Vida de una estudiante, la vida salvaje que jamás me imagine tener, la vida que me fascina disfrutar
A los diecisiete años me tocaba iniciar el bachillerato, la cuestión era que en mi pueblo sólo se podía estudiar hasta secundaria obligatoria, con lo cual tenía dos opciones: o hacer todos los días más de sesenta kilómetros para ir al instituto y perder casi tres horas entre una buena caminata y los autobuses o marchar a vivir de lunes a viernes a otro sitio, en el que pudiera cursar el bachiller.
Mis padres, tras debatirlo largamente teniendo en cuenta que además soy hija única, apostaron por la segunda opción, considerando que, aunque era todavía muy joven, era bastante responsable, y que más pronto o más tarde tendría que salir de casa para estudiar. Una vez tomada la opción de común acuerdo entre todos, la siguiente cuestión era donde iría. Mi madre propuso que lo más lógico es que me fuera con mis primos Juan y Elena a la capital, ya que así, además de estar acompañada por la familia, los gastos serían menores. Lo que no dijo, pero si pensó, es que además me tendría más controlada, ya que su cuñada iba con frecuencia a visitar a sus hijos.
Aquella solución me pareció casi perfecta. Por un lado, podría tener mucha más independencia que si me quedaba en casa y además no me iba sola o con personas desconocidas, por lo que me sentiría protegida. Lo único malo es que debería separarme de mis compañeros y de mis amigas y amigos, pero bueno, como el plan era que volviese todos los fines de semana, no tendría porque significar que perdiésemos el contacto o la amistad.
A los dieciséis años yo era más una niña grande que una mujer joven. Lógicamente había tonteado con algún chico, pero ni me llamaban excesivamente la atención, ni yo se la llamaba a ellos.
El verano anterior a mi marcha había pegado un buen estirón, que sólo se evidenciaba en mi altura, 1,70 descalza, pero no en mis formas, que eran más bien desgarbadas y andróginas.
Mi primo Juan tenía entonces veintiún años y estudiaba segundo de derecho. Era un tipo guapo y simpático, pero un poco bajo y algo gordo, mi madre siempre comentaba que había salido a la familia de su cuñada. Mi prima Elena tenía dieciocho y ese año empezaría farmacia. Ella, por el contrario, había salido a nuestra familia: alta, guapa y con muchas curvas, pero más bien seca de carácter. Después me enteré que a ninguno de los dos le había hecho mucha gracia que yo me fuera con ellos, con el argumento de que tendrían que cuidar de mí y que les dificultaría sus estudios, pero sus padres fueron tajantes aduciendo cuestiones familiares, pero sobre todo económicas.
Dos días antes de que empezara el curso, mis padres me llevaron en coche a mi nueva casa. Aquello fue una auténtica mudanza: muebles, ropa, comida, libros,…etc. Mis primos tardarían todavía unos días en llegar, así que mi madre se quedaría conmigo mientras tanto, para arreglar la casa y acompañarme.
La primera visión del lugar en el que residiría la mayor parte del tiempo durante los próximos años fue apocalíptica: desorden, suciedad y abandono era lo más positivo que se podía decir del sitio. Por un momento mis padres pensaron que aquello había sido un error, pero la animosidad de mi madre la llevó a afirmar que en dos días mis primos no conocerían el piso cuando volviesen y sin pensarlo más empezó a poner lavadoras, fregar los platos y limpiar los muebles y el suelo como una posesa, mientras mi padre y yo terminábamos la mudanza.
Mamá tenía razón, al anochecer mi habitación, el salón, la cocina, el baño y el pasillo eran otros, para mañana quedarían las habitaciones de mis primos, pues mi madre afirmaba que no podíamos dejarlas como estaban o la roña volvería a invadir todo el piso. Nos duchamos, el calor había sido asfixiante durante todo el día, y salimos a tomar algo en un bar próximo.
Ya de vuelta, reparé en que dormiríamos juntas mi madre y yo en una pequeña cama de noventa centímetros. La verdad es que ambas éramos muy pudorosas. Desde que empecé a desarrollarme, ni mi madre entraba en el baño cuando yo estaba, ni al contrario. Cuando me cambiaba siempre cerraba la puerta y si iba a la habitación de mis padres, siempre llamaba antes de entrar y mi madre no me dejaba pasar hasta que estaba completamente vestida. Este mutuo comportamiento no me había extrañado nunca, tomándolo como un signo de respeto mutuo a nuestra intimidad.
El calor seguía siendo insoportable. Ni una gota de aire, ni esperanza de que lo hubiera, así que nos quedaba una larga noche por delante de no pegar ojo.
Mientras mamá fue al baño yo aproveché para ponerme un camisón corto y unas bragas para intentar dormir. Cuando volvió fui yo al baño. Al regresar, mamá estaba metida en la cama tapada por la sábana.
– ¿Te importa que duerma desnuda? –Me preguntó cuando yo ya estaba metiéndome en la cama.- Hace demasiado calor para el camisón que me he traído y si no, no voy a pegar ojo.
– Que va mamá. –Le respondí, pese a que la situación me causaba cierta violencia. Ya he dicho antes que era muy pudorosa. Apagué la luz y al cabo de cierto tiempo le pregunté:- ¿Prefieres que me vaya a dormir a otra habitación o al salón para no molestarte? Creo que así estarás más cómoda.
– ¿Más cómoda yo o más cómoda tu? –Me respondió y continuó:- Antonia, creo que eres excesivamente vergonzosa. Todas las mujeres tenemos las mismas cosas y ahora fuera de casa, viviendo con otros, y con tus amigas del instituto o te quitas un poco esa vergüenza tuya o lo vas a pasar mal tontamente. –Me sorprendió, nunca había pensado que mamá hubiese reparado en mi comportamiento y más que discrepara de él-.
– Bueno mamá, tú también te comportas igual de pudorosa, así que no me parecía extraño.
– Yo respeto tu pudor y por eso me comporto así, pero, como te he dicho, creo por tu bien que ya va siendo hora de que dejes algunas tonterías. Comprendo que tu cuerpo está formándose y eso te hace creer que es feo o mal hecho, pero no es así, sólo que todavía no ha tomado su forma, pero lo mismo le pasa a la mayoría de tus amigas. Si continúas por donde vas, luego te verás gorda o delgada, pechugona o plana o lo que demonios se te ocurra y más tarde creerás que estás envejecida. En definitiva, nunca estarás de acuerdo contigo misma.
El discurso de mi madre me dejó bastante descolocada, pero el cansancio ya había hecho mella en mí y me dormí instantáneamente. Pasé la noche muy molesta por el calor, durmiendo con sobresaltos y moviéndome todo el tiempo. Me desperté muy temprano. Mamá seguía durmiendo. La sábana se había bajado a los pies de la cama, me volví y por primera vez en años pude verla desnuda. Con sus cuarenta años, me pareció una mujer muy atractiva. Deseé parecerme a ella de mayor y lamenté que nos estábamos volviendo unas extrañas. Mi carácter introvertido y pudoroso marcaba las distancias con todo y con todos.
Cuando volví del baño, mamá estaba preparando café y tostadas. Mientras desayunábamos mamá propuso que fuéramos de tiendas temprano, antes de que hiciera más calor, y luego terminaríamos la limpieza. La idea me pareció fantástica, aun cuando no fuera temporada de rebajas, y a las diez de la mañana ya estábamos en el centro de tiendas.
Al parecer, ir de compras conmigo no es una tarea fácil ni sobre todo rápida. Después de muchas vueltas conseguí ver algunas cosas que me gustaban y que, además, estaban de saldo. Cuando ya dábamos las compras por concluidas, mamá dijo que tanto una como otra necesitábamos ropa interior. Entramos en viarias tiendas más, hasta que finalmente dimos con una que nos convenció a ambas. A la hora de pagar, pusimos las prendas en el mostrador y llamamos a la dependienta.
– Muy bien, tres sujetadores y tres bragas para la madre y dos sujetadores y dos tangas para la hija –dijo la dependienta confundiendo las compras de una y de otra. Mamá y yo nos miramos y no dijimos nada hasta salir de la tienda-.
– Hija mía, que aburrida eres para todo –dijo mamá entre risas de camino a casa-.
Tenía razón mi madre, me había comprado la ropa interior más ñoña de toda la tienda, mientras que ella se había comprado dos modelitos de lo más atrevido. A esa edad, las compras de mi madre me llenaron de vergüenza. No era posible que papá y ella tuvieran todavía jueguecitos, la sola idea me hacía ponerme roja como un tomate.
Tomamos algo e hicimos una pequeña compra de cosas que hacían falta antes de subir al piso y después de un rato de relajo nos pusimos manos a la obra con las habitaciones de mis primos. Era imposible que hubiera más mierda en menos sitio.
Ya anochecido terminamos la tarea y nos sentamos en la sala sin fuerza ni para hablar. Tras cenar un poco, decidimos irnos a la cama. Mama dijo que dormiría en la habitación de Elena, porque era incapaz de soportar otra noche de calor conmigo dando saltos en la cama.
A los pocos minutos de apagar la luz escuché ruidos en el baño, mamá se estaría duchando para refrescarse. Durante toda la tarde le había estado dando vueltas al tema de la ropa interior y me preguntaba cómo me quedarían las cosas que había comprado mamá. Me levanté y me dirigí a la habitación de Elena. Al pasar por la puerta del baño, ésta no estaba cerrada, sino sólo entornada. Me quedé parada y miré hacia dentro. Por el espejo pude ver que mamá, después de ducharse, se estaba probando uno de los conjuntos que se había comprado. Se ajustaba los pechos dentro del sujetador, se subía las tirillas del tanga por encima de las caderas, se miraba de frente, de perfil e intentaba verse el culo. Durante el tiempo que estuvo observándose yo pensaba en lo diferentes que éramos. Mamá era una mujer muy coqueta que cuidaba hasta el último detalle para sentirse atractiva. Normalmente vestía bastante clásica, al menos por fuera, pero siempre de forma que le favoreciera, cosa que tampoco era difícil. Yo, por el contrario, huía de cualquier prenda que me singularizara, trataba de pasar desapercibida y ello me llevaba a mucha ropa deportiva y amplia, sudaderas y cosas por el estilo, de manera que parecía ir o venir siempre de hacer deporte. Finalmente mamá se quitó el conjunto y desnuda hizo gesto de abrir la puerta. Yo intenté ir a mi habitación, pero calculé que no me daba tiempo, así que me retiré dos pasos e hice el gesto de avanzar por el pasillo para ir al baño. A la luz del baño mamá me vio en el pasillo, me imagino, que con cara de circunstancias. Sin inmutarse, desnuda como iba, me dio las buenas noches y se encaminó a su cuarto. Yo disimulé entrando en el baño. Mamá había olvidado la bolsita con la ropa interior. La saqué y estuve un rato mirándola y tocándola. Decidí probarme un tanga, el sujetador era tontería porque podíamos caber dos como yo dentro. La visión cuando me lo puse me gustó, pero no me sentí bien. Llevar el culo al aire, la tirilla en la vagina y los pelos que luchaban por salirse, todo ello me hacía sentir incómoda, no físicamente, sino internamente. Me lo quité, lo volví a guardar con cuidado y me marché a la cama.
Esa noche dormí algo mejor, aunque muy intranquila. Soñé que estaba en la calle vestida solamente con el sujetador y el tanga que se había probado mamá. No me explicaba que hacía en aquella situación. ¿Cómo se me había olvidado ponerme la ropa? Aunque nadie me mirara, la vergüenza que sentía era enorme. Trataba de taparme pero no lo conseguía. Finalmente me desperté agitada y cubierta de sudor. Achaqué el sueño a los nervios de empezar al día siguiente las clases en un instituto desconocido.
En el instituto la primera sensación que tuve fue que todas las chicas eran mucho mayores que yo o, al menos, eso parecía y que los chicos eran todavía más burros, más groseros y más patanes que en el pueblo. El día lectivo terminó pronto y regresé a casa. Mis primos habían llegado, los había llevado mi tía, que charlaba animadamente con mamá, mientras que Juan y Elena no daban crédito al cambio sucedido en el piso. Mis primos me recibieron con cierta frialdad, pero educadamente. Salimos todos a tomar algo para comer y después de recoger sus cosas mamá se volvió al pueblo con la tía Lucía.
Una vez me quedé a solas con mis primos, estos me dijeron que tenían que hablar muy seriamente conmigo. Empezó Juan:
– Antonia, lo que pase en esta casa, se queda en esta casa. Aquí procuramos vivir de manera muy independiente. Cada uno hace de su capa un sayo y los demás, si se enteran de algo, se callan.
