Unas vacaciones en pareja que terminan en una infidelidad
Por fin había llegado el día, ella no se lo podía creer. Después de pasar una mala racha iban a disfrutar de las vacaciones en un crucero con las que llevaba años soñando. Estaba tan feliz que quería compartirlo con su marido, por lo que comenzó a besarle el cuello.
– Hombre, veo que hoy te has levantado guerrera – el gemido que salió de los labios de Juan como respuesta al ataque de su mujer era somnoliento – ¿no has visto qué hora es?, para una vez que salimos no quieras encima madrugar.
– Vamos Juan, son ya las 7 de la mañana. Podemos echar uno rapidito y luego que sigas durmiendo – intentaba convencerlo mientras le acariciaba la polla por encima del pijama.
– Ahora no me apetece Marta, estoy cansado en serio, mejor ya esta noche – contestó tapándose con la manta.
– Pero cariño, me apetece mucho, no me puedes decir otra vez que no – el tono de voz destilaba indignación.
– No me molestes más, joder – dijo girándose en la cama – si no tienes sueño levántate ya, pero a mi déjame en paz.
Marta estaba que trinaba. Había pensado que una vez lejos del ambiente opresivo de la casa y los horarios de trabajo interminables su marido se iba a relajar e iban a conseguir tener un poquito más de intimidad, pero por desgracia veía que se equivocaba.
Sin poder aguantar ni un segundo más en la cama después de haber sido rechazada de esa manera, se puso su bikini más nuevo, ese le quedaba espectacular, unas gafas de sol y un vestido corto de verano que mostraba sus piernas y fue hacia cubierta. Hacía poco que había amanecido, pero no se veía ni una nube y ya hacía casi 30 grados, la temperatura perfecta para refrescarse un poco en la piscina y con esa idea en la cabeza se acercó hasta la zona de tumbonas.
– ¿Está ocupada? – preguntó al hombre que tenía al lado.
– Que va, y menos para una mujer tan guapa como usted – la sonrisa que le dirigió era arrebatadora.
– No hace falta que me hables de usted, no soy tan mayor – contestó sonrojándose – pero gracias, eres un encanto. Soy Marta, encantada.
– Yo Diego. Las gracias te las tenía que dar a ti por hacerme compañía a estas horas, no hay mucha gente por aquí que se levante antes de la hora de comer.
Y era verdad, además de algún empleado que se encargaba de la limpieza y personal que pasaba para dirigirse a sus puestos de trabajo la zona estaba prácticamente desierta. Contenta por la suerte que había tenido se quitó el vestido y se sentó en la tumbona que había a su lado.
– Bueno… ¿estás solo? – de repente le pareció muy importante saberlo – quiero decir, en este crucero hay sobre todo parejas y ya sabes…no sé si tú…
– No he venido con nadie no, aunque parezca un poco raro – torció un poco el gesto – la verdad es que compré el viaje para venir con otra persona, pero al final la cosa no salió bien y… me parecía una pena desperdiciarlo.
– Lo siento muchísimo, no debería haber preguntado.
– No te preocupes, eso es pasado, ahora solo quiero disfrutar todo lo que pueda – contestó relajado de nuevo mientras la miraba fijamente- y para disfrutar creo que lo primero es protegerse bien, así que acércate que te eche un poco de crema antes de que te quemes.
Con las prisas por salir cuanto antes del camarote no se había acordado de coger su propia crema y era verdad que el Sol estaba empezando a pegar bastante fuerte. Sin ver ningún inconveniente, se acercó hacia él y se recogió el pelo para que pudiera echarle la crema donde viera necesario. Empezó a extendérsela por la espalda, con movimientos suaves, produciéndole un escalofrío por todo el cuerpo.
– ¿Estás bien? – se sorprendió Diego al sentir la carne de gallina bajo sus manos.
– Sí sí, tranquilo, solo son cosquillas.
– Eres adorable – dijo con voz dulce – cambiaré de zona, no te preocupes.
Le indicó que se girara y, desde la zona de alrededor del ombligo fue pasando la crema hasta debajo del escote y luego por encima de éste. Le miró fijamente esperando sentirse rechazado, pero los ojos de Marta le indicaban que siguiera. Se sentía muy halagada, hacía muchos años que ella no se sentí tan deseada, y menos por un hombre tan guapo, con esos ojazos verdes que tenía, y en buena forma como Diego. Era unos 10 años más joven que ella y se le veía confiado de sí mismo y sabedor de la atracción que despertaba en las mujeres.
Siguió un rato acariciando la zona, hasta que echando un vistazo rápido alrededor para asegurarse que nadie los miraba, le empezó a besar el cuello mientras metía la mano por dentro del bikini, capturando el pezón erecto entre sus dedos y tirando suavemente de él.
