Vacaciones en familia, ¿qué bien….?

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Es posible que Beto no fuese la persona más avispada de la tierra, pero había cosas de las que incluso él se daba cuenta, y que Dulce tenía miedo a su madre, era una de ellas. Y su madre no parecía hacer demasiados esfuerzos por mejorar la situación… Estaban de veraneo en casa de los padres de él, junto a su primo Oli e Irina, la mujer de éste, que estaba en estado, y cuando estaba con ellos dos, en la playa, lo pasaban muy bien, pero apenas subían de nuevo a la casa y se encontraban con sus padres, Beto se sentía incómodo. Cuando se sentaban a comer, a él le gustaba tener a Dulce a su lado, pero allí se sentaba su madre, no importaba que él se cambiase de asiento, su madre acababa encerrándolo junto a su padre y sentándose ella a su lado. Su novia, con suerte, podía sentarse frente a él… y junto a su padre. Con su padre delante, a Beto le costaba trabajo hasta abrir la boca. Tenía miedo constante de cometer un error y llevarse un soplamocos, es cierto que desde su primer matrimonio, con Cristina, su padre parecía haber abandonado la costumbre de soltarle un revés en la boca sin avisar siquiera en cuanto hacía algo mal, pero aún así, Beto seguía teniéndole miedo. En las horas de las comidas, casi ni hablaba, se limitaba a mirar su plato, poniendo mucha atención a lo que hacía, con miedo constante de que se le cayera algo o se manchara, lo que podía motivar las iras de su padre.

Después sus padres se echaban la siesta y eso les daba un respiro. Con frecuencia, Irina y Oli se iban a escondidas al cuarto de las chicas para dormir juntos un ratito también, siempre poniéndose el despertador para asegurarse que se levantaban antes que los tíos; tía Marta, la madre de Beto, se había mostrado muy exigente en lo que se refería a dormir juntos, aunque efectivamente durmieran… Beto, no se atrevía. El cuarto que compartía con su primo, que era el que quedaba libre, era el más alejado del cuarto de sus padres (Oli había tenido esa delicadeza, sabedor de que su primo, a diferencia de lo que le ocurría a él, sería incapaz de hacer en casa de sus padres nada censurable), pero aún así, el funcionario ni quería acostarse. Dulce se lo proponía todos los días: «sólo a dormir… venga, corazoncito, si estás que te caes de sueño… después te quedas dormido en el sofá y te duele el cuello… te prometo que me portaré bien…», le decía todas las tardes, poniéndose mimosa, pero Beto se abrazaba a uno de los cojines del sofá y negaba con la cabeza. En ocasiones, Dulce se dormía la siesta sola, pero la mayoría de las veces, se quedaba con él, y acababa dormida en su hombro. Beto tenía un miedo de muerte de ir a la alcoba, porque SABÍA qué iba a suceder. Dulce podía decir lo que quisiera, pero él sabía que apenas se recostaran juntos, él no podría evitarlo, sólo de pensarlo su cuerpo reaccionaba poderosamente, por eso se tapaba con el cojín. Dulce hacía como que no se enteraba. Le hubiera gustado insistir más, pero ella misma tenía miedo de Marta, tan posesiva con su hijo, y de Simón, tan autoritario y con tan poco cariño hacia Beto…

Pero casi lo peor, sucedía después de la siesta. Beto se quedaba frito en el sofá, Dulce se adormecía en su hombro, y cuando despertaban, Marta los estaba mirando con reprobación. Simón directamente con asco. A Beto le hubiese gustado salir al jardín y estar allí a solas con Dulce, pero cada vez que lo hacían, Marta salía tras ellos con algún pretexto, para charlar, para limpiar la barbacoa, para regar… Beto no sabía qué decirle para librarse de ella, y Dulce no se atrevía, porque Marta se ponía el parche antes de tener la herida: «supongo que no os molestará que hable con mi hijo, al fin y al cabo, no tengo muchas ocasiones de verlo, y me gustaría pasar un poco de tiempo con él antes de morir… Claro, sólo yo sé lo que cuesta limpiar este cacharro, si alguien quisiese echarme una mano… pero no, por favor, quedaos tranquilamente charlando mientras esta pobre anciana se desloma, no tiene importancia…». Si se quedaban dentro de la casa jugando a algo o viendo la televisión, la cosa no iba mucho mejor. Beto solía echar su brazo sobre los hombros de Dulce, pero ante la mirada reprobatoria de su madre, acababa apartándolo, pero seguía sentado a su lado, a veces con una mano sobre su rodilla, o tomándola de la mano… eso también molestaba a Marta y no dejaba de taladrarles con la mirada hasta que conseguía que Beto la soltara. Y después seguía mirándolos con gesto acusador hasta que se separaban el uno del otro… lo suficiente para que ella pudiera sentarse en medio. Dulce estaba cada día más harta.

**************

Aquello iba a estallar por algún sitio, eso estaba claro. Me asqueaba el modo que tenía mi tía de tratar a la pobre Dulce, yo mejor que nadie sé que no es Cristina, quiere a Beto con todo su corazón, no merece que nadie la haga de menos por culpa de lo que hizo otra persona, y yo mismo e Irina nos poníamos de mal humor al ver cómo la tratan mis tíos. Irina decía, no obstante, que eso era algo que debían hacer ellos.

-Son sus padres, Oli… no está bien lo que hacen ellos, pero tampoco estará bien si nos metemos nosotros. Es un asunto de familia – parecía que hablase de gangsters, pero tenía razón – Tiene que ser tu primo el que se plante, nosotros no nos podemos meter entre un hijo y unos padres.

-Lo sé, y sé que tienes razón… pero me revienta ver cómo se aprovechan de lo prudente que es Beto, y del cariño que tiene a sus padres.

-Bueno… – contestó ella, pensativa – es responsabilidad de Beto poner las gónadas en la mesa… pero tal vez nosotros, podamos darles una ayudita….

