Una turista es capturada por los monjes de una pagoda en Tailandia, ella se convierte en la prisionera de ellos y atiende cada uno de sus deseos sexuales

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Desaparecida

Ante los cristales del escaparate de una agencia de viajes estaba Lola, una joven española de 32 años, de mediana altura, rubia y algo maciza, muy soñadora, que con mucha antelación planificaba sus próximas vacaciones… Quería viajar a Extremo Oriente pero no tenía claro cual sería el destino definitivo que elegiría.

Había estado desde el año pasado ahorrando mes a mes para poderse pagar el viaje… Ahora buscaba conocer Tailandia, Camboya o Birmania y durante veinte días tendría mucho tiempo para visitar las pagodas, museos, playas, mercadillos, etc., del país elegido.

Y como el tiempo pasa, un día Lola ya se encontraba sentada en el autobús repleto de turistas de muy distintas nacionalidades… Había desembarcado en Tailandia –su destino vacacional- con un vuelo chárter y durante los primeros días visitaron ruinas, navegaron por ríos y hoy iban a conocer una pagoda situada en la montaña.

Entró, junto con un numeroso grupo de personas, que viajaban en dos autobuses, al interior de la pagoda… En su interior una enorme estatua dorada que representaba a Buda sentado ocupaba gran parte de la estancia que se encontraba en semioscuridad, impregnada del olor típico que los bastones de incienso, desprenden y por pequeñas lamparitas de aceite colocadas a los pies de Buda.

El guía, un joven tailandés, les indicó en ingles que podían hacer las fotos que quisieran porque tenían autorización para ello, recordándoles que una limosna era la contraprestación que deberían realizar por ello.

Lola, separándose del grupo apiñado alrededor del guía que explicaba cosas sobre la pagoda, fue tanteando buscando en la semioscuridad un lugar desde donde hacer una buena foto cuando de repente escuchó una voz que le preguntaba, en perfecto ingles, si se había perdido… Sobreponiéndose al susto inicial, vio que la voz procedía de un niño de diez o doce años, con el cráneo totalmente rasurado, vestido con una túnica naranja.

El niño cogió una de las lamparillas de aceite, la alzó y observó a Lola… Su examen debió gustarle ya que una amplia sonrisa se dibujó en su rostro y le preguntó si querría comprar una diminuta estatua de Buda que tallaban sus compañeros.

Ante la disposición a comprar este “souvenir” si no era caro, el niño le dijo que debía solicitar permiso al hermano superior, que no se moviera de donde estaba, que no se fuera que volvía enseguida… y efectivamente, así fue, al poco tiempo regresó acompañado de un monje bonzo alto, rasurado y serio… El monje le dijo que estarían muy honrados si se dignase a escoger una de las obras que los pequeños novicios confeccionaban… Si ella quería seguirlos al interior de la pagoda allí estaban las piezas terminadas.

El bonzo, al ver que Lola dudaba cuando vio que el guía se iba acompañado de la gente hasta otro altar en donde había otra estatua de Buda, le aseguró que el guía, al que conocía perfectamente, aún tardaría más de veinte minutos en terminar el recorrido establecido.

El niño novicio le sonrió y le hizo señas para que lo siguiera, a lo que ella aceptó y se introdujeron dentro de la pagoda, seguidos ambos por el bonzo mayor que caminaba en silencio… Salieron del templo por una puerta lateral que conducía a un pasillo estrecho y largo.

A la mitad del pasillo, el monje hablo en chino con el niño y éste se agarró a una especie de palanca que sobresalía del muro y colgándose de ella tiró con fuerza hacia abajo… De inmediato el suelo se abrió bajo los pies de Lola y está cayo sobre una especie de pendiente suave, larga y resbaladiza, como si fuese un tobogán, deslizándose asustada… Conmocionada del susto y con una oscuridad total, se desmayó… Mientras, la trampilla se volvía a cerrar y el monje y el niño intercambiaron una sonrisa y como si nada hubiese sucedido continuaron por el pasillo.