– Dios, no me puedo creer que esto esté pasando – la voz de Marta se había convertido en poco más que un susurro – no sé si deberíamos…
– ¿Quieres que pare? No haré nada si no te sientes cómoda.
– No, sigue por favor – contestó con voz convencida.
Pero temiendo que alguien pudiera estar mirando, tiró de ella hasta que los dos cayeron a la piscina, entre risas y salpicaduras. Nada más caer al agua Marta se quitó la parte de arriba del bikini y lo dejó en el bordillo, mostrando ante Diego sus pechos. Eran preciosos, la operación que se había hecho hace unos años para intentar seducir a su marido habían conseguido que tuviera unas tetas firmes que flotaban en el agua, cerca de la talla 105D, además de unos pezones oscuritos que invitaban a lamerlos.
– Joder, eres preciosa – dijo mientras se acercaba – necesito probarlos.
Sin pensárselo dos veces, los cogió con las manos y se los llevó a la boca para lamerlos. Comenzó a pasar la lengua y a darles pequeños mordisquitos que hacían que ella jadeara y le agarrara fuerte del pelo. Viendo lo cachonda que estaba decidió bajar la mano y meterle la mano dentro del bikini, sorprendiéndose de lo calentito que estaba.
Mientras le besaba intensamente metió dos dedos dentro del coño que entraron perfectamente, deleitándose en la sensación y en los gemidos de placer que salían de Marta. Notaba que tenía la polla como una piedra y se restregaba contra ella deseando tenerla dentro. Cuando aumentó la intensidad y parecía que se iba a correr se escucharon de repente unos gritos que resonaban por toda la cubierta.
– ¡Martaaaa!, ¡Martaaaaa! – la voz de Juan era inconfundible – ¿Estás ahí?
No se podía creer lo inoportuno que podía llegar a ser, durante un segundo le odió con todas sus fuerzas por cortarle el rollo de esa forma. Pero no podía dejar que la pillaran en ese momento.
– Mierda, mi marido – se separó apresuradamente de un Diego más que sorprendido.
– ¿Estás casada? – no se lo podía creer.
– Sí, pero eso no importa, ahora disimula – decía apresuradamente mientras se colocaba de nuevo la parte de arriba del bikini – ¿cuál es tu camarote?
– El 132.
– Perfecto, espérame allí esta tarde.
Diego no pudo contestar, ya que en ese momento ella se alejó buceando, dejándole solo con la esperanza del reencuentro y una erección de caballo. Decidió nadar un poco para ver si le bajaba cuando vio al dichoso marido acercarse a la piscina.
– ¿Marta? ¿Eres tú cielo? – puso la mano a modo de visera para conseguir ver mejor.
– ¡Estoy aquí cariño! – gritó mientras saludaba con la mano – ¿cómo es que al final te has levantado?
– Me sentía un poco culpable por cómo te traté antes y decidí invitarte a desayunar – el tono que usaba era conciliador – ¿te apetece?
– Claro, me encantaría. Déjame que me seque y vamos.
Desde donde Diego los observaba le sorprendió darse cuenta de lo buena actriz que era. Después de lo excitada que había estado hacía unos segundos ahora parecía la mujer más relajada del mundo, solo los pezones erectos que se le marcaban a través del bikini la delataban. Vio cómo se alejaba con su marido, no sin antes darse la vuelta y guiñarle el ojo cuando pensaba que nadie la veía. Ya solo deseaba que las horas pasaran rápidas para poder terminar lo que habían empezado.
Por su parte, Marta no dejaba de pensar en lo que había ocurrido en la piscina con ese desconocido. Aunque sonrió y asintió a su marido durante el resto de la mañana, su coño estaba más que mojado al recordar la boca y las manos de Diego sobre sus tetas. La hora de la comida se le hizo eterna, Juan no paraba de hablar y se mostraba amable, pero eso no minaba su resolución, si su marido no estaba interesado en lo que su cuerpo tenía que ofrecer, había otros que estaban más que dispuestos a complacerla.
– ¿Te encuentras bien cielo? Te veo un poco distraída – la mirada de su marido era de preocupación.
– Sí, no es nada, solo me duele un poco la cabeza – se llevó las manos a la cabeza exagerando un gemido de dolor.
– Que mala suerte, yo que quería que fuéramos a un espectáculo de magia que hay dentro de poco en el teatro – parecía bastante triste – pensé que te gustaría.
– Ve tú entonces, mi amor. No querría que te lo perdieras por mi culpa – puso una falsa voz de afectaba – yo me voy al camarote a echarme un rato.