– Si se te ocurre contar algo de alguno de nosotros a tus padres o a los nuestros, prepárate para pasar los peores días de tu vida. Aquí cada uno hacemos nuestra vida con independencia de que nos veamos algunas veces para comer o para cenar o nos pongamos de acuerdo en la logística. ¿Queda claro?
– Como el agua –dije yo sin más y me retiré a mi habitación-.
Eché la tarde leyendo y escuchando música. Desde mi habitación escuché que primero salía Juan y, al cabo de una media hora, Elena. Bueno, estaba visto que la compañía que iba a tener esa tarde con mis primos iba a ser más bien escasa. Están recién llegados y tendrán ganas de ver a sus amigos, les disculpé. Cuando empezó a anochecer salí a dar una vuelta. Regresé al poco rato, cené algo y me fui a la cama.
Me despertaron unos ruidos ya de madrugada. Pese al calor que hacía, había cerrado la puerta de la habitación dadas las advertencias de mis primos. Entre sueños escuché que se abría la puerta de mi habitación. Sin moverme abrí los ojos y con la luz del pasillo distinguí a Elena. Enseguida noté dos cosas: primera, que llevaba una cogorza encima de mucho cuidado; y segunda, que iba vestida exactamente igual que un putón verbenero con una minifalda exigua, una camiseta con la que casi no podía respirar y unos tacones que necesitaría una escalera para bajarse. Cerró la puerta y a trompicones se acercó hacia mi cama. No sabía que pretendía, pero si temía que me vomitara encima con la cogorza que arrastraba. Con la luz de la calle pude más o menos ver que primero se quitaba la falda y luego la camiseta, no sin varios traspiés y grandes esfuerzos, quedándose sólo con un tanga. Se sentó en el borde de la cama y se descalzó. Pese a la borrachera, no se podía negar que era guapa y que era una pura curva: grandes tetas, cintura ajustada y gran culo. Me empujó ligeramente y se metió en la cama abrazándome. Ya no podía hacerme por más tiempo la dormida, así que tuve que preguntarle que pasaba para que viniese a mi cama.
– Primita –me dijo arrastrando las sílabas por causa de la borrachera-. ¿No te gusta que venga a darte las buenas noches? Me he ido antes sin despedirme y luego he pensado que te habías quedado muy sola.
Mientras me decía esto pasaba sus manos por mis muslos y por mi espalda. Yo estaba empezando a tener una idea de lo que quería. Hasta el momento nunca había tenido una experiencia con otra chica, bueno ni con otro chico, así que mi cabeza bullía sobre lo que debía hacer. Cogió una de mis manos y se la llevó a sus tetas. Además de grandes, eran duras y tenían una piel muy suave y calida. No sabía que pretendía. Como he dicho, entonces tenía un tipo desgarbado y andrógino: sin tetas, sin caderas, sin muslos,… y ella era ya toda una espléndida mujer.
– ¿Sabes? Mi novia me ha dejado por un tío asqueroso, y me lo ha dicho así, sin anestesia ni nada. Que se lo había pensado bien este verano y que a ella lo que le gustan son los tíos. ¡Puta, lo que le gusta es joder y los nabos grandes! –Diciendo esto comenzó a llorar como una Magdalena, con grandes hipidos y chorros de lágrimas-.
¡Vaya! Resultaba que mi prima, ese pedazo de mujer, era lesbiana. Me quedé de piedra. Yo que no sabía nada de la vida ni del sexo y tenía que consolar de sus penas a una mujer hecha y derecha. De pronto los cables se me cruzaron y me sentí avergonzada de mi tipo y de las bragas y del camisón de noche de almohadas a lo Doris Day que llevaba. Pensé que tenía que haberle hecho caso a mi madre con lo de que fuera menos aburrida con la ropa interior. Elena, a la que parecía que le podía más lo de ser lesbiana que lo de estar deprimida, entre sollozo y sollozo metía más la mano por debajo de mis bragas y acercaba más la cabeza al sitio donde deberían estar mis tetas.
– Antonia que poca chicha tienes, parece que esté magreando al palo de una escoba. Hazme un favor prima, dame consuelo. Si no sabes cómo ya te lo diré yo. -Y diciendo esto, se puso bocarriba, pegó mi cabeza a sus tetas y cogió mi mano se la llevó a su vagina-. Chupame las tetas despacito y dame bocaditos en los pezones. Mueve los dedos por encima de mi chochito. Ya te lo abro yo –se llevó una mano a cada ingle y dejó al descubierto una vagina también grande y chorreando-.
Me apliqué a la tarea que mi prima me imponía, más por no desobedecer que por otra cosa. Pero al cabo del rato, empecé a notar sensaciones que casi no había tenido hasta ese momento. Noté que el corazón se me salía del pecho y que mi vagina empezaba a mojarse. Mientras tanto, Elena daba pequeños gemidos que iban creciendo en ritmo y en volumen, hasta que se puso completamente tensa, comenzó a gritar que si paraba me cortaba la mano y noté la mano con que la sobaba completamente mojada. Durante los gritos roncos y espasmódicos de mi prima llevé la otra mano a mi vagina. Fue rozarla y comenzar a sentir pequeños espasmos que terminaron en uno fuerte y prolongado que me dejó sin respiración. Había tenido mi primer orgasmo.
Elena, una vez hubo terminado de gritar, se quedó dormida como un leño. Entre el calor, el calentón y que Elena roncaba como una maquina de serrar no podría dormir, así que me levanté y me marché a su habitación para poder dormir.
Cuando abrí la puerta, iba con el camisón, las bragas y el chocho empapados y con temblores en las piernas, que de vez en cuando perdían la fuerza. Pero realmente la perdieron del todo cuando mi primo Juan en slip encendió la luz del pasillo y me dijo que entrara en su habitación.
– ¿A que adivino lo que te ha contado el putón de mi hermana? –Dijo cerrando la puerta. Yo me quedé mirándole sin poder articular palabra.- ¿A que te ha contado que su novia la ha dejado plantada por un tío? –Yo afirmé ligeramente con la cabeza-. Esta chica está imposible: borracha, tortillera, ninfómana y cuentista. Ese rollo se lo ha metido a todas mis amigas, a todas sus compañeras de facultad, a todas mis compañeras de facultad y al lucero del alba. Ahora, desde luego hay que reconocer que arte tiene, porqué con un solo cuento debe haberse corrido más de cien veces.
– Primo, no parecía que estuviese mintiendo. Ha sollozado y llorado como yo creo que no se puede fingir.
– Que inocente eres primita. ¿Tú crees que no hay que hacerlo bien para que cuele más de cien veces? ¿Sabes lo que más molesta? Yo si que tengo hoy un problema de verdad y no puedo contárselo a nadie, porque el zorrón ese ha terminado con todas mis amigas.
– No primo, aunque yo no tenga mucha experiencia en la vida, puedes contármelo a mí –le dije inocentemente y mirándolo a los ojos, que se le llenaban de lágrimas-.
– No Antonia, a ti no puedo hacerte eso. No puedo cargar el peso de mis vicios sobre una niña.
– Ya no soy una niña. De verdad soy más madura por dentro que por fuera.
En ese momento yo estaba sentada en el borde de la cama y Juan en la silla de la mesa de estudio. Se acercó hacia mí y se sentó a mi lado.
– Antonia, hoy he dejado a mi novia de hace dos años, porque este verano he comprendido que no me gustan las mujeres, sino los hombres –Se me abrió la boca como un buzón de correos y me llevé las manos a la cabeza ¿En que casa había caído? Juan siguió al momento, tras pasarme el brazo por los hombros-. ¿Comprendes porqué no podía decirte mi problema? Nadie sabe esto y nadie debe saberlo. ¿Me lo juras?
– Te lo juro, Juan.
– ¡Oh Antonia estoy tan tensa, perdón tenso, que creo que me va a dar algo malo!
– Primo, ya sabes que la homosexualidad es algo completamente aceptado e incluso admirado por la sociedad en este momento. Mira a Cerolo, a Jorge Javier Vázquez, a Lorca, a Ian Gibson y a tantos y tantos otros.
– Ese es el problema Antonia, he pasado de una exquisita minoría a una abultada mayoría, en la que la competencia es feroz: musculados, osos, mariquitas, mariconas, tapados, lechuguinos, madrazas,… Yo antes lo hacía con mi novia, pero desde que soy homosexual nada de nada y estoy enfermando de necesidad.
– ¿Qué puedo hacer por ti primo? –Me arrepentí conforme salía la última sílaba de mi boca. Mi primo cogió mi mano y la acercó a su entrepierna. Tenía una erección de fraile carmelita. Yo no había tocado nunca un pene y menos en erección, así que no sabía muy bien que había que hacer con el palo tamaño zanahoria grande que mi primo tenía entre las piernas. Juan, bajándose el slip por delante, saco su aparato y me lo depositó en la mano.
– Estoy enfermo prima, necesito que me hagas una paja. Más no, porque no me gustan las mujeres, es un tratamiento puramente profiláctico. Escupe en tu mano. En esa no coño, en la que coge el nabo. ¿Joder prima de dónde has salido? Ahora agárralo fuerte y ve moviendo la mano de arriba hacia abajo y al contrario de forma rítmica y potente, a la par que elegante. –Tener un pene más duro que una barra de hierro en la mano por primera vez en mi vida, me causó unas sensaciones inimaginables. Noté que mis pezones se ponían duros y que mi chochito volvía a mojarse, todavía mucho más que antes. Mi primo se tumbó de espaldas en la cama, mientras yo a su lado permanecía sentada. Estar cubierta de su mirada me permitió meter mi otra mano por debajo de las bragas y tocarme al mismo ritmo que movía el nabo de Juan. Debía ser verdad la angustia de mi primo, porque a las pocas sacudidas le salió un chorro de semen que dio contra el techo y después otros menores que dieron contra las paredes, la cama, el suelo, mi camisón, mi brazo, mi mano…etc. Aprovechando el vahído que le había dado a Juan yo alcancé el segundo orgasmo de la noche y de mi vida.
Lo dejé durmiendo, todavía con el nabo como un marmolillo, y me fui, por fin, a la habitación de Elena. Eran las cuatro de la mañana, tenía clase al día siguiente a las ocho y puedo jurar que estaba reventada.
Con las penas de mis primos me pasé mis primeras semanas de estudiante fuera de mi casa haciendo pajas a dos manos, excepto los fines de semana que volvía a casa a intentar descansar algo. Al decir pajas a dos manos quiero decir que, cada vez que le prestaba ayuda a uno de mis primos, yo también me servía, con lo que el agotamiento era aun mayor.
Creo que fue el quinto o sexto fin de semana cuando, por obligaciones en el instituto, no regresé a mi casa. Recuerdo que teníamos una excursión el sábado por la mañana que duraba hasta bien entrada la tarde. Cerca de las siete de la tarde regresé al piso, en el que no debía haber nadie ya que Juan y Elena sí volvían ese fin de semana a su casa por primera vez desde el inicio del curso. Al entrar me extrañó que la puerta no estuviese cerrada con llave como yo la había dejado al salir, pero en aquella casa de locos podía pasar cualquier cosa. Me fui a mi habitación y me tumbé en la cama para descansar los pies. Recostada comencé a escuchar ruidos procedentes de alguna de las habitaciones de mis primos. Tuve miedo, habíamos salido los tres juntos por la mañana, ellos para el pueblo y yo para el instituto, era demasiado raro que alguno se hubiera arrepentido o vuelto.
Muy despacio y en silencio comencé a recorrer el pasillo tratando de saber que es lo que estaba ocurriendo. Los ruidos venían de la habitación de Juan. La puerta estaba entornada y la luz de la mesa encendida. Por el hueco de la puerta entornada vi la espalda de un hombre negro que estaba de rodillas en la cama. Era una espalda como yo no había visto otra en mi vida: grande, musculosa, tan empapada de sudor que parecía aceite. El hombre no paraba de moverse hacía delante y hacía atrás y se oían gemidos de al menos dos personas. Pensé que por fin Juan había tenido suerte y había conseguido lo que tanto ansiaba. Al mirar al lado de la cama pude ver que había otro hombre negro, igualmente fuerte, musculoso y empapado, sentado en una silla al lado de la cama con lo que me pareció una porra en la mano. Observé un poco más atentamente y por poco me muero del sobresalto, no era una porra, era un pene de al menos treinta centímetros de largo y cinco de diámetro negro azabache, que su propietario no dejaba de menear con orgullo. ¡Vaya con Juanito, pensé, va a estar una larga temporada sin necesitar tratamientos profilácticos! El hombre que estaba de rodillas en la cama se dejo caer a un lado y supuse que Juan también se dejaba caer. Pero no puedo explicar ni mi sorpresa ni mi absoluto asombro, cuando veo que no es mi primo Juan el beneficiario de aquellos mástiles, ¡sino mi tía Lucía! Me quedé sin respiración.