Cuando Lola recobro el conocimiento se encontró tendida sobre una montaña de mullidos almohadones… Sus ojos llenos de estupor contemplaron lo que parecía ser una gruta tallada en la roca iluminada por dos antorchas con cirios encendidos… Al fondo se veía una gruesa puerta de madera claveteada con gruesos clavos… El suelo estaba cubierto de gruesas alfombras con dibujos chinos… Y estaba amueblada con muchos sillones oscuros pegados a las paredes de la gruta… También había una gran mesa baja lacada en negro con incrustaciones de nácar.

Lola comenzó a gritar desesperadamente pidiendo auxilio y ante la nula respuesta, comenzó a llorar, presa de un gran pánico.

En ese momento escuchó un ruido de cerrojos y la puerta de madera del fondo, se abrió… Su primera reacción fue de sorpresa al ver entrar a una serie de monjes en procesión… A la cabeza iba un enorme y gordo monje bonzo, con la cabeza rapada y vestido igual al que ella conoció antes… Detrás iban diez monjes más que en silencio se sentaron en los sillones.

La puerta se cerro y el enorme monje –que debía ser el Maestro- se aproximó a donde estaba Lola todavía tumbada… Ella levantándose le preguntó:

– ¿Dónde estoy?… ¿Por qué me tendieron una trampa?… Les pido que me dejen salir de inmediato… Deben estar buscándome.

El grueso bonzo le sonrió y trató de calmarla diciéndole:

– La hermosa paloma blanca no debe asustarse… Es la invitada de honor de nuestra hermandad “Felicidad Perfecta”… Os encontráis dentro de ella, en esta gruta secreta situada bajo de nuestra Pagoda y nadie puede sospechar que estáis aquí… Y nadie os buscará porque hemos hecho correr la voz de que os encontrabais indispuesta y tomasteis un taxi para regresar al hotel… Así que no os echarán de menos hasta la noche y para entonces se habrán perdido todas las pistas por encontraros en una ciudad de tantos millones de habitantes como tiene esta y en la que desaparecen muchas jóvenes.

– Pero, ¿estáis loco?… ¿No vais a retenerme aquí para siempre?, dijo tremendamente asustada y llena de pánico.

– La joven paloma blanca hará bien en escuchar lo que voy a decirle… Nosotros, los monjes bonzos, tenemos reglas muy estrictas de no hablar con mujeres pues ellas son todo lujuria, sensualidad y vicio… Y esto nos mortifica con un castigo cruel al no poder tener ningún contacto, ante los ojos del mundo, con una hermosa mujer, sea oriental u occidental… Por eso, desde hace ya varias generaciones, nuestros santos bonzos decidieron librarse de este duro castigo con el mayor de los secretos al que hoy los monjes acceden al subir  cada vez a más nivel en nuestra hermandad secreta… Aquí, en la más absoluta discreción, podemos disfrutar de los juegos prohibidos… Fuera todo el mundo nos ve de una forma totalmente diferente.

– Para nuestros juegos prohibidos escogemos, de vez en cuando, entre nuestras fieles a una hermosa y joven pecadora para satisfacer nuestros deseos, pero en contadas ocasiones podemos atrapar a una paloma blanca, como es el caso tuyo.

– Queréis decir que yo he de prestarme a satisfacer vuestros deseos,… dijo Lola angustiada y presa cada vez de mayor terror y pánico.

– Si, paloma blanca… Vamos a satisfacer, en vuestro hermoso cuerpo, todos nuestros deseos de vicio y lujuria, que son muchos y muy variados como podréis ir viendo… Cuando hayamos disfrutado contigo aquí y ya no nos plazca disfrutar más de tu cuerpo, os mandaremos a otra gruta en donde otros hermanos os estarán esperando impacientemente comenzar contigo… La hermandad cuenta con veinte grutas… Y para cuando hayáis terminado de visitarlas todas, es seguro que vuestras vacaciones se habrán terminado, todos se hayan ido y tú te habrás convertido en una esclava dócil y sumisa, que de por vida, te entregarás a dar todo el placer inimaginable para que se disfrute de tu cuerpo.