Sonreí. Estábamos en el balancín del jardín, y acariciando a mi mujer del abultado vientre, la besé con suavidad. Irina me miró con esa mirada que tiene, tan tierna y traviesa al mismo, y me devolvió el beso, y empezamos a tontear dándonos besitos mientras Irina me tomaba la mano que tenía en su tripa y presionó un poco para que nuestros dos marcapáginas se movieran, y entonces ahogué un grito sonriente, ¡se habían movido! Ya los había sentido en otras ocasiones, pero ahora había sido sencillamente bestial, ¡era como si se hubieran dado la vuelta completa, hubiera jurado que había podido sentir un brazo rozando mi mano…! De golpe, y sin darme ni cuenta de lo que hacía, le subí a Irina la camiseta y abarqué su vientre con las dos manos, con la nariz rozando el ombligo de mi esposa, y me reí poco menos que a carcajadas cuando ¡bing!, un bultito producido por un pie minúsculo me golpeó la barbilla. Irina me acariciaba la cabeza y se reía, y cuando se reía, se le movía toda la barriga, y era como si se rieran a la vez los tres…

-¡Pero bueno! – Mi tía salió justo en ese momento, y no parecía tan enternecida como yo por la situación. – No os dará vergüenza, parecéis conejos… ¡Oliverio, tápala enseguida! – Irina, molesta, estuvo a punto de cubrirse la tripa pero le frené el gesto, sin levantar la cara de ella.

-Tía Marta, acabamos de decidir que no vamos a dormir separados ni una noche más. Quiero dormir abrazado a mi mujer, y quiero estar con ella si nos apetece. Si esto no te gusta, no importa, cogemos el tren esta misma noche y nos volvemos a casa, y tan amigos, de verdad. Es tu casa, son tus normas… pero ya estamos hartos de ellas. – La mano de Irina, en mi cabeza, bajó hasta mi nuca, mi maldito punto débil y lo acarició, rascándolo intensamente de inmediato… estaba orgullosa de mí, y yo me sentía feliz por ello… pero me encogí un poco más sobre mí mismo, porque estaba reaccionando como un burro.

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-¿Que tengo que dormir en el sofá…..?

-Ya lo has oído. Échale la culpa al primo de mi hijo y su esposa, que no saben contenerse, al parecer. Hale, a hacer guarradas estando ella en estado, luego los niños nacerán homosexuales y se preguntarán por qué…

Dulce no sabía ni qué cara poner. Oli e Irina le habían echado valor, se habían enfrentado a Marta y habían decidido dormir juntos o largarse, y habían podido dormir juntos. Ojalá Beto se animase también, pero ella no podía hacerlo sola, no podía dar un ultimátum como ellos, si Beto no estaba para apoyarla. Beto estaba con la cabeza agachada en la habitación mientras su madre cogía sábanas del armario. Tenía pinta de estar muy fastidiado, pero no se atrevía a hablar, no se atrevía a contradecir a la persona que siempre le había defendido y cuidado, a su madre… pero tampoco quería que Dulce durmiese en el sofá del salón. La joven vio los apuros que estaba pasando y se decidió a protestar:

-Marta… pero… Beto y yo… – Marta la miró taladrándola. Parecía reprocharle el mero hecho de atreverse a hablar. A Dulce estuvo a punto de morírsele la voz en la garganta, pero se forzó a continuar – …Beto y yo… es como si ya fuéramos matrimonio… é-él y yo… nos queremos… y….

-Cállate. – dijo, terminante. Dulce sintió que se enfurecía, pero antes de reunir valor para hablar, fue Beto quien lo hizo.

-Mamá, ¡¿por qué no te gusta Dulce?! – habló en voz más alta de lo que pretendía. Tenía tristeza en la garganta. – Es buena conmigo, es amable, me quiere… y… y… -se puso colorado como un tomate y cerró los ojos al continuar – ¡y no es Cristina, con ella sí hago cositas, y me gustan un montón! ¡Si es buena conmigo y me quiere, y yo a ella, ¿por qué razón no te gusta?!

Marta miró a su hijo asombrada, con una profunda tristeza en los ojos, negando con la cabeza.

-Beto… hijo… – de inmediato miró a Dulce con mayor furia aún – ¡¿Has visto lo que has hecho, so guarra?! ¡Has manipulado a mi hijo contra mí! ¡Le has malmetido contra su propia madre!

-Marta, yo no… lo que dice, es lo que siente…

-Mamá, contéstame.

-¡TÚ, CALLADO! – Beto dio un salto en el aire y se tapó la boca con los puños. Su padre estaba en el umbral de la puerta y se acercó a él. – ¿Le has levantado la voz a tu madre? – Beto fue incapaz de contestar, sus ojos desorbitados reflejaban pánico. – ¡¿Le has levantado la voz a tu madre, tonto del culo?! ¡CONTESTA!

-¡Por favor, no le pegue, no le pegue….! – suplicó Dulce. Simón la miró con furia.

-¿Te ha dicho alguien algo a ti? ¿Ves que esté hablando contigo? ¡Pues tú, callada! – Echó haciá atrás la mano derecha, amenazando a Beto con ella – ¿Quieres que le parta un par de dientes a éste gilipollas? ¿Eh? – Dulce, aterrada, negó con la cabeza. Beto tenía los ojos cerrados, como preparado a recibir el revés, y se había quitado las gafas, quizá por temor a que su padre las rompiera – Pues entonces, calladita estás más mona. ¿Qué te crees, que porque te acuestes con esto, ya tienes derecho a dar órdenes en mi casa…? ¿A decirle lo que tiene que hacer a mi mujer? No, hija… El acostarte con esto, no te da derecho a NADA, ¿entiendes? A-NA-DA. Vete acostumbrando. Este imbécil es un castigo que me cayó, y me tengo que aguantar, pero con aguantarle a él, tengo bastante, no voy a aguantar también a sus líos. En cuanto a ti – dijo, dirigiéndose a Beto – Que sea la última vez, que yo me entere que le levantas la voz a tu madre, a la próxima, te estampo la cabeza contra la pared; si no te vuelo la boca ahora, es porque está ella delante.