Como ya he dicho tía Lucia era la madre de Juan y Elena. Realmente era tía política, ya que estaba casada con un hermano de mamá. En aquel momento debía tener unos cuarenta y tres años y según ella uno de los principales problemas que tenía España es que se estaba llenando de negros y de moros que no venían más que a robar y a quitarles el trabajo a los españoles. El hombre que estaba sentado se levanto, la incorporó y le metió aquello en la boca a mi tía hasta que esta tuvo un par de arcadas. Mientras, el otro se había incorporado también y con un mandado igual o mayor, comenzó a golpearle las tetas, que mi tía tenía enormes.
Mis sensaciones eran totalmente contradictorias. El increíble tamaño de las pollas de aquellos hombres me estaba calentando como no lo había estado nunca, pero ver así a mi tía Lucía, la presidenta de las damas de la Novena, del Quinario y de todos los actos religiosos del pueblo, que permanentemente estaba hablando mal de unas y de otros, criticando cuando alguna chica se iba a vivir con su novio, si no estaba previamente casada, y lapidando cuando alguna chica soltera se quedaba embarazada me trastornaba profundamente mis esquemas mentales.
Afortunadamente, como decían mis padres, yo era una chica responsable, así que comencé a desandar el pasillo, cogí el bolso de mi habitación y me fui del piso sin hacer ruido. Pero una cosa es que fuera responsable y otra que no fuera también curiosa. Me aposté en una esquina de la calle desde donde podía ver el portal del bloque, sin que me vieran con facilidad, y me quedé allí sentada mirando. Al cabo de poco menos de una hora salieron los dos hombres, repartiéndose unos billetes. Transcurrió otra hora más sin que saliese mi tía. Ya era de noche y no me apetecía seguir sentada en el suelo por más tiempo. Me decidí a volver al piso. Entré a las diez pasadas haciendo mucho ruido, pero también haciendo ver que suponía que no había nadie en el piso. Escuché ruidos al fondo y apareció la cabeza de mi tía con la cara descompuesta, me imagino que por muchas cosas, por la puerta de la habitación de Juan.
– Antoñita: ¿Cómo no estás este fin de semana en casa de tus padres? Que susto me has dado chiquilla. –Trataba de parecer tranquila, pero incluso le temblaba la voz cuando hablaba-.
– ¡Hola Tita, vaya susto que me has dado tu a mi también! Creí que no había nadie y cuando he visto que la puerta no estaba cerrada con llave, he pensado que igual habían entrado unos moros o unos negros para robar o lo que hubiera sido peor, para forzarme. Pero dime, ¿qué haces aquí un sábado casi a las diez y media de la noche? Yo es que he tenido excursión todo el día con el instituto y acabo de llegar. –Le eché su poquito de mala idea. Mi tía Lucía nunca me había caído bien, siempre tan casta y tan española y ahora se acababa de pegar un lote de partirse el pecho-.
– El señor no quiera que pongan las manos sobre ti negros o moros, que son unos depravados y, además, no son buenos cristianos. Yo es que he venido a una Magna Función de la Adoración Nocturna y, como venía con tiempo, pensé en pasar por el piso y dar una cabezadita, que luego rezar toda la noche cansa mucho. –Que cara tenía-.
Pobre tío Juan, pensé, no lo deja fumar, no lo deja beber, seguro que no le deja ni tocarla, se pasa el día echándole broncas sobre cualquier cosa y ahora se viene la tía aquí, tan fresca, a ponerse hasta las trancas y nunca mejor dicho.
– Yo voy a cenar cualquier cosa, ¿tú quieres algo tita? Hay salchichas de esas gordas, caña de lomo y chorizo también de ese oscuro y muy gordo ¿Te acuerdas tú como se llama? –Estaba por dar la matraca todo lo que pudiese-. Ah sí, morcón.
– Estoy un poco desganada, si tuvieseis una copita de algún licor me vendría muy bien para el dolor de cabeza que se me ha encajado del viaje. –Lo que le tenían que doler eran los ovarios de las trancas que se había metido la muy zorra-.
– No lo se, yo sólo tomo refrescos, pero igual hay algo voy a mirar. -Fui donde sabía que mis primos tenían algunas bebidas y le ofrecí gritando para que me oyera desde el cuarto de Juan.- Tita, hay whisky JC, ginebra Lirios, vermut Pinzano y ron Mulatita.
– No grites que ya estoy aquí. –Se había puesto una mini bata de Elena, que no podía cerrarla y que, además de las tetas, le dejaba la mitad del culo fuera-. Cualquier cosa, ya sabes tu que no bebo, es por el dolor de cabeza. –Al cruzarme con ella para ir a coger los vasos noté que echaba una peste a tabaco y a alcohol que temblaba el orden. ¡Vaya con la santita!-
Preparé un par de platos entre queso, caña de lomo y morcón y los puse en la mesa con algo de pan. Mi tía iba por el tercer chupetazo, que no chupito, de un combinado entre whisky y ginebra. Me senté a la mesa enfrente de ella. La pinta era lamentable y empezó a darme cierta pena. Aquella mujer era una reprimida con una doble vida: en el pueblo era un martillo de herejes y aquí era un putón y una borrachuza. Empezaba a explicarme las rarezas de sus dos hijos y la tristeza permanente, que mi madre decía poseer a su hermano.
– ¿Cómo te va aquí con mis dos angelitos? Tienes que hacerles caso, porque aunque son muy inocentes, tienen más años que tu y más experiencia aquí. –Anda que la buena mujer se enteraba de algo.- Estás en una edad muy difícil. Yo se lo digo muchas veces a tu madre: vigílala y llévala derecha, que el arbolito que se tuerce ya no se endereza. -¡Jodeeer que noche me iba a dar! Para un día que no estaban sus niños y yo podía estar tranquila-.
– Bueno tía Lucía, yo me voy a la cama que esta mañana me he levantado muy temprano y llevo todo el día andando.
– Buenas noches hija, yo me iré dentro de un poquito a rezar por todos vosotros.
– Ten cuidado con el coche, que ahora hay controles por todas partes.
– No te preocupes que no he tomado más que un sorbito. Por el dolor de cabeza, como te dije.
Me acosté y me puse a leer un rato. A los pocos minutos volví a escuchar ruidos y pensé que mi tía debía estar vomitando hasta la primera papilla. Me levante por si podía ayudarla. La luz del baño estaba encendida y la puerta medio abierta. Fui a llamar, pero me paré en seco. Mi tía se estaba duchando, la veía reflejada en el espejo. Lucía era una mujer de altura media, algo más de 1,60, y muy generosa de formas. Tenía unas tetas enormes, debía utilizar una talla 120 de copa grande, con la edad y sobre todo con ese volumen se le habían caído un poco, pero seguían siendo espectaculares. Los pezones eran como un el dedo gordo de un hombre y las areolas del tamaño de un posavasos. Tenía ya poca cintura, si algo se le podía echar en cara es que había engordado por lo menos diez kilos más de la cuenta. El culo era grande pero todavía duro y en su sitio y las piernas algo gordas y celulíticas, pero nada que no pudiese arreglar algo de ejercicio o muchos kilómetros en el circuito del colesterol del pueblo. En definitiva, era una mujer rotunda. Al poco tiempo de mirarla me di cuenta de que si bien estaba en la bañera, realmente lo que estaba haciendo era masturbarse. Las manos subían y bajaban por sus tetas, agarraban y apretaban sus pezones, sobaban sus poderosas nalgas y terminaban siempre dentro de su chocho o de su culo. Tengo que reconocer que verla así me estaba perturbando mucho. Aunque hubiera masturbado varias veces a su hija y estuviera harta de verla en pelotas, Lucía era otra cosa. Ese cuerpo de mujer tan potente, casi tan prehistórico, grandes tetas, gran culo, grandes muslos y gran vagina, me imponía, siendo yo tan flaca y tan plana y saber que pese a parecer una monja seglar era en realidad un trueno con una sexualidad feroz que escondía riñendo, criticando y molestando a todo el mundo. Me resultaba excesivamente contradictorio. ¿Era una mujer de dos caras y las dos malas o era una mujer esquizofrénica debido a su auto represión? Sea como fuese me llevé las manos al chocho y empecé a tocarme como hacía con Elena y con Juan. Al poco tiempo de mirar, pensé que aquello no estaba bien. No se puede mirar la intimidad de una persona que no quiere enseñarla, según a quién. Era a ella a la que le tocaba decidir como se quería mostrar en cada momento. Pero luego recordé a mi tío Juan. Me importaba un pimiento que fuera un cornudo y creo que a él también, pero si me importaba que alguien le arruinase la vida, que no se vive más que una vez, porque le hubiese correspondido la cruz de la moneda.
Sin pensarlo abrí la puerta y mirándola fijamente le pregunté si le pasaba algo o si necesitaba ayuda. Paró de moverse y me pidió una toalla. Se tapó con ella mientras se secaba, pero al momento olvidó taparse, terminó de secarse, salió de la bañera y se puso de nuevo la mini bata de Elena.
– Ese camisón que llevas no es para una señorita que duerme fuera de casa –me espetó al terminar de intentar cerrarse la mini bata.-
– Estoy en mi casa tía, hace calor y estamos tu y yo solas. –Me miró fijamente a los ojos y comenzó a llorar calladamente. Me abrazó y temí que Elena hubiera aprendido la función de su madre-.
Salimos del baño. La ayudaba como podía para que no se golpease contra las paredes del pasillo y la llevé al cuarto de Juan.
– Tráeme otro vasito de licor, por favor. No se me pasa el dolor de cabeza.
– ¿Estás segura tía?
– ¡Coño tráemelo o tengo que ir yo por el! –Seguía siendo Mister Hyde, que era con quien yo quería hablar, ya tenía muy visto al Doctor Jekyll. Cuando volví con la copita, mirando al vacío, dijo-: Sobrina estoy muy mal. Siento que he desperdiciado mi vida. He sido siempre una mujer ardiente, pero hasta ahora no me he permitido la más mínima licencia. He pasado cuarenta años de mi vida reprimiéndome. Sólo mis hijos, la iglesia y la limpieza. Desde que tuve mis dos hijos no he vuelto a follar con tu tío. Si no era para tener hijos era pecado. Le he amargado la vida a él y me la he amargado yo. Ahora tengo dos caras y ninguna me gusta: la santurrona y el putón. Me estoy volviendo loca, pero necesito follar, follar, follaaaar. Mi coño no tiene límites. ¿Dirás que por qué no lo hago con mi marido, verdad? Pues por que cuando una ha construido un personaje durante años se siente incapaz de romperlo y es más fácil crear otro nuevo, distinto, aunque sea paralelo. –Se bebió la copa de un trago, se dejó caer en la cama y se quedó dormida instantáneamente-.
Que desastre, pensé, esta mujer está fatal de la cabeza y lo peor es que va a volver locos a todos los que tiene alrededor. Me acosté de nuevo, pero no podía dormirme pensando en la tía Lucía. No podía contarle aquello a mi madre. Lo más normal es que nadie me creyese, lo cual era malo para mí, pero si me creían iba a ser peor para todos. Dándole vueltas a la cabeza me fui quedando aletargada, hasta que me dormí.
A la mañana siguiente me desperté temprano y fui a ver a mi tía. Ya no estaba, ni quedaban restos de su presencia. Por un momento tuve la sensación de que todo había sido un sueño, pero allí en la cocina estaba el vaso con el que había estado bebiendo, todavía con una peste que echaba para atrás.
El fin de semana siguiente, como casi todos los fines de semana, volví a casa. Al llegar el viernes por la noche mi madre me estaba esperando con el coche en la estación de autobuses. La noté bastante seria y le pregunté por qué estaba así:
– Antonia, ayer me encontré con tu tía Lucía en el mercado y me contó una cosa que no me gustó un pelo. -¿Qué le pasaría ahora a mi tía Lucía?-. Dice que el sábado pasado fue por el piso y que te encontró bebiendo. -¿Cómo se podía ser tan hija de puta? Con ese cuento, anulaba cualquier cosa que yo hubiera podido contar de su comportamiento, dejándome como una bebedora, una mentirosa y una vengativa. Decidí, mentir y salir del paso-.