Lanzando gritos de terror, Lola se precipitó contra la gran puerta con la intención de abrirla y poder escapar de la gruta, pero fue inútil… Todos sus esfuerzos fueron en vano… Desesperada comenzó a golpear la puerta, hasta que dándose cuenta de su impotencia, se desmayo de nuevo.

El enorme bonzo, sonrió y tras hablar con el resto de monjes, cogieron a Lola, la desnudaron totalmente y le sujetaron las muñecas –mediante cuerdas- a dos argollas clavadas en paredes opuestas y lo mismo hicieron con los tobillos… De esta forma Lola quedo dispuesta en forma de una gran X, con los brazos abiertos por encima de la cabeza y las piernas separadas, de forma obscena a la vista de todos los monjes.

Su desnudez revelaba un cuerpo apenas bronceado, con una cintura estrecha, unos colosales pechos con unas aureolas grandes y de color rosa pálido en cuyo centro se erguían unos pezones de un rosa más oscuro… El vientre, algo grueso, terminaba en un pubis con pelo rubio que alcanzaban a sus gruesos labios vaginales, completamente separados por la forzada apertura de sus piernas.

Desde el momento en que Lola había recuperado el conocimiento no cesaba de llorar y pedir piedad… Que la desataran… Que la dejaran libre… Que jamás contaría a nadie lo que había visto.

Sin hacerle el menor caso, el enorme gordo bonzo, al que consideraban el Maestro, se aproximó a ella y le dijo:

– Antes de disfrutar con vuestro cuerpo, paloma blanca, debemos castigaros por habernos excitado con vuestra desnudez y despertar nuestra lujuria que nos obliga a pecar.

Lola, tras escuchar estas terribles palabras, vio como el Maestro le hizo entrega a uno de sus hermanos del llamado látigo de Taiwan, un elemento de castigo formado por una lengua larga, de metro y medio y terminada en unos pequeños nudos.

Sin mediar palabra, el nuevo hermano bonzo se puso a golpear de forma metódica los dos bonitos pechos de Lola, que gemía y lloraba tirando de las ligaduras buscando escapar del castigo… Ella notaba que el látigo en sí, no torturaban excesivamente sus pechos pero si le dolían los pequeños nudos cuando golpeaban su desnuda piel… Eran rápidos y fuertes golpes los que descargaba el bonzo sobre sus pechos

La chica estaba dando un espectáculo realmente lujurioso… Todos contemplaban a la muchacha desnuda, sufriendo en sus pechos un cruel castigo y ella respondía retorciéndose de dolor y mostrándoles movimientos corporales muy libidinosos que excitaba a todos de sobremanera.

En un momento dado, el Maestro levantó la mano y el monje dejó caer el látigo… Lola, pensó que por fin había terminado este suplicio… Sus pechos habían quedado amoratados y cubiertos de surcos y golpes de los nudos… Pero de pronto abrió los ojos desorbitados al ver como el Maestro le entregaba un nuevo látigo, esta vez de cuero.

Un bramido dentro de la gruta, marcó el inicio de este nuevo suplicio… Ahora las mordeduras del látigo no se ciñeron sólo a los pechos… Los latigazos los recibía por todo el cuerpo y el dolor que sentía era agónico, hasta el extremo que se meó ante todos, mientras Lola se retorcía frenéticamente y temblaba convulsivamente … El castigo era atroz y parecía no tener fin.

El enorme bonzo gordo, el Maestro, percibió que la joven estaba al límite del agotamiento y dando una orden, el verdugo descargó con gran fuerza por dos veces el látigo, arrancándole a Lola gritos estridentes, dando por terminado el brutal castigo… Luego, el Maestro se aproximo a ella y cogiendo sus pechos, se llevó su boca los pezones y los mamó hasta conseguir que se endurecieran.