Simón salió del cuarto. Dulce tenía ganas de vomitar de la rabia impotente que sentía, ¿cómo era posible que los padres de alguien tan bueno como Beto fueran tan odiosos? Beto tenía el rostro congestionado, se aguantaba las ganas de llorar, tenía los puños apretados, y de golpe se dio media vuelta, se metió en el armario y se cerró por dentro.

-Ya estarás satisfecha, ¿verdad? – dijo Marta – ¿Ves lo que has conseguido? ¡No se escondía en el armario desde que tenía veinte años! Con lo tranquilo que se quedó cuando la otra zorra se largó con viento fresco… ¡¿por qué tuviste que venir tú a molestarle?! – La mujer hizo ademán de marcharse del cuarto, pero la voz de Dulce la paró en la puerta.

-Nos vamos de aquí.

-¿Qué?

-Que voy a sacar a Beto de ese armario, y nos largamos de aquí. Juntos. Si tu marido no quiere aguantarnos, que pierda cuidado, ni él ni yo vamos a quedarnos donde no se nos quiere, nos volvemos a nuestra casa, a pasar el resto de las vacaciones en paz, haciendo lo que queramos nosotros, sin tener miedo de darnos un beso, aunque no tengamos una flamante casa en la playa; por lo que a mí respecta, puedes confitarte tu preciosa casa, tu playa, y comértelo todo con tus asquerosas paellas que saben a plástico… – A Dulce le temblaba la voz por la ira y las lágrimas que se estaba tragando de canto.

-Y te lo creerás… – sonrió maliciosamente Marta – Tú piensas que puedes manejar a mi hijo a tu antojo, pero te equivocas. Beto es mío, no será nunca de nadie más. No podrás sacarle de ese armario, le conozco, no saldrá hasta mañana, cuando yo le traiga el desayuno. No saldrá ni para ir al baño, si le dan las ganas, se lo hará ahí adentro, puedes pasarte horas llamando a la puerta, no la abrirá. Ahora mismo, está aislado en su propio mundo, no puede oírte aunque te quedes ronca gritando…. Claro que, si puedes llevarte el armario entero… adelante. Suerte. – Dio un paso más hacia la puerta y se detuvo frente al velador que había junto a ella, sacó una llavecita y añadió – Oh… y ya que él no va a salir, tampoco tú lo harás. Alguien aquí necesita una pequeña lección de modales.

Dulce dio un salto hacia la puerta, pero Marta dio un portazo y echó la llave con rapidez. La joven tiró de la manija, pero fue inútil. Estaba encerrada.

-¡Serás…. Serás…. – buscó una palabra lo bastante fuerte, hasta que por fin salió por su boca la idónea – …SUEGRA!

******************

-¿Qué dicen? ¿Qué ha dicho, qué pasa….? – Irina me tiraba de la camiseta mientras yo, subido encima de la cama y con un canuto de papel pegado a mi oreja, escuchaba lo que pasaba en la habitación de Beto, y apenas podía creerlo. Es cierto que Marta era dominanta, que Simón era violento… pero yo pensaba que lo eran sólo… bueno, sólo con Beto, pero al parecer, su modo de actuar se extendía a todo aquél que profesase amistad al mismo. En alguna ocasión, a mí también me habían tratado así al intentar defenderlo… Una vez, me puse entre su padre y él cuando mi tío intentó darle un revés. ¿Resultado? Que me comí yo el revés y me escoció la nariz una hora por culpa del maldito anillo de mi tío, y tía Marta me castigó a no salir toda la tarde por haberme metido en la educación de mi primo (así lo llamó ella)… pero no pensé que se atreverían a hacer algo semejante con adultos, y más con una mujer a la que no conocían.

-Mi primo se ha aislado. – contesté. – Y mi tía ha encerrado a Dulce en la habitación.

-¿Qué quieres decir con que se ha aislado?

-A veces… sobre todo cuando era niño, cuando se sentía furioso, o muy frustrado contra su padre, como no podía contestarle porque le daba miedo que le pegase y porque realmente no le salía hablar ni decir lo que quería decir, se ponía tan furioso que se… bloqueaba. Su mente no podía soportarlo e intentaba huir, supongo que necesitaba evadirse de algún modo. Así que se aislaba por dentro. Se metía dentro de su armario, echaba los pestillos del interior y allí se quedaba hasta que… se le pasaba el enfado.

-¿Y eso le dura mucho?

-Solía durarle una noche… varias horas, en cualquier caso. Cuando le pasaba, no había modo alguno de comunicarse con él. Yo lo intenté muchas veces, pero nunca lo logré. En una ocasión, me quedé dormido frente al armario, esperando que saliera. Cuando salió al día siguiente, me pidió perdón, pero me dijo que no recordaba que yo le hubiese llamado… cuando se pone así, no oye nada.

-Oli, esto es de locos, tenemos que hacer algo, hay que hablar con tu tía, ¡no podemos permitir que los encierre, como si fuesen dos niños…! Y… Y Beto necesita ayuda.

-No te preocupes. – la calmé. Lo cierto es que aquello sobrepasaba un poco lo que yo había planeado, pero si de la explosión no salía la luz, no saldría de ninguna parte. – Dulce no es yo, yo soy muy prudente, ella no se detendrá delante de una puerta sólo porque esté cerrada… Si mañana esto no se soluciona definitivamente, los cuatro nos vamos de aquí. Palabra.

Irina suspiró y se sentó en la cama. Yo seguí con la oreja pegada al canuto de papel que tenía a su vez pegado a la pared. De la habitación vecina, llegaban palabras ahogadas.

***************

-Beto… ¿Beto? Beto, sé que me estás oyendo… Corazoncito, contesta… por favor, Beto, contéstame… – Dulce insistía e insistía, llamando a la puerta del armario y diciendo el nombre de su novio todo el rato, pero sin obtener respuesta. Todo lo más, le llegaba un sonido de murmullo, como si Beto estuviese canturreando por lo bajo. «Tengo que sacarlo de ahí, pobrecito mío, no le voy a dejar toda la noche en un armario como si fuera un abrigo viejo…», se decía, pero no sabía cómo. De llamar a la puerta, pasó a aporrearla, pero Beto no parecía oír nada. – Vale, pues me voy. Me voy sola a casa, Beto – amenazó, y dio un par de pasos, esperando así que saliera a comprobar si se había ido, pero tampoco funcionó. Dulce se dio cuenta que su novio, no la estaba probando… es que, realmente, no se daba cuenta de qué sucedía fuera del armario.