Le dio un beso y se levantó con cara de dolor, pero por dentro Marta daba saltos de alegría, no se podía creer la suerte que había tenido, desde ahora hasta que terminara el espectáculo tenía más de dos horas de margen sin su marido, y no las iba a desaprovechar.
Para que no sospechara, se encaminó hacia su camarote, pero en cuanto estuvo en el pasillo cambió de rumbo y fue directa al número 132, donde esperaba que estuviera su conquista. Sabía que debería sentir remordimiento por lo que estaba a punto de suceder, pero lo único que sentía era emoción. Sin dudarlo dos veces llamó a la puerta.
– Pasa – se oye una voz masculina que contesta tras unos segundos.
La ansiedad producida al pensar que se había echado atrás se desvanece. Ahí estaba él, esperándole, con una sonrisa y vestido con una camisa blanca y unos pantalones cortos que le quedan de maravilla. Podría haberla esperado con menos ropa pero quizás pensaba, al igual que ella, que lo mejor era desenvolver el regalo poco a poco. Además, se había echado una colonia que llenaba toda la habitación y le hacía todavía más deseable.
– Espero no haberte hecho esperar mucho – dijo mientras se acercaba lentamente hacia él.
– ¿Dónde has dejado a tu marido? – preguntó con tono ligero – ¿le has atado a la pata de la cama? jajaja.
– Qué más da, lo importante es que estamos solitos… y durante un buen rato.
– Mmmm, eso me suena muy pero que muy bien. Acércate – añadió tirando suavemente de ella para que se sentara a su lado en la cama – que antes hemos ido con prisas y ahora quiero disfrutar de ti como es debido.
Le fue bajando los tirantes del vestido mientras iba dando besos por el cuello. La susurraba cumplidos al oído y besaba todo su cuerpo, provocando que Marta se fuera calentando cada vez más. Con su marido el sexo siempre había sido muy rápido y monótono, las sensaciones que ese hombre despertaba en ella eran totalmente nuevas y maravillosas. Sus jadeos de placer resonaban en todo el camarote mientras se desvestían y besaban.
Después de que ella le desabrochara la camisa, Diego la tumbó sobre la cama y le quitó la parte de abajo del bikini, dejando el precioso coño desnudo ante él. Ya había notado en la piscina que lo llevaba totalmente depilado, pero ahora que lo tenía delante le parecía todavía más apetecible. Sin querer posponerlo más, le agarró de los muslos abriéndoselos y poniendo la boca sobre él.
– Que rica estás, por Dios – jadeó – me pasaría la tarde devorándote el coño.
– Ufff, no pares.
El hombre notaba el flujo cada vez más abundante cayendo en su boca mientras lamía por todas partes. Parecía que el coñito palpitaba al pasar la lengua de arriba a abajo, una y otra vez. Cuando llegó al clítoris pegó un grito de sorpresa, que pronto se convirtió en uno de placer, que demostró moviendo las caderas sobre su boca.
A su marido hacérselo le daba asco, y ella tenía que insistir mucho para ello, pero mirando como tenía Diego la polla claramente no le pasaba lo mismo. Tenía mucha pericia y metía la lengua en el coño y se lo comía como si estuviera hambriento y solo eso le pudiera saciar el hambre. Pronto empezó a sentir que se excita cada vez más y más y se empezó a retorcer como loca, agarrándole del pelo y pidiéndole que aumentara la velocidad. Él cumplió sus deseos y como recompensa consiguió que Marta explotara en un gran orgasmo, que se prolongó durante muchos y maravillosos segundos.
Con la polla pidiéndole gritos que lo hiciera, se incorporó y, dándole un gran beso en la boca, le agarró fuerte de las nalgas y colocó la polla en la entrada del coño, pero sin entrar todavía, consiguiendo volverla loca.
– Métela ya – pedía entre suspiros intentando recuperar el aliento – por favor.
– Que impaciente…ahora verás.
Y con un golpe seco de cadera le metió la polla hasta el fondo. Era bastante más ancha de lo que estaba acostumbrada, por lo que la repentina invasión la provocó una punzada de dolor.
– ¡Au!, ten cuidado – gritó Marta.
– Perdona, iré más despacio.
Esperó unos segundos para que el coño se acostumbrara al tamaño y después comenzó a moverse lentamente dentro de ella. Todavía con su sabor en los labios le agarró fuerte por las caderas embistiéndola una y otra vez. Marta se agarró fuerte a su cuerpo clavándole las uñas en la espalda y con cada arremetida movía las caderas intentando que la penetración fuera todavía más profunda.