Dejando a su victima, fue a sentarse en su sillón… Luego, dio una orden y la torturada Lola fue desatada, a la vez que no dejaba de suplicar… Le dieron la vuelta y con la espalda y su amplio culo ofrecido a todos los monjes, fue de nuevo atada en la misma posición de gran X, con lo cual ella imaginó que su azotamiento no había terminado, ni mucho menos… La iban a volver a golpear.

Una nueva orden del Maestro y un nuevo bonzo se levantó… Inclinándose delante de él, tomó el látigo de Taiwán y comenzó a azotar el culo de Lola, que atemorizada, gritó y adelantó su vientre en un movimiento intuitivo de escapatoria… Los latigazos cayeron una y otra vez sobre las nalgas dejando cada vez más amplios trazos rojos.

Una nueva orden del Maestro y el bonzo paró el castigo, le hizo la reverencia y entregó el látigo a un nuevo bonzo, que continuo con el castigo… Una atmósfera de lujuria y sadismo llenaba la gruta mientras la desafortunada Lola sufría y sufría, sin que sus gritos lograses ningún atisbo de piedad.

De nuevo el enorme grueso bonzo, el Maestro, se levantó y tomando un fino y largo junquillo de bambú se lo entregó al verdugo para que cambiase el instrumento de castigo… y un nuevo y desgarrador grito se escapó de la garganta de Lola cuando el primer golpe se estrelló contra sus nalgas ya de por sí, muy enrojecidas.

Los golpes fueron ahora cadenciosos, como queriendo el torturador indicarle a su víctima que asimilase el dolor que le producía cada golpe, al tiempo que veían todos como dejaba una línea roja muy marcada en el culo de la prisionera, que al estar espatarrada y ser la vara de bambú, bastante flexible, llegaba en muchas ocasiones a golpear la vulva y el ano, por lo que en ese momento los gritos eran espantosos y las convulsiones de su cuerpo, tremendas… Y es que verdugo monje era muy experto con el manejo de la caña… Lola aguanto lo indecible pero llegó un momento en que de nuevo perdió el conocimiento por la gran dureza del castigo que le estaban dando.

El Maestro contemplo impasible el cuerpo de Lola que colgaba inconsciente… Lo palpó por todos lados y luego ordeno que la desatasen y ésta, cayo al suelo.

Cuando Lola recobró el conocimiento el Maestro hizo una señal a unos de sus hermanos y éste fue ante la cautiva y le ofreció una copa de porcelana llena de un líquido verde.

– Bebe, hermosa paloma blanca, esta bebida te calmará el dolor.

Y Lola bebió de inmediato puesto que el dolor que sentías por todo el cuerpo era tremendo… En realidad lo que le estaban ofreciendo beber no era un calmante sino un poderoso afrodisiaco… Una vez que se bebió el contenido de la copa, imploró postrada de rodillas que la dejasen ir… Que no diría jamás nada a nadie.

– Eso no es posible… Tú estas aquí para ser una esclava… Nuestra esclava… La esclava de todos… Acéptalo sumisamente pues de lo contrario volveremos a empezar el castigo desde el principio pero está vez te arrancaremos la piel a tiras para que lo comprendas mejor… Entiende que tú de aquí no saldrás nunca y tu misión es darnos a todos el mayor placer posible hasta que revientes.

– Y, ahora, para que todos veamos si has entendido lo que te he dicho, colócate de rodillas en esa banqueta que ves ahí, separa bien las rodillas e inclínate ofreciendo bien tu culo… La varilla de bambú esta preparada por si no acatas la orden que te estoy dando.

Lola rápidamente se subió a la banquete, se abrió bien de piernas y se inclinó ofreciendo el culo a la vista de todos… Al fin y al cabo ya la tenían totalmente vista y ha perdido todo su pudor ante el temor de que le vuelvan a pegar con la vara de bambú.

Entonces el Maestro, el enorme bonzo grueso, se levantó y se situó detrás de ella… Beso largamente las calientas nalgas azotadas y lamió los labios vaginales del sexo entreabierto que le ofrecía Lola… Y no contento con ello, le separó las nalgas y su lengua se la metía profundamente dentro de su culo.

