ser y en ese momento comenzamos la danza del sexo.

La agarré de su precioso y brillante pelo rojizo al tiempo que la penetraba una y otra vez, con rotundidad, sintiendo como mis testículos chocaban con violencia sobre ella, mientras veía en el reflejo del espejo como sus tetas se bamboleaban y chocaban entre sí con fuerza.

Había estado casi un año deseándola, soñando en miles de pajas con ese momento, y ahora estaba ahí, follándomela, penetrándola, y muy duro porque así me lo pedía ella. Su lengua era un torbellino de improperios, nunca había estado con una mujer que durante el acto dijera tal cantidad de guarradas, y era algo que me ponía cachondísimo y me provocaba que de mi boca también salieran auténticas salvajadas. Guarra, cabrón, calientapollas, follaniñas, putón, adultero y un sin fin de frases de altísimo contenido sexual que nos íbamos alternando mientras nuestros cuerpos chocaban con violencia y armonía perfectamente acompasados en el rito de la cópula más instintiva.

Tras varios minutos de penetración incesante y sin tregua, sentí que estaba muy cerca de correrme, y ella lo sabía y me lo verbalizaba. Sentía como mi polla la bombeaba cada vez con más fuerza y fue en el instante en el que me pidió, en un tono casi impositivo, que me corriera dentro de ella, en el que tuve el mayor orgasmo que pudiera recordar de toda mi vida. Sentí que me corría una vez tras otra, que la inundaba hasta lo más profundo de su ser con mi semen denso y caliente invadiendo cada rincón de su descarado coñito. Me quedé unos segundos con mi pene en su interior, apoyándome sobre ella y susurrándole al oído lo guarra que era, consiguiendo con ello que Eva llegara al clímax nuevamente, retorciéndose de placer.

Cuando salí de ella me incorporé y Eva se puso de rodillas y volvió a comerme la polla. Dieciocho añitos y menuda pasión ponía en la materia. Pensé durante un instante que si se hubiera aplicado igual con las matemáticas podría haber sido tan buena como Pitágoras o Newton.

Me miraba a los ojos mientras lo hacía; tenía el rímel corrido, el rostro sonrojado y sudoroso y su mirada juguetona de siempre. Estaba borracha y preciosa, la mujer más hermosa de cuántas he conocido y una auténtica maestra del sexo. En un instante mi móvil comenzó a sonar, sobresaltándome, pero Eva no interrumpió ni un instante la tarea que, por voluntad propia, estaba realizando.

Hice caso omiso de la llamada y la interrumpí rápidamente para que no perdiéramos la tensión sexual, pero, con el móvil en la mano, mi mente recordó las grabaciones furtivas a su precioso culo enmallado y sin pensarlo dos veces comencé a grabarla.

Creo que fue una buena decisión pues la reacción de Eva fue superlativa, me sonrió y comenzó a mamarme la polla dándolo todo, con un esmero y una pasión impresionante, estaba completamente desatada, miraba a la cámara con descaro, me lamía los huevos mientras con su manita me masturbaba y luego nuevamente se tragaba mi pene, la notaba por su nerviosismo y por como se acariciaba su sexo con su mano libre que estaba tremendamente excitada.

Yo volvía a estar al límite de correrme, apoye el móvil sobre el lavabo, la interrumpí en su formidable labor y la coloqué con celeridad a cuatro patas sobre el suelo. Ella se dejó hacer y yo, con decisión, apunté mi pene babeante en la entrada de su encharcada vagina y comencé a embestirla nuevamente al tiempo que ella me profería improperios y gemía aceleradamente.

Me pidió en un tono casi de súplica que le metiera un dedo por el culo, ni que decir tiene que cumplí su demanda al instante, sintiendo como mi dedo pulgar se perdía en el interior de su ano con tremenda facilidad. Estaba de nuevo tremendamente cachondo, mi polla entraba en el interior de Eva como un cuchillo en mantequilla caliente, y en apenas un par de minutos de su culo ya metía y sacaba sin miramientos mis dedos índice y corazón.

Eva parecía no tener límite, me pedía y me exigía más y más y yo me sentía extasiado y deshidratado pero aún tenía un cartucho en la recámara que no iba a dejar escapar. Saqué los dedos de su agujerito, abandoné mi pene de su tierna vagina y lo coloqué en la entrada de su culo.

No era algo nuevo para mí y sabía perfectamente lo que tenía que hacer a pesar de hacer más de diez años desde la última vez que lo había practicado. Introduje con suavidad la cabeza de mi pene, y ella entre el temor y el placer me dijo que nunca le habían follado el culo. Escuchar de sus labios esa frase me encendió hasta límites insospechados y agarrándola fuertemente de las caderas comencé a bombearla, introduciéndole un poco más de rabo en cada sacudida.

Mi pene, aunque tiene una buena longitud, no es tremendamente grueso y eso facilitó que no fuera ni demasiado dificultoso para mí, ni muy doloroso para ella y la introducción paulatina y progresiva continuó sin tregua mientras ambos nos proferíamos auténticas burradas.

Mientras mi polla le abría el ojete lenta e irremediablemente le confesé todo lo cachondo que me había puesto durante todo el curso y ella me dijo con la voz entrecortada, que ya lo sabía, que también disfrutaba poniéndome cachondo y que por eso siempre antes de empezar las clases de repaso se quitaba las bragas en el baño y acudía a mi encuentro como una perra en celo.

Aunque dudaba que lo que dijera fuera realmente cierto, sus últimas palabras provocaron que mi polla explotara nuevamente con fuerza. Mientras lo hacía se la seguía metiendo y sacando con algo de brutalidad, completamente encelado, agarrándola de su preciosa melena rizada, rompiéndole el culo e inundándoselo con todo el semen que pudiera quedarme en los huevos al tiempo que la azotaba en el trasero y le decía lo mala, lo puta y lo ramera que era.

Cuando finalmente salí de ella el silencio inundó los lavabos. Me tumbé a su lado, extasiado y con un agotamiento extremo, mi corazón palpitaba a mil por hora y tenía la respiración entrecortada. Ella, tras unos segundos, se incorporó con algo de dificultad y comenzó a lavarse y vestirse como buenamente pudo.

Salimos del baño y caminamos lentamente, abrazados hacia el andén. Nos paramos para esperar nuevamente al tren y nos quedamos mirándonos fijamente. Eva estaba agotada, sucia, sudorosa, posiblemente dolorida y tan rematadamente hermosa como siempre.

Habíamos cruzado la línea, ambos habíamos probado la manzana que nos condenaba al exilio del paraíso pero, en ese instante, bien poco me importaba a mí pasarme el resto de la eternidad en lo más profundo del infierno.