«Tengo que lograr entrar», se dijo, y buscó por la habitación algo que sirviera para forzar los pestillos. «Voy a conseguirlo aunque tenga que serrar un agujero en la puerta para pasar». Buscando obstinadamente por los cajones, encontró un estuchito de manicura, e intentó forzar con él la cerradura «Bueno, no es que sean ganzúas, pero… tampoco es una caja de seguridad, no creo que sea tan difícil abrirla».

Dicho y hecho, cogió las tijeritas y las metió por el ojo de la cerradura, intentando hacer saltar el pestillo interior, pero apenas trasteó y movió el picaporte, Beto dio un grito de miedo desde dentro.

-¡Beto, ¿qué pasa?! – preguntó, sacando las tijeras de inmediato.

-¡No quiero que me pegues! – gimió – ¡Seré bueno, no me obligues a salir…! ¡Déjame seguir aquí dentro, por favor…. Por favor…!

-Beto… ¡Beto, soy yo…! Soy Dulce, cielo, no voy a pegarte, no voy a obligarte a nada…. Déjame entrar… abre, por favor… hablemos…

-Quiere pegarme… el hombre malo quiere pegarme, porque he visto cosas que no debía… no se lo diré a nadie, no, no, no se lo diré nunca a nadie, pero deja que me quede aquí…. Aquí estoy seguro…

-Beto, mi vida… yo voy a dejar que te quedes ahí… no voy a sacarte si no quieres… pero déjame entrar contigo… – entonces, se le ocurrió – El hombre malo también quiere pegarme a mí… por favor, déjame entrar y estar segura contigo…

Dulce oyó un suave «clic» arriba y abajo, y la puerta se entreabrió, ¡Beto había soltado los pestillos! Tan rápido como pudo, se metió sin dudarlo dentro del armario, y cerró la puerta sin echar los cerrojos de nuevo. Dentro estaba tan oscuro como la boca de un lobo, olía a naftalina y a barniz… pero también olía al olor cálido y agradable de la colonia de limón que usaba Beto. Le buscó a tientas, tocó sus rodillas, y de inmediato el funcionario le cogió las manos y las llevó a su cara. Se abrazó la cara con las manos de Dulce y dejó escapar un gemido de alivio. Se mecía suavemente, adelante y atrás. Cuando los ojos de Dulce se fueron acostumbrando a la oscuridad lentamente, pudo distinguir que la figura de Beto era la misma imagen del desamparo.

-Corazoncito… mi vida… tenía mucho miedo, ¿sabes? Pero ahora que estoy contigo, ya no estoy asustada. Ya no nos puede hacer daño el hombre malo, ¿verdad….?

-Nos pegará. – contestó en susurros, abriendo las piernas para dejar sitio a Dulce entre ellas y que se recostase sobre él – Nos pegará si nos encuentra. Hay que estar muy callados, así no nos encontrará… si ves que se mueve el pomo de la puerta, es que nos ha encontrado…

-Pero tú no le dejarás que me haga daño, ¿verdad? Tú eres muy fuerte, eres valiente. – Beto la miró, inquisitivo, ¿lo era….? Bueno… si Dulce lo decía, debía ser cierto, ella no andaba mintiendo por ahí…

-Pero aún así, el hombre malo es muy grande. Es más grande que yo. Y tiene palas en las manos, y roba gafas y las rompe.

-Qué malo… ¿por qué hace eso? – Dulce escuchaba muy atentamente, intentado sonsacar a Beto. ¿Qué había pasado en su niñez… qué le había hecho su padre?

-Porque he visto cosas que no debería. Por eso me quita las gafas, para que no vea nada… – la voz de Beto se ahogó ligeramente y se llevó una mano a la varilla de las gafas. El funcionario tenía verdadero pánico a ir sin sus gafas, y ahora Dulce empezaba a entender la razón.

-¿Qué cosas?

-No puedo decirlo… dijo que si alguna vez se lo decía a alguien, volvería para pegarme más.

-¿Y cómo te pega el hombre malo?

-Con la mano pala. Su mano derecha es una pala de tenis, y pega con ella. Pega muy fuerte. – Dulce siseó, acariciando la cara de Beto, para intentar calmarlo, mientras pensaba… Simón, nunca había usado nada para pegar a su hijo, más que su propia mano. Siempre pegaba en la boca con el revés de la mano, sólo alguna vez le había dado un bofetón, lo suyo era pegar mojicones… ¿no debería Beto, si tenía algún trauma con eso, asociarlo con el anillo de su padre, y no con una pala de tenis…?

-Beto… ¿quién es el hombre malo? ¿Es tu padre?

-No… – el funcionario pareció sorprendido por la pregunta. – Papá me sacude una vez. Fuerte, y en la boca, pero una vez solamente. El hombre malo pega muchas veces con la mano pala.

Dulce estaba muy extrañada… Si no era su padre, ¿quién era aquél «hombre malo» que le había pegado?

-Bueno… es una suerte que ahora, ya no pueda hacértelo, ¿verdad? Ya no puede pegarte….

-Sí puede. Si nos encuentra, nos pegará.

-Beto… ¿cuándo fue la última vez que te pegó el hombre malo?

-Un verano. – Dulce le miró, inquisitiva, y Beto intentó recordar. – Fue un verano que no pasé en casa de los abuelos… estaba solo. Oli no estaba aún.