El sexo fue aumentando cada vez más de intensidad, dando unas embestidas que hacían que el colchón crujiera y Marta gritara extasiada de placer. Sus grandes pechos botaban arriba y abajo de forma muy sensual haciendo que a Diego se le hiciera la boca agua pensando en morderlos.
– Sííííííí, más fuerte, fóllame – gritaba cachonda perdida.
– Dios, que mujer, me vas a matar.
Quería probar cosas nuevas, así que se salió, la puso de lado en la cama y le metió la polla por detrás. Esta postura era una de sus favoritas, ya que podía agarrarle por las tetas mientras se la follaba. Le subió una pierna para tener un mejor acceso y se la empezó a follar, los dos pegados y sudorosos. Marta estaba desatada, gemía y movía el culito al compás de las arremetidas.
Era una gozada de mujer, pasar las manos por sus curvas, sus pechos, acariciarle el clítoris y ver como se retorcía de placer… todo. El idiota de su marido no sabía el pecado que estaba cometiendo al no disfrutar del cuerpo de una hembra como esa.
– Joder… me estás exprimiendo a conciencia – suspiró de placer.
– Y todavía no has visto lo mejor – añadió la mujer con voz insinuante.
Se puso de rodillas en la cama y dándole un ligero empujón hasta dejarle boca arriba se lanzó para comerle la polla. Sabía a su propio placer, lo que de alguna forma la excitaba todavía más. Con un ansia mal contenida se la metió casi hasta la garganta, lo que le costaba bastante debido al tamaño. Sabía lo que hacía, y mientras devoraba la polla acariciaba suavemente los huevos, lo que volvió loco a Diego.
– Joder, me estás haciendo sudar – el placer transbordaba su voz – nunca me habían hecho una mamada así.
– Grhgr… gracias – contestó mientras le miraba y le seguía torturando, moviendo la lengua en unos círculos infernales.
El hombre se agarraba fuerte a las sábanas mientras levantaba las caderas para hacer aún más profunda la mamada. Las venas estaban hinchadas y le salía ya un poco de líquido preseminal por la punta, con siguiera con ese ritmo iba a hacer que se corriera muy pronto. Previniendo un final acelerado Marta se sacó la polla de la boca y se subió encima con intenciones de cabalgarle. Se colocó la polla en la entrada de la vagina y centímetro a centímetro fue introduciéndosela. Apretaba con fuerza el coño mientras movía las caderas en círculos, lo que estaba volviendo loco a Diego.
Pronto se agarró a él y empezó a cabalgar como una auténtica amazona, muy sexy. Subía y bajaba a una velocidad endemoniada, mientras Diego notaba como sus huevos se empapaban del flujo que le salía como en cascada. No era de extrañar, el movimiento del coñito estaba haciendo que su clítoris rozara su pubis y estaba aumentando su placer muy rápido.
– Sí, me corro, sííííí – la cara de la mujer irradiaba placer.
– Ay Dios.
Sin poder aguantar mucho más clavó las uñas en las nalgas y, enterrando la cara en su cuello, empezó a empujar fuerte hasta notar que chocaba con el cuello del útero. Unas pocas y poderosas embestidas fueron suficientes para que el placer subiera por su polla y explotara dentro de ella entre gemidos incoherentes.
Los dos se quedaron un rato, así como estaban, enredados y sudorosos, intentando recuperar como podían el aliento. Cuando vio que ya estaba más calmado el hombre se salió, lo que provocó que cayera el semen sobre la cama y comenzó a buscar su ropa.
– Ha sido genial – poco a poco Marta volvía en sí y empezaba a moverse también – necesitaba esto.
– A mí también me ha gustado mucho – contestó sonriendo.
– ¿Cuánto tiempo te queda? – de repente le preocupó no poder volver a estar juntos después de todo lo que había pasado.
– Una semana, voy hasta el destino final, ¿y tú?
– Igual, así que si consigo distraer a mi marido esta no es la única vez que te haga una visita… – añadió plantándole un beso rápido en la boca.
– Me encanta la idea, ya sabes dónde encontrarme siempre que quieras preciosa.
Una vez que se había colocado bien la ropa e intentado arreglarse el peinado como pudo abrió la puerta y le tiró un beso.
– Hasta la próxima.
– Lo estoy deseando.
Un guiño final y Marta desapareció por el pasillo rumbo a su camarote dejando su olor y un Diego feliz de la vida. Lo que ninguno de los dos podía sospechar era que escondido en el pasillo estaba Juan que, alertado por un camarero chismoso que los había visto en la piscina, había estado buscando a su mujer por todo el barco sin poderse creerse la traición. Hasta que la oyó despedirse y la vio salir al pasillo con pintas de estar recién follada.
Muy bien, si ella quería guerra la iba a tener…