– Mamá me dolía muchísimo la regla y simplemente me estaba tomando un sorbo de ginebra. Ya sabes lo exagerada es la tía Lucía para todo.
– En eso último tienes razón. Espero que fuera eso. Tienes diecisiete años y sabes que no puedes beber. No nos des disgustos a tu padre y a mí y sigue comportándote tan responsablemente como has hecho siempre.
Ahí se terminó la cuestión con mi madre, pero ya sabía como se las iba a gastar mi tía: mintiendo y lanzando mierda a todas partes.
– Te he comprado alguna ropa, a ver si empiezas a ser menos aburrida, hija. –Dijo mamá al llegar a casa-.
Ya en mi cuarto me enseñó dos juegos de tangas y sujetadores, efectivamente nada aburridos, sino todo lo contrario, un par de minifaldas y un par de camisetas descotadas.
– Mamá, cómo se te ocurre comprarme esto, si sabes que yo uso ropa mucho más deportiva. –Aunque protesté, la ropa que me había comprado me gustaba, pero sabía que me daría vergüenza salir así con mis amigos y amigas-.
– Por eso mismo hija, por que ya tienes diecisiete años largos y debes empezar a vestir como una muchacha y no como un futbolista. Tienes que ir fortaleciendo tu autoestima y quitarte algunas tonterías de encima. Eres muy guapa, a pesar tuyo y no tienes porque ocultarlo. Pruébatela esta noche. Ahora vamos a cenar, que ya ha llegado tu padre.
Cuando regresé a mi habitación para acostarme, volví a mirar la ropa, sobre todo la ropa interior. ¿Por qué no podía ponerme yo esa ropa sin sentir vergüenza? Como no hablaba de esas cosas con mis amigas no sabía que tipo de ropa interior llevarían ellas, aunque, no sé por qué, siempre había supuesto que sería igual a la que yo usaba. Me desnudé y delante del espejo me probé un tanga y el sujetador a juego. El tanga me venía bien, pero las copas del sujetador eran demasiado grandes. Fui probándome toda la ropa. Mamá había acertado en todo, menos en los sujetadores. Me volví a mirar con el tanga en el espejo. Me estaba excitando, la tirilla me rozaba la vagina y al observar mi culo lo veía bonito desnudo, sólo cruzado por los hilos. Decidí dejármelo para dormir. Me puse un camisón corto y me metí en la cama. No podía o no quería dormir. Me puse bocabajo y comencé a sobarme las nalgas desnudas, se me vino a la cabeza la imagen de los negros musculosos que se follaron a mi tía y sobre todo de sus nabos. Yo nunca lograría que algo como aquello me cupiese en el coño sin reventármelo, pero me imaginaba que tenía uno en las manos y me masturbaba pasándome el glande por mi chochito. La mano del culo se fue subiendo y comencé a tocarme una y otra vez, cada vez rápido, hasta que me corrí con un espasmo que me dejó sin respiración. Era la primera vez que me masturbaba sola y había sido delicioso. Me quité el tanga para no mancharlo más y me dormí al instante.
Fuera por que había cenado demasiado, por que dormía sin bragas y el roce del camisón o de las sábanas me excitaba, por que me había acostado calentita o por lo que quiera que fuese, lo cierto que por primera vez tuve sueños eróticos o por primera vez me acordaba de ellos al despertarme. En uno de ellos, que se repitió varias veces en distintas versiones parecidas, yo estaba en mi habitación del piso de estudiante leyendo, levantaba los ojos para descansarlos mirando por la ventana y descubría a mi tía Lucía bailando delante de los dos gigantes negros que se masturbaban lentamente. Mi tía iba vestida con la ropa que me había comprado mamá, pero exactamente esa quiero decir, hasta de la misma talla. Aquello era imposible las tetas reventaban el escote, la barriga inflaba la camiseta, la falda no llegaba a taparle el tanga, el rugido de sus tirillas se podía oír desde mi habitación cuando mi tía hacía cualquier movimiento. Como no podía quitarse la camiseta, la rompió dándole tirones, hasta que pudo sacársela por la cabeza, dejando a la vista sus enormes tetas embutidas en el sujetador, única prenda que parecía ser más o menos de su talla. Tampoco podía quitarse la falda, así que se la enrolló en la cintura dejando su magnífico culo ya totalmente a la vista. Al volverse para mostrárselo a los negros, que seguían bombeando, pude ver que el tanga era incapaz de cubrirle el vello púbico, muy negro y rizado. Como estaba, de cara a la ventana, se acercó a los dos negros que, sin dejar su ocupación, mordieron las tirillas, rompiéndolas sin el menor esfuerzo. La tía Lucía se sentó entre los dos, cogiendo cada nabo con una mano, sustituyendo el trabajo que los había tenido ocupados hasta entonces. En el momento que se sentó y los cogió, me miró fijamente, como si supiera desde el principio que había estado observando, y se pasó la lengua por los labios, para indicarme lo que iba a continuación. Me desperté sudando, caliente, más que excitada, y casi sin poder respirar. ¿Cuánto tiempo iba a tener a mi tía y a los negros en la cabeza?
Pasadas dos semanas me encontré a mi tío Juan cuando volvía del instituto por la tarde. El no me vio, parecía ir muy abstraído en sus pensamientos. Me picó la curiosidad y lo seguí. A las pocas manzanas se paró delante de un cine y entró. Era una sala X, no me extrañó. Si era verdad lo que me había contado mi tía, el pobre llevaba varios años sin catar, por lo menos en casa, y no parecía ser hombre de tener muchas aventuras fuera, así que debía estar como un berraco. Lo deje allí en el cine, deseándole que, por lo menos, se divirtiera algo.
Esa misma noche mi primo apareció de madrugada con una borrachera de cuidado y acompañado por dos chonis, por no decir con dos putones desorejados. Fuera por casualidad, o intencionado, mi prima no dormía esa noche en la casa, había avisado que se quedaría a “estudiar” con dos amigas, en casa de una de ellas. Pese a que eran más de las tres de la madrugada estaban liando una bronca de un calibre tal como para despertar a todos los vecinos. Aunque la costumbre del piso era no meterse en nada, aquello me pareció demasiado y salí de mi habitación a ver que pasaba.
Estaban en el salón, mi primo estaba tumbado en el sofá, más muerto que vivo, con los pantalones a la altura de las rodillas y el mandado morcillón al aire. Una de las chonis estaba masturbándolo sin conseguir éxito ninguno. La otra se tocaba por encima del tanga mientras fumaba y bebía a morro de la botella de ron Mulatita.
– Tía, te dije que este tío era maricón y tu que no, que si era estudiante de derecho, que cuando nos íbamos a ver nosotras con otro chollo igual, que ya estaba bien de ir con niñatos. ¡Pues a los niñatos por lo menos se les pone dura! –Decía la que fumaba, sin parar de tocarse y de beber-. Tía que calentón tengo, déjame a mí a ver si consigo algo.
– ¡Ya habló la experta! ¿Quieres que te sobe mientras?
– ¡Que no, tía, que ya te tengo muy vista y esta noche yo quería un palote! –Diciendo esto cogió el mandado de mi primo y se le metió en la boca entero. Tras varias idas y venidas sin resultados, volvió a beber a morro.- Mierda este tío está muerto.
La inmovilidad total de mi primo y lo que había dicho la choni me alarmaron y entre en la sala temiéndome lo peor. Las dos chonis se quedaron con la boca abierta cuando me vieron, me acerqué a mi primo y afortunadamente respiraba. No estaba muerto, estaba borracho como una cuba.
– ¿Y tú quien eres mosquita muerta?
– Su prima y vivo aquí. ¿No os parece que ya la habéis liado bastante por esta noche?
– ¡Mira tía no me toques el coño encima! El que la ha “liao” es él, que después de toda la noche aguantándole tonterías, se queda el tío dormido y nos deja a dos velas. ¿Vale? Nosotras no podemos salir más que una noche a la semana y esta semana una mierda “pá” nosotras.
Si mi primo las había liado o si simplemente les había dado esperanzas de terminar en la cama, efectivamente, las había engañado. Miré con más detenimiento a las dos. Tendrían unos veintidós o veintitrés años. Vestían como hermanas gemelas: una microfalda con medias negras debajo, unas botas por encima de la rodilla con tacones y una camiseta de tirantas para enseñar bien la mercancía, mucha por cierto. Iban pintadas como una puerta vieja y con cantidades ingentes de bisutería. La composición se completaba con una tachuela en el labio inferior.
– ¿Tía tu no estas en el mundo? –Continuó la otra-. Lo que hay en la calle son o niñatos o maricones. Los niñatos van en pandilla, te sacan los cuartos para que los invites y están más preocupados de lucir sus músculos que de ti. Encima, cuando ya los tienes medio cazados viene una separada con una buena paga y se los lleva. De los maricones, mejor no te cuento. No te hacen ni caso y si te lo hacen es para acercarse a los niñatos y llevárselos también. De los negros y de los moros no hablemos. O les pagas o ni te miran. ¿Así que qué? Esta tía y yo somos cajeras del IKEA ganamos 700 euros al mes y de ahí tenemos que pagar el piso, comer mal, beber peor una noche a la semana, comprarnos cuatro mierdas en rebajas y pagar la mensualidad de las tetas. –Para expresar mejor su razonamiento se agarró bien las tetas.- ¿O te crees que esto es nuestro?
Desde luego tenían razones de sobra para estar cabreadas, pero yo no podía arreglarles la vida, así que por lo menos les ofrecí si querían hielo y un vaso para la bebida, ya que verlas beber aquello caliente y a morro me deprimía. Lo agradecieron y tras tomarse un par de copas más, sin que mi primo moviera un músculo, dijeron que se marchaban. Se me ocurrió de pronto y sin pensarlo se lo largué:
– ¿Os gustaría pillar con un maduro serio, elegante y más caliente que un soldado en Ibiza después de seis meses de arresto?
– ¿Dónde está ese mirlo, tía? ¿Y si es tan bueno, porqué no te lo quedas tu?
– Por que es un familiar y yo tengo diecisiete años. ¿Podríais venir el sábado de la semana que viene? –Era puente y mis primos salían de viaje cada uno por un lado-. Dejadme un teléfono y os llamo para confirmarlo.
Las chonis, Vanesa y Yésica, se miraron y con un gesto se dijeron que no perdían nada por intentarlo. Vanesa me dio su móvil y yo le di el mío. En qué lío me había metido, pero de alguna forma tenía que ayudar a mi tío Juan y darle su merecido a mi tía.
Los siguientes días los pasé pensando como conseguiría traer a mi tío un sábado sin que sospechase nada y que entrase al trapo de las chonis.
La única afición conocida de mi tío, además de, al parecer, las películas guarras, era el fútbol y el sábado de marras, el Barcelona jugaba en la ciudad. Como el partido iba a ser retransmitido por la tele, se jugaba a partir de las diez de la noche, lo que justificaba que mi tío se quedase a dormir después en el piso y permitía que las chonis hubieran concluido su trabajo. No me quedaba más remedio que rascarme el bolsillo y comprar cuatro entradas. El resto del mes iba a ser muy duro.
Llamé a mi tío y le conté que una compañera del instituto me había cedido dos entradas para el partido, ya que en su casa salían todos de puente. Me costó trabajo, pero al final lo convencí. No podía perderse esa oportunidad de ver a su equipo en directo. El mismo rollo me sirvió para que mis padres me dejaran quedarme el puente. Quedé con mi tío, sorprendido por mi repentina afición, a las nueve en un bar próximo al estadio. Las chonis se mostraron encantadas de ir al fútbol y si además pillaban cacho, podría ser el mejor fin de semana en lo que iba de año.
Poco antes de las nueve le di sus entradas a las chonis en la puerta del estadio. Iban como el primer día que las vi, salvo que se habían quitado las tachuelas de la boca. Recogí a mi tío en el bar y nos fuimos para el estadio. Cuando llegamos a nuestras localidades, ya estaban ellas sentadas. Dejé que mi tío se sentara a su lado. Lo miraron de arriba abajo sin perder detalle. Mi tío tenía entonces unos cuarenta y cinco años. Era el prototipo del maduro interesante: bien conservado, canoso, conversación inteligente,…etc. Ellas hicieron un gesto de aprobación y se concentraron en iniciar una charla distendida sobre el fútbol.