-¿Ya lo ves? Si Oli no estaba todavía, es que eras muy pequeño, puede que tuvieras menos de seis años. Ahora, has crecido, el hombre malo ya no está, y si viniera, tú serías más grande y fuerte que él, por eso puedes protegerme a mí, y por eso podrías protegerte a ti mismo. – Dulce le besó y Beto no supo si sonreír o no. No sabía qué pensar… pero su novia sí sabía qué pensar, y sólo pensaba en una cosa: en que llevaba más de dos semanas sin estar a solas con su Beto, y ahora estaban los dos encerrados en un cuarto y metidos dentro de un armario, abrazados y muy juntitos… y casi sin querer, empezó a acariciarle el pecho y a besarle el cuello. Oyó la risita tímida de Beto, y temiendo que fuese a negarse, atacó ella antes:

-Es una suerte que ya no tengas miedo de hacerlo a oscuras, ¿verdad…? Como aquélla vez en tu casa… – en cierta ocasión, cuando aún llevaban muy poco tiempo juntos, ella se había presentado a esperarle en su casa, directamente metida en la cama y había hecho el amor absolutamente a oscuras y Beto se había animado a quitarse las gafas, lo que era un triunfo para él. Recordando aquello, el funcionario sonrió más. – Eres un granuja, Beto… me has metido miedo con la historia del hombre malo, sólo para traerme aquí y aprovecharte de mí, confiésalo, Culito Mullido.

Beto sonrió, como siempre que Dulce le llamaba así, y su tita empezó a agitarse sin que él pudiera contenerla, eran tantos días sin darse un gustito… La historia del hombre malo era verdad, qué más hubiera querido él que hubiese sido una mentira, pero dicho así por Dulce, parecía realmente como si no hubiera existido nunca… Dulce empezó a subir en sus besos, buscándole la boca, pero Beto no cesaba de mirar hacia la puerta del armario.

-….Y ni siquiera puedo pedir socorro a tus padres… – dijo su novia enseguida, sabiendo lo que pensaba y dispuesta a eliminar todos los inconvenientes – …porque nos han encerrado en el cuarto, están abajo, en el salón, y no me oirán por mucho que grite…. Eres un golferas, Beto… pero no me puedo resistir a tus mañas, tú ganas… Ven aquí. – Tomó a Beto por la nuca y le besó largamente. El bueno del funcionario dejó escapar un profundo suspiro sin poder contenerse al sentir la lengua de su novia, deliciosa y calentita, acariciar sus labios e introducirse húmeda, entre ellos, buscar su propia lengua y acariciarla de forma tan suave… hacía muchos, muchísimos días que no sentía nada tan agradable, y sus manos empezaron a pensar por él, acariciando la cintura de su novia, tirando suavemente de ella para que se sentase sobre él.

Dulce obedeció casi de inmediato. Sin soltar la boca de Beto se quitó las bragas y se sentó sobre él a horcajadas, acariciándole con la prenda caliente y ligeramente húmeda, que desprendía un fuerte y grato olor a hembra. Le soltó un momento para acercarle las bragas a la nariz y Beto quiso llorar de felicidad, abrazó a Dulce contra él, muy fuerte, la estrujó, y la joven se rió ahogadamente, pero llena de alegría, ¡le encantaban esos abrazos exprimidores…!

-Ya te tengo… – musitó la joven – por fin, por fin te tengo. Lo siento mucho por tu madre, pero tú eres mío, sólo mío… Y no podrá separarme de ti, por mucho que lo intente. Nadie me va a quitar a mi Beto, ¿verdad, corazoncito? ¿A que tú quieres que yo sea tuya?

-Yo creía que lo eras ya… – contestó el funcionario con toda su simpleza, y Dulce se rió y le besó la frente con ternura. Ternura que contrastaba fuertemente con los intensos refroteos que estaba dándose sobre la erección de Beto, aún cubierta por el pantalón corto, y que, como iba ya sin bragas, estaban empapando la tela y transmitían una dulcísima sensación de calor húmedo al sexo de su novio. A Beto le hubiera gustado decir que él también quería ser suyo, que quería muchísimo a su madre, pero la quería de forma distinta a como la quería a ella, que a ella podía contarle cosas y podía hacer cosas que con su madre, no… y no se refería sólo a las «cositas» que estaban haciendo en ese momento, pero las ganas reprimidas por espacio de tantos días le gritaban en la entrepierna, y lo que salió de su boca, fue ligeramente distinto. – Dulce… quiero… ¿puedo…?

El funcionario dirigió una elocuente mirada a su bajo vientre, y su novia sonrió, asintiendo, mientras se sacaba la camiseta por la cabeza, dejando al aire sus pechos. En la oscuridad, apenas podían adivinarse, pero Beto se lanzó a meter su cara entre ellos sin dudar un instante, y los abarcó con sus manos. Qué tibios, eran tan acogedores… los pezoncitos hacían cosquillas en sus manos cuando los acarició y Dulce gimió una sonrisa, apretándole la cabeza contra ellos.

-Bésalos… chúpame un poquito, anda, hace mucho que no los besas… – pidió la joven, y Beto dio muestras de estar obedeciendo de mil amores; su boca pegó lametones largos entre sus pechos, metiéndose los pezones en la boca y abriéndola después todo lo que podía, intentando meterse en ella la mayor cantidad posible de pecho, que no era demasiado, pero para Dulce, la intención era bastante. El filo de los dientes de Beto cosquilleando su piel la volvía loca, la presión de sus mandíbulas cuando daba mordisquitos la hacía curvarse hacia atrás de placer, el hormigueo cosquilleante le llegaba hasta las orejas y le daba temblores en el vientre, era tan delicioso que podría pasar así horas y horas… si no fuera porque el miembro de su novio también exigía atención y tenía derecho a tomar parte en la fiesta.

Dulce bajó la mano derecha y empezó a frotar el bulto, duro como una piedra. Beto, con la boca llena de pezón, se dobló de gustito y dejó escapar un sonoro gemido, succionando más ávidamente, y Dulce no pudo evitar gritar, poniendo los ojos en blanco y temblando de alegría. «Te quiero dentro de mí…», pensó, confusa, y bajó la cremallera de los shorts azules de su novio, apartó los slips y acarició su hombría, grande y dura, entre los gemidos tiernos y complacidos de su compañero.