Luego, el Maestro se levantó y colocándose delante de Lola, comenzó a acariciar sus pechos y estirar sus pezones… A una orden suya, todos los monjes se aproximaron a ella y comenzaron a besarle el culo y lamerle el ano… Y así permanecieron durante bastante tiempo… Luego, uno a uno, los bonzos volvieron a sus sillones, mientras que el Maestro separó los pliegues de su túnica y mostro ante los aterradores ojos de Lola, un pene enorme, como jamás ella había visto… Era muy largo y muy grueso.

El Maestro le ordenó que se incorporase y cogiéndola de las manos, se retiró hacia atrás lentamente tirando de ella y muy pronto su rostro se encontró muy cerca de la enorme barriga del grueso bonzo.

Una oleada de repugnancia invadió a Lola pero el potente afrodisiaco que había tomado, comenzaba a hacer efecto… En un intento de huida ante la asquerosa insinuación, intentó incorporarse y separarse del grueso vientre… Pero, tras escuchar una nueva orden del Maestro, al poco tiempo lanzó un grito salvaje por el latigazo que terminaba de recibir… Y nuevos gritos y más sollozos siguieron por los crueles latigazos que estaba recibiendo de nuevo.

Entonces Lola cedió… Ya no imploró más… Su rostro se abalanzó frenéticamente golpeando la enorme verga del bonzo y abriendo su boca comenzó a lamer el grueso glande que el enorme y grasiento bonzo le ofrecía… Y entonces el Maestro dio la orden de que el castigo parase.

A estas alturas, Lola ya había comprendo que debería someterse y cumplir lo que deseasen, aunque sintiera todo el asco del mundo… No tenía otra escapatoria porque de lo contrario le pegarían con dureza y al final harían lo que quisieran con ella… Ese iba a ser su destino y tenía que aceptarlo, si o si.

Con las manos ya libres, Lola se apoyo en la cintura del Maestro y con los ojos cerrados empezó a chupar el grueso falo, que introducido completamente en su boca, distendía sus mejilla cada vez que se hundía en las profundidades de su garganta.

El Maestro, excitado como estaba, no tardo en empezar a sentir que la descarga de semen estaba muy próxima… Entonces, apoyando sus manos sobre la cabeza de Lola, le hundió su grueso y largo pene en lo más profundo de su garganta.

Los dedos de Lola se crisparon sobre la cintura del Maestro y tras una serie de arcadas empezó a tragar el enorme caudal de esperma caliente que salía de los cojones del gran monje… Cuando terminó de tragar, se incorporó tremendamente sofocada por algo que jamás había hecho, jadeando y notando como por las ventanas de su nariz le salía semen… Que gran vejación sexual terminaba de sufrir.

Y mientras Lola seguía jadeando, escuchó una nueva orden del Maestro y, de inmediato, dos bonzos la cogieron y la obligaron a ponerse de rodillas y doblarse, ofreciendo el culo, mientras la sujetaban fuertemente… El enorme bonzo se colocó detrás de ella y ésta gritó al sentir el gran pollón empujar sobre su ano.

El enorme bonzo empujaba su grueso glande, sin piedad, manteniendo la misma dureza que minutos antes de haber tirado gran cantidad de semen… Poco a poco el esfínter anal fue cediendo y el grueso glande fue lentamente hundiéndose en el culo de Lola hasta quedar insertado dentro.

Los gritos de dolor de Lola resonaban por toda la gruta… Sin piedad alguna, el Maestro se apuntaló sobre sus pies y, sujetándola por la cintura, de un solo golpe le clavó el resto de pollón hasta la misma raíz del pubis del obeso monje… Las dos nalgas de Lola desaparecieron bajo la enorme masa de carne del monje… Ella continuaba siendo fuertemente agarrada por los dos bonzos.

Lola bramaba de dolor y lloraba desconsoladamente… El Maestro terminada de encularla hasta los cojones y esto le resultaba muy doloroso por cuento ella nunca había sido penetrada por el ano… Pronto, Lola, comenzó a sentir lentos movimientos de meter y casi sacar el pollón de su cuerpo, mientras el silencio de la gruta se veía alterado por suspiros, gemidos, sollozos, gritos de la cautiva.