El partido no decepcionó y el Barcelona ganó ampliamente, las chonis celebraban cada gol y cada jugada como si fueran “culés” de toda la vida. Cuando terminó el partido propuse que fuéramos todos a tomar algo para celebrarlo. Por indicación mía fuimos a un sitio cerca del piso, ya que yo después tenía que recoger los libros para ir a estudiar a casa de una amiga. A mi tío se le notaba algo cortado con aquellas dos mujeres que no paraban de tontear e insinuarse. Tras tomarse ellos varios vinos y yo dos refrescos, mi tío pagó y las chonis dijeron que nos acompañaban al piso para tomar una copa. Los deje a la una de la madrugada con el segundo whisky en las manos y me fui a dormir a casa de las chonis, tal y como habíamos concertado.
Casi no pude dormir. Cada rato miraba el reloj. A las cuatro de la madrugada estaba convencida de que las cosas habían tenido que ir bien, ya que ellas seguían sin volver. A las siete ya estaba preocupada. Una cosa era que les hubiera ido bien y otra cosa era que a las siete siguieran en la calle. A las diez de la mañana escuché la puerta y me levanté.
– ¿Bueno, que tal? –Pregunté.-
– Tía que te cuente esta, que yo no puedo ni hablar. –Contestó Vanesa-.
– ¿Quieres un resumen o la narración completa?
– Completa, con pelos y señales.
– Bueno, cuando te fuiste tu tío seguía muy simpático y muy parlanchín, pero sin dar un paso adelante. Yo no le quitaba la vista del paquete y aquello no crecía. Así que tuvimos que pasar al plan duro. Yo me subí la camiseta mostrándole mis tetas embutidas en un sostén con el escudo del Barcelona y la Vane se puso de espaldas y le enseñó el culazo metido en un tanga con el escudo del Barcelona en la unión de las tirillas y a coro le preguntamos si había visto unos escudos más bonitos y mejor hechos. Aquello fue definitivo a Juan se le puso un paquete que no le cabía en los pantalones. Como estábamos nos sentamos una a cada lado suyo. Cogí su cabeza y me la metí las tetas, mientras que la Vane le abría la cremallera, metía la mano y le sacaba el nabo. ¡Que nabo Antonia! Veinte centímetros de largo, cinco de ancho y duro como una piedra. Pero fue sacárselo y reventó con una corrida como yo he visto otra. Como cuatro veces seguidas pegó en el techo y después por toda la habitación, nosotras incluidas. Nos temimos lo peor. La fiesta se había acabado antes de empezar. Pero ja, aquello no le bajaba ni un milímetro y cuando iba por la sexta corrida, que yo ya perdí la cuenta, seguía sin bajarle. Yo me he corrido por lo menos cinco veces y la Vane, que es más facilona, por lo menos diez. Por delante, por detrás, por las tetas, por la boca,… y a esta no se le ocurre otra cosa que ponerle el culo, ahí la tienes que no se puede sentar. A las nueve hemos terminado, por que él temía que pudiese llegar alguno de sus hijos y seguía el tío empalmado. No nos le hemos traído para que no supiera que tú estabas aquí. ¡De verdad hija, una maquina de follar como yo no he visto otra en mi vida!
Bueno, las cosas habían salido bien. Me alegré mucho por mi tío y por ellas, el pobre debía estar hasta enfermo y ellas habían quedado bien satisfechas para una temporada.
– Oye, viniendo para acá, hemos pensado la Vane y yo que quien no es agradecido no es bien nacido, de manera que te vamos a dar los buenos días a base de bien.
Sin escuchar mis protestas me llevaron al baño, abrieron el grifo de la bañera y me desnudaron. Ya dentro de la bañera, ellas se desnudaron también. Tenían las tetas y el culo llenos de moratones.
– ¿Es que os ha pegado mi tío? –Pregunté muy preocupada cuando las vi así-.
– Que va tía, estos morados es de darnos con el nabo, fíjate como no lo tendría de duro.
Yésica se puso detrás mía recostada en la bañera y yo sobre ella, sus maños me sobaban por todas partes. Vanesa lamía mis pequeñas tetas y me besaba. La historia de mi tío me había excitado bastante y el manejo que hacían de mí aquellas dos me puso al rojo vivo. Sentía las duras y grandes tetas de Yésica en mi espalda, mientras Vanesa, tras endurecer sus pezones, me masturbaba con ellos.
– ¿A que te gusta guarrilla? Que eres una guarrilla con pinta de mosquita muerta. –Decía Yésica en mi oreja-. No has podido aguantarte y fuiste a mirar. ¿No? –Yo no sabía de lo que hablaba-. ¿Te ha gustado lo que has visto? Por que te has llevado un buen rato mirando.
Me temí lo peor. Mi tía había entrado en el piso y se había encontrado el espectáculo. Decidí no preocuparme, al menos por el momento, y dejar que las chonis terminaran su trabajo, que tanto gusto me estaba dando. Hicieron que me corriera tres veces, hasta que por caridad pedí que me dejaran. Salimos de la bañera y ellas desnudas se acostaron y se quedaron dormidas al momento.
Yo recogí mis cosas y, al salir, en el móvil de una de ellas entró un mensaje, no pude reprimirme y lo leí “¿Cuándo podemos vernos otra vez? Lo he pasado como nunca. Juan”. Vaya, mi tío iba a venir a vernos más que antes.
A los pocos días de aquello, mi madre me dijo que se había encontrado a mis tíos y que parecían otra pareja. Contentos, cariñosos, en fin, como no los había visto nunca. Que raro, pensé. Por curiosidad llamé a las chonis, por si habían vuelto a ver a mi tío.
– Dos veces en esta semana, tía. –Me confesó Vanesa-. Y lo mejor es que se ha complicado, vamos que es todavía más guarro. Nos preguntó si podía venir otra mujer a mirar y nosotras pensamos que porqué no. Más morbo al asunto. Cuando estamos liadas con Juan entra una mujer muy generosa de formas y se pone a mirar detrás de la puerta y a cascárselo a base bien. Cuando nosotras ya no podemos más, el sale de la habitación y sigue follando como un cosaco con la otra. Ha entrado y salido de la habitación dos y tres veces por noche, tía. La Yesi, que es muy descarada, le preguntó un día qué cuantas “Milagras” se tomaba y el tío le dijo que él no tomaba porquerías, que lo suyo era natural.
Las cosas volvieron temporalmente a una cierta normalidad. Una noche les dije a mis primos que, a partir de aquel momento, el que quisiera desfogarse que se lo trabajase y que los cuentos para que yo les hiciera pajas se habían acabado. Protestaron algo, pero se aguantaron. Yo me desfogaba alguna noche que otra, como cualquier muchacha normal, pero seguía sin que los chicos me llamasen demasiado la atención.
El problema surgió justo durante las vacaciones de navidad. Mis tíos se enteraron que Juan no había aprobado todavía ni una asignatura de Derecho, aunque él dijera que estaba entre segundo y tercero, y que Elena iba por el mismo camino. Decidieron liquidar el piso, mandar a Juan a trabajar en el campo hasta el próximo curso para escarmentarlo y meter a Elena en un Colegio Mayor. Ante esa situación, entre todos buscamos un sitio donde residir. A la vista de los antecedentes con mis primos, yo hasta el momento llevaba bien el curso, mis padres prefirieron una residencia a otro piso. Lo único que encontramos fue una pequeñita, para ocho chicas, regentada por tres hermanas medio monjas, medio seglares.
El día 7 de enero llegué con todas mis cosas a la residencia. Doña Petra, la mayor de las tres hermanas me llevó a mi habitación para los próximos meses, informándome de que iba a compartirla con Rosa, según ella, una chica muy buena, muy simpática y muy trabajadora. La habitación era luminosa y agradable. Las camas estaban en litera para que cupieran frente a la ventana dos mesas de estudio y sus correspondientes sillas. Doña Petra se marchó y yo me dediqué a guardar y ordenar mis cosas en el lado vacío del armario. A los pocos minutos llegaron dos de las otras chicas residentes. Nos saludamos cordialmente y al saber que iba a compartir la habitación con Rosa, una de ellas dijo: ¡Que no te pase nada! No me atreví a preguntarle por qué me decía aquello, pero me dejó algo preocupada, yo, como hija única, no estaba acostumbrada a compartir mi habitación y esta era una experiencia casi nueva para mí.
Encima de la mesa de Rosa había algunas fotos suyas clavadas en un corcho. Era una chica guapa, algo rellenita, pero no demasiado, debía tener unos tres años más que yo y en todas las fotos aparecía riendo, claro que nadie pone fotos suyas con cara de mala leche. Me resultó extraño que en las fotos casi no aparecían chicos, sólo otras chicas normalmente abrazadas y también riendo.
La frase de la otra compañera no se me fue de la cabeza en toda la tarde y, como la habitación estaba limpia y ordenada y Doña Petra había dicho que Rosa era buena y simpática, y eso parecía también por las fotos, no podía suponer el origen de la exclamación.
Después de cenar volví a mi habitación para leer un rato y dormir, al parecer Rosa había llamado diciendo que no llegaría hasta el día siguiente, por lo que no tenía que esperarla. Ya en la cama y de vueltas a la misteriosa admonición, mi cabeza se empeñó en que Rosa debía ser lesbiana y temí volver a las historias que había vivido con mi prima. Como después he comprobado muchas veces en la vida, la cabeza es una maquina de jugar malas pasadas y equivocarse para mal. Después de seis meses de convivir con Rosa tras esa noche, puedo asegurar no sólo que Rosa no era lesbiana, sino que es la tía más caliente que he conocido y posiblemente conozca nunca. Todo lo que pueda contar en este relato se quedará muy corto para expresar fielmente como estaba de caliente siempre aquella mujer.
La conocí al día siguiente por la tarde cuando volví del instituto. Las fotos no hacían honor a la verdad: era más guapa, pero también, al menos en ese momento, estaba algo más rellena de lo que parecía en las fotos. Estuvo muy simpática y muy amable poniéndose a mi disposición para lo que quisiera saber sobre la residencia o cualquier otra cosa. Estaba estudiando segundo de Magisterio y cuando terminase quería hacer un Master en artes plásticas. Después de un rato de charla, fuimos a cenar y siguió charlando, terminamos, volvimos a la habitación y seguía charlando. Cuando volví del baño para acostarme se estaba desnudando. Pese a estar rellenita era muy atractiva, tenía unas tetas grandes y bien puestas y un culo que parecía estar muy duro.
– Yo tengo la costumbre de dormir desnuda. ¿A ti te molesta? –Me preguntó, mientas yo también me desnudaba, aun cuando con mucha más vergüenza que ella-.
– ¿A mí por qué? En absoluto.
Subí a la litera de arriba con mi libro, pero era imposible, Rosa no paraba de hablar sobre lo humano y lo divino. A la vista de que no podría leer, apagué la luz y ella lo hizo también al momento, pero no calló, sino que entró en una fase de su cháchara que yo conocería perfectamente en el futuro.
– No te puedes ni imaginar como me lo he pasado estas navidades –comenzó diciendo-. Te lo voy a contar porque merece la pena. La primera fue el día de Nochebuena. Al entrar de la misa del Gallo, a la que había ido con unas amigas, el párroco, Don Prudencio, cincuenta años bien conservados, me dijo que al terminar la misa fuese a la sacristía, que tenía que hablar conmigo. Terminada la celebración me despedí y me acerqué a la sacristía. Al llegar no lo vi, pero desde el confesionario me llamó y dijo que me acercara, que tenía que hacer penitencia. Me fui al lateral, como siempre, pero el dijo que me pusiera en el centro. Te he llamado porque tu forma de vestir últimamente no me parece procedente. Vas escandalizando y provocando a todo el mundo, hasta a mí: ¡Mira como me has puesto! Se abrió la sotana y tenía un pollón como un cimbel. ¿Qué vas a hacer para arreglarlo? Pues chuparla, le dije, pero el buen sacerdote, oye, conforme me la metí en la boca se corrió hasta atragantarme. Cuando terminó, me dio la bendición, dijo que rezase tres Avemarías, que tuviera cuidado en como me vestía y señaló la puerta.
Me quedé absolutamente de piedra al escuchar la narración, pero aquello no había hecho más que empezar.