-Ay… aay, Dulce, sí…. Ay, qué gustirrinín me da cuando… cuando me tocas la tita así… – Beto apoyaba la cabeza entre los pechos de su novia, apretándola, estremecido de gozo y dando temblores. «¿Cómo puedes ser tan adorable, Culito Mullido?» pensó Dulce, cubriéndole la cara de besos y aferrándole contra ella, apretando los pechos con los brazos para darle más calor, «¿cómo eres tan tierno y bueno, teniendo los indeseables que tienes por padres, mi vida…?». Casi sin querer, arrimó sus caderas más al regazo de su novio, se aupó ligeramente, y se ensartó en él.

El grito de los dos traspasó ampliamente la frontera del armario. Abajo, en el salón, no llegó a oírse, pero en el cuarto de al lado, Oli tiró el cartón con el que intentaba oír lo que pasaba, como si quemase, y cuando su esposa le preguntó qué sucedía, no pudo explicarse de la risa que le entró. Dulce sonreía hasta las orejas, su piel empapada en sudor, incapaz de abrir los ojos, con su sexo dando convulsiones. Beto sentía su bajo vientre moverse a golpes, su culo dar contracciones, su pecho llenarse de aire… y su tita vaciarse de semen. Había sido instantáneo, no lo había podido evitar, estaba muy excitado, tenía muchísimas ganas, y al sentir aquélla dulzura cálida y húmeda absorberle el miembro de golpe… fue demasiado para él, y eyaculó sin remedio. Por un momento, temió que Dulce se enfadase, pero apenas logró moverse, le besó entre ronroneos, y Beto se sintió aliviado… al notar el borbotón de esperma derramarse en su interior, la joven no pudo controlar su propia excitación al ver gozar a su novio después de tantos días, y su placer alcanzó el máximo con apenas un segundo de diferencia. Se abrazó a su compañero entrelazando las piernas a su espalda y le besó con besos húmedos.

Sin duda por la sola alegría de estar fundidos al fin tras tantos días en ayuno absoluto, ninguno de los dos fue capaz de pensar que por llegar al orgasmo, se había terminado, de modo que siguieron unidos, mimándose… hasta que Dulce empezó muy lentamente a balancearse, y Beto sonrió, qué gustito… sentía el pantalón empapado, el suelo donde estaban sentados estaba húmedo y pegajoso y chapoteaban al moverse, pero el interior de su novia era tan maravilloso… bajó las manos hasta las nalgas de ella, para ayudarla a moverse, y Dulce se levantó más la falda para que él la tomase directamente del culo.

Qué piel tan suave y calentita… estaba mojada por abajo, pero aún así, tocarla era maravilloso. Le gustaba tenerla encima, notar cómo se movía, oírla jadear de placer y esfuerzo, y notar cómo su tita se alegraba de estar dentro de ella. Las rodillas empezaron a temblarle, y Dulce aceleró. Beto gimió, mirándola a los ojos con expresión de desamparo, otra vez que no iba a durar nada… pero la joven le sonrió. Estaba tan colorada, que desprendía calor a ráfagas y tenía los ojos brillantes, estaban tan guapa… También ella estaba casi a punto, así que, intentando que no se cansase más, Beto apoyó las manos en el piso del armario para ayudarse, y empezó a embestir, moviendo las caderas como si tuviera un motor en ellas.

-¡AAAAAAAAAAAAAH, sí, Beto, síííííííí…..! – Dulce no pudo evitar gritar, ¡Dios, qué bueno! Le encantaba montar a su novio, estar encima, pero cuando él se movía, era como si la taladrase, qué maravilla, lo notaba mucho más al fondo, tan fuerte, tan deprisa… Beto gimió casi llorando, se venía y no podía evitarlo… ¡pero ella también! Se agarró a su novio con los ojos cerrados y sintió que la explosión llegaba en medio de sonidos de chap-chap, los calambres se cebaron en su interior, desde su vagina a sus riñones, y casi sin transición, explotó entre los brazos de Beto, su cuerpo se tensó y sus rodillas temblaron, sintiendo una oleada de cosquillas dar estallidos en su cuerpo, desde su clítoris a su nuca, a sus tobillos, a sus pezones erectos, dándole un gusto indescriptible y dejándola en la gloria… Beto tenía los ojos desorbitados mirando a su novia, qué caras tan preciosas ponía, con los ojos en blanco y esa sonrisilla que se le quedaba… ay, ay…. ¡mmmmmmmmmmh….! Más o menos, la misma que se le quedaba a él, cuando sintió el picorcito vencer su resistencia y reventar en sus bolitas, expandiéndose por su tita y saliendo por ella después… era como si su sangre fuera caldo caliente, todo su cuerpo se quedó como si lo hubieran metido en una bañera con agua tibia… qué rico… podía sentir su tita dentro del cuerpo de Dulce, pringosa de semen que resbalaba hacia fuera. Debería sentirse sucio y pegajoso… pero lo cierto, es que se sentía más que genial.

-Dulce… ¿por qué eres tan buena conmigo…? – preguntó con voz melosa y soñolienta.

-¿Mmh…? ¿Por qué son buenas las personas unas con otras, corazoncito? Porque se quieren… porque te quiero, Culito Mullido. Más que a nadie en el mundo.

-Yo también… antes creía que te quería más que a nadie, pero a mi madre más, pero ahora creo que te quiero a ti más que a nadie y a ella no tanto como a ti. Espero que eso, no sea malo… pero es que… tú me has quitado el miedo al hombre malo, y mi madre me decía que tenía que tenerle miedo.

-¿Qué? – Dulce era funcionaria. De Hacienda, de acuerdo, pero su trabajo era administrativo, no de investigación… sin embargo, la inspectora latente que había hecho que la joven se decantase por ese ministerio en particular, acababa de oler algo muy interesante…

-Mi madre decía que tenía que tener miedo al hombre malo – dijo Beto un poco más alto, porque cuando le decían «¿qué?», siempre pensaba que no le habían oído, sin más. – Decía que era bueno que le tuviera miedo, porque era malo, y que cuando llegase él, me escondiese en el armario y recordase no hacer ningún ruido, porque si me descubría, me pegaría otra vez.