Y de repente, la gruta se lleno de una serie de alaridos y convulsiones corporales de Lola… Estaba teniendo orgasmos a cual más intensos… La droga que había tomado comenzaba hacerle efecto… Las oleadas de placer invadieron su cuerpo… Y, a todo ello, se incorporó los gritos del gigantón bonzo proclamando su nueva eyaculación, esta vez en el culo de la desgraciada chica.

Recuperado, el Maestro, sentenció:

– Ahora, nuestra joven paloma blanca, se presentará delante de cada uno de los hermanos para que ellos puedan gozar de su cuerpo de la forma que más placer deseen obtener.

Titubeante y aturdida, Lola, escuchó al Maestro y ante el temor de que volviesen a pegarle con la vara de bambú, se postró ante el primer bonzo que estaba sentado… Éste la forzó a sentarse sobre sus rodillas y colocó su gran polla sobre el orificio anal… “De nuevo,… pensó Lola, quiere encularme”… Y sin esperar, ella misma se penetró profundamente, mientras contraía su cuerpo y apretaba los dientes pensando que así mitigaría el espantoso dolor que estaba sufriendo por la autoviolación de su estrecho ano…

Por el efecto de la droga, Lola se apretaba cada vez con más contra la carne que la penetraba, mientras realizaba a la vista de todos, una serie de movimientos subiendo y bajando su cuerpo hasta que el bonzo no pudo más e inundó de semen los intestinos de la desdichada muchacha, que, muy fatigada, temblaba sobre sus piernas separadas apoyando las manos sobre sus rodillas buscando conseguir su orgasmo.

Uno a uno y, cada vez más cansada, con el rostro totalmente demacrado por el placer que cada nueva penetración le producía, Lola se fue postrando e inclinando ante cada uno de los monjes, que la esperaban ansiosos para disfrutar con su cuerpo… Y, sin que ella lo supiera, los bonzos le habían reservado el más grueso y largo pene para el final.

El bonzo, era un chino corpulento que estaba provisto de un grueso miembro fuera de lo común, por la dureza y el tamaño desmesurado, que podría hacer temer que pudiera reventar el ano de la cautiva.

Todos los hermanos se aproximaron para disfrutar con el suplicio que le iba a dar a la joven rubia Lola… Quedaron sorprendidos al ve la elasticidad del ano que tragó todo el brutal pene hasta la misma base… El chino se corrió muy pronto en los intestinos de Lola por lo excitado que estaba, pero continuó lentamente sodomizándola, mientras que ella sufría, destrozada por la fatiga, el dolor y el deseo de más placer provocado por el afrodisiaco que bebió… Por todo ello, se ofrecía lubrificada por la gran cantidad de semen acumulado en sus intestinos siendo penetrada una y otra vez de forma cada vez más salvaje.

Su cuerpo temblaba y no tenía fuerzas para gritar… Sólo un ronquido de agonía se escapaba por sus labios, pero ella continuaba agitándose sobre la gruesa verga que seguía empalándola… Y así continuó hasta que el monje la abrazó por la cintura y le dio una brutal serie de golpes de pollón que anunciaban una nueva eyaculación, dejándola totalmente destrozada y perdiendo el conocimiento una vez más.

Terminado este “brutal espectáculo”, el Maestro hizo sonar el gong y la puerta se abrió, entrando dos nuevos bonzos que se hicieron cargo de la desdichada Lola… Les dio ordenes para alimentarla y asearla en cuanto recuperase el conocimiento y tenerla preparada para una nueva sesión de suplicios sexuales para aquella misma noche.

Y sin mediar nada más, la hermandad, en procesión y canticos, abandonaba momentáneamente la gruta para regresar horas más tarde y seguir moldeando a la que sería una esclava más, de por vida, en los subterráneos de la pagoda.

Y de Lola jamás se supo, por mucho que la buscaron… Fue una desaparecida más.

F I N

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