– Me fui a casa con el convencimiento de que había hecho una obra de caridad y que había sido un error de Don Prudencio meterse a cura con aquel nabo. La segunda fue el día de los Santos Inocentes. Al lado de casa hay un taller mecánico. El dueño y los chicos son muy simpáticos y muy fuertes y siempre me dicen cosas cuando paso por delante. La verdad es que Don Prudencio me había dejado con la miel en los labios, así que pensé que por qué no revisaba el coche y me aliviaba un poquito de paso. A las tres de la tarde, cuando hay menos clientela, cogí el coche y lo llevé. ¡Que éxito al entrar! Manuel, el dueño, y los dos chavales se acercaron todos a preguntarme lo que deseaba. Sin bajarme, les dije que algo le pasaba al pedal del embrague y que lo miraran. Me había puesto una faldita muy corta sin bragas, así que cuando Manuel metió la cabeza por la puerta para mirar, se encontró con el pedal y con mi chochazo, le cogí la cabeza y me la metí en la entrepierna, diciéndole: ¡Inocente, inocente! Los dos chavales vinieron enseguida, preguntando en que podían ayudar, y les eché las manos a las entrepiernas. Como yo no sabía que las cremalleras de los monos se pueden manejar desde arriba y desde abajo, no atinaba, pero ellos sí. A los pocos minutos Manuel seguía comiéndome y yo tenía las pollas de los chavales, una en cada mano. ¡Que buena tarde pasamos entre todos! Las manchas de la tapicería no han salido todavía y mi padre está un poco enfadado por eso, pero le he dicho que no se preocupe, que otro día vuelvo al taller para que lo arreglen.
No podía creer a Rosa. O se estaba cachondeando de mí, o no tenía un pelo de vergüenza: ¡Acababa de conocerla! Pero no contenta continuó.
– Ahora, cuando paso por delante del taller, desde dentro me gritan que entre, que me arreglan y con los nabos que tienen los chavales me lo creo. La tercera fue en la cena de Nochevieja. Normalmente nos reunimos varias familias en casa, entre ellas los González, que tienen dos hijos gemelos de unos diecisiete años. Después de la cena y de las uvas, cuando los mayores se ponen a beber, los gemelos y yo nos vamos a dar vueltas por la casa. Desde hace unos tres años, los gemelos se empeñan en tocarme las tetas, pero este año yo quería algo diferente. Les dije: me apuesto cincuenta euros a que os reconozco por las pollas. ¿Cómo es el tema?Preguntaron. Muy fácil, yo os miro los paquetes, luego me vendáis los ojos, os bajáis los pantalones, yo os toco y si acierto quien es quien, gano y si no, ganáis vosotros. Dicho y hecho, como yo me suponía, cuando les mire los paquetes ya estaban empalmados, me vendaron los ojos, se bajaron los pantalones y se pusieron cada uno a un lado. Primero con las manos y luego con la boca fui palpando, hasta que tuve la seguridad de cual era cada uno. Para darle más interés, como en los concursos de la tele, estiraba decir el nombre, mientras aceleraba el bombeo, y sólo lo decía cuando se corrían: Eeerrrressss Luuuuiiiiiiiissss o eeerrrressss Maaannnoooolo.
Rosa me estaba poniendo como una moto con sus historias sin fin.
– Después de que me pagaran los cincuenta euros, me dio mala conciencia –vaya menos mal: le quedaba algo de vergüenza-. Había sido como quitarle un caramelo a un niño, para mí esa prueba no tiene dificultad y, además, que gusto me dio con dos primerizos a la misma vez, tendría que haberme equivocado queriendo y haberles pagado yo a los pobres. –Había vuelto a equivocarme, no conocía la vergüenza-. Pero la mejor ha sido la cuarta –continuó con la narración-. Yo siempre he salido en la cabalgata de Reyes de mi pueblo como paje de Gaspar y ya estaba un poco harta de no ir ni al principio ni al final. Como este año salía de Baltasar un conocido de mi padre, que está jamón, le dije que prefería salir con él. Al principio puso pegas diciendo que todas las plazas estaban ocupadas, que no podía hacerle eso a Gaspar,..etc. Pero el día antes de la cabalgata me dijo que lo había solucionado y que lo buscase un rato antes de la salida. Así lo hice, me llevó a la carroza y me dijo que iría con él arriba. Me extraño, pero subí al trono. Una vez arriba, abrió las piernas y dijo que me metiese delante de él de rodillas, se subió la túnica y me tapó la cabeza. No llevaba calzoncillos, claro como la túnica es muy larga, y en cuanto la carroza se puso en marcha se le puso el nabo más grande que un estandarte y yo, para agradecerle el detalle y porque estaba aburrida abajo, me pasé todo el tiempo chupándosela. Tres veces se corrió la criatura. Cuando me despedí de él le dije que me lo había pasado muy bien y que este año, en vez de salir de paje real había salido de real paja. Bueno vamos a dejarlo ya, que si no, no vamos a dormir.
No sabía si lo que me había contado era verdad, producto de su imaginación o ambas cosas a la misma vez, pero me había puesto tan caliente que era incapaz de dormir. A ella debió pasarle lo mismo por que notaba como se movía y oía como suspiraba. Sin duda se estaba masturbando. Yo decidí hacer lo mismo y tras correrme gustosamente en un par de minutos, pude dormir plácidamente hasta la mañana siguiente.
La verdad es que en las semanas siguientes deseaba siempre escuchar sus aventuras, lo que inevitablemente se producía todos los domingos por la noche, cuando volvía de pasar el fin de semana en su casa, y esporádicamente algunos días en los que, según ella, alguna cosa le recordaba un sucedido y me lo contaba. Con las aventuras que me contó se podría escribir una biblioteca completa de relatos eróticos, que abordaría todos los géneros: placer a solas, voyerismo, maduros, incesto, iniciación, públicos, grupos, bondage, masoquismo,…etc. Todo menos lesbianismo, decía que tetas y chocho ya tenía ella y que no quería más. No podía ser que aquella mujer con sólo veinte años hubiera vivido todas esas experiencias. ¿O si?
Recuerdo un domingo a las dos semanas de conocerla, que al volver a la residencia me dijo:
– Te tengo que contar una cosa que no te vas a poder creer –con esa sola frase, ya empecé a temerme lo peor-. Este fin de semana han sido las fiestas de mi pueblo. El momento culminante de la fiesta es cuando veinte mozos sacan en procesión a la patrona bajo palio. Un ex novio que me conoce muy bien, me propuso que hiciera de cuidadora de la cuadrilla. Yo no sabía cuales eran las funciones que debía cumplir, así que se lo pregunté, al parecer se trataba de relajar los músculos de los costaleros antes de la procesión. Acepté y me citó en la casa hermandad en la madrugada del domingo. Cuando llegué ya estaban casi todos. Mi ex me indicó que pasara a una salita que habían habilitado para el desarrollo de mis labores. Yo estaba caliente como un demonio pensando que iba a masajear a todos los mozos del pueblo. En la salita había una camilla de masaje con un mozo desnudo tumbado boca arriba y con un empalme que no era normal. ¡Esto va a ser mejor de lo que esperaba, pensé! Rápidamente hice un cálculo mental: la procesión sale dentro de tres horas y son veinte mozos, así que tengo poco más de ocho minutos para cada uno. Les hice ponerse en fila y me desnudé para que se fueran calentando. ¡Once mamadas y nueve pajas en el tiempo previsto! Lógicamente, si yo ya iba caliente, cuando terminé estaba como una moto. Así que me pasé las cuatro horas que dura la procesión haciéndome pajas. ¡Diez veces me corrí!
– ¿Tú me estás hablando en serio o te inventas estas cosas? –Le pregunté sin poder dar crédito a lo que me estaba contando-.
– Por supuesto que te estoy hablando en serio. Yo no tengo imaginación para inventarme estas historias. Pero espera que ahora viene lo mejor. Cuando volvieron los estaba esperando para relajarlos de nuevo. ¡Nueve mamadas y once pajas, para que ninguno se me quejara! Al salir, ya terminadas mis obligaciones, me estaban esperando para hacerme cuidadora vitalicia.
Aunque Rosa afirmase la veracidad de la historia yo no creí que pudiera ser cierta, hasta que escuché en la radio que el cura de la parroquia del pueblo de Rosa, había expulsado a la hermandad del templo por prácticas inadmisibles en su interior.
Pero lo que más me impresionó realmente, fue cuando me enseñó el que ella llamaba su Proyecto de Investigación “PPP”, que era el acróstico de “Paquete- Picha-Pollón”. Fue la noche de un viernes que ambas nos habíamos quedado por obligaciones de estudio. Después de cenar me dijo que ese fin de semana no podría avanzar demasiado en su Proyecto, ya que debía ir con sus padres a ver a un familiar y no le quedaría tiempo libre. Yo, inocente de mí, le pregunté si se trataba de algún trabajo de la Facultad, a lo que ella respondió que no, que su importancia iba más allá y que con él pretendía prestar un servicio impagable al genero femenino. Misteriosamente buscó entre sus carpetas y sacó un A-Z tamaño folio lleno a reventar. Por primera vez, con las burradas que me había contado hasta entonces, me pidió total discreción. Con la carpeta en el regazo dijo:
– La constitución física y la vestimenta de los hombres es reservada y taimada, ocultando de la observación de las mujeres las características de sus atributos, vamos del “mandao”, así que estoy desarrollando un método que, con la simple observación del paquete, permita conocer como tiene la picha y como será el pollón cuando empalme. De ahí el nombre que le he puesto “PPP, Paquete- Picha-Pollón”.
A mí se me descolgó la boca y pensé que aquella muchacha no estaba bien de la cabeza. Pero realmente me quedé asombrada cuando abre el A-Z y pasando una página manuscrita que parecía un índice, me enseña una ficha tipo tamaño A-4 que debía rellenarse con una serie de datos e imágenes, según me dijo a continuación.
– Para garantizar el rigor del Proyecto de Investigación debo identificar al sujeto con un nombre en clave, así como la fecha, lugar y hora de la identificación. Igualmente anoto algunos datos básicos como altura, peso, edad, lugar de nacimiento y signo del zodiaco. Tras ello realizo un dibujo a escala en estos tres cuadrados milimetrados, del paquete observado y de cómo creo que será la picha y el pollón. Posteriormente, debo asegurarme del acierto de mi suposición, para lo cual una vez observados y/o palpados la picha y el pollón los dibujo igualmente a escala en estos dos cuadrados de aquí abajo y anoto las medidas básicas, longitud, calibre y forma del miembro en reposo y empalmado y tamaño y descuelgue de los huevos, igualmente en reposo y empalmado.
Hecho el preámbulo comenzó a pasar fichas ya rellenas. Aquello era un amplio muestrario de paquetes, pichas y pollas de todos los tamaños y formas.
– Como verás –continuó- el desarrollo de la investigación me ha permitido ya un nivel de acierto superior al 90%, gracias a la aplicación de la experiencia. Una vez llegue a un nivel superior al 95% podré publicar el trabajo y establecer las teorías que permitan a cualquier mujer o mariquita conocer lo que les espera con la simple observación del paquete. Posteriormente pienso crear una aplicación informática para los móviles que mediante el envío de una foto del paquete y unos datos básicos devuelva en segundos como tiene el sujeto la picha y el pollón.
– Tu me estás vacilando, ¿verdad?
– En absoluto –contestó un poco molesta-. Te lo voy a demostrar, déjame una foto de tu padre de cuerpo entero.
– ¡Rosa, por favor, que es mi padre!
Pero no hubo manera humana de disuadirla y, finalmente, tuve que enseñarle una foto reciente en la que estábamos los tres: mi padre, mi madre y yo misma. Tras preguntarme los datos que me había dicho con anterioridad, sonrió ampliamente y dijo:
– Tu madre debe ser una mujer muy feliz con el armamento que gasta tu padre. No me explico cómo eres hija única.
Tomó una ficha y tras dibujar un rato quiso enseñármela, a lo que me negué en redondo. Sin embargo, me acordé de la historia de las chonis y mi tío y quise comprobar si las chonis aforaban bien y si el método de Rosa era realmente efectivo.
– ¿Si te enseño otra foto me haces el cálculo?
– Por supuesto, ¿de quien es?
– De un tío mío. -Le di la foto de mi tío y los datos de rigor-.
– ¡Coño que barbaridad! ¿En tu familia son todos iguales? Veinte de largo y cinco de ancho. ¡Vaya tranca se gasta tu tío!
En efecto, el método funcionaba y las chonis aforaban con precisión.