-Beto… ¿no me dijiste que, en éste cuarto, guardaban tus padres los papelotes de todo tipo….? – Beto asintió. Dulce sonrió. Por eso, y no por vigilar aún más a su hijo, había querido Marta que en éste cuarto, durmieran Oli e Irina.

****************

-No queremos nada, Marta… sólo que nos dejes dormir juntos y pasar las vacaciones en paz.

-Eres una arpía que me ha robado a mi hijo, y debería…. – protestó Marta.

-Marta, si quisiera robarte a tu hijo, como tú dices, no tendría más que contarle la verdad, y no lo he hecho. Le permitiré que siga pensando que su madre, es la mujer abnegada que siempre le ha protegido, y no lo que realmente es. – Beto, él y Dulce ya fuera del armario, había llamado a su madre a gritos y ésta había acudido, pensando que quería salir del cuarto porque su novia le habría presionado demasiado, pero se encontró con la sorpresa de su vida cuando se encontró a su hijo muy sonriente y con el pelo revuelto, y a la novia de éste más sonriente aún, que le pidió que le permitiese hablar a solas con ella, y dispuesta no a aceptar condiciones, sino a imponerlas.

-¡No tienes ninguna prueba de ello!

-¿Te parece que no? Marta, no deberías guardar las cartas de amor en el mismo sitio que los formularios de impuestos y la cartilla de bodas, «cualquiera» podría descubrirlos… – la madre de Beto se sonrojó de indignación – Al parecer, Marta era una jovencita de moral muy cuidada, en lo que se refiere a las apariencias, pero en la práctica, tal vez no lo fuese tanto… y al parecer, Simón se enteró de esto y amenazó con dejarte. En aquéllos tiempos, no era como ahora, entonces, una mujer acusada de adulterio, podía muy llevarse hasta pena de cárcel, y, desde luego, no tendría ningún derecho a los bienes de su marido. Parece ser que estaba a punto de pedir el divorcio, cuando tú te quedaste en estado. Simón pensó que tenía la prueba palpable de que tú le eras infiel, pero el parecido de Beto con su padre es innegable, y eso te salvó… por el momento. Simón se había casado contigo por interés, porque tu padre tenía dinero para financiar la cafetería de la Universidad que estuvo regentando durante años, una infidelidad tuya, le habría permitido quedarse con tu dinero, sin quedarse contigo, pero el bueno de Beto, se convirtió en tu póliza de seguros.

Marta estaba cada vez más roja, pero Dulce estaba furiosa contra ella. No sólo por las más de dos semanas sin poder acercarse a su Beto, no sólo por los desplantes, los desprecios y los ninguneos… sino por el egoísmo de la mujer hacia su propio hijo.

-Tampoco tú amabas a Simón, pero el casarte con un hombre que se pasaba el día entero fuera, te dejaba libertad para verte con el hombre al que realmente querías y que tu familia no te permitió elegir… El hombre malo. Durante el invierno, con Beto en el colegio, tenías toda la casa para ti, pero en el verano, debías ser más cuidadosa… pero un día, Beto os pescó. Él, te estaba azotando las nalgas con una pala de tenis. Era un simple juego sexual, pero en la mente de un niño de unos seis años, aquél hombre estaba haciendo daño a su madre, y sin duda se puso histérico. O tal vez incluso intentó defenderte… y tú se lo pagaste dejando que aquél tipo le zurrara, le asustara y rompiera las gafas para que no pudiera veros y le metiera en un armario. Aquello se convirtió en costumbre. Beto se escondía en el armario para que él no le encontrase, pero a los dos os pareció divertido asustarle, para que nunca se le ocurriese contar nada de lo que había visto. Cada vez que veía moverse el tirador del armario, Beto sabía que el hombre malo venía a pegarle, y por eso chilló cuando intenté abrir la puerta…. – Dulce negó con la cabeza – A tu propio hijo…

-Beto es un idiota…. – susurró Marta. – Yo le mandaba a jugar fuera, pero él insistía en estar siempre conmigo, no tenía nada más que mamitis, puro mimo, y eso que nunca le mimé. Pero él ni siquiera se daba cuenta que yo le quería sólo lo justo… es tan idiota, que no es capaz de notar la diferencia, no sabe lo que es querer… se ganó a pulso que le pegara. Se lo merecía, se merecía que alguien le quitase un poco la tontería, lo enmadrado que estaba…

-El caso es… que igual que te molestaba él, ahora te molesto yo. Porque a Beto lo necesitas, pero yo te estorbo. Según el testamento de Simón, tú heredarás la primera siempre y cuando Beto siga soltero… si tiene una familia, él heredará primero… y tú quedarás desprotegida. Simón, te quita del testamento si su hijo tiene mujer, por eso has intentado echarme de aquí. Y Simón ha intentado ponerme a prueba… él pensaba que yo lo sabía…. Porque Beto lo sabe, pero él no es alguien que vaya contando ese tipo de cosas por ahí. Yo, no lo sabía.

Marta la miró con odio.

-Claro que no, ¡no lo sabías! Doña Amantísima quiere mucho al tontorrón de Beto que se deja manipular por unas tetas bonitas, ¿crees que no sé qué pretendes? ¿Piensas que cuando muera Simón, voy a ir a dar con mis huesos a un miserable asilo de tercera a comer papillas hasta que me muera? ¡Ya puedes olvidarlo, no me importa cómo lo haga, pero me he ganado al menos el dinero de Simón, y pienso quedarme aquí hasta que…!

-Marta, me importa un huevo lo que hagas con el dinero. – cortó Dulce. – Yo, sólo quiero a Beto. ¿Tan poco conoces a tu hijo, que piensas que él va a dejar en la calle a su madre, sólo porque su padre diga que la deshereda….? Ojalá Simón viva muchos años, – Marta dio un resoplido de fastidio – pero cuando él falte, el dueño de su dinero, de ésta casa, de todo… será Beto. ¿Y para qué quiere él una casa en la playa, o un poco de dinero…? Para él, esas cosas no tienen el mismo valor que para otras personas… él, mide las cosas en función de lo útiles que le sean… y una casa en la playa, no tiene ningún valor para él para tenerla vacía, ni para venderla, ni para nada… porque para él, no es SU casa. Es la casa de sus padres, y Simón no podrá impugnar el testamento desde la tumba. Si Beto dice que te quedas con ésta casa, te quedarás con ella. Y yo, lo diré también.

-Eso, lo dices ahora. Dentro de unos años, le contarás todo a Beto, ¡lo sé! Lo harás para que me odie y poder manejarle a tu antojo.

Dulce miró a Marta negando con la cabeza.

-¿Tan poco quieres a tu hijo, que no te importaría que le hiciera tanto daño…..? Tú eres la persona que más ha querido en su vida, junto a su primo… ¿Te parece que voy a decirle algo semejante? No necesita saber algo así… es feliz no sabiéndolo, y no lo sabrá nunca. Y aunque lo supiera, no te dejaría desprotegida. En parte tienes razón, y es que Beto es tan tonto… que no sabe guardar rencor, aunque una persona realmente se lo merezca. – Marta pareció humillada por primera vez. – Llevas fingiendo toda la vida, Marta. Sólo te pido que lo hagas un poco más. Finge para Beto que le quieres de verdad, como persona y no como garantía. Finge para él que me tragas un poco a mí por quererle, sólo por unos días, hasta que nos marchemos. Es todo lo que te pido.

La mujer, con cara de fastidio, asintió. Esa noche, con Beto dormido sobre su pecho, Dulce no pudo evitar pensar con cierto orgullo, que su jefe, Luciano Carvallo, el más feroz de los inspectores de Hacienda, habría estado orgulloso de ella. «Quizá me prepare para el puesto de inspector…» pensó, antes de quedarse dormida.

********************

Los días siguientes se pasaron volando, casi ni me enteré, porque ahora sí lo pasábamos bien. Mi tío Simón estaba tan huraño y desagradable como siempre, pero a veces incluso sonrió. Sonrió hasta a Beto, lo que me pareció casi milagroso. Mi tía Marta dio un giro de la noche al día, de pronto le cayó bien Dulce y dejó que ella y Beto durmieran juntos y salieran al jardín solos y dejó de agobiarles. Mi primo y ella parecían totalmente felices, ya no daba la impresión de que vivieran con miedo, y me sentí muy bien… me hubiera gustado saber la razón, pero cuando Dulce no contó nada en absoluto ni hizo mención alguna al repentino cambio de carácter de Marta, pensé que quizá sería más prudente no preguntar, y no pregunté. Y así, llegó el día de volver a casa.

Irina salió del cuarto de baño muy sonriente, ya vestida y duchada y la abracé desde atrás, con una mano en cada lado de su vientre, para abrazar a los dos marcapáginas.

-Ya no es preciso que sigas llamándolos así… – contestó mi mujer, y se me escapó la risa. Acababa de elegirles nombre, o por lo menos, un nombre al suyo.

-¿Cómo les llamo? – pregunté enseguida.

-Éste de aquí… – dijo, tomando mi mano izquierda. – es el más tranquilo de los dos. Es el que menos se mueve, duerme más y siempre parece relajado. Creo que se parece más a ti, es más… dulce. Más tranquilo. Me gustaría que se llamase Román.

Besé a Irina en el cuello y asentí. Si quería ponerle un nombre que me gustase, no había ninguno que me gustase más. Yo no quería que ninguno de los marcapáginas se llamase como yo, bastantes chuflas había tenido que soportar en el colegio, primero con Oliver Hardy y luego con Oliver Aton… pero Román, era el nombre del antiguo bibliotecario jefe de la Universidad, el hombre que me escogió como becario y me enseñó todo lo que sé. Un hombre porque siempre tuve un gran respeto y cariño.

-Este otro… – dijo, tomando mi mano derecha. – Es un pintas que nunca se está quieto, no deja de dar patadas, moverse y protestar. Creo que se parece más a mí, es más emocional – se rió – ¿Cómo vas a llamarle?

-Kostya. – contesté sin dudar, e Irina ahogó un grito. Kostya, era el nombre de su padre. Sólo me lo ha dicho una vez, sin duda pensó que no me acordaba, pero sí lo hice… Irina adoraba a su padre, murió siendo ella adolescente, y sé que le hacía ilusión poner a uno de los niños el nombre de él. A mí no sólo me parecía un nombre bonito, sino una manera estupenda de rendir tributo al hombre que engendró a Irina. Mi mujer se giró y me besó largamente. Román y Kostya debieron sentir parte de su alegría, porque los sentí moverse contra mis manos.

Nos metimos los cuatro en el coche, después de repartir besos y que mi tía nos recomendase ochenta y cinco veces que fuésemos prudentes, y vimos alejarse la casita conforme Dulce, al volante, aceleraba. Mi tía Marta ya se había marchado, pero mi tío Simón, sorpresivamente, se quedó un rato mirando alejarse el coche, y ya cuando casi no se le veía, levantó la mano para decirnos adiós. Nos esperaba un viaje largo, al menos seis horas de coche, y lo peor es que llegábamos al tramo fatídico en el que suelo vomitar, así que agarré la bolsa de plástico que había traído en previsión, y cerré los ojos, intentando no pensar en nada que activase la espoleta, cuando…

-Oli… – dijo Beto, riéndose – ¿No te comerías ahora, unos filetes empanados como los de anoche, medio crudos y llenos de mahonesa….?

Sólo a fuerza de terquedad contuve la arcada, y logré contestar:

-Beto, sólo por eso… ¡merecerías que te abriera la boca, y que te vomitase dentro!

-¡Puáagh, la bolsa, dame la bolsa!

-¡Aaay….! Genial, Oli…. La próxima, guárdate las frases de venganza para la estación de servicio… blegh… Beto, corazoncito, apunta dentro… la tapicería….

-Ufff… Dulce, por favor, abre todas las ventanas, ¿quieres…?

….En fin. Son los momentos inolvidables de un viaje. Curiosamente, uno desearía olvidarlos.

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