Con la llegada de la primavera empezó el calor y empezamos a dejar la ventana abierta. Yo estudiaba frente a ella, con lo cual veía las ventanas de los edificios que estaban en la otra acera de la calle. Justo en el piso de enfrente vivía un chico como de veinte y pocos años, alto y guapetón. Yo seguía más o menos sus andanzas, primero por curiosidad y luego porque había despertado mis primeros deseos por el género masculino. Cuando yo me despertaba él ya debía haber salido, ya que nunca lo veía. Llegaba cuando me ponía a estudiar, sobre las cinco de la tarde, tomaba un café o un refresco y se sentaba a leer o a estudiar en una mesa situada lateralmente a la ventana. Debía vivir solo, ya que nunca veía a nadie más salir, entrar o deambular por el piso. Sobre las ocho dejaba lo que estaba haciendo, ponía la televisión, debía ir a prepararse la cena, sobre las nueve cenaba y a las diez y media apagaba las luces y debía acostarse.
No se cual era la causa y cual el efecto, pero el inicio de mi interés por el género masculino coincidió con un rápido desarrollo de mi cuerpo. Se ensancharon mis caderas, me crecieron los pechos, el monte de Venus se abultó, me creció más vello púbico y mi chochito terminó de desarrollarse. En dos o tres meses me había convertido en una mujer y lo cierto es que al igual que mi cuerpo se había desarrollado, mi mente calenturienta también, hasta el punto que algunos días le pedía a Rosa que me contara alguna de sus increíbles historias. El desarrollo de mi cuerpo me daba cierta vergüenza y solía vestir con ropa ancha y deportiva para tratar de ocultarlo a los demás.
Seguía observando con bastante interés a mi vecino. Su vida durante los días laborables era siempre igual y durante el fin de semana no lo sabía, ya que yo me iba de viernes tarde a domingo noche a mi casa.
Después de Semana Santa el calor ya era asfixiante. El vecino no debía tener aire acondicionado, yo tampoco, así que conforme llegaba se quedaba en calzoncillos y así se pasaba la tarde. La primera vez que lo vi me quedé embobada y también por primera vez, desde el estómago me subió una sensación al pecho y me bajó otra a la entrepierna, que me obligó a ir al baño a refrescarme.
Por la noche le conté a Rosa lo que me había sucedido cuando el vecino se desnudó.
– Es normal Antonia, no tienes nada como para preocuparte. Sólo es el nacimiento de la mujer fogosa que llevas dentro.
– ¡Coño también un método para medir la fogosidad!
– Ya te he dicho que sólo me interesan los hombres, para que me voy a matar a trabajar en una cosa que no me interesa.
Los exámenes se acercaban y decidí quedarme los fines de semana en la residencia para estudiar, bueno, también porque mi interés por el vecino crecía y quería saber cual era su vida los fines de semana.
¡Vaya con el vecino! El primer viernes que me quedé la tarde empezó como siempre, pero a eso de las ocho se vistió y preparó la mesa para cenar dos personas. Sobre las nueve llegó una chica más o menos de su edad, enfundada en un vestido ajustado y con bastante escote y calzando unos tacones de más de diez centímetros. Cenaron y después tomaron una copa, ya en el sofá y se morrearon de lo lindo. La sensación hacia el pecho y la entrepierna me absorbía por completo hasta hacerse insoportable. Apagué la luz, cerré la puerta y observándolos empecé a tocarme, era la única forma que tenía de regresar a una cierta normalidad. Ella se quitó el vestido y se quedó con el tanga y los tacones, no llevaba sujetador. Él le besaba y acariciaba las tetas y ella sobaba su entrepierna primero por encima del pantalón y luego abriéndole la bragueta por debajo. Le sacó la polla, grande, dura y bonita y se la chupó mientras él metía la mano por debajo del tanga. Quería ser esa chica en este momento y acariciarme con el vecino. No pude aguantar más y me corrí como una loca, tanto que tuve que acostarme.
A la mañana siguiente me levanté temprano, tenía que estudiar, pero también quería observar que pasaba en casa del vecino. A eso de las diez lo vi cruzar el salón. Iba desnudo y lucía una fantástica polla morcillona. Me chupé los labios pensando en quien pudiera pillarla. ¿Estaría solo o seguiría todavía la chica? Mis dudas se resolvieron pronto cuando observé que ella le seguía y también iba completamente desnuda. Sin tacones parecía bastante más baja que yo. Decidí concentrarme en los estudios, ya que mi vecino parecía tener pareja con derecho a dormir en su casa.
Las dos semanas siguientes transcurrieron como siempre, tanto los días laborables como los no laborables, es decir con la chica en casa del vecino desde el viernes por la noche hasta el domingo por la tarde. Sin embargo, durante los primeros días de la semana siguiente la casa del vecino permaneció cerrada, estaría de viaje de trabajo o de vacaciones. El jueves, sobre las ocho de la tarde, percibí actividad en la casa. Era la chica de los fines de semana y estaba sola. Al poco rato apareció una pareja más o menos de la misma edad. La chica sirvió una copa y se sentaron en el sofá a charlar. Sin embargo, la cosa se animó rápidamente y las dos chicas comenzaron a besarse y a sobarse, después a desnudarse y más tarde a comérsela al maromo. No sé realmente por qué, pero fui haciendo fotos con el móvil del desarrollo de la sesión, que duró una hora larga, y terminó con una tremenda follada del chico a todos los agujeros de las chicas. Concluida la sesión, la pareja se vistió y se marchó, la chica del vecino recogió, se vistió y se marchó.
Curiosamente, no me había puesto cachonda en absoluto. Intuía que lo sucedido era algo raro. ¿A qué venía que la pareja del vecino se pegase sola aquel atracón? Decidí investigar algo más.
Al día siguiente averigüé cual era el piso del vecino: número de la calle, planta y piso. Aprovechando la salida de un vecino del portal me colé en el edificio y miré en los buzones el nombre del vecino, Carlos L… Con la ayuda de las redes sociales lo localicé, arquitecto, veinticinco años, soltero, pero al parecer con novia. La chica de marras, Susana, aparecía en un montón de fotos con él y algunas muy recientes. También aparecía la otra pareja en fotos de grupo con más gente. Mi conclusión fue bastante nítida: la chica le había puesto unos cuernos como la catedral de Burgos.
Esa misma tarde volvió el vecino y poco después la chica. Se saludaron efusivamente, cenaron y siguieron el ritual de todos los viernes por la noche. Me acosté tarde y no me podía dormir dándole vueltas a la cabeza sobre si debía hacer algo o no. Por una parte, el corazón me decía que era una charranada lo que Susana le estaba haciendo a Carlos y encima en su propia casa, pero por otra parte, la cabeza me decía que aquello no era asunto mío y que la vida, a veces, es muy complicada. El sábado a medio día apareció la otra pareja de marras y pensé que allí se iba a liar parda. Pero no, comieron, tomaron una copa y a media tarde se fue la pareja, sin más líos. Los cuernos estaban ya más que confirmados.
Los días fueron pasando sin que resolviera lo que debía hacer. Si al final hacía algo, el plan lo tenía ya trazado. Haría una composición con las fotos que había tomado y se la dejaría de forma anónima en su buzón. El problema de ese plan era que no podría observarlo más, ya que sin duda el trataría de localizar al autor de las fotos, sabiendo que se habían obtenido desde el edificio de en frente. Deje el asunto de momento, concentrándome en estudiar para los exámenes que ya habían comenzado.
Tras acabar el curso, sacando unas notas bastante decentes para al ajetreo personal del año, el día que volvía para casa decidí dejarle un sobre a Carlos en el buzón con las fotos. No sabía si estaba actuando correctamente, pero creo que me había quedado pillada de Carlos, y su novia, además de parecerme un putón, me provocaba unos celos enormes. Antes de hacerlo se lo consulté a Rosa que me animó a hacerlo, diciéndome:
– Mira Antonia, yo no estoy muy de acuerdo con lo de meterse en las vida ajenas, pero por lo que has contado, la cosa parece una puesta de cuernos en toda regla y, por lo que veo, tu estás colgada de él, así que juégatela y por lo menos te quitas a la rival.
– ¿Qué rival? –Le contesté.- Para ser rivales hay que estar en condiciones de igualdad y ella es una mujer y yo no soy más que una cría.
– Una cría con una cabeza muy bien amueblada y un cuerpo muy, pero que muy bien puesto. Te digo esto y sabes que a mí no me gustan más que los tíos, estás como un tren y si juegas bien tus cartas, ¿quién te dice que no te lleves el gato al agua o lo que es lo mismo, al mozo a la cama?
Durante ese verano cambiaron muchas cosas. Cambió mi forma de vestir de deportiva a lucir palmito. Cambió la actitud de los chicos conmigo, de no mirarme a pasarse el día dando vueltas como moscardones. Cambiaron las relaciones familiares, mis tíos y mis primos venían ahora a casa a bañarse en la piscina y a pasar la tarde de manera relajada y cariñosa. Cambió mi tía que perdió por lo menos diez kilos y, además de maciza, estaba hasta cariñosa con su marido. Cambió mi relación con mi prima a la cual le ganaba ya en tetas, en altura y en curvas y ahora se pasaba todo el día roneándome y proponiéndome salir. Cambió mi relación con mi madre, ya no me importaba que me viera desnuda ni me importaba verla yo desnuda. En fin, ceo que la que realmente cambió fui yo, excepto que los chicos seguían sin atraerme, excepto Carlos que no se me caía de la cabeza.
Tenía con frecuencia sueños muy calientes, pero ya no con mi tía y sus negros, sino con Carlos. Soñaba todo tipo de cosas que siempre terminaban en el sexo. Me besaba, me acariciaba, me comía las tetas o el coño, me follaba…; pero yo desde luego tampoco me quedaba corta, lo desnudaba, lo morreaba, lo chupaba, se la comía, lo utilizaba para darme placer… Con esos sueños, me despertaba de noche y tenía que hacerme un dedo para poder seguir durmiendo. Iba a tener razón Rosa, estaba despertando en mí una mujer ardiente.
Pocos días antes de la reincorporación al instituto recibí un correo de Rosa en el que me decía:
“Nena te he hecho dos favores.
Carlos estuvo por la residencia preguntando por las inquilinas de nuestra habitación y a mí me cogió por allí. Me preguntó si había sido yo quién había hecho las fotos y se las había enviado y le dije que si. Estaba molesto por la intromisión en su vida, pero a la misma vez agradecido por haberse enterado del zorrón con el que salía (y dijo salía, en pasado). Le dije que no se preocupara que ya no pasaría más, pues estaba recogiendo mis cosas para mudarme a un piso (una mala noticia que tenía que darte).
El otro favor es que le apliqué mi Proyecto de Investigación y eres una mujer con suerte 18 y 4,5 (tipo campana), muy bonita, tanto en reposo como en presenten armas.
Muchos besos y seguimos en contacto”
Me quedé muy triste al saber que perdería a Rosa, sus historias y sus investigaciones como compañeros de habitación, con lo que me divertían y me excitaban. Su gesto al cargar con el tema me dejaba a mí al margen y con el campo libre.
Desde que recibí el correo de Rosa no paré de maquinar como podía conocer personalmente a Carlos y, si era posible, intimar con él, bien para reafirmar el motivo de mis calentones nocturnos, bien para quitármelo de la cabeza y pasar a otra cosa.
De regreso al instituto y a la residencia, las dueñas me comentaron que todavía no habían encontrado a nadie para sustituir a Rosa, así que por el momento, estaría sola en la habitación.
Lo primero que hice fue mirar por la ventana a la casa de Carlos. Tenía las cortinas corridas, cosa que antes no sucedía nunca. Está con la mosca detrás de la oreja, pensé, y toma precauciones para que no lo vuelvan a espiar. Durante los siguientes días las cortinas seguían corridas, pese a que él estaba en el piso, ya que por las noches veía luz por detrás de ellas.
Las cosas no avanzaban y yo no sabía por donde tirar. Como no paraba de darle vueltas al asunto un día pensé que si ahora era consciente de que podían verlo, también sería consciente de que él podía ver y lo normal es que después de lo sucedido, tuviera cierta curiosidad, más sabiendo que era un residencia de chicas.
Como no tenía nada que perder, me decidí por hacer pases de modelo nocturnos con las luces encendidas y las cortinas abiertas. Todas las noches me desnudaba lentamente frente a la ventana con las luces encendidas. Primero me quedaba en ropa interior y no de la que usaba antes, sino de la que a mi madre le gustaba. Me daba vueltas así guardando la ropa, ordenando el armario, limpiando los zapatos, preparando la mochila, en fin, alargando la cosa todo lo que pudiera pareciendo una cosa natural y no una exhibición. Luego me quitaba primero el sujetador, dejando las estupendas tetas que tenía ya a la vista de quien mirase y por último me quitaba el tanga dejando mi rasurado chochete al aire.
Durante varios días con el mismo ritual no percibí nada que me indicase su atención. Si percibí que había un chaval de unos quince años en la planta superior al piso de Carlos, que se hacía unas pajas a mi salud que no eran normales. Era extraño, pero no sólo no me importaba que el chaval se pajease observándome, sino que me ponía cachonda perdida y cuando apagaba la luz y me acostaba me hacía unos dedos estupendos. Por cierto, que lo del dedo se me estaba quedando corto y empecé a metérmelos para poder correrme, debía ser mitad clitoriana y mitad vaginal. Lo cierto es que debido a los dedos tan largos que tenía, un día me pasé con la euforia y me rompí el himen. Primero me asusté un poco, pero luego pensé que casi era mejor así y no que me lo rompiera un zangolotino a pedradas. Otras pensarán que es un momento que siempre se recuerda, pero yo desde niña he sido muy práctica y, además, también recordaré siempre ese día por lo tranquila que me quedé.
A los nueve o diez días, mientras el chaval se pajeaba, noté una sombra pegada a la cortina en la casa de Carlos. Se mantuvo allí todo el tiempo que estuve con el pase de modelos y lo prolongué todo lo que pude. Pobre chaval, al de la planta alta me refiero, como debía tener el nabo, aunque a esas edades se aguanta todo. El que a mi me interesaba no se lo que estaría haciendo, aunque me gustaba imaginar que lo mismo que el otro. Como dice Sabater, las tradiciones no son ancestrales, sino que se inventan con un determinado objetivo y nosotros, Carlos y yo o mejor yo y Carlos, instauramos la tradición del despelote vespertino. Casi todos los días podía ver la sombra pegada a la cortina hasta que yo apagaba la luz y me hacía mis cositas.
Como la mente es una hija de puta, un día se me ocurrió pensar que la sombra no era Carlos, sino otro u otra que había alquilado el piso que él ocupaba.
Ya he dicho antes que al desarrollarme se me quitó gran parte del pudor de la pubertad, pero no todo, con lo que comencé a pensar que le estaba dando el espectáculo gratis a dos pajilleros que me traían sin cuidado. Pero la verdad es que cuando pensaba que eran dos desconocidos, todavía me producía más morbo, ¿me estaría volviendo una exhibicionista?
A los pocos días de aparecer la sombra detrás de las cortinas, vi a Carlos de lejos entrando en un supermercado del barrio. Eso indicaba que salvo que se hubiera mudado muy cerca, la sombra era la suya y, por tanto, tenía que reconocerme si me veía.
Como había cambiado mi forma de vestir deportiva por otra bastante provocativa, no pocos problemas me estaba produciendo ese cambio en el instituto, decidí entrar al supermercado yo también para hacerme la encontradiza. Entré y fui recorriendo pasillos hasta encontrarlo a lo lejos, él en los productos de limpieza y yo en los lácteos. Tracé el plan de acercarme a las cajas y estar atenta, para cuando se fuera a colocar en una de ellas ponerme delante. Así tenía que verme necesariamente y ya pensaría después como me las arreglaba.
Cogí una lata de refresco y estuve merodeando por la zona de cajas hasta que lo vi acercarse. Venía con una cesta bastante llena. Cambié el plan, me pondría detrás de él y le pediría si me dejaba pasar, de esa forma ya tomaríamos un primer contacto. Lo que no contaba es que en el supermercado también estaba el chaval pajillero con unos cuantos amigos, que por como me miraban sabían todos de mis pases nocturnos. Como en todos los grupos de chavales había uno más lanzado, que se acercó a decirme que me invitaba al refresco y a un “botellón” que organizaban unos amigos por allí cerca. Le dije que lo dejara y me coloqué detrás de Carlos en la caja, pero el chaval no estaba por aceptar una negativa sin más y siguió insistiendo. Carlos iba a empezar a poner las cosas en la caja, lo que daba al traste con mi plan, y el chaval no paraba de dar la murga hasta que me harté y le dije al oído:
– Mira tapón de alberca vete a cascártela con tus amigos y déjame en paz.
De verdad que lo se lo dije al oído, pero como suele pasar, en ese momento se hizo el silencio y debió enterarse todo el supermercado, incluido Carlos, que me miró sorprendido y al verme, por la expresión de su cara, supe que me reconoció.
– Hola, perdona, me dejarías pasar que no llevo más que este refresco. –Le dije poniendo carita de ángel y sacando pecho-.
– Si claro pasa –me dijo repasándome de arriba abajo-.
– ¿Por qué no me la cascas tú? –Dijo el tapón, que seguía inasequible al desaliento.-
– Porque te la casca mejor tu puta madre. –El chaval había conseguido sacarme de mis casillas y aquello era un lío. Yo tratando de ligar con Carlos, el chaval tratando de ligar conmigo y yo diciéndole barbaridades al zangolotino. ¡Vaya comienzo!
Pase delante de Carlos para por lo menos separarme del ligón, pero con tan mala suerte que le tiré al suelo una botella de cerveza de litro, que se rompió bañándonos a todos los pies en cerveza y llenado aquello de cristales. Joder la cosa iba a peor, pero por lo menos el chaval se asustó del alboroto y se largo con su grupo.
– Perdóname, que torpe. No te puedo dejar así. Voy a acercarme por otra botella. Si te parece, ve pagando y ya paso yo detrás de ti.
– Bueno, si no te molesta te lo agradecería, pero déjame el refresco y que lo vayan cobrando también.
Volé a por la cerveza y llegué antes de que hubiera terminado de pasar las cosas. Había hecho una compra grande e iba cargado con cuatro bolsas. Le propuse ayudarlo al menos con una bolsa y él aceptó encantado.
– Me he pasado comprando, pero es que he vuelto esta mañana de viaje y no tenía de nada en casa.
Mierda, ¿a quien le había estado dando yo el espectáculo, además de al pajillero?
– No te preocupes, te ayudo con las cosas. Ya la he liado bastante y no tengo nada mejor que hacer. –Le dije muerta de vergüenza por el chasco de mi plan-.
– No digas eso que te acaban de invitar a un “botellón”.
– Por Dios que chaval más pesado.
Al momento llegamos a su portal.
– Este es mi portal, déjame la bolsa que ya has cargado bastante con ella, salvo que quieras que te invite a algo en casa y así me terminas de ayudar.
– Que buena tarde llevo. Primero me invitan a un “botellón” y ahora me invitas tú que, por cierto, no me has dicho como te llamas. Yo soy Antonia.
– Yo Carlos, encantado de conocerte, pese a todas las circunstancias.
¡Bien! Con mis chascos y mis desaciertos, pero al fin había conseguido conocerlo y ¡que me invitara a su casa!
Cuando llegamos a su piso dejamos las cosas en la cocina y fue a descorrer las cortinas.
– Es que he estado quince días de viaje de trabajo y se ha quedado aquí mi hermano que lo tenían que operar de la vista y entre que no veía nada y que le molestaba la luz, ha debido de tener todo el tiempo las cortinas corridas. –Uf, menos mal, pensé-. ¿Qué quieres tomar? Un café, un refresco, una copa, tu dirás.
– ¿Qué vas tomar tú?
– Yo una copa, porque necesito relajarme después del viajecito que he tenido.
– Bueno no suelo beber, pero ponme otra copa.
Fue a la cocina y volvió al momento con las copas. Sentándonos, me dijo:
– Tu cara me suena una barbaridad, pero no se de donde y yo suelo tener buena memoria, más con una cara tan linda como la tuya.
– Gracias por el piropo. Me imagino que del barrio, yo vivo por aquí, en una residencia de estudiantes.
Por fin me había llegado la hora de zorrear a un chico, aunque en este caso no tan chico. No estaba dispuesta a perder la ocasión bajo ningún concepto, así que me lancé a saco.
– Cuéntame algo de tu vida, ¿estas casado, tienes novia? –Le pregunté mientras sacaba pecho y le enseñaba mi mejor sonrisa-.
– Ni una cosa ni la otra. Tuve una novia hasta hace un par de meses, pero la cosa no acabó bien.
– Lastima, siempre es doloroso terminar una relación. –Lo dije como si yo tuviera una enorme experiencia acumulada en relaciones y rupturas-.
– Bueno no creas, a veces es mejor dejar un libro que no te convence y comenzar a leer otro que pueda convencerte. –Me lo dijo mirándome a los ojos. Él también estaba zorreando un poquito-. ¡Ya se de que te conozco! Tú te pasabas todas las tardes del año pasado estudiando, justo en la ventana de enfrente. Pero chica no hay quien te conozca, has cambiado no a mejor, sino a mucho mejor.
¡Vaya por Dios! ¿Pero es que me observaba como yo a él? Me la tenía que jugar y además con la verdad por delante, como me habían enseñado en casa.
– Tienes razón –le dije mirándolo a los ojos-. Pero además tengo que decirte que mi amiga Rosa te mintió este verano, fui yo la que saqué las fotos de tu novia y te las dejé en el buzón. No se si actué bien o mal, pero lo que observé me pareció una charranada y no podía quedarme tranquila sin que lo supieras, posiblemente, la poca edad o la falta de conocimiento de la vida, no lo se, pero en todo caso, no me arrepiento.
– Aunque tu amiga Rosa se culpó, yo sabía que eras tú. Ella nunca estaba en la ventana y tú todos los días. No me enfadé con el sobre ni con su autora, me enfadé con mi novia que hizo lo que no debía y no se todavía por qué. Tú creías que yo no me daba cuenta, pero te veía todas las tardes sentarte a estudiar y me gustabas, por eso me quedaba en calzoncillos o me paseaba desnudo. Me ponía que esa chica desgarbada que eras entonces me viera. Cuando hoy has montado el teatro en el supermercado no te conocía, pero me recordabas a esa chica desgarbada a la que quería conocer.
Se acabaron las tonterías, me dije, ya he comentado antes que desde niña he sido muy práctica. Me acerqué a él y le di un beso en la boca que lo tumbó de espaldas. Es verdad que yo era diez centímetros más alta que él y que tenía una constitución con más espalda que él, así que la aproveché y lo dejé pegado al sofá mientras le comía la boca.
– Antonia, estás segura de lo que estás haciendo. –Dijo en cuanto le saqué la lengua de la boca-.
– No he estado nunca más segura de una cosa y no seas mi padre, coño, que no me has quitado en toda la tarde los ojos de las tetas.
Me quité la camiseta, el pantalón corto y las zapatillas que llevaba puestas, quedándome en sujetador y tanga, menos mal que le había hecho caso a mi madre sobre la ropa interior. Me volví a echar sobre él y le dije:
– Me vas a pagar todos y cada uno de los calentones que he tenido este verano contigo. Yo sólo tengo dieciocho años y no he tenido nunca pareja o novio, pero no veas la experiencia de la vida que he cogido el último año.
Visto desde ahora, treinta años después, creo que Carlos simplemente se acojonó. Le quité la camisa, el cinturón, los pantalones y los zapatos a tirones y le sobé el nabo por encima del calzoncillo que llevaba. Rosa no se había equivocado en el tamaño.
– ¿Es que tú no vas a hacer nada, so perro? –Me quité el sujetador y le metí las tetas en la cara, una 90 entonces, una 100 hoy. Para mantenerlo acojonado le dije-. Vas a hacer que hoy me corra media docena de veces y tú por lo menos la mitad.
Le saqué la polla del calzoncillo y me le clavé mirándole a los ojos sin pestañear. Que ganas tenía de sentir una polla dentro. Me corrí en menos de treinta segundos pero seguí subiendo y bajando mientras le comía la boca, lo que es la edad y el calentón. Al poco me avisó de que también iba a correrse, como no tomaba nada me descabalgué, me puse de rodillas y se la chupé sin compasión hasta que se corrió en mi boca. No perdí ni una gota, ni esa primera vez, ni las otras tres que vinieron después. Siete a cuatro quedó el partido, mejor de lo esperado.
Ahora hace treinta años que llevamos juntos, pero mujeres, no tengáis pena de mí por pensar que es el único hombre que he calzado, me he calzado un batallón, pero siempre junto a Carlos, que también ha calzado lo suyo y lo del vecino. Si no me creéis, leed “juegos de pareja” en esta misma página.